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Staff
Moderadora
Ann Farrow

Traductoras
Vals <3 Umiangel Genevieve
Vane Black Andrea GDS Jadasa
Julie Ann Farrow MadHatter
AnnyR Dakya83 Miry GPE
Joselin **Nore** Valentine Rose

Correctoras
Ann Farrow AnnyR
Jessgrc96 Daliam
Laurita PI Mitch
Jadasa

Lectura Final
Julie Vane Black Miry GPE
Mary Warner Ann Farrow Jadasa

Diseño
Khaleesi
Índice
Sinopsis Capítulo 11
Capítulo 1 Capítulo 12
Capítulo 2 Capítulo 13
Capítulo 3 Capítulo 14
Capítulo 4 Capítulo 15
Capítulo 5 Capítulo 16
Capítulo 6 Capítulo 17
Capítulo 7 Capítulo 18
Capítulo 8 Capítulo 19
Capítulo 9 Capítulo 20
Capítulo 10 Sobre el Autor
Sinopsis
El Ángel de la muerte Charley Davidson está de vuelta en la duodécima
entrega de la serie paranormal más vendida de Darynda Jones en el New York
Times.
Desde que Reyes escapó de una dimensión infernal en la que Charley
accidentalmente lo atrapó, el hijo de Satanás se ha empeñado en destruir el
mundo creado por su hermano celestial. Sus tendencias volátiles han puesto a
Charley en un aprieto. Pero esa no es la única verdura en su plato. Mientras
trata de domesticar al ser salvaje que solía ser su marido, también tiene que
lidiar en su vida cotidiana con todo tipo de seres molestos, algunos corpóreos,
otros no tanto, en tanto lucha por enmendar los males de la sociedad. Solo que
esta vez no descubrirá un asesinato. Esta vez ella está cubriendo uno.
Agrega a eso su nueva ocupación de mantener una empresa iniciando de
Investigación Privada, el equipo indomable de resolución de misterios de
Amber Kowalski y Quentin Rutherford, sin problemas y lidiar con las
indagaciones del Vaticano sobre su querida hija, y Charley está a punto de tirar
la toalla y convertirse en una compradora profesional. O posiblemente un
maniquí vivo. Pero cuando alguien comienza a atacar a los humanos que son
sensibles al mundo sobrenatural, Charley sabe que es hora de soltar sus afiladas
garras. Por otra parte, su sospechoso número uno es la entidad oscura que ha
amado durante siglos. Entonces la pregunta es: ¿puede domar a la bestia
rebelde antes de que destruya todo lo que ella ha trabajado tan duro para
proteger?
Charley Davidson #12
1 Traducido por vals
Corregido por Ann Farrow

Café: una caliente y deliciosa alternativa para odiar a todos por siempre.
(Hecho real)

Pocas cosas en la vida eran más entretenidas que casas embrujadas. Las
personas viviendo en dicha casa embrujada, quizás. O la tradición tiempo-
honoraria de mirar la pintura secarse porque, tristemente, la mayoría de casas
embrujadas no estaban en realidad embrujadas. Me senté en el piso de madera
junto a la Señora Joyce Blomme, una mujer que juró su casa se hallaba habitada
por la muerte, sus palabras, y esperaba con expectación por la aparición de un
fantasma. ¡Oh dioses!
Solo bromeaba.
Mi respiración era raramente ansiosa. Siendo el único ángel de la muerte
de este lado de la eternidad, no me asustaba con facilidad, especialmente
después de recibir un caso como el que recibí de la Señora Blomme. Conseguía
un montón de esas cosas. Personas jurando que sus casas estaban embrujadas.
Implorándome que limpiara la ofendida morada del mal que habitaba en ella.
Diciéndome que yo era su única opción.
¿Qué puedo decir? Las palabras se esparcen.
La Señora Blomme era todo lo que uno podía esperar de una abuela.
Tenía su cabello lleno de canas en rulos, una bata floral, zapatillas
deshilachadas con hilos asomándose alrededor de los dedos del pie y lentes de
lectura guindando de su cuello. Tinta manchando sus dedos, probablemente
por los crucigramas y manchas de polvo blanco en su mejilla y en la punta de la
nariz. Así que, o a la Señora Blomme le gustaba cocinar o le gustaba la coca. Me
inclinaba por la primera.
En cualquier otro día, le hubiese explicado más claramente la situación a
la señora. Sí, podía ver a los muertos. Como ángel de la muerte, transportaba
almas perdidas, esas almas dejadas atrás después de su oferta inicial de un viaje
sin retorno, hacia el otro lado, cuando estaban listos. Básicamente, eso
implicaba de mi de pie ahí mientras el muerto entraba en mi luz, una luz que
podía ser vista por ellos desde cualquier parte del mundo y cruzando se
terminaba.
Así que, sí, los podía ver. También podía hablar con ellos y hacer una
luchita de manos con ellos y peinar sus cabellos. Pero ver a los muertos y
convencer a dichos muertos de ir hacia la luz eran dos habilidades muy
diferentes.
Aún así, ahí me senté, en la oscuridad porque la Señora Blomme juraba
que los muertos eran más sencillos de ver de esa manera y bastante pasada de
mi hora de dormir porque la Señora Blomme decía que generalmente aparecían
en la noche, escuchando a un fascinado montón de ángeles y demonios. Del
cielo y el infierno. ¡De dioses y monstruos!
Más que todo porque yo era la que hablaba.
La Señora Blomme, pobre cosa, se quedó sin habla por el susto. En su
defensa y para su crédito, la casa se encontraba de hecho embrujada. Pero
estaba demasiado ocupada analizando los problemas de los últimos días en mi
vida como para pensar demasiado en el asunto.
—Entonces —dije, alzando mi voz en preparación para el enorme final—,
me empujó contra la pared y desapareció en un remolino de humo y
relámpagos.
Moví mi mano en círculos para demostrar la forma de la masa de
remolino mencionada, luego me volteé hacia la Señora Blomme para ver su
reacción. Había sido un infierno de cuento.
Para mi gusto, los ojos de la Señora Blomme eran como platillos, su boca
colgaba abierta y su aliento salía en pequeñas y forzadas respiraciones.
Desafortunadamente, su estado de absoluto terror tenía poco que ver con mi
horroroso cuento y todo que ver con el chico delgado de pie en el corredor, su
boca llena de galletas saladas.
Ya nos habíamos conocido. Su nombre era Charlie, también, solo que
escrito de otra manera y le gustaba montar su triciclo y pintar las paredes con
los marcadores de su madre. Sus marcadores permanentes, si las paredes eran
alguna indicación. El agua y el jabón solo podían hacer hasta cierto punto.
—¡Ahí! —señaló la Señora Blomme.
Era adorable, todo cabello oscuro y brazos delgados.
La Señora Bromme no estaba de acuerdo. Agarró mi brazo y se acurrucó
a mi lado, mirando sobre mi hombro al niño mientras me usaba como escudo.
Claramente, si se desataba la mierda, yo sería sacrificada.
Me murmuró al oído, todo lentamente, enunciando cada palabra. —¿Lo
ves?
La luz de la luna brillaba en sus traviesos ojos mientras el cargaba un
dinosaurio de plástico en un brazo y una salsera en el otro. Ni idea. Sus manos
contenían tantas galletas como podía cargar y tenía que maniobrar su cuerpo
con mucho cuidado para introducir otro cuadrito color naranja en su boca.
Entonces me sonrió con sus labios naranjas.
Sonreí devuelta un microsegundo antes de que su madre apareciera de la
nada y lo regañara y lo llevara de regreso por el corredor, desapareciendo en la
oscuridad.
La Señora Blomme se encogió y escondió su cara. No me sorprendía. Lo
que me sorprendió fue su reacción, o la falta de reacción, a la pequeña niña
llamada Charisma sentada de piernas cruzadas enfrente de nosotras,
escuchando como contaba los horrores de la semana pasada.
Charisma pestañó, sorbió lo último de su jugo de un vaso con una pajilla
de vueltitas, entonces preguntó—: ¿Entonces, ya no es tu esposo?
Hablaba de Reyes. Reyes Alexander Farrow. Mi esposo. O, bueno,
esperaba que todavía fuera mi esposo.
—No estoy segura —admití.
Después de derrotar una cultura sedienta de sangre hace unos días,
después devorar un dios malévolo, porque aparentemente eso era lo que hacía,
había sucumbido a ahogar mis lamentos en una botella de tequila llamada Jose.
Tres personas inocentes perdieron sus vidas ese día y no había nada que
pudiese hacer al respecto. Era una gran píldora, uno que tenía dificultades para
tragar, así que había estado contemplando entrar en la dimensión del infierno
para salvar un grupo de otras personas inocentes, personas que se hallaban
atrapadas adentro. Reyes me convenció de enviarlo en mi lugar.
Solo otro día en la vida de Charley Davidson.
Esa soy yo, por cierto, Charley Davidson. Detective privada. Ángel de la
muerte. Arruinadora extraordinaria. Oh y no olvidemos mi más reciente
designación: diosa. No ese Diosa, sino una deidad sin más ni menos.
Un título que nunca imaginé me sería confiado y uno que nunca quise.
Entonces de nuevo, así era mi esposo. Una deidad. Un ser celestial con el
poder de dar vida. De crear mundos. De convencerme que su plan era mejor
cuando era todo menos eso.
En consecuencia, envié a mi único esposo a una dimensión infernal a
través de un pendiente formado de una piedra brillante llamada cristal divino.
Probablemente porque Dios, el Dios, lo hizo.
Apoyé mi cabeza en la fría pared tras de mí y pensé en ese momento. La
duda que había estado consumiendo mi cabeza. La duda a la que tuve que
haberle puesto atención. La duda que al final ignoré.
El trabajo del cristal divino era bastante sencillo considerando su
naturaleza compleja. Era, después de todo, una dimensión de vastas
proporciones colocada dentro de la piedra de un collar. Algo tan frágil que
alojaba algo tan terrible.
Para enviar a alguien a esta dimensión, simplemente se colocaba una
gota de la sangre de la persona en el cristal y decía su nombre.
El pendiente, a través de una tempestad, se abriría y arrastraría el alma
de la persona hacia dentro, encerrándola por toda la eternidad. Pero con Reyes,
la tormenta tomó cada molécula de su cuerpo y no sólo su alma. Asumí, que se
debía a su estatus supernatural, pero ahora me pregunto si había algo más. En
ese momento, sin embargo, no registré ese hecho.
Reyes tenía un trabajo. Un trabajo simple. Entraría, se apoderaría de la
tierra, luego saldría cuando llamara su nombre. Un proceso que se suponía
sería sencillo de acuerdo con un rumor de hace seiscientos años. Decía que, para
recuperar el alma del cristal divino, la persona que originalmente envió el alma
adentro necesitaba reabrir el pendiente, decir el nombre de la persona y el alma
sería libre.
El rumor era equivocado. Lo sé porque eso fue exactamente lo que hice.
Llamé. Grité. Susurré. Rogué. Y aun así nada de mi esposo.
Desesperada y desorientada, ideé un plan. Iría tras él. Haría que Cookie,
mi mejor amiga y confidente, me enviara.
Hubiese tenido que engañarla, por supuesto. Jamás estaría de acuerdo
con enviarme al infierno. Pero le dejaría una nota explicándole como sacarme.
En teoría, porque aparentemente me había topado con un error en el proceso.
Pero pensé hacerlo en grande o ir a casa.
Justo cuando estaba a punto de poner en acción mi plan, la tormenta
saliendo del pendiente cambió. Se volvió oscura. Humo giró a mí alrededor y el
calor saturó cada uno de mis poros apresurándose a través de mi piel.
Electricidad. Casi dolorosa.
Luego el pendiente se volvió demasiado caliente como para sujetarlo. Lo
solté segundos antes de que una explosión revienta tímpanos golpeara el
apartamento. Me lanzó contra una pared, causando que mi visión se oscureciera
en los bordes y mis pulmones ardieran por la falta de oxígeno. Peleé por
permanecer consciente pero no me atreví a moverme.
La tormenta cambió. Humo, pesado y oscuro y vivo, se agrupó a mi
alrededor. Miré, tratando de concentrarme, pero justo cuando pude respirar,
una docena de almas desesperadas escapó corriendo hacia mí, hacia la luz y,
por lo tanto, al cielo.
Sus historias, aparecieron en mi visión. Las de las almas. Inocentes.
Condenadas por siglos por un hombre loco.
Un sacerdote, quien, de alguna manera, se apoderó del pendiente, lo usó
por años para el mal. Mandó alma tras alma dentro del pendiente. Una viuda
que rechazó su atención. Un hombre que se negó a firmar la regalía de una
parte de su tierra a la iglesia. Un chico que vio al sacerdote en una situación
comprometedora. Y seguían y seguían. Más de una docena de vidas destruidas
por un hombre.
El sacerdote había sido encerrado también por un grupo de monjes quien
lo enviaron para pagar por sus malas acciones, pero a él no lo sentí cruzar. Por
lo que por supuesto, había ido al infierno. El infierno de esta dimensión. Tal vez
ya se había ido.
Después de que las almas cruzaron a través de mí, todas del mismo
periodo de tiempo, del siglo mil cuatrocientos, esperé. Tres seres más estaban
dentro del pendiente. Un demonio asesino llamado Kuur. Una deidad malévola
llamada Mae’eldeesahn. Y mi marido.
Nunca olvidaré lo que vi mientras esperaba. El humo había llenado el
cuarto y se agitaba como una super celda, iluminada por ocasionales
relámpagos.
Y luego Reyes salió, el humo ondulaba y caía por sus amplios hombros y
se colocaba a sus pies.
Alegría se disparó a través de mí mientras me ponía de pie y corría hacia
él. Pero me detuve poco después casi de inmediato. Algo estaba mal. El hombre
frente a mí no era mi esposo. No totalmente.
Humo y luz se arremolinaban a su alrededor. Lo envolvía como un
amante. Lo obedecía como un esclavo. Si él se movía, eso se movía. Si respiraba,
eso respiraba. Flotaba y ondulaba a su voluntad, la luz revoloteando sobre su
piel.
Él no estaba en la tormenta. Él era la tormenta.
Me paré asombrada mientras se acercaba, tomando solo cinco grandes
pasos.
Trastabillé hacia atrás, pero me recompuse antes de susurrar su nombre.
—¿Reyes?
Frunció los ojos como si no me reconociera.
Extendí la mano para tocar su cara. Fue una mala idea.
Me lanzó contra la pared y me mantuvo ahí mientras su mirada recorría
mi cuerpo. Sus manos se cerraron alrededor de mi garganta, luego mis mejillas,
sus dedos crueles.
Envolví mis manos sobre las de él y empujé, pero no se movió. Si acaso,
apretó más fuerte, así que me relajé. O lo intenté.
Cuando habló, su voz era baja y ronca y resuelta. —Elle-Ryn-Ahleethia.
Ese era mi nombre celestial. El de diosa. ¿Por qué lo usaría? ¿Ahora?
Parecía sorprendido de encontrarme ahí. Asombrado. Entonces recorrió
mi cuerpo de nuevo. Su expresión llena de una perturbadora combinación entre
lujuria y desprecio.
Desencadenó un recuerdo. Kuur, un malvado asesino supernatural que
desvanecí en la misma dimensión infernal, me dijo que cuando Reyes había
sido una deidad, había mostrado sólo despreció por los humanos. Los mismos
humanos que su dios hermano, sí ese dios hermano, amaba tanto.
Y yo era una humana. Al menos una parte de mí.
Estudié a Reyes mientras él me estudiaba, preguntándome que había
salido del pendiente. Tal vez se veía como mi esposo. Tal vez olía como mi
esposo y se sentía como él y sonaba como él, pero el ser sensitivo parado en una
piscina de flotante humo negro enfrente de mí no era el hombre con el que me
había casado.
¿Estaba conociendo al dios Rey’azikeen al menos?
Y más importante, ¿acababa de desatar el infierno en la tierra?
—¿Será tu esposo de nuevo? —preguntó Charisma, devolviéndome al
presente.
Solté el aire de mis pulmones lentamente. —Desearía saber.
Chupo del popote de nuevo, extrayendo cada gota.
Hice lo mismo, levantando mi taza de café y dejando las últimas
preciosas moléculas deslizarse hacia mi lengua.
Luego me volteé a ella. —Es muy poderoso y no sé qué le hizo esa
dimensión infernal. Cuánto de él es todavía mi esposo y cuánto es “el enojado
dios” quiero decir, él podría destruir el mundo si pusiera su mente en eso. Eso
apestaría.
Los ojos de la chica se deslizaron más allá de mí, su mente claramente
calculando todo lo que le acababa de decir. Bueno y malo. Oscuridad y luz. Era
demasiado que pensar.
—No me está permitido decir demonios.
O no.
—Es probablemente lo mejor. Quédate lo más lejos de ese lugar que
puedas. Ni siquiera pienses en ello1.
—O mierda.
Una parte de mí se preguntaba si debería estarle diciendo a una niña tan
joven acerca de las dimensiones del infierno, de los demonios y de los dioses
destruye mundos. Al menos no le dije de la pequeña niña que fue asesinada por
uno dios justo el otro día. Seguramente mi omisión de esa parte de la historia
me garantizaría una marca en la columna de “pro”.
—O imbécil.
—Creo que escuché algo —dijo Señora Blomme.
—Así que, de todos modos —continué—, eso fue hace tres días, no he
visto a mi esposo desde entonces.
—¿Solo desapareció?
—Literalmente.
Y lo había hecho. Mantuvo una poderosa mano alrededor de mi garganta
y mejilla y la otra apoyada contra la pared, y el fuego que lo consumía
perpetuamente lamía contra su piel cuando se acercó un paso. Cuando se
presionó contra mí.
Bajé mi mano hacia sus costillas, incitándolo a cerrar la distancia entre
nosotros. Rezando para que recordará.
—¿Reyes? —susurré, probando.
Entonces se acercó más. Agachó la cabeza, hundiendo su cara en mi
cabello y rozó su sensual boca contra mi oído. Cuando habló, su voz era pesada
y entrecortada.
—Reyes ha abandonado el edificio —dijo, un microsegundo antes de
alejarse y desvanecerse en un mar de humo ondulante y grietas de luz.
Desapareció. Justo así.
Estuve ahí por lo que parecieron horas hasta que el sol salió, mirando el
humo desvanecerse de mi apartamento. Por primera vez en mucho tiempo, no
tenía ni idea de que hacer. Hasta que la tuve. Hasta que me dieron un caso
nuevo.
Antes de recibir la convocatoria de la cansada Señora Blomme, había
estado cazando.

1
Juego de palabras, en inglés originalmente hell significa infierno, sin embargo también se
puede usar para maldecir.
Charisma salto levantándose. —Tengo que ir al baño.
—Está bien, diviértete —dije a su espalda mientras ella corría al baño.
Todavía preguntándome por qué la Señora Blomme no podía verla. No
por mucho. Tal vez por siete segundos. Tenía demasiadas cosas en mi plato
como para estarme preguntando cosas por demasiado tiempo, pero si apareció
al final de mi mente.
—Te lo dije —dijo la Señora Blomme. Todavía usaba mi hombro como
escudo—, mi casa está embrujada. ¿Los viste cierto? ¿La mujer y el niño?
—Lo hice. Pero, Señora Blomme…
Antes de que pudiera continuar con las malas noticias, mi celular sonó.
Lo saqué de mi bolsillo. Mi tío Bob, un detective para el Departamento de
Policías de Albuquerque, me había mandado un mensaje de texto acerca de un
caso en el que trabajábamos juntos. A veces el DPA me consultaba, más que
todo porque mi tío sabía lo que podía hacer y resolver casos era mil veces más
sencillo cuando la víctima asesinada podía decirle a la policía quien lo había
hecho. Este caso, por el contrario, era mucho más inquietante de lo que había
dejado a mi tío creer.
Dos cuerpos habían sido encontrados mutilados y quemados. Pero
mutilados de una manera muy inusual y quemados en lugares al azar. La
quemadura no los mató. Daños internos y pérdidas de sangre por las
mutilaciones lo hizo. Era como si hubiesen sido golpeados y desgarrados hasta
la muerte, pero el reporte decía que el ataque no fue hecho por un animal.
Decían que era humano.
O, tenía que preguntar al final de mi mente, quizás había sido hecho por
un dios habitando un cuerpo humano. Un enojado dios hecho de luz y fuego y
todas las cosas combustibles. Su temperamento, por ejemplo.
Una ola de ansiedad hizo que mi estómago se apretara y mis mejillas se
calentaran.
El texto decía simplemente: ¿alguna suerte?
Respondí: Aún no.
No sería la respuesta que querría, pero era la única que tenía para darle.
Había estado usando todos mis recursos en el caso y nadie, vivo o muerto, sabía
nada de los asesinatos.
Me volteé hacia la Señora Blomme. Uno de sus rulos se había soltado y
colgaba descuidadamente contra su oído. —Señora Blomme —dije, suavizando
mi voz.
Me miró por encima debajo de mi hombro.
—Siento tener que decirle esto, pero tiene razón. Su casa está embrujada.
Trago fuerte y asintió, tomando las noticias bien.
—Pero cielo, está embrujada por usted.
Estirándose un poco, me lanzó una mirada curiosa. —No entiendo.
—Murió hace treinta y ocho años.
Parpadeó y le di un momento antes de continuar. Para que absorbiera.
Para que procesará.
Después de otro par de minutos donde miró al suelo, tratando de
acordarse, dije—: Me tomó un tiempo encontrar su certificado de muerte. Su
esposo la encontró desmayada en suelo de la cocina. Un derrame cerebral.
Estaba devastado. Murió un año después, casi el mismo día.
—No. Eso no es verdad. Yo vivo aquí.
—Vivió, sí. Lo lamento.
Se recostó contra la pared, la tristeza consumiéndola.
Mi pecho se apretó. Tomé su mano en la mía.
—¿Pero la mujer y el niño que he estado viendo?
Sin verme, asintió.
—Esos son su nieta y su bisnieto. ¿Ve? —Apunté a la pared donde estaba
la foto de la Señora Blomme colgada, una fotografía descolorida de ella y su
esposo.
Se puso de pie lentamente y caminó hacia el mantel masivo lleno de
generaciones de Blomme y ahora Newells. Mantenían la casa en la familia.
Actualizándola a través de los años. Permitiendo una parte de hijos de los hijos
de los Blomme crecer ahí.
Se volteó hacia mí, sus ojos húmedos con emoción. —No tenía idea.
—Lo sé. —Me levanté y caminé hacia ella—. Pasa más seguido de lo que
piensas.
Una suave risa acompañada de una melancólica sonrisa.
—Puede cruzar a través de mí. Estoy segura que, tiene montones de
familia esperándola, incluyendo a su esposo.
—¿No se casó de nuevo cierto? Siempre me amenazaba con casarse con
Sally Danforth si yo moría primero. Sabía que detestaba a esa mujer. Robó mi
receta de escabeche y ganó un listón azul en la feria estatal con eso.
—No lo hizo —susurré escandalizada.
—No mentiría acerca de mi escabeche, Señorita Davidson. Es un asunto
serio.
Sonreí. —No, no se casó con nadie más, Señora Blomme. Murió
miserable y solo.
—Oh, bueno, bien. Lo merecía. El hombre era horrible. —Se volteó
cuando una lágrima se deslizó por sus pestañas hacia las mejillas húmedas.
—Estoy segura de que fue desdichado.
Mientras la realidad se asentaba, su estado físico se volvió un asunto. Se
sacudió su bata y palmeó sus rulos en el cabello.
—Santo cielo, no puedo ir a ningún lado luciendo así.
—¿A qué se refiere? Esta perfecta.
—No digas tonterías —dijo, sacudiéndose la bata de nuevo. Pero algo
llamó su atención y su mirada se movió hacia la puerta que guiaba al pasillo.
Me volteé para ver que Charlie había vuelto. Brazos llenos. Puños
recargados.
Inclinándome susurré en su oído—: Ese es Charlie Newell, su bisnieto.
Su mano voló a su boca mientras una nueva ola de lágrimas amenazaba
con pasar sus pestañas seguían a las primeras.
—Mi dios, es hermoso.
—Es precioso. Y tienes una bisnieta aquí también, Charisma.
La Señora Blomme encontró una silla y se sentó, sabía que la había
perdido. No había manera de que dejara a estos niños solos. Necesitaban orden
y disciplina. Pero más que todo necesitaban mimos.
—¿Puedo quedarme solo un poco más? ¿Puedo vigilarlos?
Me arrodillé junto a ella. —Por supuesto que puedes.
Le dije mis gracias a la Señora Newell, una mamá soltera con dos
curiosos niños en sus manos.
—¿Hiciste, mmh, contacto?
Fue lo suficientemente graciosa como para dejarme entrar a hacer mis
cosas, una franqueza que encontraba sorprendente, no podía evitar
preguntarme si no era un poco sensible ella también.
—Lo hice y tenías razón. Es la abuela Blomme.
Sonrió para sí misma pensativa, limpiándose las manos distraída en una
toalla.
—Solo tengo una pregunta —continué. Señalando hacia el corredor—.
¿Por qué una salsera?
Se rió y se encogió de hombros. —Algunos niños tienen mantitas; otros
tienen salseras.
Me reí con ella. —Eso necesita estar en una camiseta.
Todavía no podía dejar de preguntarme porque la Señora Blomme podía
ver a su nieta y a su bisnieto pero no a su bisnieta.
Ah, bueno. El misterio para otro día.
Después de explicarle a la Señora Newell que su abuela se iba a quedar
alrededor por un tiempo, un hecho que tomó no con poco entusiasmo, me fui.
Tenía mucho que hacer, incluido resolver un par de asesinatos y cazar una
deidad reacia. Pero primero, tenía un rastreador a quien molestar.
2 Traducido por Vane Black & Julie
Corregido por Ann Farrow

No quiero lucir bonita, quiero lucir de otro mundo y vagamente


amenazante.
(Meme)

La mitad del tiempo que me senté en la casa de los Newell, mi estómago


gruñó. No había dormido, no profundamente, en tres días, y apenas había
comido. La ansiedad mantuvo mi estómago lleno.
Pero tenía una larga noche por delante. Necesitaba sustento, así que
manejé a Macho Taco, pedí tres taquitos con salsa extra y un café con leche
mexicano con espuma extra, porque cualquier cosa que valiera la pena, valía la
pena tener extra, y comencé por la casa de un irritable investigador de personas
desaparecidas al otro lado de la ciudad. Afortunadamente, a esta hora de una
noche entre semana, la ciudad estaba casi desierta.
Me dirigí al este en Menaul y apenas logré un bocado cuando recogí a un
autoespista. Un pandillero difunto de trece años llamado Angel, también
irritable. Aunque no lo conocí hasta una década después de su muerte, Angel y
yo nos hicimos amigos rápidamente. Y ahora él era mi más alto, por no
mencionar único, investigador. Se metió en el asiento del pasajero de Misery, mi
Jeep Wrangler rojo cereza, con toda su brillantez de pandillero. Pañuelo rojo
bajo sobre sus cejas. Camiseta sucia acampanada. Herida en el pecho abierta.
Que apareciera Angel no era inusual. Casi siempre aparecía y
desaparecía a su gusto, pero esta aparición parecía más grave que la mayoría.
En el momento en que se presentó, se giró para mirar por la ventana, con
los hombros encorvados y la boca extrañamente silenciosa. Como, en serio, no
emitía ningún sonido en absoluto. Solo se callaba cuando estaba molesto,
escondía algo, o secretamente observaba a una chica caliente en el horizonte.
Como no había chicas calientes alrededor...
Sabía que esto tomaría toda mi atención, así que entré en el
estacionamiento de un centro comercial, uno repleto de un salón de belleza, un
gimnasio, una panadería de bizcochitos, ¿dónde ha estado toda mi vida?, otro
gimnasio, una hamburguesería y una psíquica, la única tienda abierta en la fila.
Ella debe haber sabido que estacionaríamos allí. Espeluznante.
—Está bien —dije entre bocados—. ¿Qué te tiene tan nervioso?
No se volvió para mirarme. Se encontraba enojado. Cuando escondía
cosas, tendía a mirarme directamente a los ojos, como si eso me hiciera perder el
rastro. En su defensa, murió joven.
—No puedo encontrarlo. —La decepción bordeó su voz.
—Angel, no es tu culpa. Tampoco puedo encontrarlo, por lo que te envié
en su rastro.
—No lo entiendes. —Se movió en el asiento, pero continuó su vigilia—.
Puedo sentirlo, simplemente no puedo encontrarlo.
—¿Qué sientes? —le pregunté, temor subiendo por mi columna. Si Angel
sentía lo que yo estuve sintiendo en los últimos tres días, todos podríamos estar
en un mundo de dolor. Todos como toda la raza humana.
—Ira —dijo en voz baja.
Sí. Estábamos jodidos. Pero nada de esto era culpa de Angel. Si alguien
tenía la culpa, era mi estúpido marido. Porque me encontraba malditamente
segura de que no me culparía a mí misma.
Finalmente se giró hacia mí, sus ojos marrones brillando bajo la luz
tenue, la poca barba en su cara más oscura por eso. —La pregunta es, mija, ¿qué
demonios vas a hacer con él cuando lo encuentres?
—Tienes razón —dije entre mordiscos—. Esa es la pregunta.
—Si tienes un plan, ahora sería un buen momento para implementarlo.
Me tragué el taquito bañado en salsa y luego lo miré boquiabierto. —
Amigo, ¿acabas de usar la palabra implementar? ¿En una frase?
¿Correctamente?
—¿De verdad?
—Esa es una gran y poderosa palabra allí, amigo.
—Ay, dios mío. —Miró de vuelta por la ventana, pero sentí que el peso
sobre sus hombros se elevó, aunque sea un poco—. ¿Vas a decirme de qué va
esto?
—Sí. Solo que, todavía no.
—¿Cuándo?
—Voy a hablar con Garrett. Él sabrá qué hacer. Te llamaré en cuanto sepa
algo.
Asintió, pareciendo aceptar mis condiciones. Sin discusión o
negociaciones interminables involucrándome en un estado de desnudez. Algo
definitivamente estaba mal.
—Cariño, ¿qué pasa?
Se encogió de hombros y miró por la ventana de nuevo.
Apoyé una mano en la suya fría, y sin volver su mirada hacia mí, levantó
la palma de su mano y entrelazó sus dedos con los míos. Ese acto, ese simple
gesto, me aterrorizó. Sabía que Reyes podría ser un problema, lo que sucedió
podría cambiarlo todo, pero que eso afectara a Angel a tal grado era inesperado.
Cuadré mi mandíbula, preparándome para escuchar algo que no quería,
y pregunté—: En pocas palabras, Angel: ¿Podría matar? ¿Lo crees capaz?
Miró nuestras manos. —Ese es el problema, corazón. ¿Reyes podría
matar? Demonios, sí, pero solo para protegerte. O a Beep. ¿Podría Rey'azikeen
matar? —Se pasó el labio inferior entre los dientes, se volvió una vez más para
mirar por la ventana, luego habló tan suavemente que tuve que esforzarme
para escucharlo—. Por millones.

***

Para cuando llegué a la casa de Garrett, el reloj había dado la una.


Treinta y ocho. O algo.
Garrett estaría dormido, por lo que no fui a verlo ese mismo día más
pronto cuando me di cuenta de que tenía demasiado en la cabeza. Podría
emboscarlo. Decirle lo que sucedió con el cristal divino, el humo y la deidad
enojada, y estaría demasiado soñoliento y desorientado para reprenderme.
Ganar-ganar.
Garrett Swopes fue uno de los creyentes más renuentes en mi círculo de
amigos, pero desde que llegó a un acuerdo con quién era yo y lo qué podía
hacer, se convirtió en un activo invaluable. También era un investigador de
primer nivel, lo cual era extraño. Antes de que comenzara a explorar textos
antiguos y descubrir antiguas profecías de una forma u otra, no tenía idea de
que pudiera leer.
Agarré los pastelitos que robé del apartamento de Cookie, el que estaba
justo al otro lado del pasillo del cual tenía una llave, fui a la entrada de Garrett,
saqué otra llave con la etiqueta "Llave secreta de la casa de Garrett, Shhh" y
entré.
Ya que hice la llave sin su conocimiento o, lo que es más importante, su
consentimiento, la última vez que usé la llave, le dije a Garrett que forcé la
cerradura. El idiota me creyó. Podía forzar cerraduras, pero no de manera súper
oportuna. Esas cosas eran más difíciles de lo que parecían.
Usé la luz de mi teléfono para atravesar el duro panorama de la morada
de Garrett. Libros, papeles y cosas varoniles yacían esparcidos junto con un par
de botellas de cerveza vacías y una botella de vino medio vacía. ¿Desde cuándo
Garrett bebía vino?
Finalmente caminé a su habitación y las cosas se volvieron más y más
curiosas. Prendas de todas las formas y tamaños salpicaban el piso, y ya dudaba
de que Swopes tuviera una doble D, tuve que suponer que estaba con una
mujer.
Sí. Yacía durmiendo de espaldas, con el torso desnudo, a excepción de la
doble D que lo cubría.
Esto era incómodo.
Me senté en un banco de levantamiento de pesas que tenía en una
esquina, tratando de averiguar si debía despertarlo o no. Yo sentada allí en la
oscuridad, mirando a una pareja post-coito, podría ser considerado
espeluznante por los más conservadores de la población. Por otra parte, Garrett
tenía un gran torso. Al menos la mitad de dicha población entendería
totalmente.
Antes de que tuviera la oportunidad de despertarlo, Garrett se movió.
Empecé a decir "oye", pero apenas recuperé el aliento, me encontré
mirando al cañón de una .45. Dejé caer los pastelitos y levanté las manos en
señal de rendición.
—Soy yo —dije, mi voz era un simple chillido—. Traje pastelitos.
—¿Qué diablos? —Extendió la mano, sin quitar los ojos o apartar al
cañón de mí, y encendió una lámpara—. ¿Qué diablos estás haciendo en mi
habitación?
—Trayéndote pastelitos. —Como el arma todavía se hallaba en mi
dirección, mantuve las manos en alto.
La chica gimió y rodó fuera de él, exponiendo más de su piel color moka.
Su piel dura y musculosa de color moka. Robé un rápido vistazo por el bien de
la posteridad, luego volví mi atención al asunto en cuestión.
—Charles —dijo en advertencia, su voz profunda, adormilada y con un
brillo afilado como una navaja.
Pude haber ovulado, pero solo un poco. Era una mujer casada, maldita
sea.
Cuando continuó mirando y apuntando con un arma hacia mí, me
derrumbé. —Bien. Santo cielo. Me llamaste, ¿recuerdas?
Finalmente bajó el arma y se frotó los ojos. —Te llamé hace tres días.
—Cierto. Lo siento por eso. He estado ocupada. —Hice un gesto hacia la
mujer que yacía tendida al otro lado de la cama—. ¿Quién es la puta?
Miró a su compañera de cama, luego a mí, con la boca abierta. Como
literalmente. —¿Me estás tomando el pelo? Ella no es una puta. Pensé que de
todas las personas entenderías eso, teniendo en cuenta tu origen.
—¿Mi qué?
—Deberías ser la última persona en juzgar a alguien por saltar a la cama
con un agente de enlace súper caliente con fantásticos abdominales…
Él tenía abdominales geniales.
—… quien pudo o no haber tenido una noche de mierda, así que fue a
tomar una copa y conoció a una mujer joven y maravillosa con la que compartía
una atracción mutua y, dado que ambos eran adultos con consentimiento,
decidieron pasar un momento de calidad juntos. Para que la llames puta...
—Amigo —le dije, interrumpiéndole a media luz—, su camisa dice
PUTA. —Señalé para hacer mi punto más preciso. Se encontraba allí mismo en
su camisa. Las letras P-U-T-A.
Dejó escapar un suspiro molesto y se deslizó hacia atrás contra su
cabecera. —Hope2, Charles. Dice Hope, como en Hope Christian Academy.
Esa vez me quedé boquiabierta. —¿Estás durmiendo con una estudiante
de secundaria?
—Es maestra —dijo con los dientes apretados. Era divertido.
—¿En una academia cristiana? ¿No es eso algo como, bueno, poco ético?
—Ella es una maestra, no una monja.
—Punto tomado. —Concedí, aunque su punto no era tan preciso como el
mío—. ¿Por qué estás en la cama con alguien que no es la mamá de tu bebé?
Garrett tuvo un bebé con una chica encantadora, y como le tendió una
trampa para que a propósito se quedara embarazada de él, ya que tenían una
herencia similar, ya no confiaba en ella. Imagínate.
—¿Por qué estás aquí, Charles?
—Necesito tu ayuda, pero primero, ¿por qué llamaste?
—Te lo dije en mi mensaje.

