Ambientación
Entonces se acercó á Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró
para hacerle una petición. Él le preguntó: ¿Qué deseas? Ella contestó: Ordena que
estos dos hijos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Pero
Jesús le replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he
de beber? Contestaron: Lo somos. Él les dijo: Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a
mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para
quienes lo ha reservado mi Padre. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea
vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros sea vuestro servidor.
Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida
en rescate por todos.
Tan sólo era eso: un pañuelo. Pero qué gozo sentía siendo un pañuelo. Él
permanecía olvidado la mayor parte del tiempo en el bolsillo de un pantalón. Pero no
le importaba. Sabía que era un pañuelo y que tarde o temprano acudirían a él. Por
eso, a pesar de su silencio, siempre estaba preparado. Y así fue. A él acudió el
trabajador para limpiarse el sudor de su frente cansada. Y la mamá de un niño para
quitar la mancha de una camisa recién estrenada. Qué tristeza sintió el pañuelo
cuando partió el tren y fue agitado por la mano de un amigo o de una mujer
enamorada. Cómo se empapó con las lágrimas de una persona solitaria y
abandonada. Él era sólo un pañuelo. Y con eso bastaba. Le bastaba con ser
retorcido y arrugado entre unas manos nerviosas y preocupadas. O con ayudar a un
ojo a sacarse la mota y dejar más limpia la mirada. Al pañuelo le bastaba con
escuchar las miserias y problemas en actitud paciente y callada. Y con curar una
herida, aunque su tela quedara pintada de rojo. Le bastaba con sentir el calor del sol
al proteger una cabeza en la solana. O con notar el frescor del agua cuando se
secaba una cara totalmente mojada. Él era un pañuelo. Un común y simple pañuelo:
en eso consistía su grandeza.
(Ricardo Ibáñez Cubillo: Directo al Corazón)
Padre nuestro...