- El primer fundamento es, sin más, el propio mandamiento del amor: amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como si mismo. Este es el fundamente de toda la moral cristiana, y por lo tanto de la doctrina social de
la Iglesia, que forma parte de la moral. Jesús dijo que el mandamiento doble del amor no es solamente el
primero y más importante de los mandamientos sino que también es un resumen o compendio de toda la ley
de Dios y del mensaje de los profetas.
- Por ello, la doctrina social de la Iglesia da una respuesta a un pregunta: ¿Cómo debo amar el prójimo en el
contexto político, social y económico? Como sabemos bien, el amor de Dios y del prójimo no se reduce a una
obligación sentimental de asistir a misa y echar algunas monedas en la cesta del ofertorio. Debe impregnar, de
hecho, toda la vida y conformar nuestras acciones y nuestro ambiente de acuerdo con el Evangelio.
El mandamiento del amor, sería, por lo tanto, el fundamento general de toda la doctrina social de la Iglesia. No
obstante, existen fundamentos específicos, que se pueden resumir en los cuatro principios básicos de toda la
doctrina social de la Iglesia, cuatro columnas sobre las cuales se asienta todo el edificio. Estos pilares son (1)
la dignidad de la persona humana, (2) el bien común, (3) la subsidiariedad, e (4) la solidaridad.
El primer principio clásico es el principio de la dignidad de la persona humana, del que surgen los derechos
humanos. Toda persona, creada a imagen de Dios, posee una dignidad inalienable por la cual debe ser tratada
siempre como fin y no sólo como un medio. Cuando Jesús, adoptando la imagen del Buen Pastor, habla de la
oveja descarriada, nos enseña lo que piensa Dios del valor de la persona humana. Para Dios cada persona le
es preciosa, insustituible. La Iglesia, como Cristo, defiende la dignidad de las personas.
I.E.S. “José Carlos Mariátegui” Educación Religiosa 5°
Si la persona es creada a imagen y semejanza de Dios, no podemos permitir que sea sometida a situaciones que
le arrebaten su dignidad, como la esclavitud, el trabajo precario, la prostitución forzosa, etc…
El hombre, creado a imagen de Dios que es comunión trinitaria, alcanza la propia perfección no aisladamente
de los demás sino en comunidad. El egoísmo que nos lleva a buscar el bien propio por encima del bien común,
se supera a través de la búsqueda del bien común.
- El bien común es un bien de la sociedad como tal, un bien nuestro y no solamente mío, ni tampoco sólo tuyo,
y mucho menos de una colectividad abstracta exterior a nosotros. El bien común nos permite expresarnos como
sujeto común, "nosotros" y de poseer un bien común, "nuestro".
3.3. Subsidiariedad
Etimológicamente el término subsidiaridad viene del latín “subsidium” que significa ayuda, apoyo, protección.
Se refiere a la ayuda que le debe un ente superior a un ente inferior cuando este necesita su apoyo.
Todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (“subsidium”) –por tanto de
apoyo, promoción, desarrollo-respecto a los menores. “El principio de subsidiaridad protege a las personas de
los abusos de las instancias sociales superiores e insta a éstas últimas a ayudar a los particulares y a los
cuerpos intermediarios a desarrollar sus tareas.
El principio de subsidiariedad se encuentra en la centralidad del hombre en la sociedad. Cada persona humana
tiene el derecho y el deber de ser el autor principal de su propio desarrollo pero necesita de la ayuda de los
demás para llevarlo a cabo. Por eso, la autoridad ha de procurar establecer unas condiciones de vida que
permitan a cada hombre y a cada mujer un desarrollo integral, en todos los ámbitos posibles, fomentando y
estimulando las iniciativas personales respetuosas del Bien Común; ha de coordinar y ordenar esas iniciativas
en el conjunto del mismo Bien Común.
3.4. Solidaridad
Este principio ayuda a que los pueblos puedan progresar y los grupos puedan avanzar.
La solidaridad nos invita a crecer en nuestra sensibilidad con los demás, y sobre todo con aquellos que sufren.
Pero agrega el Santo Padre que la solidaridad no es un mero sentimiento, sino una verdadera "virtud" por la
que nos hacemos responsables de los otros. El Santo Padre ha escrito que la solidaridad "no es un sentimiento
de vaga compasión o de ternura superficial por los males de tantas personas, cercanas o distantes. Por el
contrario, es la determinación firme y perseverante de trabajar por el bien común: o sea por el bien de todos y
cada uno porque todos somos en verdad responsables de todos"