2
Juego de palabras intraducible. Ho: Puta. Es por eso la confusión de Charlie.
—Sí, realmente no hago lo de los mensajes. —Lo hacía, en realidad.
¿Algo sobre un libro para niños? Pero estuve ocupada en ese momento
persiguiendo al grillete en todo el mundo. El chico era rápido.
Apretó los dientes, yo le hacía eso a la gente, luego miró al suelo. —
¿Realmente trajiste pastelitos?
Quince minutos más tarde, Garrett era un hombre nuevo, recién lavado y
con olor a primavera irlandesa. No es que alguna vez haya estado en Irlanda en
la primavera. O en cualquier otra época del año, para el caso.
—Me encontré con estos por accidente —dijo, entregándome un juego de
tres libros para niños.
—¿Por fin estás aprendiendo a leer? Bien por ti, Swopes.
Fue hacia la cafetera y sirvió dos tazas. No quería decirle que ya había
tomado doce tazas ese día. Sobre todo, porque uno nunca podría tener
demasiado del elixir oscuro que consideraba más un amante que una bebida.
Pero también porque había sido un día largo.
Trajo el café y partió los bizcochos. —¿Quién hizo esto? —preguntó.
—Tal vez lo hice yo. —Examiné los libros que me había dado. Las
portadas estaban bellamente ilustradas con brillantes estrellas sobre un reino
colorido.
—En realidad no.
—Bien, Cook lo hizo. ¿Qué son estos?
—Ese es el primero —dijo, señalando el libro en mis manos.
Se titulaba “La Primera Estrella” y fue escrito e ilustrado por Pandu
Yoso.
—Esta es la traducción al inglés. Fueron publicados originalmente en
Indonesia y han sido traducidos a treinta y cinco idiomas.
—Genial. Se ven increíbles, pero ¿por qué son tan interesantes para ti?
Terminó su primer pastelito, tomó un sorbo de café y luego dijo—:
Porque se tratan de ti.
Fruncí el ceño con sospecha y lo estudié por un largo momento antes de
soltar una risa suave. —En serio, Swopes.
—Es verdad. Yo tampoco podía creerlo al principio. Hasta que los leí.
—Bien, ¿y qué? ¿Fueron escritos por algún profeta antiguo y encontrados
y publicados recientemente, convirtiéndose en una sensación internacional de la
noche a la mañana?
—Correcto en todos, salvo uno. Un profeta antiguo no los escribió. Lo
hizo uno de siete años, y él, creo que es un hombre, es sordo, ciego y vive en
Yakarta.
Puse el libro sobre la mesa y le ofrecí mi mejor imitación de una Debbie
Dudosa.
—Lee la biografía. Sus padres creen que es un profeta. Él les firma los
libros y ellos escriben las historias.
—Dice que el autor también los ilustra. Si está ciego...
—Es cierto. Todo por su cuenta.
Pasé los dedos sobre la cubierta en relieve. —Pero si nunca ha visto estas
cosas... quiero decir, ¿siempre ha estado ciego?
—Desde el nacimiento. Pero te estás perdiendo lo principal, Charles. Lee
la contraportada.
Volteé el libro y comencé a leer mientras Garret se levantaba para buscar
más café.
Leí la reseña en voz alta. —Hace mucho tiempo en una tierra lejana,
había un reino con solo siete estrellas en el cielo. De las siete, ninguna era más
querida que la Primera, porque, aunque era la más pequeña, también era más
brillante y afectuosa. Las otras estrellas se ponían celosas de ella y se enojaban
con la gente del reino por amarla más. Decidieron castigar a la gente. Causaron
terremotos e inundaciones, e hicieron que entren en erupción los volcanes. A la
Primera Estrella se le rompió el corazón, pero ¿qué puede hacer una estrella
pequeña? Cualquier cosa para salvar a su gente.
»Está bien —dije, pasando al primer capítulo—. Intrigante, pero no estoy
segura de ver el parecido.
—Léelo —ordenó. Se sentó en su silla y esperó.
Entonces, me tomé los siguientes minutos para leer el libro. Y cuanto más
leía, más me di cuenta de que Swopes podría estar drogándose con algo.
Contado desde la perspectiva de un vidente omnisciente, la esencia del
libro estaba en la reseña. Siete estrellas vigilaban un antiguo reino, pero
ninguna era más amada que la Primera. Las otras seis estaban celosas y se
burlaban de ella. Sabían que la Primera Estrella, que amaba tanto a su reino y a
su gente, haría cualquier cosa para protegerlos.
Las seis estrellas comenzaron a crear daños en el reino. Invocaron a
terremotos, tormentas y volcanes. La gente en su reino se moría, y las estrellas
se volvían cada vez más malévolas.
Entonces, un día, la Primera Estrella advirtió a las otras seis que nunca
más dañarían a su pueblo. Se rieron, la sacaron de su órbita y causaron aún más
desastres.
Cuando la Primera Estrella luchó para regresar a su órbita, cientos de
miles de su gente ya habían muerto. Una ira grande y terrible la invadió.
Amenazó con matarlas a todas, pero se rieron de ella.
—No se puede matar a una estrella —le dijeron—. Las estrellas no
pueden morir.
—Mírame —le respondió—. Te comeré. Te tragaré como el océano se
traga el mar.
No le creyeron, luego ella comió una de las estrellas.
Las cinco restantes quedaron atónitas. Se dispersaron a los confines del
universo, pero la Primera Estrella estaba furiosa por todas las vidas que
arrebataron. Cazó a otra. Hubo una gran batalla en el cielo, causando que las
mareas se incrementen y que las tierras colapsen. Al final, también la derrotó.
Al final, hizo lo que le había prometido. Se la tragó entera.
Las otras estrellas, al enterarse de esto, decidieron fusionarse para
hacerse más fuertes y poder luchar contra ella. Cuatro se convirtieron en dos,
pero temían que todavía no fueran lo suficientemente fuertes, por lo que dos se
convirtieron en una.
Esa vez, la persiguieron, y la estrella más pequeña tuvo que enfrentarse a
la ahora más gigantesca, con la fortaleza de cuatro. Pero su ira no podía
contenerse. Batallaron durante cuarenta días y cuarenta noches hasta que solo
quedó una estrella: la Primera.
Siete estrellas fuertes, la Primera Estrella se hizo conocida como la
Estrella Devoradora. Aún protege toda la vida, llevando su luz a los necesitados
y su apetito a quienes se cruzan en su camino.
Cerré el libro y me tomé un momento para asimilar todas las metáforas.
—Lo entiendo —dije—. Es similar, pero esta historia es lo bastante diferente de
la profecía original para hacerme pensar que podría ser una coincidencia.
Garrett asintió. —Cierto. La profecía original dice que las siete estrellas
originales, es decir, los dioses, se fusionaron en el transcurso de millones de
años hasta que solo hubo dos, tus padres. Luego se fusionaron para crearte a ti,
la decimotercera encarnación. El último y más fuerte dios de tu dimensión.
—Esto es casi todo lo contrario —dije, levantando el libro.
—Lo es, pero llévate los libros y lee los otros dos. Creo que los hallarás
muy interesantes.
Tomé el segundo libro. —“La Estrella Oscura”.
—¿Puedes adivinar quién entra en la historia en esa?
Lo miré, sorprendida. —¿Reyes?
Asintió.
—¿Y en el tercero? —Pero en el momento en que puse los ojos sobre él, lo
supe, y mi aliento quedó atrapado en mi pecho.
—¿Qué hacen dos estrellas cuando, um, chocan entre sí?
—Una nebulosa —dije, ahora completamente encantada—. Beep. Él
predijo a Beep.
—Predijo a Beep.
Una voz femenina se oyó desde la puerta de la habitación de Garrett. —
Ah, hola —dijo, dejando caer una media y girando en círculos para buscar sus
zapatos—. Lo siento, no me di cuenta de que tenías que levantarte temprano.
—No me levanté temprano —dijo Garrett. Se puso de pie y ayudó a la
muchacha con sus cosas—. Zoe, esta es mi socia, Charley. Charley, esta es Zoe.
Hubiera estrechado una de sus manos, pero ambas estaban llenas, así
que solo sacudí la mía a modo de saludo. —Encantada de conocerte, Zoe.
Perdón por… —Le hice un gesto a su compañero de cama— eso. Mejor suerte la
próxima vez.
Ella soltó una risa nerviosa, no muy segura de cómo tomar mi
comentario.
—Ignórala —dijo Garrett—, tiene problemas mentales.
—Oye, ¿sabes a qué llamé por el último chico que me dijo algo así? —
Cuando solo levantó una ceja evasiva, le dije—: Una ambulancia.
—Como dije, problemas mentales.
Le tiré el salero.
Lo atrapó con facilidad, luego acompañó a Zoe a su auto mientras yo leía
el segundo libro. A pesar de lo fascinantes que eran los libros, todavía tenía un
gran problema que necesitaba resolver cuanto antes.
En el momento en que regresó a la casa, lo golpeé con eso.
—Así que accidentalmente envié a Reyes a una dimensión infernal y
luego no pude sacarlo de nuevo, pero alrededor de una hora más tarde salió
con una explosión del cristal divino que tiene una diferencia de varios años si
no varios cientos de años a una hora aquí en la Tierra, pero cuando regresó ya
no era Reyes, sino más bien una deidad enojada con el poder de destruir el
mundo con un solo pensamiento.
Se hundió en la silla frente a mí otra vez y solo se quedó mirándome.
Hice un análisis rápido de mis uñas. Mordisqueé un par. Realicé una
evaluación visual de la cocina de Garrett. Contemplé asaltar sus gabinetes en
busca de Oreos. Tomé otro sorbo de café. Me pregunté si Marvel y DC podrían
vivir en armonía. Me moví en mi silla para ajustar mi sujetador. Di golpecitos al
ritmo de “Seven Nation Army” de White Stripes sobre la mesa con la punta de
mis dedos. Verifiqué mi teléfono por si tenía mensajes.
Cuando el silencio se prolongó a un nivel incómodo, aclaré—: Ese es mi
dilema. En resumen. Es por eso que estoy aquí. ¿Más café? —Me levanté y
agarré nuestras dos tazas, permitiéndole a Garrett más tiempo para asimilar.
Computar. Procesar. Algunas cosas eran más difíciles de procesar que otras.
Entendido.
Llené nuestras tazas, luego volví a la mesa.
Garrett seguía mirando fijo. Pudo haber tenido un derrame cerebral, pero
no lo creía. ¿Era la primera señal una cara caída? Él no lo parecía.
—Mierda, Charles —dijo al fin, con las palabras claras y vibrantes como
sus ojos color gris plateado.
Uf. Ningún derrame que pudiera detectar. No era experta, pero cuando
sus dos manos se cerraron en puños sobre la mesa y su mirada permaneció fija
en la mía como si estuviera planeando mi muerte, lo tomé como una buena
señal. No se notaba debilidad visible en sus extremidades. Agudeza mental
afilada y sostenible. Cualquier día sin accidentes cerebro vasculares era un buen
día a mi parecer.
—Oye —le dije antes de que llevara a cabo su plan diabólico para
castigarme—, fue su idea. No quería enviarlo a esa dimensión infernal. Iba a
entrar yo misma. A revisarla. No volver peor por el desgaste. Pero noooo. El
hombre con las pelotas tuvo que entrar porque es varonil con bolas varoniles y
un pene para guiarlo. Y ahora es salvaje, pero todavía tiene sus bolas. Eso es
todo lo importante, por Dios. Sus partes de hombre.
—¿Es salvaje?
Lo miré boquiabierta. —¿Farrow. Reyes Farrow? ¿Estás tratando de
seguirme el ritmo?
—Tu esposo. —Enfatizó cada sílaba entre los dientes apretados—. ¿Está
salvaje o continúa consciente de quién es?
Fruncí mi boca a un lado, pensando. —Bueno, si tuviera que adivinar,
diría que sí, parecía estar muy consciente de quién era. Si estamos hablando de
la deidad Rey’azikeen. De lo contrario, estamos jodidos. No hubo muchos
Reyes allí.
Cuando se sentó allí de nuevo, sumido en sus pensamientos o congelado,
chasqueé los dedos frente a su rostro.
—Tierra al Swope. Necesitamos un plan, Stan. No podemos simplemente
sentarnos aquí pensando en eso. Eres el hombre de los planes. ¿Por qué crees que
acudí a ti primero?
En realidad, busqué a Garrett porque me sentía increíblemente
preocupada por cómo reaccionaría Osh, un antiguo demonio esclavo de los
viejos terrenos de Reyes.
—¿De qué es capaz? —preguntó Garrett.
Presioné mis labios, luego dije en voz baja—: Aniquilación mundial.
Asintió y, sin embargo, no pareció particularmente sorprendido por nada
de lo que estaba diciendo. Le dije mucho.
—No pareces particularmente sorprendido por nada de lo que estoy
diciendo.
Levantó un hombro. —Pensé que era solo cuestión de tiempo. Él es un
dios, Charles. Y por lo que puedo decir, es violento.
—¿Por qué dices eso?
—Dijiste que Dios, nuestro Dios, Jehovah o Yahweh o Elohim o como
quieras llamarlo, dijiste que Él creó el cristal divino para su hermano,
Rey’azikeen. ¿Por qué más crearía Dios una dimensión infernal, una prisión,
para su único pariente vivo?
Tenía razón. —Bueno, yo también soy una diosa. Si alguien puede
atraparlo e inculcarle algún sentimiento de amor a la fuerza, soy yo, ¿verdad?
Apretó un puño otra vez y confirmó con un asentimiento. Luego su
mirada se volvió hacia la mía. —Espera, ¿acudiste a mí primero?
—Sí. Te lo dije, eres el hombre de los planes. Hablando de eso, amigo,
¿conoces todo este trabajo de investigación y desarrollo? Lo estás matando. —
Pensé que un pequeño refuerzo positivo iría bastante lejos ahora—. Lo matas.
Cuando se trata de investigación, soy más de acariciarlo y dejarlo libre que
matarlo.
—Pero esto sucedió hace tres días.
—Sí, traté de arreglar la situación por mi cuenta.
—¿Y cómo te funcionó?
—Estoy aquí, ¿verdad?
—¿Qué tenías en mente?
—Lo primero es lo primero. Debemos secuestrar y torturar a Osh.
—Me parece bien.
—¿Tienes suministros de tortura? —le pregunté con esperanza.
—Conmigo no, pero hay un Walmart de veinticuatro horas cerca.
¿Alguna razón en particular por la que tenemos que torturarlo?
—Ninguna en especial. La tortura solo se equipara muy bien con el
secuestro. Como sabes, no me gusta hacer las cosas a medias. Además, me
preocupa que a él le haga un poco feliz ayudar.
—¿Me explicas?
—Es decir, tenemos que elaborar un plan antes de invitar a un demonio
esclavo y un antiguo enemigo de mi esposo a nuestro club secreto. Me preocupa
que una vez que se dé cuenta de que Reyes ha pasado al lado oscuro, lo eche a
perder. Lo necesitamos junto a nosotros. Al completo. Orgulloso y fuerte.
—Eres un monstruo.
—Te sorprendería la frecuencia con la que escucho eso.
3 Traducido por AnnyR’
Corregido por Jessgrc96

Es raro como puedes estar enamorado de alguien un día, y cazándolo por


deporte al siguiente.
(Meme)

Garrett y yo decidimos esperar hasta reunir a las tropas para invertir


demasiado en un plan. Principalmente porque no teníamos nada.
Absolutamente nada. ¿Cómo se rastrea y captura a un dios? Y una vez que
dicho Dios estaba en posesión de uno, ¿entonces qué?
Como tenía un par de horas antes de encontrar a la Pandilla Scooby en la
oficina, volví a mi apartamento para tratar de dormir un poco. Habían pasado
tres días desde que había logrado algún tiempo de calidad con mis sábanas.
Cada vez que me acostaba, daba vueltas, preocupada de que el mundo
explotara.
Pero había tenido los sueños más extraños. Antes de conocer,
oficialmente, a mi esposo, tenía sueños de naturaleza erótica. Mis nuevos
sueños no eran tan eróticos como, bueno, inquietantes todos los días.
Reyes los protagonizaba a todos, pero no se trataba mucho de nada. Aun
así, me despertaba momentos después de cerrar los ojos, angustiada.
Sintiéndome perdida.
Pero esta vez no, cariño. Iba a marcar algunas “zzzzz” si me mataba. Con
ese fin, hice algo que rara vez hago. Recurrí a beber una copa. Seguramente eso
ayudaría a mantener a raya mis pensamientos.
Me preparé para la cama lavándome la cara y metiendo el desastre
marrón en mi cabeza en una banda de pelo. Luego me arrastré entre el frío y
superfino conteo de hilos, cerré los ojos y esperé a que la copa, una buena dosis
de bourbon Kentucky, hiciera efecto. Antes de que tuviera oportunidad, sin
embargo, el lavavajillas comenzó a hacer ese ruido de nuevo. Un ruido metálico
con pequeños chirridos en el medio.
De. Ninguna. Manera. ¿Bromeaba?
Resoplando con todo el drama de reina que pude reunir, aparté las
sábanas y me dirigí a la cocina. La cocina de Reyes. La cocina del chef Reyes con
electrodomésticos y muchas cosas brillantes que no tenía ni el conocimiento ni
el deseo de usar.
Pateé el ruidoso lavavajillas, que parecía sacado de la Edad de Piedra.
¿Tenían lavaplatos en la Edad de Piedra?
Luego me giré hacia Reyes. Estaba apoyado contra un mostrador,
mirándome con solo un par de pantalones de estar. Del tipo con la cintura con
cordón. Colgaban bajo sobre sus caderas, mostrando su duro estómago y
abdominales. Sus manos descansaban a cada lado de él, agarrando el borde de
la encimera de granito a su espalda. Apretó su agarre, y sus músculos saltaron
para cumplir sus órdenes. Se contrajeron con el esfuerzo, las colinas y los valles
se movieron bajo sus anchos hombros.
Me acerqué más, mis dedos ansiaban la textura de su cuerpo. Solo una
probada. Solo una pasada sobre su caja torácica o sobre su pecho.
—Hay algo mal con la princesa Penelope —le dije mientras me acercaba.
El poder emanaba de él en olas calientes y sensuales. Era como un depredador
al borde del ataque, apenas capaz de contenerse. Fuerza y gracia encarnadas.
Me estudió, su mirada brillando bajo sus pestañas imposiblemente
largas. —¿Quién es esa? —preguntó, su voz como agua tibia corriendo a todas
mis partes traviesas.
—¿No sabes el nombre de tu propio lavavajillas? —bromeé—.
¿Recuerdas mi nombre? ¿O eso es pedir demasiado?
Su mirada se posó en mi boca, y mis pulmones dejaron de funcionar. —
¿Hay algún punto para esto?
Me recuperé lo suficiente para asentir y responderle. —Sí, algo está mal
con la princesa Penelope. Creo que es su carburador.
Extendió la mano y tiró del cordón en mi propia cintura. —Me refería al
hecho de que tu ropa todavía esta puesta.
Me desperté bruscamente y me senté rápidamente, parpadeando en la
oscuridad. Fue un sueño. Era solo un sueño.
Una vez que me orienté, busqué en la habitación. No tenía idea por qué.
Naturalmente, él no estaba allí. Había vuelto a sus viejos hábitos. Invadiendo
mí sueño. Haciéndome anhelarlo.
No podía entender su objetivo. ¿Por qué no solo venía a mí? Los sueños
de antes eran erotismo puro, sin control. Eran eróticos, pero no abiertamente
sexuales.
Sin embargo, eran la razón por la que había dormido tan poco en los
últimos tres días. Cada vez que cerraba los ojos, pequeños vistazos extraños, tan
desconcertantes como sexys, se reproducían en mi cabeza. Y en cada uno, me
acercaría lo suficiente para casi tocar a mi esposo, solo para despertarme antes
de que pudiera lograrlo.
Tal vez ese era su objetivo. Quizás ese era el punto. Entorpecer mi
ingenio. Mantenerme agotada y desorientada, pero ¿por qué? ¿Así no podría
rastrearlo? Como si pudiera, de todos modos.
Después de despertar, que fue unos diez minutos después de que me
acosté, no tardé mucho en darme cuenta de que dormir sería tan esquivo esta
mañana como lo fue ayer. Y el día anterior. Y el día anterior a ese.
¿Hacia esto a propósito? ¿Era esto una especie de estrategia de su parte?
Pero, ¿para qué? Si su plan era mantenerme desorientada, ¿qué ganaría?
Me rendí, principalmente porque me dolía el cerebro, y salí de la cama.
Necesitaba café. Y una ducha. O una ducha de café.
Oye…
Ya que había tomado suficiente café en las últimas veinticuatro horas
para ver ruido, primero elegí la ducha. El problema con las duchas era que
nunca podía disfrutarlas sola. Incluso con Reyes ido, aguanté interrupción tras
interrupción. Y esta mañana no fue diferente.
—Hola, hermosa chica —le dije a una Rottweiler fallecida llamada
Artemis.
Se unía a mí la mayoría de las mañanas para perseguir chorros de agua
mientras salpicaban las paredes de roca y el suelo de baldosas. Tristemente,
cada vez que encontraba una nueva fuente de entretenimiento, casi me
golpeaba para llegar a ella. Paredes, ella las podía traspasar. Yo, no tanto.
Esperaba que lo supiera algún día, pero habían pasado varios meses desde que
oficialmente se convirtió en mi guardiana, y la situación se veía sombría.
Lamió la pared, o trató de hacerlo, e hizo lo posible por atrapar un chorro
de agua en su boca. Ladró, se detuvo el tiempo suficiente para dejarme rascar
sus orejas, luego volvió a lamer el suelo de baldosas. Solo podía esperar que
George, la ducha, nos perdonara por violarlo.
Pero Artemis no era mi única visitante. Escuché una voz suave y
cantarina venir de mi sala de estar.
—¿Tía Charley?
—Estoy en el baño, cariño. —Apagué a George, probablemente en más
de un sentido, y tomé una toalla.
—Tengo un par de preguntas para ti —dijo Amber detrás de la puerta
cerrada. Amber era la hija de trece años y tres cuartos de edad de Cookie—.
¿Estás, uh, ocupada?
—¿Ocupada? —pregunté, envolviendo una toalla alrededor de mi
cabeza.
—¿Está el tío Reyes allí contigo?
Después de casi asfixiarme con mi propia saliva, carraspeé y dije—: No
en este momento.
—Oh, bien. No quería interrumpir nada.
—Eso es considerado de tu parte. —Me puse una bata, me aseguré de
lucir presentable, y dije—: Ven, calabacita.
Ella entró, más vivaz que nunca, su largo, cabello oscuro recogido en un
moño desordenado, sus enormes ojos azules brillantes y cristalinos. Agitó el
vapor, me dio un abrazo, luego cerró la tapa del inodoro, también conocido
como Curly, el inodoro, no la tapa, y se sentó en él.
—¿Qué pasa?
—Bueno, solo quería hacerte un par de preguntas sobre lo que haces.
—Oh, genial. ¿Estás escribiendo un trabajo para la escuela?
—No. Y solo lo estoy admitiendo porque puedes decir si estoy
mintiendo.
Apoyé una cadera contra el fregadero, crucé los brazos y la encaré. —
Aprecio tu sinceridad.
—Gracias. Creo. Entonces, si tuvieras que resolver un caso en el que
alguien robaba algo, como, por ejemplo, suministros de oficina, ¿qué harías
primero?
—Está bien, ¿esto es para una historia que estás escribiendo?
—Nop.
—¿Es solo curiosidad ociosa?
—Eso tampoco.
—¿Quieres decirme de qué se trata esto?
Tomó un largo y melodramático aliento. —Simplemente me dirás que no
lo haga.
—¿Cómo lo sabes? Podría ser totalmente alentadora.
—No, no lo serás.
—Amber Olivia Kowalski.
—De acuerdo, Quentin y yo estamos abriendo nuestra propia agencia de
detectives, y estamos empezando con un caso en la Escuela para Sordos.
Alguien está robando suministros de oficina, y vamos a averiguar quién es.
Quentin era un adorable chico de dieciséis años con cabello rubio y una
sonrisa que rivalizaba con la belleza de un atardecer en Nuevo México. Era muy
sensible al mundo sobrenatural. Podía ver a los difuntos y los demonios, y era
una de las pocas personas vivas que podía ver mi luz.
Su don era uno en un millón. Literalmente. Muchas personas eran
sensibles porque podían ver un humo claro o borroso cuando había un difunto,
o podían sentir un punto frío o escuchar un gemido. Pero Quentin podía ver a
los difuntos, en cuerpo y alma. Hubiera podido comunicarse más con ellos si no
hubiera nacido sordo.
Asistía a la Escuela para Sordos de Nuevo México en Santa Fe, y Amber
esperaba unirse a él el próximo año si Cookie aceptaba y la escuela aprobaba su
solicitud. Era difícil lograr que un alumno con audición entrara en esta escuela
sin un familiar de sangre inscrito, pero amaban a Amber, y ella estaba en el
campus al menos dos o tres veces a la semana. Se estaba convirtiendo en una de
ellos, como culturalmente, cada día más. Y su ma…
Espera. ¿Dijo agencia de detectives?
Me quedé en estado de shock durante un minuto sólido antes de
recordar que había dicho que sería alentadora. —¿Tu propia agencia de
detectives?
—Sip.
—Guau. No estoy del todo segura, pero creo que me siento halagada.
—¿En serio? —preguntó, relajando su ceño fruncido.
—Espera, déjame pensarlo. —Levanté un dedo mientras reflexionaba
sobre la situación—. Sí, estoy bastante segura de que sí. Pero la respuesta es no.
Sus hombros se desinflaron. —¿Ves? Te lo dije.
Solté una risita, caminé hacia ella y le di un beso en la cabeza. —Es una
broma.
Se iluminó de nuevo. Sus estados de ánimo eran comparables a los de
alguien que encendía y apagaba el sol, los usaba tan abiertamente.
—Tía Charley. —Fingió reprenderme, pero burlarme de ella era una
especie de trabajo de tía—. Entonces, ¿nos ayudarás?
La idea de que Amber y Quentin abrieran su propia agencia de
detectives era la cosa más linda que había escuchado y una de las más
aterradoras. ¿Adorable? Sí. ¿Peligroso? Teniendo en cuenta mi mundo, también
sí.
—Te ayudaré a ayudarte a ti misma.
—Um, está bien. ¿No puedes solo ir allí, preguntar quién lo hizo, poner a
prueba las emociones de todas las personas a las que le preguntas y decirnos
quién es el ladrón?
—No. —Volví a secarme el cabello con la toalla.
—¿Esto va a ser una de esas cosas de lecciones de vida? Porque
realmente no funcionan cuando estás cerca. Nadie se compara contigo, así que
no es justo.
Lancé mi cabello mojado hacia atrás y le di mi mejor impresión de un
rostro inexpresivo. —¿Esto va a ser una de esas cosas de hacerme sentir
culpable? Porque realmente no funcionan cuando estoy cerca. Puedo sentir la
falta de sinceridad, ¿recuerdas?
Cerró la boca, apoyó el codo sobre una rodilla y la barbilla en la palma de
la mano. —Mamá es mucho más fácil de engañar que tú.
Me puse un cepillo de dientes en la boca e hice una buena espuma. —
Cariño —dije a través de la espuma—, todos en el planeta Tierra son más fáciles
de engañar que yo. Estás luchando una batalla imposible.
—Está bien, entonces, ¿qué deberíamos hacer? No podemos resolverlo.
Lo intentamos una y otra vez.
—¿Averiguaste quién tiene acceso a la sala de suministros?
—Bueno, no —dijo pensativa.
—Está bien, bueno, ahí es donde comenzaría. Averigua quién tiene
acceso, luego descarta a esas personas una por una revisando sus coartadas
hasta que tengas un sospechoso viable.
—Sí. Eso es lo que necesitamos. Un sospechoso viable.
Apoyó su teléfono contra una caja de pañuelos, pulsó GRABAR, y
comenzó a grabar todo lo que le acababa de decir. Se detuvo y preguntó—:
¿Cómo dices viable?
Con una risita, lo grabé por ella. Terminó su mensaje y presionó
ENVIAR.
—Quentin puede descubrir algo de eso hoy en la escuela. Desearía haber
ido allí.
—Lo sé, cariño. Tal vez el próximo año.
Se encogió de hombros en aceptación y se levantó de un salto. —¿Puedo
llamarte si tengo más preguntas?
—Sabes que puedes, pero hay alguien más en este edificio que es un
investigador bastante increíble.
—¿Tío Reyes?
—No.
—¿Mi padrastro?
Mi propio tío Bob se había casado con mi mejor amiga y se convirtió en
padrastro de Amber, un papel que atesoraba y en el que Amber encontró
seguridad.
—No.
Ella retorció su rostro en sus pensamientos. —¿La señora Medina, la
anciana en el 1B que jura que fue espía en la Guerra Fría y que una vez usó
mantequilla de maní para crear una bomba para distraer a sus enemigos para
que ella y su Chihuahua, el Poderoso Thor, pudieran escapar de esa prisión en
Siberia?
Presioné mis labios para evitar decir algo sarcástico. Dado que Sarcástico
era mi segundo nombre, la restricción no fue fácil.
Cuando tuve una idea de mi naturaleza más íntima, dije—: No, no la
señora Medina.
Finalmente se dio por vencida con un encogimiento de hombros curioso.
—Tu madre, cariño.
—¿Mamá? —preguntó, con la duda tan visible en su bonita cara como su
nariz.
Me reí suavemente. —¿Quién crees que hace toda la investigación para
mí? Tu madre es genial.
Parpadeó y luego pareció entusiasmarse con la idea. —¿Mi mamá?
¿Genial?
—Absolutamente.
—Genial. —Se volvió, radiante, y se dirigió a la puerta—. Gracias, tía
Charley.
—Por nada, dulce guisante. Dile hola a Quentin por mí.
—De acuerdo.
—Oh, espera —dije, asomándome por la puerta—. ¿Cuál es el nombre de
tu negocio?
—Investigaciones Q&A.
Hizo una pausa y esperó mi reacción.
—Me encanta.
Se giró y dio un brinco.
4 Traducido por Vane Black & Joselin♡
Corregido por Jessgrc96

Una vez hice una taza de café tan fuerte, que me abrió una jarra.
(Camiseta.)

Terminé de vestirme, preparé una cafetera y bebí la mitad directamente


de la cafetera. Pudo haber sido por eso que lo vi de nuevo. El zumbido gris
oscuro. Antes de conocer oficialmente a Reyes, me seguía pero mantenía la
distancia. Todo lo que vería sería un borrón negro, pero esto parecía diferente
de alguna manera. Más frío. Más oscuro.
Entré en la sala de estar, abrí un armario donde el zumbido parecía
desvanecerse, luego me di por vencida. Si fuera peligroso, lo sabría lo
suficientemente pronto. La negación era algo maravilloso.
Después de servir una taza de café real, revisé el correo electrónico, me
aburrí al instante y decidí consultar las noticias.
Hacía exactamente eso cuando Cookie entró.
—Oye, calabacita —dijo, pero mi cara se hallaba pegada a la pantalla.
No podía creer lo que encontré. —¿Sabías que Penn Jillette y su esposa
llamaron a su hija Moxie Luchadora contra el Crimen?
Se sirvió lo que quedaba de café, y luego se unió a mí. —Lo leí en alguna
parte. ¿Qué lindo es eso?
—¿Lindo? Cook, es horrible. Quiero decir, ¿y si, cuando la pobre chica
crezca, quiere ser la villana?
—Eso es un enigma. Hablando de eso, ¿tomaste mis pastelillos?
—Solo cuatro. Tuve que despertar a Garrett a la mitad de la noche y
necesitaba una rama de olivo. Con glaseado de chocolate.
—No creo que a Garrett le importe que lo despiertes a la hora que sea.
—Me apuntó con un arma.
—Pero nunca está de más dar ese paso extra.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Hay alguna ocasión especial que yo no sepa?
¿Cumpleaños? ¿Aniversario? ¿Culpa por un asunto ilícito?
—No, los hice para ti. Has estado… despistada últimamente. Pensé que
los pastelitos podrían hacerte sentir mejor.
—Cook —le dije, inclinándome hacia ella para un gran abrazo.
Llevaba un traje verde salvia arrugado con un cinturón verde lima y una
bufanda. Su cabello negro con hebras grises se hallaba agarrado en todas las
direcciones, como de costumbre, pero si hubiera sido más ligera, se habría
parecido un poco a Elton John. Su pérdida.
—Los pastelillos hacen que todos se sientan mejor —le dije, soltándola—.
Bueno, tal vez no a los diabéticos.
—¿Qué estuviste haciendo estos días?
—¿Qué? Nada. No tuve nada que ver con eso —le dije, segura de que ya
descubrió mi implicación traicionera en el caso de los suministros faltantes de
oficina y la nueva agencia de detectives.
Cookie se preocupaba de que Amber y Quentin estuvieran pasando
demasiado tiempo juntos, y alentar a la pequeña en este nuevo esfuerzo
definitivamente les daría una excusa para hacer exactamente eso.
De hecho, podría pensar que esos dos inventaron todo el misterio por esa
misma razón. Quiero decir, ella tenía que saber que nos sentiríamos halagadas
de que quisieran seguir nuestros pasos.
—Está bien, entonces. —Cookie se sentó en silencio después de eso,
sorbiendo su café, hasta que no pudo contenerlo más—. ¿Qué demonios,
Charley?
—Lo siento. —Incliné la cabeza, avergonzada—. No quise hacerlo. Fue
tan tierna, y sabes condenadamente bien que no puedo negarle nada a esa niña.
Usó su encantó en mí. Es letal. Debería estar registrado en una base de datos de
armas en alguna parte.
—¿Qué está pasando? —Se levantó y comenzó a pasearse—. Después de
todo lo que hemos pasado juntas, después de todos los secretos que hemos
compartido, de hecho, tienes algunos más que yo, pero aun así, si tú y Reyes
están teniendo problemas, sabes que puedes venir a mí. Demonios, has
dormido en mi sofá más veces de las que puedo contar.
—¿Cómo, tres? —Claramente, ella no era muy buena contando.
—Y ahora obviamente tienes problemas serios y… —Se volvió hacia
mí—. ¿Qué dijiste?
Oh, oh. Mis palabras simplemente se hundieron en ella.
—Nada. Tenía a mis oídos escuchando.
Frunció la boca. —¿Qué hizo ella?
—¿Quién?
—Mi hija.
—Nada. Lo juro.
—Charlotte Jean Davidson.
Guau, eso realmente funcionaba. —Está bien, te lo diré, pero no digas
nada. Quiere venir a ti en busca de guía y estructura. Entonces, cuando te lo
diga, actúa sorprendida.
Cook entrecerró sus ojos hacia mí, su expresión de absoluta incredulidad.
Comprendía mucho más rápido en estos días.

***

Expliqué todo sobre la nueva empresa de Amber y Quentin. Cookie lo


tomó mejor de lo que esperaba. Creo que fue la parte en la que le dije que
Amber quería ir a verla primero, pero estaba preocupada de que Cookie se
molestara por que pasaran más tiempo juntos, ya sabes, más allá de la cosa de
cada hora del día, así que vino para buscar mi consejo porque cree que encontró
su vocación. Quiere hacer lo que hace su madre.
Eso prácticamente lo aseguró. Amber me lo debía.
—Y el resto —le dije, levantándome para buscar mis botas—, te lo diré en
la oficina. Invité a toda la pandilla.
Comenzó a caminar hacia la puerta, pero se detuvo y se giró. —¿Es así de
malo?
Arranqué una bota de debajo de Sophie mi sofá, y me la puse. Sin mirar a
Cookie, dije: —Sí, por desgracia, así es.
Caminamos juntas hacia la oficina ya que se encontraba a solo quince
metros de la puerta de entrada de nuestro edificio de departamentos. Pero
caminamos en silencio, ella pensando y yo en estado de pánico. Aunque no lo
dejé mostrar. En esencia, perdí a mi marido, su cuerpo fue tomado por una
deidad de la que no sabía nada. ¿Era volátil? Eso parecía un hecho, pero ¿era
cruel? ¿Era malévolo? Solo el tiempo lo diría, pero el tiempo no era algo que
tuviéramos mucho. Si resultaba ser todo lo que temíamos, necesitábamos
capturarlo. Punto.
Investigaciones Davidson, que no debía confundirse con Investigaciones
Q&A, se hallaba en el segundo piso de un histórico edificio de ladrillo en
Central, justo frente al hermoso campus de la Universidad de Nuevo México. El
primer piso albergaba el bar y parrilla de Reyes, Calamity’s. Mi padre, que fue
el dueño del bar antes de que Reyes lo comprara, lo llamó Calamity’s porque
esto parecía perseguirlo. No tenía idea de por qué. El caos rara vez me seguía.
Pusimos una nueva cafetera, porque el café lo hacía todo bien y
esperamos a que llegaran nuestros invitados.
Lo cual hicieron todos. Como todos a la vez. Fue raro.
Garrett. Tío Bob. Angel. Gemma. Osh.
Espera, ¿Gemma?
—Uh, hola, Gem —dije, saludando a todos con un abrazo, incluyendo al
hombre que una vez intentó inventar un spray repelente de abrazos gracias a
mí, mi maravilloso tío Bob. Y ahora se encontraba casado con mi mejor amiga.
Es como si estuviéramos realmente emparentados ahora. No Cookie y yo. Nos
hicimos hermanas en el momento en que nos conocimos. Pero el tío Bob
siempre fue dudoso en el mejor de los casos.
Di un paso hacia Gemma y la abracé también.
—¿Qué haces aquí? —pregunté en el repentino silencio incómodo.
—Pasar tiempo con mi hermanita. ¿No puede una chica pasar tiempo
con su hermana menor?
—No.
Rio y agitó una mano desdeñosa.
—No, enserio, Gem.
Cada vez más seria, levantó la barbilla y dijo—: Estoy lista.
Caminé hacia la cafetera por otra taza. Parecía que no podía obtener
suficiente de esto últimamente. Probablemente debido a la falta de una buena
siesta. —¿Estás lista?
Respiró hondo y asintió.
—¿Para?
—Esto. —Hizo un gesto a su alrededor—. Tú. Hagas lo que hagas, estoy
lista.
—No estoy segura de que lo estés.
Tío Bob dio un paso más cerca mientras los otros plantaban sus reclamos
en la oficina de Cookie. —Gem, creo que tal vez…
—No —dijo ella, su mente fija—. Es hora de que me involucre más. Ya
sabes, dar la cara. Ir por el touchdown. Llevarlo al extremo.
Para alguien con un IQ de genio, era realmente mala con las metáforas.
—¿Qué diablos significa eso? —le pregunté.
Respiró profundamente. —Estoy aquí para la reunión.
—No.
—Quiero involucrarme más en tu vida y en lo que haces.
—No.
—¿Por qué el tío Bob se involucra y yo no?
—No. ¿Y quién te dijo que teníamos una reunión?
Osh habló desde su silla en la esquina. —Creo que debería quedarse.
Osh puede haber tenido diecinueve años, pero tenía siglos de edad por
decir lo menos. Su cabello negro como la tinta le rozaba los hombros, y usaba su
sombrero negro tradicional y manopla negra, un look que lucía con tanto
encanto y estilo, que era difícil ponerlo en su lugar, pero lo pondría en su lugar.
—Solo pretende que esta es tu ciudad natal. Daeva no tiene voz ni voto.
Entrecerró sus ojos de bronce sobre mí. —Eso es bajo, dulzura. Incluso
para ti.
—¿Ves? —dijo Gemma—. Eso es interesante. ¿Qué es un Daeva?
—Un demonio esclavo del infierno —le dije, esperando asustarla desde
el principio.
—Oh. —Pensó en eso un momento, y luego dijo—: Esta bien. Bueno, ya
aprendí algo.
Esta iba a ser una larga mañana.
Nos sentamos alrededor del escritorio de Cookie, el tío Bob junto a mi
mejor amiga y recepcionista asociada. Él tomó su mano en la suya, y sentí una
pequeña oleada de placer salir de ella.
Garrett se hizo a un lado, fingiendo estar molesto porque le pregunté si
la puta lo llamó. Estaba preocupado por Reyes. Como yo.
Osh se sentó en el rincón más alejado, inclinando su silla hacia atrás
como un chico en la escuela secundaria.
Angel apareció y se quedó atrás con Osh, probablemente porque Osh era
la única persona en la sala aparte de mí que podía verlo.
Incluso Artemis apareció. Se sentó a los pies de Angel, y él y Osh se
turnaron para frotarle las orejas.
Gemma se sentó a mi lado. Confisqué la silla de Cookie y me senté detrás
de su escritorio para poder ver a todos mientras explicaba la situación.
Me aclaré la garganta, pero Garrett me hizo señas, levantando la cuerda
que tenía en sus manos.
—Ah, claro. —Miré a Osh—. Osh, vamos a tener que atarte y torturarte.
Lo siento.
—¿En serio? —Se levantó y se quitó el sombre de copa, una amplia
sonrisa dividió su rostro perfecto. Con el entusiasmo de una virgen en un
burdel, golpeó sus manos y las frotó con anticipación—. ¿Dónde me quieres?
—Esa silla estará bien. Solo muévela al centro de la habitación.
La oficina de Cookie no era enorme, pero era lo suficientemente grande
como para atar a Osh y torturarlo.
Los ojos de Gemma se volvieron preocupados cuando Osh se sentó y
Garrett comenzó el proceso de atar. ¿Era malo que tuviera ansias de porno gay
y en ese momento?
Me acerqué a ellos para asegurarme de que los nudos de Garrett fueran
ineludibles. Pero ineludible para un ser humano e ineludible para un Daeva
eran dos cosas muy diferentes. Era muy probable que Osh saliera de casi
cualquier situación pegajosa, pero si no hiciera nada más, con toda seguridad lo
retrasaría. El trabajo que Garrett hizo aseguró eso.
Osh me sonrió. —¿Vas a hacer la hazaña, preciosa? ¿Me vas a lastimar?
—Podría.
Me guiñó el ojo, y un microsegundo después me di cuenta de que
coqueteaba con mi futuro yerno. Había visto lo que se convertiría en el ejército
de Beep. Quién se convertiría en el ejército de Beep. La mayor parte, de todos
modos. Y definitivamente se hablaba de Osh en el futuro.
Angel se acercó furtivamente a mí. —Quiero que me amarren.
Me volví hacia él y puse mi mano en su rostro siempre juvenil. —Estoy
bastante segura de que las cuerdas se deslizaran a través de ti, lindo.
—Deberíamos verificarlo, por las dudas —dijo.
Pero apenas lo escuché. En el momento en que puse mi mano en su
rostro, sentí un calor en la parte posterior de mi cuello. Un calor deslizándose
por mi espina dorsal.
Me giré, esperando, pero no vi nada. Sin embargo, cuando me volví a
Osh, él miraba en la misma dirección de donde provenía el calor.
—¿Qué? —Me volví nuevamente—. ¿Qué viste?
Todos los rastros de humor se habían ido. Todos en la sala siguieron la
línea de visión de Osh sin ningún resultado. Pero Osh inclinó la cabeza,
completamente atado ahora, y me dirigió una mirada seria.
—¿Por qué estoy atado?
—Porque tenemos que tomar ciertas precauciones.
Arrodillándome a su lado, puse una mano sobre su brazo, sus músculos
se tensaron contra las restricciones. Garrett hizo un trabajo increíble.
—Osh, necesito que te calmes cuando te diga lo que pasó.
Echó un vistazo detrás de mí, luego volvió otra vez. —¿Crees que no lo
sé ya?
Miré nuevamente pero no vi nada. —¿Qué? ¿Lo viste?
Él inclinó la cabeza. —¿Cómo pasó?
—Ohs, ¿qué viste?
Cuando volvió a enfocarse en mí, su rostro había palidecido. —Él. Por
una fracción de segundo. Enojado. Salvaje. Volátil. —Su expresión se volvió
incrédula—. Lo liberaste.
—¿Qué? No. —Negué con la cabeza—. No lo sé. —Me puse de pie y
caminé hacia la puerta de mi oficina para buscar otro lugar. En cualquier lugar
que no sea su mirada acusadora—. Fue un accidente.
Cuando me volví hacia él, su cabeza se hallaba inclinada de nuevo, su
mandíbula apretada detrás de su oscuro cabello.
—Osh, ¿qué estás pensando?
—¿Tienes alguna idea de lo poderoso que es? ¿Qué podría hacer con el
más mínimo pensamiento?
—¿Qué quieres decir con que lo liberé? ¿Liberarlo de dónde?
—Él es un dios, preciosa. Él siempre estuvo allí, al acecho. Esperando su
oportunidad para levantarse de nuevo.
—Osh, él ha sido un dios por… bueno por siempre. Pero sabe que es un
dios desde hace semanas. Y yo… lo envié al cristal divino.
Aspiró una bocanada de aire, asombrado.
—No por eso. No por… mira, se suponía que debía entrar y verificar el
lugar. Había personas inocentes atrapadas adentro. Yo quería ir, pero él insistió
en que lo enviara. Se suponía que debía esperar sesenta segundos y llamarlo de
nuevo. Ni siquiera esperé tanto tiempo. Llamé su nombre no quince segundos
después, pero no pasó nada.
—Continúa.
—Intenté todo. Nada funcionó. Nada… —Empecé a entrar en pánico. La
reacción de Osh me hizo comprender aún más cuán malas eran las cosas—. Y
luego, aproximadamente una hora después, el cristal explotó, y él salió tan bien
como todas las personas inocentes que habían quedado atrapadas adentro.
El asombro en su rostro se convirtió en algo parecido al terror. —¿Abrió
las puertas de una dimensión infernal en este plano?
—No lo sé. Supongo.
—¿Cuándo?
—Hace tres días. Lo lamento chicos, no haberles contado en el momento
en que ocurrió.
Escaneé la habitación para evaluar las reacciones. Hasta el momento,
todos parecían más confundidos que preocupados, aunque Cookie se inclinaba
hacia lo último. La única excepción fue Angel. Mi hermoso chico.
—Debería haberles dicho. Estaba tan desconcertada. Pensé que podría
encontrarlo y arreglarlo.
—¿De qué estamos hablando? —le preguntó Garrett—. ¿Qué hay que
hacer?
Tío Bob habló entonces, su paciencia rápidamente menguó. —Calabacita,
tienes que dejar saber al resto de nosotros lo que está en juego aquí.
Le ofrecí mi mejor expresión de disculpa, luego me volví a Osh. —
Todavía es Reyes.
—Desátame.
—No —dije, saltando hacia adelante. Me arrodillé ante él de nuevo—.
Todavía es Reyes, Osh.
Él me clavó con una expresión que nunca había visto en él. Lástima. —
Dejó de ser Reyes en el momento en que entró en esa dimensión infernal, amor.
Desátame.
—Necesitamos un plan.
—Necesitamos huir de este plano.
—Osh, no todos aquí pueden hacer eso.
Una esquina de su boca llena se inclinó hacia arriba. —No es mi
problema.
Su declaración me sorprendió. No habría estado más aturdida si él me
hubiera dado un manotazo en la cabeza. —¿Vas a dejarnos?
Sostuvo mi mirada un largo momento antes de tener piedad de mí. —
No, cariño. Solo quería que te sintieras traicionada.
Me apoyé sobre mis talones. —¿Por qué?
—Porque necesitas acostumbrarte a eso. Él te matará, preciosa y todo lo
que amas, empezando por la gente de esta habitación.
Cookie jadeó.
Gemma se levantó de su silla.
Garrett se volvió para mirar por la ventana.
Negué con la cabeza. —No —dije, defendiéndome—. Él todavía es
Reyes. En algún lugar dentro, todavía es Reyes.
Las cuerdas que sostenían a Osh cayeron de él como cintas de papel.
Garrett se tensó, preparándome para una batalla. Una batalla que finalmente
habría perdido, pero hubiera tenido una pelea infernal.
Osh puso sus manos en mis brazos, luego se paró y me levantó con él.
Bloqueamos miradas, apretando los dientes como si quisiera sacudir algo de
sentido en mí.
—No voy a ceder en esto, Osh.
—Tú eres la devoradora de dioses. Puedes ocuparte de esto aquí y ahora.
Me alejé de él.
El tío Bob se interpuso entre nosotros, miró a Osh por un segundo y
luego se volvió hacia mí. —¿De qué está hablando?
—Alguna estúpida profecía.
—No es una profecía —dijo Garrett—. Lo has hecho aquí, en este plano.
—Una vez, y ni siquiera sabía lo que hacía.
Cuando los hombres empezaron a discutir sobre la logística de devorar a
mi propio esposo, que gritaba caníbal en mi humilde opinión, mi temperamento
se disparó. Solo un poco. Solo lo suficiente como para causar un pequeño
temblor que sacudió la habitación que nos rodeaba.
Todas las conversaciones cesaron.
—La respuesta es no. Nunca recurriría a tal táctica con mi esposo, por lo
que el argumento es discutible. Necesitamos un plan. No conjeturas e
insinuaciones. Un plan sólido.
—En realidad, necesitamos dos planes —dijo Osh.
Garrett se dejó caer en el sofá junto a la ventana. —¿Qué quieres decir?
—El problema es doble. Incluso si de alguna manera pudiésemos
capturar a una deidad volátil, y luego, ¿qué? ¿Meterlo en una botella?, tienes
otro problema que ni siquiera un acto de un Dios podría solucionar.
Fruncí el ceño. ¿Qué más podría haber? —¿Dé que estás hablando?
—El Cristal Divino. La dimensión infernal. Dijiste que las puertas
estaban abiertas.
—Fueron prácticamente destruidas —dije asintiendo.
—Entonces has creado una dimensión dentro de una dimensión. Una
anomalía. Una singularidad.
—¿Qué? ¿Cómo un agujero negro?
—Por un lado. La nueva dimensión crecerá, lentamente al principio,
luego más y más rápido a medida que se alimente de esta dimensión. A medida
que gane masa. Eventualmente, se hará cargo.
Caminé hacia Garrett y me senté a su lado. —Así que, sí, eso es malo.
—Suena mal —dijo Angel.
Osh negó con la cabeza. —Esa no es la parte mala.
—¿Se pone peor? —pregunté.
—Para ser franco, los demonios que residen dentro de dicha dimensión
heredarán la Tierra.
—¿Hay demonios? —preguntó Cookie—. Nadie mencionó demonios.
Tío Bob levantó las manos y dio unas palmaditas en el aire para frenar
un poco las cosas. —Está bien, está bien, una singularidad, pero primero lo
primero. Tratemos con Reyes, intentemos traerlo de regreso o capturarlo o lo
que sea que tengamos que hacer. Entonces podemos preocuparnos por la
dimensión infernal devoradora de la Tierra, que, créanme, no es algo que
alguna vez pensé que me iba a escuchar decir.
—Estoy de acuerdo —dijo Garrett—. Necesitamos concentrarnos en
Reyes.
—Eso es bastante fácil. Esta celoso —dijo Osh—. Como la mayoría de los
dioses lo son. Cuando tocaste la cara de Angel, ¿y quién no? Le provocaste una
reacción.
—Entonces, ¿está mirando? —preguntó Angel.
—Más como monitoreando, y probablemente se centró solo en Charley.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Gemma, reapareciendo en la
conversación por fin.
—Porque ella es la única en todo el universo que puede devorarlo si tiene
hambre.
Gemma miró de mí a Osh, y luego otra vez. —¿Pero no sabrá lo que
estamos haciendo?
Osh se encogió de hombros. —Esa siempre es una posibilidad, pero no
podemos permitir que eso nos impida intentarlo.
—¿Qué sugieres? —preguntó Garrett.
—Sugiero correr, pero como nadie más está en…
—Drogas —dijo Garrett.
Osh asintió. —Eso podría funcionar. Todos podríamos usar drogas.
Entonces no nos importará cuando el mundo sea destruido por un dios volátil o
superado por una dimensión infernal infestada de demonios. —Sonrió a
Garrett—. Buen pensamiento.
—No, drogas. Charles fue drogada el otro día. Trabajaron en ella a pesar
de ser una diosa.
Negué con la cabeza. —Demasiadas complicaciones, y ni siquiera
sabemos si funcionarían con él. Antes, sí, pero ¿ahora que él es un dios
completamente volátil? ¿Quién sabe qué efecto tendrían?
—Funcionaron en ti —argumentó. Cuando continué negando con la
cabeza, se dio por vencido—. Bien, vale. Eres una diosa, ¿cómo podrías rastrar y
capturarte a ti misma?
—Me atraería con café, y luego mantendría las tazas viniendo. Confía en
mí, no iría a ningún lado. Sin embargo, dudo que eso funcione en él. No todos
los dioses disfrutan tanto el Java como yo.
Gemma, que no estaba al tanto de los últimos hechos de Charley,
comenzó a caminar hacia la puerta de entrada. —Oh, mi —dijo, mirando su
reloj—. Se está haciendo tarde y se supone que debo encontrarme con Wyatt
para desayunar. —Wyatt era policía y ex paciente, hasta el momento había roto
todos los códigos de conducta profesionales. Estaba tan orgullosa de ella—.
Gran reunión, chicos. ¿A la misma hora mañana?
—Gemma —comencé, pero ella había salido por la puerta antes de que
pudiera decir algo más. Lo único que escuchamos fueron sus pasos mientras
prácticamente caía por las escaleras exteriores.
—Pobrecita —dijo el tío Bob. Me ofreció sus condolencias con una
palmada alentadora en la cabeza—. Ella siempre tenía anteojeras cuando se
trataba de tus habilidades.
—¿Puedes culparla?
—De ninguna manera. Recuérdame comprobarla más tarde.
—Creo que Swopes tiene algo de razón —dijo Osh.
Me levanté y comencé a pasearme por el piso. —Te lo digo, no
funcionará.
—¿Por qué no? —preguntó Swopes—. Te funcionó cuando ese culto
maligno te drogó y te arrojó a ese baúl.
—En realidad, me tiraron al maletero y luego me drogaron.
—¿En serio?
—Y hay un defecto fatal en tu plan, Swopes. Reyes no está exactamente
viniendo a casa para la cena. ¿Cómo se supone que debo drogarlo?
—Lo atraeremos —dijo Cookie.
La habitación dirigió su atención a mi deliciosa vecina. —Gran idea,
cariño, pero ¿con qué?
Cuando su mirada se posó en Garrett y sonrió posiblemente la sonrisa
más traviesa que alguna vez la había visto usar, sabía que no me iba a gustar
este plan.
5 Traducido por Umiangel
Corregido por Ann Farrow

Si logro sobrevivir el resto de la semana, me gustaría que mi camisa


de fuerza sea color rosa chillante y mi casco con brillos.
(Hecho real)

Teníamos un plan.
Entonces eso sucedió. No importaba que nunca funcionaría en cien mil
años, teníamos un plan. Mazel Tov3. Calenté mi café mientras el resto del grupo
salvaje planeaba mi muerte. Reyes iba a matarme si ya no había decidido
hacerlo.
Me apoyé contra la pared que separaba mi oficina de la de Cookie. No
fue hace tanto tiempo cuando Reyes se me apareció en esta misma habitación,
me presionó contra esa misma pared, pasó su boca por mi cuello y sobre mi
mejilla.
Mientras pensaba en ese día, caminó hacia mí, vistiendo una camisa
blanca de botones con las mangas dobladas hasta los codos, dejando al
descubierto sus sinuosos antebrazos. Siempre amé esa camisa. Él lo sabía.
Su boca se inclinó en una esquina en una sonrisa sensual. Del tipo que
hacía que las mujeres dejaran caer sus bragas. El tipo que convirtió mis piernas
en un plato de espagueti.
—¿Qué bebes? —preguntó mientras caminaba hacia adelante. Parecía un
animal, elegante, poderoso y sensual.
—Acido de batería —bromeé, fingiendo que mi corazón no latía un poco
más rápido.
No detuvo su avance hasta que casi nos tocamos, y luego apoyó una
mano contra la pared detrás de mí cerca de mi cabeza y la otra en el lado
opuesto en mi cintura. Encerrándome. Rogándome hacer el primer movimiento.

