La Escasa Masa Crítica

1/10/2018 La escasa masa crítica | Nexos
La escasa masa crítica

2015 - Nexos - www.nexos.com.mx
En los últimos 25 años la producción de estudios

sobre la historia mexicana experimentó
un crecimiento cuantitativo notable, elevó sus
niveles de calidad y ensayó otras rutas para
reconstruir
el pasado. Sin embargo, si se mira esa producción
con el
lente cualitativo, el panorama es de contrastes y
claroscuros,
no de desarrollo armónico. Limitado por el
espacio,
me restringiré a comentar algunos temas y
corrientes de
interpretación relativos a la historiografía política.
https://www.nexos.com.mx/?p=12396 1/52
{{1}}
El primer rasgo que sorprende es el contraste

entre esa
nutrida producción y la magra porción dedicada
a su evaluación,
particularmente en el lado mexicano. Desde la
década de 1980 era notorio el acelerado
crecimiento de las
obras históricas extranjeras sobre México y el
lento ritmo
de la investigación nacional.1 Entre esa fecha y
2007 esa
disparidad se ha acentuado. Si antes de 1980 la
producción
extranjera se había concentrado en la época
prehispánica
y el siglo XX, al comenzar el siglo XXI se ha
extendido
a todos los periodos de la historiografía
mexicana. Los
promotores de esta nueva realidad cultural son
las instituciones
académicas, las editoriales y las revistas de
Estados
Unidos de Norteamérica y sus equivalentes
europeos.
Se trata de una historiografía mexicanista

elaborada más
allá de las fronteras nacionales, gobernada por
las normas
académicas y profesionales que regulan la
enseñanza, la
investigación y la difusión de la historia en
Norteamérica y
Europa. En la última década la importancia de

esa producción
se ha acentuado porque sus mismos autores
fueron
quienes más se involucraron en la evaluación de
las obras
y las corrientes de interpretación que se ocupan
del pasado
mexicano. A las revistas tradicionales
concentradas en los
temas latinoamericanos y mexicanos ({Hispanic
American
Historical Review, Latin American Research
Review, The
Americas}), se han sumado {Mexican-Studies,
Latin American
Colonial Review, Mexicom}, RES y otras
especializadas
en distintas épocas y temáticas de México. Estas

revistas,
y las decenas de congresos, simposia y
seminarios que
anualmente se celebran para considerar los más
variados
tópicos de la historia mexicana, son el ágora
académica
donde se valoran, debaten y dictaminan los
méritos y se
definen los paradigmas que califican la
producción histórica
mexicanista y mexicana.
El reciente y sonado debate sobre los “estudios

subalternos”
o “nueva historia cultural de México” que
cautivó la
atención de los mexicanistas, y donde fue visible

la ausencia
de historiadores mexicanos, es el ejemplo más
expresivo de
la afirmación de esas tendencias.2 Como
advierte Mary Kay
Vaughan, esta corriente de interpretación es más
americana
que mexicana. Con razón, el antropólogo
Claudio Lomnitz
vio en este debate un signo del fin de las
“narrativas nacionalistas”.
3 Las actuales obras históricas que hoy se
publican
no se ciñen a las fronteras nacionales, no son
elaboradas por
historiadores nacionales exclusivamente, ni
tienen por guía
los antiguos modelos empleados para estudiar la

construcción
del Estado nacional. Sus principales modelos
teóricos
y metodológicos proceden de las metrópolis
extranjeras.
{{2}}
También es un hecho que desde 1980 los

estudios históricos
de autores mexicanos se multiplicaron, así como
hubo
intentos de recuperar la brillante tradición crítica
sembrada
por los historiadores conservadores del siglo XIX
(José
Fernando Ramírez, Joaquín García Icazbalceta,
Manuel
Orozco y Berra, Fernando del Paso y Troncoso) y
por la
nueva generación de historiadores profesionales
del XX
(Ramón Iglesia, Edmundo O’Gorman, Juan A.
Ortega y
Medina, Luis González). Pero en algunos casos la
promesa
de emular esa tradición abortó en obras
inacabadas (como
la ambiciosa {Historiografía mexicana} iniciada
en 1991 por
el Instituto de Investigaciones Históricas de la
UNAM con
un equipo numeroso), o puramente
descriptivas, alejadas
del espíritu crítico y hermenéutico de sus
antecesores.
En la última década una nueva generación de
historiadores
mexicanos aceptó la responsabilidad de evaluar
críticamente la producción de sus colegas. Casi
todas las épocas
fueron objeto de revisión, pero la
contemporánea y el
siglo XIX resultaron las más favorecidas. El 50
aniversario
del Centro de Estudios Históricos de El Colegio
de México
fue celebrado con una amplia revisión
historiográfica de
lo hecho en ese periodo, en el cual El Colegio de
México
figuró como institución de avanzada (Alicia
Hernández
Chávez y Manuel Miño Grijalva —coords.—,

