Emile ;
Durkheim
La division del
trabajo social
PLANETA-AGOSTINPREFACIO
DE LA SEGUNDA EDICION
‘Aigunas observaciones sobre las agrupaciones
P
profesionales.
Al editar de nuevo esta obra nos hemos prohibido modi-
ficar su primera economia. Un libro tiene una individualidad
que debe conservar. Es conveniente dejarle la fisonomia bajo
Ja cual se ha dado a conocer (1).
Pero existe una idea que ha permanecido en la penumbra
desde Ia primera edicién y que nos parece util desenvolver
y determinar més, pues aclarard ciertas partes del presente
trabajo e incluso de aquellos que después hemos publi
do (2), Se trata del papel que las: agrupaciones profesionalés:
stdin destinadas a lenar en Ia organizacién social de los|
pueblos contemporineos. Si en un principio nos habiamos|
Himitado a aludir al problema sin tratarlo a fondo (3), es por-
que contibamos volver a abordarlo y dedicarle un estudio
especial. Como han sobrevenido otras ocupaciones que nos
hari desviado de este proyecto, y como no vemos eudndo nos
(2), Nos hemos lmitado « supeimic en ta antigua Sntroduccién une trsin=
tena de paginas que en ia actualised nas han parece instile, Explicamoe
por lo demis, esa suprecién en el lugar mismo on que se he cfectuado,
(2) Véase Le Suicide, conclusion,
(3) Vermés adelante, lib, 1, cap. Vi pérrafo tl y cap, VI, péerafo ll.
1sord posible continuarle, queriamos aprovecharnos de esta
segunda edicién para mostrar hasta qué punto esa cuestién
se liga a la materia tratada en la obra que sigue, para indicar
en qué términos se plantea, y, sobre todo, para procurar ale~
jar las razones que impiden todavia a muchos espiritus com-
prender bien su urgencia y su alcance. Tal seri el objeto del
nuevo prefacio.
‘Varias veces insistimos en el curso de este libro sobre el
estado de falta de regulacién (anomia) juridica y moral en
que se encuentra actualmente la vida econémica (1). En este
orden de funciones, en efecto, Ia moral profesional no existe
verdaderamente sino en estado rudimentario, Hay una moral
profesional del abogado y del magistrado, del soldado y del
profesor, del médico y del sacerdote, etc. Pero si se intents
fijar en un lenguaje un poco definido las ideas reinantes sobre
Jo que deben ser las relaciones del patrono con el empleado,
‘del obrero con el jefe de empresa, de los industriales en
competencia unos con otros o con el puiblico, jqué férmulas
més vagas se obtendriant Algunas generalidades sin precision
sobre Ia fidelidad y abnegacién que los asalariados de todas
clases deben hacia aquellos que los emplean, sobre la mo-
+ deracién con que estos titimos deben usar de su peponde-
rancia econémica, una cierta reprobacién por toda concu-
rrencia muy manifiestamente deslesl, por toda explotacion
excesiva del consumidor; he aqui, sobre poco més 0 menos,
todo lo que contiene Ia conciencia moral de esas profesiones.
‘Ademas, la mayor parte de esas prescripciones estan despro-
vistas de todo caricter juridico; s6lo la opinién tas sanciona
y nota ley, y sabido es hasta qué punto la opinién se muestra
indulgente por la manera como se cumplen esas vagas obli-
(2) Véese més adelante, lib I eap. Vl parrafo IL,
2
gaciones, Los actos mas censurables son con tanta frecuencia
absueltos por el éxito, que el limite entre lo que esta permi-
tido y lo que esta prohibido, de lo que es justo y de lo que
no fo es, no tiene nada de fi, sino que casi parece poder va-
riarse arbitrariamente por los individuos. Una moral tan im-
precisa y tan inconsistente no deberla. constituir una disei-
plina, Resulta de ello que toda esta esfera de Ia vida colectiva
esté, en gran parte, sustraida a Ia accién moderadora de Ia
regla.
A este estado de anomia deben atribuirse, como luego
mostraremos, los conilictos que renacen sin cesar y los des-
Gtdenes de todas clases cuyo triste espectaculo nos da el
mundo econdmico. Pues como nada contiene a las fuerzas
en presencia y no se les esignan limites que estén obligados
fe respetar, fienden a desenvolverse sin limitacién y vienen a
chocar unas con otras para rechazarse y reducirse mutua-
mente. Sin duda que las de mayor intensidad llegan a aplas-
tar a las més débiles, o a subordinaries. Pero, aun cuando el
vencido pueda resignarse durante algtin tiempo 2 una subor-
} dinacién que esté obligado a suftir, no consiente en ella y,
J por tanto, no puede constituir un equilibrio estable (1). Las
treguas impuestas por la violencia siempre son proviso-
rigs y no pacifican @ los espiritus. Las pasiones humanas
no se contienen sino ante un poder moral que respeten. Si
falta toda autoridad de este género, Ia ley del més fuerte es
la que reina y, latente 0 agudo, el estado de guerra se hace
necesariamente crénico.
Que una tal anarguia constituye un fendmeno morboso
€s de toda evidencia, puesto que va contra el fin mismo de
toda sociedad, que es el de suprimir, 0 cuando menos mo=
derar, la guerra entre los hombres, subordinando la ley fis
del més fuerte @ una ley més elevada. En vano, para jus
ficar este estado de irreglamentacién, ce hace valer quo
favorece la expansién de la libertad individual. Nada mas
(2) Vor ib, e4p.f,pisrafo 5.