3
Felicidades.
—Quiero mi lengua en tu boca. —Su voz causó una oleada de calor que
cubrió mi piel y se instaló en mi abdomen.
—Entonces, por todos los medios, ponla ahí.
Su mirada se posó en el objeto actualmente en discusión. —¿No
morderás?
—Solo un poco.
Mojó un dedo en mi taza, luego pasó el líquido hirviendo sobre mis
labios. Lo alcancé con la lengua, para probarlo, para atraerlo hacia él, de modo
que pudiera chuparlo, pero en el momento en que hice contacto, me desperté
bruscamente, derramando café por mi suéter y pantalones vaqueros.
—Maldita sea —dije en voz alta mientras todos se giraban para mirar.
Entonces me di cuenta de que sucedió de nuevo. Pero me encontraba
completamente despierta esta vez. ¿Qué mierda santa?
—¿Lo viste? —le pregunté a Osh, escaneando la habitación en busca de
alguna señal de mi marido—. ¿Estuvo aquí?
Las cejas de Osh se juntaron con preocupación, pero negó con la cabeza.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Me dirigí hacia el baño para limpiarme—. Además del hecho
de que estoy perdiendo la cabeza
Cuando volví a la oficina, dándome cuenta de que simplemente me tenía
que cambiar, el tío Bob hablaba por teléfono, su tono era agresivo. Casi enojado.
—¿Qué pasó? —le pregunté cuando colgó.
—Tenemos otro —dijo, mirándome fijamente.
—¿Otro cuerpo?
Asintió.
—¿Como los otros?
Asintió de nuevo, besó a su esposa, luego se dirigió a la puerta.
—Enviaré un mensaje de texto cuando sepa más, Cook —le dije mientras
Garrett y yo lo seguíamos—. ¿Nos vemos allí? —le dije a Angel.
Él asintió, luego desapareció.
Osh nos siguió por la puerta después de darle a Cook un leve gesto de
despedida. —Quiero saber qué acaba de pasar —dijo.
—Tú y yo queremos saber lo mismo.

***
Garrett, Osh y yo nos encontramos con el tío Bob en una estación de
servicio cerca de Fourth y Chávez. Una mujer pidió prestada la llave del baño y
nunca la devolvió, por lo que una empleada fue a ver cómo estaba y la encontró
muerta.
Cubrí mi boca y nariz mientras caminábamos, el olor me golpeó unas dos
cuadras atrás. Ubie, que al parecer era inmune a tales horrores, dijo que lo
imaginaba. No lo creo. No había nada, absolutamente nada, peor que el olor de
un cadáver. Especialmente uno que fue chamuscado.
Eché un vistazo rápido a la víctima y a la escena del crimen, luego me
escabullí antes de vomitar. La mujer murió exactamente de la misma manera
que los dos anteriores.
Su cuerpo se encontraba cubierto de arañazos superficiales y cortes
profundos. Los moretones le cubrían la cara y el torso. La mitad de su vestido
fue arrancado, pero al igual que los demás, el ataque no fue de naturaleza
sexual. Al menos no abiertamente. El atacante pudo haberse salido con la suya,
pero no hubo contacto sexual durante el ataque.
La parte extraña, sin embargo, eran las quemaduras. Al igual que las dos
primeras, esta mujer, Patricia Yeager, tenía marcas de quemaduras al azar en su
piel y ropa. Muchas en sus pies y a lo largo de su parte trasera. ¿Cómo se
encontraba acostada de espaldas y no parecía haber sido volteada?, ¿cómo
llegaron las marcas de quemaduras? Si el atacante se hallaba ocupado, bueno,
atacando, ¿cuándo tuvo tiempo de quemar a su víctima?
—Oh, se pone mejor —dijo el tío Bob. Nos condujo a una pequeña oficina
en la parte trasera de la tienda. Tenían una cámara de seguridad en ángulo
sobre las bombas, y casualmente grabó las puertas del baño.
Se desplazó hasta que vimos a la señora Yeager entrar. Vimos el video
mientras él avanzó rápidamente la grabación hasta el punto en que la empleada
abrió la puerta con una llave maestra. La mujer podía verse alejándose del baño,
sus manos cubriendo su boca con horror. Me encontraba cerca de ella.
—Pero aquí viene lo bueno —dijo Ubie—. Nadie más entró. Nadie más
se fue.
—Y cuando miramos el resto del video —dijo un oficial Robb—, tampoco
entró ni salió nadie después del ataque.
—Entonces —dijo Ubie, mirándome—, ¿cómo entró el asesino, mató a la
señora Yeager, después irse completamente sin ser detectado por los
transeúntes y cámaras de seguridad?
Ubie despidió al joven oficial y cerró la puerta. —Esto tiene que ser algo
sobrenatural, ¿verdad?
Osh y Garrett asintieron. Seguí mirando la pantalla. Aprendí que podía
ver entidades sobrenaturales incluso en grabaciones digitales, pero nunca
apareció nada.
—¿Captaste algo, Osh? —le pregunté al único otro ser sobrenatural que
se encontraba allí mientras Angel buscaba pistas en el área.
Osh negó con la cabeza. —Nada.
—Esto no puede ser un demonio. No con el sol afuera, ¿verdad?
—Bueno, el sol no entraba en ese baño. Uno pudo haber encontrado el
camino hacia adentro, supongo.
Garrett abrió una aplicación en su teléfono y leyó de ella. —La primera
víctima, Indigo Russell, murió en la tarde hace dos días.
—Cierto —dije—. Antes de que el Capitán Eckert te diera el caso, tío Bob.
Una sonrisa profunda se dibujó en su rostro. —Sí, tengo todos los
extraños gracias a ti.
—Lo siento por eso.
—No te preocupes. Pero tienes razón, Garrett, el primero fue asesinado
mientras regaba árboles en su patio trasero. Fue a última hora de la tarde, pero
el sol ya se había ocultado.
Me giré hacia Osh. —¿Puede un demonio deslizarse de alguna manera a
lo largo de las sombras de, digamos, una cerca o una casa y matar desde allí?
Se encogió de hombros. —Incluso si pudieran, ¿por qué lo harían?
Quiero decir, los demonios en realidad no matan gente. Ellos los poseen. Para
ser totalmente honesto, no estoy seguro de que puedan matar a alguien en este
plano. Usan a otros humanos para hacer su trabajo sucio.
—Tú puedes —dije, levantando una ceja.
—Sí, bueno, soy especial. Y parte humano, así que...
—Esto plantea la pregunta —comenzó Garrett, pero lo detuve antes de
que llegara más lejos.
—No, no es así.
—Charles…
—No, yo solo… no. Reyes no está haciendo esto. —Pero incluso mientras
decía las palabras, la duda surgió dentro de mí.
—Es solo algo que debemos tener en cuenta.
Incliné la cabeza, mortificada por lo que sucedía. Tenía que contarles
todo. Que todo esto podría ser mi culpa.
El tío Bob puso una mano sobre mi hombro. —¿Qué pasa, calabacita?
Después de un largo y reflexivo momento, dije—: Reyes salió de esa
dimensión infernal, así como todas esas almas inocentes. Pero sé de al menos
otros tres seres que quedaron atrapados dentro.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—Porque los puse allí. Bueno, dos de ellos, al menos. Uno de ellos era
una especie de asesino sobrenatural llamado Kuur, y uno era un dios malévolo
llamado Mae'eldeesahn.
Osh asintió. —Mierda, me olvidé de eso. ¿No sentiste a ninguno salir?
—No. Solo sentí a las víctimas del sacerdote. Y según la leyenda, el
sacerdote también se encontraba allí. Sin embargo, él no cruzó a través de mí.
Estoy bastante segura de que fue directo hacia abajo. Pero simplemente no sé
qué pasó con los otros dos, y son seres sobrenaturales más que suficientemente
poderosos como para hacer algo como esto.
No me hallaba tan enamorada de negarme a considerar la posibilidad de
que Reyes estuviera detrás de las muertes. Necesitábamos considerar todos los
ángulos. Lastimaba demasiado mi corazón para considerarlo por mucho
tiempo.
—¿Has encontrado algún tipo de conexión con las víctimas? —le
pregunté al tío Bob.
—Ninguna en absoluto. Contamos con un contador, un artista de
grabación y la señora Yeager, una empleada de la corte de distrito. Sin
conexiones familiares. Nada en sus antecedentes que sugiera siquiera que se
conocieran.
—Entonces, los asesinatos son completamente aleatorios, lo que me
asusta, o hay una conexión que no estamos viendo
—Exacto. —El tío Bob tomó una copia de la grabación y la dejó caer en
una bolsa de pruebas.
Si los asesinatos fueran completamente al azar, no habría forma de
rastrear el próximo movimiento del asesino. Si había una conexión, teníamos
que encontrarla. Teníamos que adelantarnos a esto.
En ese momento, los gritos de una mujer se podían escuchar afuera. Nos
miramos, luego salimos disparados de la pequeña oficina y a través de un par
de puertas dobles de vidrio para encontrar a una mujer angustiada tratando de
abrirse paso entre los oficiales.
El tío Bob y yo nos apresuramos cuando un oficial trató de someter a una
joven morena, su expresión llena de terror y sus emociones se ahogaban en
angustia.
—Necesita salir del área, señora —dijo el desventurado oficial.
—¡No! ¡Ese es el auto de mi esposa! ¡Dijeron que la mujer que era
propietaria de ese coche fue asesinada en el baño!
Tuve que retroceder cuando otro oficial se unió a su colega para tratar de
someter a la pobre mujer. Su agonía era tan fuerte que envolvió mi pecho con
un dolor enorme, exprimiendo el aire de mis pulmones. Puse mis manos sobre
mis rodillas y luché para mantenerlas firmes mientras una oleada de mareo me
envolvía.
El policía finalmente luchó contra la mujer con la ayuda del tío Bob, a
pesar de que un camarógrafo que grababa todo el altercado los hizo tropezar.
—Aléjese —dijo el oficial, su voz como una navaja de afeitar, pero no
hizo nada para detener a la intrépida reportera y su incondicional camarógrafo.
—Sigue grabando —dijo, su mirada brillaba con el aperitivo que tendría
para las noticias de la noche.
Y la pobre mujer cuya esposa yacía muerta en el piso de un baño de una
tienda de conveniencia luchó ciegamente, rogando a los oficiales que la dejaran
pasar.
Tan despreocupadamente como pude, me acerqué a ellos, le puse una
mano en su hombro y dejé que una suave energía fluyera de mí hacia ella. Se
calmó casi al instante, colapsando contra sus captores, pero su rostro aún se
hallaba enrojecido y sus grandes ojos todavía salvajes.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunté cuando los oficiales la obligaron a
sentarse en la parte trasera de una ambulancia.
El paramédico revisó su pulso, su presión sanguínea y le puso una
máscara de oxígeno sobre su cara.
—Maya —dijo, tratando de recuperar el aliento.
El tío Bob envió a un oficial en busca de una botella de agua y se puso a
mi lado.
Ella bajó la máscara. —¿Es ella? —preguntó, su voz suplicante—. ¿Es
Patricia?
—Creemos que sí —le dijo, y ella se quebró, sollozando y sacudiendo la
cabeza.
—No. Eso no es posible. La vi no hace mucho.
Otra mujer vino corriendo y abrazó a Maya. Se parecían demasiado para
no ser hermanas. Lloraron juntas mientras Ubie cuestionó un par más de
testigos potenciales. Pero necesitaba saber por qué esta mujer fue atacada. Si era
humano y aleatorio, eso era una cosa. Pero lo sobrenatural y lo aleatorio era una
situación completamente diferente.
Después de un tiempo, Maya se calmó lo suficiente como para poder
hablar con ella. Todavía lloraba, y una gran parte de ella todavía se encontraba
en negación, quería ver el cuerpo para asegurarse, pero al menos era más
coherente.
—¿Maya? —pregunté, acercándome un poco más—. ¿Puedo hacerte un
par de preguntas?
Sorbió por la nariz cuando su hermana le tendió vaso de agua.
Maya tenía el cabello castaño corto y un tatuaje de Bob Esponja en su
brazo. También usaba cadenas de cuero alrededor de su muñeca con diferentes
amuletos. Uno tenía el nombre de su esposa grabado en él.
—¿Patricia parecía ansiosa últimamente? ¿Preocupada? ¿Tal vez alguien
la acosaba o llamaba y colgaba?
Maya negó con la cabeza. —No. —Miró el agua en sus manos—. Todos
amaban a Patty. Ella era solo esa clase de chica, ¿sabes?
La hermana asintió con la cabeza antes de apretar a Maya en un medio
abrazo.
—¿Por qué alguien haría esto? —continuó Maya—. Pasó por muchas
cosas, pero se recuperó y continúo. Era tan especial. Tan... única. Es como matar
a una sirena o un unicornio. ¿Por qué alguien haría eso?
Me pareció interesante que usara criaturas míticas para describir a su
esposa.
—Ella era tan especial —repitió, su aliento al respirar—. No tienes idea.
Después de eso, Maya se derrumbó nuevamente y se desplomó en los
brazos de su hermana. Ambas sollozaron, y cuando el forense terminó con la
escena y sacó el cuerpo en una bolsa para cadáveres, fue necesario otro equipo
de oficiales para mantenerla a raya. Ella podría verla, solo hasta después de la
autopsia.
6 Traducido por Andrea GDS
Corregido por Jessgrc96

Siempre llevo un cuchillo en mi bolso…


Ya sabes, en caso de que haya cheesecake o algo así.
(Camiseta.)

El tío Bob y Angel se quedaron atrás para continuar la investigación,


pero Osh, Garrett y yo salimos de la estación de gasolina sintiéndonos aún más
frustrados que cuando llegamos allí. Reyes se volvió salvaje, el mundo era
devorado por una dimensión de infierno alternativa, y una entidad
sobrenatural mataba humanos en este plano.
Nos detuvimos detrás de Calamity’s, en la camioneta de Garrett.
—Necesito comer —dijo Osh—. Y una ducha.
—¿Larga noche? —pregunté
—Mucho.
—No estarás ganando almas en las mesas de cartas otra vez, ¿o sí?
—¿Qué? —Me guiñó un ojo. Luego abrió la puerta y abandonó las
instalaciones. Garrett lo iba a llevar a casa.
—¿Vas a estar bien? —preguntó Garrett, con voz suave y preocupada.
Osh se burló. —Sabes que puede matarte con su meñique, ¿verdad?
—Estaré bien —dije, ignorándolo—. Avísame si descubres algo nuevo.
—Lo haré, si devuelves el favor.
—Por supuesto. —Empecé a escabullirme, pero puso una mano en mi
brazo.
—Charles —dijo, con voz amenazante—, ese es el trato. Compartimos
información, ¿verdad?
Estreché mis párpados. —Claro.
—Y no me refiero a tres días después del hecho.
Ah...seguía empeñado en eso. —Entonces, el mismo día. Captado.
Subí ambos pulgares, luego me deslicé por el asiento y salí por la puerta.
Osh me ofreció una sonrisa alentadora antes de volver a subir.
—¿Necesitamos mover esto? —preguntó Garrett.
Planeamos atraer a Reyes con una trampa al día siguiente. Garrett tuvo
que conseguir primero algunos suministros.
—No. Seguiremos con el plan y nos reuniremos mañana por la mañana.
—Lo tienes —dijo.
La camioneta rugió, tal como suelen hacerlo. Me dirigí hacia la escalera
exterior. Estaba a punto de tomarla, con la boca hecha agua ante la idea de una
taza caliente de jugo de java, cuando llamó mi amiga Pari.
Presioné el botón de mi teléfono inteligente. —Hola Pari, ¿qué pasa?
—¿Qué tal Chuck? He querido llamarte, ya sabes, para ver como estabas.
Y cerciorarme de que no hayas destruido algún país pequeño por ahí.
—¡Oye! Solo he destruido partes de países pequeños. Nunca uno
completo.
—Sí, lo que sea que te ayude a dormir por la noche, cariño. —Fingía estar
bien, pero pude escuchar un leve temblor en su voz. Pari no era exactamente de
ese tipo.
—Pari, ¿qué pasa?
—Oh, no mucho. Lo de siempre. ¿Podrías pasar por aquí hoy? Estuvo un
detective aquí.
Una sensación alarmante me atravesó. Pari tenía la costumbre de piratear
las instalaciones del gobierno. —¿Un detective? ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Has
pirateado al Pentágono otra vez?
—Estoy bien. Y no. Solo tenía un par de preguntas. Ya sabes, lo de
siempre. ¿Dónde estabas la noche del quince, de nueve de la noche a cuatro de
la mañana? ¿Alguien puede corroborar eso? ¿Hay alguna razón en particular
por la que no quieras tomar una prueba de polígrafo?
—Estaré allí en cinco.
—Bien... gracias.
Colgué, preguntándome si debería correr arriba y decirle a Cookie, pero
su auto no se hallaba en nuestro edificio de departamentos. Le diría más tarde.
Caminé las dos cuadras hasta la tienda de Pari y entré por la puerta de
atrás. Ya se había preparado para mi visita: puerta al área pública cerrada,
sombras encendidas y café. Buena chica.
Sin embargo, desde el momento en que entré, lo sentí. El temblor en su
voz pudo ser leve por teléfono, pero el de sus emociones se sintió como la tierra
moviéndose bajo mis pies. La alarma subió por mi esófago y se tensó alrededor
de mi garganta, casi cortando mi suministro de aire, lo cual fue una reacción
bastante extrema tratándose del estado emocional de Pari.
Entonces me di cuenta de que imitaba su respuesta física a lo que sea que
la tuviera al borde. Tenía que ser malo. Pari era tan genial como un pepino en el
Ártico. Su vocabulario no incluía la palabra pánico.
Fingí despreocupación y entré a su oficina. Se encontraba sentada en su
escritorio, pretendiendo trabajar en un vestido rojo sin mangas que mostraba su
tinta.
Levantó la vista y se sorprendió de verme tan pronto, pero sentí que el
alivio inundaba cada célula de su cuerpo.
—Oh, hola —dijo, toda alegre y radiante.
Se puso de pie para abrazarme, luego señaló una silla. Me senté frente a
ella y tomé la taza que me ofreció. Preparaba un cappuccino de muerte.
—¿Cómo has estado? —pregunté, en lugar de gemir en voz alta después
de mi primer sorbo.
—Bien —respondió. Seguidamente, se sentó, mordiéndose los labios
durante unos minutos y luego me apuñaló con la expresión más seria que
alguna vez le vi usar. No es que pudiera ver mucho detrás de sus gafas oscuras,
pero aun así.
—Es posible que haya asesinado sin querer a alguien.
Me atraganté suavemente, luego la interrogué con las cejas levantadas.
—Encontraron un cuerpo.
—Creo que es mejor que perder uno.
—Un chico.
—De acuerdo.
—La única cosa que llevaba consigo era una tarjeta de mi tienda.
—Bueno, tienes un salón de tatuajes. No es extraño que alguien tenga tu
tarjeta, ¿verdad?
—Cierto. —Giró sus manos juntas—. Eso es todo, pero tenía escrito mi
nombre y número de celular en la parte posterior.
—Entonces, ¿lo conocías?
—Le dije a la policía que no.
—¿Les mentiste?
—Sí.
—¿Te podrías explicar?
—Porque, como dije, quizás lo maté. Bueno, Tre y yo pudimos haberlo
hecho. Pero no fue nuestra intención.
—Entonces creo que técnicamente sería homicidio culposo, no asesinato.
Estoy segura de que lo entenderán —dije, lanzando mi propia mentira en la
conversación.
—¿Qué? Oh, correcto. Homicidio culposo. ¿Sigue siendo un homicidio si
fue en defensa propia?
—¿Por qué no empiezas desde el principio?
Frunció el ceño en respuesta y con un aliento tembloroso se lanzó de
cabeza en su historia. —Bueno, como sabes, Tre y yo nos hemos visto desde
hace un tiempo.
—¿Cómo está? —Tre fue uno de sus artistas. Uno alto, oscuro y
delicioso—. ¿Aún sigue siendo dolorosamente hermoso?
—Oh sí. Entre otras cosas.
—De acuerdo, te sigo hasta ahora. Dolorosamente hermoso, continúa.
—Entonces, fue durante uno de nuestros tiempos libres que conocí a un
hombre llamado Hector Felix. Tre había ido a California para visitar a su familia
por unos días cuando Hector llegó con un par de amigos que querían hacerse
un tatuaje. Un símbolo de los nativos americanos para la prosperidad. O tal vez
porno, no puedo recordar. De todos modos, le di un poco de tinta esa noche, y
él solo fue tan encantador.
—¿No lo son todos?
—Y considerado.
—Sip.
—Y, bueno, ebrio.
—Ah.
—Me invitó a salir, y pensé que sería bueno ser llevada a un lugar
especial por primera vez.
—¿Macho Taco ya no te gusta?
—Salimos, pero no me tomó mucho tiempo darme cuenta que era un
demente de mierda. En el sentido más sincero de la palabra. Un loco de remate,
Chuck. Posesivo y celoso desde el primer día. Como si ni siquiera intentara
esconderlo. Ya sabes, la mayoría de las veces, los realmente malos al menos dan
un buen espectáculo al principio. Hacen que pienses que no se pondrán furiosos
y celosos solo por darle las gracias al camarero.
—Cuando las cosas son tan obvias, se convierte en una cuestión de
derechos.
—Tiene sentido. No estoy segura de qué me pasó, por qué lo hice, pero
salí con él por segunda vez.
—No lo hiciste
—Lo hice.
—No debiste.
—No debí. Tuve que haber roto con él de inmediato.
—¿Por qué no lo hiciste?
Un hilo oscuro se desprendió de su diadema. Lo colocó detrás de su
oreja. —Pensarás que soy superficial.
—Pari, no hay vergüenza en querer algo seguro.
—Oh, no, no fue eso. Solo quería conducir su Lamborghini.
Aguante la risa. —Señoras y señores, la Pari que todos conocemos y
amamos. Un monstruo de la velocidad.
—Fue tan estúpido de mi parte. Lo corté después de la segunda cita.
Cuando mencionó la cita, sentí una oleada de repulsión estremecerse a
través de ella. —¿Qué pasó?
Sacudió su cabeza. —No importa. En pocas palabras: nadie deja a Hector
sin el permiso de Hector.
—¿De verdad dijo eso?
—Repetidamente. Me acosó durante semanas, pero no hizo nada que los
policías pudieran rastrear. Que pudiera reportar o denunciar. Habría sido su
palabra contra la mía. Empezó con cosas pequeñas como los espejos del auto
rotos y las ventanas de vidrio del frente agujereadas, hasta que la cosa se volvió
más grande. Mi electricidad se apagó. Uno de mis clientes habituales fue
asaltado cuando salió de la tienda. Un día llegué a casa y encontré toda mi ropa
cortada en pedazos.
»Cuando lo confronté, dijo que trató de advertirme. Que nunca podría
probar ni una cosa. Y que tenía muchos amigos que podían dar fe de su
paradero.
—Entonces, ¿trataste de denunciarlo? —Normalmente, presentar un
informe policial sería lo primero que le diría a un cliente que hiciera, pero esta
situación fue más allá. Mi preocupación se expandió ante la idea de que
existiera un informe policial con sus dos nombres, en otras palabras, evidencia.
—No. No nací ayer, Charley. Sé cómo funcionan estas cosas. Él tiene
dinero, conexiones y amigos turbios. Ninguna acusación habría prosperado.
—Eso podría ser algo bueno, ya que le dijiste al detective que no lo
conocías.
—Sin embargo, fue estúpido. Debí decir la verdad. Simplemente entré en
pánico.
—Lo siento mucho. Ojalá me lo hubieras dicho antes.
—¿En serio, Chuck? Ya tenías suficientes problemas con los cuales lidiar.
¿Con qué frecuencia tu mejor amiga embarazada tiene que buscar un terreno
sagrado solo para mantenerse con vida?
—Bueno, ahí estaba.
—Además, cuando él comenzó a acosarme, te habías olvidado de mí.
—¿Qué? —La miré con mi mejor expresión horrorizada antes de darme
cuenta de que no hablaba metafóricamente. Literalmente la olvidé. En mi
propia defensa, los olvidé a todos—. ¿Esto sucedió durante mi paso por
Amnesiaville?
—Sí.
—Dios, soy la peor amiga.
—Es verdad. Podrías tratar de pensar en los demás ocasionalmente.
—Pero sabes, podrías haber llamado al tío Bob.
—No quería a nadie más involucrado. En ese punto, me sentía
avergonzada.
—Eres demasiado dura contigo misma.
—No, soy demasiado inteligente para esa mierda. Quiero decir, ¿dinero?
¿En serio? El tipo tenía la personalidad de un bulldozer. Pero esas ruedas,
Chuck. —Apretó sus manos, imitando la figura de corazón—. Aleaciones de
aluminio pulidas de veinte pulgadas con frenos Brembo.
—Y a algunas chicas les gustan los diamantes.
Resopló. —Por favor. Dame un V-12 de 6.5 litros con una transmisión
manual de siete velocidades sobre una roca cualquier día.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Unas noches atrás, llegó a la tienda después de que cerré. Tre ya había
regresado de California, pero se había ido a casa. Hector, como siempre, se
hallaba borracho. De repente, me atacó. Dijo que la única forma en que una
perra lo dejaría seria en una caja de pino.
—Amiga, realmente tenía serios problemas mentales.
—Entre otros.
Le di un minuto para que controlara sus emociones. No tomó mucho
tiempo.
—En resumen, intentó matarme.
Me adelanté y tomé su mano. Las lágrimas se deslizaron detrás de sus
gafas oscuras, se las secó furiosamente.
—Él estaba... ahogándome.
Apreté su mano para cubrir la ira que se encendía dentro de mí.
—Era tan fuerte. He tomado clases de defensa personal y artes marciales
toda mi vida, y aun así, no pude luchar contra él. —Bajó la cara—. Estaba a
punto de desmayarme cuando Tre regresó a la tienda. Olvidó su billetera.
—Gracias a Dios —dije.
Asintió y tragó saliva antes de continuar. —Golpeó a Hector con un bate
de béisbol que conservo para protegerme, pero apenas y lo sorprendió.
Cualquier droga que tomara, era realmente poderosa. Fue tras Tre como un toro
furioso. Luchamos contra él por lo que parecieron horas, antes de que Tre
finalmente lo encerrará. Lo atrapó, pero cuando Hector volvió en sí, salió
disparado.
—Espera, ¿se fue corriendo? —pregunté, un poco sorprendida.
—Sí, pero cuando paso la tormenta, había sangre en todas partes. En mi
oficina, en el piso, las paredes… Hector tropezó después de ser golpeado y dos
días más tarde encontraron su cuerpo en el desierto.
—¿Cuánto tiempo estuvo muerto?
—Según informes preliminares, alrededor de dos días.
—¿El detective te dijo eso?
—No exactamente.
El pavor apretó mi garganta. —Pari, no lo hiciste.
—Lo hice.
—Está bien, eso es todo. No más piratería a las bases de datos del
gobierno hasta que todo esto termine. Pueden rastrear esa mierda, lo sabes.
—Entre en pánico.
—No te culpo. Pero, Pari, ¿por qué no llamaste a la policía esa noche?
—Tre me convenció de que no lo hiciera. Él lo conocía. O, bueno, a su
madre.
—¿Y?
—Su nombre es Edina Felix. Es una matriarca muy poderosa en El Paso.
—¿Matriarca? —Que término tan extraño.
—Maneja algunos negocios legítimos que Tre jura son una tapadera de
un enorme anillo criminal.
—Oh. Eso es... ambicioso de su parte.
—Digamos que la enfermedad mental fue heredada, según lo que me
dijo Tre.
—¿En qué sentido? —pregunto, preocupándome aún más.
—Encontraron a la última chica que votó a uno de sus hijos sangrando en
un callejón con la cara cortada.
Me recosté en la silla.
—Nunca se fijaron en Hector, por supuesto, sino en esa pobre chica.…
—Sigues diciendo niña. ¿Cuántos años tenía?
Pari se quitó las gafas de sol y se pellizcó el puente de la nariz. Las olas
de terror la invadieron. Nunca creí que Pari le tuviera miedo a algo. O a
cualquiera. Era dura, resistente e irreverente para cualquiera que tratara de
controlarla. Pero Hector realmente la asustaba.
—¿Pari? ¿Cuántos años?
—Dieciséis —dijo al fin—. La chica tenía dieciséis años.
Una ola de estremecimiento me recorrió, causándome un visible temblor.
—¿Dieciséis? ¿Quién le hace algo así a una chica de dieciséis años?
—Fue hace unos meses —agregó Pari.
—¿Cuántos años tenía Hector?
—Treinta y dos.
—¿Así que era un abusador de niños?
—Eso parece.
—¿La chica murió?
—Tre no lo supo, no cree. Pero su familia se mudó.
—Necesito hablar con Tre.
—Buena suerte con ello. Se ha ido.
—¿Qué quieres decir?
—No se iba a quedar a la espera de ser cortado y abandonado en un
callejón —dijo en su defensa—. Despegó el día después que Hector me atacó.
—¿Simplemente te dejó aquí?
—¿Qué? No, no fue así. Me suplicó que fuera con él. Es un poco diferente
cuando tienes un negocio. No puedo simplemente abandonar a mis clientes e
irme de la ciudad.
—Tú puedes, de hecho —dije, alentándola.
—Chuck, sabes que no puedo. —Su expresión me instó a buscar un
significado más profundo, y me tomó un momento darme cuenta de hablaba
sobre los términos de su libertad condicional.
—Pari, incluso las personas en tu situación pueden salir de la ciudad con
permiso.
—Yo no. Mi oficial de libertad condicional es un idiota. Aunque estoy
pensando en invitarlo a salir. Tiene una mirada increíblemente sexy.
Me reí suavemente. —¿Tienes un número donde pueda contactarlo?
Tengo algunas preguntas.
—Por el amor de Dios, Chuck, eres una mujer casada. ¿Para qué
necesitarías hablar con mi agente de libertad condicional?
—Tre —le dije, tosiendo un trago de café medio sorbido y medio
inhalado—. Necesito hablar con Tre.
—Oh, de acuerdo.
Le di mi teléfono y lo registró. —Entonces, ¿qué detective vino a verte?
—¿Es godlike una o dos palabras? —preguntó, concentrándose en mi
teléfono.
—¿Tre es tan bueno en la cama?
—Sí, sí lo es —finalizó y me devolvió el móvil—. Oh, y fue el detective
Joplin.
Gruñí en voz alta. ¿Podría empeorar este día? —Joplin me odia.
—No parecía el tipo agradable. Sino... tenaz.
Pari seguía aterrorizada. Temblaba justo debajo de su superficie colorida
pero acerada. No podría culparla. Joplin también me asustaba. Ella necesitaba
respuestas. Y un cierre. Necesitaba orar para que la muerte de Hector no fuera
el resultado de la pelea. Saber que mató a alguien, incluso en defensa propia, la
devastaría.
—Está bien, si Joplin regresa, no le des nada. Él tomará la más mínima
migaja y correrá con ella, así que no digas una palabra. Llama a tu abogado.
—¿Pero eso no sería admitir que algo pasó?
—Si vuelve por segunda vez, cariño, ya lo sabrá. Pero no te preocupes,
descubriré si Hector murió como resultado del altercado. Mientras tanto —
escudriñé las paredes de su desordenada oficina—, ¿cuánto te gusta este
edificio?
7 Traducido por AnnyR’
Corregido por Ann Farrow

Te diré lo qué está mal con la sociedad. Ya nadie bebe de los cráneos de
sus enemigos.
(Camiseta)

Pari se negó a dejarme quemar su negocio para deshacerme de la


evidencia. La salpicadura de sangre era imposible de limpiar. Entonces, en
lugar de resolver un crimen, iba a tener que encubrir uno. Pero tenía una idea
de cómo hacer eso exactamente. Solo necesitaba un poco de ayuda de una
amiga.
Por lo tanto, traté de llamar repetidamente a dicha amiga, una
clarividente llamada Nicolette Lemay, que podía ver las muertes de las
personas a través de sus ojos por medio de una serie de sueños infernales.
Gracias a Dios por la psicoterapia.
Como no contestó, solo podía suponer que bloqueó mi número,
comprensible, o que estaba en el trabajo. Esperando lo último, volví a dirigirme
a la oficina, salté en Misery, luego manejé hasta Pres, donde ella trabajaba en
postoperatorio.
Diez minutos después, me hallaba de pie frente a la estación de
enfermeras, esperando que saliera de una puerta. Cualquier puerta sería
suficiente. Cuando lo hizo, eligiendo emerger de una de Gastroenterología
marcada apropiadamente como: Solo salida, me echó un vistazo y luego
disminuyó la velocidad, sorprendida.
Solo sabía lo mínimo, pero fue suficiente para ponerla nerviosa. Se
recuperó después de un momento y retomó el ritmo otra vez, pero era un
pasillo largo.
Una belleza natural, Nicolette tenía piel color canela y cabello negro
hasta la cadera retirado y metido bajo una gorra. Su mayor logro, sin embargo,
eran sus ojos. Grandes. Oscuro. Seductores. Del tipo por el que la gente pagaba
una fortuna en forros y pestañas falsas para intentar duplicar.
—Charley —dijo, parándose frente a mí—. ¿Qué haces aquí?
Esto pudo haber sido una mala idea. Se sentía nerviosa de verme.
Irradiaba de ella como el sudor que le cubría la frente y el labio superior.
—Solo vine a saludarte. —Esto iba a ser difícil de decir.
—No, no lo hiciste. —Sus párpados se estrecharon. Luego se inclinó más
cerca y susurró—: ¿Pasó algo?
—Bueno, sí, pero no de esa manera. Hablando de eso, pareces realmente
nerviosa. ¿Está todo bien?
—No, solo pensé que podría haber estado soñando allí por un minuto.
—Con suerte no —dije, inclinándome para un abrazo—. Cada vez que
sueñas con alguien, mueren unos días después.
—No siempre.
—¿En serio?
—Sí, a veces mueren ese mismo día.
Me reí suavemente de sus burlas. —Entonces, ¿cómo te va?
—Bien —dijo, levantando un hombro delgado—. No hay asesinatos
últimamente o hubiera llamado. Solo he tenido tres incidentes desde que nos
conocimos, y todos fueron causas naturales.
—Bueno, genial. Genial. —Estudié el papel tapiz. Una grapadora en el
escritorio. Una canasta de lapiceros con una cinta amarilla alrededor.
Nicolette soltó una risita. —¿Vas a decirme por qué estás realmente aquí?
Me mordí el labio inferior, dándome cuenta de que lo que estaba a punto
de preguntar podría sonar mal. Pero era ahora o nunca.
—¿Podemos ir por aquí? —Le indiqué que me siguiera hasta que
estuviéramos a unos metros de la estación de enfermeras y cerca de la entrada
de una sala de espera con una pareja nerviosa dentro—. Tengo que pedirte un
favor. Uno grande.
—Estoy intrigada.
—Me alegra, porque esto puede sonar mal, así que quiero que mantengas
la mente abierta.
—Charley, es posible que no te haya conocido por mucho tiempo, pero
me hiciste un gran favor una vez. Me imagino que lo menos que puedo hacer es
devolver el gesto.
—Nicolette, no me debes nada. Lo sabes, ¿verdad?
—Por supuesto. Aun así, el buen karma es un buen karma.
—Cierto. —Dios, me gustaba—. Entonces, ¿puedes robar algunos litros
de sangre para mí?
La sorpresa en su rostro brilló. Claramente, no esperó que le pidiera que
cometiera un crimen. Extraño.
—¿Puedo preguntarte por qué los necesitas?
—Probablemente no quieras saberlo.
—Hmmm. —Frunció los labios, reflexionó sobre su respuesta, intentó
decidir cómo redactarla, cómo expresarla con la mayor delicadeza posible—.
No.
Oh, bueno, eso fue fácil. —Vale. Gracias por tu tiempo.
Rió suavemente y me detuvo cuando traté de irme.
Se inclinó y dijo—: No es que no quiera. Es que no puedo. Cada bolsa de
sangre tiene que estar firmada.
—¿En serio? ¿Las roban a menudo?
Nicolette se encogió de hombros. —Es lo que es. La única forma de
obtener sangre sin ser atrapado en Candid Camera sería destruir un banco de
sangre o una camioneta recolectora móvil o algo así.
—Eso es —dije, mi mente planeando.
—Bromeaba. Lo sabes, ¿verdad?
Comencé a retroceder. —No, sí, totalmente. —Tenía un atraco que
planear—. Muchas gracias. —Saludé mientras me dirigía hacia la puerta—. Oh,
oye —Me volví—. ¿Tu madre alguna vez te casó? La última vez que hablamos,
ella iba a publicar un anuncio.
—Sí, eso realmente no salió bien. Le preocupa que mis huevos se vayan a
secar y no pueda darle nietos.
Bufé. —¿No eres un poco joven?
—Eso es lo que dije. Me dijo que tenemos un trastorno genético llamado
displasia de huevo de aparición temprana.
Esa vez me reí en voz alta. Entonces me detuve abruptamente. —Espera,
¿eso es real?
Se cruzó de brazos y sonrió. —No, no lo es.
—Bueno, buena suerte con eso.
—Gracias.