{Cincuenta
años de historia en México}, 1991). Diez años
más tarde,
Evelia Trejo y Álvaro Matute reunieron un grupo
de jóvenes
historiadores para hacer el escrutinio de 30 obras
realizadas
por distintos autores en el siglo XX ({Escribir la
historia
en el siglo} XX, UNAM, 2005).4 Esta voluntad
crítica se
consolidó con la aparición de la mejor colección
dedicada
a revisar de modo exhaustivo y riguroso los
principales
periodos y temas de la historia mexicana.
Pensada como
inventario y análisis de la literatura histórica, las

obras de
esta colección son utilísimas “herramientas para
la historia”,
guías imprescindibles para caminar por el
laberinto de
libros e interpretaciones del pasado mexicano.
Historias de
la revolución de Luis Barrón; {El segundo
Imperio} de Érika
Pani; {La oposición política} de Elisa Servín; {El
Porfiriato} de
Mauricio Tenorio y Aurora Gómez;
{Afroméxico} de Ben
III, Vinson y Bobby Vaughn; y {Los indios en la
historia de
México} de Margarita Menegus (CIDE-FCE,

2004-2006),
son los primeros títulos de esta colección.
La Revolución de 1910, el movimiento que

conmovió
las fibras más profundas del conglomerado
social, fue también
el acontecimiento mejor estudiado. Si al
principio la
Revolución atrajo la atención en sus aspectos
sociales y
políticos, más tarde diversos analistas, incluidos
los historiadores,
revisaron sus distintos episodios, actores, épocas,
regiones, imaginarios y consecuencias desde las
ópticas
más contrastadas y produjeron una visión
caleidoscópica
de ese acontecimiento, dispersa en miles de
estudios,
monografías y obras generales, o concentrada en
algunas
obras maestras, entre ellas {Zapata} de Jack
Womack, {La
revolución mexicana} de Alan Knight y {Pancho
Villa} de
Friedrick Katz. La naturaleza multiclasista,
plurirregional
y faccionalista de la Revolución de 1910 también
alentó la
crítica revisionista de su historiografía y de las
construcciones
ideológicas y mitológicas que la envolvieron.
Junto al talante crítico, lo que distingue a los

historiadores
del siglo XX es el ánimo para incursionar en casi
todos los campos abiertos por la investigación:
historia
política (Miguel González Compeán y Leonardo
Lomelí
—coords.—, {El partido de la Revolución}, FCE,
2000); historia
regional (Gilbert M. Joseph, {Revolución desde
afuera},
FCE, 1982; Paul Garner, {La revolución en la
provincia}, FCE,
1988); historia económica (Leopoldo Solís, {La
evolución
de la economía mexicana}, FCE, 1999; Enrique
Cárdenas,
{La hacienda pública y la política económica},
FCE, 1994;
Stephen H. Haber, {Industria y subdesarrollo. La
industrialización
de México}, 1890-1940, Alianza Editorial, 1989).
Los estudios de género se multiplicaron a lo

largo del
siglo XX, a tal punto que han empezado a
modificar la historia
local, regional y nacional (Gabriela Cano, Jocely
Olcott
y Mary Kay Vaughan (eds.), {Woman and
Gender in Postrevolutionary
Mexico}, 2007; Marta Lamas (coord.), {Miradas
feministas sobre las mexicanas del siglo XX}, FCE,
2007). El
análisis de la identidad nacional y de su relación
con las
identidades étnicas, locales, regionales y los

procesos de
globalización se constituyó en un campo de
controversia
y revaloración de conceptos y tradiciones
académicas. En
esta reconstrucción de los paradigmas de la
identidad fueron
decisivas las obras de Claudio Lomnitz ({Las
salidas del
laberinto}, Joaquín Mortiz, 1995; {Deep Mexico.
Silent Mexico},
University of Minnesota Press, 2001); José
Antonio Aguilar
Rivera ({El sonido y la furia}, Taurus, 2004);
Guillermo de la
Peña ({Culturas indígenas de Jalisco}, 2006);
Guillermo Palacios
({La pluma y el arado}, El Colegio de México,

