Conversaciones de cocina
GASTRONOMÍA SIN RECETAS
A Mary Luz Ubieda, quien me enseñó que nunca
se conversa mejor que en la cocina.
PRÓLOGO
1
I love ají dulce. Doce cocineros venezolanos, Alejandro Martínez Ubieda, Kindle edition 2012.
AGRADECIMIENTOS
Todo lo que hacemos le debe mucho a mucha gente. Este libro, en particular,
ha sido posible por ayudas concretas de gente concreta. Quiero agradecer de
manera muy especial a Sumito Estévez. Me permití abusar de su bonhomía y
pedirle que prologara Conversaciones de cocina por dos razones
básicamente. Por una parte, porque él fue un decisivo apoyo en la lenta
elaboración del libro, sugiriendo entrevistados y facilitando contactos. Por la
otra, porque en mi idea de este asunto de la gastronomía, Sumito es una de las
personas más completas que conozco. Cocinero, investigador, educador,
promotor, divulgador… y todo lo hace bien. Con rigor. Quizá la verdadera
razón sea que Sumito es de una raza exótica, que me halaga tener cerca. A
Carlos García, quien tan amablemente me facilitó el encuentro con Enrique
Olvera en su restaurante Alto, en Caracas. A la queridísima María Fernanda
Di Giacobbe, quien me sugirió el contacto con Federico Fialayre. A Pablo
Larraguibel, quien me aconsejó de manera gentil sobre algunos temas
idiomáticos, con la certeza polivalente de su chilenidad, su venezolanidad y
su catalanidad. A Maruja Dagnino, por su revisión de los originales, así como
sus siempre acertados comentarios. A mi colega Magaly Pérez Campos, por
la corrección de textos. Y, finalmente, a Andrea Martínez González, por su
invalorable traducción del francés de la entrevista a Guy Savoy.
AMU
GUY SAVOY2
sal, azúcar, harina, huevos… mezcló todo eso, hizo unos cilindritos sobre una
placa y en pocos minutos los bordes de los cilindros tomaron color; olía rico,
estaban crujientes, era algo muy bueno y me dije que era mágico, y esa magia
es la que me mueve cada vez que hay un plato que sale de la cocina. Lo que
quiero decir es que el hecho de tomar ingredientes —evidentemente
comestibles—, cortarlos, sazonarlos, cocerlos y hacerlos pasar del estado
comestible al estado de placer en unos segundos, en algunos minutos, eso es
lo que me mueve de la cocina. Allí estamos en una especie de unidad de
tiempo, de lugar y de acción permanente.
¿Y cuándo fue que usted decidió que trabajaría en la cocina?
A los diez o doce años, y no era fácil porque…
… A los doce años usted descubrió el interés, pero ¿cuándo se decidió?
Sí, a los doce años. Allí mismo el interés pasó a ser primordial; era una
necesidad para mí; era una necesidad tener esa relación con el producto y los
que lo producen —lo que llamo los artesanos de la tierra y el mar—; de tener
ese contacto con ese producto y de tener ese contacto con los convidados, sea
en familia, con los amigos… Es tener esa posibilidad en un tiempo muy
limitado de transformar las cosas para dar placer, y eso muy rápidamente. Es
como una forma de adicción, de droga y de necesidad que tengo, sea en el
restaurante, en mi cocina en París o en la montaña, con amigos; esa necesidad
de reunir ingredientes para hacer algo.
Cuando usted cocina, ¿para quién lo hace?
Para mí. Lo primero es mi placer y el placer de dar placer, porque yo sigo
una fórmula y me dejo maravillar por esa transformación mágica que se
produce; y entonces ese maravillarse soy yo quien lo experimenta; ese que se
da cuando uno hace algo que es simplemente bueno; eso que siente el
panadero cuando prueba su pan y es el primer satisfecho. Si no, no lo haría.
Eso es lo propio de todos los artesanos: el electricista que acaba de hacer una
instalación eléctrica, cuando pone todo en marcha y la lámpara se enciende,
es él quien tiene ese momento; es el resultado de su trabajo; es el placer de
usted, que decidió hacer este libro; soy yo quien decidió hacer los platos que
usted probó hace un rato. Es, de nuevo, algo concreto. Es personal; es algo
fuerte, fuerte.
¿Para usted es importante ser original? ¿Es algo en lo que usted
piensa?
No. Eso para mí no tiene ninguna importancia. Todo es instintivo,
espontáneo, es directo. Hay un tema de hacer que el producto resalte. Va a
ver en los diferentes platos —que serán mucho más importantes que mis
explicaciones— cómo el cocinero puede ir a buscar el producto en su
consistencia, en su totalidad, a veces en diferentes temperaturas. Es eso, pero
no tengo un tema de originalidad. Es un tema de asistir a una reacción
mágica.
Entre la ostra que está en el mar, aun en su estuchito, y la ostra como yo la
voy a servir no hay autosatisfacción; es decir, no he traicionado a la
naturaleza ni a los hombres que trabajaron para traerme esta ostra, y no voy a
traicionar al comensal. Es decir, esa ostra, para hablar vulgarmente, no quiero
que haya muerto para nada.
Es como la zanahoria, que sale de la tierra y toma varias semanas para
crecer; requiere un jardinero que se ocupe de ella, un espacio en la tierra para
que finalmente lo que tomemos en cuenta sea el valor de la superficie de la
tierra, y eso es nada, pero una zanahoria no es una nada. Esa zanahoria yo
quiero, sobre todo, agrandarla, ya sea porque va a dar su sabor en un
bouillon, ya sea que la vaya a servir sola. En el menú de verano tuve una
zanahoria que servía sola.
Cuando usted concibe el menú, usted piensa en...
Las ganas, las ganas...
La relación entre lo que usted sirve y la tierra, el ambiente, ¿es algo
que usted considera?
Eso es importante, evidentemente. La agricultura y la ganadería son la base
de todo; tengo permanente conciencia de eso. Si no hay jardineros,
ganaderos, campesinos, nuestra profesión es imposible. Después está el
espacio cocina, donde se necesita una armonía en todo un equipo, al igual
que en un equipo de rugby, con posiciones diferentes que deben asegurar la
transformación de ese producto que llega en bruto en un paquete, en una caja,
y que sacamos y vamos a transformar.
Después está la sala del restaurante. Esta es una casa, es mi casa. Todo el
ambiente está diseñado a partir del símbolo de la gota de agua; míralo así. Es
el símbolo de la gota de agua, que es un pan de vida; el pan y el agua son los
primeros ingredientes de la mesa.
El buen vivir, el arte de vivir es una mezcla de cortesía, de bonhomía. Y
todo eso usted va a verlo, espero; y a vivirlo, y eso valdrá todo el discurso
porque doy muchísima importancia a la atmósfera, al ambiente; y por tal
motivo hay colaboradores que tienen la misma voluntad de transformar el
instante en placer. Siempre, la clave aquí es el placer, el placer, el placer de la
percepción.
Pero pienso en el impacto de un restaurante en el ambiente. El que
usted trabaje con productos que han sido desarrollados bajo el concepto
de la sustentabilidad es una cosa, y el que usted trabaje con otros
productos es una cosa distinta. El restaurante produce basura y
contaminación; ese tipo de impacto también cuenta. Si un chef quiere
trabajar con productos elaborados sin químicos es una cosa, y si quince o
veinte o cien chefs lo hacen es otra cosa. Es una transformación del
mercado…
Esto es básico hoy, y Francia ha servido mucho de ejemplo. Cuando voy a
los Estados Unidos, me quedo en Las Vegas —tengo un restaurante allí—.
En Oregón y en California hay granjas orgánicas que operan como en
Francia. Hay una voluntad cada vez mayor de respetar los productos. Hoy en
día los Estados Unidos tienen una cadena supermercados, Whole Foods, que
solo expende comida orgánica de alta calidad. Creo que hay una toma de
conciencia y que los cocineros influyeron mucho en ello. Si yo no tengo
bellos productos, no puedo hacer esta cocina.
Realmente el producto es el inicio de la historia. Si no hay producto no hay
comienzo y ustedes, los convidados, son el otro extremo de la historia entre la
tierra que produce la zanahoria, el cocinero que la transforma y los
convidados que la degustan. Y nosotros, los cocineros, tenemos la suerte de
tener la zanahoria y de tener los convidados. El que hace crecer la zanahoria
no tiene la suerte de ver si usted está contento, no puede ver su
transformación, la transformación de la cara de los convidados; si usted está
bien, si usted está en el placer y va a tener bienestar.
Francia tiene la mayor tradición gastronómica…
No diría la mayor tradición; diría que tenemos la mayor diversidad, que es
lo que hace la riqueza. Cada país tiene su riqueza gastronómica. Nosotros
tenemos una multitud de productos: vino, queso, pastelería, charcutería…
Hay una complejidad, una diversidad en el oficio que es única, que abre el
camino y da el ejemplo.
Ahora hay un gran interés por España…
Todos los países tienen riqueza gastronómica. Mientras más improbable
parece un país, más desbordante puede ser su innovación.
Perú es un país muy interesante, con una magnífica diversidad
biológica. ¿Piensa usted que la gastronomía pueda ser explotada?
Pero claro, claro. Miremos a Japón. En Japón, la Asociación de la Cultura
Japonesa tiene a todos esos cocineros que desde hace cincuenta años vienen y
después vuelven a su casa en Japón o en Escandinavia, todos esos chefs que
después hicieron una yuxtaposición de la cocina francesa y su cultura propia.
Podemos citar millones de ejemplos en el planeta donde justamente la gente
se apoya sobre su propia cultura, porque hay una cultura gastronómica en
cada país, más o menos vasta, más o menos variada, pero cada país tiene su
cultura gastronómica. Cuba tiene una cultura gastronómica, Grecia tiene una
cultura gastronómica, usted tiene evidentemente una cultura gastronómica, y
como la cocina no tiene pasaporte, la mezcla de todo eso abre nuevas vías y
vamos a vivir cosas nuevas. Las cocinas han evolucionado tanto en los
últimos años como en los dos mil años precedentes.
Estos últimos treinta años han tenido un mayor trayecto, pero necesitamos
los dos mil años anteriores. He visto tablas antiguas con recetas
sorprendentes de tres mil años antes de Cristo. La cocina existe desde que el
mundo existe.
¿Cuál es el rol del chef en una sociedad?
Dar placer, mantener sanos a los invitados que vienen a comer a su
restaurante, mantener las tradiciones de la cultura y la agricultura, haciendo
que perduren.
¿Cuál es el desafío más grande para el cocinero?
¿Para un cocinero?
¿Usted es un chef o un cocinero?
Un cocinero. El desafío más grande es que todo el planeta se pueda nutrir.
Cuando todo el mundo coma en la medida de su hambre, entonces podremos
hablar de generalizar el placer; por ahora el placer está reservado, pero
ganamos cada vez más terreno porque mientras en los países ricos haya cada
vez más gente que se interese por la cocina, más importancia tomará el hecho
de comer. Y con el paso de los años esa tendencia crecerá. ¿Quién habría
dicho que algún día habría grandes chefs en Perú, en Venezuela? Todas esas
ramificaciones llevarán a que un día la prioridad sea que todo el mundo tenga
qué comer. Integraremos la noción del placer a todo el mundo, no solamente
a los países desarrollados.
Cuando alguien viene al restaurante busca el placer, pero ¿cómo es ese
placer? ¿Es el placer de encontrar, de reencontrar? ¿Cuál es ese placer?
Eso depende de cada quien. Hay un bienestar general, y en el plato podrá
reencontrar un sabor de la infancia… ¡Qué sé yo!, habrá una sonrisa. Son
tantas cosas… es una suma de tantos pequeños detalles, es algo tan personal
que emana de un interés por la cocina y después pasa a ser una cultura. No
tenemos necesariamente acceso a la música, no tenemos necesariamente
acceso a los libros, no tenemos necesariamente acceso a la pintura. Es un
trabajo personal, es un interés personal, como el de las personas que se
interesan por el vino.
¿Por qué la gente cruza el mundo para oír una ópera? Eso depende; el
placer es algo totalmente personal. Usted vino porque ya ha hecho entrevistas
a chefs y para usted es una parte importante al mismo tiempo de su carrera,
de su hobby, de su manera de vivir en este planeta. Yo también he atravesado
kilómetros para degustar un vino, para descubrir una especialidad.
Para este placer solo se requiere haber tenido una mamá que haya hecho
una buena comida y que haya dicho que la comida es importante.
Es como cuando conoces a un artista que te habla de Rostropovich y
comienzas a interesarte por el violoncello. Después intentas comprar todas las
versiones de la suite de Bach porque la suite de Bach te mueve…
¿Hacia dónde va la cocina?
Cada país tiene su esencia y también requiere apertura. Habrá un chef
venezolano sensible a la cocina japonesa; otro, a la francesa y que, asociado a
su cultura, dará cosas distintas. Hay muchísimas vías. Y Ferrán Adrià abrió
un nuevo camino; estemos a favor o en contra, no importa, es un nuevo
camino. Lo importante es que cada cocina exprese su propia sensibilidad. El
peligro sería que la gente se sintiera obligada a copiar un estilo.
Cuando usted asocia una cultura a otra… vino a Francia y aprendió cosas
aquí, vuelve a Venezuela y tiene su propia sensibilidad, y se acuerda de la
cocina de su mamá en Venezuela… eso funciona; pero si usted hace una
cocina porque “está de moda”, eso no va a funcionar.
Muchas gracias.
2
Traducción del francés: Andrea Martínez González.
3
“Les langues de chat”. Nota del traductor.
DONATO DE SANTIS
más un bistró, más familiar—, en esos casos hacemos que los productos sean
muy parecidos. Hay que adaptarse, y lo hemos aprendido con el primer
restaurante de San Francisco, porque a la gente no le gusta tanto el picante, y
entonces obviamente tienes que cambiar un poco. Ese es un tema; hay
texturas que no gustan por alguna razón en algunos países.
El suspiro limeño a todos les gusta; sin embargo, cuando recomendamos
eso a un europeo se le avisa que es bien dulce, pero es delicioso comerte dos
cucharas; les avisas y efectivamente; pero si él lo intenta va a ser muy dulce;
pero tiene una lógica comer esos postres después de una comida con ceviche
causa: todo el ají… una parihuela, que es tan fuerte… te llevas una cuchara
de algo poderoso hacia el lado opuesto. Mira, mi mamá, a quien no le gusta
tomar gaseosas, cuando viene al Perú, toma un vaso de Inca Cola después de
esa comida, porque es como lo que provoca.
¿Puedo ir en Caracas, o en San Francisco, y siempre tener causa,
siempre tener ceviche, por ejemplo?
No en todas las marcas; porque Astrid y Gastón en Lima ya tomó otro
rumbo, y es donde continuamente estamos presentes. Allí hay un equipo muy
completo. Tenemos una chica que lo único que hace es que le muestro un
ingrediente y crea un plato para ese ingrediente, y no es solo un plato, es una
textura.
Claro, una investigación…
Tienes hasta artistas que hacen las historias. La historia es a veces de un
italiano que llegó al Perú y descubrió todas estas cosas, y regresa a Italia con
ingredientes para contarles a sus amigos italianos qué cosas había
descubierto, intentando reproducir los platos que él había visto, con los
ingredientes italianos y también con cosas que sabía de Italia; entonces la
historia es muy bonita. Se ha hecho toda una investigación sobre los
emigrantes italianos, todo para que la historia sea verídica. Tenemos gente
que crea música para los platos, tenemos un sommelier que busca el mejor
acompañamiento para esos platos… y claro, ese equipo creativo que rodea
cada plato de Astrid y Gastón es tan completo que obviamente es irrepetible,
no se puede replicar. Por eso ahora a Astrid y Gastón en Lima vamos a
diferenciarlo, y los otros quedarán como el Astrid y Gastón al comienzo,
ofreciendo una comida peruana buena, pero distinto a Astrid y Gastón Lima,
donde tú no vas a comer, vas buscando sensaciones…
Vas a una experiencia…
Una experiencia, evidentemente, que es muy diferente a los otros Astrid y
Gastón, donde seguimos difundiendo la comida peruana, difundiendo el
trabajo de los agricultores, difundiendo cosas, productos del Perú lindo, pero
no tendrán lo de Astrid y Gastón Lima; por eso hay una pequeña diferencia.
Aparte, trabajamos con una empresa que nos produce nuestras propias
bases. La comida peruana depende del ají amarillo —sin él no hay comida
peruana—, y nos hace nuestras bases: la verde, con culantro, cebolla, ajo; la
amarilla, que es con ají amarillo; y después el ají panca, que es el más rojito.
Estas bases se procesan, se ponen al vacío, se congelan y se exportan a los
diferentes países para lograr ese mismo sabor, porque si no, no lo logramos.
Somos un equipo muy grande. Todos los años organizo la fiesta de los
niños, que empezó con ciento cincuenta niños y ya llevamos casi ochocientos
niños, y ya serán mil la próxima vez; y entonces ya te das cuenta de cómo
crecen; son los hijos de los trabajadores; se les hace su fiesta navideña y cada
vez es más grande, y cada vez necesitamos un sitio más grande y ahí me doy
cuenta… ¡por Dios, cuánta gente somos!, ¡sí hemos crecido!...
¿Qué gastronomías en el mundo te llaman la atención ahora?, ¿qué
tendencias o qué restaurantes, qué modos o qué culturas?
Cuando trabajas en el estilo de restaurantes que te estoy hablando, muchas
veces si estás hablando de lo que me gusta comer, obviamente me encanta
comer una degustación, pero muchas veces me aburro de comer comida
complicada y a veces lo que más disfruto es comerme un choclo así con salsa.
Para mi gusto personal busco bastante sencillez; disfruto de pan con
mantequilla, porque ya he visto muchas cosas y entonces ya; cosas nuevas,
restaurantes nuevos los disfruto, pero ya; llega un momento en que disfrutas
las cosas más sencillas.
Me llaman la atención países que son interesantes por su historia, por sus
costumbres ancestrales, como México, Perú, el mismo continente europeo
que obviamente siempre tiene una cultura gastronómica más rica. Pero
también es interesante ver países como Dinamarca, el mismo EE. UU., donde
hoy día podemos encontrar restaurantes que empiezan a buscar y a darle
identidad al país.
Ojalá que países de los cuales todavía no escuchamos mucho, que todavía
están en condición de países tercermundistas, puedan seguir este camino y
descubrir cosas que hasta ahora no conocemos, porque son países que de
repente por problemas políticos o de otro tipo no han podido surgir todavía.
La comida es como un arma mundial para unir, para ser felices. Si todos
nos dedicáramos solamente a hacer comida, a hacer más felices a la gente, a
hacer que todos crezcamos dentro de un ambiente sano, el mundo sería otro.
¿Encuentras similitudes entre México y Perú?
Los ajíes, que tenemos y trabajamos ambos, y el mexicano creo que lo usa
todavía con más fuerza que el peruano. Ellos también usan mucho el maíz, y
nosotros también tenemos el choclo. Cuando como comida mexicana, por
ejemplo el mole, esas tortillas, yo siento que es una comida cargada de
historia, y eso hace la comida muy interesante, la hace compleja, y eso es lo
que siento también en la comida peruana; pero como la comida peruana la
como todos los días, ya no la percibo con el mismo misterio. Es una comida
bastante compleja, con muchos ingredientes y técnicas ancestrales, desde la
forma de hacer un pan, el uso del batán, que es un mortero de piedra...
Ustedes trabajan con cuy…
Sí, claro, trabajamos con cuy; hacemos un plato muy divertido que es el
cuy pequinés, porque mezclamos ahí una técnica china: el cuy laqueado,
como el pato laqueado, y lo servimos con pequeños panqueques, pero lo
hacemos con maíz morado y entonces el panquequito sale medio morado y va
con una salsa medio dulce y un poquito de ajicito y lo enrollamos igualito;
ese es el cuy pequinés, y le metemos puros ingredientes peruanos: ají
peruano, el cuy peruano…
Una vez fui a una reunión de temas ambientales, cerca del Cuzco…
Y te sirvieron el cuy entero, mirándote…
Sí, en una comunidad indígena.
Claro, esa es la costumbre de ellos, y a mí de verdad no me choca, porque
me puedo comer un pescado que me mira y no tengo problema; la gente sí se
puede comer un pescado que lo mira, pero no un cuy que lo mira…
Sí, sí… hay gente a la que le da sentimiento comerse un conejo, pero la
langosta…
Se la comen felices, y mirándola.
Y la vaca…
Sí… claro, y no tiene mucho sentido pero, por ejemplo, yo tengo un
problema con esas anguilitas chiquititas, las blanquitas, que parecen como
una fideuá, llenas de ojitos… Me traen ese plato y no puedo, porque dos ojos
te puedo aceptar, pero millones… demasiadas miradas…
El cuy ahora lo venden en supermercado ya, al vacío, todo peladito, listo
para usarlo, y hasta alguno viene marinado; hay criaderos de cuy…
Imagínate, esto hace veinte años era una vergüenza. ¡Qué lindo!, ¿no?