***
Llamé a Cook en mi camino de regreso a la oficina. —Oye, Cook.
Necesito que veas si habrá alguna camioneta móvil de recolección de sangre
esta noche.
—¿Te refieres a ese tipo de cosa de la Cruz Roja?
—Exactamente. Necesito golpear uno.
—¿Como en robar? ¿Vas a robar una unidad móvil de recolección de
sangre?
—Afirmativo.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Porque supongo que robar un móvil será más fácil que robar un
negocio establecido de recolección de sangre. Un edificio tendría una mejor
seguridad.
—Estoy segura de que tienen una seguridad maravillosa. Pero quise
decir, ¿qué te ha poseído para robar sangre?
—Es para un proyecto.
—¿Qué tipo de proyecto?
—Uno… sangriento.
—Charley.
—Mira, solo confía en mí. Necesito sangre de muchas personas
diferentes.
—¿Alguna vez pensaste que la sangre que planeas robar tenía un
propósito? ¿Qué pasa si alguien muere porque los hospitales se quedan sin su
tipo de sangre?
—No acabas de lanzar eso sobre mí.
—Maldición, seguro que sí. ¿Dónde estás?
—En Misery, literal y figurativamente, detrás de Calamity's.
La cabeza de Cookie apareció en una ventana encima de mí. —¿Por qué
estás ahí sentada?
—Porque todavía no quiero salir.
—¿Por qué no quieres salir todavía?
—Porque espero a que el arcángel enojado mirando por la ventana del
conductor ¡se largue! —grité las últimas dos palabras, esperando que Miguel
pudiera entender el mensaje. Era un mensajero, después de todo.
¡Ay!, no lo hizo. Se mantuvo firme, imponiéndose sobre mí como una
estatua siniestra, la combinación de cabello oscuro, ojos plateados y enormes
alas quita-aliento.
—¿Hay un ángel de pie junto a tu auto?
Otro rostro brillaba en la ventana, uno redondo con un velo y un hábito,
en el sentido no farmacológico.
—Tienes un visitante.
—Ya veo eso. —Saludé con entusiasmo a mi hogareña Hermana Mary
Elizabeth. Vivía en un convento local. El mismo convento en el que entró
Quentin cuando no tenía a nadie y no tenía a dónde ir. Él era especial, y la
madre superior sintió eso. Les estaría eternamente agradecida—. Subiré tan
pronto como me deshaga del querubín.
Colgué, luego bajé la ventanilla. —Ya contribuí.
—Rey'azikeen ha sido despertado.
Una corriente eléctrica se precipitó sobre mi piel. No importaba cuántas
veces vi uno, estar tan cerca de un ángel, especialmente un arcángel, era una
experiencia surrealista.
—Sí. Lo sé. Yo lo desperté. Accidentalmente. Pero trabajo en eso. Tengo
un plan. ¿Te irás ahora?
—Por tercera vez, un dios volátil está suelto en este plano.
—¿Y eso es mi culpa?
Subí mi ventana y abrí la puerta, animándolo a apartarse. Se apartó para
que pudiera salir.
—Mira, lo entiendo —dije, dando un portazo—. Pero este dios
simplemente es el hermano menor de tu jefe. ¿No hay algún tipo de concesión?
¿Algún tipo de dispensación especial para miembros de la familia?
—Sí. Tres días.
—Puedo trabajar con eso. Tres días. Podemos obtener los suministros
que necesitamos, nos volveremos a encontrar en…
—Los tres días ya pasaron.
Parpadeé sorprendida, luego lo miré lentamente. —¿Estás jugando
conmigo? —Me pregunté acerca de este ángel en particular más de una vez.
¿Los seres supremos tienen sentido del humor? Siempre lo dudé, pero, ¿quién
sabe?
—No.
—¿Sabes qué? Tienes tus reglas, tus leyes y tus decretos, y he sido muy
buena en seguirlos.
—Seguirla.
—¿Qué?
—Has sido buena en seguirla. Te dimos una sola regla: una vida puede
restaurarse solo si el alma no ha sido liberada. Solo si no ha salido del barco y
entrado en el reino de nuestro Padre.
—Amigo, conozco la regla —dije, tratando de no dejar que el
resentimiento que sentía se filtrara en mi voz. Podría haber traído a tres
personas el otro día. En cambio, tuve que seguir la regla. Mi regla. Creada,
estaba segura, para mí y solo para mí.
Dos mujeres salieron del restaurante y pasaron junto a nosotros. Sus
expresiones me hicieron recordar que las personas promedio no podían ver a
Miguel a menos que él quisiera.
—Ven aquí —le dije, llevándolo a una alcoba en la que yo solo encajaba.
Sus alas eran muy altas, incluso dobladas como estaban—. De acuerdo, sí,
expresamente me diste una sola regla, pero asumí que tenía que seguir las otras
diez también. ¿Estoy en lo cierto?
Inclinó la cabeza, apenas, en reconocimiento.
—Y las sigo sin preguntar. —Cuando arqueó una ceja escéptica,
agregué—: La mayoría de las veces. Mi punto es que he sido un muy buen
ángel de la muerte. Hice mi trabajo sin queja y… espera. —Mis cejas se
juntaron—. ¿Entonces los tres días comenzaron en el momento en que
Rey'azikeen fue despertado en este plano?
Inclinación.
—En otras palabras, están llegando a su fin.
Inclinación.
—Bien, alto, oscuro y silencioso, ¿qué pasa exactamente cuando llega el
final? ¿Lo echarán de este plano como así como a mi si rompo mi única regla?
Inclinó la cabeza hacia un lado como si me estudiara. —No.
—¿Entonces qué? —Realmente tenía un punto con la línea de preguntas
que elegí. Recopilaba información. ¿Qué opciones, cuando se trataba de Reyes,
estaban allí? ¿Miguel lo atraparía? ¿Si es así, cómo?—. ¿Qué vas a hacer cuando
la cuenta atrás, gracias por el aviso, por cierto, llegue a su fin?
Se detuvo un momento, contemplando cuánto decirme. Al menos esa era
la única razón por la que podía pensar para hacer esperar su respuesta. Cuando
finalmente habló, fue con una tristeza que aún tenía que recibir de él. Pero sus
palabras, tan tiernas como fueron, desviaron el aliento de mis pulmones.
—Enviaremos un ejército. Lo mataremos si podemos.
El mundo se ralentizó a nuestro alrededor, y no sabía cuál de nosotros lo
hacía. Todo se aquietó. Los autos que circulaban por la calle lateral se
desaceleraron y luego se detuvieron por completo. Un par de chicos de la
universidad salieron a correr trotando en el aire. Un pájaro que aterrizaba en un
contenedor de basura colgaba suspendido en vuelo, un hermoso testimonio de
su habilidad. Y el sonido dejó de existir.
—Miguel —comencé, pero mi voz falló. Tuve que tragar y luego volver a
intentarlo—. Miguel, había dos dioses malvados en este plano, y no hiciste nada
al respecto. Nunca interviniste. ¿Por qué ahora? ¿Por qué con Reyes?
—No amenazaron la existencia misma de cada ser sensible en este
planeta.
—Eran malévolos —argumenté—. Por supuesto que lo hicieron.
—Eran aficionados. Niños de escuela. Matones jugando bromas.
—Mataron gente —dije, asombrada de que incluso tuviéramos esta
conversación—. Mataron a personas que amaba. Personas que Reyes amaba.
—Y tú los detuviste. A ambos. Lo cual prueba mi punto.
Me burlé sin aliento y le di la espalda, colocando una mano sobre la fría
pared de ladrillo para estabilizar mis piernas temblorosas. —¿Y Reyes? ¿Qué es
él? ¿Un dios malévolo como los demás?
—Rey'azikeen es un general. Entrenado en combate. Capaz de matar
tanto física como mentalmente, es un maestro soldado y manipulador. Ha
demostrado de lo que es capaz incontables veces. Debe terminar, Elle-Ryn-
Ahleethia.
Un ejército. De ángeles. Cortándolo. Apuñalándolo. Poniendo a mi
esposo de rodillas. Robando su último aliento.
—¿Ese es tu jefe hablando?
—Es la voluntad de mi padre, sí.
Incliné la cabeza contra un ladrillo. O Reyes aprendía a comportarse y
jugar bien con los otros niños en el patio de recreo o su hermano enviaría un
ejército para derribarlo. Y pensé que mi familia era disfuncional.
Recordando que no iba a rogar, me giré para enfrentarlo. —Dame más
tiempo, Miguel. Puedo… puedo traer a Reyes de regreso.
—Rey'azikeen es salvaje.
—Puedo frenarlo. —Miré al ser celestial que se elevaba sobre mí—.
Puedo domarlo. —Seguramente, algún lugar dentro de él, una parte de Reyes
seguía siendo… Reyes. Seguramente podría domesticar a la bestia—. Dame tres
días más.
Inclinó la cabeza y cerró los ojos como si se comunicara directamente con
el cielo, y luego los abrió igual de rápido. —Tienes uno.
Y se fue.
Se desvaneció ante mis ojos. Tráfico restaurado. Los corredores
continuaron su viaje. El pájaro aterrizó con un elegante golpe. Y el sonido se
precipitó sobre mí desde todos lados.
Un día. Saqué mi teléfono y verifiqué la hora. Veinticuatro horas para
atrapar a mi marido y ponerle un poco de sentido común.
8 Traducido por Ann Farrow
Corregido por Jadasa

¿Por qué es tan difícil encontrar una bicicleta estática con una
pequeña canasta donde pueda poner mi vodka y nachos?
(Meme)

Le envié un mensaje de texto a Garrett y le informé sobre nuestra nueva


fecha límite, luego subí las escaleras de dos en dos.
La hermana Mary Elizabeth se hallaba de pie en el medio de la oficina de
Cookie, dudando en saludarme.
Me acerqué y la abracé.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupación en su bonita cara.
—Sí. Miguel es un poco espinoso algunas veces.
—¿Miguel? ¿El Miguel?
La hermana Mary Elizabeth podía escuchar a los ángeles en el cielo. Las
noticias. El chisme. La agitación. Pero no podía verlos. Podía entender su
fascinación. Su inmenso poder casi me sorprendió cada vez que conocía a uno.
—¿Qué pasa, buttercup? —pregunté, quitándome la chaqueta.
—Son los ángeles.
—Por lo general lo son. —Le ofrecí una taza, y luego serví una para mí.
—Están alborotados.
—Usualmente lo están.
—¿Qué dijo Miguel? —preguntó Cookie.
—Casi todo eso en pocas palabras. Están molestos por otro volátil, no
malévolo, per se, Dios que está suelto en este plano, y me han dado un día para
controlarlo. ¿Es eso lo que escuchas? —le pregunté a la hermana.
Asintió y se sentó en la silla frente a Cookie. —Sin embargo, estoy un
poco sorprendida.
—¿Por?
—El hecho de que te dieron otro día.
—Bueno, lo pedí educadamente.
—Pero nunca hacen eso. Nunca vacilan.
—Dios, me siento muy especial y derretida por dentro.
—Charley —dijo Cookie, sintiendo mi agitación—, ¿qué pasa si no
puedes atraparlo?
Cerré mis párpados para evitar que la humedad se formara detrás de
ellos. Me ardieron, pero mi pecho me dolió más. A pesar de todo lo que
habíamos hecho, darnos este tipo de ultimátum parecía totalmente injusto.
Cuando abrí los ojos, la expresión de Cookie pasó de la preocupación al
miedo.
—Envían un ejército —dije, mi voz se llenó de resentimiento—. Lo
destrozan.
Una mano voló sobre su boca, y la hermana Mary Elizabeth se abrazó a sí
misma, la preocupación cubría su brillante rostro.
—Hermana, estaría muy abierta a algunas oraciones si tú y las otras
hermanas están dispuestas a hacerlas.
—Absolutamente. Sé que lo estarán. Pero también tengo un mensaje de
la madre superiora.
—¿Ah? —Tomé un trago grande, desafiando al café escaldado a que me
quemara la garganta.
—Quería que supieras que, en el fondo, ten en cuenta que… bueno,
sospechamos que el Vaticano ha permitido que Quentin permanezca en el
convento por motivos ocultos.
—Como los motivos a menudo lo son. ¿A qué te refieres?
—Están haciendo preguntas. Acerca de... —Carraspeó y comenzó de
nuevo—: Acerca de tu hija.
Y los golpes seguían llegando. Me congelé en el lugar cuando una
especie de ira rancia me inundó. Una cosa era ir por mí. Otra era ir tras lo mío.
—¿Qué saben ellos?
—No tengo idea. No comparten mucho. Solo han hecho preguntas. La
madre superiora quería que te dijera que tratan de ser sutiles al respecto, lo que
ha aumentado sus sospechas aún más.
—¿Qué tiene que ver Quentin con eso?
—Creemos que lo usan como una excusa para entrar al complejo y hablar
con las monjas. Y lo han cuestionado a él también. Pero tengo que ser honesta.
Creo que él sabe lo que hacen. Sus respuestas son siempre... vagas.
Ese es mi chico.
—¿Quiénes son ellos, exactamente?
—Un obispo de Santa Fe y otro hombre. Un investigador de algún tipo. Y
si no me equivoco, viene directo del Vaticano.
Asentí. ¿Qué demonios hacían?
—Puedo hacerte saber cuándo regresan. Si es que lo hacen. Mientras
tanto, rezaremos por tu éxito, Charley.
Nos pusimos de pie, y me aplastó en un abrazo. Ella era fuerte para ser
una cosa tan pequeña.
—Gracias por traerme estas noticias y agradece a la madre superiora por
mí.
La hermana Mary Elizabeth asintió, luego se apresuró para irse.
—Has tenido bastante por el día —dijo Cookie.
—No puedo evitar preguntarme si todo en lo que trabajamos se relaciona
de alguna manera.
—Estoy de acuerdo. Robert llamó. Dijo que la primera víctima, Indigo
Russell, estuvo en terapia por algo que le sucedió hace un año. Está trabajando
para obtener una orden judicial y así averiguar más.
—Perfecto. Espero una llamada de Garrett. Trabaja en algo hoy. Algo de
lo que no podía deshacerse. Una mujer con cargos de distribución decidió que
tenía mejores cosas que hacer que ir a la corte. Pero ha prometido contactarme
en el momento en que haya rastreado los suministros que necesitamos. ¿Alguna
noticia sobre una unidad móvil de recolección de sangre?
—Esta noche hay una operando en un evento, una especie de feria
benéfica.
—Perfecto.
—Pensé que decidimos que no ibas a robar sangre.
—No lo hago. Voy a tomar prestado un poco. Hablando de eso, ¿qué
haces esta noche?
—No asaltaré una camioneta móvil de recolección de sangre.
—Excelente. Yo tampoco.
—¿Entonces por qué…?
—No asaltaremos la camioneta. La robaremos.
—Oh. En ese caso, estoy dentro.

***

Decidí buscar a mi viejo amigo Rocket. Podría tener alguna información


sobre Reyes, a saber, información sobre el lado humano de Reyes. ¿Todavía está
ahí? ¿Es algo que se puede salvar? ¿O es él cien por ciento deidad? ¿Mi marido
se ha ido realmente?
Rocket, que murió en los años cincuenta, vivía en un manicomio
abandonado. El mismo en el que soportó cosas terribles. Donde murió. No
podía estar completamente segura, pero sospechaba que recibió terapia de
electroshock. Su mente, parte de ella al menos, fue borrada. Era un niño
atrapado en el cuerpo de un hombre.
Pero Rocket era sabio, especialmente cuando se trataba de los difuntos.
Sabía el nombre de cada humano que murió en la historia. ¿Mi esposo estaría en
esa lista?
Me encontraba tan absorta en mis pensamientos, que no me di cuenta de
que tomé la calle equivocada. Di un giro en U y lo intenté de nuevo, luego noté
que me hallaba en la calle correcta. Pero era diferente.
Me acerqué a la puerta de seguridad cerrada que conducía al manicomio.
Era la puerta correcta. El lugar correcto; pero el edificio, el asilo, había sido
destruido.
Prácticamente cayendo de Misery, tropecé hacia la entrada y observé el
área. Los escombros del edificio yacían en montones enormes. Gruesas losas de
concreto que se desmoronaban se hallaban cubiertas de marcas de quemaduras.
Toda la propiedad había sido nivelada.
Reyes. Tenía que ser Reyes.
Presioné mis manos sobre mi boca para no gritar el nombre a Rocket. ¿Lo
hirió Reyes? ¿Podría lastimarlo?
Sin una pista de cuánto tiempo permanecí allí, finalmente recuperé el
sentido y presioné los dedos temblorosos en el teclado que abría la puerta de
seguridad. Un par de niños en bicicleta llegaron. Los escuché en tanto hablaban.
—Te dije que ya no estaba, pendejo. Estaba allí ayer, y hoy desapareció.
—Guau —dijo el otro.
—¿Verdad? Mi mamá llamó a la policía. Anoche pensó que ocurría un
terremoto.
Me di la vuelta. —¿Anoche? ¿Esto sucedió anoche?
El más pequeño asintió. —Mi mamá enloqueció. Hubo un estruendo
fuerte. El edificio estaba allí, luego no.
—Ese edificio escalofriante ha estado allí desde que era un niño —dijo el
niño de diez años. Once como máximo.
—Estuvo aquí durante décadas —dije, un dolor palpitando en mi
corazón—. No puedo creer que desapareció.
—Oye —dijo el pequeño—, ¿conoces el código? ¿Sabes a quién pertenece
este edificio?
—Sí. —Abrí la puerta y di un paso dentro de la cerca de alambre.
Tragando más allá del nudo en mi garganta, dije—: Sí, lo sé.
—Oh, hombre. ¿Sabes qué sucedió?
—No. —Miré los escombros que solían ser la casa de Rocket—. Pero voy
a averiguarlo.
Caminé alrededor de la enorme pila, teniendo cuidado de donde pisaba.
Una vez que los niños pedalearon fuera de la vista, comencé a llamar a Rocket.
—Rocket, ¿estás aquí? —Traté de encontrar un camino en el medio. Las
paredes, donde Rocket escribía nombre tras nombre preparando el ejército de
Beep, no eran más que escombros, fragmentos de una mente increíble—.
¿Rocket?
Podría haberlo convocado, pero tenía que estar asustado y desorientado.
A pesar de mi mejor esfuerzo, las lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
—¿Strawberry?
Strawberry Shortcake, o Rebecca Taft, su verdadero nombre, vivía con
Rocket y su hermana pequeña, Blue. Solo podía esperar que ella no hubiera
estado aquí cuando esto sucedió. No podía creer que Reyes hiciera algo así,
¿pero quién más? Él sabía cómo lastimarme. Dónde insertar el cuchillo para
hacer el mayor daño, y comenzó con la casa de mi amado Rocket.
Entonces lo escuché.
—¿Señorita Charlotte?
Me di la vuelta, tratando de localizar el sonido.
—¿Señorita Charlotte? —repitió Rocket—. No dije nada, señorita
Charlotte.
Me volví más frenética con cada latido del corazón. —Rocket, ¿dónde
estás?
—Aquí abajo.
Tropecé con un montículo de escombros. Una pequeña abertura entre
losas de concreto mostraba una ruta hacia el sótano, y la parte en la que estaba
parecía que podría colapsar en cualquier momento.
—¿Rocket? ¿Estás ahí abajo?
Su rostro apareció por fin en la abertura, redondo y brillante.
—Rocket. —Metí la mano por la abertura.
Él extendió la mano y la agarró. —No puedo encontrar a Blue. Tengo que
encontrarla. Estará tan asustada, señorita Charlotte. Tienes que venir a
ayudarme.
Tiró de mi brazo. Rocket, completamente ajeno a su propia fuerza,
podría arrancarlo por completo si estuviera lo suficientemente asustado. O
tirarme a los escombros.
—Rocket, no puedo bajar allí.
—Te ayudaré. —Tiró de nuevo, y los restos se movieron bajo mi peso,
bajando al menos un par de centímetros.
Tuve que soltar mi mano de su agarre, sacar mis dedos de su puño
carnoso, o sería arrastrada.
—No puedo ir allí, Rocket. Es muy peligroso.
—Pero no puedo encontrarla, señorita Charlotte.
Puse mi frente sobre una losa de concreto sintiéndome frustrada. Podía
convocar a los difuntos, pero solo si tenía un nombre para convocar. Todos
llamaban a su hermanita Blue, pero ese no era su verdadero nombre. No podía
llamarla.
¿O podría?
Puede que no haya sido capaz de convocar a la pequeña muñeca, que
murió de neumonía a la edad de cinco años, pero ciertamente podía llamarla.
—Vuelvo enseguida, Rocket.
Con cada movimiento cuidadosamente calculado, me separé de la pila de
escombros, me resbalé una vez, casi cayendo a la muerte, o a pasar el resto de
mi vida horriblemente mutilada. Tras recuperar el equilibrio, noté que los niños
regresaron, solo que trajeron refuerzos. Ahora había un verdadero grupo de
pilluelos en bicicletas, observando cada uno de mis movimientos más allá del
eslabón de la cadena.
Mis próximos movimientos probablemente parecían un poco tontos,
pero ese era mi segundo nombre.
—¡Blue! —grité su nombre, el cual parecía un poco de la vieja escuela,
pero una chica tiene que hacer lo que tiene que hacer—. Blue, cariño, ¿dónde
estás?
Rocket apareció a mi lado. —¿Está aquí, señorita Charlotte?
Me lancé a sus brazos. —Rocket, cariño, ¿estás bien?
Poniéndolo a distancia, presioné mis palmas en su rostro para
comprobarlo.
—Estoy bien, señorita Charlotte. No dije nada. Lo prometo.
—¿Qué?
—No se lo dije. Nada de nada. Él se hallaba tan enojado.
Piel de gallina estalló en cada parte de mi cuerpo. —¿De quién hablas,
cariño?
—No se lo dije, señorita Charlotte. Nunca lo haría. Eso es romper las
reglas. Sin romper las reglas. Pero ahora no puedo encontrar a Blue.
—Rocket, cariño. —Intenté traerlo de vuelta a mí—. ¿Fue Reyes? ¿Reyes
hizo esto?
Su mirada alterada aterrizó sobre mí, confundido. —No, señora. No fue
él.
El alivio inundó cada célula que poseía. ¿Pero entonces quién? —¿Sabes
quién lo hizo?
—Solo se parecía a él. Estaba tan enojado, señorita Charlotte.
Mis pulmones se agrandaron cuando me di cuenta de lo que quería
decir. Solo se parecía a Reyes, pero no era él. Esto no estaba sucediendo. —¿Se
parecía a Reyes?
—Reyes Alexander Farrow —dijo asintiendo—. Solo no. Ya no.
Me hundí en una losa de hormigón; con los bordes dentados, pero
también quemados. Partes de la superficie fueron carbonizadas. Estrechas tiras
negras forraban partes de las paredes desmoronadas con pequeños patrones de
estallido. Casi como si el edificio hubiera sido golpeado por un rayo una y otra
vez.
Reyes había estado cubierto de corrientes eléctricas vivas cuando salió
del cristal divino. ¿Podría usarlo como arma? ¿Es eso lo que hizo esto?
Rocket giraba en círculos, gritando el nombre de su hermana en vano. Lo
detuve con mis manos sobre sus hombros. —Rocket, necesito saber, ¿Reyes está
allí? ¿Todavía hay una parte de él adentro?
La expresión de Rocket se volvió grave. —No lo vi, pero tampoco miré.
No está muerto. Reyes Alexander Farrow. No está muerto, no se fue. Aún no.
—¿Todavía no? —pregunté, eufórica—. ¿Su... su hora se acerca?
Inclinó la cabeza y se fue a trabajar. Cuando Rocket buscaba en su banco
de datos, a veces parpadeaba en rápida sucesión. Ahora hacía eso, y me di
cuenta de que contenía la respiración con anticipación.
—Su tiempo está avanzando. No se detendrá.
De acuerdo, ni idea de lo que eso significaba, pero lo tomaría como una
buena señal.
—¡Blue! —gritó de nuevo.
Seguí su ejemplo y llamé al nombre de su hermana. Los niños miraban
con curiosidad y aprensión, sin saber qué pensar de mi conversación con
Rocket, una entidad que no podían ver.
La mayoría de ellos, de todos modos.
Me di cuenta de que uno de los colores de los ciclistas se hallaba un poco
apagado. Era uno de los más jóvenes, su bicicleta, de un granate oscuro, ahora
solo una versión descolorida de ese color una vez vibrante. El chico se veía
alarmantemente similar al más pequeño con quien hablé antes.
Cuando mi mirada se posó sobre él, levantó un brazo, extendió un dedo
índice y señaló un bosquecillo en el lado norte de la propiedad.
Me volví y vi una ligera decoloración detrás de una fila de arbustos.
—¿Blue? —dije, acercándome.
Rocket me siguió, con la esperanza ardiendo en sus ojos.
—¿Blue? —pregunté a medida que me acercaba.
De repente y sin dudarlo, la niña se giró y corrió a mis brazos. Mis
brazos. Me arrodillé y la atrapé, envolviendo los brazos alrededor de su
pequeño cuerpo. Ella sollozó sobre mi hombro en tanto Rocket corría hacia
nosotros.
—¿Blue? —Tropezó a mi lado y nos envolvió a las dos en su abrazo frío.
En todos los años que conocí a Rocket, Blue nunca me permitió
acercarme a menos de tres metros de ella. O se escondía detrás de su hermano o
se mantenía lejos por completo. Pero ahora, hoy, me dejaba abrazarla.
Consolarla.
Le acaricié el cabello, una melena corta y oscura, y la mecí mientras
Rocket lloraba contra nosotras. Y una especie de furia vengativa surgió en mi
interior, encendida por el amor que sentía por estos dos.
Algunos niños sacaron sus teléfonos celulares y comenzaron a filmar.
Los niños de hoy en día. Solo podía imaginar cómo se veía esto.
Lamentablemente, no me podría haber importado menos.
Eché un vistazo al chico difunto, y silenciosamente le agradecí. No
reaccionó, simplemente miró. Incluso después de que los otros niños se fueron
para mostrarles a sus amigos el video de la loca, la joven entidad se quedó.
Luego de que Blue derramó todas sus lágrimas, se echó hacia atrás, miró
a su hermano mayor y le dio unas palmaditas en la cara un microsegundo antes
de saltar a sus brazos.
—Siento mucho que esto haya sucedido, Blue.
Enterró su rostro en la camisa de Rocket, pero asintió, reconociendo mi
comentario. Esto también ocurría por primera vez.
—Ella no le dijo nada, señorita Charlotte.
—¿Qué? —pregunté, alarmada—. Rocket, dime qué sucedió.
—Él vino aquí. Se encontraba tan enojado. Ya no era él, pero vino aquí,
de todos modos. Eso es romper las reglas, señorita Charlotte.
Le di una palmadita en la espalda y froté la de Blue. —Lo sé, cariño.
Pero, ¿qué quería él? ¿Qué no le dijiste?
—Donde fue.
La confusión me atravesó. —¿Buscaba algo?
Asintió. —Sin embargo, no le dijimos nada. Ninguno de nosotros. Nunca
lo haríamos.
—Rocket, cariño, ¿qué buscaba?
—Las brasas.
—¿Las brasas?
—Las cenizas.
—¿Cenizas de qué? Rocket, ¿qué significa eso?
—Significa…
Antes de que pudiera decir otra palabra, Blue se tapó la boca con la
mano.
Decepcionada, comencé a protestar, pero colocó también una mano sobre
la mía, luego la quitó y se llevó un dedo índice sobre la boca para callarnos.
Se enderezaron y miraron alrededor como buscando algo. Me uní a ellos,
pero no vi nada a pesar de que ellos deben haberlo hecho. Sus cabezas giraron
en la misma dirección, y un microsegundo después, desaparecieron.
Me volví tan rápido que casi me caí, pero no vi nada fuera de lo común.
Por las dudas, puse mi mano en el suelo y saqué a Artemis de la tierra. Se
materializó debajo de mi palma e hizo una inspección rápida de la zona,
olisqueando y mordisqueando los escombros. Al no encontrar nada extraño,
abandonó la búsqueda y me agredió, tirándome al piso y mordiéndome allí
mientras me lamía la cara.
Me reí y miré al chico, finalmente le arranqué una sonrisa.
9 Traducido por Vane Farrow
Corregido por Laurita PI

No digo que no me gustes.


Solo digo que desconectaría tu soporte vital para hacer una taza de café.
(Meme)

El niño desapareció por la calle antes de que pudiera hablar con él. No
estaba listo para gente como yo. Lo entendía. Algunos días me sentía de la
misma manera.
Llamé a Cookie en el camino de regreso a la oficina.
Respondió, diciendo—: Investigaciones Davidson.
—Cook, llamé a tu teléfono fijo. El de tu departamento.
—Ups. Lo siento jefa. ¿Cómo te fue con Rocket?
—Blue vino a mí.
Soltó un suave jadeo. —¿Blue? ¿La Blue? La misma chica dulce con la que
has estado tratando de contactar...
—Diez —ofrecí.
—¿Por diez años?
—La mismísima. Cookie, destruyó el manicomio.
—¿Qué? ¿Reyes?
—Lo aplanó.
—Oh, Dios mío, Charley. Lo siento mucho. Sé lo que ese lugar significa
para ti.
—Y para Blue y Rocket. No me gusta ser una Nancy negativa, pero este
día ha apestado.
—Necesitas tacos. —Ella me conocía muy bien.
—Sí. Pero eso tendrá que esperar. Estamos haciendo esto, Cook.
Trataremos de atraparlo en el momento en que se ponga el sol.
—¿Por qué cuando se ponga el sol? ¿Sus poderes disminuyen?
—Tristemente no. Imagino que menos personas nos verán si esperamos
hasta que oscurezca.
—Oh, sí, esa es una buena razón.
—Solo quería... ya sabes... si algo sucediera…
—No te atrevas. —Se detuvo cuando su voz se quebró—. Ni siquiera lo
pienses. Además, vamos a estar allí, Robert y yo.
—Esta vez no, Cook.
—¿Qué? Estuvimos de acuerdo esta mañana. Somos parte del plan.
—Fuiste parte de eso. No creo que Reyes esté allí más. Deberías haber
visto a Blue y Rocket. Los dejó aterrorizados. No sé de lo que es capaz ahora, y
no puedo arriesgarte a ti y al tío Bob. No esta vez.
—Charlotte Jean Davidson —dijo, deslizándose en su voz maternal.
—Te quiero mucho.
—Charley, maldición.
—Sigo diciéndole a la gente, Maldición no es mi apellido. Ni siquiera es
mi segundo nombre.
—No, tu segundo nombre es: Cookie va a patear mi trasero la próxima
vez que me vea.
—Eso es todo, estoy cambiando legalmente mi segundo nombre.
Antes de que pudiera seguir, porque eso iba a ser difícil de explicar en la
oficina del registrador, colgué. De ninguna manera arriesgaría la vida de mi
mejor amiga. Ya la había sometido a mucho, y ella se quedó conmigo, sin hacer
preguntas. Hubo algunas ofensas, insultos y un poco de tirones de cabello, pero
no hizo preguntas. Y el cabello de Cookie volvió a crecer mejor que nunca.
Rey'azikeen destruyó un precioso monumento. El solo pensamiento me
dejó lívida. Era hora de buscarlo. Para terminar con esto. Para averiguar si
Reyes se hallaba allí en alguna parte a pesar de lo que Rocket dijo o no. De
cualquier manera, necesitaba saberlo.
Entré en un estacionamiento vacío a las afueras de la ciudad. La tierra era
parte de la reserva Sandia, y el edificio solía ser un casino, pero el Pueblo
Sandia construyó otro, más grande y brillante, un par de años antes. Entonces,
afortunadamente para nosotros, este yacía abandonado.
Garrett ya se encontraba allí. Me bajé de Misery y comencé a caminar
hacia él justo cuando Osh entraba al estacionamiento en un Hellcat negro y
plano. Mis rodillas se debilitaron al verlo.
Justo como lo planeamos, Osh dejó las luces de su auto encendidas para
iluminar el campo de juego. Sonrió y se bajó con su atuendo habitual, menos el
sombrero de copa.
—¿Crees que vendrá? —preguntó Garrett. Tomó el rifle de su compuerta
trasera abierta y lo cargó.
Me encogí de hombros, mis nervios me mareaban. —¿Qué piensas? —le
pregunté a Osh en tanto se acercaba.
Inspeccionaba el horizonte a medida que el sol se ocultaba. —Tengo la
sensación de que ya está aquí. Creo que te sigue prácticamente a todos lados.
—No lo he sentido.
—Podría equivocarme. Solo tengo una corazonada, y si ese
presentimiento resulta correcto, puede saber sobre nuestros planes para
atraparlo.
Garrett terminó de cargar el rifle. Asintió. —Listo como siempre lo estaré.
Después de tragar con fuerza, asentí y tomamos nuestras posiciones.
Caminamos hasta el medio del enorme campo, y nos paramos en un
triángulo a unos seis metros el uno del otro.
Osh pareció sentir mi angustia. Si hubiera visto lo que salió de ese cristal,
se habría sentido más angustiado. Por otra parte, hablábamos de Osh. Osh'ekiel
el Daeva. El demonio esclavo del infierno, y al parecer los esclavos no fueron
tratados mejor en el infierno que en la Tierra.
—Puedo atraparlo —prometió—. Al menos el tiempo suficiente para que
Swopes tenga una oportunidad. —Miró a Garrett—. Simplemente no me
golpees.
—Mantenlo tan quieto como puedas.
Cuando nos quedamos en silencio, incliné mi cabeza y susurré el nombre
de mi marido. Por lo general, podía convocar a un difunto o Reyes o incluso a
un ángel con solo pensar un nombre, pero Rey'azikeen demostró ser un poco
más complicado en todos los sentidos de la palabra. No sabía qué esperar. No
sabía a quién esperar.
—Reyes —dije en voz baja, buscando con mi mente.
Nada. Como era lógico. Porque no podría ser tan fácil.
Entonces recordé haber pasado por este mismo escenario hacía tres días
cuando intenté sacar a Reyes del cristal divino. No funcionó entonces. No tengo
idea de por qué pensé que funcionaría ahora. Ilusión, supongo.
Lo intenté de nuevo. —Rey'azikeen. —Nada. Los flashbacks de esa noche
comenzaron a reproducirse en mi cabeza. —Rey'aziel —dije, el nombre que
usaba en el infierno.
Pero aún nada.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Garrett.
—No lo sé. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo.
—Está bien, amor —dijo Osh—. Si él no quiere ser convocado, no lo será.
—Intentaré de nuevo. Yo... no sé... lo forzaré.
Con los dientes apretados, me concentré en el hombre hermoso con el
que me casé, el padre de mi hija, el guardián de mi corazón, y dije su nombre de
nuevo. El nombre con el que probablemente respondía ahora. —Rey'azikeen.
Sentí un pulso en el centro de mi abdomen. Mis párpados se abrieron. El
viento se levantó y azotó mi cabello alrededor de mi cabeza.
Osh me ofreció una sonrisa alentadora.
—Rey'azikeen —dije de nuevo, solo que esta vez más fuerte, y fui
recompensada con una calidez, un calor que me recorrió como si no fuera más
que aire. Él estaba cerca. Todos lo sabíamos. Pero lograr que apareciera,
materializarse, podría ser difícil.
Y luego me di cuenta de algo. Miré a mis dos compañeros. —Nos está
tomando el pelo.
Osh estuvo de acuerdo. —Está jodiendo con nosotros.
La frustración me cortó. Miré hacia el cielo y grité—: ¡Este es el peor día
de mi vida! —No es que sirviera para nada, pero por alguna razón me sentí
mejor.
—Temía que esto sucediera —dijo Osh. Luego sonrió, sus dientes blancos
brillando sobre su hermoso rostro. Hizo un gesto a Garrett con un
asentimiento—. Te toca.
Garrett se colgó el rifle por encima del hombro y comenzó a caminar
hacia mí.
Retrocedí un paso, sintiendo sospecha. —¿Qué? ¿Qué planearon ustedes
dos?
La forma de caminar de Garrett era segura, decidida. No se detuvo hasta
que estuvimos apenas a centímetros, luego me abrazó y dijo—: Esto. —Un
microsegundo antes de que pusiera su boca sobre la mía.
La conmoción me inmovilizó por lo que pareció una hora. La boca de
Garrett era caliente contra la mía. Suave. Tentadora.
Entendiendo su idea, me ablandé contra él. Incliné la cabeza para un
mejor acceso. Abrí mi boca.
A Garrett le sorprendió, si la suave inhalación de aliento entre nuestras
bocas era una indicación, pero lo superó rápidamente. Deslizó su lengua más
allá de mis labios y exploró para su satisfacción, besó sin prisa. Lánguido.
Sensual.
Por otra parte, para que su plan funcionara, tenía que hacerlo bien.
El viento azotaba a nuestro alrededor, empujando e intentando
separarnos. Envolví un brazo alrededor de su cuello y mantuve uno plantado
en su caja torácica. Mayormente en caso de que esto en verdad funcionara y él
necesitara acercarse a su arma rápidamente.
—¡Ahí! —gritó Osh por encima del rugido del viento que ahora era
huracán.
Lo que sucedió después pareció funcionar en cámara lenta. Osh saltó
hacia delante, luchando por atacar a Reyes, pero sus movimientos eran lentos
como si nadara en melaza. Lo mismo con Garrett. Me empujó hacia atrás antes
de agarrar el arma y tirarla sobre su hombro, pero lo que normalmente habría
sido movimientos rápidos como un rayo se desaceleró a una secuencia de
eventos oníricos.
Me volví justo a tiempo para ver a Reyes, o Rey'azikeen como
probablemente era el caso, aparecer en la distancia. Caminó hacia mí. Los
vientos no afectaron la oscuridad que lo rodeaba. El humo cayó en cascada de
sus hombros y bajó por su cuerpo para juntarse a sus pies. Se movía a cada
paso, pequeños rayos de electricidad crepitaban y se enroscaban sobre él. Y
debajo de todo, su fuego. Siempre ese fuego. Ese recordatorio de su educación
en el infierno.
Me di cuenta de que Reyes desaceleró el tiempo. Osh podría corregir eso
en unos momentos, pero Garrett, siendo humano, no pudo.
Aun así, Reyes no lo detuvo por completo. Podría haberlo hecho, pero no
lo hizo.
Vi mientras caminaba cada vez más cerca. Osh se lanzó hacia él, y
Garrett apuntó con el rifle a su cintura. Apretó el gatillo y Reyes esquivó
fácilmente tanto a Osh como al dardo que intentaba tranquilizarlo.
Se detuvo en seco frente a mí a medida que los otros se recuperaban y se
preparaban para el próximo ataque. Sin preocuparse, Reyes se acercó, agarró un
puñado de mi cabello, y tiró de mí bruscamente contra él.
—¿Te atreves a convocarme? —preguntó, la ira chispeando en sus
oscuros iris.
Levanté el mentón, igual de enojada. —Destruiste el edificio de Rocket.
Tuve que aprovechar su cercanía, así me preparé para el segundo paso.
Reyes no se tranquilizó, pero eso solo habría sido una medida de precaución. Lo
necesitaba cerca. Físicamente cerca. Muy cerca.
Levanté una mano hacia su pecho y comencé a decir las palabras que lo
unirían a este mundo, pero antes de poder decir una sola consonante, se
desmaterializó.
Me tambaleé hacia adelante y luego giré alrededor, buscándolo. Todavía
podía sentir su calor abrasador sobre mi piel como si, al igual que Ícaro, hubiera
viajado demasiado cerca del sol. Pero no podía verlo.
—¡Reyes! —grité cuando el tiempo se recuperó, el viento aún más fuerte.
Osh y Garrett recuperaron la orientación y unieron sus fuerzas frente a
mí, esperando que Reyes nos atacara de nuevo. Pero este ser no era Reyes. Este
era Rey'azikeen.
Sentí el calor nuclear en mi espalda una fracción de segundo antes de
que un brazo se deslizara por mi garganta desde atrás. Otra se deslizó a través
de mi cintura, y luego su boca se hallaba en mi oído. Su voz, suave como el
caramelo, acarició cada parte de mí cuando dijo—: Aguanta la respiración.
Inhalé aire en mis pulmones justo cuando el mundo se derrumbaba.
10 Traducido por Dakya83
Corregido por Jessgrc96

Dios es amor,
pero Satán hace eso que te gusta con la lengua.
(Calcomanía)

