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Prohibida la reproducción total o parcial en libros o revistas
sin autorización previa. •
LAS MORERAS
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GASTON GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO ...
mujer cuya vida monótona comprendo; un niño cuyo ros- en la que volantas y carros levantaban polvo por los cami.
tro me permite aventurar genealogías. . . Sé quienes nos llevando del campo a la ciudad, cereales para los
descansan en el sueño eterno; conozco el destino de sus molinos, forrajes para los animales.
bienes o ta herencia de su sangre. Epoca del optimismo en los colonos que ya en~ique.
Barrio de gente sencilla que envejece y sufre; cercada cidos en sus propias tierras trabajaban con la confianza
por ta tradición de familia o por los guardianes, amistosos de estar cimentando el porvenir del país que los recibió
o malvados, de su reputación; alguien un día aparece por con pródigas leyes, para darles campos vírgenes, herra-
las calles calzando una zapatilla y un zapato, luego una mientas y pan.
muleta. La herrería "de los eucaliptos" era igual a tantas otras
La historia de su infortunio es conocida y pronto ubicadas en extramuros o en medio de campos. Los
nos resignamos ante la idea de su muerte. Familias res- herreros eran complemento de labradores. Y más, algunos
paldadas por sesenta años de residencia honorable; nietos de ellos poseían tierras labrantías y las trabajaban alter-
de desdichados; hijos de proletarios que sufren, que no nando oficios .
salen del antiguo ritmo familiar. Atados por la vida monó- ¡Orgullosa época en la que el buen caldeador se emo-
tona de la ciudad de provincia, transcurren sus vidas cionaba ante su obra, como pintor ante su tela, y dispu-
sedenterias, inalterables. Sus existencias son sacudidas taban a colegas la vanidad de forjar la más resistente cal-
sólo por los hechos que significan un pequefio éxito par. deadura!
ticular o una fatalidad lamentada. En este barrio donde Como esos herreros era el que construyó la casa ro-
mi propia historia no es desconocida, he paseado con deada de eucaliptos.
emoción, porque hace afios que no pisaba sus calles, que Tras las vías del ferrocarril, se conservan sitios predi-
no recibía el saludo de sus vecinos. lectos y las dos viejas moreras, cuyas ramas cargadas de
Llevado por una fuerza irresistible, he pasado los lími- hojas amplias y de frutos pequefios, se inclinan sobre el
tes urbano por la parte sur, hasta llegar a una antigua sendero.
herrería -rodeada por altos eucaliptos-, donde antaño iCuántas veces habré arrojado trozos de ladrillos contra
el yunque resonaba repiqueteado por maza y martillo, sus gajos para que cayeran las moras jugosas que nos
cubriendo con sonoridades un amplio espacio descubier- manchaban los labios, la lengua, la camisa, las manos, y
to, mientras se retorcía el hierro que, más tarde, sería que comíamos con deleite, porque a pesar de la tierra
llanta de carro, reja de arado.
que contenían eran riquísimas! Sí, riquísimas, como no
Conocí al herrero. Era ya un hombre próximo a la vejez, hemos vuelto a .encontrarlas sobre la mesa tendida, dentro
rubio, de rostro barbado --como se ven en fotografías del vaso de vino . . .
antiguas de inmigrantes-, cejas tupidas. Un delantal de Bajo estas moreras de edad difícil de precisar, vuelvo
cuero le resguardaba de las chipas. Era hombre propenso a respirar el aire puro que llega desde la vecina extensión
a reir; saludable de pies a cabeza . . . iViejo herrero tra- despejada.
dicional y srmbólico, exponente de aquella florecida época Quizás mi propio abuelo, que trabajaba en el Molino,
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GASTONGORI
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GASTON GORI Y ADl::MAS, ERA PECOSO .••
pobre pájaro le ha tocado una parte de la desventura durada. No es esto censurable: quizá debamos a esta
general de las aves. propiedad del recuerdo, todo su encanto, su atractivo.
A pesar de todo, soy benévolo con el agua que cae con Hoy, que veo caer y levantarse en espuma el agua de
tanta reciedumbre. Uno al espectáculo de la lluvia, las una esclusa, mientras entre las nubes oscuras zigzaguea
imágenes vivas de un pasado que no está, en verdad, un relámpago desenfrenado, tengo presente mi disgusto
muy lejos. de hace no sé cuántos años.
Por circunstancias especiales en mi existencia, pare- La tarde anterior la había ocupado en la preparación
cieran no ser más que capítulos de una historia leída; una de gomeras, bodoques y piedritas: armas y proyectiles.
de las muchas historias que rodearon mi nii'lez de aven- La víspera de un día de caza en el campo, siempre me
tureros, de selvas fabulosas, de montanas con gnomos e inquietaba. Todos los días buscaba pájaros. Era un per-
hipogrifos, de dragones, de palacios y princesas des- seguidor implacable de cuantas aves picoteaban semillas
lumbrantes ... o desperdicios en las calles, gramillas en los campos, fru-
Por eso, cuanto más trabaja mí madre en defensa de tas en las huertas. A mis años, los elementos cinegéticos
sus aves amenazadas, más deseos tengo de permanecer los constituían armas rústicas pero terribles. Fueron usa.
inmóvil, junto a la ventana, y devolver la vida -gracias das como partes indispensables de mi niñez.
a un don maravilloso que nos fue dado--, a los seres Mi vida transcurría en la calle y en los caminos. Era pues
que han desaparecido como mi infancia. Han desaparecido común en mí, el anhelo de privar a los árboles de
en la sombra, como esas mariposas que suelen ocultarse n!dos y de cantos a la primavera. Pero una cacería orga-
en la humedad, pero que al brillo del sol, surgen res- 111zada me emocionaba. Me parecía adquirir la misma im-
plandecientes. portancia que tenía mi padre, cuando lustraba sus polai-
Retumba el trueno y es más recio el vendaval. Mis re- nas y cargaba sus cartuchos. El día siguiente, era espe.
cuerdos, se me figuran cotiledones hinchados que fecun- rado como sí durante él debieran ocurrir aventuras ma-
dan y alimentan mis pensamientos. Con semejante día, ravillosas. Contaba los ''proyectiles'', los acondicionaba.
puede aceptarse la metáfora .. Seleccionaba los mejores para presas de importancia; los
comunes, para ser disparados a los pájaros que diaria-
El placer de evocar y sazonar las imágenes con atribu-
mente veía. Propenso a los trabajos de la imaginación, me
tos estimables, no es de los menos deliciosos; así ten-
complacía en suponer que algún animal raro caería en mis
gamos que reír, que apiadarnos o sufrir.
manos, ante la admiración de mis compañeros y la envidia
Durante nuestra infancia, los actos y los pensamientos de los desafortunados.
tienen una significación limitadísima, de aquí que, al evo. Porque he de confesar que cuando niño, la desdicha aje-
carios, les agreguemos interpretaciones caprichosas, ex- na no aminoraba un punto mi alegría. No creáis que era
tendiendo sus fines. Los contemplamos como a un pano- perverso. Hoy, el dolor o la desilución ajena, me entris·
rama desde la altura, donde es más clara la luz. A veces tcce. Quiero, a veces, ocultarlo, pero es entonces cuando
recordamos un hecho, y le atribuimos una emoción ma'.
siento más hondamente la desventura de los que sufren.
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GASTON GORI
Y A.DIMAS, ERA P-ECOSO ...
lo irremediable, me abrumó. ¡Llovería! ¡Llovería! Esta- tas se estrellaron contra los ladrillos del patio. Al ence-
ba ya seguro; todo lo haría fracasar la lluvia. Tuve ver- rrarme en mi pieza, no sabía precisar el objeto de mi
güenza de mostrarme muy precipitado, de manera que no animadversión, porque si me disgustaba el agua, también
salí de mi pieza, sino después de dejar pasar un largo me insubordinaba lo que yo suponía en mis padres, poco
rato. Mi padre calentaba agua para tomar mate cuando se arrojo, miedo, falta de comprensión. Debo decir que aún
despertara mi madre. ¡Qué podria decirme que no se en medio de la lluvia torrencial, hubiera salido a pecho
refiriera a la próxima lluvia! iCómo creer qLre consentiría descubierto, a cabeza despejada .
en dejarme salir de casa con el viento que comenzaba a Aquella mañana, ahuyenté sapos que, saliendo de es.
soplar! ¡Y esas nubes que no se cortaban jamás! 1Y el condrijos insospechados, llegaban hasta la galería, persi-
sol que no aparecía! Todos mis deseos, mi afición, me guiendo a saltos, pequeños insectos.
impedían comprender que no era posible esperar más que
agua a torrentes .
-Buenos días, papá ...
-Buenos días. ¿Por qué te levantaste? Va a llover, no
debés salir de casa
-A lo mejor no llueve .
-Sí, va a llover. Es mejor que vayas otro día.
Una sorda rebelión me hizo suponer que mi padre no
era un hombre arrojado. ¡Yo hubiera afrontado la lluvia!
Bien sabía que no siempre existía armenia entre la reali-
dad y lo osado de mis impulsos; y apenas si pude resig-
narme a creer que eran enormes nubes las que en el cielo
dibujaban a capricho imágenes deformes, gigantescas
Era una fatalidad incomprensible; una especie de impla-
cable insensibilidad del ambiente. Yo pedía a la naturale-
za, lo que rara vez concedió a los hombres: docilidad. su.
fría lo indecible y tenía miedo de ver aparecer a mi ma-
dre, porque entonces sí hubiera sido imposible dar un
solo paso fuera de casa.
¡y mi madre apareció! Fui terco y dije que esperaría a
que mejorara el tiempo. Un primer trueno lejano preten-
dió responderme, pero no lo supuse capaz de precipitar
lluvia, ni siquiera garúa. Mas, he aqui que un vientecillo
fresco adquirió proporciones decisivas y las primeras go-
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ARBOL Y TRAGEDIA
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GASTON GORI
y ADEMAS, UIA ~a:coso . ..
-¡Vamos a -sacarle los huevos! idiotizado. Era menester que todo un ciego e inexora-
ble destino los hubiera marcado con puntos de sangre
-¡Y a lo mejor tiene pichones! y veneno para que sufrieran asl.
Fue decirlo y Ernesto, tras dos saltos, tomado fuerte. Sobre el árbol, había quedado un trozo de camisa des-
ment~ del tronco, comenzó a forcejear. Debajo, José lo garrada. La vibora comenzó a descender buscando som-
empu¡aba con un hombro. bra, y cuando hubo desaparecido, quedó el árbol silen-
Ni ramas, ni espinas impidieron que el rapaz, heridas cioso, quieto, en trágica somnolencia ...
ya sus manos, alcanzara a sentarse en una horqueta para
introducir sus dedos por la abertura estrecha del nido.
Dos pájaros revoloteaban sobre sus cabezas. José, de
un hondazo certero, cazó al más hermoso.
-¡Cacé uno! iCacé uno! - gritaba. iSi el nido tiene
pichones, tené cuidado! ¡Cacé al machito!
Ernesto quitaba las espinas para introducir mejor sus
dedos. Dio un grito de alborozo:
-¡Tiene un pájaro dentro! iMe pica! iMe pica¡
-¡No lo dejés salir, tapale bien la entrada ... !
Pero un dolor agudo hizo que Ernesto quitara el brazo.
Gritó espantado. Junto a su mano, una víbora se deslizó
del nido y se enroscó en la rama, con su boca enorme,
abierta, la cabeza erguida; la lengua relampagueante.
Ernesto se descolgó de la rama y cayó al suelo con
el rostro descompuesto por el horror. José, espantado,
como si la desgracia se hubiera convertido en enorme
piedra que lo aplastara, ni se movía, ni hablaba. Por el
campo, huía el niño herido dando gritos desesperados.
El sol ardiente reververaba sobre el agua de un charco
y las cigarras continuaban a lo lejos su canto estúpido.
Ni una persona iba por el camino. Cuando José, corrien-
do, comenzó a comprender, se tiró sobre el pasto como
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EN UNA TARDE DE SOL
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·. 1 CIAITON CIOIII Y ADEMAS, ICIIA 1111:COSO,.,
madres les causaba terror la insolación y todos los chi- Lucio, era rubio, suave y tfmido. Unido a nosotros por
cos vagabundos de mi barrio, creíamos que era, después afinidades inexplicables, jamás mató un pájaro. Era una
de las víboras, el único peligro de muerte. Mas no por bella figura, demasiado pálida para bajar nidos o robar
e~o temíamos y la hora de la siesta, era la preferida. ciruelas ...
Dormían nuestros padres y además, el agua de las lagu- La gomera le quedaba mal; no le resultaba fácil inven-
nas -y esto era muy importante-, estaba tibia. tar tres o cuatro mentiras consuetudinarias, y sin embar-
Sentíamos una fuerte, una dulce, una invencible atrac- go, era nuestro amigo.
ción por las lagunas. Chapaleábamos en el agua barrosa La madre lo amaba con ternura, y cuando íbamos a
con deleite, en el cual participaban encantos extranos· y buscarlo, nos lo ocultaba invariablemente:
profundos. -No. Lucio no está ...
Disfrutábamos de un pequeño mar sonriente, porque Pero nosotros sabíamos que lo tenía sometido a la
ni el barro adherido a las pantorrillas nos curaba de la tortura de su esperanza: cuadernos, lápices y matemá-
ilusión. Renacuajos abismales, nos sumergíamos jubilo- ticas ...
sos. Después de prolongados esfuerzos conquistábamos De los tres, yo era el más zamarreado. Mentía, pero
un triunfo; ya nos sosteníamos sobre el agua y nadába- me castigaban sin realizar prolijas investigaciones. Esca-
mos u·nos metros . pado, procuraba divertirme holgando sin freno; llegaba
Desde entonces, resultó imposible privarnos con casti- tarde a casa a menudo, pues, sien-do siempre igual el
gos de las lagunas. Fueron parte principal de n\,Jestra castigo recibido, gozaba mejor de mi libertad. La pater-
vida. Sobre la superficie del agua turbia, se deslizaron, nal legislación represiva se reducía a una ley invariable:
con nuestro cuerpo, el orgullo y la osadía. Aquella tarde, aplicaciones de cinto. ¡Jamás pude hacer que variara tan
arrojando piedras y saltando como demonios, íbamos dura jurisprudencia familiar!
