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PRÓLOGO

“Soñamos con viajes por todo el universo: ¿Acaso el universo no está dentro de
nosotros?”
Friedrich Leopold Von Hardenberg, filósofo alemán (1772-1801).
Existe una creciente incertidumbre acerca del límite del universo en la actualidad.
La evidencia experimental disponible arroja que éste sigue expandiéndose en
forma acelerada y en altos niveles de simetría desde que era primitivo, según el
modelo de expansión ultrarrápida de inflación cósmica. Estudios recientes suponen
que los cuerpos celestes son atraídos masivamente por un tirón gravitatorio,
provocado por un punto caliente cósmico llamado flujo oscuro. Posibilidad nunca
imaginada.

El descubrimiento de mundos que albergan civilizaciones inteligentes y/o en


condiciones óptimas para el desarrollo de la vida es otro de los enfoques científicos.
Continuamente se revelan decenas de exoplanetas muy similares a la Tierra a
través de poderosos telescopios espaciales. Durante las últimas décadas se han
propuesto teorías que sacudieron la opinión pública y han conseguido el impacto
necesario para marcar generaciones.

A raíz de las primeras evidencias del flujo oscuro, cosmólogos sostienen la idea de
que el universo no es único, puesto que forma parte de un conglomerado que va
más allá de la percepción humana, un multiverso. Han surgido cuestiones acerca
de la existencia misma y no es para menos, ¿Acaso vivimos en una de trillones de
simulaciones? ¿Existe una matriz original de la cual desprendemos? ¿Es probable
establecer una conexión entre múltiples universos?

Se presume que nuestra visión del entorno es una interpretación del sistema
nervioso, una verdad subjetiva y propia. Imágenes, vibraciones, aromas, sabores,
melodías, entre otros; son captados por los sentidos, los cuales hacen un esfuerzo
por bocetar el ambiente. Lejos de nuestro horizonte se ocultan sensaciones
completamente nuevas que la especie aún no ha logrado alcanzar.

No es posible escudriñar la realidad si desatendemos el incesante progreso de la


ciencia y sus aproximaciones sobre los fenómenos desconocidos en la naturaleza.
El hombre está en una persistente búsqueda de la verdad, tarea que se vuelve
extenuante con el tiempo. Obstaculizado por una espiritualidad insulsa, que viene
condenando a sus semejantes desde que miró arbitrariamente hacia las estrellas sin
intenciones de entender aquel macrosistema.

Haciendo hincapié en el pensamiento de Novalis «El universo está dentro de


nosotros», es inevitable relacionarlo al mundo interno. No exclusivamente al
cúmulo de emociones sino al mundo inteligible gobernado por las ideas, entre ellas
las fundamentales de la unidad y el ser, donde habita el alma. Siendo éste la
verdadera realidad para Platón. Cuando se habla de universo interno se hace
referencia a lo cognoscible, bien sea a priori o empírico, los cuales adquirimos a lo
largo de nuestra existencia. Al igual que los objetos del universo van alejándose
más y más en todas las direcciones, nuestro conocimiento debe cumplir el mismo
rol, sin estancarse en un solo tópico (como el punto caliente cósmico que “absorbe”
dichos objetos en una sola línea).

A pesar de cuantas innumerables guerras mundiales se libren, regímenes políticos


dictatoriales que buscan inhibir la lucha de los pueblos, apariciones de profetas que
basan su fe en aparentes libros divinos, factores biológicos que todavía generan
prejuicios sociales, el dinero como requerimiento para la obtención de recursos
básicos tales como el alimento y la seguridad, a pesar de las vidas perdidas a causa
de las ambiciones mortales; las ideas prevalecerán sobre la carne hasta el fin de los
días. El conocimiento, indiferente a cualquier evento que nos suceda, estará allí
por siempre.

Agradezco de todo corazón a quienes han participado en este proyecto, directa o


indirectamente. Entre ellos:

Daniel Tello

Angelo Manuel

Nixon Uribe

Ricardo Montalván

Y la lista continúa…

Bienvenido(a) a esta aventura. Bienvenido(a) al MULTIVERSO DE: “SOUL”.


Iniciamos la travesía.

Especialmente en memoria de Lucila, con gran aprecio.


PROYECTO A-03: NIVEL DE SEGURIDAD — 05 — 2082
ARCHIVO 09- 0112: “CONMEMORACIÓN VI”
Hace seis años se concretó el primer ataque en Nairobi, Kenia, la propagación de
la catástrofe no se hizo esperar. El hombre jamás había presenciado fuerzas
similares castigar al planeta, pérdidas económicas y sociales alcanzaron un índice
escandaloso. La esperanza del pueblo se desmoronó a la par de las más
representativas edificaciones de Europa. Contra todo pronóstico, milicia y ciencia
nos encaminaron hacia una victoria histórica. Apenas empezaba nuestro trabajo, el
Estado francés estaba obligado a resurgir. Más tarde el gobierno central de turno
falló en dar una respuesta eficiente, puesto que no había recursos para todos. La
reconstrucción del territorio se ralentizó a tal punto que numerosos habitantes
tomaron las calles y amenazaron al parlamento que ellos mismos habían elegido, el
descontento social se disparó. A lo largo de dos años desapareció cualquier rastro
de moral, predominando la incultura y el desorden.
El país estuvo a la deriva hasta que recibió el apoyo de la organización más
importante en la actualidad, nos fuimos recuperando paulatinamente. Tomaron el
poder y ejecutaron un proyecto basado en ideas radicales que el senado jamás se
hubiera atrevido. Así fue como reformaron el sistema y abastecieron a la comunidad
entera. Otras naciones, en nuestra situación o peor, se beneficiaron igualmente. El
parlamento internacional no permaneció ajeno a su éxito. Por lo tanto, promulgaron
la ley: “Política del ciudadano A”, que cada nación europea fue forzada a acatar. El
programa se extendió al resto del globo al cabo de algunos meses.
Se inició la construcción de cúpulas de magnitud descomunal dividiendo al país en
dos sectores, la clase social «A», que alberga condiciones de vida por encima de
su contraparte, la clase social «B». Este último representa el mayor obstáculo para
alcanzar la comunidad anhelada, sin ninguna clase de potencial delictivo. Sin
embargo, pueden ascender a la esfera como un ciudadano modelo, el método de
reinserción escapa de nuestro dominio. El proyecto sigue en pie gracias a la
impecable gestión junto a los escuadrones militares. París ha logrado transformarse
en el Edén tecno-ecológico. Nos honra el privilegio que trae consigo ser sede de R
I U K K T, magno centro de investigación científica. “Dios de porcelana” por la
eternidad.
—Fin del reporte—

