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origen naturalista; el segundo, las cualidades que les corresponden; el


tercero, los humores; el cuarto, las estaciones respectivas, que les son
afines; los dos últimos, los temperamentos del hombre y su relativa dispo-
sición a las enfermedades. También se podrían agregar las correspondien-
tes edades del hombre, pero es algo que resulta obvio, dada la perfecta
coincidencia con las estaciones).

Este esquema tan claro, que conciliaba instancias opuestas, y la lúcida


síntesis de doctrinas médicas que se basaba en él, garantizaron al tratado
un enorme éxito. Galeno defenderá la autenticidad hipocrática del conte-
nido de este escrito y lo complementará con una elaborada doctrina de los
temperamentos, con lo cual este esquema se transformó en un hito dentro
de la historia de la medicina y en punto de referencia durante dos mil
años.
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Juro ante A polo médico y ante Asclepio y ante Higía y ante Panacea y ante los dioses
todos y las diosas, llamándolos a testim onio, mantenerme fiel en la medida de mis fuerzas y
de mi juicio a este juramento y a este pacto escrito. Consideraré a quien me ha enseñado este
arte igual que a mis propios padres y pondré en común con él mis bienes, y cuando tenga
necesidad de ello le reembolsaré mi deuda, y a sus descendientes los consideraré como
hermanos y les enseñaré este arte, si desean aprenderlo, sin compensación alguna ni compro-
misos escritos; trasmitiré las enseñanzas escritas y verbales y cualquier otra parte del saber a
mis hijos, así como a los hijos de mi maestro y a los alumnos que han subscrito el pacto y el
jurado de acuerdo con la costumbre médica, pero a nadie más. Utilizaré la dieta para ayudar
a los enfermos en la medida de mis fuerzas y de mi juicio, pero me abstendré de producir
daño e injusticia. No daré a nadie ningún fármaco mortal, aunque me lo pida, ni jamás
propondré tal consejo: igualmente, no daré a las mujeres pesarios para provocar el aborto.
Conservaré puros y santos mi vida y mi arte. Tampoco operaré a quien sufra cálculos rena-
les, sino que dejaré actuar a hombres expertos en esta práctica. A cuantas casas entre, iré a
ayudar a los enfermos, absteniéndome de llevar voluntariamente injusticia o daño, y espe-
cialmente de todo acto de lujuria sobre los cuerpos de mujeres y hombres, libres o esclavos.
Cuantas cosas vea y oiga en el ejercicio de mi profesión, e incluso fuera de ella, en mis
relaciones con los hombres, si no tienen que divulgarse a los demás, las callaré com o si
fuesen un secreto sagrado. Si me mantengo fiel a este juramento y no lo olvido, que me sea
dado gozar lo mejor de la vida y del arte, considerado con honor por todos y para siempre.
En cambio, si lo transgredo y soy perjuro, que me suceda lo contrario a esto.

Quizás no todos sepan que, aún hoy, los médicos pronuncian el Jura-
mento de Hipócrates: tanto debe a los griegos la civilización occidental.

5. E l t r a t a d o «S o b r e l a n a t u r a l e z a d e l h o m b r e » y l a d o c t r in a
DE LOS CUATRO HUMORES

La medicina hipocrática ha pasado a la historia como aquella que se


basaba sobre la doctrina de los cuatro humores: sangre, flema, bilis y
atrabilis.
Ahora bien, en el Corpus Hippocraticum hay un tratado titulado La
naturaleza del hombre, que codifica de forma paradigmática esta doctrina.
Los antiguos lo consideraron como obra de Hipócrates, pero al parecer su
autor fue Polibo, yerno de Hipócrates. Por otro lado, la rígida sistematiza-
ción de este tratado sobre La naturaleza del hombre no está en línea con lo
que se afirma en La antigua medicina. En realidad, lo que Hipócrates
decía en La antigua medicina exigía un complemento teórico, un esquema
general que suministrase el marco ordenador de la experiencia médica.
Hipócrates había hablado de «humores», sin definir de un modo sistemáti-
co su número y sus cualidades. También había mencionado la influencia
del calor, del frío y de las estaciones, como hemos visto, pero sólo como
variables del medio ambiente. Polibo combina la doctrina de las cuatro
cualidades, que procedía de los médicos itálicos, con las doctrinas hipocrá-
ticas oportunamente desarrolladas, y extrae el marco siguiente. La natura-
leza del cuerpo humano está constituida por sangre, flema, bilis y atrabi-
lis. El hombre está sano cuando estos humores se hallan recíprocamente
proporcionados en propiedades y cantidades y la mezcla es completa. En
cambio, está enfermo cuando hay un exceso o defecto y cuando desapare-
ce aquella proporción. Con los distintos humores se corresponden las
cuatro estaciones, así como el calor y el frío, lo seco y lo húmedo.
El gráfico siguiente sirve para ilustrar estos conceptos y añade algunas
explicitaciones adicionales (el primer círculo representa los elementos de
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todo esto, y se incluye también el calor, que participa de la fuerza del