Lucio, Jerónimo y yo. Jerónimo, morocho, de baja estatu- 1- Cuando en la escuela estudiábamos la Asamblea del
ra, vestía con humildad, pues era pobre. Sus cabellos ig- año XIII, pensaba -aunque no tenía seguridad sobre su
noraban -satisfechos y revueltos--, que existían por empleo en la época-, que debió también abolirse el uso
millones unos utensilios conocidos con el nombre de pei- del cinto para ajustar los pantalones. El cinto grueso y
nes. Además, su nariz jamás había sospechado que ge- largo que utilizaba mi padre para menesteres tan de~e-
s~~d·o
neralmente no se usan las mangas de la camisa para lim-
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GASTON QORI Y ADEMAS, ERA PECOSO ...
- pechirrojo, y al caer como absorbido por los yuyos, co- Y tornábamos, agitados, congestionado el rostro por
rríamos para sorprenderlo; pero surgia de sitios inespe- el esfuerzo y el calor. Jerónimo había atrapado una rana
rados y con un silbido casi burlesco, se elevaba para verdosa y grande. Para llevarla como trofeo, le ajustó una
volver a desprenderse y ocultar su cuello como brasa pihuela de hilo sujetando su extremo con la punta de un
brillante. yuyo crecido en la humedad. Y tornó al agua. Chapaleaba
El cielo límpido resplandecía con el sol. Daba gusto an· braceando a diestra y siniestra.
da: e~ medio del campo oliendo los yuyos, mascando De pronto oímos pasos precipitados y ramas azotadas
anis silvestre y arrojando hondazos. La laguna quedaba por las piernas de alguien que corría. ¡Huimos despavo-
a poca distancia. En las alpargatas se nos habían metido ridos! Tan veloces como corresponde a gente que lleva
SEmillas y, prendidas en las medias, las rosetas nos tor- susto tremendo.
turaban. No era fácil sacarlas con los dedos, pues sus El dueño de la laguna, chasqueando la lonja de un lá-
espinas agudas penetraban en la carne, no demorando tigo, apareció como fantasma. Apenas tuvimos tiempo Lu-
en aparecer gotas rojas en las yemas heridas. cio y yo para alzar nuestra ropa y ganar el campo; Jeróni-
Llegados junto al agua, nos desnudábamos bajo los ra- mo había ubicado mal la suya y sin detenerse a recogerla,
yos solares. Con la ropa hacíamos líos ajustados con el huyó como si tuviera alas en los pies. Corríamos desnu-
cinturón. Era una medida precauciona!, porque ta laguna dos; corríamos como quienes no piensan detenerse ja-
solía estar vigilada desde la casa próxima y el dueño co- más. Saltábamos sobre los abrojos; los cabellos chorrean-
rría a los "bañistas" que enturbiaban aún más el agua do agua, las nalgas embarradas y las piernas rasgadas por
que bebían los animales después del pastoreo. los tallos ásperos. ¡ Corríamos, corríamos! Me pareció oír
Al arrojarnos, estremecimientos de alegría nos ilumi- carcajadas, mas para nosotros, la veloz huida estaba fue-
naban el rostro. Reíamos y chapaleábamos; los pies se ra de toda comicidad ...
nos hundían en el barro hasta los tobillos. El baño ... era Sin saber cómo, cruzamos un alambrado que separa-
hermoso. Arrojábamos agua en las húmedas orilla donde ba el terreno de la vía férrea, y en ese instante un tren
revolaban mariposas amarillentas. nos interceptó el camino. Volvimos la cabeza angustiados.
Salíamos de la laguna y volvíamos a entrar para disfru- ¡Oh, alivio! El hombre, el terrorifico hombre del látigo, ya
tarla mejor. no nos perseguía. Estábamos salvados.
-¡Mirá! iYa me sostengo! Un señor calvo, mirándonos por la ventanilla del último
&:-ilucio, corramos una carrera hasta aquel yuyo que coche, nos sonrió haciendo ademanes incomprensibles.
~sale del agua ... ! El tren, gigantesca escolopendra, se alejaba como si fua,a
-Vamos! marcando sobre la tierra, las paralelas de la vías.
Y dando saltos en los sitios poco hondos, salpicando Jerónimo comenzó a llorar con nerviosidad, exclaman-
agua y carcajadas, llegábamos y nos dejábamos caer de do tembloroso:
pecho sobre la meta señalada. -iMi ropa! ¡Mi ropa! ,Se llevó mi ropa!
-¡Era de ida y vuelta! -¡Qué "juleje"!
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GASTONGORI Y ADEMAS, ERA PECOSO .. .
¿Estás seguro de que te llevó la ropa? dos y lloraríamos seguros que Jerónimo no podría ya
-Sí, me llevó la ropa, me llevó la ropa ... volver a la ciudad .
Una zozobra angustiosa nos dominaba. La impresión
Lucio y yo comenzamos a vestirnos. La camiseta se
de lo irremediable nos hacía desgraciados, porque en el
nos adhería al cuerpo mojado. Jerónimo temblada, y no-
fondo del corazón, iba esfumándose toda esperanza de
sotros también .
hallar la ropa abandonada con más prisa que prudencia.
Teníamos la sensación angustiosa de una pérdida irre- Cruzamos nuevamente el alambrado, esta vez, arrastrán-
parable, de una catástrofe vecina. Jerónimo desnudo, era donos contra la tierra. Grandes rayones verdes dieron a
un problema colectivo. mi camisa, aspecto lamentable. Dos imágenes teníamos
-Vayamos bajo aquellos paraísos, dije, para que no incrustadas en el cerebro: la ropa de mi amigo y el látigo
te vea nadie, luego volveremos a la laguna. Quizás no del hombre.
haya visto tu ropa. Nuestra culpa nos parecía gravísima porque a nues-
Llegamos y nos sentamos en el suelo. Lucio estaba tra edad, conocíamos cuán severamente se nos castigaba
pálido. Mientras se quitaba una espina clavada en un por motivos de menos trascendencia. Resueltos a llegar
pie, temblaba a punto de estallar en lágrimas. Jerónimo hasta la laguna continuábamos avanzando entre los yu-
miraba·hacia el campo con ojos extraviados. · yos. Las espinas nos torturaban las manos y las rodillas.
-¿Cómo vamos a volver? ¿Y si nos corre otra vez? El sol nos quemaba la espalda. Sofocado por el calor y el
-Prepará, Lucio, tu gomera. Iremos dentro de un esfuerzo, sentía que gruesas gotas de sudor resbalaban
momento y si aparece, lo apedreamos. por mi frente y mejillas. El recuerdo de mi padre me asal-
-No, yo no voy ... Tengo espinas en los pies; me tó de pronto. ¿Se enteraría de esta riesgosa escapada? La
duelen. aventura parecía ahora tan osada, que me anonadaba.
-Jerónimo, iremos los dos. Tu ropa debe estar en Procuré disimularlo.
la orilla, entre los yuyos ... -Lucio no se atrevió a venir -dije-. No tenia espi-
Salimos del monte de paralsos llenos de cuidado. El nas en los pies: tenía "fuchi-fuchi".
corazón nos latía con fuerza. Sorteábamos los cardos -¿Y si la ropa no está?
espinosos, sin decirnos palabras, esforzándonos por pa- Jerónimo no me oyó bien. Estaba prox1mo a llorar y
recer" valientes. Por instantes me parecia que íbamos a temblaba. Tenía libertad en su casa, pero la k!ea de que-
cometer un delito, pero una sensación de arrojo hacía dar desnudo, lo llenaba de angustia. El sol brillaba refle-
que pisara con brios los pastos. A medida que avanzába- jándose en el agua. Llegábamos. Sí, llegábamos derrota-
mos la soledad del campo y su silencio, acentuaba lo dos por sensaciones confusas. Los oídos nos zumbaban,
tem¡'ble de la empresa. Los músculos se me aflojaban, las piernas se negaban a seguir arrastrándose. El cora-
temblaban mis manos. Jerónimo, desnudo, complicaba zón, agitado, se nos subía a la garganta. Una mata de
mis pensamientos. No, si et _hombre a~recfa, no tendrí~- espartillo sobresalía del borde del agua. Fuimos hacia
mos valor para arrojarle piedras. Huiríamos despavori- ella con la vista nublada por la impaciencia. Un grupo de
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GASTON OOltl Y ADEMAS, ERA PECOSO ..•
mariposas revoloteaba sobre la tierra húmeda, pero jun- ¿Qué poder. qué Dios se había ensañado con tu pobre
to al espartillo, mo había nada! El estupor, el miedo, nos VI'd a.? ·
agobió. Jerónimo temblaba más aún, desorientado, con- Desnudo y desorientaoo, presentiste lcr e~istenc1a de
fuso, abrumado. Hice un esfuerzo por animarlo. Me erguí un poder ciego y extraño que echaba sobre t1 el peso de
y caminé hacia todos lados en búsqueda que sabía inútil. una culpa demasiado común para ser tan grave. ¡Tu ropa!
No quería mirarlo, pues me parecía que irremediable- ¡ Tu ropa! Amigo mío: eras pequeño para compfender Y
mente rompería a llorar . . tu alma intrincada, sólo supo hacerte llorar. Sabias :--cs-
-No está, se la llevó- dijo, y sus manos nerviosas, curecido tu pensamiento y angustiado tu corazon.-,
se retorcían . que a un niño desnudo, se lo avergüenza º. se lo cast!ga.
La tierra vacilaba bajo sus pies, y el sol, contra su Por tus ojos enrojecidos, lloraba la infancia persegu1.da.
cuerpo desnudo, lo ahogaba en un mar de confusión. Tus manos temblorosas como pájaros con fno, mustias,
no enjugaban tus lágrimas y daba pena tu rostro.
Miramos hacia la casa cuyo techo sobresalía entre los
Comprendimos en el albor de nuest~a. pubertad, que
árboles, a unas cuadras de la laguna, y como a nadie vi-
suele pagarse con llanto amargo las delicias que escasa-
mos, adquirí en ese instante un aplomo insospechado.
mente se nos ofrece .
Jerónimo me causaba ya menos pena. Me limpié con la
Un hermoso momento de libertad y alegría, concluyó
gorrar el sudor que me corría por la cara a grandes
gotas. con tus lágrimas . . .
La luz brillaba en tu cuerpo moreno y abatido.
-Vamos, dije, ya buscaremos tu ropa y tu papá cas-
tigará al hombre que te la llevó. Regresábamos en busca de Lucio. Ya no reparábamos
en las mariposas que se sostenían vola~d? sobre las_ m_ar-
-No, nos van a castigar a nosotros. ¡Mi ropa, qué ha- garitas y los nomeolvides silvestre~ m 0tamos el s1lb1do
go sin mi ropa! ¡Cómo vuelvo a mi casa! suave y casi lastimero de los domm~es que posados en
-No tengas miedo. Vamos a buscarlo a Lucio. las ramitas secas, henchían el plumaJe de sus gargantas
-Mi ropa, mi ropa, qué hago ahora así desnudo ... pardas. De vez en cuando volvía_m?s la, ca~eza temero-
-Te presto mi calzoncillo. sos. más, en la casa vecina, se d1stingu1a solo un confu.
-No, no; yo voy a pedirla .
so movimiento de animales.
-¿Desnudo? ¿Te parece que podés ir desnudo? -¿Ahora qué hago, Dalmacio?
Me miró con ojos desalentados: toda esperanza se -No te asustés, ya buscaremos tu ropa. Tapate la
había apagado en su miraba sin brillo. cabeza con hojas. Te vas a insolar. .
iAh! pobre amigo mío, debiste sentir por vez primera, -¿Cómo habrá visto mi ropa? , .
cómo se nos abruma el pensamiento y el corazón, cuando -Vió que corrías sin ella, por eso la busco. A lo meJor
nos hace sus víctimas la fatalidad. · la lleva a tu casa. ¡Entonces sí ... !
Debiste sentir sorda rebeldía contra lo implacable de -¿Nos habrá conocido?
tu mala suerte . -No sé; no es nada . . .
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GASTON GORI Y ADEMAS, EltA PECOSO ...
-No es nada pero estoy desnudo ... taba en armonía con las dificultades del trance. Su aban-
- Jerónimo caminaba automáticamente y comprendí en dono respondía a una inclinación invencible de su natu-
trance tan desdichado, lo inexorable de las costumbres raleza. Hoy lo perdono más que nunca, porque de la
humanas. No somos bastante inteligentes como para vida, no ha conocido después más que la caricia superfi-
comprender que un niño desnudo es como un pájaro, co- cial de la fortuna.
mo una flor. Jerónimo con sus carnes al aire y al sol. -Bueno, tenemos que pedir la ropa al hombre. ¡Yo
estaba abrumado y acorralado. La humanidad vestida, voy a ir!
era su enemiga. Yo me sentía con más aplomo. Una ge- -¿Y st te corre?
nerosidad sin límites, me impulsaba a sacrificarme por iNo, no me va a correr!
él. Una firmeza inusitada se apoderaba de mi ánimo y
Cuando llegamos al sitio donde Lucio debía esperar- agigantaba mi corazón. Fue una revelación lumino~.
nos, quedamos asombrados: no estaba. Más que firme esperanza, la certidumbre me robustecía.
¡Luuuciooo! Llamé con todas mis fuerzas y mi voz se Me daría la ropa, porque multitud de altas razones me
perdió en la espesura de los árboles. El silencio que si- brotaron de pronto en el cerebro; y un raro instinto me
guió nos dio la impresión de una mayor soledad . aseguraba que las palabras sinceras y ardientes, con-
Lucio nos había abandonado: ya no tenía espinas en mueven, no sólo a un hombre, si.no a los mismos troncos
los pies. desparramados por el suelo, en uno de los cuales me ha-
-¿No te dije? Lucio tenía miedo; no es un hombre. Yo bía sentado .
leí una vez una fábula: "Los dos amigos y el oso". Lucio Razonamientos fundamentales se encontraban, cho-
es igual al que se subió al árbol abandonando al compa- caban, bullían; las más elocuentes palabras me surgían.
ñero. No seamos más amigos de él. Por miedo nos Intuía el desenvolvimiento de una dialéctica invencible,
abandonó. viril y tierna a la vez. Seguro de mi embajada, quería
Los labios de Jerónimo temblaban. Tenía la mirada afrontarla yo sólo. Mi individualidad infantil, rebelde y
vaga y hubiera bastado una palabra de cariño, para que decidida, tuvo como guía la límpida moral de mi padre,
echara nuevamente a llorar desconsolado. para quien todas las virtudes se resumían en dos: la hon-
- ; Luciooo ! Llamé de nuevo. No sabía para qué, pero radez y la verdad .
llamé. Tenía certeza: mi cometido era honrado y no diría otra
En el fondo de mi corazón lo perdonaba. Comprendía cosa que la verdad. Por eso, mis pensamientos me pare-
que su debilidad era mayor que su osadía. No, no era cían luminosos, deslumbrantes.
valiente, y hoy me sonrío ante el recuerdo de un abando-
no tan irreflexivo. Huyó por solidaridad: el sintió nuestro
mismo desasosiego.