¿Cómo imaginas tu futuro en la gastronomía? ¿Qué cosas quisieras
que pasaran o que siguieran pasando? ¿Cómo ves la evolución, cómo te
la imaginas?
Detesto hablar del futuro, le tengo terror; siempre he sentido que si pienso
mucho en el futuro es mala suerte; es que me da cierta cosa. Mi vida es tan
rápida y tengo tantas cosas que se dan todos los días que me da hasta miedo
planificar. Hoy día me levanto y hago lo que tengo que hacer para poder
caminar mañana, y así voy avanzando todos los días. Es una forma de pensar
que no mucha gente entiende, pero así yo estoy tranquila.
Personalmente quiero terminar todo mi trabajo sobre el cacao, porque
tengo compromiso con muchas comunidades que voy a visitar seguido, y
cuando voy siento que yo soy su aliento para lograr que se les pague un
precio realmente diferente, porque esos no son cacaos corrientes, son cacaos
nativos de muy buena calidad. Quiero lograr que exista un banco de
germoplasma en el Perú, para saber qué cosas tenemos, porque sabemos que
tenemos cosas maravillosas pero realmente no sabemos la genética de esas
variedades.
Oyéndote, me da la impresión de que tu centro va alternando de la
gastronomía a lo ambiental, lo que me parece muy enriquecedor…
Claro, porque primero una cosa va ligada a la otra, porque nunca se puede
hacer una buena gastronomía si el medioambiente y la gente que colabora
con el medioambiente, trabajan o viven de esto no tiene una vida apropiada;
entonces todo está relacionado.
Me encanta Lima y probablemente no podría vivir en otro sitio que no
fuera Lima, y así como me quejo del tráfico, de la gente, del estrés, de lo otro,
disfruto. Pero voy a la selva, voy a la sierra, hablo con las comunidades y lo
que me transmite esta gente pone todos estos problemas en ridículo. Nosotros
nos estresamos por tonterías, y entre todos los problemas que ellos tienen que
afrontar, un limeño ni siquiera aguantaría cinco minutos, pero para ellos es
parte de su vida y lo afrontan con la tranquilidad más admirable que uno
puede tener. Y te reciben siempre con los brazos abiertos, siempre tienen algo
que invitarte. Tienen otra noción del tiempo y te dedican todo el tiempo que
sea necesario, cosa que en las ciudades es “ya, me tengo que ir”, y esto tiene
tanto valor, te sientes tan querido, tan… que para mí eso es algo… eso es lo
real; ellos no han perdido los valores básicos de la vida.
Gracias, Astrid.
4
Chifa: restaurante de comida china asentado en el Perú.
MIKEL ALONSO
marismas con un aroma espectacular que usa mucho para la cocina, y son
esos aromas tan peculiares de Latinoamérica... Ya es hora de que
Latinoamérica se olvide un poquito de seguir la cocina francesa, la cocina
española y encontrar esa parte de naturaleza viva….
Es que esto te plantea una cosa muy frontal: naturaleza,
biodiversidad, es decir, algo muy natural, muy animal…
El poder de la tierra…
Y a uno, al ser humano como una parte más de la naturaleza, no como
el que come lata, sino que estás… He quedado muy sorprendido….
Acá la carne la dejamos madurar veinte días. Lo mejor que nos puede
pasar en la cocina es cocinar con bacterias, porque son las precursoras del
sabor. La carne tiene moléculas de sabor que son muy grandes que saben así,
a carne… cuando la dejas al aire libre, en una cámara, empiezan las bacterias
a intentar putrefacción… empiezan a romper esas moléculas en miles de
moléculas…
¿Cuánto tiempo, a qué temperatura la mantienen…?
Entre cero y cuatro grados por veinte días, porque las bacterias van más
lentas, la temperatura óptima para las bacterias es 37º —por eso vivimos—;
entonces, las bacterias empiezan el proceso de putrefacción y la molécula
grande se empieza a dividir en miles de moléculas, y surgen sabores: canela,
vainilla, cueros, paja recién cortada… y sabe supercomplejo; no es carne, es
carne evolucionada… Es como se comía la carne en Francia hace años…
dejar el faisán colgando y cuando se descolgaba de su propio cuello se
comía… en estados totalmente ya casi putrefactos…
Sí, ya en el borde de la putrefacción es que se suaviza más la carne…
Se suaviza, porque lo que hace la bacteria es comerse todo el colágeno…
Y el colágeno es el que envuelve la fibra muscular; tiene mucha proteína, y si
lo pones al fuego exprime la fibra y saca todo el jugo; una carne fresca la
pones en la sartén y se llena de agua, de jugo; si la dejas madurar de repente
no se desjuga, y entonces tienes una carne jugosa, compleja…
Cuando llegué a México había muy buena carne, nos venía de EE. UU.;
todavía no llegaba el problema de las vacas locas, que se da a partir del tercer
año; antes no. Las reses en EE. UU. las matan al tercer año, y pasamos de
comprar costillares de nueve kilos a costillares de seis. Fíjate cómo mermó el
animal; me están vendiendo animales de tres años y yo quiero un animal de
cuatro; con el de cinco no puedo. ¿Qué tengo que hacer?, evolucionar la
carne; de alguna forma tendré que curarla y ponerla muchísimo más compleja
en sabor y es lo que hacemos.
Antes no lo teníamos que hacer. La carne, hay que saber de dónde viene,
mirarla, observarla; hacer una prueba, tener esa referencia, nunca olvidar la
referencia primera de cuando comías de pequeño, de cuando te daban de
comer, de cómo sabían las cosas cuando eras pequeño, y decir “a esto es a lo
que tiene que saber, y si no, yo lo voy a modificar”.
Hay la creencia de que la carne muy roja, muy fresca, es carne buena,
y realmente la mejor es la que se ve fea… medio morada…
Oxidada, morada… que ya está en su proceso. Hoy en día el paladar de los
seres humanos a nivel mundial ha cambiado mucho, es decir, la gente tiene
un paladar del pollo, no tiene paladar de un pichón, ni de becada, ni de
perdiz. Uno de los grandes cocineros que yo he conocido, Fernand Gutierrez,
francés, de Dijon, que siempre nos decía: “La terrina de foie es muy buena,
pero la dejas tres meses en tu refrigerador y es muchísimo mejor”. Él tomaba
el foie, el armañac, la pimienta; las añejaba y ya cuando te la comías era
impresionante esa terrina; las llenaba de grasa, y las ponía tres meses en el
refrigerador. Tú comías esa terrina de foie y no podías explicar, porque claro,
las bacterias se han vuelto tan complejas que es muy difícil, en una primera
sentada, definir molecularmente cuál es el sabor de esa terrina, porque te
puede llegar sabor de manzana. Una molécula de foie empieza a romperse en
millones de moléculas y al final tú dices: “oye, esto me sabe a vainilla, esto
me sabe a cuero, me sabe a manzana, esto me sabe a durazno… ¿qué pasa,
no? y me sabe a foie, no a hígado, al mismo tiempo”. Y esa es la
complejidad.
O tomas el alimento por naturaleza —como un caviar, que ya es
extremadamente complejo—, o el alimento por natura, por confección
compleja de una persona que sabe cómo tratar el animal desde que muere. A
un buen cocinero le tienes que dar un animal vivo y debe saber matar, curar,
orear, trabajar y cocinar… y comértelo. Entonces ahí es donde muchas veces
la cocina nuestra debe decidir ¿cómo lo deberíamos hacer, cuál es el paladar
del cliente?, porque si metemos un sabor demasiado fuerte, puede que no sea
el plato de más éxito; aunque tampoco hacemos platos para que todos sean de
éxito, pero sí hacemos platos para que la gente diga: “Oye, esto me gustó;
este más que este, pero todos me gustaron”.
Claro, pero es que deben tener un mix…
Entonces, si te damos una cosa fuerte pues de repente… hay veces que el
chuletón se va como a sabores muy cárnicos, de estos puros, o por la curación
quizá la bacteria se fue un poco más allá y le dio un golpe último así de,
farmacéutico ¿no?, de agárrate que hay curvas… Y es como para seguir
explicándote nuestra cocina… la complejidad del día a día, qué pasa por
nuestras cabezas…
Mikel, cuando piensas un plato, ¿tú piensas en el tema de salud del
comensal?
Sí, porque al final nosotros estamos convencidos de que la primera
sustentabilidad que se necesita…
Es tener clientes vivos…
Está en el cerebro; tienes que ser sano mentalmente, o sustentable
mentalmente; y entonces para ser sanos, para ser ecológicos internamente con
tus sentimientos, con tus valores, con toda la educación que te dieron, pues
para ser una persona sustentable tienes que ser una persona feliz, una persona
íntegra, y para ser una persona feliz e íntegra, tienes que ser una persona bien
alimentada. Si solo te voy a dar alcachofas, te vas a morir. Entonces, si tú
eres vegetariano, yo te respeto y no te doy algo cárnico o de cangrejo,
proteínico, ¡vale, perfecto!; pero si tú no eres vegetariano ni nada y dices “yo
como de todo”, lo que voy a hacer es ¡sacarte de todo!, porque al final si tú
no eres sustentable mentalmente y dices: “¿Esto qué es? Grasa… sí… me va
a hacer daño, me va a hacer daño…”. ¡Te va a hacer daño! Si tú eres
equilibrado y comes tu grasita con un poquito de verdura, de verdura con un
poquito del ácido del vino y todo, no te va a hacer daño; el ácido del vino ya
mató toda la grasa que tenía la carne.
Claro, pero hay sitios donde tú vas y te sirven una cosa que es el
festival de los carbohidratos, o el festival del colesterol…
Claro. En McDonald´s y toda esa cosa, obviamente, entiendo, claro…
Es obvio que ese no es el caso acá...
Y todo lo que va a venir es de primera; no te voy a echar aceite de refrito
hipersaturado y si le echo aceite es del mejor, si le echo extra virgen es del
mejor, de eso ni te preocupes; incluyo verduras verdes; te estoy dando
verduras más que carbohidratos; te voy a dar proteínas de alta calidad, porque
hay proteínas y proteínas, pero las carnes que usamos son proteínas de alta
calidad y todo eso se refleja.
Muchos clientes cuando vienen a comer al Biko, cuando salen dicen:
“Joder, me siento saciado pero no lleno…” y pasan dos o tres horas y se
siguen sintiendo saciados, porque nosotros damos mucha proteína, porque tú
tienes que dar proteína y alrededor lo demás, pero la proteína es lo que más
caro cuesta dar.
¿Te metes en el tema del impacto ambiental de tu operación?
Sí… Nosotros estamos bajo el régimen distintivo “H” de calidad. No hay
contaminación cruzada; tenemos en la cocina sesenta y cinco cámaras de
refrigeración, solo en la cocina; se separan las basuras, el aceite lo
reciclamos; todos los químicos están checados, son ecológicos; todo el
restaurante está con trampas de grasa; lavamos con unas máquinas que están
afinadas para gastar el mínimo de agua posible, por ejemplo; igual no es tan
ecológico, pero sí, también nosotros tenemos unos filtros en la azotea que
sacan el agua potable, es decir, si tú tomas el agua de la llave no te enfermas,
es potable. Igual no es la mejor en sabor pero es potable. Nosotros cocinamos
con esa agua entonces, mantenemos los aires acondicionados con sus filtros
para que tengas un aire sano…
Ahora, claro, tú puedes tener una operación sustentable, pero la idea
probablemente es que vayas impactando tu cadena. Por eso me pregunto
si chequeas con tu cadena de proveedores, si están produciendo
sustentablemente, si estás trabajando con sustentabilidad económica,
ecológica y social…
Totalmente. La ecológica es la última para nosotros, la primera
sustentabilidad es los cincuenta trabajadores que estamos aquí, los cincuenta
tenemos que ser uno. Aquí somos familia y nos apoyamos todos con nuestras
virtudes y con nuestros defectos y lo mejor que nos puede pasar es cometer
errores, la única manera de aprender… Y cuando le dices a una persona que
puede cometer errores, ¿sabes qué hace?, no cometerlos… Mira, es
impresionante… Esa es la primera sustentabilidad que te comentaba antes; la
segunda, hay un equilibrio en la cocina: el 100 % de las ventas tiene que ser
el 50 % de gastos generales, más el 30 % de todo lo que yo me gasto en
alimentos y bebidas, más el 20 % de utilidad.
Hay una cosa curiosa. Cuando descifras el 50 %, el 30 % y el 20 %, los
socios en México D.F. —y en México en general— tienen que tener los
restaurantes con una utilidad del 20 % sobre las ventas; si yo vendo un millón
de pesos, doscientos mil pesos tienen que ser utilidades; de ahí yo tengo que
pagar el 20 % a mis empleados porque si no, está demostrado en México que
si les pagas más acaban siendo más que los socios y si les pagas menos está
mal.
Entonces, la segunda gran sustentabilidad es el equilibrio entre el
proveedor, empleado y socio. Como operador tengo un triángulo entre
proveedor, empleados y mis socios; tengo el 30, el 20 y el 20 y tengo que
hacer que todos estén contentos y pagados al momento; yo no puedo quitarles
a unos —lo típico del proveedor: bueno, no le pagues... apriétalo y ya
pagaremos dentro de cuarenta días—; eso se ve así, esa es la segunda, porque
sin esas dos no puedes tener la tercera…
Una persona que no tiene educación, que no tiene valores, que lo estás
negreando, ¿cómo te va a separar el aceite? Lo tira, te va a mentir; entonces
necesitas preparar a esas personas y una vez que las tienes preparadas dices:
mira, una vez que vosotros ya sabéis esto y sois personas de bien, entendéis
la lógica marca, que es mejor tener un orgánico para hacer composta e
inorgánicos para reciclar, porque el costo, y el impacto ambiental y tal, y
también el aceite que se va y tapa, por qué no lo vamos a hacer jabón, o fuel,
o biodiesel, y entonces empiezas y la gente dice: oye, si no vas a usar la luz,
apágala; si vas a ir al baño, gasta poco papel pero sé higiénico; luego lávate
las manos, sécate las manos con el papel justo.
Volvamos a los temas que rondan la neurología, la psicología…
Hay muchas preguntas… y el reto es poder desarrollar, mientras comes,
otros sentidos que antes no desarrollabas tanto. Normalmente cuando comes
está el sentido del tacto, pero es el tacto entre la lengua y el paladar, el tacto
interno, y el oído, no es el externo sino el interno; cuando comes te oyes a ti
mismo por dentro de modo que los sentidos están aquí dentro. Cuando haces
el ejercicio de comer con las manos pues obviamente es el doble el sentido
del tacto, pero a lo que no estamos acostumbrados es a que nos acaricien y
eso es ¡la hostia!, y sobre todo que te venden los ojos; y entonces te digo:
“Esto es una fresa y te la voy a dar a comer… que empieces a monitorear;
muérdela, cómela; ¿qué sientes? Queremos ver cómo deriva, qué sientes…”,
para entender un poquito más la felicidad del cliente, cómo poder hacer que
los clientes sean más felices; porque igual no puedes acariciar, hoy en día
menos, se consideraría acoso ¡violación…! No es que nosotros vayamos a
descubrir nada, y nos faltan millones de libros por leer y seguramente son
estudios que ya están ahí, pero el poder hacerlo en campo propio, el poder
hacerlo con personas en el propio sitio creo que puede darnos resultados que
nos pueden divertir y darnos a entender muchas otras cosas.
Esa es la cocina que nosotros hacemos; es el querer cada vez entender más
la cocina, no destruirla, sino la cocina más pura, que está basada en que si la
cocina está bien hecha automáticamente alimenta el alma y te hace una
persona más feliz. Si tú cuando comes no eres feliz, es porque eso no estuvo
hecho al 100 %, estoy convencido, faltó algo. La persona que tiene el don de
poder cocinar, la paciencia de poder cocinar… Las abuelas cuando cocinaban
de esa forma y decías: “esto es impresionante lo que me acabas de dar”… un
buen guiso, un estofado, el equilibrio perfecto de todos los elementos, esa
armonía que podían llegar a conseguir… eso es la cocina, pero la cocina
acompañada de la sensación que tú sientes, que es pureza y candor, la luz
blanca.
Además, hay una pared a la que nadie le hace caso y es la que divide al
comedor de la cocina y es la pared que divide dos mundos. He vivido y he
visto tantas cocinas horribles con gritos y caos, con violaciones de derechos
humanos cada dos minutos, y del otro lado de la pared es todo pretender que
haya una armonía, que es tan vomitable el asunto que lo único que tratamos
nosotros es intentar todos los días llegar a la meta de tener el mismo
equilibrio energético de un lado y del otro.
Gracias, Mikel.
5
La Revolución francesa significó el fin de las grandes cocinas de casas aristocráticas y, por ende, un gran número de cocineros perdió su sustento. Nota del autor.
6
Ver: Atala, “A. A new ingredient: The introduction of priprioca in gastronomy”, International Journal of Gastronomy and Food Science. January, 2012.
http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1878450X11000023
RODOLFO GUZMÁN
interesantes que decía Ferrán era que hablaba muy lúdicamente acerca de la
creatividad.
Independientemente de eso volví a Chile y empecé a trabajar; pasé por
todos los puestos por los que un cocinero puede pasar y me enfrenté con
mucha ingenuidad al cargo de jefe de cocina, a comandar una cocina con
mucha gente, hasta que finalmente fui a un restaurante como chef ejecutivo y
socio; me separé de ellos, hasta que logré, con muy poca plata, un crédito del
banco —una locura que hice, porque todavía no sabía lo que estaba haciendo
— y monté un restaurante.
Mis padres me consiguieron un crédito con el banco; yo lo único que tenía
era mi auto y la plata que había ahorrado durante esos años; entonces monté
una casa chiquitita con mucha locura, con una fuerza interior y con tanta
ingenuidad que, si yo te contara ahora las cosas, te darían ganas de
pegarme…
Entonces simplemente monté este restaurante. Mis familiares me decían:
“Rodolfo, tu cocinas algo realmente espectacular, qué sé yo, tus ideas son
muy renovadoras y muy no sé qué, pero acá en Chile guarda tu plata, esto, lo
otro, vamos empacando y nos vamos para otro país”. Y yo dije: ¡No!,
nosotros vamos a hacer alta cocina en Chile, y vamos a hacer un restaurante
único en el planeta. ¿Y por qué hacer esto? Porque de partida me dediqué a
viajar por todo Chile y a recorrer… Bueno, yo he estado siempre, toda mi
vida en contacto con todo mi país y tengo un país muy singular; este país que
lo llamo el país del fin del mundo, porque se sabe muy poco acerca de Chile;
somos muy distintos al resto de Latinoamérica; nosotros mismos como
personas somos superfríos, menos cálidos, tenemos un clima muy helado;
viajas al sur y es invierno todo el año y qué sé yo… todos dicen que el mar es
pésimo para bañarse y no sé qué…
Y ese entorno, ¿qué cocina produce ese entorno chileno?
Eso es lo que te quería contar ahora… Ese entorno, de partida, me impactó
profundamente; me robó el corazón, como quien dice; no solo eso sino la
gente, que me lo sigue robando, me lo roba día a día porque mi trabajo es
viajar a buscar estos productos endémicos que existen solamente en este
rincón del planeta que llamamos Chile y en ningún otro lugar del mundo.
¿Qué es lo que hicimos? Abrimos este restaurante el año ٢٠٠٧ y pasaron
tres meses en los que estuve vacío, absolutamente vacío, sin nadie, y entonces
empecé a sacar conclusiones y dije: toda mi familia tiene razón, mis amigos,
mis colegas tenían razón, y yo soy un testarudo y simplemente tengo que
cerrar las puertas de esto, y bueno, cuando uno se equivoca en la vida hay que
asumirlo, y ya soy adulto así que tengo que asumir.
Y pasados estos tres meses me llaman por teléfono diciendo que mi
restaurante estaba nominado al mejor restaurante de Latinoamérica… Yo
pensé que era una broma; y no solo eso, sino que me dijeron que íbamos a
salir en todas las revistas de los aviones de Latinoamérica y finalmente esto
apareció publicado y… bueno… Mi cocina obviamente por salir en esa
publicación no iba a cambiar en nada, iba a seguir buscando perfección, iba a
seguir buscando robarle el corazón a la gente en vez de un intercambio por
dinero, iba a seguir buscando emocionar y qué sé yo…
Dicho y hecho: apareció en los aviones y el restaurante se llenó de la noche
a la mañana; para conseguir una reserva eran tres semanas por lo menos; una
casa muy chiquitita con solamente cuarenta cubiertos, y bueno, nos pasó esto
y empecé a aprender, empezó mi historia.
Y digo que hasta ese entonces era mi historia y después se transformó en
nuestra historia, porque sería injusto decir “este es mi trabajo” cuando hoy en
día detrás de mí hay un equipo maravilloso y soy el chef más afortunado del
planeta Tierra, porque tengo el mejor equipo del mundo. Bueno, seguimos
con esto, y empezamos a aprender, empezamos a investigar, empezamos a
desarrollar, a imaginar, a soñar y a hacer de nuestro sueño nuestra vida.