Reyes cambió al plano celestial y me llevó con él. El viento, como el ácido
en este reino, me picaba en la piel, pero sus brazos alrededor de mí eran mucho
más inquietantes. —¿Qué versión del hombre que amo me sostiene?
Apretó su agarre y aunque no creía necesitar aire en este plano,
necesitaba respirar en este reino, me retorcí contra él mientras el pánico echaba
raíces. —Suéltame, Reyes.
Su boca ser acerco a mí oído de nuevo, en tanto decía: —Esto es lo que
sucede cuando convocas a un dios.
A pesar de la ira en su voz, de la brutalidad de la que sabía que era
capaz, una parte de mí disfrutaba del abrazo. No podía evitarlo. Llevaba
amando a este hombre mucho tiempo, siglos sino eones. Me incliné hacia él.
Me empujó, pero mantuvo un firme agarre sobre mi brazo izquierdo,
presumiblemente para no desmaterializarme y escapar. Pero no tenía intención
de irme.
Lo hice, sin embargo, intentando liberar mi brazo. Su agarre se apretó en
respuesta. Me negué a reaccionar. Para no darle la satisfacción.
En cambio, levanté mi mentón y le desafié a hacer lo peor.
La sonrisa que se deslizó a través de su dolorosamente hermoso rostro
provocó una punzada de simpatía y anhelo en mi pecho.
Prácticamente frunció el ceño en respuesta, claramente disgustado
conmigo. —Todavía estás enamorada de él —dijo, su mirada se clavó en la
mía—. Crees que en algún lugar dentro de mí esta tú Reyes. Tú Rey'aziel —me
acercó más—. Pero lo que no entiendes es que siempre me encontraba al acecho.
— Me sujetó el otro brazo con la mano que tenía libre—. No soy Reyes. —Me
acercó lo suficiente como para ver las centelleantes manchas de verde y oro en
sus ojos color café—. No soy Rey'aziel. —Caminó hacia adelante, empujándome
hasta que me apoyó contra una pared de algún tipo. Una roca, sus bordes
filosos cortaron mi piel—. Soy Rey'azikeen. —Aumentó la presión que tenía
sobre mis brazos—. Un dios, incluso más fuerte ahora, gracias a ti.
Su oscura mirada brilló por debajo de sus pestañas, fría e implacable. Al
menos eso es lo que me quería hacer creer. Pero sentí una turbulencia debajo de
su exterior frío.
—¿Por qué más fuerte? —pregunté, mi mente corriendo para encontrar
una manera de llevarlo de vuelta al plano terrenal. Para atarlo a él. Para
despojarlo de sus poderes hasta que podamos localizar la parte humana de él.
—Aprendí de los mejores. —Su boca sensual se levantó en una esquina.
Una que probé tantas veces. Mi boca salivaba por hacerlo de nuevo—. Como tú,
comí la carne de mis enemigos. Devoré al dios criminal Mae'eldeesahn y al
demonio asesino Kuur.
Me sorprendió. Eso significaba que el asesino, el ser que mutiló y asesinó
a tres personas en la Tierra, no podía ser ninguno de ellos.
Pero significaba algo más. Que luchó contra un dios malévolo. No solo
tuvo que sobrevivir a una dimensión infernal, sino que tuvo que luchar para
mantenerse con vida.
Mi garganta se contrajo ante la idea. Entrené mi expresión para
mantenerme neutral. La empatía no era algo que apreciara Reyes. Imaginé que
a Rey'azikeen le gustaba aún menos.
—Pero todavía eres la mejor ¿verdad? —preguntó.
—¿La mejor en qué?
—En devorar a tus enemigos.
Tenía que mantenerlo hablando. Quizás podría hacerle lo mismo que él
me hizo. Si me concentrara ¿podría cambiar y llevarlo conmigo al plano
terrenal?
—¿Por qué derribaste el edificio de Rocket?
Pasó un dedo por mi escote. —¿Por qué te importa?
—Porque lo quiero.
Apartó la vista, su mandíbula esculpida se cerró con frustración.
»Lo quiero, y lo asustaste y lo dejaste sin hogar sin ningún motivo.
—Tenía una razón —insistió, su mirada acalorada en la mía—. Y lo
sabes.
Me encontraba haciendo esto mal. La miel atraía, no el vinagre. —¿Sé
qué? —pregunté, suavizando mi voz.
—Que nunca debiste haberme enviado ahí.
—También soy muy consciente de eso. Pero fue tu idea.
Frunció el ceño. Por una fracción de segundo, se deslizo y mostró su
mano. No recordaba. Pensó que lo envié allí. Al infierno.
—Nunca haría eso.
—No puedes evitarlo —dijo, finalmente entendiéndome—. Mientes
incluso cuando sé la verdad. Esa fue la segunda vez que me enviaste a una
dimensión infernal y la segunda vez que escapé. —Envolvió su mano alrededor
de mi garganta y levantó mi mentón con su pulgar—. ¿Qué harás después?
Lo olvidé. De acuerdo con la investigación de Garrett, de hecho, lo envié
al infierno; pero no al lugar que su hermano creó para él. Fue un infierno de mi
mundo natal. Mi dimensión de origen. No eran tan escabrosos como al que
Jehovahn quiso enviarle. Al que yo eventualmente lo enviaría.
—No quise que tuvieras que escapar. Traté de sacarte.
Aumentó su agarre. —Fallaste.
El resentimiento que albergaba picó. Era como si estuviera hablando con
un extraño. Uno poderoso, impredecible y volátil, y sin embargo, uno que
conocía tan profundamente. A quien amaba tan profundamente.
—¿Es por eso que estás enojado? ¿Crees que te engañé para que te
metieras en el cristal divino? ¿Es por eso que estás matando gente?
Sus cejas se deslizaron juntas, tomándolo desprevenido antes de que se
recuperara nuevamente. —Sí —dijo, mintiendo a través de sus dientes
perfectos.
Su reacción inicial dijo mucho. Lo sorprendí.
La euforia se disparó fuera de mí, un pájaro enjaulado se liberó. Reyes no
asesinó a nadie. Tampoco Mae'eldeesahn o Kuur. ¿Entonces quién? Dos de los
asesinatos fueron a plena luz del día, un lugar al que ningún demonio podría ir.
¿Qué otra cosa podría hacer tal cosa?
—¿Dónde está? —preguntó Reyes, cada vez más impaciente.
Parpadeé hacia él. —¿Dónde está qué? ¿Qué estás buscando?
Su mirada cayó a mi boca. Deteniéndose allí. —Esto no tiene que ir mal
para ti. Solo dime dónde está.
—No —dije frustrada.
Su risa no tenía humor en absoluto. —Puedes esconderlo, pero debes
saberlo, lo encontraré eventualmente —se presionó contra mí—. Y cuando lo
haga, no seré amable.
—Entonces tampoco yo lo seré.
Arqueó una ceja. —¿Qué vas a hacer? ¿Vas a devorarme, diosa
devoradora? ¿Vas a tragarme como si nunca hubiera existido? —Se inclinó más
cerca y puso su boca contra mi oreja una vez más—. Quizás te coma primero.
Cada vez que se presionaba contra mí, mi cuerpo me traicionaba, y una
oleada de calor inundó mi abdomen. Una respuesta Pavloviana a su cercanía.
Su olor. La plenitud de su boca esculpida. El ancho de sus hombros.
Era mi turno de inclinarme más cerca. Para poner mi boca contra su
oreja. Para inundarlo con mi calidez. Me puse de puntillas y susurré—: Podrías
comerme ahora.
Sorprendido, se echó hacia atrás, su mirada cautelosa. Incrédulo. —Te
olvidas —dijo, su profunda voz suavizándose—, no soy Rey'aziel. Yo no soy
Reyes.
Moldeando mi cuerpo con el suyo, dije simplemente—: Bastante cerca.
Sin previo aviso, aplasté mi boca contra la suya.
Se puso rígido durante tres segundos antes de rendirse. Me devolvió el
beso, largo, duro y sensual. Luego se detuvo. Solo así. Y dio un paso atrás.
Envolvió una mano alrededor de mi garganta otra vez y me empujó contra la
roca, inmovilizándome.
Manteniéndome perfectamente inmóvil, dejó que su mirada recorriera
todo mi cuerpo, haciendo una pausa en Peligro y Will Robinson, mis pechos.
Con los ojos brillando como hipnotizados, aplanó su mano contra mi estómago.
Al principio, no tenía idea de lo que hacía. Solo sentí un tremendo calor
en mi abdomen. Pero sus esfuerzos fueron de la variedad que te motiva
visualmente. Miré hacia abajo para ver cómo chamuscaba mi ropa, les prendía
fuego y observaba cómo ardían.
Las llamas lamieron mi piel, acariciándola. Las cenizas que alguna vez
fueron mi suéter flotaban lejos en el ambiente acre, dejando solo piel a su paso.
Se arrodilló y exploró cada centímetro de mi estómago expuesto con su boca, su
lengua trazando líneas exquisitas. Mi piel todavía se hallaba tan caliente que la
humedad de su boca se evaporó, provocando estelas de humo que se levantan
de mí.
Puse mis dedos en su cabello y recosté mi cabeza, deleitándome con la
sensación de sus atenciones. Abrasador. Ardiente. Decadente.
Las llamas continuaron hacia arriba, descubriendo cada vez más piel, y
con cada centímetro recién liberado llegó una oleada de dolor, un leve aguijón
cuando mi piel se encontró con la agresividad de este plano. Y luego su boca
estaba allí. Enfriando. Calmando. Bañándome en deseo.
Antes de darme cuenta, Peligro y Will Robinson yacían desnudos. Cerró
su boca sobre el pezón de Will, su lengua cayendo sobre su pico sensible, a
medida que acunaba pesadamente a Peligro en su palma.
Su pulgar acarició mi pezón, y una sacudida de excitación se disparó
directamente a mi centro, como si un hilo apretado nos conectara a los dos. Su
tirón y su liberación vibraban en mi interior cada vez que chupaba la cresta rosa
oscura. Luego cambió, sus dientes rozando deliciosamente, endureciendo el
pezón de Peligro haciéndolo un pico pequeño y tenso.
Movió una mano al frente de mis pantalones vaqueros y comenzó a
quemarlos también. El calor abrasaba mi abdomen, tanto por dentro como por
fuera, a medida que lava fundida se acumulaba entre mis piernas.
Las separé. Solo un poco. Lo suficiente para darle acceso al mismo
tiempo que mis pantalones eran incinerados lentamente. Deslizó sus dedos
entre la hendidura, tocándola, masajeándola, acariciándola antes de deslizarlos
dentro, lo suficientemente profundo como para que la promesa del orgasmo
que acechaba en el horizonte se precipitara hacia adelante, cada vez más cerca
con cada embestida.
Jadeé, inhalando pequeños sorbos de aire a medida que la presión
sensual se incrementaba más y más.
Levantó una de mis rodillas sobre su hombro, separando aún más mis
piernas, y presionó su boca contra mi centro. Separó los pliegues con su lengua,
deslizándola entre ellos y sobre mi clítoris. Mi cuerpo se sacudió
involuntariamente, la excitación exquisita.
El aire en mis pulmones se espesó con anticipación. Sujeté más fuerte su
cabello, y él gruñó, el sonido aumentó mi placer aún más.
Cada célula de mi cuerpo chisporroteó con el calor abrasador
tragándome por completo. Cada molécula de sangre hervía, expandiéndose
dentro de mí, hinchándome hasta que mi piel se hallaba demasiado tensa para
mi cuerpo.
Su propia ropa se consumió, las cenizas flotando en el viento. Cerró sus
brazos debajo de mis rodillas y se levantó, su torso se deslizó hacia el mío, sus
antebrazos separaron mis piernas aún más cuando mis pies dejaron el suelo.
Anclada contra la roca, me sostuvo suspendida en el aire, sus músculos se
contrajeron a una dureza de mármol, su erección presionando en la grieta entre
mis piernas.
Mordisqueó mi cuello, llevando besos calientes a mi oreja, cada uno
causando un temblor de deseo que me recorría la espalda.
Entonces me penetró, lentamente, muy lentamente, su erección
llenándome en su exquisita totalidad. Se retiró hasta que solo la punta de su
pene permaneció adentro, luego volvió a entrar, el ritmo agonizantemente
calculado. Repitió el proceso, muy despacio, hasta que el orgasmo que acechaba
se estremeció de impaciencia y suplicó que lo soltaran.
Con su boca todavía contra mi oreja, su voz profunda, suave y
embriagadora dijo—: ¿Quién soy?
Negué con la cabeza, incapaz de detener lo que se venía. Rogando que se
apresurara.
Empujó dentro de mí más fuerte. —¿Quién soy?
—Reyes —dije entre jadeos.
Alzando una de mis rodillas con su cadera, agarró un puñado de mi
cabello en señal de advertencia y dijo entre dientes—: ¿Quién soy?
Clavé mis uñas en sus nalgas de acero, rogándole que se moviera más
rápido. —Rey'aziel.
Sacudió mi cabeza hacia atrás, pero no aumentó su torturante velocidad.
—¿Quién soy?
Agarré puñados de su cabello también. Estirando con fuerza. Retrocedió.
Luego, negándome a ceder, dije—: Mi esposo.
Eso lo sorprendió. Se tensó cuando su clímax se acercó. Lo sentí tan
fácilmente como el mío. La sangre corriendo por sus venas. El espasmódico
endurecimiento de sus músculos. La dulce picadura del orgasmo justo en el
horizonte.
Envolví mis brazos alrededor de sus hombros y cerré mis piernas
alrededor de su cintura, aferrándome a él, animándolo a dejarse ir. Apoyó las
manos en el muro detrás de nosotros e intentó estabilizar su respiración
mientras la parte inferior de su cuerpo se balanceaba contra la mía.
Fue suficiente. El lento latido que palpitaba a través de mi cuerpo se
precipitó y explotó en mi interior. Grité cuando olas calientes de placer se
derramaron y fluyeron sobre cada centímetro de mi piel.
Reyes envolvió sus brazos a mí alrededor y aceleró por fin, aumentando
la euforia que ya palpitaba atravesándome. Clavé mis uñas en sus hombros.
Respiró hondo, y perdió por completo el frágil agarre que tenía sobre su
control.
Choco contra mí, sus embestidas largas, duras y profundas, hasta que su
cuerpo se puso rígido. Se sacudió violentamente a medida que sus músculos se
tensaban, absorbiendo lo abrumador del orgasmo, la excitación del deseo
corriendo a través de él.
El gruñido que se le escapó, tan primitivo y animal, provocó otra oleada
de euforia que me cubrió, y me aferré a él, deleitándome en su clímax.
Cuando todo terminó, me sostuvo cerca, jadeando en mi cabello, hasta
que algo cambió. Se tensó. Me bajó al suelo. Se alejó de mí. Incluso los cálidos y
agrios vientos de este plano no pudieron evitar que un escalofrío recorriera mi
piel donde estuvo su cuerpo.
Lo mire con asombro. Parecía... sorprendido. Aturdido. Y un poco
enojado.
¿Por qué? ¿Porque realmente disfrutó de nuestra unión? Eso era algo en
lo que siempre fuimos buenos.
Empezó a desmaterializarse, y antes de que pudiera decir las palabras
Reyes y espera, desapareció. Solo así.
Me quedé allí nadando en la confusión. Al menos Reyes parecía tan
confundido como yo. ¿Acaso fui seducida por mi esposo o por algo más? ¿Qué
parte de Rey'azikeen me ansiaba con tan salvaje abandono? ¿Con tan delicioso
libertinaje? ¿O fue ese mi marido haciendo una aparición?
Por otra parte, ¿importaba?
Lentamente, y a regañadientes, volví al frio plano terrenal.
Mis dos colegas se apoyaban contra la camioneta negra de Garrett. Se
enderezaron, sus expresiones eran una combinación de preocupación y alarma
en tanto me miraban un minuto ininterrumpido. Luego, recobrando el sentido
al mismo tiempo, corrieron hacia mí, sin aminorar la marcha hasta que se
detuvieron a casi medio metro de distancia, ignorando los límites claramente
marcados de la burbuja de mi espacio personal.
Cuando Osh se arrancó su chaqueta, la levantó sobre mis hombros, me di
cuenta de por qué. Bajé la mirada para ver qué no había ni una parte a la vista.
Mi piel, cubierta de hollín negro y un fino brillo de sudor, todavía humeaba.
Pequeñas espirales fantasmales flotaban fuera de mí.
Solo podía imaginar cómo se veía mi cabello.
Debería haberme mortificado cuando Osh me envolvió en su chaqueta,
pero mi mente se encontraba en otra parte. Demasiado aturdida para
preocuparme por mi exhibición pública de indecencia.
—¿Charles? —dijo Garrett, inclinándose hasta que nuestras caras
estuvieron al mismo nivel—. ¿Qué pasó? ¿Te lastimó?
Negué con la cabeza. —No lo hizo. No mató a esa gente. —Bajé la
mirada—. ¿Dónde están mis botas?
—Vamos, cariño. —Me tomó Garrett en sus brazos y me llevó a su
camioneta.
—Espera. Misery. —Le tendí una mano, posiblemente exponiendo a Will
Robinson en el proceso.
—Misery4, ¿tú estado de existencia? —pregunto Osh, con una sonrisa en
su voz.
—Volveremos por ella —dijo Garrett.
Osh corrió alrededor de la camioneta para abrir la puerta. Garrett me
llevó al interior, pero lo abracé. Se me cortó la respiración y luché contra las
lágrimas con todas mis fuerzas. Cuando Osh arqueó las cejas, probablemente
porque la chaqueta se deslizó de mis hombros, agarré su camisa y también lo
abrace.
Me dejaron abrazarlos en tanto luchaba por controlar mis emociones.
Garrett envolvió un brazo alrededor de mis hombros y Osh alrededor de mi
cintura.
No sabía cuánto tiempo pasó, pero finalmente Osh me sacó de mi estado
de conmoción y preguntó—: Entonces... ¿Trío?
Los solté por fin, tiré la chaqueta a mi alrededor lo mejor que pude, y
enseñé mi atractivo para mostrar una valentía que no poseía.
—No sé quién es —les dije, levantando el mentón—. No tengo ni idea.
Pero sí sé que está buscando algo. Cazando.
Garrett frunció el ceño. —¿No sabes qué?
Negando con la cabeza, dije—: No, pero destruyó el asilo de Rocket
porque no le dijo dónde estaba.
—¿Es más grande que una caja de pan? —preguntó Osh.
—En realidad, por lo que sé, podría ser una caja de pan. Rocket lo llamó
brasa y cenizas.
Garrett inclinó la cabeza mientras reflexionaba. Miré a la oscuridad,
buscando otros significados. Brasas y cenizas. Eso sin duda sonaba como el dios
que habita el cuerpo de mi marido. ¿Eran las cenizas de algo importante?
—El cristal de dios —dije, pensando en voz alta—. ¿Tal vez quiere las
cenizas del colgante?
—El vidrio no se convierte en cenizas cuando se quema —dijo Garrett.
—Cierto. ¿Y por qué iría por Rocket?

4 NT: Hace referencia a que Misery en español se traduce como miseria.


Osh levantó la cabeza, y me miró fijamente con una rara y seria
expresión.
Me animé, esperando que él hubiera pensado en una respuesta. Se colocó
un mechón de cabello detrás de la oreja, miró por la zona de Peligro y Will, y
luego dijo—: ¿Puedo recuperar mi chaqueta?
11 Traducido por Umiangel
Corregido por Jessgrc96

Nunca preguntes a una mujer que está comiendo helado directamente del
envase, cómo se siente.
(Pegatina de parachoques)

Nada como una ducha para tener una nueva perspectiva. Cerré el agua
justo cuando una sombra oscura se deslizaba más allá de mi periferia. Giré,
pero no vi absolutamente nada.
Al salir de George, me envolví en una toalla y caminé hacia mi
habitación.
—¿Reyes? —pregunté en voz alta. Por supuesto, no recibí una respuesta.
Incluso si él estuviera allí, no me habría respondido.
La habitación parecía tan grande sin él. Cavernosa y vacía. No era un
lugar en el que quisiera quedarme mucho más tiempo, así que me vestí deprisa
y llamé a Garrett.
—Hola, Charles. ¿Todo bien?
—Sí. ¿Qué estás haciendo?
—Alimentando a mi tortuga de caja.
Después de una larga pausa, pregunté—: ¿Es eso una metáfora de algo?
—No especialmente. ¿Cómo estás?
—Mejor. Pero te necesito a ti y a Osh para otro trabajo.
—¿Implica cazar a un dios que te rapta de debajo de nuestras narices, te
lleva a otro plano e incinera tu ropa en un extraño ritual de apareamiento que
solo otro dios puede entender?
—No. Implica coquetear.
—Ahí estaremos.
Me dirigí a Calamity para un bocado rápido antes de la gran noche.
El lugar se hallaba repleto. No literalmente porque no era un club de
baile, pero se encontraba lleno y con suficiente bullicio como para ahogar el
ruido de mi cabeza. Casi.
Pedí mi comida favorita de la semana: enchiladas verdes de pollo. El
sustento debería ayudar al sonido de gorgoteo que mi estómago insistía en
hacer cuando no comía por unos días. Y tal vez me ayudaría a pensar mejor. Le
di a mi cerebro una buena sacudida, pero aún nada. ¿Qué podría buscar
Rey’azikeen? ¿Qué necesitaría en la Tierra y por qué? Las preguntas no se
detenían, y ahora teníamos un límite de tiempo.
Curiosamente, el aburrido rugido de las conversaciones me tranquilizó y
me relajó. Vi a una mujer coquetear con un chico en el bar, quien se encontraba
más interesado en el barman que en ella. El apuesto barman.
Luego una mesa de hombres miraba el culo de una mesera tan
descaradamente, todas sus cabezas inclinadas al mismo tiempo que ella pasaba.
Observé a una mujer servir la mitad de su bebida en el vaso de su cita
cuando este se levantó para ir al baño. Y vi…
Dios. Me enderecé en la silla. Necesitaba hablar con Dios. Él fue quien
puso un límite de tiempo para todo. Fue el único que amenazó con expulsar a
su hermano del plano. Solo necesitaba una reunión con el Gran Hombre. Podría
comprarnos más tiempo. Conseguir más tiempo.
—No lo recomendaría —dijo una voz masculina detrás de mí. Una que
conocía mejor que la mía.
Mi pulso se disparó cuando Reyes dio un paso alrededor de la mesa.
Incluso en una camiseta color arena y los pantalones vaqueros azules simples,
tenía un aspecto magnífico. Anchos hombros potentes. Brazos musculosos.
Manos fuertes, casi elegantes.
—¿No recomendarías qué? —pregunté.
—Hablar con mi hermano. Él es… antisocial.
—Debe ser de familia. —Las moléculas de mi cuerpo comenzaron a
vibrar con su cercanía, deseando repetir nuestra actividad anterior más de lo
que deseaba el aire.
Se inclinó y acarició mi rostro, sus dedos largos y suaves.
Levanté mi mentón, rehusando ser engañada. Si él quería hablar, se
sentaría y hablaríamos. Terminé de perseguirlo.
Una sonrisa torcida adornaba sus rasgos oscuros. Se inclinó hasta que
nuestras bocas casi se tocaban, y luego preguntó—: ¿Fue bueno para ti?
Me desperté bruscamente, parpadeando hacia la conciencia, lentamente
dándome cuenta de que era, una vez más, solo un sueño. Llené mis pulmones y
lentamente liberé el aire. ¿Cómo demonios hacía eso?
—No te quemaste.
Me volví para ver a Osh parado sobre mí. Garrett entró por la puerta y se
dirigió hacia nosotros cuando Osh se hundió en el asiento al otro lado de la
mesa.
—Tu ropa fue incinerada, cada costura, pero no tienes ni una marca.
—No puedo explicarlo —dije.
—¿No puedes explicar qué? —preguntó Garrett, sentado a mi lado.
—Porque no me quemé.
—Um, ¿eres una diosa? —Agarró un menú, fingiendo examinarlo
detenidamente, pero sentí la incertidumbre temblar debajo de su exterior de
acero.
Osh era un poco más difícil de leer, pero si tuviera que poner un dedo
sobre su emoción dominante, diría que se inclinaba hacia una especie de
aquiescencia sombría. Si tuviera que matar a Rey’azikeen, lo haría. No le
gustaría, pero haría el trabajo que se acordó en el momento en que mandara a
Reyes al Cristal Divino.
Pedimos y comimos en relativo silencio. Tanto Osh como Garrett
coqueteaban sin piedad, lo que sería una buena práctica para más adelante.
Miradas desde el otro lado de la habitación. Sutiles insinuaciones escondidas en
una sonrisa.
Otra pretendiente potencial incluso nos compró una bebida a los tres.
Muy diplomático de su parte teniendo en cuenta el hecho de que ella solo tenía
ojos para Osh, pero más aun teniendo en cuenta el hecho de que se encontraba
en finales de sus sesenta. Si fuera mayor, digamos unos cientos de años mayor,
sería perfecta para el demonio esclavo inmortal.
—Con cuidado —dije, levantando mí copa para saludarla.
Ella hizo el mismo tipo de sonrisa lobuna que ensanchaba la boca de
Osh. —¿Por qué? Más sexo y menos complicaciones.
Cerré los ojos con fuerza. Había algunas cosas que una no necesitaba
saber sobre su futuro yerno.
—Gracias por devolverme a Misery.
Gruñían como suelen hacerlo los hombres. Pero las emociones de Garrett
se hallaban por todos lados.
—¿Te encuentras bien? —pregunté.
Puso una expresión neutral que no engañó a nadie. —¿Por qué no lo
estaría?
—Estoy bien. Lo sabes, ¿verdad?
Asintió en silencio, luego bebió el resto de su cerveza.
»Bien, entonces. —Puse mis manos sobre la mesa y me levanté—.
¿Estamos listos para hacer esto?
Garrett bajó su vaso con un golpe y me miró. —Él te llevó.
Osh y yo nos quedamos quietos como uno lo haría para hacer frente a un
depredador enojado.
Después de un momento, le respondí—: Sí, lo hizo. Pero estoy bien.
—Justo frente a nosotros. Te llevó, Charles.
Asentí. Nada de lo que pudiera decir en ese punto iba a ayudar a su
aceptación. Se sintió impotente. Lo cual era la peor sensación del mundo.
Su mano se apretó más contra el cristal cuando una mesera se acercó a
nosotros. —¿Te gustaría otra? —preguntó.
—No podemos luchar contra él —me dijo.
Agradecí a la mesera antes de dirigirme a él. —Lo sé.
—Tienes razón —dijo Osh—. Nosotros no podemos. —Él me dirigió una
mirada decidida—. Pero tú sí.
—No, no puedo, Osh.
—No con esa actitud, no puedes. Debes recordar tu lugar. Debes
recordar de lo que eres capaz.
—Lo entiendo, Osh. Tengo un historial. Solía, aparentemente, devorar a
otros dioses.
—Los comías como algodón de azúcar en un carnaval.
Me senté y crucé los brazos. —No puedo hacerle eso a mi esposo.
—Él no es tu esposo —dijo en voz baja.
Me negué a escuchar. Sabía que Osh tomaría este curso de acción. No
tenía muchas opciones, pero eso no me impidió sentirme molesta por la
implicación.
—No iré por allí, Osh. Aún no.
—Solo mantenlo en el fondo de tu mente. Puede llegar el momento en
que necesites hacerlo.
Cuando no respondí, Osh volvió a sentarse y tanto él como Garrett
volvieron a tomar sus bebidas.
»Además —dijo Osh, incapaz de ayudarse a sí mismo—, quería enfrentar
el hecho de que le diste un nuevo significado al término ser ardiente.
A regañadientes, Garrett se rió y la tensión en el aire se evaporó.
Comencé a preguntarme si ese no era el súper poder de Osh.
—¿Estamos listos? —pregunté. Teníamos trabajo que hacer.
Ambos asintieron vacilantes, antes de que Garrett preguntara, con la
boca medio llena de carne adobada—: Dinos de nuevo ¿qué haremos?
Osh tomó un último bocado de su burrito y asintió con aprobación a la
pregunta de Garrett.
—No estamos haciendo nada. Ustedes dos están coqueteando.
—Genial —dijo Osh.
Me sorprendió cómo podía parecerse a un estudiante de secundaria por
un segundo y, bueno, a un estudiante de secundaria más viejo al siguiente. Kid
parecía un niño. Casi me sentí mal por prostituirlo, pero una chica tenía que
hacer lo que tenía que hacer.
Le envié un mensaje de texto a Cookie, y se reunió con nosotros en el
estacionamiento, su atuendo negro y su gorra negra no eran nada sospechosos
considerando que normalmente se parecía a Jackson Pollock.
—Gran elección —dije. Lo único que faltaba era que pintara su rostro con
pintura negra.
—¿Lo crees? —Su nerviosismo era encantador. Le dio a Garret y a Osh
un abrazo rápido—. Nunca he hecho, y logrado, un atraco antes. Ah, y tengo
pintura negra para el rostro por si la necesitamos.
Cada gramo de fuerza. Eso es lo que necesité para no reírme. —Bueno,
en realidad no es un atraco, y aún no hemos logrado nada.
—Bien, bien. —Tomó un profundo y relajante aliento.
Nos acercamos a Misery mientras Osh y Garrett subían a la camioneta de
este.
»Y para que lo sepas, te cubriré la espalda en todo esto.
—Es bueno saberlo, Cook.
—O, digamos, todo tú. Lo que sea que necesites.
Cada gramo de fuerza. —Entonces, ¿qué le dijiste tío Bob? —pregunté,
desbloqueando los secretos de Misery. Y sus puertas.
—Que veríamos una película.
Me mordí el labio, y luego pregunté—: ¿Y se lo creyó?
—Por supuesto, solo que sus palabras exactas fueron: “Dile a esa sobrina
mía que, si hace que te arresten, me aseguraré de que nunca vea la luz del día”.
—Entonces, él se lo creyó totalmente. Increíble.
Nos subimos en Misery y nos dirigimos a un pequeño lugar que me ha
gustado llamarlo Negación Creíble de Pari.
—¿Quieres contarme qué ocurrió anoche? —preguntó.
—Ah, bien, bueno, comí enchiladas verdes de pollo, y Garrett…
—Bien. No quieres hablar de eso, no quieres hablar de eso. Pero para que
lo sepas, cuando mi mejor amiga regresa de una misión para capturar a un dios,
desnuda con el cabello en llamas…
—¿Mi cabello se encontraba en llamas?
—… haré preguntas.
Tras una revisión rápida de mi cabello, giré a la izquierda en San Mateo y
me dirigí al norte. —Lo siento, Cook. Iba a decírtelo. No salió como planeaba.
—Lo asumo. ¿Descubriste algo, al menos?
—Descubrí que Rey’azikeen es igual de bueno en el coito como su alter
ego.
Cookie jadeó, luego sus ojos se vidriaron y una pequeña comisura de su
boca se crispó. La dejé cocerse a fuego lento en sus propios pensamientos.
Aproximadamente treinta segundos después, se inclinó y dijo—:
Cuéntamelo todo.
Me reí y así, dicho todo, disfruté de cada inhalación brusca, cada suspiro
de placer, cada “Oh, Dios mío” y “Oh, no, no lo hizo”. Sabía que podía contar
con La Cook para hacerme sentir mejor.
Hablando de eso, en tanto Cookie se encontraba en estado de asombro, le
pregunté si podía llamarla Walter. Como Walter White. Como la Cook.
No respondió. Lo tomé como un sí.
A medida que nos acercábamos a nuestro destino, Walter volvió a
sentarse a cocinar a fuego lento, solo que esta vez cocinaba un caldo hecho de
salteado de asombro, puré de desconcierto, y deseo crudo y espeso. Después de
todo lo que pasamos, me encantaba que todavía pudiera deslumbrarla. Me
preocupaba que se cansase de mis historias y mi vida se volviera mundana a
sus ojos. Pero hasta ahora, muy bien.
—Sé que está aquí en alguna parte —dije, tratando de encontrar el lugar.
Garrett me seguía, y no pude evitar recordar al ciego guiando al sexy-
pero-también-ciego. Lo cual explicaría la llamada telefónica que recibí de ese
mismo hombre.
—¿Sabes a dónde vas?
—Aja.
—Hicimos tres giros en U.
—Estoy reconociendo el terreno. Ya sabes, memorizando nuestra ruta de
escape en caso de tener que mover nuestros culos para escapar.
—Charles, ¿a dónde vamos?
—No estoy cien por ciento segura. Walter anotó la dirección, pero se
encuentra en un estado de shock en este momento.
—¿Te quemó la ropa? —preguntó Walter. Al menos hablaba de nuevo.
—Solo recuerdo que el lugar parecía fanfarrón.
Si fuera posible determinar un suspiro de fastidio, Garrett solo lo hizo. —
¿Cómo puede una empresa ser fanfarrona? ¿Y quién coño es Walter?
—¡Ahí esta! —Señalé con mucho más entusiasmo de lo que debería y
entré al estacionamiento de un edificio grande y amenazante con uno más
pequeño en el frente—. Bienvenidos a la oficina de abogados de Dick, Adcock, y
Peterman. ¿Ven? Fanfarrón. Tenían que saber qué hacían cuando se asociaron.
—¿Lo qué necesitamos está en una oficina de abogados?
—No. Lo que necesitamos se encuentra en el enorme edificio detrás de la
oficina de abogados.
Nos detuvimos al lado de las oficinas de abogados para que pareciera
que los visitábamos, en medio de la noche, y no que nos apresurábamos a
entrar al edificio detrás de él.
Nicolette Lemay, mi amiga enfermera con el extraño don de la
clarividencia aunque selectiva, salió de las sombras y hacia nosotros,
examinando el área mientras corría por el estacionamiento. Lo cual no parecía
sospechoso en absoluto.
Se encontró conmigo cuando me bajé de Misery. —¿Realmente estamos
haciendo esto? —preguntó, sus nervios sobrealimentados—. Puede que sea una
enfermera, pero me da ataques de pánico fácilmente.
Me reí. —Sin preocupaciones. Tengo un plan.
Walter me miró boquiabierta desde el asiento del pasajero. —¿Tienes un
plan? Pensé que era el de Garrett. O de Osh. O de Pari.
Hablando de ella, Pari se detuvo en un Dodge Dart rojo, se bajó y se
acercó a la ventana abierta.
La saludé asintiendo, y luego volví a mirar a Cookie. —¿Qué estás
tratando de decir, Walter?
—Intento decir que tus planes nunca funcionan.
—¿Qué? Mis planes siempre funcionan, la mayor parte del tiempo, a
menos que se lleven a cabo los viernes. Mis planes de los viernes nunca salen
bien.
Walter salió del Jeep y caminó alrededor. Me hallaba segura de que
comprobó el culo de Misery en el camino.
—Hola, Pari —dijo.
—Hola, Walter. —Pari captó más rápido. Más rápido que algunas
personas que no serán nombradas… Garrett.
Caminamos hacia su camioneta. Garrett bajó su ventana. —¿Qué estamos
haciendo?
—Bueno, eso depende. Aquí, por la noche, hay dos guardias, y no estoy
segura de quién lo está esta noche. Si es la mujer, Garrett se hará cargo. Si es el
hombre, todo esto estará en tus manos, Osh.
—Entendido, jefa. —El maestro del coqueteo, se bajó con un salto de la
camioneta de Garrett, un poco demasiado feliz de hacerlo.
Garrett se hallaba un poco más vacilante.
—Si ayuda —agregué, sabiendo que lo haría—, ganó señorita Nuevo
México cuando tenía veintidós años.
Eso lo iluminó enseguida. Se bajó de su monstruosa camioneta, niños y
sus juguetes, y habló en voz baja con Osh por un momento.
—No puedo creer que la hayan dejado planear esto —les dijo Walter,
amonestándolos.
—Walter —dije, mi tono más amonestador—. Mujer de poca fe. Quizás
necesites quedarte en el auto.
—De ninguna manera. ¿Y por qué me llamas Walter?
—Dijiste que podía hacerlo.
Tras hacer las presentaciones en la que el corazón de Pari palpitó por
Garrett y el de Nicolette por Osh, nos dirigimos a la entrada principal del
edificio y observamos a través de la placa de vidrio.
—No recuerdo haber aceptado cambiar mi nombre —dijo Walter.
—Probablemente por culpa de toda la metanfetamina. Es la guardia
mujer. —Me volví hacia ellos—. Swopes, todo tuyo.
Osh parecía decepcionado.
Le di una palmadita en el hombro. —Está bien. Aún te necesitamos.
Acabo de hacerme las uñas.
Garrett miró dentro. —Pensé que habías dicho que ganó Señorita Nuevo
México.
—Lo hizo. Te lo dije, cuando tenía veintidós años.
Me interrumpió. Con dureza. —¿Y cuándo fue eso? ¿En los años
cincuenta?
—Swopes, ella no es tan vieja. Ahora ve a hacer lo tuyo.
Sonrió. —Es broma. Ella es linda. Esto será divertido.
—Eres un puto.
Se encogió de hombros y asintió hacia Osh. —Hazlo bien.
La sonrisa de Osh se volvió francamente malvada.
—No demasiado bien —aclaró Garrett, pero Osh ya lanzó el golpe.
Giró, mucho más fuerte de lo que nadie esperó, golpeando el ojo
izquierdo de Garrett y el puente de su nariz.
La cabeza de Garrett se sacudió hacia atrás, y tropezó un par de pasos.
Luego se llevó las manos a la cara y se dobló, maldiciendo como un marinero
borracho en vacaciones. Pero funcionó. La sangre se deslizó entre los dedos de
Garrett.
Se enderezó y miró a Osh.
—¿Qué? —preguntó, con expresión inocente.
Entonces Garrett me miró. —Este es el peor plan que haya existido.
—¿Ves? —Asintió Walter—. Te lo dije. Nunca nadie me escucha.
Después de ofrecerle a Osh un sangriento dedo medio, tropezó con las
puertas de vidrio y golpeó.
El resto de nosotros corrimos hacia el lado del edificio desde donde
podíamos mirar para asegurarnos de que Garrett entrara.
Cuando la guardia abrió la puerta, Garrett encendió su encanto, soltando
algo acerca de ser asaltado y la batería de su celular muerta y si podía tomar
prestado un teléfono y tal vez usar el baño.
Pero tenía que detenerme y pensar. —¿Las personas son asaltadas en
Albuquerque? —No se sentía bien—. ¿Decimos asaltar? Y de lo contrario, ¿qué
decimos?
Todos me ignoraron cuando la guardia abrió las puertas, y su corazón,
de par en par. Ella no podía dejarlo entrar al edificio lo suficientemente rápido.
Nos alzó un pulgar furtivo y se deslizó dentro.
—Eso la mantendrá ocupada —dije, frotándome las manos con
anticipación—. Es hora de irrumpir este cachorro.
Caminamos hacia la entrada trasera del edificio, Walter cada vez más
nerviosa. —Me siento mal por esto.
—Walter, nadie te está juzgando. No en esto. Sin embargo, serás
calificada en tu rutina de piso.
Nicolette se hallaba en el cielo. Reduje la velocidad para hablar con ella.
—Parece que te estás divirtiendo.
—Sí, no salgo mucho. —Se inclinó e hizo un gesto hacia Osh—. Y él es
lindo.
—Sí, lo es.
Nicolette era increíble. ¿Quién era yo para frustrar el amor verdadero? Él
podría convertirse en mi yerno si los acontecimientos que vi en mi único vistazo
al futuro se cumplieran, pero eso se hallaba muy lejos. Le vendría bien un poco
de castigo aquí en la Tierra. Sería honesta.
—Para que entres en esto con los ojos abiertos —dije—, es un antiguo
demonio esclavo del infierno y vive de las almas humanas. No lo beses en la
boca. Como, nunca.
Sus ojos se convirtieron en platos, su pulso se aceleró y se encontraba tan
enamorada. Lo noté por su expresión de cachorro. También una pequeña gota
de baba salpicando una esquina de su hermosa boca.
Oh, sí. Ella era una joya.
—¿Qué pasa con la seguridad? —preguntó Pari.
—Conozco a un chico que conoce a un chico. Tal parece que todo está
apagado por el momento. Sin cámaras. Sin alarmas. Nada.
—Por eso pagan a guardias de seguridad a tiempo completo —dijo
Walter.
—Exactamente. ¿Pari? Estás dentro.
Pari trepó por los escalones hasta una zona de carga y, después de
mucho ruido y algunas malas palabras, abrió la cerradura de la puerta trasera.
Podría haberlo abierto yo misma, pero Pari era más rápida. Mis habilidades
eran similares a las de un Yugo del 86 en una carrera con un Bugatti Chiron.
Éramos como un equipo especial de operaciones. Se me puso la piel de
gallina.
Nos apresuramos a entrar, y luego expuse el plan.
—De acuerdo, para salvar la vida de Pari y preservar su libertad —pero
sobre todo para salvar su vida—, Nicolette va a extraer la sangre de todo el
mundo para un proyecto de arte. No mucho. Tal vez como un galón o dos.
—Medio litro —sugirió Nicolette—. La mitad, si no queremos correr el
riesgo de que cualquiera se desmaye cuando hagamos nuestra escapada audaz.
—Ella era muy buena en estas cosas.
Angel apareció y se mantenía despreocupado detrás de Nicolette, el
interés evidente en sus ojos brillantes, pero en el momento en que expliqué mi
plan, comenzó a retroceder.
—Hola Angel. Llegas justo a tiempo. Necesitamos alguien que vigile.
Hizo un gesto con la cabeza, pero siguió retrocediendo. —Acabo de
recordar, tengo otro lugar en el que estar.
—¿Qué sucede? —le pregunté en tanto se quedaba pálido ante mis ojos.
Me sorprendió que pudiera hacer eso.
—Realmente no me gusta ver sangre.
Parpadeé. —Dice el pandillero difunto con la enorme herida en el pecho.
Bajó la mirada. —Eso es diferente.
—En realidad no. —Antes de que pudiera decir algo más, se fue.
Pequeña mierda. Eso no me llevaría a ninguna parte rápido. ¿Quién sería
nuestro vigilante?
Me volví hacia Osh, pero Nicolette se encontraba pellizcando el puente
de su nariz. Me fulminó con la mirada.
Señalé el espacio que Angel acababa de desocupar. —A Angel no le
gusta ver sangre.
—Déjame aclarar esto —dijo, de repente molesta.
Me enderecé alarmada. ¿Qué hice ahora?
—Irrumpimos un centro de plasma para que pudiera extraer la sangre de
todos por… ¿un proyecto de arte?
—Sip.
Walter frunció el ceño. —Pensé que habías dicho que robaríamos una
furgoneta que recolecta sangre.
—Nop. Demasiado fácil de rastrear.
—¿Y esto va a salvar la vida de Pari? —preguntó Nicolette.
—Y encender su creatividad. Dos pájaros de un tiro.
Apoyó ambas palmas sobre un escritorio como para fortalecerse. —¿Te
das cuenta de que pude haber robado los suministros del hospital y haber
hecho esto en, no sé, tu oficina? ¿Por ejemplo?
La miré boquiabierta. —¿Es en serio? No necesitamos arriesgarnos a
cargos por delitos graves y una vida tras las rejas.
Dejó que una sonrisa carente de sentido del humor apareciera y negó con
la cabeza. Bueno, todos en la sala sacudieron sus cabezas, pareciendo un poco
frustrados conmigo. Todos excepto Osh. Encontró una máquina que emitía
sonidos bonitos cuando presionabas los botones.
»Dijiste que no podías robar sangre del hospital.
—No puedo. Eso no significa que no pueda llevarme algunos
suministros. Todavía es ilegal, pero se puede hacer.
—Podrías haber dicho algo hace treinta minutos —dije en voz baja.
—No me contaste nada del plan hasta ahora.
—Te lo dije —dijo Walter, regodeándose. No sería invitada a la fiesta de
Navidad de la oficina.
—Bueno, mierda. —Eché un vistazo alrededor—. Está bien, así que
¿robamos los suministros de aquí y regresamos a lo de Pari?
—Eso funciona —dijo Nicolette, sacando de repente su personalidad
alegre. Se apresuró a la sala de suministros, la cual también abrió Pari, y se llevó
todo lo que necesitaría para drenarnos hasta dejarnos secos. Si ella fuera una
asesina en serie, o un vampiro, esta sería una gran oportunidad.
Cuando terminamos de saquear el lugar, levanté a Osh de una silla
reclinable en la que se durmió y salimos, sin ningún rasguño.
Corrí al frente del edificio y golpeé las puertas de vidrio. Tanto Garrett
como la mujer de seguridad me miraron, Garrett confundido y la mujer,
molesta.
Se acercaron a las puertas, y ella las abrió. Antes de que pudiera decir
algo, comencé el espectáculo.
—¡Garrett! ¡Oh, Dios mío! —Corrí hacia él y lo abracé—. ¿Qué sucedió?
¿Quién te hizo esto?
—Me asaltaron.
—¿Por qué decimos asaltaron en Albuquerque?
Me fulminó con la mirada.
»Lo siento mucho. Te llevaré al hospital.
La decepción se alineó en la cara de la mujer. Pero rápidamente se
transformó en confusión. —Espera, pensé que dijiste que te llamabas Reyes.
Reyes Farrow.
Tras mirarlo boquiabierta por una eternidad, una en la que él luchó por
ocultar una sonrisa traviesa, me volví hacia ella. —Lo es. Es Reyes Garrett
Farrow. No Reyes Alexander Farrow. —Resoplé y agité una mano desdeñosa—.
Ese es otro tipo por completo.
Frunció el ceño con sospecha.
—Nos tenemos que ir —dije, apresurándolo—. Tengo que llevar a este
hombre a un hospital por múltiples heridas de arma blanca.
—¿Fue apuñalado? —preguntó con un suspiro de preocupación.
—Todavía no, pero la noche es joven.
Garrett me rodeó con un brazo y lo ayudé a subir a su camioneta, donde
Osh se encontraba sentado. En el asiento del conductor. Él comenzó a ordenar
que saliera cuando le dije—: Tenemos que hacer que esto se vea real. —Y lo dejé
en el lado del pasajero.
—Eso fue rápido —dijo—. ¿Obtuviste lo que necesitabas?
—Sí. Conseguimos los suministros, porque al parecer esa era una opción,
y Nicolette va a extraer nuestra sangre en casa de Pari.
—¿La poderosa Charles Davidson robó?
—Oye —dije, ofendida—. He robado antes.
—Ajá.
—Además, dejé un billete de cien en el escritorio con una nota de
disculpa, pero no te preocupes, disfracé mi letra.
Me interrumpió—: ¿Disfrazaste tus huellas dactilares?
Mierda.
12
Traducido por **Nore** & Ann Farrow
Corregido por Jessgrc96

