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al dia siguiente en la playa; de alli nos iriamos a Guanténamo, y al me ayudaria a escaparme por la base naval. Esa noche me reun{ con Hiram Pratt y con Coco Sali. Le comuniqué a Hiram Pratt mi decisién de irme del pais en una lancha por la base naval de Guantnamo. Fue un acto de extre- ma inocencia, indiscutiblemente; en Cuba no se puede confiar ingiin secreto. El caso es que al dia siguiente por la mafana, me levanté bien temprano. Ya le habia entregado mi méquina de escribir a los hermanos Abreu y ellos me habian conseguido algan dinero para irme a Guantinamo. La policia, sin embargo, habia madrugado mas que yo. Senti un toque en la puerta y me asomé por el baloén. Habia varios policias rodeando la casa; entraron, y al momento me arrestaron, Fui tratado con violencia innecesaria. Me dieron gol- pes, me quitaron la ropa para ver si Ilevaba algin arma, me hi- Geron vestir de nuevo y me condujeron al carro patrullero. En el momento en que me montaban en el carro mi tia abrié la puerta; vi su rostro radiante y su mirada de complicidad dirigida hacia aquellos policias que me arrestaban. Me Ilevaron a una celda de una estacién de policia de Mira- mar. Habia alli mas de veinte detenidos. Antes de entrar fui in- terrogado brevemente; los interrogatorios mayores vendrian des- pues, El interrogador me pregunté la causa de mi arresto. Yo le contesté que no lo sabia, que estaba libre bajo fianza y que, por tanto, mi arresto eta ilegal. Eso basté para que el interrogador me cayera a golpes. 184 | i | i La fuga En Ja celda no habia bafio y los detenidos pedian permiso constantemente para pasar al mismo, que quedaba fuera. El po- licfa se quedaba en la puerta custodiando a los demés con el candado en la mano. En un momento dado en que el policia estaba en esa posicién, Hegé otro policia anunciando que habia traido café, un privilegio en Cuba, donde el café esté racionado a tres onzas por mes, Aquella vox desat6 una tremenda algarabia dentro de la estacién; todos los policias se lanzaron sobre el termo. También el que cuidaba la reja se fue hacia alld, dejando el candado puesto en la reja, pero abierto, Rapidamente, des- corti el candado y en cuclillas me escapé de la prision. Sali corriendo por la puerta de atrés que daba al mar, me desprendi de la ropa y me tiré al agua; yo era entonces un buen nadador. Me alejé de la costa y nadé hasta el Patricio Lumumba, cerca de la casa de mi tia, Ali vi a un amigo con el cual habia tenido algunas aventuras erdticas, le conté lo ocurrido y él se las arreglé para conseguirme en la caseta de los salvavidas de la playa, un short. Me presenté de esa forma, inmediatamente, en la casa de mi tia. Ella quedé absolutamente asombrada de verme llegar a la casa, cuando hacia s6lo un rato habia salido arrestado en un carro patrullero. Le dije que todo habia sido un error que se habia aclarado répidamente, y que slo ten{a que pagar una mul- ta y habia ido a buscar el dinero. Mi dinero ya no estaba alli; mi tia se habia apoderado de &l y se lo pedi, casi con violencia, Un poco intimidada, me devoivié sélo la mitad. Corti a la playa para encontrarme con mi amigo el negro, pero, en su lugar, la playa estaba Ilena de policias. Evidentemen- te, me buscaban. Por suerte no se les ocurrié ira buscarme a mi casa y pude recoger el dinero y destruir todo lo que hubiera alli que pudiese comprometerme. El amigo que me consiguié el short 185 me escondié en una de las casetas de la playa y caminé hasta cerca de mi casa comprobando que estaba custodiada por poli- cias con perros. Me dijo que me lanzara al mar y que me escon- diera detras de una boya, porque alli los perros no podrian des- cubrirme. Alli estuve todo el dia y por la noche mi amigo me hizo una seita que podia salir del agua y me compré una pizza con su dinero; el mio estaba completamente empapado. Me es- condié en la caseta de los socortistas. Al otro dia, toda ta playa estaba lena de policias que me buscaban; era dificil salir de mi escondite, Mi amigo consiguié una goma de automéyil, una lata de frijoles y una botella de ron. Ya de noche caminamos por entre los pinares hasta la playa de La Concha. El me habia con- seguido también unas patas de sana y la Gnica solucién