Conjugar un lugar rentable con esto que te digo era algo impensado para
nosotros mismos y que iba más rápido de lo que nosotros podíamos imaginar,
una lucha a diario.
Y entonces empezamos a construir esta cocina del final del mundo que se
basa exclusivamente en una cocina endémica de Chile, vale decir que no
cocinamos absolutamente nada que no provenga de Chile.
¿Buscas productos con certificaciones?
En Chile no las hay, no hay estas certificaciones de denominación de
origen como las hay en Europa. Se está trabajando, el gobierno está
trabajando y yo estoy muy metido en ese tema porque estoy asesorando. Pero
bueno, en Chile hay más de treinta y dos tipos de setas, que solamente existen
en los bosques nativos. Si tomo un helicóptero ahora y te llevo, yo creo que
se te cae el pelo, o sea, dirías: “¡No puede ser, esto yo solamente lo he visto
en una película!, ¡no puedo creer que existan parajes como estos!”. Y ¿qué es
lo que tratamos de hacer? Tratamos de reflejar ese entorno a través del plato y
ahí viene nuestro trabajo.
Me he involucrado como cocinero en las letras, en el diseño, en la
estructura del alimento. Hoy día la cocina va mucho más allá y es por eso que
estamos viviendo el momento de la culinaria más grande de la historia
probablemente; si Escoffier hubiera tenido Internet, probablemente entonces
8
Un andaluz que aborda la cocina con mucho desenfado, Zafra lleva a cuestas
una ristra de estrellas en su deambular por cocinas reconocidas. Desde hace
algún tiempo tiene, entre otros, el reto de representar el legado de Ferrán
Adrià en El Bulli Hotel. Sus historias y sus visiones, muchas entrelazadas con
Adrià, son una ventana directa al mundo culinario más innovador de las
últimas décadas. También regenta Estimar, un restaurante donde los océanos
ponen los ingredientes.
Restaurantes: El Bulli Hotel/Hacienda Benazuza (Sevilla), Estimar
(Barcelona).
Rafael, ¿qué hace que una persona como tú termine en una cocina?
Ja, ja, ja… eso me pregunto yo. Mira, mi familia es de Sevilla, una ciudad
donde se come bastante bien, hay mucha cultura a las comidas, a los
almuerzos, a las tapas, a la gastronomía en general; y aparte de todo esto,
creo que lo que más influyó es que mis padres regentaban un pequeño
hostalito, una pensioncita, y en las mañanas, pues el despertarte e
impregnarte de esos pucheros, de esas sopas, y al final ver a la gente cómo se
hacían felices, pues te lleva a esta profesión; aparte de que no sé si lo hago
bien —la cocina—, pero creo que lo demás lo hago fatal. Ja, ja, ja, no valgo
para mucho más.
Y en qué momento decides que vas…
Estuve estudiando, pero desde los dieciséis años te das cuenta de que
necesitas algo más, de que necesitas un trabajo, necesitas un poco de
creatividad, un trabajo que te lo recompensen, porque si tiene algo la cocina
es lo gratificante que es si lo haces bien, claro, porque si lo haces mal, no. A
veces me pongo a pensar, si tienes un problema de corazón y te tienes que
operar y tiene que salir bien; y si sale bien al médico nadie le agradece; en
cambio, si haces un buen plato pues entran a la cocina a felicitarte o al revés,
te llaman para que salgas, y es muy gratificante la cocina, y al final a todos
nos gusta que nos calienten un poco los oídos.
¿Y cuándo decides que te vas a dedicar a la cocina?
Te lo digo, desde los dieciséis años sabía ya lo que quería; me acuerdo de
que aun así —yo estudiaba en los salesianos—, no tenía otro hobby más que
la cocina; bueno, un poco el fútbol, como todos los chavales españoles… y
teníamos en el colegio Salesiano en la mañana la formación normal y por las
tardes hacíamos extraescolares. Eran cuatro horas en que no hacíamos
estudios; era un poco para el recreo, un poco de deportes, manualidades,
talleres, y había uno de cocina. La primera receta la tengo con diez años, que
me acuerdo que me decían los compañeros: “Mira, este es mariquita, va a
hacer cocina”, ja, ja, ja… y entonces se iban a jugar fútbol…
¿Y cuál era esa receta?
Una tarta de galletas —porque no usábamos fuego—, la clásica; la
hacíamos al microondas: la galleta bañada en café con coñac y poníamos una
crema de chocolate y mantequilla; nunca se me va a olvidar; muy tradicional,
y todavía se come mucho. La tiene mi madre enmarcada y, cuando la vi, no
me lo creía. Hace cinco años que me la enseñó; ni sabía que la tenía. Fue la
primera que llevé a casa y la primera que hice. Luego, otra cosa que haya
hecho paralelo a la cocina, no, no he hecho nada. Todo ha sido trabajar…
¿Cuándo entraste a una cocina?
Con dieciséis años me matriculé en una escuela de hotelería y turismo.
Empecé a estudiar y en las tardes me iba a las prácticas o a trabajar para
sacarme un dinerillo, unas perrillas. Los fines de semana hacíamos eventos.
El primer verano me fui de prácticas a un restaurante ya famoso y que fue
bastante bueno: el Aldebarán, en Badajoz, con Fernando Bárcenas —que era
jefe de cocina de Juan Mari Arzak—. El primer restaurante que más o menos
traté fue el San Marco, una trattoria en la que me ayudaron mucho; me
mandaron a Italia, veían que me movía bien…
Una trattoria en Sevilla…
Lo que pasa es que era uno de los restaurantes más importantes que se
montaron en Sevilla —hace unos cuantos años—; una familia de italianos
que llegaron e hicieron una revolución de buen servicio, buena cocina, y
aunque el restaurante fuera italiano al final hacíamos un poco nuestra cocina
también; era de los restaurantes más refinados; hoy en día se mantiene pero
es más pizzería, más restaurante italiano que antes.
Después de ahí, pues me mandaron a Italia también. Aprendí un poco la
pasta en Arnolfo, un restaurante dos estrellas Michelin, muy importante. Hice
muchos seminarios. Con Dani García estuve en Tragabuches, luego en
Calima. He estado con Paco Torreblanca haciendo cursos de pastelería;
estuve con Gerhard Schwaiger en Mallorca, que tiene también dos estrellas…
Bueno, por todos… no quiero que se me olvide nadie. Atrio también, que
tiene dos estrellas... En Sevilla hemos hecho muchas cosas con amigos, en
Sevruga, Az-Zait… restaurantes pequeñitos que tienen su nivel y que
recomiendo, si vais por Sevilla, porque tienen mucho encanto.
Hace ocho años decidí irme a Sevilla. Tenía una chica, mi pareja; me dijo:
“O te vienes ya, o terminamos”. ¡Y me vine! Estaba trabajando en Mallorca
para un restaurante, el Club de Mar, un restaurante de la familia real, de los
reyes, y le dije: “Si me voy tengo que encontrar algo interesante, no me voy a
ir para nada”, y me llamaron precisamente de El Bulli Hotel —Rafa Morales,
el chef de cocina que me introdujo en el mundo Bulli—. Aunque
estuviéramos a mil kilómetros Sevilla de Girona, congeniamos bien, me hizo
su segundo y luego decidió irse —era de Valencia y creo que la mujer le dijo
lo mismo que a mí: “O te vienes para Valencia o…” ja, ja, ja—. Y mira, al
final, pues, me quedé. Empezamos ya a trabajar directamente con Ferrán, con
Eduard Bosch, que era uno de sus jefes de cocina, era de las personas que se
encargaba del asesoramiento de Ferrán. Dejó El Bulli, pero como
asesoramiento trabajaba en las aperturas, y con él comenzamos a formar la
línea que Ferrán quería en El Bulli Hotel. Él quería que fuera un Bulli, que te
dieras cuenta de que estabas comiendo su cocina, pero que si cerrabas los
ojos supieras que estabas en Andalucía, que te empaparas de viveza, de
sentimiento, de olores, de sabores: estoy comiendo Bulli pero a la vez estoy
comiendo en Andalucía.
Curiosamente, Ferrán ha podido montar muchos restaurantes, muchos
hoteles, pero no ha querido abrir más porque es muy difícil, muy complicado.
Al final es su nombre el que está y tiene que tener un buen equipo, y si me
quedo con una cosa es abrir un hotel y no un restaurante, porque él decía “en
la gastronomía se está, no se tiene”, ja, ja, ja… y ¿por qué un hotel? Porque
quería transmitir la atmósfera y la sensibilidad que hay en El Bulli
veinticuatro horas del día.
¿Y cómo se logra empalmar esas dos atmósferas, la atmósfera
andaluza con la atmósfera Bulli?
Mira, parte de culpa la tengo yo —no me quito—, pero sin duda Ferrán es
un enamorado de la tierra, de Andalucía; su madre es andaluza, tiene
ascendencia. A Ferrán le encanta comer; es un fenómeno cocinando pero es
mágico comiendo y entonces, pues, le gusta empaparse de lo mejorcito.
Desde el 89, cuando él comenzó a hacer su cocina, hacía cocina catalana,
francesa, pero como era verano y tenía un restaurante de playa, empezó a
meter mucha sopa fría. Las sopas frías, la mayoría son de Andalucía; empezó
a mirar mucho al sur, el gazpacho, el bogavante —un plato mágico, meter un
gazpacho con el agua del bogavante es algo maravilloso—, el ajo blanco —
que es una crema fría de almendras, sal, vinagre y aceite— con cigalitas de
Málaga. Y al final Ferrán se queda con lo mejor. Hoy día, bueno, no tiene un
solo tipo de cocina sino que de cada país escoge lo mejor: los mejores
productos, las mejores recetas, y él hace su versión, sus ideas; se inspira, y
mira mucho para Andalucía, me lo pone muy fácil. Yo, que tengo mi gracia,
voy cambiando productos; a lo mejor uso unas gambitas blancas de Huelva,
le meto aceite de oliva de Jaén, en vez de catalán, o vamos mezclando, pero
la mayor culpa la tiene él; él mira mucho para Andalucía; le gusta la tierra.
¿Cuál es el principal reto que tienes frente a esa cocina?
Mira pues, pues mantener el nivel, y el reto que me propongo con Ferrán,
ahora que ha cerrado El Bulli, pues es intentar seguir plasmando o recreando
sus grandes obras. Ferrán tiene una historia, unos platos emblemáticos que
sinceramente habría que estudiarlos en cocina, igual que se estudió el
lenguado meunière, e igual que el tournedo Rossini. El tuétano con caviar,
magnífico; el gazpacho bogavante, del cual te he hablado antes; la espaldita
de conejo —rellena de cefalópodos y cebollitas—; la casquería que ha 12
Para conversar con Matías Palomo fue preciso robarle tiempo a una cena que
tuvo lugar en Sukalde y en la que, junto a Sumito Estévez, Matías cocinó
para una entidad benéfica. De hablar pausado y con muestras de timidez,
Palomo tiene la trayectoria y el conocimiento de quien comprende la cocina
como oficio y como expresión cultural. Entrar en su cocina en medio del
servicio, un privilegio que se valora, abrió la puerta a una cocina exigente
que, al mismo tiempo, juega con un sentido lúdico y estético sorprendente.
Restaurante: Sukalde (Santiago de Chile).
Matías, ¿por qué eres cocinero?
Soy cocinero porque no fui ni piloto de avión ni millonario ni broker de la
bolsa; esas eran mis tres opciones. Desde siempre me gustó viajar, me gustó
conocer otras culturas, y finalmente descubrí que para conocer otras culturas
hay que comer; la gastronomía involucra todo: cultura, tradición, producto,
forma de alimentarse… Así poco a poco empecé a meterme en la cocina, me
fui enamorando y aquí estoy.
¿Y en qué momento decides que ese va a ser el camino?
Cuando salí del colegio estaba buscando qué hacer; sabía que me gustaba
comer y viajar, que no quería estar en una oficina, y como ninguna de las
otras tres alternativas me parecía viable de verdad, porque para ser piloto de
avión tienes que estar en la Fuerza Aérea, tienes que estar en cursos de
pilotos no sé cuánto tiempo, decidí meterme a la cocina porque era lo que me
gustaba: comer… Ninguno de mi familia es supercocinero; solo mi abuela
cocinaba algo de comida árabe.
¿Qué se comía en tu casa?
Es que mi familia, digamos, vivía en México —mi mamá, mi papá, mi
hermano y yo— y bueno, tengo a mi abuela, mi tía, mis primos, pero todos
dispersados por todo el mundo. Tengo tíos en Francia, mi abuela vive en
Venezuela, mi tía también, otros tíos viven aquí, otros en México —yo nací
en México—. Entonces, en mi casa mis dos papás trabajaban y nosotros
estábamos en un colegio donde la jornada era larga, y ahí aprendí a comer, en
México. Entonces mi base de comida no era en la casa, sino la comida del
mercado de México, un buen restaurante en México, tacos al pastor, flautas
de pollo, cóctel de camarones, no sé, chile poblano; esa fue mi infancia.
Nunca comí comida chilena en México, y ya cuando me vine acá y conocí al
resto de mi familia —el año 90 conocí a la familia que no conocía—, ahí
empecé a involucrarme más en la cultura de Chile.
La cocina chilena tradicional es muy sencilla, no hay grandes recetas; son
recetas ricas, sencillas, con buenos productos pero que dejan afuera muchos
buenos productos. Aquí tú no sabes lo que hay de grandes riquezas
gastronómicas, es brutal; aquí la calidad del producto es increíble.
¿Entiendes la cocina como un hecho artístico o como un oficio?
Sabes, la cocina es una mezcla, es como estar todo el día trabajando en una
construcción, pero en el momento que estás en el pase, tener que afinar el
pulso y convertirte en un artesano, en un artista, dibujar un plato; entonces tú
estás con el fuego así, a 45-50 grados, corriendo, gritando, para acá y para
allá, y llega un momento en que tú tienes que poner el pescado en el lugar
preciso, la esferita, el brote de no sé qué, la salsa… entonces te transformas
en un artista ese segundo mágico, pero el resto del tiempo es estar haciendo
ejercicio dentro de la cocina, sudando, estar dieciocho horas de pie… Es una
mezcla entre minero y pintor, es eso.
¿Qué buscas darle a la gente, es decir, qué esperas tú que la gente
sienta cuando come lo que tú has preparado?
Quiero que sientan algo novedoso, pero sin perder la cocina de la base de
la casa. Por ejemplo, usar una sopa tradicional de mariscos como salsa de un
plato con un pescado que no se conoce y con una técnica nueva; ese es el
concepto: hacer un buen maridaje entre tradición y modernidad.
¿Existe una cocina chilena? Es decir, con elementos propios que la
definen, que la identifican, que la hacen…
Tengo una teoría bien particular con respecto a la cocina chilena. Hay muy
pocos platos que sean chilenos chilenos. Aquí hay una cocina criolla, una
cocina que no ha tenido muchas influencias, a base de cocina española muy
básica, pero la cocina chilena debería ser cocina de producto, porque es un
país que no tiene comparación. Si ves el mapa chileno, hacia el otro lado,
hacia el norte, tienes la temperatura desde Marruecos hasta Noruega,
imagínate todos los países que hay entremedio, que tienen buena
gastronomía; tenemos nueve climas mediterráneos, tenemos todos los hongos
del mundo, hasta las trufas que están saliendo; tienes climas tropicales o
subtropicales, o sea, hay microclimas y, ¿sabes?, es una cocina que necesita
un empujón; tiene muy buena materia prima y hay muy buenos cocineros, o
sea, hay gente que viajó, que volvió, pero gente de acá que es muy, muy
talentosa… y por eso creo que, en un tiempo más, va a dar harto que hablar la
cocina acá.
Pero la cocina en sí, la cocina chilena chilena, la tradicional, es una cocina
muy sencilla, o sea, la ensalada chilena es una ensalada con cebolla, tomate y
perejil y más nada… Tienes platos como el pastel de choclo —que se hace en
Perú también pero tiene su variación—, el curanto, que es una técnica
culinaria que está en todo el mundo, que es el hoyo en el suelo con las piedras
calientes, pero acá hay mezcla.
Por ejemplo, a mí me pasó que fui a Estados Unidos y preparé un pulmay , 14
que es el curanto pero en una olla —el curanto se hace en el suelo y el
pulmay se hace en una olla—. Allá yo contaba y me decían que en la costa de
Maine hay mucho marisco pero también hay una tradición de productos
cárnicos, y hay un plato que es cerdo ahumado con mariscos y langosta…
Entonces, claro, si uno empieza a buscar, a buscar muy en profundidad, la
cocina chilena es la cocina criolla, aunque tienes algunas cosas sorprendentes,
por ejemplo, en Patagonia, en Chiloé, que hacen un guiso de cordero con
algas y es buenísimo; tiene muchas papas, pero el producto está
desaprovechado.
Pero en esa cocina criolla, ¿qué presencia tiene lo español?
Todo. Veamos por ejemplo Perú. La cocina peruana tiene la comida inca,
la comida africana, la china, la japonesa, la española; Brasil tiene la comida
africana con la comida amazónica y la comida portuguesa; en Argentina
tienes españoles con italianos, con alemanes, y aquí llegaron los más fuertes.
Como le decía a Sumito: esto es una isla, tienes el desierto más árido del
mundo, tienes el desierto helado; al otro lado el océano pacífico y la
cordillera… Aquí el que llegaba a colonizar esto tenía un “coraje” pero de
aquellos… era un tipo que era bravo, eran soldados, era algún cura que venía
de misionero, y los esclavos, que eran los que acarreaban las cosas…
Entonces la cocina de aquí no era de virreinato tampoco; no venía el virrey
con su corte de sirvientes ni sus cocineros. Como Perú y México eran
virreinatos, desarrollaron una cocina mucho más elaborada y sofisticada.
Aquí había lo que encontraba el soldado que venía con el misionero, que
pelaban las papas y hacían un guiso; y los mapuches no se mezclaron con los
españoles; a los mapuches los fueron empujando al sur, y daban la pelea, pero
nunca hubo esa mezcla; y los mapuches lo que hacen es comida de mercado;
recuperaban cosas de la Pachamama, de la tierra, y hacían sus guisos, y
entonces era su cocina y no se mezclaba con la cocina de los españoles.
Y luego, en otra época, necesitaban colonizar el sur, posterior al 1900,
1912, 1913, no sé, y trajeron colonos italianos; y entonces tú vas a una zona
que se llama Capitán Pastene y encuentras prosciutto; te vas a la zona de
Frutillar, de Puerto Varas, de Puerto Fuy —esos son alemanes e incluso las
razas son alemanas—; te vas a la zona de Chiloé, que era un bastión que se
peleaban entre los españoles y los brujos de Chiloé, y entonces en Chiloé lo
que tenías eran brujos que se asociaban con los piratas que llegaban ahí para
pelear con los españoles para proteger la isla, y en esas asociaciones de
piratas con nativos de la isla empezaron a llegar holandeses y hacían una cosa
que se llama “licor de oro”; hacían aguardiente; y entonces Chiloé tiene una
gastronomía totalmente separada y distinta de lo que hay en el continente; y
la gastronomía en Chiloé tiene mucho más que mostrar que la cocina del
continente.
Cuando hablas de que las posibilidades del producto en Chile son tan
relevantes, ¿hacia dónde crees que debe ir una gastronomía chilena?
¿Qué recursos que están desaprovechados pueden ser incorporados?
Acá, todos. No te imaginas la cantidad de productos que hemos
encontrado. Para mí —y tengo una teoría junto con un par de cocineros más
de acá—, tú ves la fruta que hay en Europa y en Estados Unidos: manzanas
chilenas, uvas chilenas, vino chileno, aceite chileno, pescado chileno, el
salmón, pero tú ves lo que pasa acá dentro y es mucho más, porque hay
pescado. La gente dice que el pescado es caro, pero en realidad se consumen
cuatro pescados, cinco pescados: la reineta, el congrio, la merluza, la corvina
y el salmón, pero hay otros diez que de repente llegan al supermercado, que
cuestan la mitad, y ahí tienes la lisa, la vieja, la sierra, el róbalo, el pejerrey…
cuestan la mitad que estos otros cinco pero la gente no sabe cocinarlos o no
se atreve.
Y entonces, si empiezas a investigar, ves que hay doscientas sesenta y
cinco variedades de pescado, y hay sesenta y cinco que son “comerciales”,
así, de venta en el exterior, mariscos y crustáceos; hay sesenta y cinco
variedades y comemos siete: almejas, choritos, mejillones, pulpo, de repente
un camarón, encuentras un camarón chileno por ahí; el picoroco, que tiene
esa concha blanca ahí, que es pariente de la langosta, pero el sabor es muy
bueno; y erizos en temporada, pero el resto no se usan.