1999), y
Arturo Warman ({Los indios mexicanos en el
umbral del milenio},
FCE, 2003). Un cambio mayor en la
reconstrucción del
ser colectivo lo constituyó la aparición de la obra
dirigida
por Pilar Gonzalbo Aizpuru, {Historia de la vida
cotidiana en
México}(El Colegio de México-FCE, 2004-2006).
Sus cinco
volúmenes publicados ofrecen una nueva
imagen de la sociedad
y la historia a lo largo de varios siglos.
Los fuertes vínculos que se crearon entre la

historia,
la antropología y las ciencias sociales
promovieron una
revisión de las políticas, las industrias y las
instituciones
culturales. En esta perspectiva se ubican los
omniscientes
e indispensables ensayos de Carlos Monsiváis, y
las obras
de Néstor García Canclini (Las industrias
culturales y el
desarrollo de México, 2006) y Lucina Jiménez
(Políticas
culturales en transición, 2006).
Pero el imán que unió a historiadores con
politólogos,
antropólogos, sociólogos, periodistas, escritores,
funcionarios,
políticos y ciudadanos fue el empecinado
análisis crítico,
hecho desde distintas trincheras y posiciones, de
los
valores sustantivos de la democracia, el Estado
de derecho,
la seguridad, la igualdad y la reforma de las
instituciones
políticas. Quizá ésta fue la mejor contribución
de la conciencia
crítica a los cambios que comienzan a percibirse
al despuntar el siglo XXI.
{{3}}
El siglo relativamente olvidado, el XIX, fue objeto

de fuertes
revisiones y terreno favorable para la aparición
de interpretaciones
novedosas. Aquí me referiré sólo al campo de la
historiografía política, el mejor revisado. Después
de
los innovadores estudios de Brian R. Hamnett
({Raíces de la
insurgencia en México}, 1986), el año 2001 vio
aparecer La
otra rebelión (FCE, 2006) de Eric Van Young, una
obra extraordinaria,
sustentada en una riquísima documentación
de archivos, que brinda un análisis fino y extenso
de la insurgencia
popular que incendió el país entre 1810 y 1821.
Se trata de la mejor obra sobre los variados
actores que
participaron en este movimiento y un acucioso
registro
de la participación campesina cargado de
sorpresas. Entre
éstas sobresale su conclusión: “La rebelión
popular de la
década de 1810-1821, en la medida en que fue
de carácter
rural e indígena, fue profundamente
conservadora, con
la mirada vuelta hacia épocas anteriores”. El libro
de Juan
Ortiz Escamilla, {Guerra y gobierno} (Instituto
Mora, 1997),
presenta asimismo otra interpretación de la
participación
de los pueblos campesinos en la Independencia.
Casi ningún momento importante del proceso

independentista
dejó de revisarse. La obra de François-Xavier
Guerra ({Modernidad e independencias. Ensayos
sobre las
revoluciones hispánicas}, FCE, 1993) fungió
como reactivo
de las sucesivas revisiones del proceso
revolucionario. En
lugar de ver estos procesos como movimientos
propios
de cada región, Guerra los consideró como parte
de un
proceso revolucionario único originado en
España y luego
extendido a las posesiones americanas. Según su
interpretación,
este proceso se significó más que por una
ruptura
radical con el antiguo régimen, por sus
continuidades. Para
Guerra, la irrupción de la modernidad en el
catalizador
que promueve el paso de una cultura política
estamental y
corporativa a una individualista, basada en
nuevos espacios
de sociabilidad. A partir de entonces las nuevas
naciones
enfrentaron el desafío de establecer gobiernos
legítimos,
fundados en la soberanía ya no del rey sino de la
nación.5
Siguiendo esa perspectiva, Virginia Guedea
extrajo nuevos
datos sobre los movimientos revolucionarios
({En busca de
un gobierno alterno: los Guadalupes}, UNAM,
1992).
Por su parte, María Laure Rieu Millán ({Los