Si yo fuera un Jedi.
Hay un 100% de probabilidad de que usaría la fuerza
inapropiadamente.
(Hecho real)

—Esta es la idea más extraña que has tenido —dijo Pari cuando volvimos
a su departamento—. Me encanta.
Solté una risita. —Pensé que lo haría.
Nicolette nos sacó un poco de sangre a todos y Pari la mezcló, junto con
una pizca de fósforo CAM, en una pintura que combinaba con las paredes de su
oficina. Luego, con la ayuda de una luz negra, creó un bello mural justo encima
de las salpicaduras de sangre que ya estaban allí, porque ninguna cantidad de
limpieza eliminaría una evidencia forense como esa. Jamás. No sin reemplazar
la pared, de todos modos.
Pari aplicó algunos toques más, luego hizo una prueba. Apagó la luz
negra y encendió las luces regulares. La nueva pintura se mezcló con la vieja,
apenas perceptible. Uno se encontraría en apuros averiguando dónde terminó
la pintura vieja y comenzaba la nueva.
Pero cuando las luces se apagaron y se encendió la luz negra, un motivo
precioso de trazos audaces y bordes afilados, puntuado por un cráneo aquí y
allá, brilló a través. Fue un efecto increíblemente genial.
—Camuflaje —dijo Walter antes de tomar un bocado de pizza con su
cerveza—. Brillante.
Todos nos sentamos alrededor de la oficina de Pari en la trastienda de su
próspero negocio de tatuajes, observándola trabajar. Me senté en el suelo y usé
la pierna de Osh como reposacabezas. Quien reclamó el sofá de la oficina de
Pari, y Nicolette, habiendo completado su misión y disponiendo de forma
segura los materiales peligrosos, se sentó en el apoyabrazos en el extremo
opuesto. Él movió sus piernas para que pudiera sentarse, pero Nic era
demasiado tímida para eso.
Garrett robó la silla de oficina de Pari y estaba ocupado cortando una
rebanada de pepperoni doble cuando Pari lo inmovilizó con su mejor mirada
inquisitiva.
—¿Bien? —le preguntó.
Él asintió, luego tragó saliva. —Increíble. Tienes que venir a mi casa.
—Sí, tienes que hacerlo —dije—. Es muy marrón.
—Me gusta el marrón —dijo, defendiendo su dominio.
—Me gusta la comida marrón —ofrecí—. Café. Chocolate. Caramelo.
¿Qué hay de ti, Walter?
—Te diré algo —dijo con una sonrisa burlona—, deja de llamarme
Walter, porque si no lo haces, se pegara por años, y te dejaré nombrar a las
chicas.
Me animé. Literalmente. Empujé a Osh y me incorporé. —¿De veras?
—Sí. Solo déjame mi dignidad.
—¿Qué? La dignidad está sobrevalorada.
—Ese es el trato.
Maldita sea, era una negociadora dura. —Oh, demonios, sí. —Me puse
de pie y comencé a caminar—. Tantas opciones. —Miré a sus chicas, sus senos,
un momento largo y una lluvia de ideas—. ¿Thelma y Louise? ¿Sonny y Cher?
¿Laurel y Hardy? Oh Dios mío. Mi cerebro va a explotar.
Uno de los artistas de Pari le realizaba a una mujer mayor su primer
tatuaje. A la mujer no le iba bien. Sus gritos de agonía arruinaban mi
concentración.
—Sabes —dijo Nicolette, tomando un sorbo de su propia cerveza—, si
alguno de nosotros muere en circunstancias sospechosas, Pari está jodida. Tiene
nuestro ADN en todas sus paredes.
Pari se detuvo y se volvió hacia mí, ahogando un grito. —Tiene razón.
¿Qué pasa si ustedes son asesinados?
Me volví a sentar frente a Osh, apoyándome en el sofá, obligándolo a
mover sus piernas a un lado. —Si algo malo sucede, tendremos que
asegurarnos de que somos asesinados lejos de aquí. ¿De acuerdo, muchachos?
Todos levantaron una cerveza en saludo.
—Impedir que Pari se declare culpable de nuestros asesinatos —dijo
Osh.
Pari, complacida con nuestro solemne juramento, volvió a trabajar. —
Sabes, este podría ser mi nuevo trabajo.
—¿Pintar sangre en las paredes de las personas para cubrir la escena de
un crimen?
—Si bien eso tiene un sentido morboso de frialdad, no. Crear pinturas
con fósforo CAM. Para el observador casual, podrían ser escenas cotidianas. Ya
sabes, mierda aburrida. Pero una vez que se enciende la luz negra, podrían ser
oscuras, melancólicas y siniestras. Solo en neón.
—No esperaría nada menos de ti. ¿Butch Cassidy y Sundance Kid? —
Miré a Cook con esperanza en mis ojos.
Lo pensó por un momento, luego negó con la cabeza y tomó otro bocado.
Sin rendirme, volví al trabajo. —Esto podría tomar un tiempo.
—Sé lo que estás haciendo —dijo Garrett. De pie a mi lado.
Miré hacia dónde había estado sentado detrás del escritorio de Pari y
luego de vuelta a él, preguntándome si adquirió algún tipo de habilidad
sobrenatural de la que no era consciente.
Se dejó caer al suelo junto a mí cuando las piernas de Osh se enroscaron
alrededor de mi torso, lo cual hizo saltar mis sospechas.
Dejé mi pizza y les ofrecí toda mi atención. —Entiendo que esto es algún
tipo de intervención.
—Algo así —dijo Osh.
Cookie se sentó en el sofá junto a Osh. —Estamos preocupados por ti,
cariño.
—¿También tú, Walter?
—No la culpes —dijo Garrett.
Traté de pararme, pero Osh mantuvo sus piernas cerradas en su lugar.
—Charley, sabes que te cubro la espalda —dijo Cookie, antes de
examinar nuestras posiciones en referencia el uno al otro—. O, toda tú. De
cualquier manera, todos estamos aquí para ti.
—Entonces, ¿de qué se trata esto? —le pregunté a mi interrogador.
Garrett apretó los labios pensativamente antes de responder—: Tenemos
menos de un día para resolver esto, para recuperar a Reyes, o exiliarlo de este
plano o matarlo, y estamos aquí haciendo proyectos de arte y comiendo pizza.
Me encogí y bajé la cabeza. —Lo sé. Solo… estoy corta de ideas. No tengo
ni idea de qué hacer.
—Te apuesto cinco centavos —dijo Osh, ofreciéndome un apretón
tranquilizador.
Envolví un brazo alrededor de su pierna. —No entiendes. No sé quién es.
—Él es Rey’azikeen —dijo Osh.
—Exactamente. Intentamos atraparlo en una trampa. Eso no funcionó.
—¿O sí? —preguntó—. ¿Qué aprendimos de eso?
—Que soy completamente incapaz de resistirme a ese hombre en
cualquier forma.
—No —respondió Garrett—. Aprendimos que él es completamente
incapaz de resistirse a ti.
Levanté un hombro en un encogimiento a medias. ¿Cómo nos ayudaría
ese conocimiento?
—Y —agregó Osh—, aprendimos que no estás dispuesta a hacer lo que
es necesario.
—¿Qué significa eso?
—Eres una diosa, Charles —dijo Garrett. Puso una mano sobre mi rodilla
para calmarme—. Eres la Primera Estrella, como en el libro.
Lo callé. —Es un libro para niños.
—Y es un libro el cual, estoy convencido, cuenta tu historia.
Osh se inclinó y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello,
ofreciéndome un abrazo tranquilizador. —Estoy de acuerdo.
—¿Qué libro? —preguntó Cookie.
—Te lo mostraré más tarde, pero no entiendo qué tiene que ver esto con
nada.
—Puedes derrotarlo —dijo Osh—. Si estás dispuesta a hacerlo.
Me liberé y me puse de pie. Los ojos oscuros de Nicolette estaban
atentos, y Pari puso su obra maestra en espera para escuchar.
—Lo entiendo. He devorado a otros dioses. Incluso lo hice en esta forma.
En este plano. Devoré al dios Eidolon, pero él era malvado. Reyes no lo es.
—No estamos hablando de Reyes —dijo Osh—. Estamos hablando de
Rey’azikeen.
—Bien, bien, ¿qué sabes de él? Quiero decir, seguro que oíste hablar de
él, incluso en el infierno.
—Por supuesto que sí. Incluso sabíamos que el hijo de Lucifer, Rey’aziel,
fue creado usando la energía del dios Rey’azikeen. Simplemente no sabía que la
parte piadosa de él todavía se encontraba… allí.
—Entonces, está bien, ¿qué sabes de él?
Se apoyó en el sofá y me miró desde debajo de sus pestañas oscuras.
Después de un largo momento, dijo—: Solo he escuchado rumores. Esclavo,
¿recuerdas? No tuve exactamente acceso a la información clasificada, incluso en
el infierno.
—¿Y? ¿Qué decían los rumores?
—Hubo rumores de que él era el creador de lo que llamamos materia
oscura, que no debe confundirse con la fuerza gravitacional teórica que une el
universo. Esta materia oscura era, bueno, oscura.
Tiré de la silla del escritorio de Pari y me senté. —Explícate.
Sacudió la cabeza. —Solo sé los rumores que penetraron la parte más
vulnerable del infierno diciendo que él crea materia oscura, y que la materia
oscura es la oscuridad que se traga la luz. Es el mal que se traga a los
benevolentes. Es por eso que es tan bueno en lo que hace.
—¿Por qué? ¿Qué ha hecho?
—No lo entiendes. Esa no es la peor parte.
Me moví en la silla y levanté mi mentón, preparándome para cualquier
cosa. —De acuerdo. ¿Cuál es la peor parte?
—Hubo otros rumores. Rumores que se hablaban en voz baja como una
leyenda urbana de la que los niños tienen miedo de hablar.
—¿Qué decían?
—Dijeron que Rey’azikeen no creó la materia oscura. Dijeron que él era
la materia oscura. Era parte de él y que la materia oscura provenía de su alma.
¿Todo esto era cierto? ¿Era el dios Rey’azikeen realmente tan oscuro, tan
aterrador, que incluso los demonios en el infierno solo se atrevían a susurrar
sobre él? —¿Por qué tal cosa sería un rumor susurrado en un lugar como el
infierno?
—Porque él es el hermano del Dios Elohim. Es como un evangelista de
televisión con un hermano en prisión. Está sucio.
Mis pelos se pusieron de punta. —Reyes no está sucio.
—Oye —dijo, levantando las manos en señal de rendición—. Querías los
rumores, te los estoy contando. Eso es todo lo que sé.
No sabía con certeza si debía creerle, pero me preocupaba que Nicolette
jamás fuera la misma después de esto, así que dejé el tema. Por ahora.
Me levanté y comencé a caminar de nuevo. —Esto es mi culpa. Si hace
algo horrible o es expulsado de este plano o asesinado o todo lo anterior, es mi
culpa.
Osh se levantó y bloqueó mi camino para llamar mi atención. Puso sus
manos sobre mis hombros, y dijo—: No, cariño, no es así. Solo necesitas tomar
una decisión. Si él despierta una mierda, ¿estás dispuesta a hacer lo que sea
necesario para detenerlo?

***

Con Cookie nos quedamos con Pari después de que todos se fueran para
asegurarnos de que se encontraba bien. Una hora más tarde, ella nos echó,
incluso diciendo que necesitaba dormir. Se veía agotada. El estrés tenía una
forma de envejecer a una persona.
De manera que Cookie y yo volvimos a casa, y nos sentamos en mi
departamento, la cavernosa habitación parecía tragarnos. O quizás solo quería
que eso sucediera.
Reyes todavía estaba allí, dentro de Rey’azikeen. Tenía que estarlo. O
eso, o el dios Rey’azikeen me deseaba tanto como mi etéreo esposo.
¿Pero por qué lo haría? A sus ojos, yo era humana. Nada más y nada
menos. Claro, un dios yacía debajo de la carne y la sangre de mi lado humano,
pero aparentemente era uno que nunca le gustó. De acuerdo con las cositas que
escuché aquí y allá, en nuestra existencia anterior, fuimos enemigos. Entonces
yo era humana. Strike uno. Y un enemigo. Strike dos.
Entonces, ¿por qué seducirme? ¿Por qué ponerme de rodillas?
Tal vez ese era el punto. Para ponerme de rodillas. Para demostrarme de
lo que era capaz en cualquier forma. Para mostrarme de lo que yo era incapaz
en cualquier forma, concretamente, a resistirme.
Ni siquiera consideré irme a la cama cuando llegué a casa. Sabía lo que
sucedería en el momento en que mi mente se relajara. Él invadiría. Y, por más
que odiara admitirlo, sus invasiones eran como agua en un desierto reseco. Los
anhelaba. Sedienta de ellos.
En resumen, extrañaba a mi esposo.
Pero él jugaba conmigo. El dios Rey’azikeen. ¿Manteniéndome despierta
para desorientarme? ¿Para distraerme? ¿Para perjudicar mi juicio o retrasar mis
reflejos?
Ayudaría si pudiera descubrir lo que buscaba tan ciegamente. Me daría
la ventaja, especialmente si supiera dónde encontrarlo. Pero busqué en el
departamento signos del Cristal Divino. Se hizo añicos cuando regresó. No
encontré ni una astilla de vidrio, mucho menos sus cenizas.
Entonces las cenizas ¿de qué? Las brasas ¿de qué?
Mi mente se hallaba demasiado cansada como para seguir pensando en
eso.
Cookie tampoco tenía ganas de dormir, una vez que se enteró de la
existencia de un libro para niños que supuestamente contaba toda mi historia
en unas pocas miles de palabras. De ninguna manera iba a dejar esto. Así que,
al igual que yo, allanó su clóset en busca de ropa suave, excepto que no pude
usar su ropa, ya que me envió a casa para atacar el mío, y nos sentamos en mi
apartamento, bebiendo el elixir de la vida de las tazas de café que aconsejaba a
los transeúntes: Una cosa divertida que hacer en la mañana no es hablar conmigo.
Mi ropa suave se sentía celestial. Probablemente porque los pantalones
tenían pequeños ángeles encaramados en nubes. Una broma del propio Farrow.
Mi camiseta, que decía TAN MAJESTUOSO COMO FOLLAR, no era tan
angelical.
—No puedo creer que no me hayas contado sobre esto —dijo Cookie,
reprendiéndome.
—Me enteré de su existencia esta mañana.
—Lo que te dio un día entero.
Allí me tenía. Las dos leímos en silencio, Cookie el primer libro, La
primera estrella, y yo el segundo libro, La estrella oscura.
El libro comenzó con la primera estrella, yo, como creía Garrett, cazando
y combatiendo a dioses malvados que atormentaban reinos en todas las
galaxias, conocidos y desconocidos por videntes como el que escribió el libro
que sostenía.
A los ojos de los videntes, ella era una heroína, luchando contra las
injusticias de un reino a otro, usando su ingenio para burlar a sus enemigos y su
fuerza para luchar contra ellos, porque cuanto más peleaba, mayor era su
número. Afortunadamente, cuantas más batallas ganó, su fuerza aumentó. Con
cada victoria, la Estrella devoró a su enemigo. Ganó su poder hasta que se
convirtió en una Estrella cien veces más fuerte.
Se hizo conocida en todas las dimensiones como La benevolente, La
Centinela, La Estrella Devoradora.
Pero luego vino su ruina. Se enamoró de una de sus presas, La Estrella
Oscura, la más bella de todos los cielos. El más bello y mortal.
Nació con un propósito muy específico: usar su oscuridad para crear
reinos sin ventanas, de modo que los que estaban dentro no pudieran volver a
ver la luz que el cielo tenía para ofrecer. Vivirían en eterna oscuridad y
condenación.
A lo largo de los milenios, se volvió demasiado oscuro. Su poder
inconmensurable e incontrolable. Se convirtió en una amenaza para esas
estrellas benévolas que gobernarían sus reinos con amabilidad y tolerancia.
Y así, el Hermano de la Estrella Oscura, Jehovahn, convocó a La Estrella
Devoradora.
La Estrella Oscura, al escuchar esto, se enfureció por la traición y devastó
el reino de Jehovahn y su gente.
Sin embargo, por dentro, aumentó su ansiedad. Impaciente, incluso.
Había escuchado historias durante siglos sobre la Primera Estrella. Anhelaba
conocerla. Ansiaba luchar contra ella. A pesar de su inmenso poder, era más
fuerte. Su fuerza sobrepasaba cualquier estrella de cualquier reino en el
universo conocido, y no quería nada más que devorarla por completo.
Pero ella hizo una demostración de tregua. Lo encontró entre los anillos
de Saturno, se paró frente a él en toda su gloria, tan brillante que casi lo cegó, y
le ofreció misericordia a la Estrella Oscura si se rendía a sus demandas.
Rechazó su oferta con una sonrisa sombría; y comenzó, lo que más tarde
se conocería como la Batalla de los Cien Años.
Cuanto más luchaba, más terreno perdía. Ella era su igual en todos los
sentidos.
Con cada nueva batalla, con cada golpe nuevo, ella le suplicaba que se
rindiera. Pero él no quería oír hablar de eso.
Sin embargo, cuando se hizo evidente que no podía vencerla, se le
ocurrió una idea. Podía hacer uso de la belleza por la que era famoso. Podría
hacer que se enamorara de él.
Y así durante los siguientes días en la batalla, deliberadamente, la dejó
acercarse más de lo que se sentía cómodo, porque ella podría devorarlo
fácilmente si lo deseara. Pero él se esforzó en ganarse su afecto. Tocó su rostro.
Presionó su boca sobre la de ella. Con cada toque prolongado, la cortejaba. La
atrajo. La invitó a amarlo. Sin darse cuenta de que bajó la guardia en su
corazón.
Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano, porque la Primera Estrella
siempre lo amó. Siempre lo anheló. Por eso todavía vivía.
—¿Estás segura de que estos son libros para niños? —preguntó Cookie
después de un rato.
—Acababa de preguntarme lo mismo.
Nos miramos la una a la otra un momento, luego volvimos a leer.
Por la noche, la Estrella Oscura trabajó duro para crear un reino dentro
de otro solo para ella. Uno sin luz dentro de la otra galaxia muy, muy lejana de
la suya. Una donde ella viviría la eternidad sola y miserable. Poco a poco
volviéndose loca.
—¿Un reino sin luz? —dije en voz alta—. ¿Una dimensión infernal? ¿El
autor se refería a una dimensión infernal?
—¿Qué? —preguntó Cookie, absorta en su propio libro.
—En el libro, la Estrella Oscura crea un reino sin luz para capturar a la
Primera Estrella. ¿Quiere decir una dimensión infernal?
Cookie pensó un momento y luego asintió. —Piénsalo. ¿Qué es el
infierno sino un lugar de tormento? ¿Y cuán atormentador sería si fuera
desprovisto de toda luz? Los hombres han creado torturas pensando de igual
manera.
—Cierto.
Volvimos a leer nuevamente.
Cuando el reino estuvo terminado, cuando las construcciones estaban en
su lugar, fingió rendirse. Fingió estar enamorado de ella. Fingió jurar lealtad.
Bajó la guardia solo por un segundo, pero fue suficiente para que la
Estrella Oscura la arrojara adentro, cerrara la puerta y destruyera la llave.
Él ganó. Al final.
La victoria que había estado tan lejos de su alcance fue repentinamente
suya. Pero por alguna razón, no la celebró. Se desilusionó aún más con el
mundo y se sintió aún más torturado que antes. Más oscuro de lo que era.
Porque se dio cuenta demasiado tarde de que su amor no fue fingido.
Y ella se fue. El reino que creó era inexpugnable. Sin entrada y sin salida.
Por lo tanto, la Estrella Oscura se enfureció contra toda la creación durante
siglos. Hasta que tuvo otra idea.
Debajo del reino de su hermano Jehovahn yacía un reino sin luz con un
fuego tan caliente que derretiría cualquier cosa que tocara. Pero la Estrella
Oscura conocía todos los secretos del reino, porque él lo creó. Sabía cómo
manejar el fuego. Y, más importante aún, sabía cómo robarlo.
Entonces, en un momento de desesperación, se metió en el reino sin luz y
tomó el fuego que tanto amaba. Sin pensarlo, lo usó para derretir las puertas del
reino que creó y liberar a la Primera Estrella.
Pero ella estuvo presa durante mucho tiempo, lo cual afectó la mente de
la Primera Estrella. Corrió y se escondió entre las otras estrellas en el cielo,
preguntándose si su mente le jugaba trucos.
Jehovah se enojó tanto por las acciones de su hermano menor, que se le
ocurrió una estrategia. Encargó a la Estrella Oscura crear su mejor reino sin luz,
uno que era incluso más inescapable que el anterior.
La Estrella Oscura quería ir tras la Primera Estrella para explicarle; pero
Jehovahn le dijo que necesitaba el reino inmediatamente para un gobernante
malévolo quien debido al encarcelamiento de la Estrella Devoradora por la
Estrella Oscura, el único centinela en el cielo, se volvió demasiado insensible.
Demasiado brutal.
Entonces, la Estrella Oscura creó un reino sin luz, incluso peor que el
anterior y lo envolvió en el Cristal Estelar. Se lo dio a su hermano, le explicó
cómo abrir y cerrar la puerta, y luego fue en busca de la Estrella Devoradora. En
busca de su verdadero amor.
La Primera Estrella, habiendo recobrado sus sentidos y dándose cuenta
de lo que el Hermano de la Estrella Oscura hacía, le suplicó que la dejara lanzar
a la Estrella Oscura al reino sin luz de su propio reino, ya que no era tan severo.
No tan cruel. De hecho, era un paraíso virtual comparado con el que la Estrella
Oscura creó involuntariamente.
Si Jehovahn lo permitía, ella le haría un favor a su Hermano a cambio.
Cualquier cosa que él le pidiera.
—A pesar de que mi hermano menor te envió a un reino sin luz de su
propia creación, atrapada allí durante siglos, ¿lo perdonarías?
—Lo haría y lo hago —dijo ella, porque lo amaba, y el amor es para
siempre.
Jehovahn le permitió arrojar a quien llegó a amar al reino sin luz de su
reino, pero la Estrella Oscura, traicionada una vez más, juró venganza.
Escapó fácilmente del reino de la Primera Estrella, solo para ser seguido
por otras dos estrellas, malévolas, que utilizaron el reino sin luz que él creó para
Jehovahn; el Cristal Divino para capturarlo y llevarlo al gobernante del reino
debajo, el reino hecho de fuego.
Por robar su fuego, el gobernante goblin usó el inmenso poder de la
Estrella Oscura, su energía infinita, para crear un hijo. Uno con un mapa a
través del vacío del olvido que se extendía entre los reinos. Uno que fue
marcado en su piel. Utilizaría al hijo para escapar de su reino sin luz y luchar
por los cielos en los que brillaba el Hermano de la Estrella Oscura. Los cielos
que gobernaría algún día.
El hijo, que ahora no tenía recuerdo de su vida anterior como estrella, fue
probado en todo momento. Si él fallaba, era golpeado. Si lo lograba, era
golpeado más fuerte. Una y otra vez, hasta que se defendió. Hasta que aprendió
a matar. Hasta que la oscuridad lo consumió por completo.
Su padre goblin, satisfecho con el progreso de su hijo oscuro, lo vio subir
por las filas de su ejército para convertirse en general.
El sueño del padre se acercaba cada vez más a convertirse en realidad,
pero el hijo no podía olvidar por completo la brillante estrella que vio una vez.
Vistazos de ella destellaban en su mente, y deseó verla una vez más.
Entonces, el hijo oscuro usó el mapa para navegar por el olvido entre el
reino de abajo y un reino que no reconoció.
Luego la vio, brillando a lo lejos, más brillante incluso entre mil millones
de otras estrellas. Ella hablaba con otra Estrella, una familiar, y se dio cuenta de
que iba a ser enviada al reino de esa Estrella como una de las suyas. Para
abogar. Para liderar a los perdidos.
Justo antes de ser enviada al reino para convertirse en una guía allí, se
volvió y lo vio. Y ella sonrió. Sonrió un microsegundo antes de desaparecer en
los vientos etéreos que la conducirían a su nueva vida.
Al estar más cerca del reino, el hijo decidió unirse a ella. Él abandonó
todo, incluso sus recuerdos, para nacer en el reino como uno de los suyos.
Pero su padre goblin, al enterarse del engaño de su hijo, envió emisarios
al reino para frustrar los planes de su hijo. Y entonces el hijo oscuro, nacido de
buenos padres, pronto vería cuán cruel podría ser su padre goblin. Porque
cuando la Primera Estrella nació en el reino, el alma de su madre fallecida
brillaba a su alrededor, ella lo vio. Vio su oscuridad mientras él esperaba. Vio
su ruina. Y tenía miedo.
Por el bien de ella, el hijo oscuro se retiró a su vida de miseria, la vida
que su padre goblin arregló para él. Saldría solo cuando la Primera Estrella lo
necesitara. Solo cuando se sintiera angustiada. La ayudaría, pero su miedo lo
mantuvo a distancia. Nunca tocándola. Nunca conociéndola.
Pero la cuidó a medida que crecía y cumplía su deber con la Estrella del
reino. La estrella conocida como Jehovahn.
—¿Terminaste? —preguntó Cookie, golpeándome en una pierna con su
libro. Después de leer el primero, se sentó esperando impacientemente el
siguiente.
Pero me senté completamente aturdida. —Simplemente no veo cómo
esto puede ser un libro para niños —dije, repitiendo nuestras impresiones
anteriores—. Mucho menos un éxito de ventas internacional.
—¿Es… exacto? —preguntó ella.
—No lo sé. Ciertamente parece serlo.
Tenía toda la intención de leer el tercer libro, pero necesitaba tiempo para
asimilar lo que acababa de leer. Mientras Cookie lo leía, liberando un suspiro
suave aquí y allá, hice más café, porque uno necesitaba grandes cantidades
cuando no podía dormir, entonces anuncié mi necesidad de aire fresco. Cookie
apenas lo notó. Me puse unos zapatos, una chaqueta, y salí a caminar.
El aire fresco de la noche se sintió bien. Caminé hacia el campus de la
UNM y paseé por los hermosos jardines.
El libro, para todos los efectos, era puntual. Al menos por lo que me
dijeron. Todavía no recordaba mucho de mi pasado piadoso, y me comentaron
que el Dios Jehovahn robó algunos de mis recuerdos. Pero, ¿por qué lo haría?
La única falacia que encontré fue al contar quién creó la dimensión del
infierno dentro del Cristal Divino. Según todo lo que me dijeron, Reyes no
construyó esa dimensión infernal. Dios lo construyó para su hermano menor.
Pero con el autor tan bien en todo lo demás, ¿por qué iba a equivocarse?
—¿Ya te rendiste en encontrarme?
Me volví para ver a Reyes siguiéndome, paseando sin rumbo, tal como
yo. O pretendiendo hacerlo. Su caminar era el de un animal, lleno de poder y
gracia, acechando a su presa.
Continué mi camino y lo dejé seguir, sin saber si estábamos en un sueño
o realidad. Quizás eran las dos cosas.
—Nunca —dije, sumergiendo las yemas de los dedos en una fuente
mientras caminaba—. Vienen por ti. Los ángeles.
—¿No es así siempre?
—Están enviando un ejército.
—¿A hacer qué? ¿Mirarme con aspereza? No pueden derribarme, y lo
saben. —Se acercó un paso—. Pero tú puedes. ¿Nos vemos en el campo de
batalla y terminamos lo que comenzamos?
Su sugerencia me sobresaltó. ¿El campo de batalla? No podía
imaginarme batallando contra un dios más de lo que podía imaginarme
bailando hula hula. —¿Es eso lo que quieres?
—Quiero las brasas. —Su voz, profunda y suave como el bourbon, goteó
sobre mi piel.
—Quiero la paz mundial —dije, cansada de luchar. De batallas. De
conflicto.
Entonces él estaba a mi espalda, envolviendo sus brazos a mí alrededor
por detrás, una en mi cintura, una en mi cuello. Enterró su rostro en mi cabello
y gruñó.
Lo deseaba tanto, me hundí contra él y ajusté mi cuerpo como si
fuéramos piezas de un rompecabezas. Como si fuéramos cerraduras y llaves.
—No te traicioné —dije, recordando el libro y cómo la Estrella Oscura
creyó que la Primera Estrella lo traicionó.
Su boca encontró mi oreja, su aliento caliente contra mi mejilla, cuando
dijo—: Por supuesto que sí.
Y al igual que cada vez que Reyes entraba en mi mente, me sacudí para
despabilarme. Me giré, viendo solo el campus desierto.
¿De verdad creía que lo traicioné? En todo caso, era todo lo contrario. Me
traicionó a mí o a la Primera Estrella, cualquiera sea el caso.
Necesitaba respuestas, y esto no me llevaba a ninguna parte. Era hora de
descansar por un rato. Me apresuré a casa y encontré a Cookie leyendo el tercer
libro.
—Voy a dar un paseo.
—Está bien —dijo, agitando una mano distraídamente, completamente
absorta en el libro.
—Voy a tener una pequeña charla con el hermano mayor de Reyes.
—Bien por ti, cariño.
Después de agarrar mi bolso y llaves, la dejé a solas, pero justo cuando
cerraba la puerta de entrada, la escuché decir—: Espera, ¿qué?
13
Traducido por Ann Farrow & Genevieve
Corregido por AnnyR’

Aparentemente, "solo jódeme" no es


un pedido de café apropiado en Starbucks.
(Meme)

Manejé a nuestros viejos terrenos, un hermoso convento abandonado que


Reyes compró cuando estaba embarazada de Beep. Se encontraba enclavado en
las montañas de Jemez, aproximadamente una hora al noroeste de
Albuquerque.
Llevé a Misery alrededor de los árboles y a través de un lecho de río seco
hasta que el convento apareció a la vista. Vivimos allí durante ocho meses, y ver
la estructura de nuevo causó un dolor suave en mi corazón. Parecían años
desde que lo había visto. En realidad, solo han sido unos pocos meses. Espera,
no, dos. ¿Solo dos meses? Me aterró.
Busqué la llave escondida y la encontré en una tortuga falsa al lado de la
puerta. Mejor que una verdadera tortuga, supongo. Abrí la puerta y recorrí el
lugar, usando la linterna de mi teléfono. Al salir por la puerta trasera, pude ver
el claro donde se casaron Cookie y el tío Bob, el bosquecillo donde un grupo de
Perros del Infierno gruñía y me ladraba, el pozo en el que caí y tuve una hija.
No es una historia típica de parto, pero definitivamente una para los libros de
registro.
Me senté en un banco rodeado de mezquite y llamé a Miguel. Estábamos
en tierra santa, después de todo. Debería sentirse como en casa.
Solo hizo falta el pensarlo para sacarlo de su dimensión a la mía, pero se
necesitaría mucha conversación para calmarlo. Aparentemente, a los ángeles no
les gustaba ser convocados. No podía culparlos. La mayor parte del tiempo ni
siquiera me gustaba que me enviaran mensajes de texto.
Apareció delante de mí, con sus enormes alas ligeramente abiertas, como
preparándose para el vuelo. O una pelea. Da igual. Sus ojos plateados se
clavaron en los míos, su mano descansando sobre la espada a su lado mientras
se acercaba un paso.
—Deberías cuidarte, Elle-Ryn-Ahleethia.
—Gracias —dije—. Lo haré. Pero primero, quiero hablar con tu jefe.
Su cabeza se inclinó hacia un lado como si tuviera curiosidad. —Buena
suerte con eso.
—Ahora, por favor.
La mirada en su cara normalmente estoica era de incredulidad. —
¿Alguna vez has escuchado la frase ten cuidado con lo que deseas?
Incliné mi cabeza y lo miré desde debajo de mis pestañas,
concentrándome tanto como pude. No en Miguel, sino en su padre. En el
hermano de Reyes. No sabía su verdadero nombre. Solo sabía los nombres que
los humanos le dimos. Por otra parte, tal vez no lo necesitaba.
Con intención deliberada, concentré toda mi energía y susurré una
palabra: —Ahora.
Miguel se transformó en un mar de humo y desapareció, y por un
momento pensé que había perdido el juego.
Entonces lo sentí. Un poder como nunca antes había experimentado.
Como nada que alguna vez hubiera soñado posible. Fluía a través de mí como
si fuera un velo de seda filtrando su esencia.
Giré en redondo para encontrarlo… a Él.
El poder que emanaba era imposible de confundir como algo más que
Jehovah. Me quedé inmóvil mientras tomaba la forma que eligió: un joven de
origen indonesio. Interesante, ya que los libros que leía fueron escritos por un
chico indonesio.
—¿Llamaste? —dijo, su voz como un océano ahogándome en su calor. Se
sentó con las piernas cruzadas sobre una roca a unos metros.
—Leí el segundo libro.
—¿Y? —Hizo la pregunta como si ya supiera que lo había leído. Entonces
me di cuenta de que era así. Una vez me disipé y me uní a todos los seres vivos
a mi alrededor, y supe todo sobre cada persona a lo largo de miles de
kilómetros.
—¿Es verdad?
—¿Qué parte?
—Siempre pensé que habías creado el Cristal Divino para Reyes. Que
habías construido una dimensión infernal solo para él.
—¿Lo hice?
—Eso es lo que estoy preguntando.
—Las dimensiones infernales no son realmente lo Mío.
¿Lo Mío? Su coloquialismo me sorprendió.
—¿Entonces es cierto? ¿Lo engañaste para que lo creara sabiendo todo el
tiempo que lo encerrarías dentro?
—Te olvidas de la parte más importante. —Levantó una rodilla y plantó
un brazo en la parte superior—. Él creó una dimensión infernal únicamente
para ti también.
—Pero me liberó.
—Ah, sí, cuando se dio cuenta de que te amaba. ¿Así es como fue la
historia?
Sabía que no tenía mucho tiempo. Dios tenía que ser un Hombre
ocupado. Quería hacer mi pregunta más importante, pero también deseaba
entender su relación. La dinámica. La forma. —Si la historia es cierta y Reyes
crea dimensiones infernales, ¿por qué haces que haga todo Tu trabajo sucio?
No se ofendió. Se recostó con leve interés. —Somos dioses, ¿verdad?
Nosotros creamos. Formamos. Moldeamos. Rey’azikeen no es diferente.
Solamente piensa un poco más oscuro que la mayoría. Es un poco más oscuro
que la mayoría. Esa oscuridad que encarna es útil.
—¿Estás diciendo que la oscuridad que crea Reyes es suya? ¿Una parte
de su esencia?
—Todos tenemos Nuestras fortalezas.
Hablar con Dios era tan malo como hablar con Miguel. Suspiré y dije casi
vacilante—: Me dijeron que una vez fuimos amigos.
—Lo fuimos.
—No lo sabría. No recuerdo. ¿Robaste mis recuerdos?
—Eso fue parte del acuerdo. Todo está en el contrato.
Mis párpados se ensancharon. —¿Hay un contrato real?
Rió suavemente. —No. Y si lo hubiera habido, habrías estado violándolo,
¿no crees?
—¿Por qué?
—Tu trabajo era domesticar a Mi hermano o devorarlo. Pareciera que no
hiciste ninguna de las dos cosas.
—¿Es por eso que enviarías un ejército detrás de Tu propio hermano?
—Debe ser detenido. Tuviste tu oportunidad, entonces…
—¿Qué hizo que fue tan malo?
Bajó Su cabeza como si fuera alcanzado por la tristeza. —Eso es entre
nosotros.
—Necesito más tiempo.
—Te di un día. Lo has desperdiciado.
—No. Es solo que… no sé qué hacer. Cómo llegar a él.
—No importará de cualquier manera.
—No lo sabes. —Me puse de pie y comencé a acercármele. Miguel
apareció al instante, bloqueando mi camino con un brazo de acero.
—No voy a renunciar a él. Lucharé a su lado si envías a Tu ejército.
Su mirada recorrió todo mi ser. Evaluando. Analizando. —Tú ganas. Te
daré la eternidad.
Entrecerré mis ojos. —Hay una trampa.
—¿No la hay siempre?
—¿Qué es? —le pregunté apretando los dientes.
—No necesitarás una eternidad. Él encontrará lo que busca, y tendrás
que tomar una decisión.
—De acuerdo, ¿cuándo va a encontrar lo que está buscando?
—En cuestión de horas. A menos que lo encuentres primero.
Antes de que pudiera preguntar algo más, por ejemplo, qué buscaba
Reyes, Él y Miguel desaparecieron.
Me senté en el banco de nuevo. Al menos gané más tiempo. ¿O no?