__________________________
Secretaría Nacional de Francia Marzo 14, Marseille, Francia, 2085
Dr. Ostin Feraud
APARTADO N°1
Contempla al intangible espectro agazaparse frente a ella, éste se rehúsa a
pronunciarse mientras repta por aquel brazo que no le pertenece. La joven frota
sus dedos entre sí observando una bruma blanquecina ocupar toda la ventana. El
espectro adquiere notable figura y mueve el cuello hacia la izquierda, dando lugar
a una sutil complicidad. Ella abandona la danza manual y da un suspiro antes de
que su cabeza golpee el asiento acolchonado.

«francés» —¡¿Eh?! —agrega el chofer al mirar por el retrovisor—. se-señorita…


disculpe ¡Señorita!

El fulgor rosa del eminente casino “Sun’s Palace” rebota sobre sus ojos durante el
colapso, el café oscuro que les caracteriza absorbe en forma pausada un tono
avellano, las pupilas se ensanchan como bocas de serpientes ante la presa. El
movimiento rítmico de su pecho se intensifica a lo largo de incesantes suspiros.

«francés» —¡No, no! ¡Debe estar bromeando! ¡Señorita! —apretando las manos
sobre el volante—. ¡Joder, lo que menos necesito ahora es una castaña inconsciente
en al asiento de atrás! ¡Ya me lo había dicho Gauthier «De ning…»!

—¡Ah! —vuelve arrojando un sollozo extendido—. ¿Qué-qué sucedió?

«francés» —¡Oh, rayos! Gracias al cielo… ¿Cómo se encuentra? ¿Está usted bien?
—secándose la humedad del bigote.

—Uh…

«francés» —Escúcheme… le llevaré al centro médico en un instante. Cálmese,


tod…

—No —elevando la voz una octava.

«francés» —Tengo que, quiero evitar problemas con la ley.

—¡Te digo que no! ¡No lo hagas!

«francés» —¿Perdón? Eh, no entendí lo que dijo… —limitándose a tener la


conversación a través del retrovisor—. No habla francés, ¿verdad? Lo que me falt…

«francés» —Ah —arreglándose el cabello—. Sé hablar francés. Dije que no es


necesario, tengo prisa.
«francés» —Uhm, de acuerdo, pero… —extendiendo la última sílaba.

«francés» —¿Pero…?

«francés» —Tiene que decirlo frente a la cámara —el conductor señala con el
pulgar y presiona un botón gris.

La joven baja la cabeza hasta encuadrarse con el rectángulo opaco, ubicado en la


parte posterior del asiento delantero. «francés» —Número de documento de
identidad 1-1559615599, con pleno conocimiento del reglamento… ¿Podría subir
el brillo un poco?, por favor… bien, «reglamento de transporte 019» doy mi
consciente autorización exonerando de toda responsabilidad al sujeto 5-19… —
mirando la identificación en la pantalla led—. Vaya, eres categoría cinco. Sujeto 5-
1995032238. Listo, eh ¿Iría más rápido?

«francés» —Seguro. No más de 100 km/h —accionando la palanca de cambios.

—Creo haber visto a ese hombre fantasma… —humectándose los labios— ¡De
acuerdo! ¡De acuerdo! tengo cosas más importantes en que pensar. La joven saca
una libreta que rápidamente abre en el reverso. —Docum… ¡Jesús!

«francés» —¡Eh! ¡¿Qué sucede?!

—¡Sangre! ¿Có-cóm…? —se toma la nariz con rudeza.

—¿¡Sangre!?

—¿En qué momento…? —pasándose la mano torpemente por el rostro—. Oh…


—mirando al conductor—. No tengo ninguna herida.

—¿Está segura?

—Uhm… sí. Supongo que fue una salpicadura. Desdobla un pañuelo violeta de
seda, se limpia el dorso de la mano. Arruga la tela y la coloca en el bolsillo.

Retoma la libretilla, va repasando las tareas con cuidado —Bien, documentos de


«AION», reunión 117-CE-I y… —rascándose la barbilla con el índice—. Algo
falta… ¡Oh! Dana quería verme. Toma un bolígrafo regordete de la cartera —Lo
siento amiga, tendrás que esperar. Eh, ¿Qué más?... —chasquido a medias— ¡Claro!
¡El General! ¡El general Durant!

«francés» —¿Desea un poco de agua? —agrega el chofer.


«francés» —¿Eh? Creo que es un buen momento —coloca el bolígrafo detrás de la
oreja, toma la cápsula que arroja el compartimiento y bebe sin interrupciones—.
Concéntrate, falta poco —echando un ojo al alfombrado del coche—. «francés»
Discúlpeme por levantarle la voz hace un rato.

«francés» —No hay problema, suele pasar —estirando la comisura de la derecha—


, cuando se desmayó pensé en abandonarla en algún lugar de la autopista, estuve
bastante asustado.

«francés» —Ah, ¿por qué haría algo así?

«francés» —No, no. Solo brom… bueno ah, olvídelo.

«francés» —Oh, jé —disimulando una pésima sonrisa.

El taxi se detiene ante el rojo del semáforo, ella gira y observa por la ventanilla a
un niño moviendo las piernas apresuradamente por la acera. Lleva una mochila
oscura totalmente repleta, las manos morenas se aferran a los tirantes mientras se
abre paso entre las personas. La figura desaparece en un callejón al doblar a la
izquierda.

