Franck
¿SOMOS O NO SOMOS
NUESTRO CEREBRO?
Un ensayo filosófico
Índice
Prólogo........................................................................................... 11
2. El cerebro y el sí mismo............................................................... 49
2.1 ¿Qué somos entonces?.................................................................50
2.2 La interioridad de la experiencia.................................................51
2.3 Intencionalidad I: ser acerca de algo............................................57
2.4 Intencionalidad II: tener un propósito........................................61
2.5 La autorreflexión.........................................................................64
2.6 Las tres etapas del yo según Antonio Damasio............................66
2.7 ¿El ‘yo’ es una ilusión?.................................................................71
3. La naturaleza, la mente y lo inmaterial....................................... 79
3.1 ¿Identidad, correlación, causalidad?.............................................79
3.2 La discusión en torno al naturalismo...........................................83
3.3 La brecha explicativa y el problema difícil de la conciencia..........87
3.4 La mente y el cosmos..................................................................92
3.5 Estirando el naturalismo.............................................................97
3.6 Dos brechas a falta de una.........................................................101
3.7 ¿Y si lo inmaterial finalmente existiera?.....................................104
Este libro quiere aportar una posible mirada filosófica sobre los tantos hallazgos de la
neurociencia. No pretende introducir al lector en la ciencia del cerebro. En nuestro país
se han publicado en los últimos años un buen número de excelentes introducciones,
escritas por profesionales e investigadores competentes, que poseen además un gran
talento para la comunicación. El libro se enfoca en la interpretación de estos
descubrimientos, especialmente en relación a la visión que tenemos sobre nosotros
mismos. Es un ensayo filosófico fruto de la interpelación que desde la neurociencia
algunos lanzan al sentido común y al filósofo que se pregunta qué es el hombre.
Hay una idea bastante extendida de que somos un juguete de mecanismos cerebrales
inconscientes y de que lo que ocurre en nuestro cerebro determina sin más toda nuestra
experiencia y nuestra conducta. Ciertamente hemos avanzado mucho en el conocimiento
científico de la naturaleza humana. Podemos, por ejemplo, explorar con más objetividad
cómo ciertos procesos inconscientes condicionan nuestra conducta o influyen en ella. Si
bien, por todo lo que podemos saber, el pensamiento consciente es algo distintivo del
ser humano, no menos cierto es que una grandísima parte de lo que ocurre en nosotros
escapa a nuestra advertencia. Pero es una imagen engañosa decir que la conciencia sería
la punta de un iceberg, como si fuera solo el afloramiento de lo que no controlamos. La
conciencia nos habilita para un considerable margen de acción, gracias al cual podemos
influir también sobre esos mismos procesos inconscientes de los que se nutre nuestro
comportamiento.
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cualquier caso, no somos ni un juguete del inconsciente ni un ser dotado de lucidez
angélica. Como decía el viejo Aristóteles, el dominio que tenemos sobre nosotros
mismos es político, no despótico.
Conocemos también mejor la semejanza y los probables vínculos evolutivos con diversas
especies animales. Hay una especie de arqueología del cerebro que investiga esos lazos y
las peculiaridades del cerebro humano. Pero aunque no podemos ignorar nuestra
pertenencia al reino animal, tampoco podemos cerrar los ojos a todo lo que nos
distingue de él: la autoconciencia, la racionalidad, el libre albedrío en la toma de
decisiones, la preocupación y la responsabilidad morales, etc. Explicar todo esto como
resultado de la creciente complejidad de los tejidos cerebrales y los procesos químicos
correspondientes es por lo menos aventurado. La biología y la racionalidad se
entrecruzan, pero también se distinguen notablemente.
Cuando un especialista escribe para una publicación científica no lo hace del mismo
modo que para un público amplio, para divulgar los hallazgos de la ciencia. En este
segundo caso se suele permitir una cierta libertad de expresión y de interpretación que
no tendrían lugar en el primero. Entonces pueden aparecer algunos presupuestos de
tipo filosófico, implícitos tanto en el curso de la investigación científica como sobre todo
en la lectura posterior que se hace de los resultados. Es principalmente de este tipo de
presupuestos, afirmaciones o conclusiones que se ocupan estas páginas. Frente al, en mi
entender, excesivo entusiasmo que a menudo despierta la neurociencia, quisiera aportar
argumentos que apoyen la idea de que el hombre no es solo su cerebro.