Comprendió el alcance, entonces lamentable, de una
aventura tan poco afortunada. Su carácter dulce, no es-
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El RESCATE
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·. ) Y ADEMAS, ERA PECOSO . ..
GASTON GORI
tuvo de la camisa; el desgarró11, no fue tan grande como ron! ¡Oí su voz áspera, como venida de lejos, como si no
mi presentimiento: el mal augurio me había abierto la le perteneciera.
tela ... -¿Vos eras uno de los que estaban en la laguna?
-Este, sí señor ..
La desventura se presenta a los nii'los bajo signos di- -No tengas miedo, que no te voy a comer.
versos. Como si hubiesen heredado las antiguas creen- -Sei'lor, este ...
cias de la especie, que indagaba en las entrai'las de los -¿Dónde están los otros muchachos?
animales y en el vuelo de las aves, se ciernen en su mun- -No pueden venir ... está desnudo ...
do las coincidencias predecesoras. La lógica infantil, se Me miró con firmeza, tenía el cabello rojizo y crespo;
aventura en el mito y la adivinación. me ahogó la impresión de que todo estaba perdido sin
Había perdido fuerzas mi propósito, el valor me aban- remedio.
donaba como humo que se extiende en el aire. Después -¿Cómo te llamás?
de cruzar las vías del ferrocarril, era necesario saltar -Dalmacio Gálvez, señor .
una zanja con agua. ¡Cien veces la había saltado con éxi- ¡Nombre y apellido le había dicho! Puesto a rodar en
to! Pero aquel día, un pie se me embarró ha.sta el· tobillo. la fatalidad, me había precipitado en ella con ánimo irre-
¡Mal, muy mal! Limpiándome en las matas de pastos, frenablemente inerte. Retrocedí esquivando el olfateo
pensé que sería piadosa la tierra si me tragara. La em- de los perros y tropecé con un tarro ... ¡Todo me per-
presa adquiría proporciones desmesuradas. No, no esta. día! El ruido de la lata vacía me avergonzó aún más. Ya
ba ya tan dispuesto, y para hacer el camino, se me ocu- no hubiera podido articular ni una palabra sensata. El
rrió también que nunca como en ese instante era nece- hombre era algo así como un verdugo tremendo; los ár-
sario ese polvo de propiedades maravillosas de que ha- boles se desvanecían formando un extraño escenario. Ni
blaban algunos amigos. Haciéndome invisible, era la con la mínima parte de mis planes me defendía: el ce-
mejor manera de rescatar la ropa de Jerónimo. Pero no rebro se me licuaba ...
obstante el rigor de mis deseos, no conseguí la impon- -¿Cómo se llaman los otros?
derabilidad de mi cuerpo y debi caminar con espíritu Quedé estupefacto.
abrumado, vencido. Más que nunca comprendí a Lucio; -¿Cómo se llaman los otros?- preguntó con más
p~ro al recordarlo, tuve presente la fábula, y su signifi- fuerza.
cación robusteció un tanto mi ánimo. Lá casa ya estaba -Uno Jerónimo; al que se fue no lo coriocía.
cerca. Unos perros tremendos ladraban junto a la tran- La Providencia debió hablar introducida en mi boca;
quera. La inminencia del instante decisivo hacia que la pero era una escuálida Providencia .
sangre me afluyera al rostro. Lamentable aspecto debla -¿Dónde está el de la ropa?
ofrecer mi extremada zozobra, porque cuando el hom- -Está llorando, allá en los árboles.
bre venía caminando hacia mi, hacia callar a los canes -¿Y porqué no pidieron permiso para bai'larse?
casi sonriendo. ila duda y la esperanza me confundie- -Senor, no sabiamos ...
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.
Una señora se aproximaba seguida por un niño. De- triunfo apretando el trofeo rescatado de tan tímida ma-
biéronse iluminar mis ojos, porque lo inesperado como nera. En mi prisa tropezaba con terrones. Largos y des.
una ráfaga, dio fuerzas a mi corazón; ¡ la señora traía la pejados me parecía el camino y como si hubiera renacido
ropa bajo el brazo! a una nueva libertad, respiraba con gusto, mientras aso-
l.. Hubiera querido no hablár más, tomar el lio y salir co-
ciaba pensamientos risueños a la indudable inquietud de
rriendo hacia el camino. Dejar a mi espalda la escena mi amigo.
final, liberarme, encontrarme a mí mismo: eso quería, Impaciente, inicié una carrera jocosa seguido por un
porque estaba humillado por mi escaso valor, por mi remolino de mosquitos que zumbaban sobre mi cabeza.
cara congestionada y por las palabras que enredaba con . ila ropa! ¡Llevaba la ropa! La encrucijada estaba resuelta.
torpeza. · La tremenda complicación, se había deshecho como nudo
El ambiente se me despejaba y era ya más firme el que se desata por extremos inesperados. Llevaba la ropa
suelo bajo mis píes: la señora sonreía. y eso era la felicidad. Jerónimo podía cubrirse nuevamente
y adquirir el perdido decoro y valor. Podría afrontar el
Quise a mi vez sonreírte y mi gesto de simpatía fue un
juicio de los hombres y los rayos del sol que le habían
fracaso. Las pupila::; del pelirrojo ne me abandonaban.
martirizado las carnes. ¡ La ropa! ¡ Llevaba la ropa!
Entre azorado y sonriente, debí estar ridículo.
Corría ya entre los yuyos y al llegar junto a la zanja
Nadie sabrá de qué manera, ni con qué palabras fue
del mal augurio dí un salto tal, que el barro quedó a dos
puesta la ropa de Jerónimo en mis manos. Perdí toda
metros de mis talones envalentonados. ¡ Despreciable obs-
noción del espacio y del tiempo. Sólo sé que al agrade-
táculo para tamaña alegría!
cerle, quise iniciar una gran oración de reconocimiento.
demostrarles con elocuencia, que no estaban ante un -¡Jerónimo! ¡Jerónimo! - Me arrojé de bruces y crucé
chico vagabundo; y que al _ir a buscar la ropa obedecía el alambrado sin tomar siquiera un hilo.
al imperativo de una conciencia clara como el cristal. -¡Jerónimo! ¡Jerónimo!
Confieso que balbucí apenas un entrecortado mea-culpa, Su turbia cabeza asomó sobre las biznagas. Permane-
mientras se acercaban unos niños arrastrando un carro ció sin moverse, absorto por lo increíble. Yo arrojaba su
irrisorio. ropa por el aire en el colmo de mi alegría; llegué hasta él
Abrí la tranquera seguido por los perros, que olis- empapado de sudor. Jerónimo, no articulaba palabra, mi-
queban mis ropas; mediante olfateos displicentes, se raba sus prendas como si estuviese frente a maravilla
habían solidarizado con la actitud de su dueño. El instinto deslumbrante.
doméstico les arrugaba las narices. Dejé que contin!,Jasen Hoy pienso que, en verdad, eran milagrosas su cami-
a mi lado. Cuando se volvieron, quedó roto el ú1t1mp- sa y su pantalón pues estaban lamentablemente deshila-
vínculo. Hombre, señora, látigo, chicos, árboles a mi es- dos y sin embargo, aún se parecían a ropas de niño. Al
palda, quedaban como una visión fatídica. Apresuré mis recordarlo así, tengo la certidumbre de que su pobreza
pasos y al pensar en Jerónimo comencé a saborear el era mayor de la QUe en mi infancia le suponía.
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GASTON GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO • ..
Quizá por estar tan deterioradas, me las devolvieron con gallardía triunfal. Nosotros habíamos perdido la ale-
~in mucha resistencia, Nuestra culpa habrá parecido me- gria, porque serios motivos nos obligaban a reflexionar.
nor porque semejantes astrazas no despertaron la más Además, no éramos libres. Amenazas innumerables
leve codicia ... nos ataban la boca y guardábamos silencio pertinaz.
Jerónimo se pasaba las manos por sus cabellos hú- El sol doraba con luz mortecina el extremo de una chi-
medos. Cuando se hubo vestido, quedamos un tanto des- menea, y resplandecían, apenas, algunos techos de cinc.
concertados; como si el temor sufrido, al desaparecer, El campo, a nuestra espalda, se envolvía ya en el silencio
nos mostrara íntimamente pusilánimes. d~I atardecer. Mugidos prolongados hendían el espa-
Nos sentamos sobre las hierbas. Solos, bajo los árbo- cio, Y un~ bandada de morajúes dibujaba el capricho de
les y rodeados de campos extensos, teníamos aspectos su vuelo irregular como si el viento se los llevara ...
de verdaderos vagabundos. ¡ Siquiera hubiesen volado
pájaros para perseguirlos y olvidarnos así del apuro pa-
sado! El ambiente sereno era propicio a los presentimien-
tos. Se nos ocurrió simultáneamente que nuestra pillería
podría ser contada a nuestros padres. ¿Acaso no había
dicho-mi nombre? Eso era el colmo. Intrigas insospecha-
das, coincidencias fatales nos amenazaban con la segu.
ridad de una paliza inevitable. Estábamos ante el tortuo-
so camino que sigue el pensamiento de la infancia asus-
tada. Habíamos tomado aires de gravedad y mientras cor-
taba un gajo de biznaga, disimulé un serio suspiro.
Después de largo tiempo, resolvimos volver a casa. Ya
teníamos secos los cabellos. En tal punto no éramos bi-
soños: el aire se había tragado la humedad delatora.
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El DIABLO
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GASTONGORI Y ADEMAS, IRA PECOSO •..
que el ángel de mi guarda. Me preocupaba hasta hacer- la conciencia me remordía más que a Jerónimo, pues-
me caer en hondas cavilaciones. Un punto permanecia to que le ocultaba mis sentimientos.
muy oscuro: ¿cómo podía, de noche, introducirse en la -Dalmacio, no le contemos nacta a los muchachos.
pieza cerrada? Más, se me ocurría que él poseería el po- -Claro, y si van otros, que los corran. Pero sería
der tantas veces deseado por mi: el de hacerse pequeno, lindo contarles ...
invisible y recorrer impunemente todos los sitios.
Al aproximarnos a las calles de la ciudad, callábamos.
Una vez pensé que mi abuela se daría un susto tre- dominados por pensamientos diversos e imprecisos.
mendo si yo, vuelto de pronto invisible, le cortara el ro-
dete para arrojárselo a sus pies. El diablo poseería el
secreto para cortar rodetes y refr a su gusto .•.
Eso lo pensaba de día; ¡de noche jamás! De noche el Para abrir la puerta que daba acceso al patio de casa,
diablo era distinto, ni lo queria imaginar por temor de era indispensable empujarla con fuerza, apretando su
atraer su atención. Sí, el diablo existfa, · puesto que le falleba herrumbrada.
tenía miedo. La abrí sin apuro: iba a introducirme en una zona de
Cuando regresábamos con Jerónimo, después de pa- peligro. Podía denunciarme el color del rostro. Mi ma-
sado el instante de emociones borrascosas, pensé que dre cosía en su máquina, inclinaba la cabeza sobre la
no bastaba ocultar nuestra aventura a mi padre; era in- costura que se corría con el movimiento ruidoso de los
dispensable borrarla definitivamente de la memoria ha- pedales. Pasé junto a ella silbando una canción escolar;
ciendo esfuerzos para reír o jugar despreocupados. La ni me miró, siquiera. Fue una ventaja que aproveché.
amenaza se cernia sobre mi cama, agazapada en las Muy calladito, entré en la cocina; en el cajón faltaba
sombras. Si hubiera poseído un mayor conocimiento de leña. Era mi trabajo habitual llenarlo de combustible,
la naturaleza moral del demonio, mi tranquilidad podría habitual, pero no placentero. Siempre lo precedía una
haberse comparado con la de las flores en un día sin reprimenda, cuando no un castigo, porque lo único que
viento. Pero el demonio para mí, perseguía a los malos: no he sentido nunca, es el placer de trabajar cuando
de tal manera, lo convertía en guardián de la bondad me lo mandan.
infantil. Seguro de mi falta, crefa posible que tirara de En una carretilla cargué los trozos de leña; me había
mis cobijas. Tenia los pensamientos absorbidos por la arremangado la camisa sin notar que tanta disposición,
idea espeluznante. Deshaciendo .el. camino, Jerónimo me pudo ser una imprudencia sospechosa. Empuñé los man.
aseguraba que no irfa más a la laguna; yo quería mos- gos como quien pone su alma en el trabajo. ¡ Nunca el
trarme menos temeroso. disimulo se había en mí revestido de acciones productivas!
-Poniendo uno que vigile, es fácil baftarse sin mie- Cuando mi madre me vio descargando la leña, dijo al ·
do; pero si te parece, no volveremos ..• azar pero con ironía: "Hoy va a llover ... ".
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.,
GASTON GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO ...
No, mi pobre madre no había sospechado nada. Afron· Al anochecer salí de casa para caminar por las vere-
taba la vida'. en aquellos años, con dificultades, y quizá das con esperanza de hallar a Lucio, para contarle el final
era~ ~en:i~s,ado .amargas las penas que la aquejaban. de nuestra aventura: hlstoria fabulosa que compuse te-
~a ms1gn,f1c~nte Impr.uden·cia de su hijo pasaba inadver- jiendo detalles imaginarios. Me basada en ía heroicidad
tida, como piedra cubierta por el agua del río. Terminada que no pudimos demostrar, y nos habíamos convertido en
mi labor, me dijo con dulzura: estupendos aventureros de capa y trabuco.
-Dalmacio, tenés la cara enrojecida y bastante sucia. El látigo se transformó en escopeta; el dueño, en mu-
Andá a lavarte. chos hombres; nuestro temor, en valerosa actitud con
evidentes rasgos de temeridad. Menos que prudentes nos
¡ Nunca saqué agua del pozo con brío mayor! Sumergí mostramos desafiantes; los temblores y las lágrimas se
toda la cabeza en _la frescura del agua, tan agradable, trocaron por gestos recios de belicosidad.
como el ~ostro de inocencia, confianza y ternura de mi
mad~e. S1, su ternura era fresca y se acrecentaba con el Actitud aguerrida la nuestra, fue indispensable una
agobio de sus pena_s. Debería sufrir mucho, porque dejó batalla para rescatar la ropa arrebata?ª e~ un acto d~
s~ costura para peinarme y besándome en las mejillas, egoísmo detestable. Se nos habían pedido disculpas. Fui
dlJO:. mas magnánimos, consentimos en saludarlos al despe-
dirnos.