***

Ni el viaje de regreso a Albuquerque cuando amanecía en el horizonte,


los colores salpicando el cielo como acuarelas caídas del cielo, pudo
recuperarme de mi estado agitado. No podía decidir si debería estar deprimida
o completamente en estado de pánico.
Artemis, sintiendo mis problemas mentales, se sentó al otro lado de la
consola, con su culo en el asiento trasero, su cabeza en mi regazo. Apareció para
consolarme. El hecho de que su cabeza gigante hiciera el conducir un poco más
complicado de lo normal no significaba nada en el gran esquema de las cosas.
Era una guardiana. Y por fortuna, mientras mis brazos tenían que descansar
sobre la cabeza gigante, el volante no era un obstáculo. Para ella.
Le rasqué las orejas. —Tenemos que encontrar una solución, chica. Si
fueras un dios enojado, ¿qué estarías buscando?
Tenía horas antes de que Reyes encontrara lo que sea que quería.
Necesitaba saber ya. Su descubrimiento me obligaría a tomar una decisión. A
menos que fuera una ojiva nuclear, no podía ver por qué tendría que tomar una
decisión. Era tan mala en las decisiones. Y la fatiga de tomar una decisión era
real. Leí sobre eso.
—¿Qué necesitaría un dios? ¿Más poder? Tenemos mucho así.
Artemis se dignó a limpiarme todo el brazo, lamiéndome de la muñeca al
hombro. Como mi ropa no era una barrera contra su lengua, una lengua que
duraba varios días, podía lamerme de pies a cabeza sin impedimentos.
Sin embargo, cuando buscó la axila, tuve que detener sus ministraciones.
Acababa de ponerme desodorante. Y era cosquillosa.
—Tal vez busca algo a lo que nunca podríamos tener acceso. Como… —
Me agarré el pelo con una mano y tiré—. ¿Cómo qué? ¿Qué necesitaría un dios?
Lo único que se me ocurrió era el cristal divino, pero fue destruido.
Buscaba rescoldos y cenizas. De acuerdo, ¿entonces algo así como los restos de
un volcán? ¿Una explosión nuclear? ¿Una fogata?
Apreté los dientes cuando Artemis, reaccionando ante mi frustración,
saltó y se zambulló en mi cara. Gracias al Hermano de Reyes, no usaba
maquillaje.
Espera. Me despabilé. Bueno, primero me liberé del Rottweiler de
noventa kilos, aflojé el acelerador y volví a mi carril. Entonces me animé. Tal
vez podría engañar a Reyes para que me dijera. Si lo convocaba, podría
ofrecerle ayuda. Podría ayudarlo en su búsqueda.
—No lo sugeriría.
Su voz, como miel cálida, me recorrió, debilitando mis músculos ya
tensos.
Miré a mi derecha. Se sentó en el asiento del pasajero, con los hombros
amplios, las rodillas abiertas, el cuerpo casi demasiado grande para el pequeño
espacio.
Artemis saltó, luego lo miró, insegura de si era un amigo o enemigo. Con
lentitud, se arrastró sobre mi regazo, con noventa kilos, y lo miró con un
gemido. Me encontraba allí con ella.
Se volvió hacia donde su hombro derecho se apoyaba en la puerta de
Misery para mirarme. Sus ojos oscuros brillaban bajo la luz del amanecer,
absorbiendo los colores, reflejándolos. Su nariz recta y su boca llena se ubicaban
en ángulos tan perfectos, que gritaban sensualidad sin el más mínimo esfuerzo.
Como si fuera un supermodelo o un chico de portada.
Aparté mi mirada de la suya y me concentré en estimar la distancia entre
los autos ya que tenía que mirar alrededor de Artemis para ver la carretera y
cualquier cosa sobre esta. El tráfico de la hora pico ya comenzó. Viajeros de
Bernalillo y Santa Fe ocupaban el camino a Albuquerque, haciendo mi trabajo
mucho más difícil.
—¿No sugerirías qué? —le pregunté, tomando consuelo en el hecho de
que Artemis se erigía como una barrera entre nosotros. La rodeé con un brazo
para mantenerla calmada.
—Me engañaste una vez.
—Y tú a mí.
Se quedó en silencio por un largo momento, luego dijo—: Recuerdas.
—En realidad no. Acabo de leer una biografía no autorizada de nosotros.
Fue muy… esclarecedor.
Sus cejas se juntaron, como tratando de entender mi intención.
—Reyes, ¿qué estás buscando?
—¿Para ayudarme? —preguntó con una burla.
—Para detenerte. Aparentemente, tendré que hacerlo de cualquier
manera. —Cuando no hizo ningún comentario, continué—: ¿Qué buscas?
Apretó los labios y se volvió para mirar por la ventana. —No lo sé. Él no
me lo dirá. —Se giró hacia mí, su mirada tan increíblemente hermosa, que me
dolió verla—. No va a decirme, pero a ti sí.
Una bocina sonó a mi lado, y tiré del volante hacia la derecha, saliendo
del estado onírico en el que Reyes me retenía. Soñaba de nuevo. Maldición. Me
detuve al lado de la carretera. Para calmar mis nervios. Y recuperar el aliento.
Entonces me di cuenta de algo. Artemis se encontraba en mi regazo. Ella lo vio.
No era un sueño.
Perdiendo la sensación en mis piernas, comencé a sacarla de mi regazo
cuando Angel apareció, sentado justo donde estuvo Reyes.
—¿Lo viste? —pregunté.
Angel frunció el ceño, luego se rio cuando Artemis saltó a su regazo. —
¿A quién? —preguntó entre risas.
—A Reyes. Estuvo aquí.
—No, loca, no lo estuvo.
—¿Fue un sueño?
Se encogió de hombros. —No tengo idea. En fin, Reyes no estuvo aquí.
Rey’azikeen si pudo haber estado, pero Reyes no.
—Ah, correcto. Les encanta señalar eso.
Al ver una pausa en el tráfico, volví a la carretera interestatal justo
cuando mi teléfono sonó.
Respondí. O lo intenté.
—¿Dónde estás? —preguntó Cookie antes incluso de que sacara
una Cámara de mariposa de los genitales de Charley—. ¿Te encuentras bien? ¿Por
qué te fuiste? —Me bombardeó con preguntas, sin darme tiempo para
responder—. ¿Has leído el tercer libro? He estado llamando durante
horas. ¿Dónde fuiste?
Finalmente tuve que interrumpirla. —Estoy bien, Cook. Estoy
regresando.
—¿Dormiste algo?
—Esta semana no pude, pero tan pronto como discuta con un marido
malhumorado, hibernaré. Por, como, un año. Quizás dos.
Comenzó a calmarse. —¿Te encuentras bien, cariño?
—Debería pregúntatelo yo. ¿Dormiste?
—No. Bueno, dormí un poco. En tu departamento. Robert se despertó,
supo que me fui y envió una alerta a sus compañeros, pero la canceló cuando
volví a casa. Esa no es la razón por la que llamo. Debes leer este libro. ¿El
último? Se trata de las dos estrellas, Reyes y tú. Pero, ¿por qué el autor los llama
estrellas? ¿Por qué no simplemente deja eso y les dice dioses? ¿Él sabe lo que
son? ¿Y cómo vio todo esto?
En tanto Cookie balbuceaba —claramente bebió demasiados cafés
anoche—, dejé que un fuerte bostezo me alcanzara.
Se detuvo. —Lo siento, cariño.
—No pasa nada. Te escucho. Sigue adelante. Cómo pudo ver
todo eso. Lo entiendo.
—Charley, te arrastran en tantas direcciones diferentes, no sé cómo lo
haces.
—¿De verdad? Voto por el suero de Chica Elástica, por lo que al
momento en que la comunidad científica arregle sus problemas y cree algo más
útil que el Viagra, estaré lista.
—Inscríbeme a mí también.
—Espera —dije mientras la solución perfecta me impactaba como un
huracán—. Lo tengo. ¡Ari y Lola! ¿Lo entiendes? ¿Para las chicas?
—No. De acuerdo, es gracioso, pero no.
—Ah, hombre.
—Me gusta —dijo Angel, contemplando mis elecciones.
—Gracias. Además, hablé con Dios.
Se produjo un largo silencio en el que debatí si comprar un café con leche
moca con crema batida o un café con leche sin moca, justo antes de que Cookie
preguntara—: ¿Dios? ¿Hablamos de “el Dios”?
—El Único. Es muy críptico.
—¿No lo son todos? —preguntó.
Tenía razón. Los dioses tendían a ser un lote secreto y
misterioso. Excepto yo. Era un libro abierto. Literalmente, ahora que había una
biografía no autorizada flotando.
—Continúas viva, así que debió ir bien.
—Súper. No estoy más cerca de resolver nuestro dilema de marido
fugitivo, pero ahora tengo una eternidad para hacerlo. O unas pocas horas. Es
un desastre.
—Bueno, está bien, entonces.
Después de asegurarle que todo estaba bien y regresaba sana y salva,
colgamos y le di toda mi atención al adolescente muerto con un Rottweiler en
su regazo. —¿Qué tal, mijo?
—Hector se ha ido —dijo, gruñendo bajo el peso de Artemis mientras
que evitaba que le lavaran bien la cara.
—Oh, lo siento. ¿Quién es Hector?
—¿Hector Felix? ¿El tipo muerto que quieres que investigue?
—Correcto.
—Además, necesito un aumento.
—Está bien, pero solo porque lo pediste amablemente. ¿Hector se ha ido?
—Sí, ya sabes, no en este plano, y no creo que haya ido a un buen lugar.
—Sí, no pensé que pasara eso. ¿Encontraste algo que ayude a Pari?
—Me agrada. ¿Eso cuenta?
—No, pero también me agrada.
—Creo que estos jugadores de fútbol pueden haber matado a Hector,
pero no estoy seguro.
—¿En serio? —pregunté, sorprendida. Tomé la salida Central y por poco
no vi a una mujer en un Audi amarillo que no podía decidir en qué carril quería
estar—. Oh, Dios mío. Elige uno.
—Después de que Hector dejó la casa de Pari, se fue a un bar e inició la
pelea con estos jugadores de Lobo. No creo que fuera el chico más inteligente.
—No, no lo era.
—Todo lo que obtuve de Domino…
—¿Domino? —pregunté.
—Sí, ¿sabes? ¿Domino? El tipo que siempre está en ese bar en San Mateo.
—Oh, ese —le dije, infundiendo mi voz con mi segundo asmo
favorito: sarcasmo.
—Lo conociste una vez. Te golpeó, casi hizo que te descubrieran.
—Si tuviera un centavo por cada vez que un difunto…
—Era un investigador privado, ¿recuerdas? ¿Usa esa camisa hawaiana?
—¡Oh! —dije, entrando en Java Juice—. Magnum.
—No, Domino.
—No. Sí. Digo, pasaba por una etapa Magnum de investigador privado
cuando ocurrió. No sabía que fue un verdadero investigador privado.
—Está bien, lo que sea, él estuvo allí esa noche. Dijo que tu chico Hector
entró borracho. El camarero le pidió que se fuera. Se alteró. Amenazó con
matarlo y a toda su familia. Entonces, entran estos jugadores de fútbol,
¿verdad?
—Mm-hmm —dije, medio escuchando. Era tiempo de irse. Tenía que
tomar una decisión. Era tan mala en las decisiones.
—Le dicen al chico que se vaya a casa y descanse, así que saca un arma.
—Lo tengo. Un arma. —Mi turno venía rápido. Era ahora o
nunca. Llegué a la bocina y le dije con toda la confianza que pude reunir—: Sí,
me gustaría un moca grande con… no, sin crema batida. No, con. No. Sí. Con.
Definitivamente con crema.
La empleada se rió suavemente; su voz era dulce para ser tan temprano
en la maldita mañana. —¿Quieres algo para el desayuno?
En serio no me preguntó eso. —No. Sí, está bien, tomaré uno de esos…
no, qué tal un… no, eso tampoco. No importa, está bien. Espera, sí. Sí, me
gustaría uno de esos panecillos ingleses con huevo, jamón y queso. O un
croissant de chocolate. El que sea más fácil para ti.
Se rió de nuevo. —¿Qué tal ambos? Entonces puedes decidir más tarde.
Oh, era buena. —Vendido.
Me acerqué a la ventana antes de que pudiera preguntarme algo más en
tanto Angel me miraba boquiabierto. —¿Qué mierda, Chuck?
—¿Qué? Estoy teniendo dificultades para tomar decisiones
últimamente. Se llama fatiga de decisiones.
Continuó boquiabierto.
—Es algo real.
—Necesitas medicamentos.
—Lo leí en internet.
—Mi madre tiene ansiedad. Tienes que hablar con ella.
Le pagué a la empleada, luego me volví hacia él. —¿Tu madre tiene
ansiedad? —pregunté, de repente preocupada—. ¿Por qué? ¿Qué está pasando?
Se encogió de hombros. —No lo sé. Es la vida. Es por eso que necesito un
aumento.
Hice una nota mental para chequearla. Pagaba a Angel poniendo dinero
en la cuenta bancaria de su madre. Solía ser anónimo, pero ella me descubrió
hace unos meses y se negó a aceptar mi dinero. Lamentablemente, los depósitos
en efectivo realizados por la noche son casi imposibles de rastrear. Sobre todo
cuando el depositante usa una máscara de esquí y lleva un par de botas hasta el
muslo.
—Aquí está su cambio —dijo la empleada, completamente impasible por
la charla que tenía con el asiento de pasajero.
—Gracias, cariño.
Salimos y conduje hacia mi humilde morada, cuando recibí un mensaje
de Amber. Su mensaje envió un escalofrío de preocupación por mi espalda.
Decía: ¿Qué significa cuando alguien que estás investigando amenaza con
patearte en la cara y vender tus dientes en eBay?
Le envié un mensaje, usando a Siri así podía enviar mensajes y conducir
sin matar a alguien. Diría que significa que puedes haber encontrado a tu
hombre. “Puede” es la palabra más destacada. Ahora averigua su motivación.
De ella, respondió. Es una entrenadora asistente de voleibol.
—¿Qué? —grité a Siri. Me rendí y llamé a la pequeña apestosa.
—Hola, tía Charley —dijo, alegre como siempre.
—¿Qué demonios? ¿Por qué una entrenadora asistente te amenaza?
—A mí no. A Petaluma.
—¿Quién es Petaluma?
—Es nuestra investigadora especial a cargo de las adquisiciones.
Parpadeé sorprendida, luego pregunté—: ¿Ya me estoy expandiendo?
—Tenemos tres casos. ¿Cómo sigues el ritmo?
—Dulzura, ¿sabes lo que significan las adquisiciones?
—No, pero lo escuchamos en un programa de televisión anoche. Suena
genial, ¿verdad?
—Totalmente. Quiero que le cuentes a tu madre todo lo que me acabas
de decir. Tal vez la parte de adquisiciones no. Y dile que descubra quién es esta
asistente.
—Oh, sé quién es.
—No, dile a tu madre que quieres suciedad. Suciedad grasienta y
pegajosa.
—Um, suciedad. Bueno. ¿Es ese un término técnico del que debería estar
al tanto?
—Definitivamente. Pregúntale a tu madre.
Colgamos, y volví a centrarme en Angel. —¿Qué pasó después?
—¿Dónde estábamos?
—Hector. El bar. Los jugadores de fútbol. El arma.
—Oh, sí, así que Hector saca un arma, y uno de los muchachos se la quita
de las manos sigilosamente. Luego ocurre una gran pelea, y lo noquean. Se
vuelven locos. El dueño del bar les dice que se vayan a casa. Él se encargará de
eso. Todos son amigos, supongo. No quiere que pierdan sus carreras por un
pedazo de mierda como Hector Felix.
Ese tipo no era muy querido.
—Se van, y el camarero llama a este otro tipo. Un amigo suyo, pero antes
de que aparezca, Hector se despierta. Le dice al camarero que volverá a matarlo
y que quiere los nombres de los chicos para poder matarlos también.
—El tipo tiene problemas.
—Pero Hector sale todo golpeado y, cubierto de sangre y mierda. Luego
termina muerto unas horas más tarde. Interesante, ¿no crees?
—Mucho —dije—. ¿Qué bar era?
—No está abierto. Es demasiado temprano.
—Pero sirven comida. Tendrán entregas.
—Ponte cómoda —dijo encogiéndose de hombros—. Trickster's en San
Mateo.
Hice un giro en U a la primera oportunidad que obtuve y me dirigí a
Trickster's.
14
Traducido por Jadasa & MadHatter
Corregido por Ann Farrow

Algunos días me sorprendo a mí misma. Otros días, dejó mis llaves en el


refrigerador.
(Meme)

—¿Dónde estás? —preguntó Cookie cuando atendió la llamada. Me


hallaba sentada afuera del bar, esperando que apareciera un camión repartidor.
—Estoy en Trickster. Necesito hablar con el dueño. ¿Puedes conseguirme
un número?
—Claro. Amber me contó lo que está sucediendo. ¿Qué diablos?
—¿De verdad? Algunas personas, a las que me gusta llamar
cariñosamente idiota, piensan que pueden hablar con niños sordos de la
manera que quieran sin pensar en las consecuencias. No sé cuál es el problema
de esta chica, pero necesito información, Cook. Algo sucio que cause el
suficiente impacto como para que la pongan de patitas en la calle.
—En ello. Ahora, ¿por qué estás en un bar a las siete de la mañana?
Le expliqué acerca de los jugadores de fútbol e hice que rastreara algo en
Internet, cualquier cosa que pudiera haber mencionado la pelea esa noche. Ella
prometió avisarme si encontraba una pista.
Mientras tanto, Angel se fue a ver a su madre, y Artemis salió de la
camioneta para cazar un ruido extraño que oyó a lo lejos, de manera que solo
éramos Misery y yo. Dejadas a nuestra suerte. ¿La gente nunca aprendería?
Agarré mi teléfono, revisé los mensajes, luego compré una copia digital
del tercer libro, Stardust, ya que dejé la copia de bolsillo en el departamento.
Apenas había abierto la aplicación para leerla cuando apareció un camión
repartidor.
Si Angel hubiera estado allí, podría haberle preguntado si el hombre que
recibía la entrega era el dueño del bar. Quizás lo sabría el hombre muerto con la
camisa hawaiana que saludaba desde la parte superior del camión repartidor.
Lo saludé con un gesto con la mano, y en ese momento tomó el lugar de
Angel en el asiento del pasajero.
Se parecía a Magnum PI, si Tom Selleck hubiera sido un hombre
regordete y calvo de unos sesenta años. De lo contrario, acertaba con el aspecto.
El bigote era de ayuda.
—Charley Davidson, supongo. —Extendió una mano.
La tomé. —Domino, ¿supongo también?
—Ese soy yo, señora. Ese soy yo. Entonces, eres brillante. Te recuerdo.
—Sí, Angel me dijo que trataste de ligarme una vez.
—¿Solo una vez? Debo estar perdiendo mi toque. —Me dio un guiño
coqueto y se rió entre dientes.
Me reí con él. Se sintió bien. No tanto como el sorbo de café con leche
moca que tomé; pero bueno, no obstante. —¿Es ese el dueño del bar de la otra
noche con Hector?
—Claro que lo es. ¿Por qué estás tan brillante de nuevo?
Desconcertada, lo miré fijamente hasta que él se sintió incómodo.
—Entonces, sí —dijo, cambiando de tema—, ese es tu chico.
—Espera, ¿en serio no sabes quién soy?
—Ni idea, dulzura, pero podemos cambiar eso velozmente. —Meneó sus
cejas, y me reí suavemente, intentando no alentarlo.
—Bueno, eso es refrescante. Hasta donde sabes, Hector Felix salió del bar
vivo y bien.
—Bien, es un término subjetivo, pero vivo.
—¿Y el hombre al que llamó el barman? Supongo que lo llamaron para
hacerse cargo de una situación difícil.
—En esencia esa fue la información que obtuve, pero tuve que irme justo
después de Hector. Tenía una cita. —Sopló sus uñas y las limpió con su
brillante camisa tropical de color rojo.
—Está bien. El barman, ¿cuál es su nombre?
—Parish. Es un tipo bastante confiable. Cuida bien de los chicos, si
entiendes lo que quiero decir.
—Estoy segura de que lo hace. —Si él estuviera involucrado con los
jugadores de fútbol, podría estar proporcionando algo más que solo pizza y
cerveza.
Me bajé de Misery y caminé hacia Parish justo cuando el repartidor
terminaba.
—¿Señor Parish? —pregunté.
—Solo Parish. —Me miró recelosamente—. Parish McCoy.
Extendí mi mano. La estrechó tras un poco de vacilación.
—Soy Charley Davidson. Soy una investigadora privada a cargo del
homicidio de Hector Felix.
El hombre palideció un poco, pero sus emociones no expresaban culpa.
Gritaban: ¡Ese hombre estaba loco y amenazó con matarnos a mí y a mi familia! Podía
entender sus dudas.
—No estoy investigando el incidente aquí. Ni de cerca, de todos modos.
Sé que es amigo de los jugadores de fútbol. ¿Cree que alguno de ellos tendría
motivos para regresar y asesinar al señor Felix?
—¿Además del hecho de que él amenazó a sus familias? ¿A sus carreras?
No. En lo absoluto.
—Tomaré eso como un sí, pero estoy más interesada en el hombre al que
usted llamó.
La expresión atónita en su rostro me dijo que no podía imaginar de
dónde obtuve mi información.
—Alguien más estuvo allí esa noche, señor McCoy. Alguien a quien no
vio.
Frustradamente, pasó una mano por su rostro y retrocedió para sentarse
sobre una repisa de cemento que se alineaba en el fondo de su establecimiento.
—No tengo intenciones de decirle a la policía lo que ocurrió si los
acontecimientos de esa noche no afectaron la muerte del señor Felix, pero
necesito saber con certeza. ¿Todavía tiene la grabación?
—No. —Tosió contra una mano, y pude ver toda su vida
relampagueando ante sus ojos. No literalmente. Simplemente tenía ese tipo de
estrés zumbando debajo de su superficie—. No, lo borré.
Mentía. Finalmente, algo para negociar. —Le diré algo, señor McCoy. Me
deja ver la grabación y no involucraré a la policía a pesar de que mi tío es
detective del Departamento de Policía de Alburquerque.
Palideció aún más. Con los hombros caídos y las manos sudando, me
llevó hasta su bar: una taberna limpia, aunque anticuada. Por otra parte, quizás
lo disco volvía a ponerse de moda.
—Amigo, tiene que deshacerse de la máquina de discos con espejos de
los años setenta. De lo contrario, buen lugar.
—Gracias. —No lo decía en serio. Me daba cuenta.
Nos dirigimos hacia la habitación trasera, donde me mostró el metraje de
hace siete noches. Efectivamente, Hector Felix hizo de sí mismo una gran
molestia. En un momento, se pegó al rostro del barman, agitando una botella
rota hacia él, amenazando con cortar a alguien. Eso o le decía al barman que
anhelaba una copa. Dado que nunca lució como si llevara atuendos deportivos,
me incliné hacia lo anterior.
Mi lectura de labios como que era genial.
Luego vino la pistola y los jugadores de fútbol, y, efectivamente, uno de
ellos desarmó a Hector con un movimiento que aprendió en el ejército.
—Ese hombre —dije, señalando al afroamericano alto con los bíceps más
increíbles que había visto en mi vida—. ¿Cuál es su historia?
Se encogió de hombros. —Es un mocoso de militar. Su padre le enseñó
ese movimiento, si se lo está preguntando. Terminó con una beca completa
porque es un chico duro que juega en la defensa.
—No me diga. —Hombre, estaba resentido—. Parece que sabe mucho
sobre estos tipos.
—No tengo familia. Ellos son todo lo que tengo. Los trato bien. Si eso es
un crimen...
—Para nada, señor McCoy.
Él no mentía, y realmente no creía que ninguno de sus chicos fue tras
Hector después de la pelea.
—Necesitaré sus nombres y cualquier información de contacto que tenga
sobre ellos, por las dudas. Y necesitaré una copia de esta grabación. —Antes de
que pudiera discutir, saqué a relucir otro tema delicado—. ¿Qué hay del
hombre al que llamó para que se hiciera cargo de la situación?
Se decayó un poco, no queriendo arrastrarlo hacia él.
—Señor McCoy, le mantendré alejado de esto tanto como pueda, pero
necesito saber toda la historia.
—Es un amigo. Para cuando llegó, cerré la tienda. Ni siquiera le dije por
qué lo llamé. No quería que se involucrara si no tenía que hacerlo.
—¿Él no tenía idea de quién era Hector?
—Ninguna. Y de todos modos, no podría haberlo matado.
—¿Por qué?
—El hombre tiene setenta y ocho.
Me quedé boquiabierta, pero cerré rápidamente mi boca. Ya que eso no
era bueno para nadie. —¿Cómo iba a ayudarlo a solucionarlo?
Esta vez su boca se abrió. No podía entender dónde obtenía mi
información. Le tomó un momento responder. Por fin, dijo—: No me iba a
ayudar a deshacerme del cuerpo, si se refiere a eso. Iba a ayudarme… —Bajó la
cabeza, avergonzado—, ayudarme a llamar a la policía y entregarme.
Una sensación de hormigueo recorrió mi columna vertebral. Iba a asumir
la culpa por la muerte, a sacrificarse por los jugadores.
—No era lo que usted piensa. Él era un imbécil. Planeé decirles que me
atacó. No tuve más remedio que luchar.
—Pero fue golpeado muy severamente.
Extendió su mano y sacó un bate de béisbol de debajo de su escritorio.
—Lindo. ¿Cuál es su nombre?
Sonrió. —Betty.
Me gustaba. —Mire, señor McCoy, todavía no sé cómo murió él, pero si
murió por las heridas sufridas aquí...
Levantó una mano para detenerme. —Entiendo. —Pulsó un botón y me
entregó el DVD de la grabación—. Esta es la única copia. Si murió por esas
heridas, seguiré con el plan A. Me parece bien. Tengo la sensación de que un
jurado tendrá simpatía.
—Estoy de acuerdo. Pero solo por si acaso…
—Lo sé, lo sé. —Anotó los nombres de todos los jugadores que
estuvieron allí esa noche, así como su amigo abogado.
—Nadie verá esto, señor McCoy, a menos que sea absolutamente
necesario.
—¿Va a decirme quién es su informante?
Miré hacia Domino. Se sentó sobre la barra con una sonrisa traviesa en el
rostro. —Dile que su hermano te lo dijo.
Al darme cuenta de que probablemente caminaba hacia una trampa,
dije—: ¿Tu hermano?
El señor McCoy asintió. —Sí. Eso sería si él regresara de la tumba para
perseguirme. Y lograría que me condenen por homicidio involuntario en
primer grado.
Me reí suavemente. —Si ayuda, todavía tiene un gran sentido del estilo.
Esa vez, el señor McCoy soltó una risa bulliciosa.
Salí con Domino preguntando—: ¿Por qué se está riendo? ¿Qué está mal
con mi sentido de la moda?
Solo iría a hablar con los jugadores de fútbol como último recurso. Las
probabilidades de que alguno de ellos persiguiera a Hector y lo rematara eran
ínfimas en el mejor de los casos. ¿Por qué lo harían? Tenían que preocuparse
por sus carreras. Hector los amenazó, pero sin saber sus nombres, habría tenido
dificultades para encontrarlos.
Al salir, Cook me envió un mensaje de texto con la imagen de una mujer,
de mandíbula cuadrada, cabello castaño corto y piel manchada. Llamé a mi
mejor amiga por siempre.
—¿Cómo te fue? —preguntó.
—A menos que las heridas sufridas en la pelea hayan tenido algo que ver
con la muerte de Hector, no quiero sacar esto a relucir. Sin embargo, quiero que
revises los registros de arrestos por si acaso hay algo que deberíamos saber. Te
daré los nombres cuando regrese.
—Lo tienes, jefa.
—¿Cómo va el caso de Amber? ¿Asumo que esta es la entrenadora
asistente?
—Lo es. Aún no obtuve nada, pero la entrenadora tiene una seria
adicción a las redes sociales. Encontraré algo sobre ella eventualmente.
—Necesito lo suficiente para intimidarla. Para asustarla. Podemos
amenazar con una demanda y todo tipo de cosas divertidas. ¿Es sorda?
—No. Ella oye. Es hija de una persona sorda. Su madre lo era.
La hija de un adulto sordo. A menudo, eran algunos de los defensores
más fuertes en la comunidad sorda. Pero estaban esos raros casos en que los
hijos se resentían con sus padres sordos y que tenían dificultades en la audición.
Eran cínicos y apáticos hasta el extremo. Conocí a un par en el pasado. A una
edad temprana, aprendieron a manipular a los adultos. Eso corrompía el alma
de una persona.
—Está bien, ¿tenemos alguna noticia sobre la causa de la muerte de
Hector?
—Aún no. Lo mantienen en secreto con la esperanza de prevenir la
violencia entre las facciones criminales.
—Maldición. Necesito esa información.
—Siempre podríamos preguntarle a Robert.
—Detesto involucrarlo. Al detective principal, Joplin, no le gusta el tío
Bob casi tanto como yo. Y eso es mucho decir.
—Bueno, soy la esposa de Robert. Seguramente él podría compartir un
poco de información. Se llama pláticas de almohada.
—¿Ustedes también hablan de personas muertas en medio del coito?
Se rió y me colgó. En la cara. Eso me sucedía muy a menudo.
Me subí rápidamente en Misery y me instalé en el regazo de Idris, un
lugar tan encantador, pero cuando iba a girar la llave, recibí otra llamada.
Atendí la llamada con mi mejor saludo profesional. —Investigaciones
Davidson. No dormimos para que tú si puedas hacerlo.
Oh, me gustó esa. Busqué un bolígrafo y un papel para anotar eso
cuando oí la voz de una mujer. —Con Charley Davidson, por favor.
—Soy Charley —dije. Renunciando a encontrar las cosas, estiré mi cuello
para asegurarme de que no alcancé al Porsche detrás de mí cuando retrocedía.
Porque eso sería costoso.
—Hola, mi nombre es Kathryn, y soy voluntaria en el Presbyterian
Hospital. Te llamo para avisarte que tu amiga fue admitida hace un par de
horas.
Pisé los frenos. —¿Qué? ¿Quién? ¿Qué amiga? —¿Ella asumía que solo
tenía una?
—Escribió tu nombre y número en una hoja de papel. Normalmente no
hago esto, pero ella fue insistente.
—¿Quién? —pregunté, el temor apoderándose de mis pulmones—.
¿Quién está ahí?
—Oh, claro. —Escuché el crujir de papeles al moverse—. De acuerdo,
según su licencia, su nombre es Nicolette Lemay.
Jadeé. Alguien hizo sonar la bocina detrás de mí, ya que solo había salido
la mitad del lugar en el que me encontraba estacionada, pero no podía
moverme. Apenas podía respirar. —No entiendo. Acabo de verla hace unas
horas. —¿Podría ser algo que hicimos la causa de su hospitalización? ¿Tuvo un
accidente al regresar a casa?
—Lo lamento. Eso es todo lo que sé. Está en cuidados intensivos, pero
creo que puede recibir visitas.
—Espera, ¿ella... tuvo un accidente automovilístico?
—Lo siento…
—Kathryn —dije, suplicando.
Tras un suspiro vacilante, dijo—: Por lo que escuché, no. Creo que fue
atacada. La policía está aquí.
No pude salir de ese estacionamiento lo suficientemente rápido. Llamé a
Cookie en el camino y le conté lo que sabía. Luego terminé la llamada en medio
de sus protestas, apenas captando su insistencia en encontrarme allí antes de
que la llamada se desconectara.
Pisé los frenos bajo la señal de “Solo Entrada de Emergencia” y llevé a
Misery hasta el estacionamiento antes de bajarme y entrar en la sala de
emergencias. Luego de una serie de discusiones inútiles, me dirigí a la unidad
de cuidados intensivos. Dos policías se hallaban de pie afuera de una de las
habitaciones de vidrio con un detective: era el tío Bob, hablando con un médico
adentro.
Corrí a la habitación, pero los policías bloquearon mi ingreso.
—¡Tío Bob! —grité, a pesar de las miradas que sabía que recibiría.
Se dio la vuelta y salió a encontrarse conmigo. —Calabacita, ¿cómo
llegaste tan rápido?
—Una voluntaria me llamó. ¿Qué sucedió? ¿Ella está bien?
—¿La conoces? —preguntó, incrédulo.
—Sí. Es por eso que estoy aquí. Espera, ¿por qué estás aquí?
Maldijo en voz baja, luego me llevó a un lado para hablar en privado.
—Cariño, ella fue atacada como las demás. Apenas sobrevivió.
—¿Los demás? —Me quedé allí aturdida, la verdad mirándome a la cara,
pero mi mente era incapaz de comprenderlo. Calmándome. Tragué saliva,
luego pregunté—: ¿Los otros? ¿Como el de ayer en la estación de servicio?
Asintió, y mis manos volaron a cubrir mi boca.
—¿Ella fue... estará...?
—Creen que estará bien, pero sus heridas son extensas. Solo podemos
esperar.
Tragué de nuevo y respiré profundamente. —Tío Bob, ¿se quemó como
los demás?
—Charley —comenzó, pero levanté una mano.
—Necesito saber.
—Sí, Calabacita. Así fue. Sus heridas son idénticas a las de los tres
cuerpos. Los arañazos. Los moretones. Las extrañas marcas de quemaduras.
Mis rodillas se debilitaron, y el tío Bob me ayudó a sentarme. Agarró una
taza de agua justo cuando Cookie corría hacia nosotros, jadeando y medio
histérica.
—¿Cómo está?
—¿También la conoces, cariño? —preguntó el tío Bob.
Ella asintió, y él la tomó en sus brazos.
—Lo siento, cariño. No lo sabía.
—¿Está…?
—Tienen esperanzas. Dijeron que todo lo que podemos hacer es esperar.
—Necesito hablar con ella, tío Bob.
—Calabacita, está inconsciente.
—Tío Bob —le dije, añadiéndole significado a mi tono—, tengo que
intentarlo.
Asintió y me acompañó a la habitación. Casi me desmayé cuando la vi, y
tuvo que guiarme a una silla una vez más.
Fue en ese momento cuando me di cuenta que, Reyes se encontraba en la
habitación. ¿Por qué? ¿Mi angustia lo convocaba como lo había hecho en el
pasado? Pero ese había sido Reyes. ¿Por qué le importaría a Rey'azikeen si me
sentía angustiada?
Me levanté de nuevo, rehusándome a dejar que me viera tan, bueno,
angustiada.
El cabello oscuro de Nicolette había sido parcialmente afeitado, en donde
le habían cosido una herida larga en el cuero cabelludo. Tenía la cara hinchada,
era completamente irreconocible y estaba cubierta de arañazos. Pero, como
había dicho el tío Bob, tenía marcas de quemaduras en los brazos y en los pies.
Contuve el aliento en mi pecho mientras caminaba hacia ella. Coloqué
una mano sobre la de ella. Cerré los ojos.
—Está bien —dijo ella detrás de mí.
Me giré para verla de pie en una esquina, y me entró el pánico. —De
ninguna manera. —Me le acerqué—. Vuelve allí. Puedo salvarte si todavía estás
dentro de tu cuerpo.
—Charley, está bien. Es... —Se detuvo y me volvió a observar de arriba
abajo—. Dios mío, eres hermosa.
—Nicolette —comencé, pero sonó una alarma en su monitor, y un equipo
de personal médico entró de forma apresurada.
Después de ser guiada al exterior, busqué en el área a Nicolette y la
encontré mirando desde el exterior de su habitación.
Me apresuré hacia ella. —Nicolette Lemay, vuelve a tu cuerpo en este
instante.
—Está bien —dijo con una sonrisa—, pero debes saberlo.
—Bien. —Asentí—. ¿Quién te hizo esto, cariño? ¿Qué pasó?
—No es lo que piensas. Es... él... —Bajó su mirada como confundida.
Como si estuviera buscando en su memoria. Justo cuando levantó la vista, justo
cuando abrió la boca para explicarme, desapareció.
Había sido empujada de regreso a su cuerpo cuando la resucitaron. Los
latidos de su corazón se estabilizaron, pero no se nos permitió volver a entrar.
—Tío Bob, necesito entrar allí —le dije con los dientes apretados cuando
un guardia de seguridad muy amable nos indicó que saliéramos por la puerta.
Él. Ella dijo él. Entonces, ¿fue una persona? ¿Pero quién podría hacer tal
cosa?
—Está bien, voy a tener que hacer algo de la vieja escuela.
Cookie asintió en comprensión, pero el tío Bob frunció el ceño, inseguro.
—Cúbreme. —Antes de que pudiera preguntarme algo, cambié al plano
celestial y busqué a mi amiga. Una amiga que he aprendido a adorar.
La encontré acostada, pero en este estado, en este plano, yacía sobre un
lecho de hierba amarilla y pequeñas flores blancas. Era encantadora.
Toqué su hombro y sané sus heridas más peligrosas para que pudiera
vivir. La inflamación en su cerebro disminuiría, y cualquier hemorragia interna
se detendría. No quería sanarla por completo, no por el momento, pero con
esto, podría salir adelante.
Sin embargo, permaneció inconsciente. La dejé dormir. Claramente lo
necesitaba.
Me materialicé en el interior del baño de mujeres y me dirigí a
encontrarme con el tío Bob y con Cook. Después de un rápido asentimiento de
seguridad, miré al guardia de seguridad.
—¿A dónde fuiste? —preguntó.
—Al baño de chicas. ¿Eso es un problema?
Frunció el ceño, molesto, y luego nos guió el resto del camino.

***
Ella estaba en el plano celestial. Al menos una parte. ¿Su esencia, tal vez?
Pero los humanos no se encontraban en ese plano. No completamente. No hasta
que morían, de todos modos. Tal vez había aparecido ahí porque había estado
muy cerca de morir.
O tal vez había más que eso.
De cualquier manera, necesitaba echar un vistazo más de cerca a este
caso. No fue Rey'azikeen. Lo supe sin tener ni una sombra de duda. Pero las
muertes coincidieron con la destrucción del cristal divino. Con la apertura de
las puertas.
Cuando Reyes había salido de la dimensión del infierno, cuando rompió
el cristal divino para liberarse, también liberó todo lo que había en su interior.
Las pobres almas que habían sido atrapadas por el sacerdote siniestro me
atravesaron directamente, pero nunca sentí o vi al sacerdote; el hombre
malvado que los había metido a todos allí.
Una sospecha que había estado hirviendo en mi mente reapareció. Estar
en una dimensión infernal durante más de seiscientos años tenía que causar
estragos en el estado mental de una persona, y el suyo no había sido
exactamente estable para empezar. Pero si mis sospechas eran correctas, él no se
fue al infierno, el infierno de esta dimensión, como lo había sospechado.
Si mis sospechas eran correctas, todavía se encontraba en este plano.
Pero su presencia en este plano no explicaba por qué esa gente había
muerto de una manera tan horrible o por qué atacaron tan salvajemente a
Nicolette.
Me apresuré a volver a la oficina para examinar los archivos por
centésima vez. Me faltaba algo. Tenía que ser así. La conexión. Tenía que haber
una conexión, y la estaba pasando por alto.
Agarré los archivos del escritorio de Cookie, coloqué una olla de cosas
buenas, doblé las cosas buenas, luego me senté en mi propio escritorio para
estudiar. Para disecar. Para buscar cualquier cosa en común entre las víctimas.
Revisé sus archivos, pero todo lo que obtuve fue lo habitual, así que visité sus
redes sociales.
De las tres muertes, un hombre y dos mujeres, incluida la mujer
encontrada ayer por la mañana en el baño de la tienda de conveniencia, solo
uno tenía sus perfiles sociales establecidos en privado. Cookie tenía una forma
de evitar ese tipo de molestias. Yo no.
Las otras dos víctimas, una mujer llamada Indigo Russell, que fue
encontrada en su casa hace tres días, y un hombre llamado Don Koske, que fue
encontrado en su automóvil al día siguiente, parecían polos opuestos entre sí.
Teniendo en cuenta las últimas víctimas, Patricia Yeager y Nicolette, las
diferencias eran aún más evidentes.
Un contador, un artista de grabación, un empleado de la corte y una
enfermera.
Afortunadamente, una búsqueda en sus cuentas de redes sociales me
daría una imagen más amplia de sus vidas y hábitos. Algo tenía que
conectarlos. Pero tres tazas y dos tercios más tarde, no encontré nada.
—Piénsalo —dijo Cookie. Se me unió a la búsqueda. Ahora oficialmente
tenía una fiesta de búsqueda. Ella no podía mirar las imágenes de los cuerpos
de las víctimas, pero era fantástica al analizar las imágenes en los medios
sociales.
—Estoy pensando —le aseguré—. Es todo lo que he estado haciendo
durante horas.
—Nicolette es una chica muy inusual. Tiene un don. Un don
sobrenatural. Quizás, de alguna manera, atrajo a la entidad hacia ella. Como, tal
vez…
Dejó de hablar cuando me sobresalté y la miré boquiabierta, con los
párpados abiertos, la boca ligeramente abierta.
—Tuviste una epifanía —dijo, dejando que una sonrisa cruzara su bonita
cara.
—No, Cook. Tú la tuviste.
Agarré mi mouse y volví a la cuenta de Tumblr de Indigo Russell. Algo
me llamaba la atención, pero no podía entender por qué.
—Mira —le dije, señalando.
Indigo publicó una foto un año antes. La imagen mostraba un bosque
oscuro y sin hojas, austero y espeluznante, y escondiéndose detrás de un árbol
acechaba un demonio con brillantes ojos rojos y garras afiladas.
—No es solo la imagen —le dije, señalando la descripción—. Es lo que
dice al respecto.
—Todas las noches —leyó Cookie en voz alta—. Esto es lo que me espera
todas las noches desde el incidente. —Me miró, con empatía evidente en las
líneas en su rostro—. Espera, ¿qué incidente?
Había vuelto a mirar una foto de Indigo tomada por un amigo suyo en
un viaje de campamento. Metida en un saco de dormir, Indigo apenas estaba
despierta cuando el culpable se metió en su tienda y abrió el cierre. Su cabello
había sido un desastre, su rostro suave con los persistentes restos de sueño.
—Cookie, la he visto. Mira la fecha de esa imagen. —Volví a pensar—.
¿Recuerdas cuando conocimos a Quentin?
—Por supuesto, pobre bebé. Había sido poseído por un demonio porque
podía ver el reino sobrenatural. Varios demonios poseyeron personas sensibles
y las llevaron a su mundo. Porque solo esas personas podían verte, y te
buscaban. Querían matarte.
—Sí —le dije, señalando a Indigo—. Cook, ella era una de ellas. La
recuerdo esa noche.
—¿Te refieres a la noche de la pelea en frente de nuestro edificio de
apartamentos?
—Los demonios usaban a los humanos como sabuesos y escudos para
que pudieran intentar matarme. Para matar a Beep. Mi luz no los lastimaría
mientras estuvieran dentro de un humano. Tuvimos que sacarlos literalmente
antes de que pudiéramos matarlos.
Me detuve y estudié las facciones de Indigo, sus grandes ojos y su cabello
largo y oscuro, y la recordé de esa noche. Sentada a un lado durante la batalla.
Meciéndose hacia adelante y hacia atrás, tratando desesperadamente de sacarse
al demonio de encima.
—Ella era una de ellos, Cook. Luchó contra el demonio con todas sus
fuerzas, pero aun así logró controlarla hasta cierto punto. Después de la pelea,
después de que matamos a todos los demonios, huyó. Nunca supe su nombre ni
de dónde era. Nada. Y estuvo aquí en Albuquerque todo el tiempo.
—Y ahora se ha ido —agregó Cookie—. A pesar de sobrevivir esa terrible
experiencia de pesadilla, se ha ido.
—Exactamente. ¿Qué pasa si tienes razón? ¿Qué pasa si funciona de la
otra manera? ¿Qué pasa si las mismas personas que pueden ver el reino
sobrenatural pueden ser vistas por el reino sobrenatural? ¿Y si son objetivos
debido a eso?
—Eso explicaría por qué tanto Indigo como Nicolette fueron atacados
por una entidad sobrenatural.
—Y podría explicar lo de los demás. No tenemos forma de saberlo. A no
ser que…
Pensé en el caso de Joyce Blomme y en la casa embrujada. Tenía
curiosidad por saber por qué Joyce, la abuela fallecida y la bisabuela de los
ocupantes actuales, solo podían ver a dos de las tres personas en la casa esa
noche.
—Necesito hacer un mandado. Entrevistar a un posible testigo. —Podría
haber llamado a Chanel Newell, pero quería entrevistarla cara a cara. Para
medir su reacción a mis preguntas, porque la mayoría de las personas que son
sensibles al otro mundo tenían dificultades para admitirlo, incluso para alguien
como yo.
—¿Otra vez? —preguntó Cookie—. Como siempre te robas toda la
diversión.
—Es la mujer de la otra noche, cuya abuela rondaba por su casa, pero la
abuela pensaba que era la nieta quien rondaba por su casa y tuve que decirle a
la abuela que había muerto hacía treinta y ocho años y que ella era, de hecho, la
cazadora, no la cazada.
—Oh —dijo Cookie, poniéndose de pie para regresar a su escritorio—.
Está bien, entonces. Estoy bien aquí.
—Eso pensé —dije, incapaz de reprimir una leve risita.
Me dirigí hacia allí. O lo intenté. La puerta se abrió antes de que pudiera
llegar, y el Detective Forrest Joplin, entró en las humildes oficinas de
Investigaciones Davidson.
Me tensé. Principalmente porque él me odiaba con una pasión ardiente.
No entendía cómo resolvía los casos. Pensaba que el tío Bob me complacía
demasiado. Pensaba que usaba medios nefastos.
Tenía razón. Usaba todos los medios necesarios, pero esa no era razón
para odiarme por completo. Mis entrañas no tenían nada que ver con mis casos.
—Detective —le dije, más dulce de lo que podía. Mi mundo puede que
haya llegado a su fin, mis amigos puede que hayan sido atacados y sospechosos
de un crimen, mi esposo puede que se haya convertido en un dios volátil, y
puede que no haya dormido en varios días, pero de ninguna manera iba a
permitir que el Detective Joplin supiera algo de eso. Le sonreí—. Qué raro
encontrarte aquí.
Agitado, probablemente por mi mera presencia, miró a Cookie y luego a
mí. —¿Podemos hablar en tu oficina?
Mi sonrisa se ensanchó. —Por supuesto. Mientras Cookie también pueda
estar allí. Es posible que necesite un testigo.
—¿Un testigo?
—Pareces molesto. Si recibo otra regañina acalorada porque resolví uno
de los casos a tu cargo, necesito un testigo. Ya sabes, para cuando presente una
queja.
Pasó una mano por su calva militar. —No estoy aquí para regañarte,
Davidson. Estoy aquí para advertirte.
Aplaudí de emoción. —Aún mejor. ¿Podemos grabarlo?
Se me acercó. —Tu tío está fisgoneando en mi caso, y si está fisgoneando,
lo más probable es que tú se lo hayas pedido.
Miré a Cookie. Su cara se volvió de un extraño color púrpura.
—Cook, ¿ya hablaste con el tío Bob? Pensé que eso iba a ser, ya sabes,
algo para cuando se fueran a dormir.
—Así era. Ese era el plan, pero entonces…
—Cookie —dije con un grito ahogado, sonriéndole con orgullo—,
¿tuvieron un rapidito?
—Charley, no creo que este sea el momento.
Apoyé una cadera en su escritorio. —Oh, es el momento perfecto.
—Solo le pregunté si podía verificar esa cosa de la que hablamos cuando
hablamos, ya sabes, de esa cosa. —Dios, era buena para confabular.
Después de otro momento de incomodidad en un punto muerto ya
incómodo, mi cuota del día se había llenado, y la dejé libre de culpa.
Me volví hacia el detective hosco. —Sí, me preguntaba si tenías la causa
de muerte de una de tus víctimas. Un hombre llamado Hector Felix.
—¿Por qué?
—¿Cierto? Es un nombre tan extraño. Es como dos nombres juntos. Pero
no tengo idea de por qué alguien lo nombraría así.
Se mordió el labio, tensando su mandíbula. —¿Por qué quieres saberlo?
Tenía la sensación de que se portaba bien frente a Cookie. Esa mujer era
invaluable de una forma que ni siquiera podía imaginar. —Estoy
preguntándolo para un amigo.
—¿Ese amigo no sería una tatuadora local?
Cookie jadeó. Ruidosamente.
Cerré los ojos con fuerza, y luego dije—: No.
Pero él ya sonreía cuando abrí los ojos otra vez. —Bueno, sí salieron. —
Agarró la grapadora de Cookie—. Sí la abandonó. —La dejó en el suelo,
fingiendo una intriga completa con materiales mundanos de oficina—. Y el
envenenamiento es el MO número uno cuando matan las mujeres.
—¿Veneno? —pregunté, asombrada. Me costó muchísimo no girarme
hacia Cookie para obtener un choque de cinco. Pari estaba tan fuera de peligro,
como los jugadores de fútbol de Lobo.
—Sí —dijo, perdiéndose de mi euforia que aumentaba—. Menos
violento.
Casi me río. —Claramente, no conoces a Pari.
—Claramente, tú sí. —Me inmovilizó con una sonrisa victoriosa, que era
mucho más molesta que la presumida.
Ups. —Sí, pero también sé que no tuvo nada que ver con su muerte.
—Él también había sido golpeado recientemente. ¿Alguna idea sobre
eso?
—No que pueda compartir.
—Entonces, puedo agregar obstrucción a mi lista de agravios en tu
contra.
—¿Tienes una lista de agravios en mi contra?
—Varias páginas diría.
Este tipo sí que no me quiere.
—De cualquier manera —agregó—, dile a tu amiga que tuvo suerte. Esta
fue la última chica que intentó romper con Hector Felix.
Noté el sobre manila en sus manos, pero no le presté mucha atención
hasta que sacó una foto de una chica, cuyo rostro había sido cortado en
pedazos.
Mis manos volaron a mi boca como lo hicieron las de Cookie. Se hundió
en su silla y lo miró con sorpresa.
—Navaja recta —dijo.
La pobre chica, una rubia con bata de hospital azul claro, tenía alrededor
de mil puñaladas cerrando las numerosas heridas en sus mejillas, frente, nariz y
mentón. Cada una más espantosa que la anterior. También tenía una espinilla
hinchada y el blanco del ojo era de color rojo sangre, por lo que probablemente
también fue golpeada.
—¿Quién haría esto? —pregunté, mi pecho constriñendo el flujo y
haciendo decaer el flujo de aire a mi torrente sanguíneo.
Me quitó la foto de las manos, la guardó en el sobre y luego me lo
devolvió, como para exponer algo. —Algo para que pienses.
—Detective…
—Señorita Davidson —dijo, luego se volvió y salió.
—Oh, Charley —dijo Cookie desde detrás de sus manos entrelazadas.
Saqué la foto. El nombre de la mujer, Judianna Ayers, se hallaba en la
parte de abajo.
—Está bien —le dije a la puerta por la que Joplin acababa de salir—. Voy
a morder el anzuelo. —Le entregué la foto, tanto como odiaba hacerlo, a
Cookie—. Consígueme todo sobre esta mujer. Tengo un mandado que hacer.
Vuelvo en una hora.
—¿Qué quisiste decir, que morderás el anzuelo?
—Nos dio esto por una razón, Cook. ¿El idiota quiere que lo investigue?
Lo miraré.
—¿Crees que quiere que resuelvas el ataque de esta mujer?
—Tal vez no puede apuntar a Hector. —Agarré mi bolso y caminé hacia
la puerta—. Pero estoy muy segura de que yo sí puedo.
15
Traducido por Julie & Ann Farrow
Corregido por AnnyR’

