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astante tinta ha corrido en los últimos años sobre la importancia de la forma-
ción en humanidades y pensamiento crítico para la educación superior. Este
debate, al que asistimos hoy en día prácticamente desde todas las latitudes,
ha demostrado cuán complicado resulta en el ámbito académico e investigativo
un discurso que por su fuerza y tenacidad intenta abrir las perspectivas de análisis
social y que insta a ubicarse, en rigor, en el límite entre una cosmovisión y otras.
Sin embargo, pese a esta dificultad, no son pocos los autores que ya desde la
segunda mitad del siglo pasado han hecho un llamado a este tipo de discursos
que, como contraparte de una suerte de racionalidad dominante en el ámbito de
la ciencia, la instrumental, invitan a recoger y desarrollar otras tradiciones del
pensamiento que parecían condenadas, hasta entonces, al olvido.
Con Mardones, podríamos decir que la inevitable polémica que aparece cuando
nos adentramos en el campo de las ciencias sociales y humanas, más allá del
hecho de que entre ellas no parece haber un consenso sobre cuál sea su objeto
o método de estudio específico, conlleva a preguntarnos por los criterios que se
aplican tras el término “ciencia”. En efecto, qué sea científico reclama una proble-
matización de las razones por la cuales algo no lo es, y en ese espectro de cosas
caben muchas apreciaciones.
Ahora bien, los acontecimientos del siglo veinte suscitaron una gran reflexión
en torno a las nefastas consecuencias éticas y sociales que vinieron tras el desa-
rrollo de un tipo de racionalidad que se ha dado en llamar “científica”, pero que
alude precisamente al modelo galileano de la ciencia. Justamente, la llamada
de atención por cuenta de las humanidades de la reducción del campo racional
a este modelo particular de ciencia, -debate que se conoce como la contraten-
sionalidad entre las ciencias del espíritu y las ciencias de la naturaleza-, ha hecho
hincapié en que el aparente éxito de éstas últimas ha seducido en buena parte
los demás saberes, que han impostado progresivamente métodos de cálculo y
de probabilidad a sus estudios, y se han especializado en objetivos económicos
y organizativos. Siguiendo a autores de la Teoría Crítica como Horkheimer y
Adorno, la observación que esbozamos consiste en que tras la experiencia de la
barbarie y de la guerra, el proyecto ilustrado de una racionalidad emancipadora
ha devenido en su contrario, reduciendo las potencialidades de la razón a una
sola manifestación, esto es, a una razón instrumental cuya mirada cosifica el
mundo para dominarlo. En adelante, un balance de cuentas sobre el fracaso de
la ilustración ha sido el propósito central de varias corrientes del pensamiento
filosófico y humanístico. Como lo señala Reyes Mate, para finales del siglo XX esta
gama de diagnósticos y terapias ya se veía representadas en propuestas que van
desde la “razón teleológica” a la “razón normativa” de Weber, la “razón instrumental”
a la “razón comunicativa de Habermas”, la “cosificación de la razón” a “la razón
emancipadora” de Lukács, la “pérdida del ser en la metafísica occidental” a su
“búsqueda en los presocráticos” de Heidegger.
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