«francés» —Casi llegamos a pasarla mal, como dicen por ahí… viernes trece —dice
el chofer luego de un breve silencio y miradas que solo podían encontrarse en el
vidrio del retrovisor.

—Espere un momento, ¿hoy es trece?

«francés» —Así es, señorita.

—Hoy es el cumpleaños de Natasha… —murmura. Toma el bolígrafo raspándose


la sien, con la otra mano devuelve la cápsula como si estuviera delante de un canino
aberrante.

«francés» —¿Ocurre algo? —acota el conductor buscándola con el rabillo del ojo.

—Pensaré en algo después… «francés» No, todo está bien.

«francés» —Me da gusto oír eso —antes de ser descubierto por la joven, gira la
cabeza— Se nota que habla otros idiomas… ¿Cuál es ese? El de hace un rato.

«francés» —¿Eh?... español, es parte de mi trabajo, sí. —con un aire cortante. Baja
la manga de la chaqueta de algodón y presiona su pulsera. La interfaz del móvil se
extiende sobre su antebrazo, escribe un texto moviendo los dedos con rapidez, gira
la muñeca hacia la izquierda desvaneciendo el refulgente panel.

Dentro de su cartera aparta las decoloradas tarjetas de presentación y saca el kit de


maquillaje; después de abrir otro par de cierres sin éxito, halla una almohadilla
rojiza con la que intenta frotarse los párpados y pómulos. Guarda sus pertenencias
con cuidado, observa la pulsera a la vez que se muerde el labio inferior. Tuerce la
cabeza sobre el asiento de cuero negro y expulsa todo el aire endureciendo el
diafragma.

El moderno vehículo avanza a lo largo del Boulevard des Maréchaux, muy cerca
del club «UCPA -EGP23», un complejo campestre muy famoso en el 86’ por sus
animales electrónicos y cantidades desmesuradas de vegetación. El lugar
perteneció al magnate francés Couture, hombre de extrema delgadez y de una voz
de inusitada profundidad. La joven al llegar al club por primera vez quedó tan
maravillada que las visitas se hicieron más frecuentes. Variadas especies de flora y
fauna, modeladas de tal forma que era posible interactuar con ellas. Animales
silvestres oficialmente extinguidos corrían y se revoloteaban en el parque. Se le
hacía difícil creer en la efectividad del mundo virtual, las plantas que tanto
disfrutaba repasar en los libros de biología de hace seis décadas atiborraban cada
espacio en un radio de veinticinco metros. Salía del club llevando consigo una
planta de su elección en una macetilla. Calev pagaba sumas exorbitantes por esas
especies, disfrutaba ver aquellos ojos cafés curvarse con armonía. Con el tiempo, la
joven tenía ya seis pequeñas amigas alojadas en su ventana; Blanca, Charlie, Iris,
Hanna, Beatriz y Micaela, sus delicadas confidentes.

Ella juega con la correa del bolso de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba. En
un vistazo pasajero se percata de la prótesis del chofer, un empalme de tres
funciones unido a un pedazo de batería con ralladuras. La joven gira hacia la
derecha, un auto blanco emplea un segundo para rugir con furia y sobrepasar al
taxi. —¡Ah!, odio cuando hacen eso… —arrugando la nariz.

«francés» —¿Acaso ese fue el auto del General Durant? —frunciendo el ceño— Ese
señor es el héroe de muchos y, el mío sin duda.

«francés» —Sería una coincidencia, una muy mala…


«francés» —¿Por qué lo dice? Es raro que el General aparezca en lugares públicos.
Todo el mundo desearía estrecharle la mano, o al menos verle. El frenético auto,
protagonista de la escena, acelera de tal forma que se pierde en el fondo. El cielo
teñido de azul muerto termina tragándose los alaridos de aquel motor.

«francés» —Oiga, ya estamos cerca. —estirando el cuello.

La joven utiliza la red de internet para dar con el vehículo del General —¡Entra ya,
ya!... vamos a ver. «General Edmond Durant Koller, auto, imágenes». Uhm, hace
dos meses… Conmemoración de la batalla de… —alzando el mentón antes de
completar la idea. «francés» —¡Es él! ¡Es él! ¡Acelere! ¡Acelere, por favor!

«francés» —¡No puedo, señorita! ¡Perderé mi trabajo si quiebro las normas!

«francés» —¡Y yo el mío si no lo hace! —susurrando— François, te lo pido…

APARTADO N°2
Cerca de las 20:42 hrs los faros de cuarzo halógeno arden implantados cada dos
cuadras. Bajo el flagelo de la lluvia, una incisión de admirable maestría divide a
una calle en caminos paralelos. Los árboles rojizos que la envuelven son golpeados
por el destello de las contiguas tiendas de autoservicio. Los recipientes de acero
motorizado forman largas columnas hasta que el verde se ponga otra vez, en tanto
los rutinarios caminantes hacen de vallas en las veredas.

Las sobresalientes boutiques son templos de alta gama de limitados conjuntos


Boulett’s, reconocidas figuras del ámbito fashionista local intercambian
innovadores proyectos. La temática primaveral exhibe abrigos de pitón y conjuntos
térmicos, diseños que satisfacen hasta la personalidad más excéntrica. Detrás de los
vidrios los maniquíes lucen atuendos de tonalidades bajas y chispeantes, los
clientes van manoseando las importadas telas orientales.

La herencia de Vivaldi nunca había resonado tanto sobre las concurridas calles
durante un viernes trece, la melodía yace a cargo de «Les trois», cuyos miembros
arrugados exhiben un carisma nato al agitar los brazos de lado a lado. Ostentan la
musicalidad clásica acompañada de semblantes de juventud y sin retraerse hacen
frente a las copiosas figuras. La gente aprisionada en abrigos circula alrededor de
los puestos de «Kraft Hot Dogs», pequeños negocios que gobiernan las esquinas con
su tiranía olfativa, sucumbir ante el exclusivo combo «Pierre» era un inevitable
placer.