Fui al sur y compré unas navajuelas de veinticinco centímetros. Compré
cuarenta y me costaron cuatro dólares… ¡Cuarenta navajuelas! Le digo a un
español eso y se mata de la risa. Entonces, hemos encontrado duraznos
morados: son unos duraznos que por fuera los ves como un durazno normal,
pero los pelas y son como una remolacha. Hay berries, hay toneladas; hay
maki, hay murta, hay calafate, chauras, frutillas, frutilla blanca… De hecho,
la frutilla original dicen que salió de Chile, la llamada Fragaria chiloensis.
Para mí, la frutilla debería ser la fruta nacional de Chile; debería ser el
símbolo de los productos, porque es algo que todo el mundo reconoce, todo el
mundo usa en todos los restaurantes y nadie sabe que es de acá, o no se ha
dado a conocer, no sé. Entonces… ¡hay de todo!
¿Crees que hay elementos provenientes de una tradición —por
ejemplo, mapuche— o de cocina exclusivamente autóctona, que no
tengan un origen occidental, que convengan o que sean interesantes para
trabajar, para desarrollar, para investigar?
Sí, hay muchas cosas; por ejemplo, el merkén es el ejemplo más claro. El
merkén es un ají o chile que está ahumado y triturado con semillas de
cilantro; eso lo hacen los mapuches, porque los mapuches viven en una ruka,
que es como una casa de paja, y dentro de eso tienen su fogón y entonces
todo lo que los mapuches van cazando lo van colgando y entonces ahí se va
secando al mismo tiempo que se va ahumando con este humo de la fogata…
y el merkén es un producto que puede ser una marca chilena; es un ají que es
muy picante pero tiene ese sabor ahumado… y con la mezcla del cilantro es
único, ¡es la mezcla!
Y luego, por ejemplo, hay técnicas de cocina de la gente del sur que son
interesantes de recuperar, como por ejemplo: en Chiloé hacen un pan
excelente, tienen un tubo —como si fuese un rodillo de madera, pero gordo
así— y le ponen una mezcla de papa con harina alrededor —como si fuera un
pan—, lo ponen por todo el rededor, lo ponen sobre el fuego y lo van
cocinando así, a las brasas; entonces te queda un pan de papa ahumado con
unos sabores deliciosos.
Y los mapuches tienen otro plato —que no es de mucho gusto, no es un
gusto común— que son unas papas fermentadas, con una fermentación que es
como la del vino a baja temperatura. ¿Cómo lo hacen? Agarran las papas y
las tiran al río; entonces la papa está en el río dos semanas y lo que queda por
fuera es una piel y por dentro queda la papa fermentada; eso después lo
cocinan en un almíbar y eso es un postre de ellos.
Los mapuches tienen un conocimiento de la hierba que es brutal. Ellos
saben qué hierba es buena para el estómago, para esto, para lo otro, y con eso
cocinan todo el tiempo; tienen un conocimiento de lo que los rodea que es
fundamental, y eso se puede aplicar, pero hay que saber…
¿Y eso puede llegar al restaurante?
Nuestro restaurante se dedica a eso. Vamos a traer ahora a un chef que es
cocinero; para mí todos son cocineros. El título de chef varía durante la vida
de uno, pero cocinero, esos son los de verdad. Y este es un cocinero mapuche
que es apasionado por su pueblo, pero apasionado, loco por lo mapuche; y lo
vamos a traer aquí para que dé una charla sobre lo que es la cocina mapuche.
Y eso también es bien interesante; algo como más mediático: darle la mano a
alguien que de verdad puede ser un aparte; ese es el trueque: tú le enseñas a la
gente y yo te ayudo a que aparezcas, a que te muestres al público; esa es la
idea.
¿Cómo se relaciona la cocina chilena con la cocina global, con lo que
pasa en el mundo en general, con España, con Francia, con Perú?
A ver, hay una relación con la cocina española por tradición, porque nos
colonizaron, pero a nivel mundial yo creo que Chile tiene un “debe” —está al
“debe” siempre—, porque tiene, por ejemplo, el aceite de oliva, y en cinco
años pasaron de cero al mejor aceite de oliva del mundo; tiene unas centollas
de un metro de diámetro que parecen unas arañas gigantes; tiene productos
que de verdad que si uno aplicara técnicas de cocina española a los mariscos
de acá sería un match perfecto. Si hubiera esa tradición, por ejemplo, de
carnes de caza que hay en Francia, con todas las aves de caza que hay acá, los
jabalíes, los ciervos que hay acá, sería un… ¡no!, ¡esto es el paraíso! Para
alguien que realmente sabe de cocina, es un paraíso. Y sí se puede hacer una
relación entre Chile y el mundo afuera, con muy poquitos productos; por eso
te digo que está al debe: afuera conocen el salmón, el vino, el aceite de oliva
y la fruta, pero adentro hay un paraíso de la cocina y está por conocerse, por
desarrollarse todavía.
¿Cuál es el potencial de exportación de la cocina? ¿Crees que es
posible que la gente vaya en distintas capitales del mundo a comer
comida chilena, que eso logre ser una marca en el sentido en que lo es la
comida china o la comida mexicana?
Eso es un poco más difícil, un poco más difícil que la cocina peruana, que
la cocina mexicana. A ver si me explico: es una cocina tan sencilla que tal
vez podría hacerse una mezcla de cocina tradicional con aplicación de
productos nuevos; por ejemplo, el merkén hasta hace quince o veinte años no
se usaba en la cocina, y ahora, al restaurante que vas hay platos con merkén.
Entonces, si uno hace un restaurante así, para exportar, ya el merkén está
dentro de la gastronomía chilena.
¿Y cuál puede ser un plato de exportación?, es decir, así como la gente
dice, bueno, paella es España…
Por lejos el pastel de choclo. Por ejemplo, está la humita, que es el mismo
relleno del pastel de choclo pero enrollado en su misma hoja; también está el
tamal —tienes tamales en toda Suramérica—, el maíz más o menos molido,
con adición de harina de maíz de tortilla, o un poquito más suelto, pero al
final es la misma técnica. Pero pastel de choclo como el de acá, no hay. Es un
plato único, muy interesante.
Matías, ¿crees que la gastronomía chilena puede convertirse en un
factor de desarrollo, de generación de riqueza, de generación de empleo?
Totalmente, nosotros nos dedicamos a eso, a hacer trato justo con los
productores: productores de papas, productores de pescado —porque aquí
hay muchos intermediarios—, gente que recolecta moras —¿sabes que para
recolectar moras te pinchas los dedos todo el día y por un kilo de moras les
pagan menos de medio dólar y aquí cuesta dos o tres dólares el kilo?—.
Entonces nosotros estamos juntando un grupo de restaurantes, buscando
comunidades que sean recolectoras, que sean productoras de algún producto
especial de acá de Chile, para pagarles un precio justo, y eso genera riqueza
en la región.
Y si a un campesino que le están pagando medio euro por el kilo de moras
le empiezas a pagar un dólar, es bueno para él y es bueno para nosotros
también; entonces, así generamos riqueza. Además, la gastronomía te lleva a
generar turismo; si tú generas una buena gastronomía tienes turismo
asegurado también.
¿Cuál es tu comensal ideal?
El que viene a disfrutar sin preocuparse por el tiempo, o sea, el peor cliente
que puede existir es uno que te diga que tu plato se está tardando mucho,
porque de repente hay platos que demandan mucho tiempo en la preparación,
en el montaje. Un comensal que ve un plato y se ríe o le pregunta al
camarero; ese es el comensal ideal, y que al final del servicio te diga: “¿Sabes
qué? Aquí podrías mejorar en esto, podrías mejorar en esto otro”, y no
tomárselo mal ¿no? Siempre tengo esa filosofía de si te viene un cliente y te
dice: “Oye, está todo bueno, todo fantástico”, puede ser un cliente al que en
realidad no le gustó y no va a volver, pero si viene un cliente y te dice:
“¿Sabes qué? Encontré esto mal, esto lo puedes solucionar, esto puedes
mejorarlo, pues te ayuda a mejorar también. Ese es nuestro cliente favorito.
¿Cómo sería tu restaurante ideal? Si no tuvieras limitaciones, si la
imaginación pusiera todo donde tú lo quieres, ¿cómo te lo imaginas?
Ja, ja, ja… Un restaurante lleno todos los días, que no existan los feriados,
que no existan las vacaciones. En Chile también pasa mucho por las
estaciones: la primera semana que hace frío, la gente no sale; la primera
semana que llueve, la gente no sale; la primera semana de sol, la gente se va a
la playa; y entonces, para mí el mejor, el restaurante ideal, bueno, aparte de
todo lo que involucra un buen restaurante: buena gastronomía, vivir bien, que
haya un buen ambiente de trabajo, todo eso… un restaurante que esté día y
noche funcionando, porque eso te permite generar más cosas. Un restaurante
lleno te permite ayudar a más gente, te permite comprar mucho mejores
productos; ese es el ideal.
Y te imaginas un restaurante grande, pequeño…
Mira, uno va aprendiendo que al final el que uno sueña es un restaurante de
ocho personas, que te permita vivir de eso ¿no?; pero en Latinoamérica la
gente no está preparada para pagar lo que cobra un restaurante que atiende
solo a ocho personas, todavía no. En Japón, sí; un restaurante de ocho
personas te puede cobrar dos mil dólares por persona y la gente vive bien con
eso; pero aquí en Suramérica la gente no está preparada; aquí no hay esa
pasión por la comida; aquí tú sabes que el fin de semana el partido de fútbol y
ya; una parrillada el día nacional, ya; una parrillada, es todo comida así como
de tribu ¿no?; solo prender el fuego y poner la carne. No existe eso que pasa
en Japón, en Tokio o en Nueva York, en Madrid, en Barcelona, en Londres…
que la gente ¡va a comer! Aquí no, y obviamente el poder adquisitivo
europeo es distinto al de acá, pero si acá hubiera más poder adquisitivo,
habría más parrilladas, más grandes…
Tú trabajaste un tiempo en El Bulli. ¿Cómo fue tu experiencia?
Sí, seis meses. Uno aprende una forma distinta de pensar la comida, como
empujar al límite. Es un poco lo que está pasando en España, que están
buscando producto constantemente, y toman un producto, no sé… un tomate,
y tú dices: “ya, el tomate puede ser picado en láminas, puede ser crudo,
confitado, puede ser salsa, puede ser kétchup, puede ser una salsa agridulce,
puede ser de muchas formas”, pero en algún momento llegas a un límite para
hacer, y ahí es cuando empieza El Bulli a trabajar; entonces trituran el
tomate, lo ponen en una malla, lo dejan que filtre ese líquido transparente con
mucho sabor de tomate, y a partir de ese líquido hacen una gelatina, hacen
una espuma, pero sigue siendo un sabor de tomate puro. Entonces uno
aprende a llegar más allá de lo que el resto ve en un producto.
Pasa lo mismo aquí; en el restaurante siempre estamos así: qué se puede
hacer; si lo cortamos así, lo freímos, lo blanqueamos, si lo rellenamos, y
empezamos a jugar mucho con la comida; y eso uno lo aprende en esos
restaurantes. En las escuelas, los niños me dicen: “Me gustaría ir a El Bulli”,
y les digo: “Para ir a El Bulli, primero tienes que haber pasado por pelador de
papas, por fileteador de pescados”… porque si va un chico que salió de la
universidad y el premio es ir a hacer la práctica a El Bulli, no le sirve de
nada, porque allá todo son técnicas nuevas, son técnicas distintas; necesitas
tener una buena base para que tenga sabor.
Si no sabes hacer un buen caldo, nunca vas a hacer un “aire” sabroso, ¿no?,
y en eso es en lo que cae mucha gente, que se ponen a hacer esferas y aires, y
cantidad de cosas, pero no tienen una base de sabor fundamental, y ese es el
gran problema que hay con la cocina moderna; los que destacan es porque
realmente tienen una buena base y saben aplicar la técnica; el resto es puro
cuento. Tienes que saber hacer la sopa de la abuelita antes de poder hacer una
gelatina, no sé, una espuma.
¿Qué cocinas del mundo, o qué cocineros te llaman la atención
actualmente fuera de Chile?
Me gusta mucho lo que hace Tedsuya Wakuda en Australia, y me gusta
15
mucho lo que hace José Ramón Andrés en Washington, un chef español que
tiene un restaurante que se llama Café Atlántico, y dentro de eso tiene un
restaurante que se llama Minibar, y entonces él logró hacer un restaurante que
tiene el Minibar, que es para seis personas, que es una comida como la de El
Bulli, superelaborada —treinta platos—, pero el resto del restaurante mezcla
cocina de toda Latinoamérica y España. Entonces es una mezcla muy
interesante, y no es fine dining; solamente el Minibar es como fine dining; el
resto es supersencillo.
Luego, Ferrán, por todo lo que trae su comida, por todo el aporte que ha
hecho a la gastronomía; todo, lo bueno y lo malo; y Santi Santamaría , que
16
podría ser como cualquier chef francés bueno; es un clásico muy bien hecho,
muy bien armado; un buen chef francés también puede hacer unos platos
increíbles, tradicionales, pero de repente no tienen creatividad.
El concepto que a mí me gusta de la cocina es que cuando tú vas a comer,
aparte de comer algo bueno, tiene que ser llamativo. Vas a pasar un buen rato
con tus amigos y tiene que haber eso, que llame la atención la comida.
Entonces, me encanta la comida, pero siempre a lo que hacen le va a faltar
esa magia. Son platos perfectos, superbien logrados, pero siempre falta eso, la
magia… Lo que hace Malabar , lo que hace Alex Atala , eso de meterse al
17 18
hasta El Bulli, pero pasando por Harold McGee, pasando por libros de cocina
hindú, cocina china, mexicana, y dentro de eso estamos con el concepto de la
cocina molecular, que nos lo colgaron porque veníamos de donde Ferrán, y
gracias a eso empezamos a estudiar más y a involucrarnos más con productos
y a aprender más.
Creo que si uno está aplicando para cocinar mejor, no es malo; si tú sabes
lo que le pasa a las proteínas, si tú sabes por qué un pescado es blanco y el
otro es rojo, eso te ayuda a saber el cuento. Por ejemplo, la carne es blanca o
roja, por qué, por la cantidad de mioglobina que pasa por el músculo; y
entonces, si viene un vendedor y te dice: “Este es pato salvaje”, y tú cortas la
carne y ves que la carne es rosada, no es salvaje… Un pato salvaje tiene la
carne roja, oscura, así, violento, por la cantidad de sangres que tiene en el
cuerpo por estar aleteando cien mil kilómetros… Entonces eso te ayuda a
saber qué es lo que pasa…
Aquí hacemos nueva cocina chilena, alta cocina chilena, cocina de autor o
como quieran decirle; pero al final es una locura, es una cocina, es un pintor;
todos los pintores son distintos; y mi vecino es superbueno. Rodolfo hace una
cocina increíble; los dos tratamos de hacer alta cocina, pero cada uno es un
pintor distinto; y entonces tú puedes tener a Picasso, tú puedes tener a Dalí, y
es igual.
Gracias, Matías.
14
Preparación tradicional chilena, elaborada a base de mariscos, cerdo ahumado y pollo.
15
Chef japonés asentado en Sidney, Australia.
16
Chef español que, en vida, estuvo al frente del restaurante Can Fabes.
17
Restaurante del chef Pedro Schiaffino en Lima, Perú.
18
Chef brasilero.
19
Chef francés asentado en las cercanías de Lyon.
PEDRO SCHIAFFINO
linda, hermosa.
¿Y para quién cocinas? Cuando cocinas, ¿tú piensas en un comensal
ideal?
Mi trabajo tiene un fin más allá; a mí me encanta lo que hago, me apasiona
como cocinero, y si bien es cierto que me gusta ver el resultado de un proceso
—que es un plato o que un comensal lo disfrute—, creo que mi cocina, más
allá de darme placer, tiene un fin mayor. Desde chico, antes de decidir ser
cocinero, sabía que el Perú era un país megadiverso, con mucha
biodiversidad, con una cultura muy grande. De niño eso me absorbía mucho,
y tuve la suerte de viajar con mi familia fuera del país y darme cuenta de que
la cocina que teníamos en el Perú era realmente especial, tenía un potencial
enorme y estaba de alguna manera conectada con la naturaleza; entonces, a la
hora de decidir ser cocinero, siempre quise mostrar esto.
La cocina peruana no era conocida y uno de los grandes retos que
teníamos, junto a muchos colegas, era hacer que la cocina peruana fuera
conocida en el mundo. Hoy en día eso es un hecho, pero no por eso cocinaba;
cocinaba porque quería que la gente en Lima —y hasta ahora— quiero que la
gente en Lima esté más conectada con su realidad.
Nosotros hemos crecido y vivido en un país donde la cocina europea fue la
que marcó el estándar de calidad por muchos años, y hemos visto nuestra
cocina —a mí me pareció así— como una cocina de muy mala calidad, sin
valor, sin cultura. Por ello, el fin que tengo hoy es revalorar la cocina del
Perú.
Por más que haya un boom gastronómico, sabemos que hay mucho que
hacer; las cocinas regionales aún no se conocen, no están valoradas como se
debe; entonces, el propósito y el fin de mi cocina es ese: generar y darle valor
a la cocina peruana.
No soy una persona que piensa solo en que ese comensal tenga una
experiencia; si bien es cierto que quiero que tenga una experiencia única en
mi restaurante, quiero que también aprenda o adquiera conocimiento a través
de la cocina.
¿Y cuáles son las características de la cocina peruana?
La cocina peruana tiene un pasado, una historia que arranca con una
cultura con un cierto desarrollo gastronómico, o sea, las culturas
precolombinas manejaban productos, habían domesticado flora y fauna,
tenían una sazón, tenían ya una cocina establecida, y eso es importante.
Teníamos una cultura gastronómica precolombina; las migraciones que ha
habido a lo largo de unos trescientos o cuatrocientos años han sumado a esa
cocina que ya existía, a esa base cultural que ya existía, y se ha convertido en
una cocina netamente diversa. A eso súmale también la biodiversidad del
país, y esos tres elementos definen la cocina peruana: diversidad, diversidad
natural, un país muy rico, una cultura con una buena base gastronómica y de
manejo en sí, y migraciones que se han incorporado de alguna manera
naturalmente en la gastronomía.
¿Hay algún elemento, digamos, algún ingrediente o alguna técnica que
tenga una presencia constante o que sea un elemento identificador de la
cocina peruana?
Este es un país tan diverso que es difícil decir eso. En este proceso de
formarme como cocinero decidí trabajar con la Amazonía, y hoy en día eso
tiene un protagonismo importante dentro de mi trabajo y de mi cocina. Por
ejemplo, hay dos ingredientes en el colectivo que se podrían definir como
elementos integradores, que son el ají y la papa, por ejemplo; pero viéndolo
desde un punto de vista amazónico no podría afirmar eso, sabiendo además
que la Amazonía es un 60 % del país. Si bien eso es cierto en cuanto al
territorio y no a la población, igual creo que hay un buen sector de la
población peruana que no considera esos como los ingredientes integradores
de una cocina nacional.
Creo que no hay uno —es mi manera de pensar— y no tiene por qué
haberlo tampoco; creo que son varios ingredientes los que hacen o le dan
personalidad a la cocina peruana e integran territorios y culturas, pero son
varios, no es uno.
Ahora probé el lomo saltado, y me sorprendió un cierto tono ahumado
que me llevó mucho a selva; no sé si eso es algo que buscas o es un
elemento con que topé azarosamente…
Totalmente. Es un concepto totalmente amazónico, 100 % amazónico, y ya
entrando a detalles sobre el concepto: la Amazonía peruana tiene un
repertorio gastronómico bastante bueno, amplio, pero que de alguna manera
sufre ciertos prejuicios y paradigmas que hay sobre esta cocina. Cuando
decidimos crear Amaz, utilizamos la cocina tradicional amazónica peruana
como base, y sobre ella hemos recreado una nueva cocina; estamos recreando
la cocina amazónica.
El lomo saltado es un plato que de alguna manera se come en todo el Perú,
desde los Andes hasta la Amazonía y la costa; lo comen en los restaurantes.
Si hablamos de Andes no quiere decir que la cocina andina tenga un lomo
saltado, pero en la restauración moderna andina vas a encontrar un huarique
con lomo saltado, y en la Amazonía igual.
En la Amazonía peruana, algunos restaurantes te hacen el lomo saltado y lo
hacen con cecina, porque la cecina es un producto amazónico, y entonces
nosotros hemos integrado eso al concepto; por eso en el lomo saltado vas a
encontrar ese ahumado, y ese ahumado es, primero, porque ya el lomo
saltado tiene de por sí, por el wok, un tono ahumado; ahora, viene acentuado
por la cecina que también está dentro del plato y también suelta el ahumado,
y esos dos elementos hacen que el plato se note muy ahumado.
Y es selvático…
Sí, sí, es un sabor bien definido, con personalidad; y a eso los maduros —
el ají dulce, el sacha culantro— lo convierten en un lomo saltado que
normalmente es cebolla, tomate, ají amarillo, la carne, culantro normal, el
común; reemplazamos algunos ingredientes, metemos cecina, metemos
maduro y convertimos un plato capitalino netamente limeño en amazónico.