era que yo abandonata el pais en aquella goma, Antes de tirarme al mar, cogt el dinero que tenia y lo escondi cerca de la costa en un montén de piedras. Mi amigo y yo nos despedimos. «Mi herma- no, que tengas suerte», me dijo. El estaba llorando. Yo me amarré la goma al cuello con una soga; él la habia preparado de modo que yo me pudicse sentar en ella, con un saco debajo. En una bolsa, también de saco, me habia metido una botella de aguardiente y la lata de frijoles negros. Deposité todo aquello en el fondo de la camara y me introduje en el mar. Tenia que irme de alli huyendo por aquella misma playa donde habia pasado los més bellos aftos de mi juventud. ‘A medida que me alejaba de la costa, el mar se hacia més violento; era ese oleaje tumultuoso de noviembre, que anun- cia la llegada del invierno. Estuve alejindome toda la noche; a merced del oleaje, avanzaba lentamente. A cinco o seis kilé- metros de la costa, comprendi que era dificil que Megara a algin sitio. En alta mar comprendi que no tenia forma de abrir aquella botella y ya tenia las piernas y las articulaciones casi congeladas. De repente, en la oscuridad surgié un barco y se dirigié di- rectamente hacia mi. Yo me lancé al agua y me escondi debajo de la cdmara. El barco se detuvo a unos veinte metros de mi y sacé un enorme garfio, que parecia como un cangrejo gigantesco y lo hundid en el agua, Era, al parecer, un arenero que trataba de sacar arena alli; yo sentia sus voces, sus risas; pero no me vieron. 186 = SECC eee eer ee ee eee a ee eee Comprendi que no podia seguir avanzando; més allé se vela una linea de fuces a lo lejos; eran los guardacostas, los barcos pescadores, o los demis areneros, que formaban casi una muralla en el horizonte. Fl oleaje se hacia cada vez més fuerte. Tenia que tratar de regresar. Recuerdo que algo brillaba en el fondo y senti miedo de que algin tiburén pudiera comerme las piernas que, desde luego, lle- vaba fuera del agua, Unas pocas horas antes del amanecer me di cuenta de que aguello era un absurdo, que la propia cémara era un estorbo, que casi podia llegar primero a Estados Unidos na- dando que con aquella goma, sin remos ni orientacién. Abando- né la goma en el mar y nadé durante mis de tres horas hacia la costa con la bolsa que contenia la botella y la lata de frijoles amarrada a la cintura, Estaba casi paralizado y mi mayor temor era que me diese un calambre y me ahogase. Llegué a la costa de Jaimanitas y vi unos edificios vacios. Me meti en uno de ellos; nunca habia sentido ua frio mis intenso, ni una soledad tan grande, Habia fracasado y en cualquier mo- mento me arrestarian, $6lo me quedaba una posibilidad para es caparme: el suicidio; rompi fa botella de ron y con los vidrios me corté las venas. Desde luego, pensé que era el fin y me tiré en un rincdn de aquella casa vacia y poco a poco fui perdiendo el sentido. Pensé que aquello era la muerte. Como a las diez de la mafiana del otro dia me desperté; pensé que habia despertado en otro mundo. Pero estaba en el mismo lugar donde habia intentado suicidarme sin resultados. Al pare- cer derramé bastante sangre pero, en un momento dado, dejé de sangrar. Con los vidrios de la botella abri la lata de frijoles; aque- Ilo me fortalecié en algo. Después, enjuagué las heridas en el mar. Cerca de alli habia venido a parar la goma. Comencé a caminar por aquella playa un poco sin sentido y de momento me encontré a un grupo de hombres pelados al rape, tirados en el suelo, Me miraron un poco extrafiados pero no dijeron nada. Comprendi que eran trabajadores forzados, pre- sos de una granja del Reparto Plores. Pasé frente a ellos descalzo, con los brazos Ilenos de heridas; no podian pensar que se trata ba de un simple bafista. Llogué hasta La Concha para rescatar el dinero ue habia escondido alli en las rocas. Cuando me dirigi al lugar donde tenia el dinero, alguien me 187 Ilam6; era mi amigo, el negro, que me hacia sefiales para que me acercara. Rapidamente le conté todo lo que me habia pasado y @ me dijo que atin podiamos imos de inmediato para Guanté- namo; él era de Guantinamo y conocia toda la zona. Tirados bajo unos pinos, él me dibujaba toda la zona de Caimanera en la arena y me explicaba cémo podria hacer para llegar hasta la base naval