factor dominante y que junto con él se agrava y crece, pero en sí mismo no
posee más propiedades que las que le son peculiares.»
El conocimiento médico consiste en un conocimiento exacto y riguroso
de la dieta más conveniente y de su justa medida. Esta precisión no puede
derivar de criterios abstractos o hipotéticos, sino sólo de la experiencia
concreta, de la sensación del cuerpo (lo cual suena como una especie de
eco de Protágoras). El razonamiento, por consiguiente, no versará sobre
la esencia del hombre en general, sobre las causas de su aparición, o cosas
similares; tendrá que versar, en cambio, sobre qué es el hombre como ser
físico concreto, que tiene relación con lo que come, con lo que bebe, con
su régimen específico de vida, y factores de este tipo: «Considero de veras
que una ciencia de algún modo cierta, acerca de la naturaleza, no puede
derivarse de otra cosa que no sea la medicina, y que sólo podrá adquirirse
cuando haya sido explorada por completo la propia medicina, utilizando
un método correcto; pero de esto se está muy lejos, me refiero a conquis-
tar un saber exacto sobre lo que es el hombre, sobre las causas que deter-
minan su aparición, y otras cuestiones similares. Me parece necesario que,
al menos, el médico sepa esto sobre la naturaleza y haga todo el esfuerzo
por saber, si quiere de alguna forma cumplir con sus deberes, qué es el
hombre en relación con lo que come y lo que bebe y a todo su régimen de
vida, y qué consecuencias se derivan de cada cosa para cada uno...
Las Epidemias (que significan «visitas») muestran en especial aquella
precisión que Hipócrates exigía del arte médico y el método del empiris-
mo positivo en funcionamiento, como descripción sistemática y ordenada
de diversas enfermedades, único elemento que podía servir de base a
aquel arte. Esta obra gigantesca rezuma toda ella el espíritu que, como se
ha advertido con acierto, se condensa en la máxima que sirve de comienzo
a la célebre colección de los Aforismos : «La vida es breve, el arte es largo,
la ocasión, huidiza, el experimento, arriesgado y el juicio, difícil.»
Recordemos finalmente que Hipócrates codificó el pronóstico que
—como se ha señalado— representa en el contexto hipocrático una sínte-
sis de pasado, presente y futuro: sólo si enfoca el pasado, el presente y el
futuro del enfermo, podrá el médico proyectar la perfecta terapia.

4. E l « Ju r a m e n t o d e H i pó c r a t e s »

Hipócrates y su escuela no se limitaron a otorgar a la medicina el


estatuto teórico de ciencia, sino que llegaron a determinar con una lucidez
realmente notable la dimensión ética del médico, el ethos o personalidad
moral que lo debe caracterizar. Además del trasfondo social que se cons-
tata a la perfección a través de la conducta que se expone explícitamente
(en la antigüedad, la ciencia médica se trasmitía de padres a hijos, relación
que Hipócrates asimila a la existente entre maestro y discípulo), el senti-
do del juramento se resume mediante la proposición que en términos
modernos expresaríamos así: médico, recuerda que el enfermo no es una
cosa, ni un medio, sino un fin, un valor, y por tanto condúcete en coheren-
cia con ello. He aquí el Juramento de Hipócrates en su integridad:
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depende, por lo tanto, del conocimiento del conjunto de estas variables,