De alguna manera hoy en día la cocina peruana ha llegado a un nivel
donde podemos permitirnos eso; quizás se pueda ver esto como: “ah, él está
haciendo una cocina que no es realmente amazónica 100 % y ortodoxa”, con
lo cual estoy de acuerdo, pero quizás ese plato en un futuro se puede
convertir en un plato de la Amazonía, como ha sucedido con muchos platos
de la cocina criolla peruana o tradicional peruana.
Es que hay muchos ingredientes amazónicos que son desconocidos;
pienso en la sarrapia, por ejemplo, esa especie de vainilla…
Ah, el haba tonka …21
Tomo I es un sitio clásico, ubicado cerca del obelisco porteño. Allí Federico
Fialayre determina la cocina, los vinos, la sala, y todo lo hace con la misma
calidez que proyecta en su muy agradable conversación, en la que divaga
tranquilamente de la arquitectura al rock, del cordero patagónico al agneau
du lait francés. Tiene claro el rol de su restaurante, el de Buenos Aires como
metrópoli latinoamericana y su concepto gastronómico por encima de recetas.
Restaurante: Tomo I (Buenos Aires).
Federico, ¿qué te lleva a ser cocinero, qué te lleva a la cocina?
Mirá, soy como un monito de circo en la cocina, porque mi cuna estaba en
la cocina de Tomo I. Mamá empezó el restaurante precisamente después de
mi nacimiento y el restaurante se fue formando a la par de mi vida. Yo tenía
—insisto— la cuna en la máquina de hacer tortas y, literalmente, la apagaban
y me ponía a llorar, así que la vida de restaurante la tengo como muy
adquirida, muy mamada, y no es que heredé esto y me cayó en la cabeza.
Desde que terminé el colegio siempre trabajé en la gastronomía, hice una
carrera universitaria que en realidad no terminé, pero hice bastante de Letras
en la Universidad de Buenos Aires —mi otra pasión es la literatura— y
bueno… También supe desde el primer momento que la literatura no me iba a
dar de qué vivir y entonces me tuve que ocupar de hacer un poquito las dos
cosas al mismo tiempo, de hacer Letras y de seguir con los restaurantes.
¿Cocinero? Hasta el día de hoy no me veo solamente como cocinero o
como nada en el restaurante; soy cooperante…
Primero como sommelier…
Como sommelier me pasó exactamente lo mismo. Yo soy el director del
restaurante y, en particular, cuando vos estás dirigiendo un restaurante es
como cuando estás dirigiendo una orquesta: tenés muchas herramientas,
digamos, instrumentos para conseguir lo que vos estás buscando, o lo que no
solamente vos, lo que tu equipo está buscando; entonces te encargas de
administrarlo, de administrar esos recursos que somos nosotros mismos —los
tiempos, las cosas… hay que armarlo—, y la persona que ordena esas cosas
soy yo.
Primero hice compras, después hice un poquito de cocina, después hice un
poquito de comedor y me fui a Francia; cuando volví de Francia empecé a
trabajar en el comedor, que es un trabajo que, por un lado, aprovecha mucho
algunas de mis posibilidades, que tienen que ver con el lenguaje, tienen que
ver con describir lo que se está haciendo, pero que, al mismo tiempo, explota
casi todas mis debilidades, porque soy una persona muy informal en un
punto, muy creativa y no con la mejor de las memorias; y en el comedor el
tema de la disciplina es fundamental; no es que en la cocina no, pero a esa
edad y en particular en ese lugar era un tema delicado de manejar.
Y bueno, se fue dando así y como empecé a trabajar en el comedor, por
naturaleza caí en los vinos, porque mi mamá ya en esa época prácticamente
no tomaba, porque dejó de interesarle el tema del vino, cosa que ahora,
estando en la cocina, no comparto pero entiendo…
¿Y cómo lo entiendes?
Para mí el disfrute del vino tiene que ver con un disfrute de la cocina que
no es la clase de disfrute que se tiene cuando estás cocinando. A mí me gusta
el vino, como me gusta sentarme y recostarme aunque no esté acostado
literalmente; recostarme en el vino, recostarme en la comida, sentarme, que
me sirvan, fin de historia —es otro tema—, y en la cocina —vos sabés que el
alcohol, por más que lo tratemos de negar o hacernos los desentendidos, no te
permite estar al máximo de tus posibilidades de concentración—, en la cocina
necesitás mucha concentración, mucha fuerza física; entonces, no es el
ámbito ideal para tomar vino, mientras estás cocinando.
A mí particularmente me fascina el tema del vino y entonces hago un
esfuerzo muy grande para poder mantener ese espacio, lo reconozco; si no, es
difícil de conciliar. Es mi experiencia; hay gente que lo hace y lo hace muy
bien.
Va a parecer una pregunta tonta, pero… cuando cocinas, ¿te provoca
comer? Conozco a mucha gente que cocina y pierde el interés en comer,
o sea, le baja el hambre cuando cocina…
El primer año gané catorce kilos… ¿Seguimos hablando del tema? Ahora
estoy en una dieta que considero criminal y muy poco aconsejable, pero en
realidad lo que más te hace engordar en particular, en la cocina, es no
renunciar a la comida. Cuando estoy en la cocina podría no comer una
comida, pero la mesa para mí es fundamental: sentarme a comer con mi hijo,
sentarme a comer con mi mujer, sentarme en una mesa y tener el intercambio
que representa la mesa es parte de mi ADN…
¿Existe una cocina argentina, hay una cocina nacional argentina? Si
crees que existe, ¿cómo la defines, cuáles pueden ser sus elementos
centrales?
Creo que existe una cocina argentina y que no está codificada ni entendida
como tal. Viajé a Chile, a Perú, en misiones netamente gastronómicas —
ahora estoy por hacer una en Brasil—; viajé a Estados Unidos; viajé a Francia
y allá trabajé incluso; fui a Inglaterra, a España, Italia… en ninguno de esos
lugares encontré los sabores que hay en Argentina y te voy a explicar muy
puntualmente.
La del Perú es una cocina maravillosa; amo la cocina del Perú, y es una
cocina que está teñida por gustos muy particulares como son el cilantro, la
cebolla colorada, los diferentes ajíes, el ají Lima, el ají rocoto… Es una
cocina de mar prácticamente, a pesar de que el Perú tiene nueve regiones muy
claramente definidas: está hacia arriba el mar; la meseta de arriba tiene norte,
medio y sur, y es muy clara la división, pero hay puntos comunes a la comida
de ese país que tienen que ver con esto que te estoy diciendo.
El cilantro el porteño no lo soporta, no está en nuestras tradiciones, no
forma parte de nuestra liturgia, no estamos acostumbrados; la cebolla
colorada tampoco, la cebolla cruda tampoco. Los argentinos cuando la
comemos cruda la comemos en ensalada, una ensalada mixta con lechuga y
tomates, pero no se trabaja de la misma manera. Olvidate del pescado A, B, y
el pescado crudo, o el pescado apenas marinado con un poquito de limón.
Perú modificó su manera de cocinar y ahora los ceviches los cocinan mucho
más cortos; lo que se hacía hace veinte años no tiene nada que ver con el
ceviche de hoy.
Lo marinan veinte minutos…
¡Antes!, hoy es prácticamente al tiempo. Entonces eso es algo que de
alguna manera ahora empieza a ser adquirido por los argentinos, pero que no
formaba parte de nuestra…
Esencia…
Sí… lo que yo llamo comer en pantuflas, volver a tu casa, retomar sabores,
encontrar sabores con los cuales uno pueda contrastar. Cuando me enfrento a
un maki o a un tandoori no sé cómo es, voy a experimentar y ver si me gusta,
pero no voy a contrastarlo con algo que yo diga…
Es tu memoria…
No, no, escuchame. La masa de los ravioles no se te pega en el paladar, ya
lo sé, ya lo viví, ya lo experimenté. Se puede vivir la cocina de millones de
maneras y eso es lindísimo; es lindísimo que haya millones de experiencias
posibles, experiencias de reencuentro, experiencias totalmente novedosas que
contrasten, que me contrasten, pero te puedo decir que para los argentinos
esas experiencias son experiencias adquiridas; es como la diferencia del
lenguaje que es materno y el lenguaje adquirido; entonces me parece que esos
gustos son adquiridos.
Algo parecido podemos hablar de Chile, donde las vacas no existen
prácticamente —estamos siempre hablando de generalidades ¿no?—. Acá el
pescado no tiene importancia prácticamente, y si te digo que el plato que más
vendo en el restaurante es el pescado… parece una contradicción y yo no lo
creo, porque así como no creo que Argentina sea un país futbolero porque
haya once jugadores jugando en la selección argentina, creo que es futbolero
porque se cae una tapita en la calle y hay ochenta tipos peleándose para
patearla…
Y Perú es un país gastronómico porque vos le preguntás a un taxista cómo
se hace el plato que se te ocurra y el tipo sabe cómo se prepara porque lo
preparó él, no porque lo fue a comer, y además sabe dónde está el lugar
donde preparan el chupe más rico. Bueno, me parece que en lo que tiene que
ver con el pescado, a la Argentina no la podemos definir como un país de
pescado lamentablemente, porque tenemos pescados muy ricos y que no son
aprovechados.
De esa gastronomía nacional, ¿cuáles serían los elementos que la han
caracterizado?, ¿cómo explicas…?
Perdoname, dejame terminar este comentario que lo hice un poquito largo,
pero es un punto central en donde hay mucho debate, porque muy pocas
personas piensan como yo pienso la cocina argentina; seguramente tienen
razón ellos, pero estoy convencido de lo que digo. Podría seguir con el resto
de América Latina, con México, con Brasil, con Venezuela —conozco muy
poco su cocina pero es una cocina caribeña, frutal, ácida, otra historia—.
Entonces, digamos, vamos a ver esa famosa y vieja pretensión de los
porteños de querer, o de creer que tenemos algún vínculo especial con Europa
—cosa que no creo yo particularmente—.
Vos ves lo que es la cocina italiana, la riqueza de lo que es la cocina
italiana; no tiene nada que ver con la que nosotros tenemos acá. Nosotros
tenemos una parte de la cocina italiana que fue a su vez “aggiornada”,
cambiada y adaptada a los ingredientes nuestros, pero la cocina de mercado,
de estación que tienen en las ferias es otra cosa. Italia es un país gobernado
por el caos prácticamente; cree en el caos. Es un país que se opone a todo tipo
de codificación; todo es regional, y todo lo que ocurre cien metros más al sur
de donde estás se transforma en África y cada lugar tiene una identidad muy
propia.
Eso habla de dos cosas: por un lado de un cuidado y de una fuerza muy
grande de la tradición, y por otro lado, no quisiera hablar de xenofobia pero sí
de una cuestión de: “Viste, yo hago esto… yo no voy a buscar —no sé— una
materia prima a otro país… no; ¡yo trabajo con las materias primas mías!”.
Una cosa un poco autárquica, ¿no?
Claro, entonces, ese concepto no existe en Argentina ni por casualidad, y el
creer que la cocina son las recetas y no el concepto que está detrás es una
estupidez y es algo con lo que no comulgo ni un poquito. Entonces, Italia
descartada. ¿De qué vamos a hablar? ¿De Francia? ¿Vamos a decir que es
francesa la cocina en Argentina?… Estamos locos, estamos pero
completamente locos.
Ahora, no es la de ninguno de estos países que conocemos, no es la
europea… ¿Qué diablos es? Bueno, empecemos a pensar que a esto le
podemos dar nombre, que lo estamos haciendo, que el gusto de los argentinos
existe, que el gusto de los porteños existe. Dentro de la Argentina hay
muchas regiones. Vos notarás que hablé mucho de los porteños y hablé poco
de los argentinos, y es porque yo tengo un restaurante en la ciudad de Buenos
Aires que refleja eso, refleja lo que es la cocina en Buenos Aires. Si estuviera
en Córdoba, haría un restaurante completamente diferente, y me parece que
abrogarse el lugar de “yo represento la cocina argentina” es de una soberbia
espantosa, es una falta de respeto. Creer que la cocina argentina es nada más
que la cocina folklórica que se produce en algunas regiones del norte, por
ejemplo, es creer entonces que todo lo que estamos haciendo, que todo lo que
estamos comiendo no sirve para nada.
Entonces, realmente creo que es un momento bizarro, un momento
superinteresante que, de hecho, se está repitiendo en muchos lugares del
mundo, porque uno lo ve en Brasil, con su propia tradición; lo ve en Lima,
con la tradición de los peruanos —en particular limeña—; lo ve en Cuzco, en
Santiago… Son todos movimientos que de alguna manera dicen: bueno, ¿y
qué tal si hacemos algo que nos guste además de que esté de moda?
Ahora, Federico… tenemos dos cosas: una, las corrientes de
influencia, las herencias culturales, que aquí son tantas que quizá hacen
difícil ver orígenes claros; tienes culturas aborígenes; tienes modos,
además, que se han ido gestando en los últimos dos siglos… Lo que come
el argentino que tú sientes que es realmente parte de una tradición,
¿cuáles son las características de esa comida?
Mira, en la Argentina hay un fenómeno musical que se llama “rock
nacional”; por ejemplo, a nadie se le ocurriría decir que el rock nacional —
por supuesto que está influenciado por el rock anglosajón y el rock en
particular de Estados Unidos e Inglaterra, pero hay una identidad muy fuerte
en esa música—, a nadie se le ocurriría decir que el rock nació en Argentina;
sin embargo, Argentina digirió esas influencias e hizo su propia cosa…
Un rock particularmente rico…
Podríamos hablar… así como podemos hablar de rock, podríamos hablar
de muchísimas otras disciplinas, y en particular con la cocina me parece que
pasa una cosa parecida…
En particular Buenos Aires, pero el país en general, no se caracterizó
precisamente por generar un gran repertorio de novedades ¿se entiende?, a
diferencia de un país como México o un país como el Perú, que tienen una
identidad muy fácil de desglosar, de codificar y de entender como propia
porque es muy diferente de las otras…
Pero, ¿por razones de producto?
No, hay muchos motivos. Tiene que ver con motivos culturales; tiene que
ver con una visión argentina que primó culturalmente durante mucho tiempo,
que es el eurocentrismo, de mirar —exageradamente o no, depende de los
gustos—, de tener una conciencia muy marcada de lo que está ocurriendo en
el primer mundo, y en particular en Europa, que de repente no se dio así en
otros países. El referente cultural me parece, de Brasil, por ejemplo, no era
necesariamente Europa y tal vez sí mucho más Estados Unidos. No es mejor
que el referente cultural sea uno u otro; me parece que está bien tomar lo
mejor de lo que te tocó, ¿no?
Vos ves la arquitectura de Buenos Aires y me parece que refleja bastante
bien lo que somos. La comida refleja todo, cosas que te pueden gustar o no;
eso depende del gusto: te puede gustar que sean así o no. Definitivamente hay
una cosa que es verdad: la identidad de los porteños, y la comida de los
porteños en particular, es una comida que es más derivativa, que viene de
otras partes, que deriva. Así como te mencionaba el ejemplo de que nosotros
no inventamos, por ejemplo, la música popular de la juventud de los años
setenta, ochenta, noventa… bueno, tampoco se originaron acá muchas de las
recetas que vas a encontrar en la comida.
Por ejemplo, vos estás comiendo un cordero, una costilla de cordero; son
unos corderos que vienen del sur de la Argentina, pero la manera como se
come el cordero en Europa, en particular como se come en España —bueno,
en Francia también hacen unos corderos maravillosos— es el agneau de lait,
el cordero de leche, que tiene menos de cinco meses; una carne blanca
prácticamente, todavía no tiene dientes, no pudo comer hierbas; es un cordero
cuya grasa, el cebo, no te desagrada; es una carne que se parte con la mirada
y que uno busca que sea muy joven precisamente para que no llegue a formar
el cebo —esa cosa tan desagradable—. Lo que hace que el cordero
patagónico sea una cosa diferente es que, por como están criados y por como
es la Patagonia, tienen que caminar muchísimo para encontrar sus pasturas, y
allí al cordero se lo deja crecer un poquito más…
Por supuesto, uno puede comer un cordero lechal en la Patagonia y va a ser
fantástico también, pero bueno, en realidad tampoco, porque pasan otras
cosas; pero sigamos al vilo con esta teoría: el cordero camina, es un cordero
magro y, entonces, si desarrolla menos grasas es porque es magro y porque
camina, y la carne es más dura ¿no? Y además, al ser un cordero que se come
ya después de que le ha crecido el primer diente, seguro que ya se alimentó
con yerbas y yo quiero que se alimente con yerbas porque tiene un sabor muy
peculiar. ¿Es lo mismo? No, no tiene nada que ver. Y viene un español, por
ejemplo, acostumbrado a estos corderos que se cortan con el suspiro, y te
puede decir: “Mira, esto no es…”. No, ya sé que no es; entonces ¿de qué
estamos hablando?
Ahora, la diferencia entre un cordero al cual le creció un diente y que tiene
una carne colorada, y que tiene un sabor que es un poquito más profundo, y
que tiene menos ese sabor rancio porque tiene menos acidez; la diferencia
entre este cordero y ese cordero es mucho más sutil, mucho menos
perceptible para el gran público que la diferencia entre una bouillabaisse y un
chupe peruano.
Entonces, cuando se trata de hablar de identidad uno dice: ¡guau, la
identidad de la cocina del Perú! Y es verdad, es una personalidad arrolladora,
fantástica y envidiable; ahora, eso no quiere decir que una persona que hable
bajito no tenga nada para decir.
Entender eso requiere otro tipo de textura, de textura de pensamiento, otro
tipo de atención. Los porteños comemos comidas saladas en general —hasta
hace muy poco era muy mala palabra mezclar dulce con salado—, muy rara
vez aparecían frutas en nuestros platos, lo considerábamos una
extravagancia…
En Venezuela eso es una característica… caraqueña, sobre todo…
Lo sé, lo sé… para el argentino tradicional es una blasfemia prácticamente.
Entonces obviamente qué es lo que tenés —voy a usar una palabra inglesa
que es mild—; tiene sabores más tenues, el manejo de las cosas es mucho más
delicado —mucho más pacato también se puede decir—, depende de qué
lado lo mires; por un lado es algo muy conservador, no se anima, es como un
poquito liviano, suave; y por otro lado se puede decir, si tienes ganas de
defender, que son muy delicados, son muy sofisticados…
Pero a mí no me gusta pararme ahí en un juicio; me gusta tratar de
entenderlo, me gusta de repente hacer platos exuberantes dentro de lo que es
mi gusto, que obviamente va a ser mucho más tenue de lo que puede llegar a
ser el gusto de Sumito, por ejemplo, interesantísimo, respetable y todo lo que
vos quieras, pero muy diferente. Vamos, vos ponés la cantidad de cilantro
que aparece en los platos tropicales y yo pierdo la posibilidad de distinguir
otros sabores, estoy acostumbrado a otro…
Quizás te abruma…
Sí… es eso, exactamente eso, y son cosas que, precisamente por sentirme
abrumado, puedo comerlas una vez, dos veces, tres veces, y después necesito
frenar un poquitito. Y bueno, me parece que todas estas cosas que estamos
diciendo, de alguna manera hablan de un gusto porteño, de un gusto
argentino. Lamentablemente, es tan fuerte y culposa la corriente eurocentrista
en los porteños —y en los argentinos ni qué hablar— que inmediatamente
tendemos a decir que no puede ser que no tengamos una cultura
gastronómica, porque comemos todos los días, y porque todos los días nos
enfrentamos a la posibilidad de que algo guste o no guste.
Ahora, cuando dices que es una cocina no codificada, si hicieras el
ejercicio de codificar esa cocina, una fantasía…
No estoy en condiciones de codificarla.
De acuerdo, pero en una fantasía… ¿cómo te imaginarías… qué
elementos resaltarían en esa codificación?
Definitivamente en la cocina argentina que conocimos hasta la última
década, la carne de vaca en particular ocupa un lugar central; creo que el
primer lugar, el segundo y el tercero, el cuarto, el quinto, el sexto, el séptimo,
hasta el décimo cuarto estamos hablando de carne; y sí, por supuesto que hay
mucho de otras cosas, pero en realidad la carne ocupa un lugar central,
incluso cuando los platos no son de carne. Por supuesto, los morrones —
claro, no tiene por qué ser supuesto—, la cocina popular; los guisos forman
parte del abecé de la cocina casera de los argentinos; las minutas —
definitivamente, si estás hablando de Buenos Aires tendría que haber
empezado en realidad por las minutas—; milanesas, croquetas, tortillas, bifes,
ya sean a la parrilla o platos de bife a la cacerola como puede ser un osobuco,
bifes a la criolla, una pizzaiola en versión argentina… Todas esas cosas
conforman la dieta: pizzas, pastas, pastas rellenas, pastas no rellenas; el uso
del tomate es cotidiano en nosotros; la papa, por supuesto. El desprecio
muchas veces por la verdura, por los vegetales verdes, forma parte de los
hilos comunes de la cocina argentina. Esos hilos, las tramas, si querés
ocultas, y no tan ocultas, a veces veladas, van de alguna manera hilando lo
que es toda la cocina argentina. Uno también puede oponerse, también puede
intentar mejorarlas o cambiarlas, o sugerir cosas, pero me parece que existe
una cocina argentina que no está codificada, que es muy difícil de codificar
precisamente por todas estas cosas de las cuales te estaba hablando recién,
como lo del cordero. Una cocina refleja también las costumbres de un lugar.