norteamericana. : Lo importante ahora cra conseguir alguna ropa. Alli encon- tréa uno de mis primes y le conté que necesitaba ropa. Me dijo aque la policia me estaba buscando por todos aquellos sitios. Era increible le torpeza de la policia; me buscaban por todos aque~ llos sitios por los que yo andaba caminando. Mi primo me dijo aque iba a hacer el intento de traérmela, Dejé a la muchacha con la que estaba y al poco rato regres6 con una muda completa de ropa. Fue un gesto de bondad que no tenia por qué haber teni- do conmigo, por lo que me sorprendid Me vest! ripidamente y fai con mi amigo el negro para su casa, que era en el reparto Santos Suirez, Era una casa enorme, llena de vitrinas. El negro me pelo casi al rape, transformindo- me en otta persona, Realmente, cuando me miré en el espejo quedé espantado. Mi pelo largo habia desaparecide y tenfa ahora cl pelo muy corto y con una raya al medio. También la camisa que me habia dado mi primo desaparecié y me dio una més ris- fica, Segin él, sélo ast podria llegar hasta Guantinamo sin set detenide. : : ‘Con el dinero que yo tenia y un poco més que le dio a 4 su abuela, fuimos para la terminal de trenes. No era facil conseguir tun pasaje para Santiago de Cuba 0 Guantinamo, porque siem- pre habia que hacer las reservaciones con mucho tiempo de an- telacidn. Pero él se las arreglé para hablar con un empleado, din- dole algin dinero. Me vi de pronto otra vez en uno de aquellos lentos y calen- turientos trenes camino de Santiago de Cuba. El negro, inme- diatamente, hizo amistad con todos los que ibamos sentados en el mismo asiento; habia comprado una botella de ron y empezé a tomar. Me dijo en un momento que lo mejor era hacer amis: tad con todo el mundo para pasar inadvertido. Durante todo el viaje, que duré tres dias, estuvo tomando, invitando a los demas, riendo y haciendo chistes. Enseguida se 188 L i hizo amigo de otros negros, algunos muy bellos, por cierto. Yo hhubiera querido poder bajarme en un hotel y hacer el amor con el negro como lo haciamos en Monte Barreto; siempre en los momentos de peligro he tenido la necesidad de tener @ alguien a mi lado. El negro me dijo que era dificil conseguir un hotel en Santiago, que tal vez cuando llegéramos a Guanténamo podri: mos hacer algo. En Santiago tenfamos que coger un émnibus hasta Guanté- namo. En Santiago comimos algunas croquetas del cielo, como se les lamaba en Cuba a aquellas croquetas que se vendian en las cafeterias, porque tenian la propiedad de pegarse en el cielo de la boca y de alli nadie podia desprenderlas. Llegamos a Guanténamo, un pueblo que me parecié espan- toso, mas chato y provinciano que Holguin. El negro me con- dujo aun solar, donde el ambiente era de delincuentes. Alli me dijo que me quitara toda la ropa; me habia conseguido otras ain mis risticas y me pidié que le dejara todo el dinero; no tenia sentido que, si iba a entrar al tertitorio de Estados Unidos, lo hiciera con aquel dinero cubano. Aquello, realmente, no me ‘gusté, pero qué podia hacer. Me condujo a la terminal de ém- nibus donde partia la guagua hacia Caimanera y no quiso ir conmigo en el viaje; me habia dado ya las orientaciones perti- nentes: bajarme en el primer punto de control, tomar hacia la derecha rumbo al rio, caminar por la costa hasta ver las luces, esperar lz noche escondido en los matorrales, cruzar el rio. a nado y seguir caminando por la otra orilla hasta llegar al mar, pasar el dia escondido alli y a la noche siguiente tirarme al agua y nadar hasta la base navai No me fue dificil pasar inadvertido en la guagua; el negro habia tenido razén al disfrazarme de aquel modo. Cuando me bajé de la guagua caminé a rastras para que no me vieran duran- te muchas horas. A media noche, mientras me arrastraba por aquellos matorrales salvajes, las codomices y otras aves salian asus- tadas. Yo seguia gateando. De pronto, senti un estruendo; era el rio. También senti una inmensa alegria al ver aquellas aguas; mi amigo no me habia engaiiado, alli estaba el rio. Segui caminan- do por toda su orilla; el lugar era verdaderamente pantanoso; yo levaba en la mano un pedazo de pan que el negro me haba dicho que sostuviera hasta el momento de tirarme al agua. De 189

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