La cuestión se agudiza comparando con lo que el arte fue una vez. Las obras de arte salen
del mundo empírico y crean uno propio y contrapuesto como si también existiera.
Por su inevitable separación de la teología, de la pretensión a la verdad de la salvación,
una secularización sin la que el arte no se habría desarrollado, el arte se condena a dar,
falto de la esperanza en otra cosa, una justificación de lo existente, reforzando así el
hechizo del que quería liberarse la autonomía del arte.
La definición de lo que sea el arte siempre estará predeterminada por aquello que alguna
vez fue, sólo adquiriendo legitimidad por aquello que ha llegado a ser y, más aún, por
aquello que quiere ser y quizá pueda ser. Aun cuando haya que mantener su diferencia de
lo puramente empírico, se modifica cualitativamente en sí mismo; algunas cosas,
pongamos las figuras cultuales, se transforman con el correr de la historia en realidades
artísticas, cosa que no fueron anteriormente; algunas que antes eran arte han dejado de
serlo. […] El arte, al irse transformando, empuja su propio concepto hacia contenidos que
no tenía. La tensión existente entre aquello de lo que el arte ha sido expulsado y el pasado
del mismo es lo que circunscribe la llamada cuestión de la constitución estética. Sólo
puede interpretarse el arte por su ley de desarrollo, no por sus invariantes. Se determina
por su relación con aquello que no es arte. Lo que en él hay de específicamente artístico
procede de algo distinto: de este algo hay que inferir su contenido; y sólo este presupuesto
satisfaría las exigencias de una estética dialéctico-materialista. Su especificidad le viene
precisamente de distanciarse de aquello por lo que llegó a ser; su ley de desarrollo es su
propia ley de formación. Sólo existe en relación con lo que no es él, es el proceso hacia
ello.
No hay duda de que las obras de arte llegan a ser tales cuando niegan su origen.
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no se llega a conseguir. La identidad estética viene en auxilio de lo no idéntico, de lo
oprimido en la realidad por nuestra presión identificadora. […] Las obras de arte son
imitaciones de lo empíricamente vivo, aportando a esto lo que fuera le está negando. Así
lo liberan de aquello en lo que lo encierra la experiencia exterior y cosista. […] las obras
de arte poseen una vida sui generis.
La fuerza de producción estética es la misma que la del trabajo útil y tiene en sí la misma
teleología; y lo que podemos llamar relaciones estéticas de producción, todo aquello en
lo que se hallan encuadradas las fuerzas productivas y sobre lo que trabajan, no son sino
sedimentos o huellas de los niveles sociales de las fuerzas de producción. El doble
carácter del arte como autónomo y como fait social está en comunicación sin abandonar
la zona de su autonomía.
Los insolubles antagonismos de la realidad aparecen de nuevo en las obras de arte como
problemas inmanentes de su forma. Y es esto, y no la inclusión de los momentos sociales,
lo que define la relación del arte con la sociedad.
Según esto, el puro concepto del arte no sería un ámbito asegurado de una vez para
siempre, sino que continuamente se estaría produciendo a sí mismo en momentáneo y
frágil equilibrio […] Toda obra de arte es un instante; toda obra de arte conseguida es una
adquisición, un momentáneo detenerse del proceso, al manifestarse éste al ojo que lo
contempla.
El arte es para sí y no lo es, pierde su autonomía si pierde lo que le es heterogéneo.
El criterio de las obras de arte es doble: conseguir integrar los diferentes estratos
materiales con sus detalles en la ley formal que les es inmanente y conservar en esa misma
integración lo que se opone a ella, aunque sea a base de rupturas.
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modificaciones de lo presente empíricamente El efecto es la presentación de algo no
empírico como si fuera empírico; está facilitado por la procedencia de la empiria.
En tanto que criptograma, lo nuevo es la imagen del ocaso; sólo mediante su negatividad
absoluta, el arte dice lo indecible, la utopía.
Toda obra, en tanto que, pensada para muchos, ya es desde el punto de vista de la idea su
propia reproducción. Que en la dicotomía de la obra de arte con aura y la obra de arte
tecnológica Benjamin reprimiera este momento de unidad en favor de la diferencia podría
ser la crítica dialéctica a su teoría
Es moderno el arte que, de acuerdo con su modo de experiencia y como expresión de la
crisis de la experiencia, absorbe lo que la industrialización ha creado bajo las relaciones
de producción dominantes. Esto incluye un canon negativo, prohibiciones de aquello de
lo que esa modernidad reniega en la experiencia y en la técnica; y esa negación
determinada ya es casi un canon de lo que hay que hacer.
