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Réplica del famoso poema desde el punto de vista de ella

¿Me recordarás?
Quizás, a estas alturas de la noche
ya solo sea un verso más en tu memoria,
o una ola de menos en tu mar.

Me siento abandonada
a la suerte de un desamor
no correspondido en un muelle oxidado.
Amanece.

me llamaste vuelo y sin embargo fui caída.


Volví a respirarte, pero ya me habías buscado hueco
en tu naufragio provocado.
Soplar al viento tiene sus consecuencias.

Ni mis besos te bastaron para entender que yo era luz,


no faro.
La luz ilumina todo el camino,
el faro solo camufla a las sombras.

Te has dejado tu ansiedad a babor

mientras yo te esperaba desnuda en tierra.

Deja de llamar naufragio a mis intentos de subirme a tu barco lleno de tristeza, dolor, humedad y
llantos.
¿Detrás de tu muralla escuchabas mi canto?

Estoy dentro de un vaso que nunca bebes


y ni la sed se sacia escribiendo, ni el hambre olvidando.
Duelo de ruinas.

Aunque tú intentes matar lo nuestro


en palabras que pasarán a la historia de la poesía,
en mi tumba hay hueco para los dos.
Mira los pájaros. Aún se me acercan.
Ellos solo picotean donde todavía queda vida.

Pero seguimos en naufragios distintos.


El mío, esquiva bocas mordidas.
El tuyo, escombros de lo que nunca mancha de la tinta.

Que no hay pozo amargo si su agua es dulce,


ni buzo ciego si no teme al escozor de la sal.

Te veo partir. Es de noche.


Y yo
según tu poema sigo en un destierro
de frías estrellas que me calientan,
con pájaros negros que se cansaron de volar callados.
Pido auxilio mientras preparo el salto.

Y tú
insistes en sentirte abandonado
tras veinte poemas de amor
que te abrieron corazón, inspiración,
memoria colectiva y paso.

¿No será que fue más fácil fingir tu despecho


para convertirme en tu mejor canción desesperada?

Permanezco intacta en tu poema sí,

pero yo
aún
te amaba.

Me gustas cuando hablas porque estás muy presente,


y te escucho desde cerca, y tu voz me recorre.
Parece que los ojos estuvieran concentrados
y no hay lugar para besos si significan callarte.
Como no creo en el alma me pregunto a veces
de dónde sales, de dónde vienes, de dónde.
Mariposa fugaz, te pareces a la vida,
y te pareces a las palabras «pura energía».
Me gusta cuando hablas y me dejas escuchar,
y estás como quejándote de todo lo injusto.
Y lo que yo digo no importa, pero aun así me oyes:
déjame que me calle con el grito tuyo.
Déjame que te hable también con mi silencio
silencio del que aprende, silencio del que escucha.
Eres como la noche, salvaje y oscura.
Tus palabras son uñas y garras y dientes,
se clavan donde duelen, por necesarias.
Me gustas cuando hablas porque estás muy presente,
cercana y combativa como si inmortal fueras.
Una palabra entonces, una opinión basta
y estoy alegre, alegre de combatir el momento.
Qué difícil aceptare ya no somos los mismos.
Que el tiempo y los aciagos silencios
desbarataron el hogar que levantamos en el aire,
bastando un soplido traidor para encender la tempestad.
Todo lo que construimos será pasto del olvido:
la ternura, la alegría, la embriaguez,
y aquel deseo tirano que ayer nos anudaba fuerte por la cintura
y hoy desgarra nuestra carne convirtiéndonos en extraños.
Tú, el amante herido.
Yo, la virgen dolorosa sin misericordia alguna para quien le mendiga amor.

De mis pechos de piedra ya no mana la leche que aplacaba tu ansia,


y mis manos tejen con angustia una corona de espinas
para ese corazón quejumbroso y sangrante que palidece en tu pecho.
Puedes escribirme los versos más tristes esta noche…

que yo los echaré a volar como pájaros sin dueño


y me dirán adiós con sus plumas en llamas,
pues hoy serán para mí y mañana…
¡Ay, mañana!
Fuimos náufragos en este loco mar de amor que ennegreció de luto.
Los besos que no nos dimos,
los hijos que no tuvimos,
serán polvo de estrellas arañando la noche en su delirio.
Cuando te golpee insistente mi recuerdo
o acaricie tu sien mi nombre,
con los ojos contenidos en lágrimas, preñada de nostalgia y espuma,
te sentiré a lo lejos.
En otra cama, en otros brazos,
con otro amor.

Hoy sí que parece que es una mañana llena de tempestad, en el corazón del verano. Que como
pañuelos blancos de adiós viajan las nubes, y el viento las sacude con sus viajeras manos. Con esas
viajeras manos que me presta para tocarte a ti de vez en cuando, para poderte proponer
imposibles de color cielo de noche. Eternamente en fuga como la ola, es tu estado natural. El huir
por el miedo a ser, el ser por el miedo a formar, el miedo a quererse quedar de verdad. Todo lo
llenas tú, todo lo llenas. Pero tienes que saber que antes que tú poblaron la soledad que ocupas, y
están acostumbradas más que tú a mi tristeza. Si no quieres quedarte no haré nada para que te
quedes, si no quieres heridas por madrugadas desesperadas, por ausencias eternas, mejor que no
quede nada. Cuando sonríes al exterior regresan las cosas en ti ocultas. Ahora quiero que me
digan lo que quiero decirte, para que tú las oigas como quiero que me oigas. Pero siempre oyes lo
que quieres, siempre dices lo que piensas, siempre piensas menos cuando tienes muchas ganas de
hacer. Y te sale bien. No quiero tu ausencia, no quiero que estos sean los últimos versos que te
escribo, pero si tienes que ser que sea.
«El tiempo no expande el olvido, lo materializa», eso dicen.

Erosiona el recuerdo, como la gota de agua que cae, incesante, en la piedra


como el camino con la suela del zapato
o como la madurez, obligada y estratega, con las ganas de jugar de los niños.
Nos hablan de desaparición, de minimizar daños, de banalizar vida, de vetar
experiencias en la memoria.

Yo no me creo
absolutamente
nada.
Ojalá pudiera.

Si algo me ha enseñado el tiempo, es quién soy yo.


Y cuanto más sé quién soy yo, más me cercioro de que los de entonces,
lo que vivieron, lo que sintieron y lo que hicieron ocurrir, son y serán lo mismo.

No escribimos los versos más tristes sobre algo que ya no vivimos.

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