Letreros policromáticos de cafés se retuercen al aire libre tiñendo el ambiente,


conversaciones inconexas alborotan las avenidas. La arremetida del centelleo de
las cámaras es perpetua, sumado a las carcajadas de los estudiantes que contagian
hasta el solitario más fuerte. Las típicas chalanas son testigos de los paseos más
dulces al surcar las aguas del Sena, es casi obligatorio poner pausa para apreciar tal
mágico paisaje.

La gran torre abastecida con más de veinte mil bombillas a todo dar, el monstruo
arquitectónico se alza con ímpetu hacia los cielos. «La ciudad luz» en su máxima
expresión. No obstante, la lluvia atraída por la ancestral edificación aumenta su
entusiasmo sobre el ígneo espectáculo.

Un vehículo viaja cual perseguidor infernal a través de la Avenue du Président


Wilson, cuya inclinación es tal que junto a la gravedad conforman una experiencia
cautivante. La estatua dorada de un gallo galo de cinco metros de altura luce
impecable en la entrada de la ciudad y por debajo, un escrito de corte clásico
«Bienvenue à Paris». Alrededor de éste, un jardín alberga numerosas flores de lis
que revelan tres pétalos violetas, el central es recto y los extremos se curvan en
direcciones opuestas. Representativas de la Santísima Trinidad e insignia de la
Virgen María según la Iglesia Católica, sin duda el símbolo mundial de protección
divina.

El encuentro se acerca a paso lento, reunión que lleva sobre el papel más de diez
años y por fin, se ha materializado. Puesto que de ser una invitación casual se ha
convertido en una urticante obligación.

Después del recorrido el auto se detiene ante un imponente edificio. Ningún otro
inmueble a varias millas, como todo un ermitaño. Las gloriosas paredes hablan por
sí solas y su distintiva estructura excita la vista. El lujoso automóvil ignora el
aparcamiento y se estaciona en toda la entrada. Vidrios opacos impiden que el ojo
penetre en el interior.

*Los siguientes diálogos están traducidos del francés al español*


—Espérame aquí Simon, no te muevas ni un centímetro —desde el asiento de
pasajeros.

—Señor, sabe usted que para mí no es problema acompañarle —volteándose hacia


el viejo.

—Estaré bien, lo sabes.

—Entendido, señor —tomándose la gorra—, a propósito ¿Ha tomado la medicina


correspondiente? Me refiero a la de…

—Ya lo hice.

—Señor, tenga mucho cuidado, nunca está de más decirlo.

—Lo tendré. —adornando su respuesta con un largo silencio— Simon…

—Le escucho…

—Sé que no puedes sentir emociones… —sacando el monóculo.

—Claramente no puedo, aunque con la nueva actualización me haría una idea de


ello.

—Jé... —mirando el monóculo con precisión— todo este tiempo lo he intentado


de verdad…

—Puedo dar fe de ello, señor.

—Ah, maldición —acomodándose el lente correctivo en el ojo izquierdo— Bien,


tengo que irme ya.

—Correcto, ¿puedo saber por qué lleva el monóculo?

—Estuve muy ocupado para la cirugía, es una buena forma de disimularlo, ¿no
crees? —con una sonrisa a medias.

—Si usted insiste. Sin embargo, ha tenido el tiempo suficiente, ¿Acaso no desea
operarse, señor?

—No soy partidario de los órganos sintéticos, hace mucho dejaron de hacer
trasplantes.
—Hoy puede ser una gran noche para usted —Simon asiente con la cabeza
devolviéndole la sonrisa, regresa a su posición inicial quedando completamente
inmóvil.

El viejo toma un pequeño dispositivo de la cajuela y lo guarda en el bolsillo. Al


bajar del auto es recibido por una mesurada lluvia que desciende sobre su postura
erguida. Mira su puño izquierdo, bota el aire de un aliento caluroso y da el primer
paso disfrutando vagamente el sentimiento de lo desconocido. El monumental
recinto se expande cada vez más y más hasta alcanzarlo. Siente el aire frío en la
nuca, una segunda ventisca le sacude ligeramente. La nebulosidad violenta su
visión, un zumbido se le arrastra cerca de los oídos, el viejo se detiene y frunce el
ceño. De pronto un rumor agudo toma lugar estropeándole la concentración, el
sonido se desvanece a lo largo de dos segundos, el viejo suelta una carcajada. Cerca
de la puerta un joven encerrado en un traje negro va acompañado de un paraguas.
El viejo decide utilizar el suyo cuando muchacho se aproxima de manera pesada,
es más sencillo percatarse del encaje reticulado de su corbata, zapatos de marrón
oscuro y una pequeña tela blanca doblada en dos movimientos en el bolsillo del
saco. El joven extiende el brazo.

APARTADO N°3
*Los siguientes diálogos están traducidos del francés al español*
—Ah, ¿dependeré de esto en lo que me resta de vida? — susurra al mirar las
píldoras de su mano.

—Señor ¡Señor! ¿Está bien? «¿Por qué se quedó petrificado?»

—Sí, lo estoy. —entrecierra los ojos al verle, oculta las píldoras en su bolsillo.

—Parecía una estatua, allí dentro puedo alcanzarle agua para que pueda
consumirlas —haciendo un ademán.

—No es necesario, lamento no haberte estrechado la mano, muchacho. Tenía otras


cosas en mente. —agitando la mano de François en repeticiones cortas.

«Tenemos que entrar ya» —No hay problema, señor ¿Le importa si aparcan su
coche a unos cuantos metros?
—Eh, sí. Por favor, no quiero que nadie le ponga las manos —levantando la ceja e
inclinándose pausadamente hacia François.

—Entendido. Le diré al encargado que vigile el área entonces.

—Así está mejor.

—Beringer, te necesito en la entrada en este momento —a través del comunicador


que lleva acoplado en la oreja derecha.

—¿Perdón? Estoy en mi hora lib…

—Amigo… —cubriéndose la boca con la mano— el General está aquí, ¡Apresúrate!