-Podés ir a jugar donde quieras ... Lucía no oyó el enorme cúmulo de mentiras y regresé
Hu~iera querido .abrazarla fuertemente y contarle to· a casa, imbuido en turbios pensamientos. Ya no era más
das m,s faltas; decirle también que la mañana anterior, un héroe.
le ~abía roto un gajo de amaranto, y que estaba escondido Oscurecía el barrio. Algunas mujeres sacaban sillas
ba10 la maceta grande del malvón . . . Pero la déjé sin para sentarse a tomar fresco en las veredas. Saludaba
volver la cabeza, avergonzado y enternecido. No salí. Me sin distraerme. Con mi gorra echada hacia atrás, caminaba
senté. en un rincón del patio con mi vieja flauta, sucia y a pasos lentos. Las ideas más contradictorias se_ me, ocu-
desafinada. Tampoco tenía deseos de tocar, es decir, de rrían. El secreto que debía mantener, me parec1a aema-
sopl~r e~ ella. Los pensamientos me abrumaban y mi siado grande; creía traslucirio en los ojos, en las manos,
concIencIa me pesaba como un trozo de plomo. Todo el las torpes manos que, cuando la confusión se apoderaba
resto de la tarde pensé en mi madre. Su bondad se me de mi no sabía donde ocultar. Pero por sobre todo. no me
reveló tan plena como en una noche lejana, noche de in- atrevía a enfrentar una imagen. Ahora me perseguia
vierno. La había sentido junto a mi cama, palpándome las más que nunca. ; Roja imagen, maligna y cornamentada:
cobijas; y cuando se hubo convencido de que estaba arro. Se acercaba ya la noche y me espeluznaba la probable
pado, se retiró despacito, silenciosa; simulé estar dormi- aparición del díab!o. Hacía. esfuerzo po_r ahuy~n;~:--lo de
do y cerré los ojos para retener con fuerza su dulce ima- mi pensamiento. "¡ No, el diablo es un~ mvencIon · . _Per?
gen. Sentía a mi madre en mi corazón. si en verdad existía, mis piernas coman el nesgo mm,.
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GASTON GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO .. .
nente de ser tironeadas. ¿Por qué al diablo le gusta tirar Cuando apagué la luz, aumentaron prodigiosamente. En
de las piernas? No, pero no quería pensar más en él. el centro de ellas, el rostro entristecido de mi madre pre-
Entré en casa muy callado. Mi madre -ayudada por dominaba, las borraba, las sustituía, se agigantaba; me
mis hermanas-, trabajaba sin alegría; velaban sus ges- producía la impresión de tenerla ante mí, aureoladz por
tos hondas cavilaciones. Envolvíalas un ambiente de tris- el resplandor final de la luz al apagarse. A veces, círculos
teza. Mi padre, serio, entró en la cocina; salió luego a la oscuros se me introducían por los ojos, en juego inverosí-
veranda con mi madre y hablaron en voz baja. Tanta re- mil de tinieblas irritadas.
serva, tanto enigma, me conturbaba. Se cernía en el aire,
Estuve así durante un tiempo que me pareció lar.
en las habitaciones, en el patio, el presentimiento, el llanto
guísimo. Mis imaginerías me desasosegaban. Y lo que
del drama. Nada sabía ni sospechaba fuera de mis pro-
quise evitar, lo que desechaba insistentemente, vino de
pias angustias. Por eso, me sentí hondamente culpable.
pronto hacia mí desde su reino de sombras ...
Tuve la impresión de una invisible amenaza que yo mis.
m" hubiera provocado. Mi escondida aventura se trans- Sus confusos contornos se precisaron y todas las imá-
formaba, para mí, en motivo de tristeza traído a todos genes desaparecieron ahuyentadas. El miedo comenzó
los que tan caros eran a mi corazón. a dominarme. Se diluía en la oscuridad mi cerebro, mi
Quería hablar, decir la palabra que aliviara el silen- corazón, mi cuerpo.
cioso dolor. No obstante, circunscribiéndome voluntaria-
Apreté fuertemente los párpados y se · me aproximó
mente a la realidad, comprendía que lo acertado, era. ca-
veloz, desplegando su capa abanicada, como atraído por
llar.¡ Y callé dolorido, muy dolorido!
algún fuerte imán. Asustado, los abrí nuevamente, y en la
¡ En esta nueva desdicha debería concluir un baño en.
intensa oscuridad, se evaporó como un gas descolorido.
torpecido por mala fortuna! Así lo pensaba. En mi corta
vida, había reflexionado sobre el empeño de la adver- Lo sentía ahora en torno a mi cama palpando las col-
sidad: cuando nos golpea, no nos deja hasta vernos chas, y en mi angustia reprimida, grité: ¡ Nilda ! Mi voz
exhaustos. hizo más profundo aún el silencio de la noche. Mis pier-
nas me parecían larguísimas; las recogía hasta tocarme
el pecho con los muslos; pero los pies tomaban dimen-
Después de cenar, nos dijo mi madre: siones enormes, se estiraban, sobresalían de los respal.
-Vamos, chicos, deben acostarse. porque con papá dares, se prolongaban desmesuradamente en la oscu-
ridad ...
saldremos. Volveremos pronto, pero es mejor que duer-
man. ¡ El diablo me llevaría, sí, me llevaría! Hacía esfuerzos
Me metí en la cama desganado. Mis pensamientos se por contener la respiración agitada. El sudor me cubría
multiplicaban, se sucedían sin coordinación, como ·si una la frente.
rueda girara en mi cerebro mostrando infinitas imágenes. Recurriendo a toda mi valentía, como quien triunfa o
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GASTON GORI
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GASTON GORI y ADEMAS. ERA PECOSO ...
M,s elementales conceptos sobre la vida humana, me ce, maravilloso porque me sumergía en el mundo inq~ic-
volvían desdeñoso para con las imperfecciones. La belle- to de una realidad incomprensible cuando más sentida.
za, en cambio, me deleitaba hasta aturdirme. Cierta vez Meses hacía ya que sufría hondas emociones, _sin que ~a-
sorprendí a dos palomas que se restregaban los picos, die lo descubriera. No, mi maestra no lo hub1~ra pod1d_o
posadas sobre una derruída cornisa que doraba la luz sospechar porque si mucho lo ocultaba a los o¡os d~ ~1s
del atardecer, y el misterio de una verdad deliciosa, me compañeros, más aún a los de ella. Y era gue una n1~a,
llenó de goces indefinibles. sentada a la par mía, me miraba como ninguna am1gzi
Caminando entre las plantaciones de naranjos flore- me había mirado. .
cidos, aspiraba el perfume dulce y penetrante; era para · Cuántas veces me pedía una goma prestad~ sin ne-
mí una delectación inefable. ce~itarla ! ¡ Su voz, me parecía la voz más gracias~ que
A mi vida bullanguera y desobediente se unía el movi- oyera en mi vida'. Cuando pasaba al frente_ y me_ ~1raba,
miento y el color de los seres y las cosas placenteras. un aislamiento completo me rodeaba y solo ex1st1~. ella
Era como si las guardara para mi intimidad, a manera de para mí. En el ambiente del aula,. nuestra complicidad
sahumerio exquisito que me refrescara en secreto: rin- callada daba un distinto ritmo a la vida escolar. La escue-
cones amorosos de un corazón fácil a la ternura. Descon- la, pronto, no fue más que ella y cada día se renovaba el
siderado para con mis compañeros, y con suma fre- encanto de mirarla. . . .
cuencia cruel con los animales, sentía, no obstante, cierta -Allí estaba el secreto de mi asistencia puntual'.
piedad por la vida de los pájaros. Cada vez que tenía en Me inquietaban los días nublados; temía que las puer-
mis manos ensangrentadas y culpables, sus cuerpecitos tas de la escuela se mantuviesen cerradas. ¡ No ver a
destrozados, me conmovía por un instante. La alegría y Berta! No perdonaba a la lluvia que me privaba ~e un~
el dolor de un niño, son tan intensos como fugases. emoción tan tierna como nueva. Hacía esfuerzos 1naud1-
tos reconcentrando mi pensamiento para obtener clara-
La atracción de lo bello, me poseyó entonces, e inca-
mente la imagen de un sol esplendoroso despejando las
paz de comunicarlo, saboreaba una buena impresión en
nubes. Pedía así al cielo, el milagro de su color y su luz
la soledad de mi espíritu. Para mis amigos, reservaba
en nombre de mi corazón impaciente. Ni cuando el agua
las pullas; para mis padres, los disgustos. De aquí que
arreciaba perdía mi fe en el prodigio. En las calles se
una vida distinta estaba como refugiada dentro de mí.
formaba barro y poca gente las transitaba, no obstante
Pensamientos no comunicados; ideas absurdas; propó-
mi idealismo me sostenía, me fortificaba.
sitos desmedidos, informes o deslumbrantes; sentimien-
Salía de casa a la hora de costumbre oculto bajo un
tos que un pudor invencible hacía que los mantuviera
paraguas enorme -gnomo cubierto por un hongo negro
reservados. De los arañazos del exterior, defendía una
crisálida ingenua cuyas alas, demasiado débiles, hubie- y amplio-
Mi cariño por Berta era tal que no sa~aba __la cabeza
ran caído apenas descubiertas por ojos extraños.
para recibir en la cara el agua fresca. La privac,o~ d~ este
En el aula guardaba más hondamente un secreto dul- goce constituía prueba segura del poder que e¡erc,a so-
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GASTONGORI Y ADEMAS, ERA PECOSO .•.
b_re mí. Fu~ mi primer humilde sacrificio en la larga se- La voz me salía cascada por los temblorosos movimien-
ne que la vida amorosa me exigiría después, más duros, tos de mi boca. Una ola de calor me enrojecía el rostro y
seguramente, cuando no dolorosos. como vengándome, en níngún momento miré a Berta y
soltaba su mano cuando podía hacerlo. No sentí el placer
Evitaba la lluvia por razones de estética. Hoy, por pla- del juego, porque estaba aprisionado mi corazón en mis
cer !ª busco y l_a disfruto con todo el rostro azotado por
:1 viento. Camin~r contra la lluvia, verla agitando los
excitaciones, en mí vergüenza, aprisionado como un pá-
jaro en telas sutiles.
arboles y estrellandose contra las veredas -recia nu-
trida-, no es incompatible con un hondo deseo a~oro- También para un niño la libertad es el supremo bien
so. . . Pero cuando niño, temía que Berta me viese desa- del alma y de la vida. Ella da brochazos rojos a las meji-
liñado. llas, soltura, vibración al canto, fuerza y amplitud a la
Sarmiento se quitó los zapatos, como dice la anécdota, alegría. Yo no era libre.
para llegar hasta la escuela de la Patria. El había sido Cesaba la ronda y la "gallinita ciega" con los brazos
proclamado "Primer Ciudadano"; yo aspiraba a un título extendidos, a pasos inseguros, buscaba a quién. tocar
íntimo y muchísimo más humilde: el de amado de Berta. para conocer. . Venía hacia mí y sin poder afrontar sus
, ¡Berta! En_contraba armonioso su nombre. Me lo repe- manos, porque el reconocimiento polarizaría todas las
t,a consecutivamente hasta perder toda noción de su miradas, las esquivé colocándome en otro sitio. Tomó la
sentido, para gustar luego una especie de resurrección de cabeza de Berta, recorrió sus cabellos, sus hombros, sus
su imagen. Ya no era su nombre, sino su recuerdo. manos, lentamente. El corazón me palpitaba. Oía ya su
nombre; pero no, volvía a repasar el rostro, palpaba sus
En el patio de tierra, donde se hallaba el molino de
vestidos ... ; Berta'. ; Berta! decía para mis adentros.
viento, cuyos montantes cubría una prodigiosa glicina
con flores azules, fragantes, una tarde salimos a jugar. -¡Estela~ dijo la "gallinita" y una carcajada general
La maestra formó una ronda colocándonos alternados acogió el error .
niñas y niños. Temí desde el principio que a Berta la ubi· Nuevamente la ronda inició el canto. Así, dos, tres,
cara junto mí. Y lo temido ocurrió. Varias niñas tuvieron cuatro veces ... Se me ocurrió absurda e interminable.
sonrisitas maliciosas. Me abrumaba pensar que mis com- La languidez se apoderaba del juego cuando ocurrió lo
¡' , pañeros comprendieran mí preocupación. inesperado. La "gallinita" -un niño esta vez-, se fue
f ¡
¡
. Mientras la ronda giraba en torno a la "gallinta ciega". acercando lentamente al sitio donde estaba la maestra .
giraba mi alma en un mundo confuso: Comenzamos a reir gozosos; ella nos hacía señas para
que disimuláramos, mientras flexionaba las rodillas, apa-
"Gallinita ciega rentado así, menos estatura. Se acerba. la tocaba ya:
si tú quieres ver reíamos nerviosos. Berta me estrujó la mano y me miró
'f a la que tú toques riendo. . Mientras todos se habían soltado, nosotros
1
debes conocer ... " continuábamos asidos. ¡ La toca ya~
l
! 56 57
GASTON GORI
·r
.
.
-No deberíamos tener otro gato. Comen mucho y no tremenda inquietud añadida a los múltiples sinsabores de
cazan lauchas. esa especie domesticada y escarnecida. El amor y la te,·
nura no había florecido en mí, porque apenas s1 tenia
- ; Vos no deberías estar aquí:, Pobrecita "Petro-
1
tiempo para disfrutar de toda la alegría recogida en la
na''!
calle y en el campo. Mi salud física era demasiado exhu-
Mi hermana me pareció ridícula. dulce hasta hacerme berante; no podía reparar en la larga tristeza de los pe-
reir. Odié al gatito defendido, y como el viento sacudió rros, en la mansedumbre de los gatos.
mis cabellos despeinados, al saberme desaseado y cruel,
me sentí orgulloso de poseer sangre tan implacable. Batallaba, gozaba, no era fundamental, pues compren-
der y sentir la dulzura infinita de la piedad.