lo cual significa que para entender una parte es preciso entender el todo al
cual esta parte pertenece. La naturaleza de los lugares y de los rasgos de
éstos incide sobre la constitución y sobre el aspecto de los hombres y, por
consiguiente, sobre su salud y sus enfermedades. El médico que quiere
curar al enfermo debe conocer estas correspondencias con precisión.
2) La otra tesis (que es la más interesante) afirma que las instituciones
políticas también influyen sobre el estado de salud y sobre las condiciones
generales de los hombres: «Por estas razones, en mi opinión, son débiles
los pueblos de Asia, y además por sus instituciones. En efecto, la mayor
parte de Asia se halla regida por monarquías. Allí donde los hombres no
son señores de sí mismos y de sus propias leyes, sino que están sujetos a
déspotas, no piensan ya en cómo adiestrarse para la guerra, y sí en cómo
parecer ineptos para el combate.» La democracia, pues, templa el carácter
y la salud, mientras que el despotismo produce el efecto contrario.

3.3. El manifiesto de la medicina hipocrática: «la antigua medicina»

Hemos dicho antes que la medicina adeuda muchas cosas a la filosofía.


Ahora es necesario precisar un poco más esta afirmación. La medicina,
que surgió en el contexto del esquema general de racionalidad instaurado
por la filosofía, pronto tuvo que marcar distancias con respecto a ésta,
para no ser reabsorbida por ella. Por ejemplo, la escuela médica itálica
había hecho uso de los cuatro elementos de Empédocles (agua, aire, tie-
rra, fuego) para explicar la salud y la enfermedad, la vida y la muerte,
cayendo en el dogmatismo que olvidaba la experiencia concreta y que
Hipócrates considera muy perjudicial. La antigua medicina es una denun-
cia de este dogmatismo y reivindica para la medicina un estatuto antidog-
mático, independiente de la filosofía de Empédocles. Hipócrates escribe:
«Todos los que se han dispuesto a hablar o a escribir de medicina, funda-
mentando su propio razonamiento en un postulado, el calor o el frío o lo
húmedo o lo seco o cualquier otro que hayan escogido, simplificando en
exceso la causa originaria de las enfermedades y de la muerte de los
hombres, atribuyendo a todos los casos la misma causa, porque se basan
sobre uno o dos postulados, ésos se hallan patentemente en el error...»
Hipócrates no niega que estos factores intervengan en la aparición de
las enfermedades y de la salud, pero intervienen de un modo muy diverso
y estructurado, porque en la naturaleza todo se halla mezclado entre sí
(adviértase cómo Hipócrates se vale con habilidad del postulado de Ana-
xágoras según el cual todo está en todo, precisamente para derrotar los
postulados de Empédocles): «Cualquiera, empero, podría decir: “Sin
embargo, quien se halla calenturientamente debido a fiebres ardientes y a
pulmonías y otras graves enfermedades, no se libera tan rápido de la
fiebre, ni existe en ese caso alternancia de calor y de frío.” Pero yo consi-
dero que precisamente en esto se da una prueba notabilísima, de que no
sólo por el calor se hallan calenturientos los hombres, y que éste no es la
única causa de las enfermedades, sino que la misma cosa es a la vez
amarga y cálida, ácida y cálida, y así indefinidamente y recíprocamente,
fría junto con las demás propiedades. Lo que resulta perjudicial, pues, es
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causa que ha impulsado a juzgar la epilepsia como mal sagrado, d) En tal


caso, aquellos que pretenden curarla con actos de magia son unos granu-
jas y unos impostores, e) Además, estos últimos se hallan en contradicción
con ellos mismos, porque pretenden curar males que se juzgan como
divinos mediante prácticas humanas; así, estas prácticas en vez de ser
expresiones de religiosidad y devoción son impías y ateas, porque preten-
derían ejercer un poder sobre los dioses.
El poderoso racionalismo de esta obra adquiere un relieve muy nota-
ble, puesto que Hipócrates —lejos de ser ateo— da muestras de haber
comprendido a la perfección cuál es la dimensión de lo divino y precisa-
mente sobre esta base sostiene la imposibilidad de mezclar de manera
absurda lo divino con las causas de las enfermedades. Las causas de todas
las enfermedades pertenecen a una única e idéntica dimensión. Escribe:
«No creo que el cuerpo del hombre pueda ser contaminado por un dios, lo
más corruptible por lo más sagrado: pero si sucediera que haya sido conta-
minado u ofendido de alguna forma por un agente externo, por un dios
será purificado y santificado, más bien que contaminado. Es ciertamente
lo divino lo que nos purifica y nos santifica y nos limpia de nuestros
gravísimos e impíos errores: y nosotros mismos trazamos los límites de los
templos y de los recintos de los dioses, para que no los trasponga nadie
que no sea puro, y al entrar nos rociamos con el hisopo, no para contami-
narnos sino para limpiarnos, por si traíamos con nosotros alguna
mancha.»
¿Cuál es entonces la causa de la epilepsia? Se trata de una alteración
del cerebro, que proviene de las mismas causas racionales de las que
provienen todas las demás alteraciones patológicas, una adición o subs-
tracción de seco y húmedo, calor o frío, etc. Por lo tanto, concluye Hipó-
crates, quien «sabe determinar en los hombres, mediante la dieta, lo seco
y lo húmedo, el frío y el calor, ése también puede curar este mal, si logra
comprender cuál es el momento oportuno para un buen tratamiento, sin
ninguna clase de purificación o magia».