—¡Hombre, ese no es mi t…! —François corta la comunicación antes de que su


compañero termine la queja.

—Es un honor llevarle hasta su reunión —con una voz melódica—, su papel en
Kazán fue excepcional… le admiro.

—Cosas del oficio —mirando alrededor con rapidez.

—Si la situación lo amerita, usted lo hará de nuevo, no lo dudo. «Él arrasó con un
ejército entero de esas cosas, increíble»
—Esperemos que no se repita.

—Eh. Tiene razón ¿Entramos de una vez? «¡Camine, camine!

—Aún no. Antes prefiero ver quien cuidará de mi auto —buscando con los ojos al
afortunado.

«Maldición» —Comprendo, haría lo mismo si fuera el mío —dando medio giro


hacia la izquierda— ¿Y bien? Allí viene mi compañero. Eh, el encargado. «¡Rayos!
¡Pero qué…!» —François saca un dispositivo triangular.
Un hombre relativamente joven se acerca con un paraguas gris, de mediana
estatura y cabello negro —¡General! ¿De verdad es usted? Déjeme saludarle.
«Mierda, sí que está viejo».
—Un gusto —algo sorprendido por su inquietante sonrisa.

—Me llamo…
—Beringer. Eh, gracias por encargarte de mi coche —tomándole del hombro.
Beringer mudo por la interrupción del viejo recobra la postura.

—Ya le escuchaste, así que… por favor —añade François engrosando la voz.
Beringer le devuelve una mirada que encierra un mensaje que solo los dos son
capaces de entender.

—Bien señor, hasta luego. Espero que disfrute del recorrido —finaliza el joven.

François procura mantener la mirada con el objetivo de que el viejo no la desvíe


en la misma dirección —Me gustaría servirle de guía personal, pero eso no está en
el protocolo, hay muchas cosas que deseo mostrarle.

—No hay problema, muchacho —percatándose de las pulsaciones consecutivas


que François lanza sobre el botón.

«Lo que se tarda esta maldita cosa, por supuesto que no Cohen, hoy no» —Todas
las luces de la entrada están apagadas, hay que aguardar un poco. Políticas de
ahorro de energía… —sugiere François arrugando la nariz.

APARTADO N°4
*Los siguientes diálogos están traducidos del francés al español*
Los dos hombres ingresan al complejo por la puerta principal que al cerrarse
produce tremenda resonancia en el salón. La oscuridad se apodera del espacio a la
par que el viejo introduce la mano en el bolsillo. «Enciéndete, ya. Tengo que
llevarle rápido» —Creo que están trabajando en un nuevo reactor —agrega
François. El silencio es casi incisivo, el viejo va incrustando más la mano. A pesar
de no verle en lo absoluto, supone que los ojos de François están sobre él como un
sigiloso carroñero.

—Señor —preparando la garganta para generar mayor impacto—. Bienvenido al


mayor epicentro científico del país. «Bienvenido al infierno en realidad». La
iluminación de las zonas superior, lateral e inferior se activan en un estruendo.
Atraído por el ruido, el viejo observa un escrito de azul encendido en lo alto, en
forma inconsciente va sacando la mano del bolsillo.
- R I U K K T -
Sígame, es por aquí… —mostrando los dientes— preparamos un paseo particular
para usted —abre los brazos dejando vulnerable el pecho—. Aquí debajo se ubica
la recepción, el escritorio es de hormigón recubierto por placas de acero y a media
altura la insignia corporativa. ¿La ve?

—Sí, la veo.

—Me gusta la mesa de cristal alrededor, le da un buen toque «Debe estar afuera
tratando de entrar…»
—No hay nadie allí.

—¿Co-como dijo? —torciendo la boca.

—En la recepción, no hay nadie.

—Sí, oh… —pasándose el dorso de la mano por la nariz— yo soy el recepcionista,


pero estoy aquí con usted obviamente.

—Trabajas solo por lo visto.

«Ojalá, pero tengo que seguir órdenes» —La verdad no, señor. Yo, eh… tengo una
compañera. Lamentablemente —acomodándose el reloj de cobre—, se reportó
enferma.

—Oh, ya decía yo.

«Lo siento, Marina» —François suelta el aire por la nariz.


—Este corredor es… absorbente. Parece que no tuviera fin. —comenta el viejo
tratando de identificar una salida.

François sonríe sutilmente —Esa es la palabra más adecuada, «absorbente». Por


cierto, olv…

Desde el suelo brinca un dispositivo, el viejo sacude el hombro automáticamente y


da un paso hacia atrás. François por su parte, se ajusta las gafas con el índice.
Cuadrangular, grisácea, con ranuras en los extremos y en el centro una pantalla de
cristal líquido. —Olvidé advertirle sobre esta máquina, perdón. «¿Se asustó con
esto?»
«¡Buenas noches! Inserte su identificación, por favor» —una luz parpadeante.

François saca de su bolsillo una tarjeta plateada y la coloca en una ranura.


«Veamos… veamos»
«¡Bienvenida Cohen Rossel Marina Batsheva! ¡Buena jornada!» —el dispositivo
parlante regresa a su agujero de inmediato. El portón ubicado en la izquierda se va
abriendo.

—¿Marina? —añade el viejo moviendo el cuello— Uhm, no tienes cara de Marina.

«¿Qué diablos…?» —Já, evidentemente. Pasa todo el tiempo, ese aparato necesita
algo de mantenimiento.

—Oh, eso debe ser.

«Estuvo cerca, joder…» —tomándose de la correa con las dos manos. El viejo cruza
con normalidad ante la mirada de François, quien le sigue al instante dejando atrás
el ruido del portón.

—Eh, una duda, muchacho.

—¿Cuál?, señor.

—Esa mujer… —pasándose la saliva— Coven Marina…

—Es «Cohen» —viendo fijamente al viejo.

—Perdón, Cohen, y dime… ¿qué edad tiene?