diputados
americanos en las Cortes de Cádiz}, Consejo
Superior de Investigaciones
Científicas, 1990); Manuel Chust ({La cuestión
nacional americana en las Cortes de Cádiz},
Fundación Historia
Social-UNAM, 1999); y Juan Ortiz Escamilla y
José
Antonio Serrano ({Ayuntamiento y liberalismo
gaditano en
México}, El Colegio de Michoacán, 2007),
reconsideraron la
representación política americana en el
momento crucial
de Cádiz. Rafael Rojas hizo una importante
contribución
sobre el espacio público ({La escritura de la
Independencia.
El surgimiento de la opinión pública}, CIDE-
Taurus,
2003); y Alfredo Ávila publicó dos obras que
cambiaron
la imagen del proceso de independencia: {En
nombre de la
nación. La formación del gobierno
representativo de México}
(CIDE-Taurus, 2002) y {Para la libertad. Los
republicanos
en tiempos de imperio 1821-1823} (UNAM,
2004). La primera
se centra en el tema de la soberanía nacional y
sus
representantes, y la segunda muestra la
accidentada ruta
que transitaron los partidarios de la República
para arribar
al régimen republicano y federalista instaurado
en 1823.6
Lo singular en estas obras es la combinatoria

entre el
manejo diestro de las fuentes y la aplicación de
la teoría y
los métodos que provienen del
constitucionalismo, el derecho
y la ciencia política. Éstos son también los
atributos
que distinguen la obra de Roberto Breña, {El
primer liberalismo
español y los procesos de emancipación de

América,
1808-1824} (El Colegio de México, 2006). Como
lo expresa
el subtítulo de este libro (“Una revisión
historiográfica del
liberalismo hispánico”), estos estudios están
marcados por
la revisión crítica de las tesis teleológicas y
nacionalistas
que en el pasado identificaron el liberalismo con
la Independencia,
la Reforma y la Revolución de 1910. Como
sabemos,
la revisión crítica del liberalismo la inició Charles
Hale con dos obras clásicas: {El liberalismo
mexicano en la
época de Mora} (Siglo XXI, 1972) y {La
transformación del
liberalismo en México a fines del siglo XIX}
(Vuelta, 1991).
Antonio Annino publicó importantes
contribuciones sobre
el tema de la representación política y las
elecciones
(véase, por ejemplo, {Historia de las elecciones
en Iberoamérica,
siglo XIX}, FCE, 1995). Brian Connaughton reunió
a
distintos autores para revisar esos temas y la
construcción
de la legitimidad política ({Construcción de la
legitimidad
política en México}, El Colegio de Michoacán,
1999; y {Poder
y legitimidad en México en el siglo XIX},

Universidad Autónoma
Metropolitana, 2003).
Otras obras se refieren a la imposibilidad de

crear verdaderos
ciudadanos (Fernando Escalante Grijalbo,
{Ciudadanos
imaginarios}, El Colegio de México, 1992), o la
dificultad para instaurar la igualdad jurídica y
política en
un contexto de estructuras sociales
estamentales de antiguo
régimen (Beatriz Urías Horcasitas, {Historia de
una
imaginación: La idea de igualdad en el
pensamiento político
mexicano del siglo XIX}, UNAM, 1996).
Una continuación y una suma de estas

corrientes de
interpretación es la obra de Luis Medina Peña:
{Invención
del sistema político mexicano. Forma de
gobierno y gobernabilidad}
(FCE, 2004). La aportación de Medina radica en
la unidad del enfoque para tratar, por un lado,
las características
del régimen político creado por las
constituciones de
1812-1824, 1836-1840, 1857 y 1917, y por otro las
prácticas
que pusieron en obra los actores políticos que
vivieron
bajo esos regímenes y circunstancias históricas.
En lugar
de separación entre la norma y la práctica
política, en este
libro hay una interrelación, un contrapunteo
analítico
entre el régimen constitucional y sus formas
prácticas de
operar, con énfasis en los actores políticos: la
Iglesia, el
ejército, los pueblos y la clase política civil.
El liberalismo y la construcción del marco

constitucional
fueron objeto de una revisión intensa, basada en
nuevos enfoques.7 La fundación y organización
del Estado
ocuparon un papel central en la historiografía
del
siglo XIX (Manuel Ferrer Muñoz, {La formación
de un Estado
nacional en México}, UNAM, 1995; Josefina