Las obras de arte significativas aniquilan tendencialmente todo lo que en su tiempo no
alcanza su estándar.
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Las obras de arte se separan de lo existente defectuoso no mediante una perfección
superior, sino (como los fuegos artificiales) actualizándose al irradiar una aparición
expresiva. No son solo lo otro de la empiria: todo en ellas se convierte en otro.
En cada obra de arte genuina aparece algo que no existe. No lo fantasean a partir de los
elementos dispersos de lo existente. Elaboran a partir de ellos constelaciones que se
convierten en claves sin poner ante los ojos lo cifrado (las fantasías) como algo que existe
inmediatamente.
Lo no existente (150)
La pregunta por la verdad del arte surge cuando algo que no existe se presenta como si
existiera. De acuerdo con su mera forma, el arte promete lo que no es, y anuncia objetiva
y torpemente la pretensión de que, como eso aparece, también tiene que ser posible.
promesa de felicidad.
Las obras de arte tienen su telos en un lenguaje cuyas palabras el espectro no conoce.
Aunque en las obras de arte se muestre de repente lo no existente, ellas se adueñan de eso
no personalmente, con una varita mágica. Lo no existente se lo proporcionan los
fragmentos de lo existente que ellas reúnen en la apparition. No es asunto del arte decidir
mediante su existencia si eso no existente que aparece existe empero o si se queda en la
apariencia.
«Explosión» (153)
Mediante su definición como aparición, el arte lleva insertada teleológicamente su propia
negación; lo que se muestra de repente en el fenómeno desmiente a la apariencia estética.
Pero la aparición y su explosión en la obra de arte son esencialmente históricas. En si
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misma (y no gracias a su situación en la historia real, como dice el historicismo), la obra
de arte no está eximida del devenir, sino que es algo en devenir. Lo que aparece en ella
es su tiempo interior, y la explosión de la aparición hace saltar a su continuidad. Con la
historia real está mediada a través de su núcleo metodológico. Se puede llamar historia al
contenido de las obras de arte. Analizar las obras de arte significa captar la historia
inmanente almacenada en ellas.
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De acuerdo con esto, ninguna obra de arte está pensada para un contemplador, ni siquiera
para un sujeto trascendental aperceptor (al margen de lo que el productor piense a este
respecto); ninguna obra de arte se puede describir y explicar con las categorías de la
comunicación.
Las obras de arte son inteligentes o estúpidas de acuerdo con su manera de proceder, pero
no lo son los pensamientos que un autor elabora sobre ellas.
Carácter doble del arte: fait social y autonomía; sobre el carácter fetichista (370)
Pero el arte no es social ni solo por el modo de su producción en el que se concentre en
cada caso la dialéctica de las fuerzas y de las relaciones productivas ni por el origen social
de su contenido. Mas bien, el arte se vuelve social por su contraposición a la sociedad, y
esa posición no la adopta hasta que es autónomo al cristalizar como algo propio en vez
de complacer a las normas sociales existentes y de acreditarse como «socialmente útil»,
el arte critica a la sociedad mediante su mera existencia, que los puritanos de todas las
tendencias reprueban. No hay nada puro, completamente elaborado de acuerdo con su ley
inmanente, que no critique implícitamente, que no denuncie la humillación de una
situación que tiende a la sociedad del intercambio total: en ella, todo es solo para otro. Lo
asocial del arte es la negación determinada de la sociedad determinada. Por supuesto, el
arte autónomo se ofrece mediante su repudio de la sociedad.
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efectos, que por diversas razones sociales divergen por completo de las obras de arte y de
su contenido social objetivo.
El arte y la sociedad convergen en el contenido, no en algo exterior a la obra de arte.
Que las obras de arte, igual que en tiempos las ánforas y las estatuillas, sean ofrecidas en
el mercado no es un uso impropio de ellas, sino la consecuencia sencilla de su
participación en las relaciones de producción. Un arte carente por completo de ideología
no es posible.
Por eso, también socialmente la situación del arte hoy es aporética. Si hace concesiones
en su autonomía, se entrega al negocio de la sociedad existente; si permanece
estrictamente para sí, se deja integrar como un sector inofensivo más.