«No lo sé, creo que veintiséis» —Realmente no la conozco. Este lugar es enorme,
así que... —gira la muñeca y esconde el reloj.

—Es que había escuchado ese nombre, no estoy muy seguro.

—De vez en cuando tenemos ese tipo de sensaciones, señor. —cogiéndose el


mentón.

Marina o “La trotamundos” como era llamada en el departamento debido a su


característico despiste. De cabellera larga y caoba con puntas cobrizas, dos
mechones que se extienden cerca de sus ojos sonrientes, de nariz cóncava, labios
borgoña apasionados que cubren dientes pequeños y muy blancos, un mentón poco
pronunciado, de piel lisa y firme que juega con el brillo del entorno; rasgos que
escoltan a una voz aguda inconfundible y un acento foráneo. Empleada del sector
K-O-N, asistente diecinueve segunda.

Ella trató de reintegrar a François al grupo ante la negativa unánime, intentó


demostrarles su «buena onda», una tarea titánica. A todo esto, siempre le
preguntaban por qué lo hacía, nunca llegó a dar una respuesta concreta. Las
sucesivas quejas del sector en contra del joven llegaron a oídos del gerente de
primera línea, Alexandre Fontaine. Como consecuencia, François visitaba la
oficina principal cada cuatro días.

—Muchacho… —con aquella voz lúgubre y raspada.

—Señor, yo eh… ¿está cansado de verme la cara, cierto?

—Al contrario, eres uno de mis mejores hombres —puso la muñeca en el borde
del escritorio—, no es necesario que te sientes, así es mejor.

—Oh, eh… gracias por el cumplido, señor Fontaine. Lamento mucho tener que
venir.

—Levanta la cabeza y escúchame. Lo hemos conversado en muchas ocasiones,


tienes que parar, parar ya. No puedo mermar mi tiempo para decirte lo mismo una
y otra vez. —arrugando la nariz con brusquedad.

—Lo sé, señor. Es muy difícil, pero… lo haré.

—Já —sonríe al menear la cabeza en forma negativa—. Tú no conoces esa palabra,


saliste airoso varias veces, problemas que para la mayoría del departamento son
casi imposibles de resolver —aclaró la garganta con una tosecilla— incluyéndome.
Esto es pan comido, debería serlo… ¿cómo vas con la terapia?

—Parece que lo estoy controlando…

—«¿Parece?», eso no es suficiente, muchacho —alzó la ceja, miró al costado con


rapidez— aunque te felicito por seguir las indicaciones. Aprovechando que estás
aquí, sal y trae a Cohen que está afuera.

—Como diga… señor —respondió François algo sorprendido por el corto sermón.
Fue y abrió la puerta con fuerza, la joven yacía sentada viendo las plantas con las
manos sobre el papeleo.

—Ven, el señor Fontaine quiere hablarte.


—Uhm… —se levantó después de acomodarse el cabello.

—Señorita Cohen, buenos días. Tomen asiento los dos. —mostrando la mano.

—Muy buenos días, señor Fontaine… —agregó Marina con una sonrisa totalmente
forzada.

—No ponga esa cara señorita, nada malo ha pasado con usted.

—Oh… —ella volteó a la izquierda, observó a François levantarle las cejas.

—Ahora préstenme atención… —colocando los brazos sobre la mesa.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, chico? —el viejo rompiendo el silencio.

—Eh, ¿cómo dice? Ah… cerca de seis años. —François contesta con un tono
apagado.

—Es mucho.

—Sí pero, estoy bastante… contento. «En realidad me quedo por el sueldo. Ni
siquiera me agrada esta gente.»
—Te felicito. Eh… ¿Cómo te llevas con tus colegas?

—¿Bien?, de hecho. «¿Por qué me interroga?»

—Eso es importante.

—Concuerdo con usted… señor. «Solo me han traído problemas».

—¿Puedes decirme qué es lo que hacen en este lugar? —intentando ver a través de
las ventanas.

—Por supuesto —inclinándose hacia la derecha— por aquí. «Ahora es momento»

Llegan a un punto en donde los pasillos se dividen en compuertas cada siete metros,
desplegando inteligencia artificial muy bien lograda. Ante la incandescencia de las
bombillas el viejo cubre sus ojos en repetidas ocasiones, el muchacho hace un gesto
con la ceja casi imperceptible —Lo siento, señor. Estas luces suelen fastidiar a los
visitantes, con el tiempo uno se llega a acostumbrar, descuide. «Pues no será la
última vez que llegue».

—François, ¿en dónde están? —irrumpe una voz por el comunicador.


—Oh… no tan lejos de «Zerg».
—Perfecto, estamos preparando todo desde aquí —finalizando el mensaje.
François se percata que le lleva un metro de distancia al viejo y se detiene —Están
muy contentos por su visita, señor.

—Uh. Quisiera compartir esa emoción —añade al instante.


«Vaya anciano… se parece a mí en ese sentido» François sonríe por un lado de la
cara —Lo hará, no lo dudo.

APARTADO N°5
*Los siguientes diálogos están traducidos del francés al español*
Se introducen a una habitación medianamente grande, con dos filas de puertas de
acero en paralelo, diferenciadas por coloridas etiquetas en la parte superior. El
suelo está recubierto por un enorme bloque de cerámica pulido que refleja las
figuras de los caminantes. El viejo gira la cabeza en ambas direcciones para
observar algún inusual detalle. Un robot enano se le acerca por detrás rozándole el
tobillo, produce una serie de sonidos en forma irregular. El viejo empieza a
recordar el monstruoso aspecto de François y estira el cuello de su camisa con
sutileza.

—¡Vete de aquí! «Maldita chatarra» —replica François alzándole la voz al robot—


Bien… le hablaré sobre los orígenes de RIUKKT, señor —centrándose las gafas—
desde el principio de los tiempos el hombre ha intentado… —se luce con una
lección de historia soltando palabras sin cesar. Salen del cuarto.
Vidrios templados rodean las oficinas y, detrás de éstos, láminas de seguridad que
ahuyentan cualquier intento de curiosidad, el viejo solamente alcanza a distinguir
las cuantiosas hileras de bombillas. Por debajo, líneas viajan entre las oficinas
conectándolas entre sí, cada una con un matiz derivado del azul. Las habitaciones
están enumeradas por inscripciones que van desde 203-D hasta 208-D.