Cuando hablamos de minutas tiene que ver con que, en general, la minuta es
lo que se cocina en las ciudades; tiene que ver con los tiempos de cocción,
tiene que ver con los instrumentos de cocción, con la posibilidad de contar
con freezers, con sartenes, fuego directo. Cuando tenés una economía más
precaria, donde el gas, por ejemplo, no es un recurso ni barato ni fácil de
obtener, tenés que estar pensando en ollas, tenés que estar pensando
obviamente en quién te va a dar la plata, también tenés que pensar en otras
cosas —arroces por supuesto, me los había olvidado— que forman parte de la
dieta cotidiana de los argentinos…
¿Y cuál es la relación entre la cocina argentina y la cocina uruguaya?
¿Crees que existe un vínculo, se relacionan?
Empecemos por el principio. Argentina y Uruguay son dos países que
históricamente están muy vinculados, con una relación —me parece— de
hermandad y de amor, que por momentos puede ser de amor-odio, pero que
es muy entrañable. Creo que los argentinos tenemos un gusto muy grande por
lo que hacen los uruguayos, por lo que es el país, y a la vez una falta de
respeto al no entender que es un país con una identidad propia y diferente de
la nuestra. Muchas veces los argentinos pensamos que Uruguay es una
especie de provincia de la Argentina, lo que realmente no habla muy bien de
los argentinos.
La cocina del Uruguay es una cocina que está en pleno desarrollo en estos
momentos. Los uruguayos tienen, para empezar, uno de los puntos turísticos
más fuertes de Suramérica de habla hispana, que es Punta del Este, un lugar
de turismo de lujo muy grande, y allí están construyendo una tradición
gastronómica que ojalá puedan terminar de cimentar como corresponde, dejar
de ser una cocina estacional para transformarse en centro de interés para todo
el año; y por supuesto que en realidad el motor de la economía de los
uruguayos no ocurre en Punta del Este sino en Montevideo, y en la medida en
la que haya un interés va a crecer cada vez más la oferta gastronómica en
Montevideo. Las ofertas gastronómicas existen y van a existir porque existe
interés, es decir: dinero… no hay otra cosa.
Si en Argentina hubiera un público suficiente como para que existiera un
restaurante de las características —el que quieras mencionar— de Europa,
definitivamente ese chef europeo quedate tranquilo que pondría una sucursal
en Argentina.
¿Por qué existen restaurantes en Las Vegas? ¿Por qué existe Ducasse en
Las Vegas? Por la plata, hay gente que lo paga… ¿Por qué no existe un
Ducasse en Caracas? Porque no reúne la cantidad de gente necesaria para que
sea pagado…
Porque no hay un mercado…
Porque no hay un mercado… ¿Por qué Buenos Aires no tiene pescado
fresco en la cantidad y abundancia que podría tener —porque los tiene en su
mar y además los pesca y los exporta—? Porque no los pagamos. Si hubiera
una masa crítica de porteños que compráramos mucho pescado, seguramente
nos ocuparíamos de que eso existiera. ¿Por qué Madrid, que no tiene un mar
a menos de no sé cuántos kilómetros, tiene los mejores pescados del planeta?
Porque los españoles mueren por el pescado, lo pagan. Es muy poco
romántico lo que digo, ¿no?
Pero es así, y además no solo es así sino que, en muchos casos, donde
tienes países con una cultura de pescado es una cultura muy limitada; es
decir, la cultura caribeña del pescado se circunscribe a mero, pargo, no
sé cuál, y hay miles de variedades. Y ahí entramos también a un tema
que quería plantear… Hay miles de variedades que no están siendo
consideradas, y además hay variedades que por razones de gusto del
mercado se desechan y que tienen altísima calidad… y con eso entro a
otro tema.
Tu restaurante, Tomo I, es una operación importante, y como tal
genera impactos ambientales, es decir, aquí se consumen agua, aceites;
hay desechos. ¿Esos temas los consideras?
Mirá, no me pone orgulloso ni no orgulloso decir que Tomo I es un
restaurante que contempla las limitaciones del lugar donde está; no queda
más remedio; si no, no podríamos estar donde estamos y haber sobrevivido
cuarenta y pico de años. Cuando uno está localizado en una ciudad
cosmopolita del tercer mundo, en una ciudad burguesa en su gran mayoría y
en su tradición —y me parece que un restaurante refleja un poquitito esa
identidad—, no puede dejar de estar condicionado por esos hechos. Para tener
productos directamente sacados de la tierra, como me encantaría tener… me
encantaría tener una huerta, me encantaría trabajar al lado de la huerta y
autoabastecerme, y ese sueño bucólico de los dieciocho millones de chefs que
egresan por mes de las carreras yo también lo tengo; pero sé que en Buenos
Aires no se puede hacer; entonces me parece que es inteligente entender
cuáles son las posibilidades reales que ofrece la ciudad y, dentro de las
posibilidades que ofrece la ciudad, dar lo mejor que se pueda hacer para ese
mercado…
Sí, para la coyuntura…
Por supuesto, los cuidados ambientales tienen que ver con los cuidados
ambientales que se pueden ofrecer en una ciudad que es netamente urbana; y
de hecho, estoy dentro de la urbanización que representa a Buenos Aires, que
es un monstruo, en el corazón; toco acá en una punta con el Obelisco y por la
otra punta con el Teatro Colón, y por la otra punta con el distrito financiero
más importante del país; entonces sí, es un centro neurálgico de la ciudad, y
en este centro neurálgico lo que ofrezco es una comida muy sana, muy sana
mentalmente y muy sana bromatológicamente.
Claro, porque el tema es que también hay un rol; es decir, los
cocineros se han convertido en rol modelador para un gentío que sale de
las escuelas, y para gente que está iniciándose y que está haciendo
emprendimiento, y también tienen una fuerza que a veces ven y a veces
no ven, porque si tú dices, por ejemplo, en conjunto con un grupo de
chefs acá: “bueno, nosotros vamos a consumir solo cordero criado en
condiciones ambientalmente aceptables”, si deciden orientar su consumo,
sus proveedores hacia determinadas áreas, constituyen una fuerza que
puede alterar el mercado. Yo me pregunto si existe la relación entre los
cocineros…
Sí, estamos tratando. Hubo una generación de cocineros que hizo
muchísimo para hacer crecer la gastronomía argentina, pero que
lamentablemente no entendió que era muy importante justamente eso:
agruparse para poder generar una mejora que trascienda sus propias
haciendas, que trascienda sus propios intereses chiquitos. La idea del bien
común es una idea fundamental en cualquier sociedad, y es fundamental
también para que una gastronomía crezca. Me encantaría que la generación
mía —hablábamos de Narda recién—… La generación de muchos cocineros,
de Pablito Massey, la generación de alguien que es bastante más grande pero
de alguna manera es una persona que nutría mucho a la gente de mi
generación: Emilio Garit, del restaurante Oviedo, es una generación que está
empezando a entender que, además de restaurantes, hay una gastronomía, y
que para que crezca la gastronomía no basta con que los restaurantes
crezcan…
A ver, nosotros estamos sacando un hotel cinco estrellas, y a mí me queda
clarísimo que me interesa mucho que la gente venga a nuestro hotel, pero
también nos queda clarísimo que la gente no viene de cualquier lugar del
mundo al hotel; la gente viene a Buenos Aires, y cuando eligió venir a
Buenos Aires elige el hotel que más le guste dentro de Buenos Aires o el que
le parezca que más le va a gustar; entonces, entender que Buenos Aires es un
destino, entender que la gastronomía es una salida y es un plan y es un plan
cultural es algo que a los restaurateurs, y en este caso a los hoteleros, es algo
que nos tiene que resultar básico y elemental; que empecemos por entender
nosotros y hacer entender a la gente que circula por la ciudad que nosotros
somos una alternativa cultural, una alternativa hedonista, una alternativa de
disfrute, de…
Me estás quitando una pregunta…
Te la robo…
Me estás respondiendo, pero la enfatizo… ¿es factible en la situación
actual, con elementos gastronómicos, culturales, con los elementos del
turismo que existen en la Argentina, que la gastronomía se convierta en
un polo de desarrollo, o sea, en una industria generadora de ingresos, de
empleo?
Lo es… y la cantidad de gente que mueve…
¿Es posible que se convierta en elemento fundamental del PIB del
país?
Ese es un sueño que ni siquiera me atrevería a soñar; me parece que es
estratégica la gastronomía, pero en realidad lo estratégico es un plan cultural
para una sociedad. Para cualquier ciudad, para cualquier país lo estratégico es
tener una oferta cultural interesante y variada; es un motivo de ingresos de
dinero muy grande de alguna manera o de otra, y así es como crecen los
países; no crecen de otra manera…
Me parece que es fundamental entender, primero, la importancia de la
cultura. No siempre es entendido que la gente no va a un país empobrecido,
sin ninguna idea, donde no pasa nada… La gente va porque se imagina que
está el tango, que es un país floreciente, que está el carnaval en el caso de
Brasil, que están las playas…
Has tocado un tema, es decir, has puesto un ejemplo: el tango, que es
un intangible…
La carne es famosa…
La carne también, pero la carne y el tango, los dos grandes intangibles,
bueno, intangibles en el sentido de que su mercadeo hace que la gente
venga acá y diga “yo voy a comerme un buen bife” y sienta que…
Bueno, me parece que es diferente, que ocurren muchas cosas al mismo
tiempo y realmente me exceden. Para poder hablarte con franqueza, no te
puedo decir con una seguridad papal “esto es así”: me da la impresión de que
Argentina es un destino, primero —en lo turístico, quiero decir—, para países
cercanos, porque nadie viene a comer carne; me parece que, cuando vienen,
comen carne —un poquito lo que estábamos hablando con el hotel, por
ejemplo—. Vos venís a Buenos Aires y decidís en qué hotel vas a parar; vas
al Calafate y decidís en que hotel parás y bien… Argentina tiene muchos
destinos que tienen que ver con la naturaleza… Tenemos las cataratas en el
norte; tenemos los lagos en el suroeste; tenemos glaciares en el sur, las
ballenas; tenemos en el noroeste una región andina preciosa y prácticamente
inexplorada para el turismo, que se podría explotar exponencialmente.
Muchas veces Buenos Aires es como el lugar de paso para ir a cualquiera
de esos sitios y, una vez que estás acá, las dos cosas que más se buscan
dentro de lo nuestro, el tango, y también por supuesto la propuesta cultural
del tango es una propuesta muy atractiva que, en algunos casos, es
directamente el objeto que hace que la gente venga a la ciudad. Después hay
una cuestión como glamorosa que tiene, que tuvo, la ciudad de Buenos Aires
hace muchísimos años y que hace que sea un destino interesante para muchas
personas, en particular de Latinoamérica y de los Estados Unidos.
Claro, pero quizás el tema es si se puede convertir la gastronomía en lo
que es el tango; es decir, el tango es un referente, es un intangible, es una
idea que trae gente a vivir cosas insólitas, gente que viene a recibir clases
de tango y se pasa un mes, y vienen a concursos; entonces claro, hay una
identidad del país con el tango, porque además el tango atraviesa la
cultura argentina desde Piazzola hasta Spinetta…
Fíjate, en los destinos gourmet del mundo, Argentina no figura y Buenos
Aires tampoco; eso una realidad innegable. Si Argentina entra al mundo
gourmet de alguna manera, tiene que ver con el vino: ahí sí vas a tener un
lugar de destino que también es importante —otro motivo que no te había
mencionado— en toda la cordillera, que es la zona donde se hace el vino,
desde Mendoza hasta Salta, fundamentalmente en Mendoza y en Salta en
particular, pero desde más abajo desarrollan buen vino; gente que viene a ver
viñedos y ese tipo de cosas ya existe… Con la cocina en particular no, no lo
veo en estos momentos; ojalá que sí, y no hay ningún motivo por el cual no
pueda serlo. Es una cocina que tiene identidad, pero la idea gastronómica de
los porteños es una identidad poco marquetinera —precisamente por eso
estamos hablando—, que depende de ciertas sutilezas; tener un punch es muy
importante y argumentos muy sólidos y muy efectistas es muy importante…
¿Crees, Federico, que hay un vínculo entre la comida porteña de la
calle y la de Tomo I? ¿Hay algún vínculo o no lo hay?
Mira, en mi carta hoy, esto lo cambio todo el tiempo, pero hoy tenías
ravioles de espinacas —que los tenés en la esquina ahí enfrente—; otra
calidad, otra cosa, pero son ravioles de espinacas con un ragú de tomates;
tenías unas rabas, que es una versión un poquito personal, pero es una versión
de las rabas, que es un plato… ¿lo conoces con ese nombre? Son calamares
fritos; yo lo hago con calamaretti y bueno, toda una serie de cosas que hacen
que el plato sea realmente delicado, pero sí, es un plato más que popular…
Hice una ensalada de hojas verdes —más popular que eso, imposible—;
tenías un plato de pollo que realmente podría semejarse a un pollo a la
portuguesa, que no tiene nada de portugués pero que los porteños lo
conocemos con ese nombre, que es un pollo con tomates hecho a la manera
nuestra y que a mí me asombra lo rico que es y que también viene de la
cocina megapopular; tenías unos ñoquis, que son megapopulares; tenías… sí,
tenías muchas cosas en la cocina de hoy. El pato que vos comiste no; el pato
no, no tiene nada que ver con la tradición popular; y las costillitas de cordero
que vos comiste en un punto sí tienen que ver con la cocina popular, que es la
manera de cocinar las carnes que tenemos los argentinos, que es asada, el
método del rostizado, que es el método de cocción de las carnes por
excelencia, en la ciudad sobre todo.
Tienes un restaurante que, por mucho tiempo, mucha gente ha
pensado que es el gran restaurante de Buenos Aires. ¿Hacia dónde va
este restaurante? ¿Este restaurante cambia, muta?
Sí, es algo que le debo a mi mamá y que le debo a mi familia, que es hacer
que esto sea mejor; creo que hay muchísimo para mejorar; soy
tremendamente autocrítico y siento que las cosas van mejorando de a
poquito. No es que yo haga mejor las cosas que mi madre ni que me esté
planteando la competencia, ¡ni loco!... Es la evolución natural de las cosas. Si
acierto en mejorar el restaurante es porque de alguna manera fui educado para
eso, y creo que mi madre se sentiría mucho más orgullosa si escuchara, en
algún lugar donde pueda llegar a estar, que fue la mejor chef de Argentina,
pero se sentiría mucho más orgullosa de saber que fue la mejor chef y le
enseñó a una persona que pudo alcanzar o mejorar sus estándares; me parece
que eso es fundamental. Tomo I como fue hasta hace un tiempo ya fue, ya no
es más; ahora Tomo I está empezando a ser otra cosa. No voy a decir que es
mejor, ni peor, no, no… es otra cosa.
¿Y cómo es esa otra cosa?
Y… es más parecido a mí, que tengo cuarenta años menos que mi mamá;
es mucho más ágil, es mucho más intelectual de repente; el fundamento que
tenía mamá venía por otro lado; creo que hay un desarrollo conceptual un
poquito más sólido. No olvides que en realidad no es que yo llegué a Tomo I
a partir del momento en el cual lo empecé a dirigir; yo codirigí el restaurante
con mi mamá y con mi tía durante veinticinco años, lo que pasa es que ahora
deja de haber un contrapeso a eso que yo hacía. Mamá fue una persona
formidable para el restaurante, en una cocina era un monstruo, realmente; una
persona que admiro y admiré muchísimo por su trabajo, pero bueno, también
es una persona que a los ochenta años estaba acabada, y está bien que lo esté,
una persona a la que hemos exprimido hasta la última gotita, y decir que
estaba acabada no es hablar mal de ella —por favor, quiero que se entienda
—; una persona que dio todo y ahora tiene que venir otra persona que dé
todo. Y creo que a ella le gustaría ver esto así, creo que le hubiera encantado.
¡No sé!
¿Qué cosas de lo que está pasando en el mundo de la gastronomía te
llaman la atención?
Mira, yo trabajo muy metido acá dentro. Me llama todo la atención, amo la
gastronomía, amo la cocina, amo los libros de cocina, amo viajar para probar
cosas; soy una persona que se sienta a disfrutar y que soy muy poco analítico
a la hora de disfrutar, me gusta disfrutar; si me invitas a Caracas y me dices:
“Vayamos al mejor restaurante de Caracas”, no voy a criticarlo, voy a
disfrutarlo. Y en la cocina soy igual.
Los platos de Tomo I, ¿qué tienen más: tienen más tradición, recetas
establecidas que buscas que se reproduzcan correctamente, o innovación,
experimentación?
Mirá… hay los límites que pone un restaurante, no a nosotros, que pone a
cualquiera; tienen que ver con los costos, los costos que la gente esté
dispuesta a pagar —que por suerte en el caso nuestro no es tan limitante
como en otros, pero sigue siendo un límite y el punto no es franquearlos—;
tienes otros límites que tienen que ver con la cantidad de personas, que
también tiene que ver con la plata, porque si hubiera más plata podríamos
tener más gente; mientras más gente, puedo hacer lo que no puedo hacer con
menos gente; también tiene que ver con la posibilidad de generar más o
menos mise en place.
Otra vez el dinero: si yo cobro el cubierto a mil dólares —obviamente no
lo cobraría, pero si en un idílico mil dólares por cubierto—, bueno, a tirar la
mise en place que hago todos los días; me traigo a toda la gente para acá
todos los días, se terminó y podría hacer cosas infinitamente más complejas.
Entonces, la plata es una limitación, por suerte, porque cuando la plata no
funciona como limitación muchas veces se transforma en un delirio, y hay un
punto en el cual ciertas dificultades ayudan. No soy del estilo “aporréame que
me gusta”, no; no soy del estilo “tenés que tener una vida muy difícil para…”
o un pasado muy difícil para poder demostrar que sobreviviste luchando, pero
vamos, un poquito, algún límite tiene que haber.
Volviendo a tu pregunta, la carta en cuanto a novedades tiene limitaciones
que son técnicas y que tienen que ver con los hornos que usamos y las
cocinas que usamos, que son casi te diría perimidas, y lo hacemos con mucho
orgullo; la técnica actual tiende a garantizar y unificar métodos de cocción y
cocciones; entonces, si yo corto todas mis porciones de forma geométrica y
regular, voy a tener ocho mil piezas que, si están sometidas a un calor
homogéneo, van a estar las ocho mil piezas cocinadas igual; entonces puedo
ir a Caracas a hacer una muestra de cocina; si tengo que hacerlo una por una,
se me van a pasar. Si en lugar de hacer ocho mil… bueno, no tengo un
restaurante para ocho mil personas; yo tengo un restaurante para setenta,
cincuenta comensales, y para cincuenta personas no necesito que todo sea
homogéneo.
Si no lo corto de una manera homogénea, si cocino el pollo con su hueso, o
la codorniz con su hueso, y la cocino en un medio que no es necesariamente
tan homogéneo como puede llegar a ser un calor directo, y hay un pedacito
que me queda un poquito quemado, eso le da una riqueza al plato que no la
tendría si lo cocinara en un aparato muy moderno a una temperatura
homogénea…
Si hiciera banquetes para doscientas, cuatrocientas personas, pensaría en
ese tipo de cocciones —para eso están— o pensaría en recetas que se
adapten: platos de cacerola, piezas enteras de carne, trabajaría con lomos
enteros, trabajaría de otra manera. No trabajo así; trabajo en un restaurante,
con cincuenta señores que vienen a comer, todos cosas diferentes… lo trabajo
en una sartén… Entonces, insisto, eso es un riesgo muy grande… no se me
puede pasar, tiene que estar ahí el corderito, no se puede pasar… porque si
está un poquito más frío, más caliente, vos no tenés un sensor de temperatura,
está recién salido de la heladera; el señor pidió entrada, entonces
inmediatamente yo saqué el cordero, ¿estará a temperatura ambiente?, ¿qué
sabés?… Tenés que tener mano y tenés que tener cocineros; no podés tener
autómatas, tenés que tener cocineros.
¿Cómo entiendes que es el movimiento, la operación de la cocina?
¿Qué hace que una cocina funcione, que una cocina sea exitosa, que una
cocina tenga replicabilidad?