Zoraida
Vázquez —coord.—, {El establecimiento del
federalismo en
México}, El Colegio de México, 2003; Marcello
Carmagnani
—coord.—, {Federalismos latinoamericanos}, El
Colegio de
México, 1993; Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent
—eds.—,
{Everyday Forms of State Formation}, Duke
University Press,
1994; Florencia Mallon, {Campesino y nación. La
construcción
de México y Perú postcoloniales}, El Colegio de
San
Luis-El Colegio de Michoacán, 2003; Peter
Guardino,
{Campesinos y política en la formación del

Estado nacional
en México}, Gobierno del Estado de Guerrero,
2001).8 En
contra de la tesis tradicional de que el
liberalismo fue enemigo
de la propiedad colectiva de los pueblos
indígenas
y reacio a reconocerlos como ciudadanos
plenos, Mallon,
Guardino y otros autores proclamaron la
existencia de un
“liberalismo popular” que permitió a los liberales
pactar
acuerdos con los grupos indígenas, y a éstos
adoptar principios
liberales para defender sus tierras y la autonomía
de sus pueblos, y hasta proponer proyectos
“alternativos
de nación”. En oposición a esas interpretaciones,
el historiador
Jesús Hernández Jaimes afirmó: “La
preocupación
por la formación del Estado nacional está más
[que en los
pueblos indios del siglo XIX] en los historiadores
actuales,
algunos de los cuales van hacia el pasado
buscando e, incluso,
imaginando elementos que indiquen que los
actores
decimonónicos compartían su obsesión”.9
Los pueblos nativos no adoptaron el “liberalismo

popular” pero durante el virreinato y el siglo XIX
fueron importantes
actores políticos. Primero la legislación colonial

que protegió sus tierras, luego las Cortes de
Cádiz que les
dieron la oportunidad de constituirse en
ayuntamientos,
y más tarde su participación decisiva en la guerra
de independencia,
pusieron las bases para asentar su presencia
en el escenario político. A partir de entonces
vemos a estos
actores colectivos empeñados en una batalla
política negociando
mediante alianzas tácticas con los demás actores
políticos la defensa de sus tierras y tradiciones”.10
Y así
como la historiografía política rescató de la
marginación a
los pueblos indígenas, así también debemos a
esta corriente
la revaloración de los conservadores,
considerados por
la historiografía liberal como traidores a la patria
o inexistentes
en el mapa nacional. Como se recordará,
después
de la restauración de la República por el
presidente Benito
Juárez, los políticos, los escritores, los episodios
históricos
y los valores conservadores fueron
anatematizados y borrados
de la memoria construida por los liberales.
Sorpresivamente, en el transcurso de la última

década,
la literatura histórica nos presenta una imagen
de los
conservadores que si no los reivindica los hace
parte de
la historia nacional, actores inocultables en la
formación
del México moderno y contemporáneo. Así, la
singular
obra de Érika Pani ({Para mexicanizar el segundo
imperio.
El imaginario político de los imperialistas}, El
Colegio de
México-Instituto Mora, 2001), se propuso nada
menos que
contradecir la dilatada interpretación de la
historiografía
liberal sobre el imperio de Maximiliano y
ubicarlo no como
una ruptura en el desenvolvimiento de la nación,
sino
como una época de continuidad, como un
episodio “firmemente
inscrito dentro del proceso histórico nacional”
(p. 20). Por este camino, la autora llega a la
conclusión de
que en lugar de una separación irreductible
entre liberales
y conservadores, la práctica política de estos
últimos se
caracterizó por aspirar a crear “un moderno
Estado-nación”,
representante “de la soberanía nacional”,
apoyado
en una “sociedad moderna de individuos” e
“impulsor de
progreso material” (pp. 360-362).
En esta ruta revisionista de la política y los

políticos
conservadores se inscriben otras obras
interesantes que
van cambiando la interpretación y la fisonomía
tradicional
del siglo XIX: Humberto Morales y William
Fowler
(coords.), {El conservadurismo mexicano en el
siglo XIX
(1810-1910)}, Benemérita Universidad
Autónoma de
Puebla, 1999; Elías José Palti, {La política del
disenso. La
“polémica en torno al monarquismo” (México,
1848-1850)
y las aporías del liberalismo} (FCE, 1998); Manuel
Ramos
Medina (comp.), {Historia de la Iglesia en el siglo

