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El Silbaco

El buri estaba sobaqueau. Carmelo Senzano nunca pensó que su pascana en San Rafael
le hubiera salido tan a pedir de boca. Los campos eran gente servicial y la gente hospitalaria
y alegre. Este su trabajo de “Correista”, le estaba resultando muy gratificante; conocía
pueblos, personas y lo atendían bien, y ni siquiera le cobraran por hospedaje o comida. ”Es
que en estos pueblos, recibir cartas o encomiendas, es una bendición, porque están lejos
de Santa Cruz”- pensó.

-¡Ya pues señor, arrímese a al mesa, que el clericó está lindo!. Le dice una pelada con un
busto como papayas para los sayubuses.

- Claro señorita… Pilar ¿no?

-¡Ay! no se olvidó de mi nombre.. y usted es don Carmelo ¿no?

- No me digo don, que todavía no soy viejo

- Ay perdone, es que usted me da vergüenza ¿ y de ande viene?

- De Santa Cruz, he pasau por San José, luego aquí San Rafel y de ahí tengo que ir a San
Miguel, San Ignacio, Santa Ana, Concepción, San Javier, San Ramón y Santa Cruz. Yo
llevo las cartas y encomiendas de pueblo en pueblo.

- Ay oiga que viaja arto y ¿hasta cuándo se va a quedar en San Rafael?

- Pero si tengo que irme ahorita nomas, debo llegar urgente esta noche a San Miguel.. llevo
un encargo de la autoridad y me recalcaron que llegue hoy a San Miguel

- Pero quédese un rato más, pues como se va a ir si la fiesta recién está empezando

El joven era halagado sin cesar por la linda muchacha. Es que no hay forastero que no la
pase bien en los pueblos. Y si lleva una buena pinta, mejor. A falta de Pilar, habían varias
que lo estaban mirando con carita de lleváme al monte. Esto de por sí acrecentaba las
atenciones de la dueña de casa, porque no hay algo más trágico para una chica de pueblo,
que otra le vuele al pretendiente. En los pueblos, donde todos se conocen, esta afrenta
tarda en ser olvidada,
Al atardecer, Carmelo calculó la hora las seis

-Si no me voy ahurita, ya no llego a tiempo, Pilar. - Pero ¡cómo se va a ir, vea cómo está de
bonita la fiesta, váyase mañana, yo lo recuerdo tempranito, qué va a estar viajando en
media noche!

¡Acompáñeme un rato nomás, “no se haga de rogar… ¡ay que se hace de rogar usted
dizqué..! ,

-Pucha Pilar, es que quedé de estar en la noche allá...ya le dije que es urgentísimo.

El buri se fue haciendo más tupido, en medida que los presentes le ponían al trago. Carmelo
sufría en iniciar su cabalgata. La pelada lo tenía boleau y el trago ya se le había subido al
jopo. Tuvo que salir furtivamente. Tratar de explicarles el motivo de su urgencia era dificil,
porque la gente ya estaba chupada y la bulla de la tamborita no dejaba hacerse entender
bien.

Calculó las 10 de la noche. La luna caía en todo su esplendor, creando una variedad de
sombras sobre el camino, bajo el frondoso túnel vegetal de la selva. Mil y un sonidos
formaban una sinfonía sobrecogedora. Lo que más lo impresionaba era el triste lamento del
guajojó y de vez en cuando lo hacían saltar el vuelo intempestivo de los cuyabos, que se
asentaban en medio. camino. Iba bien pertrechado, un Winchester 44 y su revólver 38,
indispensables en territorio , de tigres. En un sapicuá llevaba las cartas a entregar, mientras
en un par de alforjas, poncho, mosquitero y el tapeque necesario. .

Había cabalgado unas tres horas, cuando un silbido agudo se escuchó como a cien metros
al lado derecho del camino. Al rato otra vez el silbido cruzó el monte. Creyó que alguien
andaba por esos parajes, así que contestó con otro silbido; Casi al instante, se repitió el
silbo, pero con más intensidad. Nuevamente contestó el silbo...y a los pocos segundos el
silbo sonó más cerca y más fuerte. Intrigado, silbó otra vez, y de nuevo el silbo le contestó
pero ya muy cerca. Calculó que el que estaba a unos veinte o treinta metros. Ya en el
extremo de la curiosidad, silbó nuevamente…cuando casi de inmediato, el silbido
penetrante le taladro los oidos, haciéndolo taparse las orejas. Una expresión de dolor se
dibujó en su cara, y este dolor se intensificó, porque los silbidos fueron uno tras otro, con
una intensidad que él nunca había sentido.