Si lo supiera, pondría muchos restaurantes… No sé, me desvivo para que
lo sea, y no lo tengo; ojalá tuviera la cocina que realmente quiero. Soy muy
ambicioso con lo que hago, en el buen sentido. Como me gusta mucho comer
y me gusta mucho lo que hago, la verdad es que me importa que esté rico,
que esté bien, y creo que siempre se puede mejorar.
En un esquema de fantasía; no hay límite de recursos, la imaginación
es el límite… ¿cuál sería tu restaurante ideal? ¿Sería grande, pequeño,
sería…?
Yo vivo de las limitaciones, vivo de pelear contra las limitaciones y luchar
contra ellas; si no hubiera limitaciones no habría lucha, y si no hubiera lucha
sería mucho mejor en un punto, pero por otro lado no habría sentido. Lo que
le da sentido a esto tiene que ver con los condicionamientos; los
condicionamientos tienen que ver con las situaciones, los momentos, con
eso…
No sé si es ideal que no haya limitaciones… Es ideal, pero de alguna
manera es lo que te marca, lo que le da sentido al trabajo…
Lo que te lleva a la innovación.
Lo que le da sentido, lo que lo transforma en un trabajo real; si no hubiera
limitaciones sería lo mismo este restaurante que un restaurante en Singapur o
un restaurante en París, que un restaurante en Lima… Y hay limitaciones. Es
decir, yo no puedo, por las mismas razones que te comenté antes, ponerme a
pensar en servir en Buenos Aires la misma cocina de Lima… y eso es una
limitación… Yo digo que tal vez la limitación más grande es hacer sentido…
¿Cuál es tu comensal ideal? ¿Tienes uno?
Yo me divierto mucho con mis comensales. Te podría decir cuál es mi
pesadilla.
Ajá… eso también es divertido. ¿Cuál es el que no quieres ver?
No soporto la mala onda, no soporto la agresión; hay gente que es agresiva,
que viene a jorobar porque está mal o porque tiene problemas; la agresión me
pone mal; después, todo lo otro me gusta. A mí me gusta… —va a sonar a
frase de semental, pero…— a mí me gusta hacer gozar a la gente; a mí me
gusta que la gente la pase bien, que la gente se divierta. Cuando algún
comensal tiene algún problema, que a veces ocurre, porque no le gustó el
plato, o porque no entendió qué era lo que iba a comer o lo que sea, me gusta
dar vuelta a esa situación… No tengo un problema porque alguien venga y
me diga: “Che, no me gustaron tus crepes”. Sí tengo un problema porque
venga y me diga: “Estos crepes de porquería”, ¿entendés?, porque eso te pone
en una situación muy desagradable…
Bueno, porque es la agresión…
Claro, soy muy sensible para eso y para ese tipo de personas. Por suerte no
me pasa muchas veces…
¿Para quién cocinas?
Mirá, para empezar no te diría que cocino sino que dirijo una cocina, lo
que implica a veces cocinar, pero no implica que me dedique a cocinar todo
el tiempo. Al mismo tiempo, no es empezar un plato y terminarlo; muchas
veces tiene que ver con encarrilar un plato y muchas otras veces tiene que ver
con asistir —a pesar de estar en un puesto de dirección— a la persona que no
da abasto al puesto que trabaja, y en eso puede haber de todo, desde tener que
pasar una escoba hasta completar una mise en place que está mal hecha,
corregirla, hasta hacer el paso más delicado porque no le están acertando a los
estándares que uno está buscando en la confección de un plato.
¿Para quién lo hago?... Puntualmente para cada una de las personas. Las
comandas son claves. Pido que me anoten quién es cada una de las personas,
cómo es, y cuando la descripción no me sirve, vengo y lo miro; necesito
saber muy bien para quién estoy cocinando.
¿Cómo son esos descriptores, qué es lo que recibes?
Nacionalidad… y después hay palabras que te orientan: pareja joven, gente
del Colón, venezolanos —por supuesto—, argentinos primera vez, pareja,
crítico gastronómico —crítico gastronómico, les aclaro, no es la persona que
necesariamente escribe sobre esto; es alguien que vive criticando—.
La gastronomía tiene mucho de fantasía; mucha gente piensa que las cosas
tienen que ser hechas de una determinada manera y les gustaría poder
imponer esa manera; se enojan cuando no es así. “Pero no puede ser, en un
restaurante de estos no puede ocurrir”, y te lo dicen con una seguridad tal…
“esto no puede ocurrir”; bueno… ¡ocurrió!
Por ejemplo, hay gente que le gusta tener un mozo permanentemente
detrás y gente a la que no le gusta; entonces, ¿qué es lo que no puede ocurrir:
que esté o que no esté? Ahí tiene que haber una lectura de la mesa, una
lectura de la situación, y muchas veces puedes errar.
¿Cuál es el principal reto de mantener un restaurante?
¡Sobrevivir!
La cocina, la clientela, el servicio… ¿cuáles son los aspectos más
acuciantes, más angustiantes…?
Es como un balde de agua, sostenido por infinidad de gomitas, bandas
elásticas, sí; con una sola se te va el agua al diablo; tienen que estar todas, y
si no tirás parejo de todas te vas al diablo. Si no tenés una buena cocina te vas
al diablo; si no tenés buena atención te vas al diablo; si el lugar es feo te vas
al diablo; si no sabés administrarlo te vas al diablo; y si no sabés dirigir a un
grupo te vas al diablo. Puedo seguir así en más de un sentido. Básicamente de
cualquier manera los pilares en estas cosas de las que te estoy hablando: tener
una idea comercial es sumamente importante —saber venderte, saber
venderlo o tener gente que lo sepa hacer, formar un equipo para eso—; si no
tenés una buena higiene, si no sabés cómo hacer nada para evitarlo y que te
coman los bichos… Parecen pavadas pero tenés que hacerlo, aprenderlo, y…
lo aprendes; o fuiste a una escuela o fuiste a otro restaurante y lo viste
haciendo… probaste uno, probaste dos, y lo hacés…
Hay una tendencia en la que los chefs se convierten en una suerte de
media stars, sujetos como aspiracionales. Pasa en algunos casos que se
genera toda una cosa fatua alrededor de la gastronomía, es decir, me
interesa decir que vine acá y que fui al gran restaurante de Buenos Aires
y puedo comer cualquier cosa buena o mala que tú me des, pero como el
sitio es tenido por ser el gran sitio, yo me equiparé socialmente con la
clase a la que quiero pertenecer, etc.; es decir, todo un aspecto muy
fatuo, muy frívolo de la gastronomía y eso es inevitable. ¿Cómo te
relacionas con eso?
Yo nací en un restaurante, en particular en este restaurante, lo viví; nunca
llegó a tener esa novedad. Yo me acostumbré a que podía tener al dueño de
un país —literalmente— sentado de un lado de la puerta y a una persona
lavando las copas del otro lado que no terminaba la primaria, y aprendí a
entender ambos lenguajes, y los códigos, y a tratar con unos y otros. Hay
mucho de esnobismo, sí, y hay mucho de gente que viene disfrutar
genuinamente, y hay muchas personas que saben mucho de lo que van a
comer y saben perfectamente cómo se hace esto, y conocen secretos, y tal vez
cocinen mucho mejor que nosotros.
Nada de eso me molesta; me parece que el esnobismo es necesario en
algunos puntos; me parece que nadie tiene que saber todo; fundamentalmente
nadie tiene que saber de gastronomía tampoco y, si no te interesa… así como
cuando a una persona que no le interesa la ropa y tiene que hacer un regalo y
necesita hacerlo; vos tienes que hacer un regalo a tu mujer y no sabes de
ropa, de perfumes de mujer, bueno, yo no tengo por qué saber de marcas de
perfumes, bueno, me refugio en una marca. ¿Me voy a sentir culpable por no
saber? Y ese es un valor de marca que es sumamente importante.
Yo trabajé muchos años para generar esa marca, para generar que gente
que no sabe nada de gastronomía confíe, porque tiene que cerrar un negocio y
no le importa, no tiene interés en saber qué diablos está llevando un plato;
necesita cerrar un negocio, o quiere convencer a la mujer a la que ama o al
hombre al que ama, lo quiere convencer de que es la persona más cool del
planeta, está desesperado por eso… Yo no tendría que enojarme, yo tendría
que agradecerle que confíe en mí… ¿Cómo voy a juzgarlo? Debo ser un
terrible cínico para juzgarlo.
Si me preguntás a mí, yo soy un bicho de la gastronomía, pero no voy a
juzgar a un tipo que no lo es.
Federico, muchas gracias.
JOSÉ MANUEL BAÑOS
cocina en la que cueces bajo tierra, en un hoyo en la tierra donde se pone una
barbacoa, que luego tapas con maguey, con hojas de plátano y vuelves a
poner tierra encima. Allí cocinas lo que tengas que cocinar, al cierto tiempo
lo sacas, y bueno, así se hace la cochinita pibil. La técnica es vital, pero
defiendo mucho que el producto sea muy bueno, porque incluso si la técnica
está mal aplicada, va a saber rico, porque al utilizar un producto de calidad no
hay pierde.
¿Cuáles son los platos más representativos de la cocina mexicana?
Uff… Me la pones difícil; creo que es el pozole, la barbacoa, la cochinita
pibil, que es una preparación única de cerdo que en la península de Yucatán
se come mucho. La comida mexicana también se basa en los insectos, los
escamoles , los gusanos de maguey , las hormigas chicatanas —en
25 26 27
viene una vez al año a cocinar con un chef que se llama Roberto Solís , uno
29
Ricardo Muñoz Zurita , creador de todos los libros de la ruta… Son para mí
33
hacía en ollas grandes de cobre. Estábamos ahí todos los nietos, también
como esperando que nos tocara revolver como media hora, una hora, para
que no se pegara. Son muchas experiencias de vida; hay mucho olor, muchos
sabores de cosas vividas que marcan, pero como te digo: si hubiese sido
doctor, quizás no me hubiesen marcado tanto.
Por otro lado, la familia de mi madre —son dieciséis hermanos—, también
con un matriarcado muy potente, con mi abuelo también muy generador de
encuentros en torno a la comida, y prácticamente semana por medio había
una junta donde había que ir, compartir, y era un asado, o un almuerzo; desde
fideos con salsa hasta con cosas más elaboradas. En mi ADN está eso, busco
eso; cuando yo invito amigos a mi casa es eso: van amigos a compartir en
torno a la comida; podemos tomar buenos vinos, podemos cantar, pero
partimos desde un punto en común, que es la comida.
¿Y cuáles son los platos de esa infancia, de esa adolescencia, que te
marcaron, que asocias…?
La cazuela de pollo de campo, los asados, los mariscos, las morcillas…
todas esas cosas. Además, tenía rebuena mano mi papá para cocinar, y él
cocinaba todos los domingos en mi casa.
De esos sabores de mi infancia, de hecho hay platos que he puesto en
cartas, especialmente cuando estaba en el hotel y partí con un tema de rescate
de la cocina chilena tradicional. Es que cuando hago una cazuela, ando
buscando probar esa cazuela que hacía mi abuela; nunca me va a quedar igual
porque no estoy cocinando a leña, pero mi búsqueda es esa.
¿Cuál es el rol, en la cocina, de la técnica?, es decir, ¿cuál es el balance
entre técnica y tradición?
La técnica tiene que estar en función de la tradición, del producto, es
fundamental; si no hay buena técnica el margen de error es más grande. Mi
cocina tiene dos vertientes superimportantes: por un lado está esta cosa de la
cocina de autor, que es cuando uno expresa toda su creatividad, donde no
descarto ningún tipo de técnica, desde las más clásicas hasta las más
modernas, con estas esferitas, espumas —que me gustan porque aportan a la
presentación y a sorprender al comensal—; y por otro lado está el rescate de
platos de la cocina tradicional de la gastronomía chilena, que creo que
tenemos bastante. Estamos en el “debe”, en relación con otras fuentes del
rescate de la tradición como puede ser la música, como puede ser el teatro,
como puede ser la literatura, que claramente tienen un posicionamiento
mayor que la cocina.
Y creo que en función de rescatar recetas de la mejor manera, cuando
aplicai una buena técnica, obviamente va a quedar mejor; o sea, si mi abuelita
hacía una cazuela con la zanahoria y la picaba a mano, le quedaba la
zanahoria toda en juliana, pero dispareja; si un buen cocinero hace una
juliana perfecta, pues mejor; todo pasa por ese tipo de detalles. Por eso todo
tiene que estar en función de que el producto le llegue al comensal en las
mejores condiciones. Si la sopa tiene que ir caliente, tiene que ir caliente; yo
tengo que buscar la mejor manera de que eso llegue ahí donde está sentado el
cliente.
Suena raro, pero es lógico, por algo la alta gastronomía no es toda la
gastronomía. Es como que alguien me venga a decir que un Fórmula Uno es
perfecto. Sí, claro, pero ¿cuántos Fórmula Uno ves en la calle?
¿Y cómo defines, Tomás, la cocina chilena? ¿Cuáles crees que son los
elementos que la definen, cuáles son sus especificidades?
Sin que sea una verdad general, creo que de partida los chilenos tenemos
una deuda pendiente con la cocina chilena. No tenemos lo que tienen los
peruanos, que es un orgullo por su cocina, donde tú le preguntai a diez, y
nueve saben perfectamente lo que están comiendo y por qué. Acá en Chile yo
creo que es inversamente proporcional, quizá por un poco de pudor, porque
somos una sociedad un poquito más, cómo se dice, aspiracional, como que
nos quedamos un poco en el envase y no nos preocupamos de lo que hay en
el fondo.
La cocina chilena tiene, como todas las cocinas —grandes, chicas,
medianas— de un pueblo o de un país, varias aristas. Tenemos cocina
regional, cocina más campesina, cocina más urbana, una alta gastronomía,
una cocina de cocinería o de picadas, que son las que encuentras en una
caleta de pescadores o en un mercado. El factor común —respondiendo la
pregunta inicial— es que es muy sabrosa, como la mexicana, la peruana. No
tenemos el tema del agridulce, pero sí tenemos una sazón que es
característica del aliño completo, que es una mezcla entre comino, orégano,
ají de color, una mezcla muy distintiva. Tú pruebas varias sopas o guisos
chilenos y te das cuenta de que hay un hilo conductor que no es fácil de
identificar si no lo conocís bien…
Si no hai probado el sofrito, que tiene que ver con la cebolla, ajo, orégano,
comino, ají de color, que son las bases, no sabís lo que es la cocina chilena,
porque eso se encuentra desde en un pastel de choclo hasta en una cazuela,
pasando por una empanada de pino. Si te fijai, estamos hablando de tres cosas
totalmente diferentes y la base de las tres es ese sofrito.
Unos porotos, que es un guisado que se hace con la base de la cebolla y
todo este cuento, y al final se le echa ají color mezclado con aceite en la
sartén, que es “la color” que le llamamos en Chile…
¿Ají color?
Ají color, páprika… Entonces, para mí eso es la cocina chilena, una cocina
muy sabrosa, con muchas influencias. Tenemos pocas cosas que podamos
decir que son auténticos platos chilenos con puros productos chilenos,
inventados por un chileno —creo que hay dos o tres, según los historiadores
—.
¿Y cuáles son los platos más representativos de esa cocina chilena?
La empanada chilena, el pastel de choclo —que también se hace en otras
partes, pero como lo hacemos acá, metiéndole esa carne abajo, el pollo, la
aceituna, las pasas, no se hace en todos lados—. Por la zona del mar tenemos
los pescados fritos, que son muy tradicionales en Chile, ya sea congrio o
merluza pasado por un batido Orly . Las pantrucas , que es una sopa muy
37 38
humilde a base de un caldo, ojalá de res, de huesos, que puede ser un caldo
muy potente; y las pantrucas son cuadraditos de masa, de masa estirada
simple: harina, huevo y agua, sal obviamente, harina de trigo, y este caldo va
con unas verduritas, las que tengan al final del día; si hay carne, se le pica
carne, y al final lleva un huevo crudo, que se le agrega cuando está hirviendo
y se “corta”. Los caldillos de mariscos o de pescado, que son bastante
tradicionales, muy bien hechos en algunos lados, generalmente en las caletas
de pescadores o las ciudades portuarias de todo Chile. En la zona central
encontrai un poquito más de congrio, merluza; más al sur se van a la merluza
austral, hasta un bacalao, un rollizo o cosas así; todo depende del pescado que
haya en la zona. Con mariscos meten las machas, los mejillones, todo, todo
ese tipo de mariscos, y ahí ya cambia. Ya no es caldillo de mariscos sino que
pasa a ser paila marina o mariscal caliente.
Uno muy tradicional, que es mi favorito de la cocina chilena, es el “bistec a
lo pobre”; es un bistec con papas fritas, cebollas fritas y huevos fritos. Al sur
de Chile encuentras una influencia alemana importantísima. Un poquito más
allá de Puerto Montt, hay influencia yugoslava.
¿Qué productos autóctonos tiene Chile, que sean exclusivos,
endémicos, es decir, que solo existan acá?
Hay varios; desde los locos , que son nuestra punta de lanza, pasando por
39
una cantidad de hongos impresionante que son muy de temporada, o sea, hay
hongos que tú encontrai en la zona sur de Chile, que tienen un mes de
temporada y no hay más. Los choritos, las navajuelas nuestras, que no son las
navajuelas largas que encontramos en Europa; estas son un poquito más
cortas y las encontramos al sur de Chile; los ostiones. Hay muchos productos
chilenos endémicos que hay que rescatar, que hay que investigar. Pescados,
ni hablar; tenemos trescientas y tantas variedades de pescado. Consumimos
como diez papas, que del Perú siempre dicen que las papas son de ellos, pero
para mí son regionales. Ellos tienen tres mil papas y ocupan trescientas;
nosotros tenemos trescientas y tantas variedades de papas y ocupamos treinta.
Esa es nuestra falla, y no hablo solamente de los cocineros; creo que es un
tema cultural transversal. Eso hay que rescatarlo y hay que pelearlo.
Nosotros tenemos que investigar, descubrir, conseguir ponerlo en la
vitrina; que el cliente venga, los conozca y eso genera que la rueda empiece a
girar, porque si no, se pierden.
¿Haces investigación de productos?
Hago un poquito de investigación de recetas y de buscar platos más que
productos. Afortunadamente tú vas a hablar con Rodolfo ahora; él es el
40
idóneo; lo respeto mucho, me saco el sombrero por él, por lo que hace, en el
tema endémico y de rescate e investigación. Matías también hace bastante.
41
esas cosas…
¿Qué son los charquis?
Son carnes laminadas, conservadas en sal, que se resecan y después te las
comís en tiras. Como cualquier cultura indígena, la mapuche tiene mucho que
ver con el apego a la tierra; no es que iban al otro pueblo a buscar tal cosa
para cocinar; usaban lo que podían sembrar, cosechar. En el norte hay mucha
cocción en hoyos, en el suelo con piedras calientes; en el sur también hay uno
que es el curanto , que es el más famoso que tenemos en Chile, pero en el
43
lo que tenemos que venderle al mundo! Pasa porque, si tú mirai —y creo que
te hai dado cuenta porque conocís del tema—, nosotros los chilenos nos
llenamos la boca con eso de los pescados, mariscos y vino, pero ¿sabís que el
consumo acá, interno, es un chiste para la cantidad que tenemos en cuanto a
producción y a variedad? Hay harto de todo y generalmente se va todo para
afuera.
Cuando piensas en un plato, o diseñas un plato, ¿consideras el tema de
la salud del comensal?
Busco que sea equilibrado; no vendo un plato sano; no soy orgánico, no
soy vegetariano. Cuando alguien sale a comer —a lo mejor come sano toda la
semana—, es su “canita al aire”. Sí trato de no caer en abusos —a eso me
refiero con que sea equilibrado—, pero no necesariamente ando preocupado
de que sea como: “venga a comer acá, que acá va a encontrar la dieta ideal”.
Además de que, como dicen los franceses —que tienen toda la razón—: si no
hay grasa, no hay sabor…
Comer sano no es comer fome ; se puede hacer algo sano y bien
45
cebollas y huevos”, y Pedro Valdivia le dice: “Okey, haz algo”… Y ahí nació
el valdiviano, que es una sopa que lleva cebolla, charqui, papas en un caldo y
huevo a lo último. Va a haber un caldillo de congrio que voy a sofisticar un
poquito y le voy a meter tres camarones. Dentro de los otros platos, un pollo
al coñac, que es una receta que se está perdiendo, que es un pollo bien
influenciado por la cocina francesa, cocinado al coñac y que queda
sabrosísimo. Se sirve en una fuente y la gracia es que con el pan untai el
caldito. Vamos a tener también acá un congrio frito con papas mayo, que ese
sí es reversionado. Yo hago una versión un poquito más creativa, más
minimalista.
¿Cómo es el comensal que te gusta, al que te interese servirle, que te
entusiasma?