3.2. El descubrimiento de la correspondencia estructural entre las enferme-


dades, el carácter del hombre y el medio ambiente, en la obra «Sobre
los aires, las aguas y los lugares»

El tratado Sobre los aires, las aguas y los lugares es uno de los más
extraordinarios del Corpus Hippocraticum, y el lector de hoy no puede
menos que sorprenderse ante la modernidad de algunos enfoques que allí
aparecen. Dos son las tesis de fondo.
1) La primera constituye una ilustración paradigmática de lo que he-
mos señalado acerca del planteamiento mismo de la medicina como cien-
cia, cuya estructura racional procede de los razonamientos de los filóso-
fos. Se contempla al hombre dentro del conjunto de circunstancias al que
pertenece naturalmente, es decir en el contexto de todas las coordenadas
que configuran el ambiente en que vive: las estaciones, sus modificaciones
y sus influjos, los vientos típicos de cada región, las aguas característi-
cas de cada lugar y sus propiedades, la posición de los lugares, el tipo de
vida de sus habitantes. El pleno conocimiento de cada caso individual
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decenios del iv a.C. (se han propuesto, de modo aproximativo, las fechas
460-370 a.C ., pero son fechas aleatorias). Hipócrates fue el jefe de la
escuela de Cos y enseñó medicina en Atenas, donde Platón y Aristóteles
ya lo consideraban como arquetipo de gran médico. Se hizo tan célebre
que la antigüedad nos ha transmitido con su nombre, no sólo sus obras,
sino todas las de la escuela y todas las obras de medicina de los siglos v
y iv. Así nació lo que ha sido llamado Corpus Hippocraticum, constituido
por más de cincuenta tratados, que representa la más imponente docu-
mentación antigua, de carácter científico, que haya llegado hasta nuestros
días.
Los libros que se pueden atribuir con un cierto margen de probabilidad
a Hipócrates, o que por lo menos pueden considerarse como reflejo de su
pensamiento, son La antigua medicina, que es una especie de manifiesto
que proclama la autonomía del arte médico; El mal sagrado, que es una
polémica en contra de la mentalidad de la medicina mágico-religiosa; El
pronóstico, que es el descubrimiento de la dimensión esencial de la ciencia
médica; Los aires, las aguas y los lugares, en el que se evidencian los
estrechos vínculos que existen entre las enfermedades y el medio ambien-
te; las Epidemias, que son una enorme colección de casos clínicos; los
famosos Aforismos, y el celebérrimo Juramento, del cual hablaremos más
adelante.
Dado que la creación de la medicina hipocrática señala el ingreso de
una nueva ciencia del saber científico y dado que Sócrates y Platón se
hallan grandemente influidos por la medicina —la cual, nacida de la men-
talidad filosófica, estimuló a su vez la especulación— , comentaremos con
más detalle las obras culminantes del Corpus Hippocraticum. A este res-
pecto, escribe Jaeger: «No se exagera al decir que la ciencia ética de
Sócrates, que en los diálogos platónicos ocupa el centro de la discusión,
habría sido impensable sin el modelo de la medicina, la cual Sócrates
evoca tan a menudo. Ésta es la que resulta más afín, entre todas las ramas
del conocimiento humano que entonces existían, incluidas la matemática y
las ciencias naturales.» Veremos, pues, algunas de las nociones hipocráti-
cas más famosas (la traducción de las citas que hacemos procede de Opere
di Ippocrate, a cargo de M. Vegetti, Utet, Turín 1965).