No espere el lector una discusión de todas las cuestiones que surgen a propósito de la
ciencia del cerebro ni un tratamiento exhaustivo de los temas mencionados. El libro
tampoco ofrece una revisión de todas las posturas existentes. Por supuesto, he intentado
ser lo más fiel que soy capaz con los autores citados y las posiciones referidas, pero me
he servido de ellos a los fines del propósito central de este libro: estimular al lector a
pensar que el cerebro es solo una parte de lo que somos.
Tampoco abordaré cuestiones éticas. Los estrechos vínculos del cerebro con nuestra
vida mental y con nuestra conducta permiten maravillosas posibilidades terapéuticas,
pero también se abren al peligro de una manipulación sin precedentes, con el
consiguiente impacto en nuestras decisiones, en nuestra responsabilidad moral y
nuestra identidad personal. Por eso, entre las tantas modernas neuro-subdisciplinas
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(neuromarketing, neuroeconomía, neuroderecho, etc.) ninguna tan necesaria ni más
justificada como la neuroética, que investiga el marco dentro del cual tanto la
investigación del cerebro como la intervención en su funcionamiento son éticamente
lícitas. Y no hace falta recordar la proclividad del hombre a franquear los límites de lo
moral. Pero sería una discusión aparte, que excede mis pretensiones.
El tercer capítulo discute la posición filosófica llamada naturalismo, que solo admite a la
ciencia como fuente válida de conocimiento y a lo espacio-temporal como real. Sin
embargo, el materialismo subyacente a esta posición ha mutado notablemente en las
últimas décadas y ha favorecido, en mi opinión, una apertura cada vez mayor hacia la
existencia de lo inmaterial. El último capítulo continúa esta discusión y aporta razones
para admitir la realidad del alma como algo no reductible a la materia, y de la persona
humana como algo que trasciende sus manifestaciones físicas y psíquicas. También
argumento allí que el estudio científico de la religión no suplanta la cuestión de la
existencia de Dios, como un naturalismo duro quisiera hacer creer. Demostrar que un
pensamiento religioso o una experiencia religiosa están relacionados con determinados
estados cerebrales no prueba que ese pensamiento o esa experiencia no sean más que
estados cerebrales.
Falta mucho por saber, nadie lo niega. Los métodos de la neurociencia se perfeccionan
cada vez y no cabe excluir la invención de nuevas técnicas. No solamente el
procesamiento de la información acumulada se hace cada vez más difícil, sino también la
conceptualización necesaria para comprender lo que ocurre en el cerebro. La física
sufrió un gran giro con las teorías de la relatividad y de la mecánica cuántica, y no sería
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raro que para entender el cerebro tengamos que recurrir algún día a teorías incluso
superiores en complejidad. Pero no podemos olvidar el sentido común cuando del
hombre se trata. Sin ánimo de agotar en una lista las dimensiones de la existencia
humana, su realidad es biológica, psicológica, social, cultural, política, moral, religiosa.
Estas facetas no son otros tantos ámbitos separados de la vida. Reflejan la riqueza del
hombre y la imposibilidad de reducirlo a uno de solo de ellos. Somos tan carne y huesos,
cerebro incluido, como mente y espíritu. No somos ni autómatas gobernados por leyes
físicas, químicas y biológicas, ni mentes habitando un cuerpo al que podrían manejar
como quisieran.
* * *
Sería difícil resumir en pocas palabras todo lo que esas reuniones y ese trabajo conjunto
han logrado generar en términos de conocimiento, intercambio, proyectos comunes y
también entusiasmo y amistad, que son un condimento necesario para continuar
trabajando. El espíritu colaborativo del equipo de investigación ha sido una fuente
constante de inspiración y de sinergia positiva, y es seguramente una de las principales
razones de que hayamos podido obtener la financiación necesaria, tanto nacional como
internacional, para las diversas actividades. En particular, este libro se inscribe en el
proyecto “El cerebro y la persona”, que cuenta con el generoso apoyo de la Templeton
World Charity Foundation.
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A todo el equipo estoy profundamente agradecido. Pero dos personas merecen mi
especial gratitud. Mariano Asla fue el primero en leer el manuscrito. La forma final del
libro debe mucho a sus valiosísimos comentarios, correcciones y sugerencias, que
permitieron aclarar oscuridades y corregir inexactitudes. Claudia Vanney, directora del
Instituto de Filosofía, supo resguardar al autor de otras tareas durante el tiempo
necesario para llevar a término la redacción.