Nilda había conseguido colocar una pierna entre ~a
leña, para acercarse al escondrijo de la gata. Las ramas le
enganchaban el vestido y reí de su ineptitud. Salté sobre
un tronco, y me eché de bruces sobre las ramas; a más En pocos días, el gatito de Nilda se recubrió de pelos
de rasgarme un rodilla, conseguí extender mi brazo has- más definidos. No me causaba ya repugnancia, y había
ta tocar la piel suave y tentadora de la gata. perdido mis deseos de verdugo inexorable. Mi hermana
se complacía viéndolo mamar en la ubre henchida de la
-No le hagas daño. Dejá al gatito.
gata, que recostada perezosamente, se calentaba con el
-No, si te lo voy a dar para que lo beses ... -dije sol.
despectivo .
Una tarde, mi padre dijo: -No es un gato, es una
La madre maullaba con dulzura. Lo alcé y se lo dí a gatita.
Nilda. Tenía los ojos cerrados y el cuerpo blando y tem-
1 bloroso. Era una pequeña cosa fea cuya vida no signifi-
¡ No sospecharía él en qué mundo de cavilaciones pudo
sumergirme con su reflexión simple, dicha al descuido!
l caba más que unos pocos movimientos indecisos, incons-
¡ Era una gatita!
l
,¡
;1
cientes, repulsivos. ¡ Y mi hermana le decía palabritas
tiernas'. No la entendía . No ignoraba que las hembras y los machos se diferen-
cian, y porque era una gatita, sentí una atracción afec-
Entonces, la vida de los animales no me merecía un
respeto muy hondo. No los asociaba a la existencia uni- tuosa, invencible.
j versal, más llena de penurias y dolores, que de paz y ale- Es indispensable confesar que al oir a mi padre, me
1 gria. Atar un tarro vacío a la cola de un perro para verlo asaltó, de pronto, el recuerdo de Berta. ¿Por qué? Miste-
' hui al ruido que él mismo provocaba, era un placer gus- riosa asociación de dos palabras, de dos seres. Miraba a
tado en ocasiones largamente esperadas. Del sufrimien- la gatita con ojos benévolos. La crueldad fue vencida por
to, sólo me interesaba la parte risible. Nunca pude imagi- la inocente inclinación hacia mi compañerita. Sumiso,
nar que la carga bullanguera y desesperante, era una acariciaba también al animalito. Temía, no obstante, que
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GASTON GORI
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GASTON GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO ...
cundidad prodigiosa los salva del hacha, y retoñan pro· ~, espaóo. Tuve la impresió_n de una pérdida irreparab!e.
- - Chicas'. ¡Chicas! ¡ Era un zorzai. '.- grité a todu
fusamente sus ramas allí donde el filo los tronchara . 1
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''ífili'd.
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GASTON GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO ...
Las manchas fueron una preocupación de mi niñez. naranja tras naranja y las arrojaba al suelo. Algunas con-
Las de naranjas o mandarinas verdes, excedían los lími- seguía recibirlas en mis manos, y otras, se partían con.
tes naturalmente reservados a la tinta o al aceite. Estas tra los ladrillos de la vereda. Temíamos oír en un instan-
afectaban al aseo, las otras a la conducta. ¡ Nunca mi te, algún terrible silbido. La sorpresa se cernía en la ca-
madre jabonó mi ropa sin que le sugirieran todas las lle, en los árboles, en el viento. Yo sentía a mi espalda
andanzas de su vástago pecoso y callejero~ una mirada fortísima que me llenaba de estremecimien-
tos y que me obligaba a volver la cabeza.
Aquella tarde, mientras un bullicio de gorriones era
absorbido por las copas de los ligustros vecinos, me que- Las naranjas continuaban cayendo y las que rodaban,
dé mirando con Jerónimo, cómo el viento balanceaba quedaban semiocultas en los pastos. ¡ Mis bolsillos re-
los gajos cargados de frutos. Era un atardecer invernal, ventarían con tanta fruta ... !
sereno, gris. Poca gente transitaba y habían ya desapa- - ; Basta Jerónimo!
recido en las esquinas los guardapolvos blancos de los Apenas terminaba de decirlo cuando mi amigo se
escolares amigos. El silencio se tendía a lo largo sobre arrojó de un salto. Nadie nos había visto. Recogimos al.
la calle
gunas más, dejando abandonadas otras cuyo jugo se
-Jerónimo, si no nos animamos hoy, nunca será vertía por abiertas rajaduras. Con los libros bajo el brazo,
caminamos procurando hacerlo naturalmente, como si
-Yo siempre estoy listo. nada hubiera ocurrido, queriendo quizá, hasta suprimir
-¿Quién sube el tapial? de nuestra conciencia la certeza del delito. Porque casi
todo el campo de la delincuencia, a nuestra edad, se li-
-Yo. mitaba al pecado de robar frutas. Cuando las conseguía-
mos maduras, era mayor nuestra alegría y nuestra culpa,
Se despojó de sus útiles para tener libre el cuerpo y
por ser más codiciadas. Sí no sabíamos razonablemente
las manos. Ya en trance de aventura, completamente
que los hombres son muy celosos de su propiedad priva-
entregados a nuestra audacia, nos acercarnos al muro
da, teníamos por seguro que el egoísmo imponía su se.
de las tentaciones. Allí arriba, mucho más alto de lo que
iiorío a latigazo o con ladridos de perros. Algunos tapiales
hubiéramos deseado, se movían las naranjas. Entrela-
exhibían un pérfido contorno de vidrio erizados ... y su-
zancfo los dedos, vueltas las palmas hacia arriba, formé
poníamos que estaban allí, para reservarle a los dueños
un estribo. Jerónimo apoyó un pie y forcejeando asido a
las guindas, las peras y las naranjas pintonas.
la pared, comenzó a trepar.
Las que comíamos ahora, agridulces, fragantes, eran
Me latía fuertemente el corazón en temblorosa espec- riquísimas. Nos sentamos al borde de una vereda para
tación. Oía el ruido de los gajos sacudidos por las manos saborearlas con más lentitud. Estaba ya en nuestro pen-
afanosas de mi amigo, y seguro de nuestra cosecha fur- samiento regalar las que sobraran o tirarlas bajo alguna
tiva, me apresté a recibir los frutos. Jerónimo arrancaba alcantarilla.
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GAST0N GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO ...
-Mirá, hemos sido bárbaros, dijo Jerónimo, corta- entrada para la familia, una sobre cada calle. A medida
mos demasiadas. que me acercaba iba perdiendo aplomo. Mi padre me
miraba, y como tenía conciencia de mi falta, barruntaba
-No importa. Es mejor tener muchas. alguna tormenta de la que no saldría ileso. No podía ni
-Pienso en los filibusteros del mar Caribe. ¡ Qué lin- siquiera considerar la posibilidad de una invención ade-
do ser pirata! Me gustan las tormentas y el mar ... ¡ De. cuada que me justificara. Cuando mi padre me repren-
beríamos hacernos piratas' día era porque estaba seguro de no equivocarse y para
desventura mía, también estaba seguro de su severidad.
-¿Te dejaría tu mamá ser pirata?
¡ Ya hubiera querido yo que su potestad fuera nada
La tarde había caído ya en penumbras. Llegaríamos más que una institución de orden legal! Por aquellos
retrasados a casa, pues nos faltaban muchas cuadras años yo la concebía bajo un aspecto absolutamente real y
por caminar. Abandonamos las naranjas en el suelo y ubicada en el cinto con que ajustaba los pantalones.
reiniciamos el regreso cuando en la esquina, dobló la Su patria potestad estaba en torno a su abdomen y era
volanta de un repartidor. Fue súbita la inspiración. de cuero.
- ¡ Vamos a colgarnos~
Llegaba ya a la puerta. Mi padre entró un momento
Nos pusimos los útiles entre la camisa y el cinturón y antes; apenas traspuse el umbral preguntó duramente:
corrimos hasta prendernos ::1e la parte posterior apoyc:1n- -¿Por qué llegás tarde de la escuela?
do los pies en el eje. Trotaban ios caballos y traquetea- Silencio mío.
ba el vehículo. Llenos de alegría mirábamos la tierra que
parecía estar en movimiento pasando debajo de noso- --Contestá, ¿por qué llegás tarde?
tros. Para mayor placer una vecina nos miró indignada:
Nuevo silencio. Dentro de la casa oía los pasos de mi
- ¡ Chicos del demonio~ madre. Pasos inquietos, porque ella sufría tanto como yo
cuando me reprendían.
El aire nos enfriaba las manos y nos rozaba las meji-
llas donde el jugo de las naranjas comenzaba a paspar. Sin que respondiera nada y sin esperar ya, mi padre
las. Pero otra "paspadura" vino y no fue del viento .. me tomó de un brazo y me llevó a la galería.
Bajamos de la volanta a una cuadra de casa, y cosa - ; Así que ahora hasta saltás los tapiales, y tu padre
harto sospechosa, mi padre estaba en la esquina en evi- debe soportar la vergüenza de que vengan a decírselo!
dente actitud de espera. Lo vi y tuve la convicción de que
- ¡ Yo no salté el tapial ... !
la fortuna no me acompañaba. Algo debía ocurrir que
pondría en peligro la tranquilidad de mis nalgas. Mi casa Terminó por echar·sobre mí toda su indignación y sin
estaba ubicada en una esquina y tenía dos puertas de decir más me aplicó un fuerte correazo, que soporté ga-
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GASTON GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO ...
y una noche cayó agua como si la arrojasen con baldes. frenados. Sin poder dormir,. llorábamos. Los vecinos se
Al principio no llamó la atención. A casi todos nos gusta reunían en algunas casas para consolarse. Ya no queda·
ver llover tenazmente. Pero el agua continuó cayendo. ban velas que prender a los Santos. ¡ Eso era otro diluvio 1
Lac, nubes no despeíaban nunca el cielo. Las calles esta-
Fueron más frecuentes las salidas del sol, escu;ilido,
ban llenas de vereda a vereda, y la lluvia azotaba con
acuoso, pero los sótanos estaban casi llenos, los pozos
fuerza las plantas, se agolpaba en las cañerías y anega-
rebasaban. Ni una sola gallina ni pollos quedaron en los
b~ los patios .
gallineros; fue necesario comerlos antes que se murie-
Pasaron cuatro días y era como si recién comenzara ran de hambre. Gatos, perros. todo moría alrededor
;;i llover, tan cargada estaba la tormenta. Aquello parecía nuestro. Algunas casas edificadas en terrenos bajos fue-
interminable, porque el agua es linda al principio, pero ron abandonadas. La gente se refu~iaba en los vagones
luego, cuando ya el barro se hace insoportable, fastidia, del ferrocarril. No corrían tr.'nes. ; A.h, cuánto se sufría:.
y se desea ardientemente el sol.
A veces flotaban en el agua restos de muebles desco-
La gente salía sólo para hacer compras o para traba- lados por la humedad. Pocas volantas se veían y comen-
jar. Vivíamos aislados y tu papá debió hacer sacrificios zaron a aparecer canoas. El agua penetraba en todas
enormes para llegar al taller, volvía siempre con la ropa las casas; ya nadie quería dormirse por temor a perecer.
y el cuerpo mojados. Para mayor desventura no quedaba
leña seca y se terminaba el carbón. Estábamos desola- Llanto y hambre por todos lados. ¡ Qué desdicha~
dos. Muchos rezaban y pedían con fervor que cesara la Cuando llegaban noticias de otros puntos, el luto se ex-
lluvia y tanta angustia. Los chicos, algunos, se divertían tendía por la ciudad; los alrededores estaban profunda-
navegando en tinas, pero llegaron las enfermedades y mente sumergidos. El río Salado desbordó en tal forma
también los chicos debieron permanecer encerrados. y creció tanto, que cubría los árboles y los postes tele-
Los que iban por las calles. entre el agua, caminaban gráficos. Temíamos que toda la ciudad, que toda la tie-
desasosegados . rra, todas las casas quedaran bajo el agua.
Ya las veredas estaban cubiertas por el agua que ha- No podían viajar ni los ricos, porque en Santa Fe, era
bía penetrado en los sótanos con rejillas a la calle. A ve- igual o peor, y además, era imponsible ver los puentes
ces la lluvia amainaba. Salíamos al patio para abrir cana. sobre el río.
1
2tas, pero no era posible desagotarlo; estaba al mismo Con canoas o con jardineras se iba por las calles 1\
nivel que el exterior. los caballos apenas si podían moverse y en algunos tre-
Una tarde, un débil sol apareció entre las nubes. chos. los vehículos flotaban. Y llovía, llovía sin cesar.
; Nunca he visto tanta gente triste~ Enferma de can sacio 1
, Cuánta alegría~ Las señoras y los hombres, chicos y
grandes, parecían iluminados por la esperanza! Pero era y de angustia .
un sol escaso; durante la noche llovió a torrentes desen- Yo escuchaba absorto a mi madre. No importa que
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lidad. En el de Casilda 1 en amplio panorama de mieses ¡ Hermosura de choza rodeada por el vuelo de las go-
por recogerse, atraviesa el ferrocarril en marcha, mien- londrinas! Por eso las amaba. Eran casi un culto de famr-
tras en su fondo calientan e iluminan los rayos del sol. lia, truncado por la adversidad de los años que obligó a
desprendernos de una pequeña propiedad. Conservába-
Ambos trazan la fisonomía de una época. mos el recuerdo como un privilegio por habernos favoreci-
do las golondrinas en la elección de su morada.