—Por ello la institución ha visto la luz hace… —continúa François. El viejo tiene
un bajo interés en su discurso pues para él es simple relleno, es de admirar su
incredulidad, fruto de sus arcanas experiencias. —… esa es nuestra misión como
entidad gubernamental. «Espero que lo haya convencido» —cierra el joven
tomándose el pecho.

—¿Qué tan cercana es su relación con el Estado francés? —agrega el viejo dando
un giro de noventa grados hacia François.

—A pesar de que somos un organismo privado e internacional, nuestros lazos


diplomáticos con Francia nos exigen coaccionar junto al Ministerio de Enseñanza
Superior, Investigación e Innovación —levantando las cejas— Muy muy cercano,
respondiendo a su pregunta. «Pensé que ya lo sabía»
—¿Con el MESR?, oh…

—Así es señor, sigamos caminando… ¿recuerda que combatió al lado del


escuadrón de la Alianza internacional?

—¿Alianza internacional? —acomodando su monóculo— ¿Ese grupo de niños


con…? —el viejo suelta una carcajada al aire, empieza a toquetear su rebosante
barba. François, por su parte, se dedica a golpear el suelo con el cuero mientras le
examina. En las esquinas del salón, esferas de cristal arrojan un gas de color cerúleo
que cubren todo el recipiente y viajan a través de estrechas tuberías hasta
desaparecer por el techo.

François se lleva la mano a la oreja derecha «Tienes que asegurarte, amigo» —¿Ha
oído del infortunio que sufrió el presidente? El país está conmocionado.

—¿Qué…? ¿Infortunio, dices? —con una expresión de talla siniestra.

—¿No se ha enterado? Fue anoche, está en todos los medios.

—Pero ¿Qué fue lo que le ocurrió?


—Los rumores dicen que estuvo involucrado con gente de uno de los clanes más
peligrosos de… —en voz baja— “God of porcelain”.

—¿A qué clan te refieres precisamente?

—No lo sé, señor… creo que no quieren que sepamos. Sin embargo, es un grupo
con el que nadie debería cruzarse —advierte François metiéndose ambas manos en
los bolsillos.

—Quizá sea una exageración.

—Uhm… ellos suelen dedicarse a la distribución de materia ‘’H.H’’ para la ‘’Web


profunda’’, puesto que son propietarios de casi la tercera parte del cibermundo.
Tienen una fama increíble por sus atrocidades, se cree que han trabajado en
conjunto con el gobierno para…

—Oh, ¿me dices que están conspirando en contra del país?

—Solo son especulaciones, señor. Aún no se han determinado la causa y culpables


exactos de la desaparición del funcionario.

—Es cuestión de tiempo, hiciste bien en apagar tu comunicador.

«¿Cómo se dio cuenta?» —Lo encenderé ahora mismo —mirando al viejo. Los dos
se detienen ante una puerta metálica, nuevamente François obtiene el acceso y
cruzan. El corredor es mucho más angosto y el aire, más gélido. El viejo decide ver
a través de las ventanas del pasillo, una fuerte impresión le envuelve, un cuarto de
una profundidad abismal.

- Sector: Z-E-R-G -
El laboratorio de genética molecular está repleto de incubadoras con filtros de aire
exterior, ventanas para la manipulación y sofisticados sistemas de monitoreo que
incluyen el control de peso, respiración, actividad cardíaca y cerebral. Cámaras
relativamente grandes conservan la temperatura, humedad y otras condiciones en
grado óptimo, poseen concentraciones de dióxido de carbono (CO2) y oxígeno (O)
en el interior para mantener y desarrollar cultivos microbiológicos o celulares.

Por allí también circulan drones con luces parpadeantes construidos a base de
fibras de carbono, programados para supervisar el funcionamiento de las máquinas.
El viejo las considera como monstruos de hojalata que aguardan su momento para
cobrar vida y aniquilarlo totalmente. Por la ventana observa cómo se va
desarrollando una notable abertura en el suelo que deja ver una especie de máquina
madre de proporción colosal en el centro.

—¿Qué demonios es eso…? —agrega el viejo sin separar los labios.

Aquel prototipo “BIG MOM” ostenta una forma cilíndrica, elaborada de aceros
bajos en carbono, ideal para la alta resistencia mecánica y el degaste. En la parte
superior, gobierna una cúpula de vidrio ultra resistente tan dura como el hierro.
En esta bóveda un tejido de carne rebosante de filamentos largos descansa en una
viscosa sustancia turquesa. Posee en los lados grandes placas de acero que soportan
altas temperaturas y corrosión. En la parte inferior ascienden picos en dirección
diagonal hacia el centro, cuyo orificio es lo suficientemente grande para que un
elefante adulto pueda atravesarlo. De allí cae un líquido de una textura espesa hacia
un recipiente ubicado por debajo que, al llenarse cede su lugar al próximo
repitiendo el proceso automáticamente.

El viejo queda con la cabeza punzante de preguntas a raíz del acto, voltea hacia
François, quien está acariciando el reloj de cobre. El joven agrega con un aire
confiado —Increíble, ¿cierto? Nuestra organización se siente orgullosa de este
último logro conseguido por los científicos más respetados del país en el campo de
la genética… por favor, sigamos… «Ni siquiera yo tengo idea de que es esa cosa
gigante» —apoyando su mano sobre la espalda del viejo.
Finalmente se detienen ante una compuerta particularmente diseñada, sin duda la
excentricidad del artista no pasó desapercibida. —Llegamos, señor Fontaine —
afirma François a través del comunicador. La señal se corta espontáneamente.
Antes de pronunciar cualquier otra palabra, las ventanas que habían dejado atrás
se cierran por completo de manera implacable, arrojando un rumor seco que
espanta al viejo. François Laserre le clava una mirada con determinación
abrumadora «Se acabó, a ver cómo escapas de esta Cohen».