3. La s o br a s c u l m in a n t e s d e l «Co r pu s H ippo c r a t ic u m »

3.1. El mal sagrado y la reducción de todos los fenómenos patológicos a


una misma dimensión

El mal sagrado en la antigüedad consistía en la epilepsia, en la medida


en que se la juzgaba comò resultado de causas no naturales y, por tanto,
consecuencia de una intervención divina. En el extremadamente lúcido
escrito que lleva este nombre, Hipócrates demuestra la tesis siguiente, de
manera ejemplar, a) La epilepsia es considerada como mal sagrado
porque aparece como un fenómeno sorprendente e incomprensible, b) En
realidad existen enfermedades no menos sorprendentes, como ciertas ma-
nifestaciones febriles y sonambulismo. Por lo tanto, la epilepsia no es
distinta de estas otras enfermedades, c) La ignorancia, pues, ha sido la
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todo vínculo con ellos, definiendo de forma conceptual su propia identi-


dad específica. Para comprender cómo se hizo posible esto y cómo la
medicina científica fue asimismo una creación de los griegos, hay que
recordar unos cuantos hechos muy importantes.
En el siglo actual se ha descubierto un papiro que contiene una compi-
lación de medicina, que prueba que los egipcios con su sabiduría habían
llegado ya a un estadio bastante avanzado en la elaboración de material
médico, mediante la indicación de algunas reglas y de algunos nexos entre
causa y efecto; por lo tanto, hay que convenir que el antecedente de la
medicina se encuentra en Egipto. No obstante, sólo se trata de un antece-
dente, que con respecto a la medicina griega se halla en la misma relación
que los descubrimientos matemático-geométricos egipcios con respecto a
la creación de la ciencia de los números y de la geometría griega, que ya
hemos mencionado (cf. p. 22s) y sobre las cuales volveremos dentro de
poco.
La mentalidad científica creada por la filosofía de la physis fue la que
hizo posible que la medicina se constituyese en ciencia. W. Jaeger ha
ilustrado este punto a la perfección, en una página ejemplar que vale la
pena citar:
Siempre y en todo lugar ha habido médicos; pero el arte de sanar de los griegos se
convirtió en arte m etodológicamente consciente únicamente por la eficacia que sobre él
ejerció la filosofía jónica de la naturaleza. Esta verdad no debe obscurecerse en lo más
mínimo por el hecho de tomar en consideración la actitud declaradamente antifilosófica de la
escuela hipocrática, a la que pertenecen las primeras obras que encontramos en la medicina
griega. Sin el esfuerzo de búsqueda de los filósofos naturalistas jónicos más antiguos, dedica-
dos a descubrir una explicación «natural» de cada fenómeno, sin su intento de relacionar
cada efecto con una causa y de hallar en la cadena de causas y efectos un orden universal y
necesario, sin su confianza inquebrantable en lograr penetrar todos los secretos del mundo a
través de una observación de las cosas carentes de prejuicios y con la fuerza de un conoci-
miento racional, la medicina jamás se hubiese convertido en ciencia... Sin lugar a dudas, hoy
se está en condiciones de aceptar que la medicina de los egipcios ya había conseguido
elevarse por encima de aquella práctica de hechizos y conjuros que continuaba viva en las
antiguas costumbres de la metrópoli griega en la época de Píndaro. A pesar de ello, única-
mente la medicina griega — en la escuela de aquellos pensadores de leyes universales que
fueron los filósofos, sus precursores— pudo elaborar un sistema teórico que sirviese de base
a un verdadero movimiento científico.

A la influencia de la filosofía de los físicos se agrega además una


particular destreza argumentativa que proviene de los sofistas y que se
constata sin lugar a dudas en algunos tratados hipocráticos.
En conclusión, como ya hemos recordado, éste es un fenómeno funda-
mental para comprender el pensamiento occidental: la ciencia médica —al
igual que las demás ciencias— pudo nacer, autodefinirse y desarrollarse
en el ámbito de la mentalidad filosófica, es decir, en el ámbito del raciona-
lismo etiológico creado por ésta.

2. H ipó c r a t e s y e l «C o r p u s H i pp o c r a t ic u m »

Hemos dicho antes que Hipócrates fue el héroe fundador de la medici-


na científica. A pesar de ello, estamos muy mal informados sobre su vida.
Parece haber vivido durante la segunda mitad del siglo v y los primeros

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