No sé si son muchos los que recuerdan a las golon-
Las golondrinas, habían anidado en el escudo del edi- drinas del Cabildo. Eran dos hermosas parejas; más gran-
ficio municipal. Golondrinas para el gozo de la contem- des que las que suelen verse en nuestros campos, rozan-
plación pública. Cuando ya los naranjales de la plaza ha- do veloces las gramillas.
bían florecido en estrellitas blancas, salpicando su follaje
Casi siempre volaban hacia el norte sobre la plaza y a
de perfumes, y en los pinos que entonces la adornaban
veces, las he sorprendido en su raudos descensos des-
rumoreaba pacífico el viento de setiembre, amplios círcu-
de la altura, e iban después a detenerse en el borde de
los describían en el cielo las golondrinas, como si fueran
una cornisa del frontispicio. Sin duda cazaban insectos y
sembrando sus silbidos para anunciar que, fieles al amor
quizás en sus nidos, ya piaban los polluelos.
de su nido, retornaban con la alegría de ver el terruño,
plantas, flores, nidos y el escudo donde aprendieron a ¡ Nunca pude mirarlas sin sentir un emocionado pen-
extender sus alas para lanzarse al espacio y a la·libertad. samiento de belleza l No lo sabría hoy precisar, pero en
i Nunca he permanecido tanto tiempo como entonces ob- aquellos anos las unía a la frescura del ambiente, al ver-
servando el vuelo de los pájaros! Es que las golondrinas dor de los árboles, a los canteros florecidos y a mi pro-
tenían para mí una significación espiritual trascendente. pia alegría de andar por lás calles en libertad ... ¡ Las
Era una mezcla de curiosidad y amor. No eran pájaros golondrinas eran la hermosura de vivir!
que perseguíamos, porque una aureola de delicadeza las
rodeaba y las protegia. Ahora, habituado a reflexionar y también a buscar in-
terpretaciones placenteras o justas a los fenómenos, y
Tuve el primer conocimiento de ellas en un relato de escU<;hando mis sentimientos más puros, veo en las
mi padre. Así, supe que una parejita durante muchos años golondrinas del Cabildo un símbolo natural, que se en-
había anidado en el alero de la humilde casa donde vivie- raíza en el corazón de los inmigrantes pobladores de mi
ron mis abuelos. Senaladas con una cinta roja, regresa- ciudad.
ban con precisión todos los años y se cobijaban en las
habitaciones cuando las sorprendía algún enfriamiento Ellos vinieron con el alma deslumbrada y con firme
inesperado del clima. Otras se refugiaban y construían esperanza en las riquezas del suelo. En su mayoría vinie-
sus nidos en el pozo. Se posaban en el crucero y enta- ron, si no para retornar, con la ilusión de regresar a su
blaban bulliciosas "conversaciones". patria, reconfortados por el oro de las mieses recogidas
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vuelan, silban, festejan y vuelven luego por sí mismos da. Apenas si, cuando a nadie veían, se revolcaban en el
adentro de la jaula, para continuar interminables gorjeos. polvo para picotear raíces, como en sus días libres de los
Los tordos criados desde pequeños, se tornan remolones campos cordobeses. Nosotros las mirábamos con predi-
y besuquean graciosamente; fingen dormirse sobre la lección, porque significaban toda una historia cinegética
palma de la mano que los sostiene. Comprendo que algu- en la que no habían faltado las peripecias de un largo
nos valoren, amen y estimen más su presencia en los viaje, los peligros de las víboras y las garrapatas adheri-
patios, encerrados, que su libertad en los bosques. El das a la piel de los perros adiestrados.
hombre suele distraer sus muchas amarguras y labores,
con la felicidad sencilla de acariciar un ave mansa. Mi padre amaba los pájaros. Su afición había conse-
guido prodigios. Representantes de las islas y esteros,
Yo abriría las jaulas del mundo para que, con las alas de los bosques y llanuras, lucían sus plumajes convivien-
extendidas, todos los pájaros viviesen libres, tan libres do bajo un mismo techo en grandes jaulas con piso de
como el viento. La libertad es un don insustituible; ella, tierra.
sólo ella, hace que la vida guste plenamente y que se
logren instantes de felicidad La estridencia de los cardenales se unía al melancólico,
al nostálgico borboteo de notas que los "charlatanes"
, Los pájaros encerrados se me ocurren poetas perse- soltaban mirando de soslayo los medallones dorados que
guidos. No les fue dado el poder de expresar con sus gar- la luz desparramaba sobre el piso de las jaulas.
gantas todos sus disgustos, porque entonces, también el
alba que doraba los ladrillos del patio, se hubiera levan- El vuelo de los ·~crestudos amarillos" paseaba por el
tado para alumbrar las canciones desdichadas. ¡ 'Poetas reducido espacio, el esplendor de sus alas, y la melodía
encarcelados y poemas rabiosos en la estridencia de las de sus cantos, brotaba del pico, apuntando al cielo. Era
gargantas diminutas! como una llamada a los poderes naturales que no los
habían privado del encierro tenaz. Sonora protesta que
La bondad de mi padre, con la frescura de las maña-
interrumpía largos períodos de resignación.
nas, sonreía a! dolor inexpresado . Festejaba el baño de
los cardenales que sacudían sus alas sumergidas en el Los pájaros suelen impresionar tanto por el retraimien.
agua; silbaba a los canarios que picoteaban yemas de to como por la aceptación callada de una desdicha que
huevos cocidos. Las martinetas huían bajo los altos he- no comprenden. Los mirlos desambientados perecen por
lechos: por su instinto arisco, no se reconciliaban jamás inanición. Yo he visto, cierta vez, a un niño, soportar en
con la voluntad del carcelero. Fuera de su ambiente, gol- un rincón un castigo, sin llorar. Es que no comprendía su
peándose a veces contra el tejido, sangrábanse la cabeza. culpa, ni comprendía la penitencia. ¡ Su silencio, era si-
lencfo de pájaros cautivo!
; Manchas de sangre, en el recinto de su cautiverio!
Mi padre disfrutaba de las canciones y no era poca su
No habían olvidado el horizonte verde, los chulquis es- ternura. Pero nunca los prisioneros alados le brindaron
pinosos, ni la esmeralda neblinosa de la tierra amanecí· la delicia de un nido, con el piar de los polluelos. ¡ Entre
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los alambres se negaban los silvestres a dar progenie de Dijo una eminente española: "Es preferible ser viuda
esclavos, de domésticos' La maternklad la cálida mater- de un héroe, que esposa de un cobarde". Admitamos rús-
1 nid~d d_e .los_ pájaros, e_xige_ la di_mensió~ de los campos, ticos razonamientos en !os pájaros y admirémoslo tradu-
1 el eJerc1c10 libre de su mtel1genc1a, de sus instintos amo- ciendo su trágico canto: "¡ Es preferible no ser madre, an-
rosos. ¡ La libertad es el elemento primero en la tarea de- tes que procrear esclavos!''
li~ad~ de tejer un nido! Pareciera que los pájaros que
Un gorjeo es un punto de belleza. No nos sorpren-
e1erc1taron en el campo el vuelo inicial, quisieran para
damos pues, que el hombre suela sentirse ávido de sus
sus hijos el privilegio de soltarse desde la copa de un
melodías. Nadie se admira de que un gran ramo de flo-
árbol, desde la ramita de una planta, o del hueco elevado
res se márchite, después de haber dado perfume y color
de un tronco. La jaula los humilla.
al ambiente de un íntimo recinto.
Sólo el canario, de antiguo domesticado, en cada es- Mi padre amaba los pájaros. Nunca su pasión fue com-
tación propicia, causaba regocijo con sus pichones tem- partida por mi madre. Ella era sensible de manera dis-
blorosos, de picos desproporcionados y estómagos insa- tinta. Hubiera querido darles libertad a todos. ¿Para qué
ciables.
--decía-, encerrar a esos pobres animalitos? Pero en
¡ Y no faltaron canarios rebeldes que despedazaron sus el fondo se sentía complacida cuando alguien admiraba
críos, apenas nacidos! Nadie explicará el misterio de esas tan variada colección. - ¡ Cómo cantan!- solía decir,
madres doloridas. Un pájaro aprision!do, es un fracaso cuando trabajando junto a ellos, nos aturdían los vibran-
del alma. tes silbidos de los cardenales
Cuando dormíamos más de lo acostu:nbrado, se la.
Cuando pensamos en la vida de los pájaros, si no acep-
mentaba así:
tamos la tesis que los considera inteligentes, es porque .
el hombre ha dado pruebas tan extraordinarias de su ta- -Si se hubieran despertado temprano, hubiesen oído
lento creador, que resulta insignificante deternernos a los pájaros.
investigar si alguna forma. de pensamiento tienen esos
seres pequeños que, cerca de nosotros, soportan las ad- ¡ Oír los pájaros era un premio gratuito y hermoso 1
versidades del mundo y disfrutan, también, de alegrías. ¡ Cuántas mañanas de primavern, cuando los paraísos
perfumaban la galería con sus flores, me he sentado en
¡ Quién nos niega que la canaria infantkida no era ma- un banquito para ver como bajaban los pájaros a picotear
dre desesperada por la ignominia de un encierro angus- el alpiste nuevo! Con bulliciosos aleteos se agrupaban en
tioso! Quizás con los golpes de su pico ensangrentado, s6 las cajas y con rápidos movimientos, sus picos descasca-
blasonaba dolorosamente vengado la esclavitud de su raban las semillas. Tenía mis preferidos entre la multitud
especie. ¡ Exabrupto inesperado, trágico mandato, rendía canora y eran aquéllos que yo había traído de los cam-
' ' a la libertad el holocausto desgarrador! pos con las alas rotas o a11risionados en la trampera. Eran
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los míos. Un "pirincho" manso, solía acercarse para
atrapar lombrices que, adheridas a los tejidos, aún no
había devorado el zorzal, el mimado de ojos enormes y
mirada pensativa. El "pirincho" se refugiaba en la leña Y
tomaba el sol sobre los troncos. Correteaba chirriando
entre las ramas. Su cola larga y pesada hacía de él un ave
torpe. Un día no compareció a la cita alimenticia. . . y
desde entonces, no lo vimos más. Fue sugerente la con-
ducta de la gata que se mostró esquiva. No hay duda: ella
conoció el epílogo de una existencia que estimábamos.
Muy íntimamente lo habrá conocido, y no es errado sos- EL ENTIERRO DEL CARDENAL
pechar que ocultó el secreto relamiéndose ...
La vida de nuestros pájaros me tocaba de cerca el
corazón. Tanto es así, que al evocar mi niñez, no resulta
difícil rodearla de silbidos que, anunciando el albor son- ,,
JUNTO a la pileta del agua, apareció muerto. Tenía el '
rosado, se incorporaban al ajetreo del doméstico ritmo .
pico hacia arriba y las alas abiertas en gesto de aban-
Hubo pájaros y árboles, y también de vez en cuando, dono definitivo.
lágrimas, en el asomo primero de una vida que no des-
Aún las hormigas no había llegado hasta su cuerpecito
conoció la angustia ni el dolor ...
exánime -mantoncito de plumas que refrescó la delicia
del viento campestre.
El copete rojo, que se erizaba en la pelea o en el desa-
fío vibrante de su canto, estaba aplastado contra la tie-
rra. ·!
Habría muerto al amanecer y quizá en un esfuerzo fi- 1
nal por aproximarse al agua.
Cuatro años llevaba de encierro y era el más amado,
por su soberbia, por su rabia desafiante. Era el caballe-
ro indomado entre la turba alada. Agredía y silbaba. Por
su actitud rebelde, se constituyó en "llamador" infali-
ble, que atría a sus congéneres y se trababa en pelea
obstinada a través de los alambres. Su pupila brillante se
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EL CEIENTERIO VIEJO
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Y ADEMAS, ERA PECOSO . ..
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deu.dos quedaban ya para recoger cenízar y transpor- escenario de antigua veneración, y un rincón ligado a la
tarlas al cernen_ter10 hab1l1tado mós lejos de la ciudad historia del pueblo. Bajo esta tierra removida, habían
Cruces de hierro. uesparramadas, tenían aún rema- reposado en el sueño definitivo, parte de aquellos que
hados en el centro corazones de bronce con inscripcio- al darse con amor a la llanura salvaje creaban su rique-
nes ?orrosas. Alguna que otra imagen religiosa se con- za ,sin olvidar que levantaban sobre los campos, los ci-
f undia con los_ escombros. Restos de antiguas venera- mientos de la Argentina agricultora e industrial. A la vez
cion. patrimorno de quién sabe qué madre llorada, de vencidos y triunfantes, reposaban en la dulce tierra. Ven-
iiq que h1¡0 largam~nte lamentado. El ··cementerio viejo" cidos, porque su enorme seno, se les abrió para albergar-
c. n_ golpes de picos y palas iba desapareciendo. Removi- los abatidos en el aniquilamiento final; triunfantes, por-
da 1ª tierra, afloraban maderas podridas de los ataúdes que la visión de trabajo y riqueza, y el ideal de libertad y
que los peones removían sin emoc:ión. 1 Habían abierto bienestar -vislumbrada la una en tierra extranjera y fe-
tantas tumbas ya i cundado el otro en ésta de promisión-, quedaban en
Algunas familias, _se hacían cargo de restos antiguos la sangre esforzada de sus hijos; retoños --que el sol
sin que faltaran oraciones y lágrimas. campestre y el labrado de la tierra enrudecían-, entre-
Nuestra curiosidad era enorme. lbamos todos los días gados al encumbramiento de la Patria, hermosa y rica.
~ obser~a r l?s trabajos y seguíamos los desentierras, Las cenizas, como el ingenio, confundioos en el proceso
av1dos, infatigables. total -tierra y sociedad-, devinieron pampa nueva.
Leí_amos viejas inscripciones en las lápidas; las senci- Aquí y allí, huesos descubiertos. Cuando no había
llas lap1d~s puestas sobre tumbas a ras del suelo pues quien los recogiera, algunos restos eran arrojados en el
con los anos, era lo único que quedaba de los túmulos hoyo común. ¡ Polvo anónimo! Es decir, de todos; de los
Nombres Y apellidos alemanes o franceses, de difícil lec: que cruzan caminos despejados; de los que labran cam-
tura para nosot'.os. Venía ,así la remoción a turbar el des- pos y atraviesan ríos; de los que se entregan al reposo
canso de los p1oner?s. de la ,,Pampa -''donde los ojos de la abundancia en el suelo agrícola; de los que buscan
gringos, fueron mult1pl1cados - , colonizada por los que aún donde sentar plantas, donde hundir sus rejas. ¡'Polvo
abatieron á~boles ~ despejaron llanura; los que abrieron anónimo! Polvo de inmigrante que reclama la Patria ...
su rc_os, e~ t1err~ virgen con rústico arado de manceras Suyo es. El le ha dorado la faz con el oro de la espiga; y,
j: para darle más, le entregó su fe en el vibrante reclamo
t . Y reJa un1ca, fusil al hombro. Energía de medio siglo, con
sudor y sang_re en la ruda labor campesina, o en el yunque del Himno ... Porque al erguirse el gringo para ver la
Íi d?nde se for¡a?a~ trenes, llantas, puntas de ejes ... Ener- extensión móvil de las mieses maduras, con el sol bri-
·.- ··,
g1~, sudor y lagm1:as, y ta_mbién alegría en la nueva pa. llando en su rostro, seguro, fuerte, sentíase colmado por
!l
tna donde _las canciones gringas, ponían a veces una nota
de nostalgia_: renovadas visiones del terruño lejano, océa-
abundante emoción de libertad. De la dura faena sobre
el surco, no separó su ideal. Honda clavó la reja, firme
no por medio. condujo los bueyes, pero no olvidó que la riqueza, no está
Con la demolición de nichos iba a quedar arrasado un toda ·en la simiente multiplicada. Alentó su amor por la
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Y ADEMAS, ERA PECOSO ...