Azuzó al nervioso caballo, y arrancó al galope, pero los silbidos iban tras de él. Casi
enloquecido, sacó su revólver y disparó hacia atrás varias veces, pero los silbos seguían
torturándolo. Lo persiguieron varias leguas, pero él no aflojó el galope, sabiendo incluso
que su caballo estaba por derrumbarse. En su desesperación, agradeció a la claridad 'lunar
porque gracias a ella se distinguía el camino, sino, se hubiera internado sin rumbo en el
monte. Cuatro y media. Clareaba ya sobre las serranías chiquitanas, cuando divisó a lo
lejos el techo del templo de San Miguel. Poco antes de llegar, pasó al lado de la represa,
pero pese a que el caballo estaba reventado, prefirió llegar nomás al pueblo. Mientras iba
entrando, se cruzaba con los primeros vecinos que iniciaban la
faena diaria. Todos lo miraban como a bicho raro. Las mujeres
se persignaban. En su " apuro, le quedó en el subconsciente
como un mensaje interrogante por qué lo miraban así. La viejita
enmantonada que" llevaba su tujúré al mercadito quedó
petrificada, cuando Carmelo le preguntó ' por dónde se llegaba a
la casa del Corregidor. La mujer persignándose, le dijo que todo
el mundo se había ido al cementerio, Y quedaba por allá.

Apuró el paso hasta que llego al camposanto, donde una turba


de gente alegaba entre sí. Bajo del caballo y pregunto por el
Corregidor, el cual lo miró perplejo y exclamó -¡¡Que le ha pasau!!

Creyendo que l autoridad le estabareclamando la tardanza, tartamudeando una disculpa


esbozó: - Señor Corregidor traiga esta carata para Ud. De parte del corregidor de San Jose,
antes ecaer desvanecido.

-A ver, lleven este hombre al boticario, se está desangrando- dijo la autoridad y entre
varioslo alzaron mientras una mujer le limpiaba las orejas y la nariz, de donde la epistaxis
losopaba con el líquido vital, rojo púrpura.

El Corregidor saco el lacre del sobre y leyó la carta. En la epístola le ordenaban dejar en
libertad a Cristobal Cespedes porque el verdadero culpable era el sobrino de la difunta, que
le había puesto veneno en su remedio. El hombre habría confesado tras emborracharse en
una cantina de San José. Los presentes quedaron atónitos.

El grupo de personas llego hasta la casa de la enfermera. El correísta ya estaba


recompuesto, aunque muy pálido.

-Joven- dijo el cura del pueblo. Queremos exponerle nuestro agradecimiento porque usted
llegó justo a tiempo para evitar una injusticia que nos tendría ahurita acongojados.…
¿Cuáles su gracia, joven?

-Me llamo Carmelo Senzano, el nuevo “Correísta” pa' servirles. En mi traigo encargos y
cartas. Me encargaron que la del señor Corregidor sea la primera en entregase

-Pero, joven Senzano..¿,Por qué estaba sangrando de los oídos...se cayó del
caballo?..pregunta intrigado el sacerdote. Carmelo se agarró las orejas y recién se dió
cuenta que estaba empapado en sangre, seca ya, desde el cuello hasta el pecho. Entonces
contó que alguien que silbaba fuerte en el monte, casi lo había enloquecido silbando en sus
oídos.

-¡Úju joven -dijo una viejita plizada toda de luto-;y seguro usted le contestó el silbo.. ?

-Si doña, yo creí que era otro viajero, y pensé que que nos podíamos acompañar...

-¡Ay joven…ese era el Silbaco..y nunca hay que contestarle, porque de ahí le silba a uno
de cerquinga y es capaz de partirle el tari.! '

-Yo no creía en esas cosas....y he galopau toda la noche huyendo del silbido ese.
-¿¡0 sea que le ha botau espuela todinga la noche!?

-Salí de San Rafael a eso de las nueve, y a las dos _ sería, empezaron los silbos.. .de ahí,
le puse a galope tendido, perseguido por esa bulla…

-3 ¡Bendito sea Dios!! -dijo el cura-. ¡Si no hubiera sido por el Silbaco entonces, a esta hora
ya Cristóbal sería el cuento! Ensimismado en sus
pensamientos, Carmelo calló "que por poco se quedó en
San Rafael, donde lo atajaba la hermosa Pilar. Ni quiso
contar que él tenía que haber salido de allá a medio día, con
lo hubiera llegado tipo diez a San Miguel. El señor cura tenía
razón, de no haber sido por el Siibaco, que lo hizo correr
casi dos horas, él recién estaría llegando a San Miguel a las
siete u ocho de la mañana y Cristóbal Céspedes hubiera
sido fusilado. Carmelo Senzano, el Correista de Las
Misiones se estremeció en sus adentros, al pensar que casi
se quedó en la fiesta, entre los brazos de la hermosa Pilar-
Campos.

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