XIX}, El
Colegio de México-Condumex, 1998; Manuel
Ceballos
Ramírez y Alejandro Garza Rangel (coords.),
{Catolicismo
social en México. Teoría, fuentes e historiografía},
Academia
de Investigación Humanista A. C., 2000.
{{4}}
En 1985, al revisar la producción histórica hecha

en mundo
anglosajón sobre México y Centro América, Eric
Van
Young advirtió que esa historiografía no era tan
buena
como la que hacían los historiadores del Viejo

Mundo de
Estados Unidos cuando reflexionaban sobre su
propio pasado.
Al tratar de explicar esas diferencias en los
niveles
de calidad, encontró que las obras europeas
anglosajonas
casi siempre se planteaban preguntas o
problemas interesantes,
combinaban las antiguas formas de hacer
historia
con instrumentos conceptuales tomados de
otras disciplinas,
y se caracterizaban por ser explícita o
implícitamente
comparativas. Observaba que en la historiografía
europea
y anglosajona había una tradición de erudición y

crítica
plasmada en escuelas historiográficas de larga
data, una
tradición ausente en la escritura de la historia
relativa a
México o Centro América.
Este ejercicio comparativo lo llevó a decir que

“los historiadores
norteamericanos que estudiamos México o
Centro
América carecemos de normas críticas
suficientes con las
cuales evaluar la calidad”. En sus conclusiones se
lamentaba
que los historiadores norteamericanos que
trabajaban la
historia de México hubieran alcanzado el nivel

de masa
crítica profesional para competir en términos
cualitativos
con las obras históricas europeas o
norteamericanas.11
Esta cruda reflexión sobre las diferencias de

calidad entre
los productos de los historiadores
norteamericanos que
se ocupan de México y sus contrapartes
europeos pueden
extenderse a la historiografía aquí reseñada.
Como el lector
ha podido apreciar, en los últimos años se ha
acentuado
el contraste entre la calidad de las obras
mexicanistas producidas
por los historiadores norteamericanos y
europeos
y las hechas por sus colegas mexicanos.
En el origen de ese contraste está el canon

profesional,
las normas aceptadas y ejercitadas
continuamente para investigar,
enseñar, publicar y difundir el conocimiento
histórico.
En todas esas operaciones la crítica, tanto en el
interior
del claustro académico como fuera de él, es el
requisito
indispensable para obtener altos niveles de
calidad. Ante
la diminuta presencia de la discusión crítica de la
producción
histórica mexicana, comparada con la que
practican
los historiadores mexicanistas extranjeros
debemos reconocer,
siguiendo a Eric Van Young en su {mea culpa},
que
los historiadores mexicanos no hemos
alcanzado la masa
crítica profesional para competir en términos
cualitativos
con nuestros colegas estadunidenses o
europeos. {{n}}
1Enrique Florescano, {El nuevo pasado
mexicano}, Cal y arena, 1991: 164-

178; E. Florescano, {Imágenes de la patria a través
de los siglos}, Taurus,

2006: 339-344.
2 Este debate fue protagonizado por el ensayo
crítico de Stephen Haber,

“The Worst of Both Worlds: The New Cultural
History of Mexico”, {Mexican-
Studies/Estudios Mexicanos}, 1997, núm. 13. Este
artículo fue el centro
del debate realizado en las páginas de la
{Hispanic American Historical
Review}, núm. 79 del año 1997, en el que
participaron el mismo Haber,
Florencia Mallon, Alan Knight, Eric Van Young,
Mary Kay Vaughan,
William E. French, Claudio Lomnitz y Susan
Socolow.
3 Claudio Lomnitz, “Barbarians at the Gate? A
Few Remarks of the Politics

of the ‘New Cultural History of Mexico’ ”,
{Hispanic American Historical
Review}, nóm. 79, 1997: 367-383.
4 Véase también Conrado Hernández (coord.),
{Tendencias y corrientes de la historiografía

mexicana del siglo XX}, El Colegio de
Michoacán-
UNAM, 2003.
5 Véase una valoración de las contribuciones de
Guerra en el ensayo de
Alfredo Ávila, “De las independencias a la
modernidad. Nota sobre un
cambio historiográfico”, en Erika Pani y Alicia
Salmerón (coords.), {Conceptualizar
lo que se ve. François-Xavier Guerra, historiador.

Homenaje},
Instituto Mora, 2004, pp. 76-112.
6 La historiografía sobre la Independencia se
multiplicó en la última década.