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ocasiona a veces desamparo y miseria, no la conocía. Ig- más que una profunda expectativa ante un suceso de mis-
noraba su consecuencia humana y social y la necesidad teriosa trascendencia.
ele trascender, preocupación de la religión y la filosofía A la mañana siguiente, desde la calle veía varios vehícu-
de los hombres.
los apostados a su puerta y algunas personas que con-
~u~ndo oí a mi madre, tuve la impresión de que algo versaban. El barrio parecía cambiado. Mujeres conocidas
seno iba a ocurrir. Sentado en el patio de casa sobre un cruzaban la calzada e iban a la casa del duelo. Mi padre
dornajo quise reflexionar y penetrar el .secreto dolor de salió vestido con su mejor traje y adiviné que él también
la muerte. Era muy distinto andar correteando entre las despediría a don Jerónimo. Lo seguí mirando para verlo
tumbas del antiguo cementerio, a enfrentarse con el cono- caminar. ¡ Cómo me agradaba ver a mi padre caminando
cimiento emocionado de que un hombre querido iba a bien vestido ... ! Tenía un andar lento y firme; levantaba
morir. un poco la cabeza, sin orgullo, pero como realzando la
limpidez de su frente. Movía con lentitud los brazos y
Un extraño sentimiento me dominaba y se comunicaba
parecía dominar las calles. Poseído por el placer de sen-
con el ambiente que en torno mío había adquirido pro-
tirse respetado y de saludarse con gente conocida, una
fundo sosiego. Serenas estaban todas las plantas; los ár. noble expresión le revestía el rostro de amable dignidad.
b~les s_e enhestaban como monjes de una rara congrega-
cron; ni una hoja se movía y el silencio parecía prolongar- Un amigo se le acercó y juntos siguieron al paso con-
se por sobre todas las cosas, por sobre todos los seres versando pausadamente. Como en la tarde anterior, volví
como si todos los oídos humanos y la actitud expectant~ a sentirme embargado por cierta solemnidad de pensa-
de los objetos estuvieran atentos a voces que, sin ser escu- miento. Extraños me parecían el ruido de los coches y
chadas, se esperaban: "El padre de mi amigo va a morir". el trotar de sus caballos, como si resonancias profundas
~l_gún ruido que ll~gaba de la calle adquiría la signifi- me despertaran misteriosas intuiciones. No ya por una
c,ac!on de un presagio más, porque todo sonido rompía muerte que sabía segura, sino por lo que ocurriría en
t1m1damente el silencio y también parecía anunciar que, el alma de los que iban a rendir homenaje póstumo al ve-
no lejos, alguien nos dejaba. cino. Humildísimo homenaje a su mérito de haber sido
sencillo, a su medianía sin visibles sobresaltos. Compren-
Estaba hondamente impresionado por los signos na- dí entonces que es preciosa una vida por poco que haya
turales que me parecían anuncio de una mala noticia. Des- trascendido entre los hombres, y que la muerte, como
pués de un largo período de silencio en todo lo que me una restitución al seno del Creador, es misterio sagrado
rodeaba, se oyó un aullido de perro que, como si se hu- e insondable.
biera incorporado misteriosamente a cada partícula del
aire, pareció posesionarse de la quietud de las plantas y Más personas se dirigían a la casa de mi amigo, eran
quedar dominando entre el cielo y la tierra. todas conocidas: la anciana de la esquina con su libro de
Si, cerca de casa, estaba grave el padre de Jerónimo. oraciones en las manos sarmentosas, y vestida con falda
La sobrecogedora serenidad de todo cuando vivía, no era luenga, falda tan sin soberbia, que no desdeñaba arrastrar
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GASTON GORI Y ADEMAS, ERA PECOSO .. .
el polvo del camino; el changador, enjuto, con un enorme cio ante Dios, podría don Jerónimo ser castigado por
quiste en la sien derecha que le impedía calzar el gorro error ...
de lustrosa visera; el viejito capataz jubilado, en mangas Los más serios problemas que preocupaban mi niñez,
de camisa, con las manos en la espalda, encorvado como los he meditado bajo los árboles umbríos, quizá porque
si llevara sobre ella un peso excesivo; iba fumando su su frescura fue siempre beneficiosa para el descanso de
pipa, cuya lumbre, creo que se apagó cuando también pa- mi cuerpo y para dulcificar mi espíritu. Después del en-
ra él llegó la hora de mirar por última vez la hermosura y tierro de don Jerónimo, cuando para el común de la gen-
la miseria del mundo. te 'había recobrado normalidad el cotidiano ritmo del ba-
rrio, yo hasta con el aire respiraba misterios sin distinguir
Me sentía ahora dominado por recelosa curiosidad, y
sagrados de profanos. Mi madre, cruzando entre plantas
caminando despacito, hice la cuadra y media que distaba
de amapolas, y recogidas las puntas del_ delantal lleno de
de la casa de Jerónimo, y allí, en la puerta de entrada, sin
lechugas recién cortadas, se acercó sonriéndome con apa-
que para nadie pareciera existir, como si un niño fuese
cible dulzura.
comparable a las cosas que se miran pero que no se ven,
rodeado por hombres que conversaban, que acaso reían, -¿En qué piensa mi bandido?
levanté en mi pensamiento la figura morena y desgreñada -Pensaba cómo hará Dios para conocer a toda la
de mi amigo. ¡ Qué importancia había adquirido! Lo ima- gente que muere y no equivocarse al castigarla ...
ginaba serio, callado, pero con una reprimida satisfac-
ción por sentir que su tristeza y su duelo elevaban su as- -Tonto, Dios no necesita conocerlas como las conoce-
cendiente y lo revestían de piadoso respeto. Ya no era el mos nosotros. Todos somos de Dios y El nunca castiga,
pibe libre en calles y baldíos, señor de su gomera, corre- comprende nuestra vida y le basta saber que los malos
dor y matapájaros. Y cuando lo vi cruzando el patio, ves- sufren más que los buenos.
tido con pantalones limpios y blusa gris, con una pequeña Esto dijo mientras se ponía a la sombra para que el
cinta negra sobre el lado izquierdo, no me atreví a lla- sol no marchitara sus lechugas; y con ánimo pausado,
marlo ni a acercarme pues me separaba un grave senti- mirándome con ternura que le brotaba de lo hondo del
miento de respeto y realzábalo a tal límite, que me resul- corazón, prosiguió:
taba imposible llegar hasta su soledad. -Ya llegará el tiempo en que pensarás verdaderamen-
Confuso, me retiré para evitarlo; pero él dominaba mi te sobre esto; dejá ahora a la muerte y a Dios, y andá a
escardarme los canteros invadidos por las quinuas ... ¡.
imaginación. Lo veía transfigurado por un acontecimiento
capital; el duelo le creaba una atmósfera de protagonista; Me sentí reconfortado más por sus modales que por
su seriedad y su tristeza hacían que mi pensamiento le sus palabras, y mientras ella se ibfi, tomé la azada y carpí
otorgara una vaga autoridad sobre las cosas más difíciles la tierra hasta que lo agradable de la labor, me hizo olvi-
de la vida. Nunca supe cuánto sufrió la muerte del padre, dar preocupaciones. Comencé a silbar, limpia el alma
ni si tuvo la ingenuidad mía cuando pensé que en el jui. y rebosante el cuerpo de salud
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lo mismo que ~e riega una planta, cuando, sin amor, no- desgracia mayor e imprevisible: se volvió más feo ...
tamos que la tierra donde arraiga está reseca. Enormes verrugas en las patas y el hocico, hacían de la
suya una triste figura. Un día, pobre desdichado, come-
De puro pequeño y tímido, ocupaba el mínimo sitio: tió un error que, por no guardar armonía con sus cos-
un rinc~n de la cocina o el umbral de la puerta esperando tumbres, pareció gravísimo: ladró a un niño que pasaba
que saliera el amo, para acompañarlo a corta distancia. frente a la casa.
Tal vez alentó en su cuerpo de forma rústica un alma de
vagabun~o, pero excesivamente tímida; incapaz de con- Ya nadie dudó, era un perro peligroso, traicionero,
traer amistad ~on otros perros, sin valor para arriesgar- disconforme. Y él, que quizá un día pensó morir sobre la
se por los caminos a soportar injurias de otros de su es- tumba de don Jerónimo, se vio juzgado tan severamente
pecie. por la familia, que fue dominado por una honda melan-
colía. Yo creo que por mostrarse derrotado, fue senten-
Debió sufrir mucho y sin esperanza, para llegar a con- ciado a muerte. De tal manera se enseñoreó la desven-
form~rse con tan poca cosa de qué disfrutar. Desechó la tura en los días de su vejez.
n·otonedad, así como dulcemente desdeñó a sus seme-
jantes . Pero el "Chicho" hizo que unos niños sintieran com-
pasión, y que hasta sus callosidades parecieran agrada-
~ra imperturbable_. No le inquietaron los problemas
bles. Uno de ellos -transcurridos muchos años-, pudo
sociales de su especie, de tal suerte que no debió huir
decir que a los desafortunados, se les perdonan las ve-
jamás de la perrera ...
rrugas.
No ladró contra intrusos, ni persiguió gatos. Confiaba
Doña Inés, que así se llamaba la madre de Jerónimo
en su buena ventura y, en los gestos apacibles de don
Jerónimo. Pudo así conformar su carácter en concordan- nos dijo un día:
cia con costumbres sobrias, y esconder tras su fealdad -Lleven ese perro! Ya no se lo puede tener aquí.
aspiraciones tan simples como prudentes. Pero el "Chi'. Hasta esa hora nos habíamos aburrido. Con desgano
cho" envejeció, es decir, cumplió quince años de existen- jugábamos a los "carocitos". Lucio, muy bien peinado,
ci_a. Y como no ~iene sola la vejez, sino con algunos nos miraba sin participar. No teníamos ni una perspecti-
d1s~ust_os o calamidades, la suya trajo un cortejo de va; ni siquiera pensábamos en ir a comer duraznos ver-
des1luc1ones ocultas que por el más insignificante motivo des, y la jornada concluiría sin un sobresalto. Pero doña
lo hacían gruñir. Es probable que la falta de su amo lo Inés fue el hada milagrosa.
perjudicara muchísimo. Se encerró en pertinaz hurañía y
lo que es mucho peor, mostraba los dientes a quien '¡ 0 -¿Dónde lo llevamos, mamá?
molestara. -A cualquier sitio, hasta pueden dejarlo en la laguna;
o en cualquier camino, ¡ llévenselo de aquí!
Se creyó dueño de los sitios donde durmiera y no se
lo podía reprender. Si se recostaba en el umbral cuando -¡Vamos a matarlo!
alguien pasaba, gruñía sin abandonarlo. Y sobre~ino una - ¡ Vamos a matarlo en el cementerio viejo!
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tos salimos a la calle. Lucio nos siguió un trecho y nos
preguntó:
-Pero, ¿lo van a matar?
Sin creerlo, se puso de pie y se nos acercó con gran
curiosidad, ocultando mano y torta tras la espalda ...
-¿Van a matarlo?
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i -Sí, vamos al cementerio viejo a matarlo. -Sí, es cosa hecha.
Nuestro rubio amigo no tenía consentimiento de la -¿Me dejan ir con ustedes?
madre y regresó a su casa . -No podemos ...
Serían como las cinco de la tarde, y poca gente transi- -¡Déjenme ir!
taba por el barrio próximo a la zona suburbana. -Jeróni· -No, no podemos.
mo llevaba el perro que nos seguía con trotecito indi-
ferente. -¡Yo voy!
¡ lbamos a matarlo! Nos sentíamos poseídos por inu- -Bueno, pero te cobramos media torta.
sitada bravura. Especie de jíferos, caminábamos con aire -¡Eh! ¡ Trato hecho!
despiadado como si en nuestra breve vida no hubiéramos
Partió su golosina y seguimos los tres comiendo y brin-
hecho otra cosa que combatir y derramar sangre.
cando.
-Yo siempre tuve ganas de matar perros- dijo Je-
Pronto cruzamos las vías del ferrocarril y divisamos
nónimo.
a lo lejos, grupos de árboles, el verdor horizontal de los
-Es la mejor cosa del mundo ... Es más importante campos y algunos animales pastando con mansedumbre.
t' que hacer mandados. Caminábamos en medio de la calle firmemente dispues-
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.,. t·
tos al sacrificio. El de la torta aún nos miraba con incre-
t': Hubiéramos querido que mucha gente supiera de nues-
dulidad, porque íbamós ganando en su concepto desme-
tra brava empresa, por eso, no dejábamos de mirar a
dido valor.
cuántos pasaban como diciéndoles:
Atravesamos un terreno para acortar camino. Las per-
-¿Ves este perro? -Lo vamos a matar- ¡ nos lo die.
dices encendían sonorines en el contorno rural y se divi-
ron para que lo matemos!
saban ya los dos altos cipreses del cementerio viejo. Vie-
Al doblar una esquina, sobre el cordón de la vereda, jo se le llamaba porque habían sido trasladados muchos
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esqueletos y pronto no quedarían de él más que fosas yando un codo en la rodilla y la mano en el moflete sonro-
descubiertas, arbustos abandonados. sado. Miraba al perro con profunda seriedad.
El "Chicho" nos seguía atado a la cuerda; tranquilo, -Bueno, dije, matarlo, hay que matarlo.
ignorando la sentencia cruel que había recaído sobre su Silencio general. Un morajú silbó su grave silbido en la
vida. Caminábamos nosotros en silencio. Creo que los copa de un ligustro.
tres reflexionábamos sobre un mismo punto: de qué he-
rramienta nos valdríamos para ultimarlo. Sólo el proce- -Tiene que matarlo Jerónimo que es el dueño ...
dimiento debía preocuparnos, porque el ánimo lo llevá- -¿Y cómo? ... ¡ Ya está! Le pegamos con la cruz.
bamos duro, implacable ... La buscó y la trajo sin dificultad, en lo que se refiere
Eramos muchachos valientes. Llegábamos ya. El por- a su peso, pero evidentemente con sensible pérdida de
tón del cementerio, como siempre, estaba abierto de par valentía. No sabíamos cómo empezar. Las cosas se com-
en par. Entramos decididos. Los escombros de un pan- plicaban. ¡ Gritaría el "Chicho" ¡ Pobre "Chicho"! El em-
téón desparramados, obstruían el sendero principal, in· barazo cundía. Pero era indispensable obrar. ¿Nosotros
vadído por las hierbas. ¡Qué golpe de gramillas en la tie- con temor? ¡ Nunca!
rra abandonada ! -Traelo aquí, en el borde del agujero ...