La compuerta luce como el renacimiento espiritual de un antiguo emperador, que


llega a reclamar lo que le pertenece, gloriosa —Señor, fue un placer haberle traído
hasta aquí.

—Lo recordé, muchacho —comenta el viejo haciendo un chasquido.

—Uh, ¿qué fue lo que recordó?


—Cohen, Cohen Marina…

—¿Eh…? —François se sube las gafas que estaban al nivel de las fosas nasales.

—Su hermana, ella es su hermana —el viejo sonriendo.

—¿Mi hermana? Se equiv…

—Por supuesto que no, chico —haciendo un gesto con la boca— ella es la hermana
de Calev Cohen, el número uno.

—Oh, supongo que sí. «¿Cómo diablos la conoce?»

—Vaya… no creí que terminaría trabajando para quienes le hicieron tanto daño a
su propia familia.

APARTADO N°6
Al dar un par de pasos fuera del auto, muy temblorosa y quejándose de la
incomodidad que le producen los tacones de punta fina, desenfunda su fiel
paraguas. Marina observa cerca de la puerta principal al anciano y a François frente
a frente, sin que ellos notaran su presencia, se aleja hacia una puerta secundaria
mientras piensa en cómo recibir al viejo. Con una encantadora sonrisa de las que
secuestran a los hombres y les llevan a las profundidades del océano empieza a
ensayar sus líneas, mostrando cada vez más los dientes a tal punto de incomodar a
cualquiera.

—Camina con normalidad… eso es, eso es… no voltees —escondiéndose detrás de
las estatuas— ¡No! No voltees… ¡Ya casi, ya casi! Un poco más… —a pocos metros
de aquella puerta que le concedería una oportunidad y la evasión de un eventual
regaño o algo peor, un despido fulminante.

Su pie derecho tropieza y cae golpeándose la frente contra el pórtico, siente un


ligero estremecimiento. El paraguas se le resbala del tacto y cae cerca de ella
reduciéndose a un complejo dispositivo del tamaño de un puño. Se levanta algo
aturdida, lo recoge y acciona el botón, robándole lo que le queda de suerte
funciona. Bañada en gotas de lluvia y sudor, busca la tarjeta de identificación en la
cartera.

—¡Aghr! Pero… ¡No!, ¿Dónde la puse? —revolviendo los bolsillos—, ¡Esta es! ¡No,
Dios!, eso… ¡Eso me ocurre por ser una completa desordenada! Sé que andas por
aquí pequeña... ¿Uh?… ¡Oh, aquí está!

En ese insólito momento y con la tarjeta en la mano, gira su cabeza rompiendo su


propia condición. Logra ver a François fijamente a los ojos, un rostro semejante al
de un cadáver con una vaga mezcla de enojo y placer. Por otro lado, el viejo ignora
a la joven y se distrae con el gran portón que acaba de abrirse. Un poco aliviada al
creer que el General no se percató de ella, toma la tarjeta y la introduce por la
ranura de la puerta metálica.

«francés» ¡Error! ¡Inténtelo una vez más! —un texto se desplaza a través de la
oscura pantalla.

—¿Ah? ¡¿Por qué?! —luego de la segunda vez.

—¡¿Por qué no la reconoce?! —pasando la tarjeta una tercera y cuarta vez en menos
de un segundo. Su respiración se precipita en forma ligera. Gira buscando a
François, no obstante, había desaparecido con el viejo. Vuelve a pasar la tarjeta
unas tres veces más, es inútil. La joven con los ojos completamente agrandados
trata de maquinar soluciones rápidas. La tarjeta se le escapa de entre los dedos y
desciende hasta el suelo.

—Me estás jod… —antes de pronunciar cierta blasfemia, se cubre la boca con las
manos manchadas por el polvo de la caída, se había enrojecido. Todo alrededor le
parece ser partícipe de la cruel broma, lluvia, arbustos, insectos, viento, hasta la
misma edificación.

—Me lo merezco… nunca debí salir —mientras la lluvia acribilla su paraguas. A


Marina solo le queda ver como las gotas hacían puntillismo sobre el pavimento.
Alza la tarjeta a la altura de la nariz y la analiza con exactitud, repentinamente sus
cejas se contraen formando pequeñas arrugas sobre el tabique.
—No puede ser… —volteando la tarjeta— ¡No! ¡No puede ser verdad! ¡¿Por qué
tengo la bendita tarjeta de François?! Claro que no… —sonriendo con
nerviosismo— él no sería capaz de hacer algo así.

El rostro de Marina pierde vestigio de expresión humana y en cuclillas se queda


viendo la puerta por un corto período. Sus ojos empiezan a vibrar con agresividad,
el iris va transmutándose a un rojo incandescente y abrasador. Agarrando la tarjeta
con ferocidad deforma el aluminio con los dedos, éste se escurre en un líquido
plateado. Aunque la toxicidad del material es evidente su piel está intacta, de ella
emana un vapor indomable que ni siquiera la lluvia logra aplacar. El calor se
extiende por el brazo hasta la espina dorsal, desde allí la energía se dispara hacia
sus demás extremidades. Marina arde a más de cincuenta grados centígrados y su
mano izquierda supera los seiscientos. Su cabeza está totalmente vacía, su mente la
abandonó de la manera más abyecta. Un primitivo instinto la mantiene todavía
consciente y de rodillas. El puño del paraguas se deshace, el resto cae
simultáneamente con el tronar de artillería de un rayo cercano.

—Eh, disculpe. Déjeme cubrirla, señorita. —dice un hombre de cabello negro


acercándose con un paraguas gris.

EL AUTOR
“¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la
vida más fácil nos aporta tan poca felicidad? La respuesta es esta, simplemente
porque aún no hemos aprendido a usarla con tino”.
Albert Einstein.

- Siguiente episodio: “El último contraataque”.

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