Véase Virginia Guedea, “La nueva historia
política y el proceso
de independencia novohispano”, Guillermo
Palacios (coord.), {Ensayos
sobre la nueva historia política de América
Latina, siglo XIX}, El Colegio
de México, 2007: 95-110.
7 Véase, por ejemplo, Reynaldo Sordo Cedeño,
{El congreso en la primera república centralista},

El Colegio de México, 1993; David Pantoja
Morán, {El supremo poder conservador. El
diseño institucional en las primeras

constituciones mexicanas}, El Colegio de
México, 2005; María Luna
Argudín, {El congreso y la política mexicana
(1857-1911)}, El Colegio de
México-FCE, 2006.
8 Para una reseña más amplia de esta bibliografía
véase Annick Lempériere,

“La historiografía del Estado en Hispanoamérica.
Algunas reflexiones”,
en el libro coordinado por Palacios (2007), pp.
45-62.
9 “Actores indios y Estado nacional: las rebeliones
indígenas en el sur de México, 1842-45”, en

{Estudios de Historia Moderna y
Contemporánea de México}, núm. 26, julio-
diciembre, 2003, pp. 5-44. Véase también la

revisión historiográfica de Alfredo Ávila,
“Liberalismos decimonónicos: de la historia de
las ideas a la historia cultural e intelectual”, en
Palacios, 2007, pp. 111-145; y las críticas de Breña,
2006, pp. 509-522.
10 Medina, {Invención del sistema político}, pp.
179-182.
11 Eric Van Young, “Recent Anglophone
Scholarship on Mexico and Central America in

the Age of Revolution (1750-1850)”, {Hispanic
American Historical Review}, vol. 65, núm. 4,
1985, pp. 725-743.
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En los últimos 25 años la producción de estudios

El primer rasgo que sorprende es el contraste

Se trata de una historiografía mexicanista

Europa. En la última década la importancia de

en distintas épocas y temáticas de México. Estas

El reciente y sonado debate sobre los “estudios

atención de los mexicanistas, y donde fue visible

los antiguos modelos empleados para estudiar la

También es un hecho que desde 1980 los

Chávez y Manuel Miño Grijalva —coords.—,

inventario y análisis de la literatura histórica, las

México} de Margarita Menegus (CIDE-FCE,

La Revolución de 1910, el movimiento que

Junto al talante crítico, lo que distingue a los

Los estudios de género se multiplicaron a lo

identidades étnicas, locales, regionales y los

({La pluma y el arado}, El Colegio de México,

Los fuertes vínculos que se crearon entre la

El siglo relativamente olvidado, el XIX, fue objeto

Casi ningún momento importante del proceso

Por su parte, María Laure Rieu Millán ({Los

Lo singular en estas obras es la combinatoria

español y los procesos de emancipación de

y legitimidad en México en el siglo XIX},

Otras obras se refieren a la imposibilidad de

Una continuación y una suma de estas

El liberalismo y la construcción del marco

nacional en México}, UNAM, 1995; Josefina

{Campesinos y política en la formación del

Los pueblos nativos no adoptaron el “liberalismo

actores políticos. Primero la legislación colonial

Sorpresivamente, en el transcurso de la última

En esta ruta revisionista de la política y los

Medina (comp.), {Historia de la Iglesia en el siglo

En 1985, al revisar la producción histórica hecha

como la que hacían los historiadores del Viejo

y anglosajona había una tradición de erudición y

Este ejercicio comparativo lo llevó a decir que

historia de México hubieran alcanzado el nivel

Esta cruda reflexión sobre las diferencias de

En el origen de ese contraste está el canon

1Enrique Florescano, {El nuevo pasado

mexicano}, Cal y arena, 1991: 164-

de los siglos}, Taurus,

2 Este debate fue protagonizado por el ensayo

crítico de Stephen Haber,

Few Remarks of the Politics

4 Véase también Conrado Hernández (coord.),

{Tendencias y corrientes de la historiografía

5 Véase una valoración de las contribuciones de

lo que se ve. François-Xavier Guerra, historiador.

6 La historiografía sobre la Independencia se

multiplicó en la última década.

7 Véase, por ejemplo, Reynaldo Sordo Cedeño,

{El congreso en la primera república centralista},

diseño institucional en las primeras

8 Para una reseña más amplia de esta bibliografía

véase Annick Lempériere,

9 “Actores indios y Estado nacional: las rebeliones

indígenas en el sur de México, 1842-45”, en

diciembre, 2003, pp. 5-44. Véase también la