Doblamos hacia la izquierda, en dirección a los hoyos Acerqué al perro; tenía tal aire de mansédumbre que
recientes. me desconcertaba.
- ¡ Jerónimo, vamos a matarlo dentro de una tumba ... ! Jerónimo no se decidía. Aferraba sus manos a la cruz
-Bueno ... en cuyos brazos, por tierra, estaba también su voluntad.
En un último arranque de heroísmo la alzó como un ha-
Asintió sin el entusiasmo que esperaba de él. El "Gor- cha ... ¡ El "Gordo" se tapó la cara con las manos. Por
do", se mantenía callado; el "Chicho" se había acercado las orejas me entró un aullido estremecedor ... pero muy
a Jerónimo y nos acompañaba con absoluta confianza, co. anticipado. Jerónimo no descargó el golpe y confesó su
mo si siempre hubiera contado con nuestra amistad. derrota.
-Bueno, hay que matarlo aquí ... -Yo no puedo matarlo ... uno se encariña con ~u
Estábamos a orillas de una tumba descubiert;1; en el perro ...
otro costado, terrones resecos formaba11 ur. montículo, Antes que todo lo echase a perder su sensiblería, le
y un poco más allá, una pequeña cruz de hierro caída, quité la cruz.
aplastaba hierbas con sus brazos.
-No, no podemos volver a tu casa con el perro. Es un
¡ Era el momento definitivo! compromiso.
-¿Con qué vamos a matarlo?- preguntó Jerónimo, -Bueno, entonces ...
mientras el "Gordo" se sentaba sobre un montículo, apo- -Sí claro ... puedo matarlo... yo.
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trabajos. Ahora para el hogar, se había convertido en car- torcacitas que, estrechadas ala con ala, se desprendían
ga que debía aligerarse. No era posible que la madre so- con el vaivén de los gajos.
portara sola el peso de la pobreza y la desgracia. Jeróni-
mo, era ya un hombrecito. Siempre conservaba, aún en Era deliciosa la luz y se la respiraba como bajada del
los mejores momentos de holgorio, un aire de seriedad cielo donde fuera purificada con el translúcido azul. ¡ Qué
prematura. Reía como grande, porque los hijos de pobres hermosa estaba la región arbolada! Alguna casa sobresa-
tienen también la desgracia de no ser completamente ni- lía con sus techos en medio de tupidos paraisales y lle-
ños. No tenía raptos de fantasía, e intuiciones sombrías gaban a sus aleros bandadas de palomas domésticas re-
debieron agitar su cerebro cuando, abocado a los proble- tornando de los sembrados y aguaderos. Describían círcu-
mas de su porvenir, veía que lo rodeaban la escasez y los los hasta que, confiadas, abriendo las alas para frenarse
diarios sacrificios. Siempre tuve por él un afecto singular- con el aire, se posaban comenzando el arrullo bravo y co-
mente distinguido porque, a pesar de pertenecer a un ho- quetón de los machos, brillantes las plumas a la luz del
gar tan distinto -en el mío nada faltaba-, Jerónimo sol, abanicada la cola, nerviosas las alas ... Cantaba algu-
vio en mi un compañero sin reservas que, sin saber lo que na roldana de pozo y gallinetas copetonas, atareadas, ha-
era el dolor de ser pobre, lo elevaba en su corazón com- cían coro cerca de las trojes.
prendiendo su bondad y su lealtad. Teníamos gustos simi-
lares en nuestros juegos, pero yo, guiado por la ambición Olvidados de maestros, de deberes y de las comunes
de mi madre y por mi inclinación hacia el estudio, vislum- torturas del aula -mapas, ¡ raíz cuadrada! ¡ teorema de
braba una vida muy diferente a la suya. Yo tenía grandes Pitágoras ! - sin ataduras, disfrutábamos de la magní-
esperanzas en mi futuro y soñaba con la gloria ... Me he fica libertad. Y me ocurrió que, apresurado, sin detener-
perdonado ya ese desvarío porque no me faltaron dolores me a mirarla mucho, herí a una palomita que empollaba
que me instruyeron sobre asuntos de otro valor. sobre su nido. Apenas sobresalían de las pajitas del bor-
de, su pecho y su cabeza. Con desesperado aletear des-
El no se preocupó mucho por cosas trascendentes, ni
cribió una parábola y comenzó a elevarse alto, muy alto.
se le ocurrió pensar que cuando mataba un pájaro, des-
Mal herida debía ir para que ascendiera tanto, y cayera
trozaba una vida sencilla y delicada. ¿Lo pensé alguna
vez? Sí, y aquel día estaba el campo más atrayente que después donde apenas mi vista pudo distinguir.
nunca. Maravilloso verdor de primavera lo cubría todo, Me pareció oír un reproche, como si la voz de mi pa-
hasta llegar a la franja terrosa del camino. Arboles por dre, grave y sentenciosa, me repitiera su común obser-
doquier y vuelos de mariposas en los alfalfares, en las sil-
vación:
vestres manzanillas de fraganciosas corolas, en tréboles
que alzaban la delicadeza de sus flores de finísimos pe- -"No mates nunca un pájaro que tenga nido! Cada
dúnculos. Agradable vientecillo correteaba abatiendo gra- pájaro empollando, está cumpliendo uri serio y dulce
millas y, elevado a las copas, se animaba de pronto en el mandato del amor. Los pájaros se aman y luego constru-
follaje como para desperezar insectos o animar parejas de yen nidos. Cada brizna, cada pluma, es llevada con ca-
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riño; no sabemos si los pájaros tienen ensueños, aunque ¡ Mejor nunca lo hubiera hecho! Desde entonces, quedé
estamos seguro de que aman entrañablemente. atado al compromiso mortificante: todas las siestas, pro-
Acordate del cardenal: murió la compañera mordida testando entre dientes, debía repasarlos uno por uno. Me
por una rata, y el compañero, entristecido, apenado, rin- ponía nervioso y tentado por hacerlos trizas contra el sue-
dió a su recuerdo el sacrificio total, dejándose morir. lo, porque, desde el tapial que ceraba el patio, el agu-
do silbido de Jerónimo me llenaba de impaciencia. Era
Nuestro cardenal murió por amor. Era sublime la fuer- como verlo. Con la boca apuntando a los árboles de casa,
za de su sentimiento, que le dio vigor para soportar, sin soplando con fuerza, mientras despejaba su frente alisán-
comer, el dolor de una vida que ya no quería. El pequeño dose el flequillo, rotas las mangas de la camisa, descalzo,
mundo de los pájaros es un misterio que nos admira por entrazado como bandido de callejones polvorosos, bus-
todo lo que nos vincula con la belleza. cador de huevos, terror de iguanas y lechuzas. Silbaba ca-
da dos o tres minutos, insistente, confiado. Sabía que
Sé que seguirás cazando pájaros con la misma libertad nunca dejaba de afrontar una escapada por peligrosa que
con que pisás un crísantemo o destrozás un jazmín. Pe- fuera. El cinto de mi padre era nada más que una lonja de
ro cuidá de no herirlos cuando tengan nido porque enton- cuero ... ¡ no podía restarle un punto a mi vigoroso amor
ces. son sagrados ... " por la libertad ! El silbido de Jerónimo ... ¡ Cómo quisiera
Así me llegaron al alma las palabras paternales y sufrí oirlo ahora! Un silbido de amigo que me desprendiera de
un momento de angustia; un momento nada más, pero los graves trabajos; que me devolviera a los días de hol-
suficientemente profundo como para no olvidarlo. Cuan- gorio, tan fructíferos, tan enriquecedores del alma ... Son
do Jerónimo vino y preguntó: las últimas remembranzas ahondadas en la presencia in
deleble de aquel rapaz moreno, las que hoy me consuelan
-¿La cazaste? de mi oscuridad anónima, de escasos relieves, pero ínti-
-No, -responqí-. Fue a morir lejos y me duele ha- mamente fervorosa, como si llevara por dentro los des-
berla herido asentada en el nido ... lumbrant~s resplandores con que en mi juventud, orgullo-
sa y apasionada ,quise iluminar la gloria de mi región; ele-
-¡Qué! ¡ Si así son más felices! var hasta todos los ojos del país. la epopeya de nuestros
Sin embargo, mi amigo era bondadoso. pioneros ,triunfadores cuyas armas, -arado, segadora,
hacha, yunque, martillo, pastera-. pueden grabarse co-
Yo lo prefería a todos y a su vez él, francamente, me mo blasones de mi ciudad.
distinguía. ¡ Cuantas veces lo habré oído silbar desde la No importa que haya abandonado afanes con relum-
calle para que yo saliera! bres que concluyen cuando descubrimos su espejismo.
. Cierta vez, y por hacer mérito para ocultar quizá qué Con mi cálido recuerdo alimento ansias del alma, más
p1lleria, cometí la imprudencia de secarle los platos a mi humildes, pero de esencia imperecedera.
madre. Allá va el carro con lo que se cargó de la masa de Jeró-
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NO puedo precisar en qué época fui adqufriendo la cos-
tumbre de permanecer en mi hogar días enteros. No
me atraía ni una cosa de las que antes tan caras eran pa-
ra mi corazón. Aprendí a estar sin la compañía de mi
amigo y ese afecto tan hondo, fue de los primeros que
me instruyeron también sobre la facultad del alma para
olvidar. Otras preocupaciones serias llenaban mi espíritu.
Me alejaba cuando podía de los que me rodeaban y per-
manecía largas horas angustiado. Notaba que a mi al-
rededor cambiaba el ambiente. Era que yo mismo pasa-
ba por una crisis cuyos orígenes no me eran del todo des-
conocidos y me volvían reservado. Esquivaba la mirada
de mi padre por que, si nuestra mutua comprensíón no
alcanzó nunca a aproximarse a lo que normalmente se
llama armonía ahora me parecía que nos iba separando
una barrera infranqueable y como si temiera que un día
interrumpiera mis ensueños con una palabra brusca que
me hiriera, revestía a menudo mi debilidad con insolencias.
Esto me valía serios castigos y abrumado por la incompren.
sión, me alejaba a los fondos del patio para dejar que mis
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pensamientos, febriles como nunca, construyeran la vi- dre. Hábía fijado bien en mi corazón la ternura de su mi-
sión de una hermosa vida que no sentía palpitar a mi al- rada y mientras me dormía, murmuraba con la unción del
rededor. Un hondo desagrado cavaba en mi espíritu los rezo:
contornos de mi soledad.
-Es santa, es santa. ¡ Líbrame Dios mío, de ofender-
Cierta vez, valido de mi elemental conocimiento del cie- la, ya que soy torpe ... l
lo, me abstraje observando las nubes: cirrus enormes se
Dulces lágrimas mojaron la almohada, eran las mismas
movían con lenta majestad y el sol derramaba sus niá-
que en mis anteriores desconsuelos, había vertido para
garas sangrientas en el confín del horizonte. Un ensueño
apaciguar las tormentas de mi corazón . No enjugaba los
turbio, informe, anegó todo lo amplio de mi espíritu y sen.
ojos; al sentirlas tan abundantes y tibias, aumentaban la
tí como si una nueva vida, más honda, más trascendental,
conturbara mi pubertad. intensidad de mí ternura y me abandonaba a ellas hasta
sumergirme en sueño dulce y reparador.
Mi padre me llamaba rudamente y sin desearlo, me
A la mañana siguiente, me vestía con desgano; temía
hundí en la contemplación defediéndome de su voz. Sa.
salir porque me dominaba la impresión de que yo era
cudido como mi mansedumbre no lo hubiera deseado ja- torpe; quizá que nuevos errores cometería que me val-
más, una frase tremendamente injusta desgarró mi co-
razón. drían nuevas reprimendas. Perdía confianza en mi mismo
y me parecía que el mundo que me esperaba era cruel,
- ¡ Sos tonto ! implacable, difícil de comprender y más dificil aún, vivir
en él. Despertaba a la vida y el futuro me asustaba. ¿Qué
Cuando nadie pudo verme, sentado en el suelo, con el
sabía hacer yo? ¿Como iba a ganarme el sustento si deja-
rostro apretad0 sobre las rodillas, lloré con fuerza re-
ban de dármelo mis padres? ¡ Era un inútil irremediable ... !
concentrada como para llegar hasta la hondura de mi
sandez ... En el fondo, y después del llanto, hallé que mi Con estos pensamientos solía salir a la calle para estar
corazón era puro y mis pensamientos se esclarecieron en más sólo y dolerme de una existencia que me ofrecía
magnífica limpidez. ¡ No, oo era un tonto! Era un inde- crueles turbaciones. Al pasar cerca de unos muchachos
fenso que no tenía más apoyo que sus propias fuerzas. del barrio, noté cierta vez que reían y me miraban. ¿Qué
Esta certidumbre, me llenó de melancolía. tenía yo de ridículo? ¡ Los hubiera aporreado a todos por-
que fuerzas inusitadas me agitaban en rebeldías!
Durante la cena, levanté los ojos hasta los de mi ma-
dre. Su mirada dulce, sostenida, me inundó de ternura que - ¡ Eh, grandote, con pantalones cortos ...
reprimí gallardamente, casi con crueldad.
Sí, llevaba pantalones cortos. Mis piernas eran dema-
-"Dalmacio, estás insoportable. Rechazás la comida, siado largas para andar descubiertas y llamaban la aten-
y te empeñás en ser insolente''. Oculté todo lo que pude ción. No tardé mucho tiempo en plantear este nuevo pro-
el rostro y volvi a buscar la soledad. Esta vez, y en mi pie- blema a mi madre, y una tarde, en medio de risas y preo-
za, permanecí absorto recordando la imagen de mi ma- cupaciones, me aventuré por las calles con flamantes pan-
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N DI CE
talones largos. Caminaba e iba mirándolos. Me rozaban
las pantorrillas y daba gusto sentir los bocamangas en '
los tobillos. Ya estaban cubiertas mis piernas, pero más
desnuda mi alma ... , porque fueron agudizándose mis Las moreras . . . . .. . . pág. (\
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