El curioso, el que también tiene la capacidad de decirte las cosas; prefiero
que digan cuando algo no satisface. Este es un teatro; cuando se abre un
restaurante empieza la función. Cuando salgo al salón, cuando ya ha bajado
la intensidad —el actor no sale cuando termina la obra a que lo pifien, a que
le tiren tomates; sale a que lo aplaudan… lo mismo el cocinero—. No sé el
resto de cocineros del mundo, pero cuando tengo que salir, hasta el día de
hoy tengo angustia en mi guatita , porque no sé si todo salió realmente bien
47
afuera, aunque crea que ha salido todo bien, pero afuera hay treinta, cuarenta,
sesenta personas comiendo; no todos tienen que tener el mismo gusto que yo;
no sé lo que pasó en el camino…
Tampoco es que toda la vida he sido así; la experiencia me ha enseñado a
ser así. No soy viejo pero tampoco soy un niño; ya no tengo la impulsividad
que tenía a los veinticinco o veintiséis, cuando me decían “no me gustó” y era
como que me estaban ofendiendo al máximo…
¿Cómo es tu restaurante ideal? ¿Cómo es el restaurante que… lo
piensas, lo puedes tener, no hay restricción de recursos… cómo sería?
Sería como el Celler de Can Roca, de los Hermanos Roca, pero conmigo
dirigiendo la cocina y con mi comida… Ahí tienen todo, está muy bien
pensado, está muy bien hecho; pero eso se hace sin restricción de dinero.
Estoy hablando para una sala para cuarenta, cuarenta y cinco máximo, donde
si caben cuarenta y cinco, estamos trabajando, para esos cuarenta y cinco,
unas cincuenta personas. ¿Por qué es un número tan acotado? Porque creo
que un número más acotado disminuye el margen de error y te puedes fijar
mucho más en los detalles. Cuando transai el volumen es mucho más fácil
que se te vayan detalles —no debería suceder, pero sucede—. Hay que ser
realistas, por más que entrenís la brigada, por más que esté ahí 100 %, a
veces de tanto ver no ves, de tanto mirar no ves. Pero sí, el Celler para mí es
el número uno del mundo.
¿Para quién cocinas?
Mi misión es el cliente. Hace seis o siete años cocinaba más para mí,
porque nadie me conocía. Ahora, después de eso, empecé a ampliar mi oferta,
empecé a crecer con el tema del rescate de recetas y a entender esa sazón que
podía ser tanto tradicional como en mi cocina de autor; me empecé a enfocar
mucho en el cliente, en tratar de tener un concepto del que ellos, sabiendo a
lo que vienen, se sientan muy satisfechos. Porque, como te dije antes, van a
venir porque está Tomás Olivera acá; saben perfectamente que no se van a
encontrar una parrillada ni un restaurante de pastas; saben, sí, que va a haber
harto pescado y mariscos, que van a encontrar cosas chilenas partiendo de
que en la mesa vamos a tener el pebre —no sé si ya lo conociste—, el famoso
pebre con tomate, con cebollita, con un poquito de ají, y el pan que vamos a
usar, que es el tradicional pan amasado, y las sopaipillas, que son estas de
zapallo. Y el que venga dirá: “Esto es chileno, no hay duda”.
Entonces sí, yo pienso en el cliente; para mí es el principal foco. Y en
servicio también, es decir, les hablo mucho a los meseros: hay que leer al
cliente, el cliente te da todas las respuestas; si bien tenemos que tener unos
estándares, el cliente te va a decir si te tienes que correr un poquito más allá o
un poquito más acá, ir avanzando, ir retrocediendo…
El mejor ejemplo es simple: si ves una pareja que están de la mano —
besos, abrazos, te amo, te amo—, no puedes ir diez veces a preguntar si está
todo bien… Ahora, si al lado hay una mesa donde hay siete, ocho personas y
dos o tres niños, necesito que estén dos o tres meseros ahí, porque se va a dar
vuelta la bebida, porque botaron las papas fritas, porque quieren más pan,
porque quieren más kétchup… no sé…
¿Qué haces cuando un cliente te hace un reclamo de servicio que
consideras correcto?, ¿qué haces con ese cliente?
¡Uff!... Lo trato de reencantar. Y mi fórmula favorita es: “¿Sabe qué? Lo
entiendo y tiene toda la razón; nosotros estamos aquí para que eso no suceda,
pero a usted le sucedió. ¿Sabe? Yo soy superdeportista, sí, de verdad, toda mi
vida he sido superdeportista, por lo cual le pido una revancha; deme una
oportunidad; no ahora, porque ya no tengo nada que hacer; usted váyase, no
pague su cuenta, pero permítame invitarlo una vez; deme la oportunidad… Y
no me diga cuándo va a venir; venga cuando usted quiera para no estar
preparado, porque lo que vivió usted no debería pasar…”.
Gracias, Tomás.
34
Expresión coloquial chilena sinónimo de “trabajo”. Nota del autor.
35
Aproximadamente un rango medio en la rígida estructura de la brigada de cocina. Nota del autor.
36
Manjar. Nota del autor.
37
La masa Orly es un tipo de rebozado. Se utiliza para freír en abundante aceite caliente alimentos con mucho líquido y que, una vez fritos, quedan crujientes gracias a esta cobertura. Nota del
autor.
38
Pancutras, pantrucas, pancucha. Es un caldo típico de Chile, con huevo y pedazos pequeños de masa, que se elabora con agua, harina y aceite. Nota del autor.
39
Especie de molusco endémico del Pacífico suroriental. Nombre científico: Concholepas concholepas.
40
Rodolfo Guzmán, chef chileno del restaurante Boragó.
41
Matías Palomo, chef chileno del restaurante Sukalde.
42
Carne deshidratada que ha sido expuesta al sol. Nota del autor.
43
Método tradicional milenario de cocinar alimentos en el archipiélago de Chiloé, usando piedras calientes enterradas en un hoyo. Nota del autor.
44
Plato a base de frijoles y tallarines (que vienen siendo las riendas). Nota del autor.
45
Expresión coloquial chilena que refiere algo sin gracia, insípido.
46
Charqui o cecina: carne deshidratada que se cubre con sal y se expone al sol. Se usaba antes de la aparición del frigorífico.
47
Expresión coloquial chilena usada como sinónimo de estómago.
JORGE RAUSCH
Hay más tendencias; está la tendencia de rescatar más lo local… hay mil
tendencias; yo creo que hay cabida para todo el mundo.
Mientras haya excelencia, respeto, mientras haya el nivel, por
supuesto que cabe todo; todo porque las cosas son demasiado diversas. Si
solo cupiese una sola cosa, pues…
Lo importante es que uno debe decidir qué quiere hacer como cocinero y
debe buscar uno su propio estilo y su propio camino. Hay una cosa que sí es
un poquito más peligrosa, que ocurre hoy día mucho, y es que los jóvenes
quieren empezar donde terminó el otro, o sea, comenzar a ser cocineros con
el libro de El Bulli.
Estuve charlando mucho con Sergi Arola y tiene unas filosofías muy
54
interesantes sobre el tema, pero no sé si esté 100 % de acuerdo con él. A uno
le decían que, como chef, en su vida inventaría máximo tres platos; lo que
hacían los chefs era un repertorio clásico e interpretarlo —el lenguado
menier, tal y tal…— y hoy día se volvió lo opuesto, que es que si uno no crea
cada uno de sus platos uno es un copión.
Una obsesión por la originalidad…
Una obsesión por la originalidad, y no todo el mundo tiene el talento de
Beethoven. Él me preguntaba que si yo conozco a Beethoven, que si he
escuchado a Beethoven, y le dije que claro. Me dijo que no; que yo
escuchaba de golpe a Von Karajan interpretando a Beethoven, que es una
reproducción de Beethoven, pero a Beethoven nunca lo escuché ni leí a
Faulkner, sino algo que alguien escribió con las palabras de él… Un poco
profundo a mi gusto para meternos en un tema tan sencillo como la
gastronomía desde un punto de vista filosófico, pero creo que hay un híbrido
ahí, o sea, uno no puede ir a inventarse todo pero no puede empezar su
negocio cogiendo el libro de El Bulli y montando ese repertorio en un
restaurante sin haberlo experimentado de primera mano, probado y estudiado
a fondo; si no, es una copia sin sentido. Y hay muchos muchachos que tratan
de hacerlo antes de haber aprendido a sazonar. O sea, el tema de la comida es
un tema para entretener; puede ser un tema profundo para algunos, pero
finalmente es un tema donde uno le entrega a un comensal un plato de
comida para que lo disfrute, le sepa rico; donde uno no tiene ninguna
pretensión de profesor ni de enseñarle, sino de agradarlo y hacerlo pasar un
buen rato; si después de eso él se fue y aprendió algo, fantástico. Eso me
costó mucho aprenderlo porque entonces, cuando llegan al restaurante, piden
un atún bien asado y empieza el chef: “Yo no hago atún bien asado”… Uno
hace lo que le pidan, están pagando, él quiere eso, queremos agradarlo,
queremos hacerle pasar un buen rato, se lo entregamos y ya.
Claro, porque hay como una dualidad entre la cocina entendida como
arte exquisito, o la cocina como un hecho gerencial…
No gerencial sino práctico y real… O sea…
Y como un servicio.
Hay el que viene por el arte y lo agradamos con un plato a nuestro gusto, y
hay el que viene con su percepción de lo que quiere comer y se lo
entregamos. ¿Que si yo me comería ese atún bien asado? Pues no, me parece
que es botar la plata a la caneca, pues sí. Yo vendo a veces carne kobe, y
llega el tipo que la pide bien asada y me duele el bolsillo del señor pero se la
cocino; o sea, no es ni siquiera un tema comercial, olvidémonos del dinero; es
un tema de que eso es lo que quiere y tenemos que darle gusto; no nos
podemos poner tan artísticos en ese momento inmediato. Creo que Ferrán
tampoco lo haría. Con todo lo que uno hace, con todo lo que uno va
mostrando, uno va motivando a alguna gente y alguna gente va aprendiendo,
con vaselina.
¿Cómo te sientes en el restaurante? ¿Cómo has visto la evolución de
Criterión?
El restaurante va bien; el dilema siempre está en si uno evoluciona los
platos o no; si te va bien, ¿los cambias o no los cambias? Un día fui a comer
al restaurante de Gerard Boyer, un chef francés, tres estrellas Michelin a los
treinta y cinco años, y me dijo: “¿Cómo le va?, ¿le va bien, le funciona? ¡No
lo cambie!”. Entonces, es un menú pequeño, donde voy evolucionando todo
el tiempo, y tengo un menú fijo donde he tratado de ver qué cambio, qué no
cambio, pero como que funciona. Ya tengo otro restaurante donde hemos
plasmado la evolución de los otros siete años, mis libros y mis cosas, pero
Criterión va bien, mucho. Siempre hay los altibajos en el tiempo, donde ya
uno no es siempre el restaurante de moda —siempre hay otros nuevos—,
pero se volvió un clásico en Bogotá. Entonces no hay drama; de ahí sale todo
lo bueno que nos pasa.
La gastronomía se ha vuelto un tema mediático, un tema de moda, y se
ha vuelto en un sentido también una cosa que puede llegar a ser muy
vacía. ¿Cómo manejas eso, cómo lo ves? ¿Lo compartes?
Por un lado, a quien le digan si quiere salir en TV y diga que no es un
mentiroso. Por otro lado, a un cocinero como yo, o a casi cualquiera de los
cocineros que tienen su restaurante, no le queda tiempo de comerse el cuento
y de creérselo de que es una estrella de cine, porque tiene que estar
trabajando en su restaurante todos los días y quiere que este funcione, pero
está el que se come el cuento y en vez de ir a su restaurante se la pasa
tomándose la foto, y no dura, porque el mercado es inteligente; los clientes
son inteligentes, la gente no come cuentos sino comida, y cuando el chef no
está delante de su negocio, si no está preocupado por su calidad, la calidad se
pierde. Este cuento es históricamente real y se ve mucho; por eso yo creo que
son más los restaurantes de chef conocidos que cierran que los de gente que
no es conocida. Hay una expectativa, uno se genera un nivel y si no cumple
lo raspan. Lo que a mí no me aceptan, en el restaurante de al lado les
parecería delicioso; entonces el tiempo para el glamour es mínimo. Ahora,
venir a Caracas, tomarse la foto unos tres días: fantástico, delicioso, pero una
vez al año lo hago. De hecho, no voy a festivales gastronómicos cada mes; no
lo hago, nunca lo he hecho, así me tilden de antipático, lo que sea; mi
responsabilidad es con mis comensales, en mi restaurante.
¿Qué es lo más difícil de un restaurante?
La consistencia; lo único que vale es la consistencia. La creación es un
tema de minutos, de momentos donde uno sí se inventa; el resto es
consistencia.
¿Y cómo haces para mantener esa replicabilidad, que un plato sea
siempre ese plato?
Mantener una brigada muy bien entrenada, muy apretada, y cada día estar
a la vanguardia en técnicas.
¿Y cómo manejas los temas de formación de tu personal?
Un chef de Criterión era mi lavaplatos, eso se maneja solito. Y así es en las
cocinas. Ojalá que él tuviera unos estudios en Inglaterra; de golpe me
sobrepasaría. De lavaplatos llegó ahí a punta de coraje, pero en las cocinas es
así: el que le pone cariño, trabajo, es capaz y le gusta, va a salir adelante, y el
que no, por más que haya estudiado en París termina haciendo otra cosa. No
creo que haya algo más horrible que trabajar en una cocina si no le gusta —
hace calor, todo el mundo empuja, si uno no se mueve lo regañan…—.
¿Cuál es la más grande miseria de una cocina, la más grande
dificultad en términos humanos de ese trabajo duro?
La miseria es que es duro, a uno le dan en la cabeza en el servicio; es una
miseria que a uno le tiene que gustar, trabajar muy duro y se sufre mucho; y
hay días en que el servicio se descompone; más nada, cuando las cosas no
salen bien y empiezan a devolver platos; pasa acá y pasa en tres estrellas,
pasa en todos lados; esos son los momentos difíciles…
¿Qué haces entonces?
Qué hago, me salgo de mis chiros, a gritar. Hay una cosa que es muy
importante y que es muy difícil hacer entender a los muchachos cocineros,
que fue muy difícil para mí aprender y para cualquiera lo sería, y que lo más
importante es que este plato salga bien —uno saca trescientos platos—, que
este plato que está acá tiene que salir perfecto porque le llega a un señor al
lado que se lo va a comer y que se enfrenta él solo al plato; es decir, la
importancia en particular de cada plato que va a salir, y que no puede haber
ninguna trampa porque te lo van a devolver. Puede parecer algo que es trivial,
pero es lo más importante del mundo en la cocina; entonces enseñarles eso es
difícil, hay que ser muy estricto.
¿Y qué piensas tú cuando estás diseñando un menú?, ¿qué factores
consideras?
Yo soy un tipo muy práctico, soy un tipo muy académico y estudio mucho;
entonces, hay una parte que pienso y una parte que se me da; hay un 10 % de
lo que trabajo que es inspiración, y la inspiración no es algo que uno se sienta
a meditar sino que aparece de repente —y eso es lo único que uno no le
puede enseñar a nadie—; el otro 90 % es todo técnica.
En un menú no puede haber cuatro carnes asadas, a menos que tengas una
parrilla; tiene que haber una variedad de ingredientes, de técnicas, de precios
que haga que el menú sea variado y atractivo, que sea diverso y que
demuestre un repertorio; eso no es algo de creación, es algo práctico y es algo
que te enseñan en la escuela de cocina.
Después, ¿cómo creo los platos? En cualquier momento y bajo presión, en
el calor de la cocina, las cosas van saliendo a veces inclusive de errores; yo
no puedo sentarme. Yo me obligo; tengo un menú pequeño que cambio todas
las semanas, y es una exigencia que me hago de crear cosas nuevas; si no lo
hago seguro me estanco; y ¿cuándo salen? de repente es quince minutos antes
de entregar el menú del día. ¿Y de dónde salen? De cualquier cosa; de golpe
llega un tipo con un tomate especial, o cualquier ingrediente, o me llega un
libro nuevo y vi algo que me atrajo. Uno no copia la receta, pero sí ve el
nombre, ve la receta y de ahí sale algo, ideas.
Y todos nos copiamos de las ideas de los demás, es un hecho. Yo recuerdo
lo orgullosos que se ponían los chefs en Inglaterra cuando alguien se los
copiaba.
¿Piensas, Jorge, en la salud de la gente que va a comer al restaurante?
En una forma razonable. A ver, que si le mido las calorías al plato, no; que
si pienso en la harina integral, tampoco; o el azúcar que no sea refinada,
tampoco. Nada en exceso, y por eso es que los franceses no son tan gordos y
son sanos, porque comen de todo pero en la medida correcta, y porque para
todo usan mantequilla pero después la retiran; entonces, mientras el plato
tenga vegetales, carbohidratos y proteínas es un plato balanceado que de
golpe no sería para comérselo tres veces al día todos los días pero no es la
bandeja paisa.
¿Qué ves en la cocina colombiana? Estoy hablando un poco de la
cocina tradicional…
La cocina colombiana es muy rica, creo que no es muy distinta a la de
Venezuela. Hay mucho que rescatar pero nos falta empezar todavía. Por un
lado, sí, es una comida rica pero es una comida de pobre, es una comida con
una infinidad de carbohidratos que es difícil internacionalizar. La comida
peruana es una infinidad de pescados aunque hay muchas papas, pero es otro
estilo. Tenemos una cantidad de productos pero la proveeduría es fatal
todavía. Aún tenemos que hacer que la gente en Colombia ame la comida, no
que ame la comida colombiana sino que ame la comida. Hay países del
mundo donde uno va y la gente ama la comida. Por ciudades, uno va a Nueva
York y la gente ama la comida independientemente de que no exista una
comida típica. El tipo que pone un chuzo de perros en Nueva York en la calle
es bueno, y el público lo exige porque ama la comida; y lo mismo en un
chuzo de tacos en Ciudad de México; o si vas a Tel Aviv, el falafel; la gente
ama comer, ama los productos frescos. Posiblemente todavía en Bogotá vas a
comerte en la calle una empanada y te la metieron en un microondas y no les
importa.
Acá en Caracas es un poquito mejor; aquí el movimiento gastronómico
lleva unos diez años más. Lo siento porque me llegan infinidad de clientes de
Caracas a los que les es fácil y entienden qué están comiendo. Entonces es un
tema todavía cultural, no es un tema de recetas —las recetas existen y se
pueden rescatar—, es un tema de amar la comida, es un tema de proveeduría,
es un tema de respeto por el alimento desde el punto de vista de los
cocineros, de la gente desde su casa y de los comensales.
Por otro lado sí falta antropología, estudio, organización; nos falta un
Gastón a veces en Colombia. En Venezuela creo que son más los que
55
tal— y eso es lo que está de moda. Puedes vender a unos precios menores
una buena comida; válido también, interesante, y a todos nos toca tener
nuestro gran restaurante y tener una propuesta más democrática, que es lo que
estoy haciendo y que es lo que hay que hacer.
Gracias, Jorge.
48
Marco Pierre White ha sido el primer chef británico en recibir tres estrellas Michelin, a las que renunció en 1999.
49
Nico Ladenis, nacido en Tanzania, fue el primer chef autodidacta en obtener tres estrellas Michelin, a las cuales renunció en 1999. Entonces declaró: “Trabajar en un restaurant con tres
estrellas es muy restrictivo y muy caro, y a la gente no le gusta comer comida muy cara. Quiero algo más relajado”. En Watson-Smyth, Kate (18 January 2000). “Only one Michelin three-star in
Britain”. The Independent. Traducción libre del autor.
50
Chef de Chez Panisse, en Berkeley, California.
51
Croquetas hervidas de pescado, propias de la cocina hebrea.
52
Tortas de papas fritas, propias de la cocina hebrea.
53
Apio criollo o zanahoria blanca, en Colombia.
54
Chef español que en 2016 cerró su restaurante Sergi Arola Gastro, en Madrid, con dos estrellas Michelin.
55
Gastón Acurio, chef emblemático de la nueva cocina peruana y esposo de Astrid Gutsche.
56
Iñaki Aizpitarte, chef del restaurante Le Chateaubriand, en París.
OTROS LIBROS DEL AUTOR:
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Conversaciones de cocina
Alejandro Martínez Ubieda
Editado por:
I LOVE AJI DULCE LIBROS, S.L.
WWW.MARTINEZUBIEDA.COM.VE
ISBN: 978-980-18-0141-2
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las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el
tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamos públicos.
ÍNDICE
PRÓLOGO 11
INTRODUCCIÓN 15
AGRADECIMIENTOS 19
GUY SAVOY 21
DONATO DE SANTIS 31
ASTRID GUTSCHE 51
MIKEL ALONSO 69
RODOLFO GUZMÁN 99
ENRIQUE OLVERA 119
RAFAEL ZAFRA 135
MATÍAS PALOMO 147
PEDRO SCHIAFFINO 165
FEDERICO FIALAYRE 183
JOSÉ MANUEL BAÑOS 211
TOMÁS OLIVERA 219
JORGE RAUSCH 235
Conversaciones de cocina
GASTRONOMÍA SIN RECETAS