Eso que no me mata,


me hace más rara y es más difícil relacionarme.
(Camiseta)

Conduje a la casa de Chanel Newell. Recordaba que ella dijo que tenía
algunos días libres y que quería comenzar la limpieza primaveral, así que
esperaba encontrarla en casa.
Un Encore blanco se hallaba ubicado en el camino de entrada de la casa
en la que aparqué hace solo un par de noches. Caminé hacia la puerta y llamé.
Blue Öyster Cult se oía a través de la puerta de madera.
Una chica de las mías.
La puerta se abrió. —Señora Davidson —dijo, sorprendida.
—Hola, señora Newell.
—Chanel, por favor. Adelante. —Abrió la puerta mosquitera y me hizo
pasar al interior—. Los niños están en la casa de mi hermana. Me está ayudando
para que pueda limpiar un poco. —Se quitó un par de guantes de goma
amarillos y me llevó a la cocina para poder bajar la música.
—Y dime Charley. Por favor.
—Por supuesto. ¿Te gustaría algo de té?
—No quiero molestarte. Solo tengo un par de preguntas.
—Ah, vale.
Sacó algunas revistas y papeles de la mesa de la cocina, avergonzada, y
me ofreció un asiento.
—Chanel, voy a hacerte una pregunta extraña, y solo quiero que sepas
que estoy completamente abierta a cualquier respuesta que me des.
Una risa nerviosa se le escapó. —Esto suena ominoso.
—Me dejaste entrar el otro día, sin tener idea de quién era cuando te dije
que creía que tu casa estaba embrujada.
—Sí. —Asintió evasivamente—. Así es.
—¿Por qué?
—Oh, no sé. Tenías una identificación. Parecías de fiar.
No pude evitar sonreír. —Creo que fue porque ya sabías antes de que
incluso te dijera algo que la casa estaba embrujada.
—¿Qué? —Resopló ligeramente—. No. ¿Por qué…? ¿Cómo podría saber
tal cosa?
—Creo que eres sensible al reino sobrenatural. Y si tengo razón, el reino
sobrenatural es igual de sensible contigo.
Se tensó, y una línea se formó entre sus cejas. —¿Qué significa eso?
—¿Tu hijo también es sensible?
Después de morderse el labio por un momento, cedió. —Sí. Más que yo.
—¿Pero tu hija no?
—No. Tiende a heredarse de mi familia. Mi hija era de mi esposo. Él
falleció hace un par de años.
—Lo siento mucho, Chanel.
—Estamos bien. Mejor.
—Me alegro.
—¿Qué quisiste decir con que el reino sobrenatural es sensible a mí?
Lo último que quería era asustarla, pero merecía saberlo. —Voy a ser
honesta, Chanel. Investigo, bueno, todo tipo de anomalías. Incluso aquellas con
un giro sobrenatural.
—De acuerdo —dijo, cada vez más recelosa.
—Hubo tres asesinatos y un ataque, y parecen, por loco que parezca,
tener un elemento sobrenatural. Podría estar equivocada, por supuesto —
agregué cuando comenzó a alejarse de mí.
Incluso a los sensibles les costaba mi nivel de fenómenos sobrenaturales.
—Pero, lamentablemente, no lo creo. No sé si la proximidad tiene algo
que ver con lo que está sucediendo o si ha habido víctimas con el mismo tipo de
heridas en otras ciudades, pero necesito que te vayas por unos días. Que salgas
de la ciudad con tus hijos. Sobre todo Charlie.
La alarma la detuvo en seco. —¿Qué estás diciendo? ¿Que estamos en
peligro?
—No lo sé. Esto es una conjetura fundamentada en el mejor de los casos.
—Entonces, si podemos verlos, ¿ellos también a nosotros?
Asentí, luego me volví hacia la otra mujer sentada a la mesa, la que
todavía tenía que reconocer, la señora Blomme. —¿Qué piensas, cariño?
Frunció el ceño. Estuvo emocionada de verme cuando llegué, pero mi
mensaje la preocupó.
—¿Puedes ver a tu bisnieta?
Sacudió la cabeza. —Ni un poco. Lo he intentado. Puedo ver a Chanel
hablando con ella, pero simplemente no la veo allí.
—Estaba preocupada por eso. Y eso le pone punto y final —le dije,
citando a Jane Austen. Me volví hacia Chanel—. ¿Tienes a dónde ir?
Chanel, perdida en mi conversación con su abuela, se volvió de golpe
hacia mí. —¿Qué? Bueno, sí, supongo. Tengo un hermano en el sur de Texas.
¿Eso será lo suficientemente lejos?
—Eso espero. Sin duda vale la pena el esfuerzo. Te lo haré saber en
cuanto lo aclare.
—Los mantendré vigilados —dijo la señora Blomme.
—Chanel, sé que puedes ver a tu abuela o ver su esencia. ¿Pero puedes
comunicarte con ella?
Negó con la cabeza. —No puedo, pero creo que Charlie sí.
—Esa preciosidad y su salsera —dijo la señora Blomme, golpeándose la
rodilla con deleite—. Es encantador. Tengo una familia hermosa, señora
Davidson.
—Sí, es cierto. ¿Puedes vigilarlos por mí? ¿Vendrás a buscarme en el
momento en que algo parezca andar mal?
Se enderezó y saludó. —Por supuesto.
—¿Sabes cómo encontrarme?
Se rió. —Es un poco difícil perderte.
—Gracias.
Dejé a la familia Blomme-barra-Newell para ver lo que Cookie había
descubierto sobre nuestra chica, Judianna Ayers, la mujer con la que Hector
Felix utilizó una navaja de afeitar. Pero primero, una vez dentro de Misery,
convoqué a Angel.
—Hola, chica —dijo, gesticulando con un asentimiento desde el asiento de
mi pasajero.
Me moví hacia él, plantando mi rodilla en la consola. —Oye, dulzura.
Se encogió por mi término de cariño.
Lo ignoré. —Tengo una pregunta para ti.
Dejó escapar un largo suspiro y se pasó una mano por la cara. —Sí,
puedes verme desnudo, pero esta es la última vez.
—Angel.
—Lo digo en serio. Un hombre puede soportar hasta cierto límite.
Tosí para cubrir mi suave estallido de risa. Él odiaba el hecho de que no
lo considerara un hombre. El hecho de que técnicamente era más viejo que yo
no significaba que lo viera de esa manera. Había muerto a los trece años y
todavía parecía de esa edad.
—¿Vas a insistir en besarme otra vez? —continuó.
Extendí la mano y pasé los dedos por la pelusa de melocotón en su
barbilla. —En tus sueños, dulzura.
Tomó mi mano y la levantó a sus labios fríos. Si no hubiéramos sido
golpeados con una ola de calor con el nombre de Rey’azikeen el Errático, la
habría retenido por más tiempo. En cambio, la bajó y preguntó—: ¿Qué pasa?
—¿Hay algunos difuntos que no pueden ver a los humanos? Quiero
decir, puedes ver a cualquiera. Y recuerdo el caso de los tres abogados,
Sussman, Ellery y Barber. Podrían ver a los humanos, también. Pero…
—Acababan de morir —dijo, interrumpiendo.
—¿Qué?
—Los abogados. Acababan de morir.
Negué con la cabeza, tratando de entender, pensar en mis casos y en
todos los difuntos con los que trabajé a lo largo de los años. Empecé a trabajar
con mi padre, ayudándolo a resolver crímenes, cuando tenía cinco años, y en
todo ese tiempo, nunca me di cuenta del hecho de que algunos podían ver el
plano terrenal y otros no.
A pesar del calor de la deidad volátil que permanecía cerca, Angel
mantuvo mi mano sobre su regazo. Se estaba poniendo más valiente por el
momento, pero no me hallaba segura de lo que Rey’azikeen podría hacerle. Si
existía algo. Aunque lo había visto estrangular a Angel una vez. Claramente, el
adolescente podía resultar herido.
—Mientras más fresca es la muerte —explicó—, más podemos ver.
Me desplomé contra mi asiento, estupefacta. —Es la primera vez que
escucho sobre esto. ¿Cómo podría no saberlo?
Se encogió de hombros. —Nunca ha sido un problema.
Tenía razón. Nunca fue un problema, pero me encontraba
tremendamente segura de que ahora sí lo era.
Entonces se me cruzó otro pensamiento. La señora Blomme falleció hace
treinta y ocho años, y podía ver a esos humanos sensibles al reino sobrenatural.
Angel se murió hace más de veinte años. Tomé su mano en las mías y le
pregunté—: Angel, ¿estás… perdiendo la capacidad de ver a los humanos?
Me apretó las manos. —Aún no. No sé si nos pasa a todos, pero creo que
algún día podría ocurrir.
—¿Por qué sucede? ¿Qué tiene que ver el tiempo con eso? —Tenía
sentido. El sacerdote estuvo muerto por más de seiscientos años. Sin duda
explicaría algunas cosas.
—Piénsalo —dijo, manteniendo su mirada desviada—. ¿Te gustaría ver
personas, docenas de personas todos los días, si no pudieran verte? Se vuelve…
solitario.
—Angel. —Me incliné hacia adelante otra vez y puse mi mano sobre su
mejilla.
—Sabes, por las dudas, tal vez quieras dejar que te vea desnuda ahora
antes de que pierda la habilidad.
—Buen intento, guapo.
—Algo para pensar —dijo un microsegundo antes de desaparecer.
Ahora en un estado de melancolía, llamé a Cookie.
—Por lo que puedo decir —dijo, sabiendo exactamente por qué había
llamado—, está en custodia de protección.
—¿En serio? —dije, impresionada—. ¿Cómo dedujiste eso?
—Tengo una gran red subterránea de espías, así que podría decírtelo,
pero luego tendría que matarte.
—Ya veo. En serio, ¿cómo lo descubriste?
—¿No me crees? —preguntó, consternada.
—Ni siquiera un poco.
—Robert me lo contó —dijo, rindiéndose—. Es por eso que Joplin está
tan frustrado. Pues esa es una razón. Estoy bastante segura de que también está
frustrado sexualmente, pero esa es una historia para otro momento. Estuvo
tratando de pillarlo con algo a Hector Felix durante un par de años en vano. Y
luego Hector termina muriéndosele.
—Qué descarado —le dije, con mi voz llena de sarcasmo—. ¿El tío Bob
no dijo dónde se alojaba ella mientras estaba bajo custodia protectora?
—Es súper secreto. Ni siquiera el capitán lo sabe. Robert no lo dijo en
pocas palabras, pero creo que es algo del FBI.
—Eso es tan raro. Solo conozco a un agente del FBI. Un par, de hecho.
—Charley, sabes que no pueden decírtelo.
—Cierto. Pero eso no significa que no pueda toparme accidentalmente
con información sobre el paradero de cierta joven traumatizada.
—¿Y cómo planeas hacer eso?
—Comienza con una A y termina con ngel.
—Ya sé dónde está, jefa —dijo Angel desde el asiento del pasajero.
Salté, casi depositando mi corazón en mi garganta, luego lo fulminé con
la mirada antes de colgar con Cook.
Estaba sentado riéndose, sus hombros, casi pareciendo ser el imán para
chicas que habían prometido, temblaban. —Me matas —dijo entre risas.
—Oh, sí, bueno… te ríes como una niña.
Se rió más fuerte. —¿Eso es todo lo que tienes? Necesitas dormir un
poco. Estás perdiendo tu estilo.
Era muy, muy adorable. Me encantaba cada centímetro de su ser
encantador e inquisitivo. Entonces, sabía que lo que estaba a punto de hacer me
iba a causar daño más de lo que le dolería a él.
Lo arrastré y le di un puñetazo en el brazo. Tristemente, mi intento de
venganza solo sirvió para alimentar su alegría.
Necesitaba nuevos amigos.
—Lo que sea. Necesito que vayas de vigilancia.
—Siempre estoy de vigilancia.
—Porque eres tan bueno en eso.
—Es cierto —dijo, solemne—. Por favor dime que es bonita.
—De hecho, lo es.
Le informé sobre mi plan, lo que involucraba que engañáramos a una
agente especial Kit Carson de la F, B e I.
—Es genial —dijo cuando terminé—. Pero esto no funcionará.
—¿Por qué no? —pregunté, ofendida.
—El hecho de que la llames preguntando por Judianna Ayers no significa
que vaya a subirse a su automóvil y conducir hasta donde la están reteniendo.
—Cierto, pero tal vez traiga algo o haga una llamada que pueda rastrear.
Simplemente toma nota de cualquier dirección o número de teléfono después
de colgar.
—Lo haré.
Se desvaneció justo cuando mi teléfono sonó. Cookie me devolvió la
llamada, con suerte con la ubicación de nuestra chica y yo podría empezar la
treta.
—Casa de Veneno de Serpiente de Charley.
—Tuve una idea…
—¿Solo una?
—Dijiste que este sacerdote…
—Si es el sacerdote.
—Bien, si es este sacerdote y está atacando a personas que pueden ver el
reino sobrenatural…
—Exactamente, pero ¿por qué? ¿Por qué atacaría a las personas?
—Más importante aún, ¿qué impide que ataque a Quentin? Quiero decir,
Quentin no solo ve el reino sobrenatural. También puede comunicarse con ellos.
—Oh, Cook —le dije, mi pulso de repente se precipitó en mis oídos—. Ni
siquiera lo pensé. ¿Puedes llamar a Amber y pedirle que le dé un mensaje?
—Por supuesto. Pero, para no arrojar una luz deslumbrante sobre lo
obvio, ¿qué evitará que el sacerdote te ataque?
—Puedo manejarlo. No te atrevas a preocuparte por mí. Pero Quentin…
—Me haré cargo de ello. Tal vez también tengamos que alejarlo por un
tiempo.
Me mordí el labio inferior, debatiendo. —Me pregunto si estaría más
seguro en el convento. Ya sabes, ¿todo ese asunto de la tierra sagrada?
—Vale la pena intentarlo.
—Está bien, haz que Amber le diga que lleve su trasero a casa rápido y
pronto. Ah, y a Pari —agregué—. ¿Puedes llamarla? Estoy a punto de timar a
Kit.
—Suena… doloroso. Claro que puedo llamarla. ¿Debería decirle que se
vaya de la ciudad?
—Sí. Ella no lo hará, pero dile que lo haga. De hecho, envía a Garrett a
verla si ha terminado con su vigilancia.
—Perfecto. Cualquier excusa para hablar con ese hombre.
—¿Verdad? ¿Has visto sus abdominales últimamente? —Un calor me
cubrió con la declaración y no venía de mi interior. Lo ignoré. Los celos eran tan
impropios.
Colgamos, y planeé el timo, también conocido como Operación Espiar a
Kit, y Lograr que Revele el Paradero de un Cierto Testigo de un Crimen
Perpetrado por Hector Felix, Recientemente Difunto. Era tan mala en nombrar
operaciones.
Marqué el número de Kit y esperé. No respondió la primera vez, así que
lo intenté de nuevo. Era una agente del FBI. Tenía una mierda importante que
hacer. Importante mierda que no tenía problemas para interrumpir, así que lo
intenté de nuevo.
Después de la quinta llamada, finalmente respondió: —Davidson —dijo,
con su voz un poco nerviosa. Un poco aguda. Un poco irritada.
—Carson —le dije—. ¿Cena?
—Está bien, estaré allí —le dijo a alguien que no era yo. Esperaba—. Me
dirijo a una reunión, Davidson. ¿Es esto negocios o placer?
—Siempre es un placer cuando estás involucrada, Kit.
—Entonces, negocios. ¿Que necesitas?
—Oh, nada demasiado urgente. Es que esta mujer vino con cortes frescos
en toda su cara. Fue horrible, Kit. Quiere contratarme, pero le dije que fuera a la
policía. Dijo que ya estuvo hablando con el FBI, pero que tenía miedo por su
vida. Quiere que encuentre a su atacante.
—¿Qué? —dijo Kit, sorprendida—. Ya sabemos quién la atacó.
Maldición. Ahora mismo te vuelvo a llamar.
Colgó antes de que pudiera decir “Okidoki”. Treinta segundos más
tarde, Angel regresó con una expresión atónita en su rostro.
—No puedo creer que funcionó.
—Te lo dije. Debería haber ido a Hollywood. Pude haber sido una
aspirante.
—Ella acaba de marcar el número de uno de los agentes que vigilan tu
testigo.
—En su defensa, no muchos de sus enemigos pueden enviar a un
adolescente fallecido para espiarlos e interceptar los números de sus llamadas
salientes.
—Cierto. —Repitió el número que Kit había marcado para comprobar a
Judianna Ayers.
Llamé a Cookie, transmití el mensaje y luego le dije que hiciera su magia.
Cinco minutos más tarde, por horrible que fuera la verdad de lo que hicimos,
teníamos una ubicación.
—De ninguna manera pudo haber sido tan fácil —le dije, cada vez más
preocupada.
—Lo sé, ¿verdad? Pero esta es la dirección que surgió. Ese número está
ubicado justo allí.
—Pero es un trabajo de protección de testigos. No pudo haber sido tan
fácil obtener esta información.
—No sé qué decirte.
—¿Sabes qué? Estoy haciendo un agujero en sus medidas de seguridad.
Enseñándoles dónde se equivocaron. Donde necesitan reforzarse.
—Mejor tú que un enemigo real. Ten cuidado, cariño.
—Bueno. Lo comprobaré. Gracias, Cook.
Me dirigí a la dirección que Cookie me dio en South Valley, en Fourth
Street. No era la mejor parte de la ciudad. Tampoco la peor. Había algunas
casas históricas geniales en el distrito. Le daba al área un cierto encanto no
permitido en las peores partes de Albuquerque. Las zonas de guerra.
Sabiendo que nunca pasaría por la seguridad para ver a Judianna y
podría ser arrestada solo por intentarlo, hice lo siguiente mejor. Pasé por alto la
seguridad. Me moví hacia el plano celestial, en medio de los dos reinos, y
atravesé una pared exterior de la residencia hacia el baño, con gran esperanza
de que tuviéramos la dirección correcta.
Abrí la puerta y escuché. Un televisor sonaba desde la sala de estar, y dos
agentes se sentaban en una mesa cercana. El alivio me cubrió. Definitivamente
teníamos la dirección correcta. Ahora a encontrar a Judianna.
Empecé a escabullirme por el pasillo cuando escuché una voz suave
detrás de mí.
—Voy a gritar —dijo.
Me congelé, luego volteé lentamente para ver a la una vez hermosa
Judianna Ayers parada detrás de mí con un cepillo de dientes en su mano.
—Te apuñalaré en la cara.
Lo sostuvo como un arma, su cepillo de dientes, llena de energía.
Estaba asustada. Cualquiera lo estaría. Pero ella no había hecho lo que
temía. No se retiró dentro de sí misma y renunció. Era una luchadora. Y
amenazaba con apuñalar mi cara con su cepillo de dientes.
Me gustaba.
Eché un vistazo alrededor, preguntándome dónde estuvo hacía treinta
segundos. Luego pregunté—: ¿Dónde te encontrabas hace treinta segundos?
—En la ducha.
Al observar su estado totalmente vestido, la miré de arriba abajo,
alzando las cejas con sospecha.
—El agua en el fregadero no funciona —explicó—. Tengo que lavarme
los dientes en la bañera.
—Entonces, ¿entraste?
—Bien, bien, leía. ¿Sabes lo fuerte que suena esa estúpida TV? Tengo que
venir aquí para leer, y, bueno, eché un par de almohadas y la bañera es bastante
cómoda. —Se giró hacia mí como si estuviera llamando la atención—. ¿Pero
cómo entraste aquí, y qué es lo que quieres?
Sus puntadas fueron removidas hace un tiempo. Solo Dios sabía cuánto
tiempo había estado encerrada en esta casita con agentes del FBI cuidando cada
uno de sus movimientos.
—Iba a preguntarte si mataste a Hector, pero puedo ver que es bastante
dudoso teniendo en cuenta a los guardaespaldas.
—¿Mataron a Hector? —preguntó. Enderezó sus hombros. Después de
un momento de reflexión, se dejó caer al costado de la bañera—. ¿Hector está
muerto?
Eso fue, sin duda, un no a la teoría de asesinato. —Sí, cariño. Lo siento.
—Oh, no, está bien. Era un idiota. Es simplemente… impactante.
—Estoy segura. —Me senté a su lado y revisé el libro que estuvo
leyendo: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban. Sabía que me gustaba.
—Espera, ¿pensaste que lo maté? —Su piel se estiró cuando habló, y
algunas palabras fueron más difíciles de pronunciar, pero sanaba notablemente
bien.
—Ya no. Y, no, realmente no. Solo necesitaba asegurarme. ¿Pero puedes
hablarme de Hector?
Levantó un hombro. —Era violento, impredecible, sociópata.
—¿Aparte de eso? Aparentemente estaba envenenado, y si te guardaras
eso para ti por un tiempo, lo agradecería. No se suponía que debía repetirlo.
¿Pasó algo inusual mientras estuvieron juntos? Además de lo obvio.
—Estuvo actuando extraño durante aproximadamente un mes antes de
que tratara de romper con él. Llamadas telefónicas secretas y reuniones.
—¿Otra mujer?
—Oh, no. —Agitó una mano desdeñosa—. Eso era un hecho con Hector.
Nunca mantenía sus aventuras en secreto. No, era diferente. Estaba… estresado.
Preocupado. Y créeme, Hector no se preocupaba por nada.
—¿Y no tienes idea de lo que pasaba?
—Ni idea. Nunca hablaba de negocios en frente de mí.
Me costaba imaginarme a esta chica inteligente, tan inteligente y valiente,
terminando con alguien como Hector Felix. —¿Cómo lo conociste?
Se rió, pero era un sonido hueco, lleno de resentimiento. —Yo era
modelo. Vino a un espectáculo, flirteó un poco, y al día siguiente tenía una
docena de rosas en la puerta de mi casa junto con una nota que decía que era
suya.
—Ah. Un tipo tradicional.
—Fue muy extraño. Al principio me hizo sentir, no sé, querida. Segura,
incluso.
—Entiendo eso. Pero una vez que descubriste cómo era, ¿por qué
aguantaste? ¿Con él?
—Hector no me dio mucha opción. Todavía estaría con él si no hubiera
intentado matarme una noche. Decidí que nada podría ser peor que vivir con
miedo. Ni siquiera la muerte. Entonces, lo dejé.
—¿No lo tomó bien?
—No. No lo hizo. Pero todavía tenía mi carrera. —Bajó la cabeza
mientras se formaban lágrimas entre sus pestañas—. Era modelo.
Cerré mis ojos. —Lo siento mucho, Judianna. Lamento que Hector te
haya hecho esto.
Me miró sorprendida. —Hector no me hizo esto.
—¿Qué?
—Oh no. Este fue un mensaje de su madre.
Me quedé allí sin palabras durante un minuto completo hasta que
llamaron a la puerta.
Uno de los agentes gritó a través de la puerta. —¿Judianna? ¿Está todo
bien?
La madre de Hector. Tenía que conocer a esta mujer.
—Todo está bien. Solo estoy hablando con… —Me miró—. ¿Cuál es tu
nombre?
—Déjame adivinar —dijo una voz femenina sorprendentemente
familiar—. ¿Charley Davidson?
Judianna alzó las cejas en pregunta. Difícilmente podría cambiar ahora.
No tuve más remedio que enfrentarme a la sombría música de invierno.
Asentí y me puse de pie para abrir la puerta.
—¡Carson! —dije un microsegundo antes de que un agente masculino me
golpeara la cara contra el suelo y me esposara. Eso iba a doler por la mañana.
16
Traducido por Miry GPE
Corregido por Ann Farrow

Se me acaba de ocurrir que podrías sustituir los derechos Miranda por


votos matrimoniales. Palabra por palabra.
(Hecho real)

Treinta minutos después, me senté en la parte trasera de la camioneta de


Kit con una bolsa de hielo en el rostro. No es que la necesitara. Me curaría casi
al instante, pero se veía bien.
Kit se subió al asiento trasero conmigo mientras su compañero en el
crimen... resolviendo, agente especial Nguyen, se sentó al frente.
—Charley Davidson —dijo, abriendo un expediente que sostenía—,
mientras vivo y respiro. Me engañaste.
—Engañar es una palabra fuerte.
—¿Qué haces aquí?
—Visitar a una vieja amiga.
—¿Una vieja amiga que simplemente se encuentra bajo custodia
protectora?
—Extraño, ¿cierto?
—Preguntaría cómo la encontraste, pero no estoy segura de querer
saberlo.
—Probablemente no.
—¿Qué hay de cómo entraste a la casa? Una casa, fíjate, que ha sido
completamente comprometida.
—Tampoco iría ahí.
—Está bien, ¿qué hay de por qué estás aquí? Solo la verdad esta vez, ¿sí?
—Trato de resolver la muerte de Hector Felix. Un amigo mío, otro amigo
aparte de ésta, es una persona de interés en eso, y quiero asegurarme de que su
nombre esté limpio.
Asintió y abrió el expediente.
—¿Tienes alguna pista sobre su muerte? —pregunté, esperanzada.
—No lo sé. No me importa.
—¿En serio? ¿Por qué? ¿No es ese tu trabajo?
—Buscamos peces más grandes, Davidson.
—La matriarca. —Me golpeó el por qué tenían a Judianna bajo custodia
protectora. La madre de Héctor ordenó el ataque.
Kit cerró el archivo. —Estás a unos treinta segundos de joder mi caso.
—Vamos, Carson. Sabes mi registro. Podemos trabajar juntas en esto.
—Eres buena, Charley, pero esta vez no.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Tenemos a alguien dentro. Alguien con conexiones familiares. Por
primera vez en una década de investigaciones, logramos infiltrarnos en su
familia. No puedo arriesgar su vida, Davidson, no importa cuánto me gustaría
que estuvieras en el caso.
Luché contra la decepción que burbujeaba dentro de mi pecho y asentí.
—Y no te arrestaré, aunque debería hacerlo. No quiero llamar la atención
sobre Judianna o sobre este caso más de lo absolutamente necesario.
Una tarjeta para salir-de-la-cárcel-gratis. La tomaría.
—Pero si te veo metiéndote en este caso, Davidson.
—Kit, solo busco al asesino de Hector.
—Eso es meterse.
—No esta vez. Mi caso no tiene nada que ver con Judianna, quien es
totalmente genial, por cierto.
—Lo digo en serio, Davidson. No quiero verte cerca de esta familia.
Dejé escapar un largo suspiro de rendición. —Bien. No acercarme a la
familia.
—Júramelo —dijo, como si no confiara en mí.
Levanté mi dedo meñique. Me miró fijamente y luego me echó de su
camioneta. Dos minutos más tarde, se dio a la fuga con Judianna, dirigiéndose
al norte seguida con una seguridad completa.
Judianna debía tener algo bueno de Edina Felix, la madre de Hector.
Algo sólido. Yo no podía arruinar eso sí solo iba al funeral de Hector, ¿o sí? En
realidad, no juré nada. Nunca sacudimos los meñiques. Y realmente, realmente,
realmente quería conocer a la mujer que Hector Felix llamaba mami.

***

Parecía que moverse dentro y fuera del reino celestial incitaba aún más a
mi anarquista esposo o la entidad anarquista que residía en el cuerpo de mi
esposo. Lo sentí cerca todo el día, pero cuando me moví para colarme en la casa
de seguridad, sentí una versión más fuerte de su presencia. Su calor. Su energía.
Su enojo. Obviamente no encontró lo que buscaba.
Tampoco encontré lo que buscaba, así que estábamos parejos.
Regresé a Misery, entré y recogí mi teléfono justo cuando sonaba.
—Hola, Cook —le dije, encendiendo el motor y dirigiéndome de regreso
a la oficina.
—¿Estás usando un pequeño vestido negro?
—No este mes.
—¿Cómo es tu ropa para asistir a un funeral? ¿Te mezclarás?
—No resaltaré, pero preferiría cambiarme. ¿Supongo que el funeral es
pronto?
—Cariño, el funeral es a las dos.
Sostuve mi teléfono para verificar la hora. —Oh, tengo poco menos de
tres horas.
—En El Paso.
—¿Texas? —pregunté, consternada—. ¿Por qué El Paso? Pensé que la
familia Felix era de Albuquerque.
—Tienen algunas propiedades aquí, pero tienen su base en El Paso.
—Maravilloso. De acuerdo, puedo hacer esto. Correré a casa, tomaré algo
de ropa y me cambiaré en el camino.
—¿Mientras conduces? —preguntó, igual de consternada.
—Es eso o perderme todo el asunto. El Paso se encuentra a tres horas.
Puedo hacerlo en poco más de dos sin matar a nadie. Sí —dije, pensando en voz
alta—. Puedo hacer esto.
—¿Por qué no haces eso de la tele-transportación?
Mis hombros se hundieron. —Simplemente no soy tan buena. Podría
terminar en Escocia nuevamente. O Siberia. O Marte.
—Conseguiré algo de ropa y te encontraré en el frente.
—Gracias, Cook. Te debo una.
—Ya me debes varias. ¿Cómo te fue con Judianna?
—La chica es una sobreviviente, de principio a fin. Y no fui arrestada.
Entonces, ya sabes, eso es una ventaja.
—Bien por ti.
Diez minutos más tarde, corrí al estacionamiento de nuestro edificio de
apartamentos, agarré la bolsa de las manos extendidas de Cookie como si fuera
un conduce-y-lleva, disminuí la velocidad y retrocedí para agarrar la taza de
café que sostenía, luego despegué del estacionamiento y regresé a la I-25.
La realidad de lo que hice se hundió unos tres kilómetros más tarde.
Acababa de permitir que una mujer con el peor sentido de la moda que alguna
vez vi eligiera ropa para mí. Ropa en la que tendría que aparecer en público. No
era el mejor escenario, pero me había enfrentado a cosas peores.
Pensé que podía esperar y cambiarme a medida que me acercaba un
poco, así que recurrí al calor que emanaba del asiento trasero. Al no ver nada,
decidí mirar el camino otra vez. Ir a ciento cincuenta kilómetros por hora en
una de ciento veinte en el tráfico de Albuquerque tomaba concentración. Y
agallas. En su mayoría agallas.
—¿Hablarás conmigo? —pregunté, hablando al vacío que me rodeaba.
Nada.
O Rey'azikeen se encontraba enfurruñado o averiguaba cómo matarme y
arrastrarme al infierno. Podría haberlo convocado, obligado a cambiar a este
plano, pero no quería hacer algo tan drástico en un ataúd ambulante. Ya era
suficientemente malo que iba a alta velocidad.
—Sabes, podrías hacerme un favor y checar si hay policías.
Nada por segunda vez.
Mi registro claramente no mejoraba cuando se trataba de alto, oscuro y
malhumorado. Tal vez lo convocaría solo para enojarlo. Tal vez…
Me congelé cuando una comprensión me llegó. Si el sacerdote estuviera
en este plano, si atacaba gente, matándolos, todo lo que tenía que hacer para
sacarlo era convocarlo. Pero necesitaría su nombre para hacerlo.
Desafortunadamente, no sabía su nombre. Y no tenía idea de cómo
conseguirlo. Vivió en el siglo XIV y fue encerrado en la dimensión del infierno
desde entonces.
Me sacudí el cerebro tratando de encontrar una forma de saber el nombre
del sacerdote. Investigar algo así tomaría años, y no había manera de saber si
alguno de los registros de su parroquia sobrevivió. Pero alguien lo sabía.
¿Miguel? ¿Él tendría ese tipo de información? Y si era así, ¿la compartiría?
Rocket. Rocket lo sabría. Pero al decírmelo rompería las reglas. Su propio
conjunto de morales correctas y erróneas que tenían sentido para Rocket y solo
para Rocket. ¿Rompería las reglas si fuera ultra súper importante?
Simplemente tendría que hacerlo. No le daría otra opción. La gente
moría a manos de alguien, y mi mejor y única conjetura era el sacerdote, a
menos que Rey'azikeen mintiera. A menos que no hubiera derrotado a las dos
entidades sobrenaturales atrapándolas dentro cristal divino con él, el demonio
asesino Kuur y el dios malévolo Mae'eldeesahn.
—¿Por qué mentiría sobre algo tan trivial?
Me sobresalté y miré en mi retrovisor. Reyes, o Rey'azikeen según fuera
el caso, se hallaba sentado en el asiento trasero, descansando como un colegial
delincuente en la parte posterior de un salón de clases. Rodillas extendidas.
Manos descansando sobre sus muslos. Expresión oscura mientras fijaba su
mirada en la mía en el retrovisor. Sus irises casi chisporroteando energía.
Tomó todo en mí para apartar mi mirada de la suya y enfocarme en el
camino.
—Sabes el nombre —dije, casi acusadora—. El nombre del sacerdote.
—Sí —respondió como molestándome. Tentándome.
Funcionó. Prácticamente me sentí salivando por él. —¿Puedes
decírmelo?
—Dime dónde está y puedes tenerlo.
—Reyes, mira, no sé de lo que hablas. Necesito más información. Te
ayudaré a encontrarlo, lo juro.
Alejó la mirada de mí, frustrado. —No tengo más información.
—Está bien. —Fruncí el ceño con confusión—. ¿Qué tienes?
—Son cenizas. Son brasas. Eso es todo lo que sé.
—¿El cristal divino? ¿El colgante por el que te envié?
—¿Por qué necesitaría eso?
—Si no sabes lo que buscas, ¿por qué lo buscas?
—No lo sé. Simplemente no... tengo acceso. —Se frotó la nuca con
frustración.
—¿Qué significa eso?
—Significa que Rey'aziel me lo está ocultando. No me dará acceso a la
información que necesito.
¿Cómo pudo Reyes esencialmente ocultarse algo de sí mismo? No tenía
sentido.
Por otra parte, sí Reyes ocultaba información a Rey'azikeen, significaba
que él estaba ahí. En algún lado. De algún modo. Manteniendo la información
cerrada. Negando el acceso de Rey'azikeen a esa parte de sí mismo.
Mi corazón dejó mi pecho y aumentó la velocidad. Metafóricamente. Ni
siquiera sabía lo que buscaba. No lo sabía porque Reyes aún estaba ahí.
—Eso es interesante —dije, tratando de mantenerlo hablando, tratando
de pensar en una forma de sacar a Reyes, si eso fuera posible—. ¿Sabes cómo
luce?
Se pasó una mano por el rostro. —Es importante que lo encuentre.
—Bueno. Puedo ayudar.
La expresión que me dedicó después sugería que no confiaba en mí en lo
más mínimo. —¿Y luego qué, diosa devoradora? ¿Absorberás mi alma? —Su
voz hipnotizante. Inundó mi cuerpo con calidez. Llenó mis células de alegría.
Tiró de algo muy profundo dentro de mí—. ¿Tragarás mi corazón y lo
reclamarás como tuyo?
Quería decir: ¿Por qué no? Justo es justo. El mío te pertenece. Pero no lo hice.
Aparentemente, no era necesario. Su rostro se oscureció, pero no con
enojo. —Ven acá atrás conmigo —dijo, sus palabras tan suaves y profundas que
tuve que esforzarme para escucharlas.
Luché contra el impulso de soltar el volante y hacer exactamente eso. —
No puedo —dije, negando con la cabeza—. Tengo un funeral al que ir. Y lo
dijiste tú mismo. No eres mi esposo. —Lo dije como un desafío, retando a mi
esposo a luchar.
La siguiente línea de ataque de Rey'azikeen fue su fuego. Lo envió a
acariciar mi piel. Sentí que las llamas lamían las partes más frágiles en mí. El
más delicado, sensible y tierno.
—Rey'aziel no tiene por qué saberlo.
Resistí la gravedad de su presencia y mordí el interior de mi mejilla para
despejar mi cabeza. —¿No tienes miedo de que absorba tu alma?
Me miró fijamente de nuevo, y pasaron unos momentos hasta que
parpadeé y rompí el hechizo.
—Lo estoy —dijo—. Asustado. Lo he estado durante cientos de miles de
años.
—Y, sin embargo, ahí te encuentras sentado. No debo ser tan aterradora.
—Eres tonta.
Ignoré el rencor causado por su declaración. —¿Por qué es eso?
Se giró para mirar por la ventana. —Debiste devorarme hace eones
cuando tuviste la oportunidad.
Miré por encima de mi hombro. —Si lo hubiera hecho, no te tendría
ahora. No tendría a Reyes.
—No tienes a ninguno de nosotros. Todo lo que tienes es duda, sospecha
y animosidad.
—Te equivocas.
—Eres ingenua. —Cuando no pude estar a la altura de las circunstancias
y lanzar insultos, volvió a bajar la voz—. Ven acá atrás conmigo.
—Dame el nombre del sacerdote.
—No lo sé.
Jadeé. —¿Mentiste? —La decepción me tragó.
—Dios malévolo —dijo a modo de explicación.
—No —dije, casi gritando. Finalmente me detuve, desvié a Misery al
parque y lo enfrenté—. No. No malévolo. Ingobernable, tal vez. Rebelde. Pero
no malévolo.
Sorpresa se registró en su rostro perfecto, pero se recuperó rápidamente.
Y sonrió, como si los cielos se hubieran abierto y brillaran solo para él. —¿Eso es
lo que le dijiste a mi hermano cuando le suplicaste que no me enviara al cristal
divino? ¿La dimensión del infierno que me engañó para hacer?
—No lo sé. No recuerdo.
—Estoy tan cerca —dijo. Se inclinó hacia delante, tomó mi mano y se la
colocó sobre el corazón—. Podrías llevarme ahora. Sería sabio hacerlo.
Devorarme antes de que encuentre el objeto de brasas y cenizas.
—Cuando lo encuentres, ¿qué harás con él? —pregunté, tratando de
obtener información, cualquier cosa que me diera una pista de lo que buscaba.
Sacudió la cabeza. —Eso no es de tu incumbencia. Tu asunto es solo
ahora. Solo esto. —Se inclinó hacia atrás y dejó caer sus manos a los costados,
quedando completamente abierto, desafiándome a devorarlo. O a follarlo. Era
difícil de decir.
Y, Dios me ayude, quería hacer ambas cosas.
—Se acabó el tiempo —dijo. Luego se fue. Solo parpadeé, y de un
microsegundo a otro desapareció.
Me estremecí, su poderoso atractivo tan tentador, apenas podía formar
un pensamiento coherente. Pero la suave voz que provino del asiento del
pasajero se hizo cargo de todos los anhelos, todas las punzadas de deseo, en dos
segundos completos.
—¿Quién era? —preguntó Fresa.
La miré boquiabierta, absorbiendo su presencia antes de rodearla con
mis brazos.
Tarta de Fresa, llamada así por su pijama, era una niña muerta de nueve -
llegando a treinta - años, mitad-adorable y mitad-demoníaca, que vivió con
Rocket en el manicomio antes de que Rey'azikeen lo echara abajo.
Me dejó abrazarla por, como, una hora antes de tener suficiente y
alejarme.
—¿Dónde has estado, dulzura? ¿Estuviste ahí cuando el manicomio fue
destruido? —Tal vez ella sabía algo más sobre lo que Reyes buscaba.
—No. Buscaba a mi hermano. Todavía no puedo encontrarlo. Prometiste
que lo encontrarías por mí.
Su hermano, el oficial David Taft, tomó un año sabático de la fuerza
policial y no se le había visto desde entonces. El tío Bob no parecía
particularmente preocupado cuando le pregunté sobre eso. Nadie reportó su
desaparición, pero su única familia se hallaba sentada en mi asiento de pasajero,
y no podía exactamente llamar a la policía. Aún así, él tenía amigos. O suponía
que tenía amigos. Ninguno de ellos reportó su desaparición.
Planeaba investigar su paradero cuando se desató el infierno.
Literalmente.
—Lo siento, cariño. Lo encontraré. Lo prometo. ¿Pero has visto a Rocket?
¿Él está bien?
—¿Encontrarás a David? ¿Juramento de meñique?
Levanté mi dedo meñique, lo envolví con el suyo y juré sobre su vida, al
parecer. Nunca entendí la tradición de jurar con el meñique.
—Está bien, ¿dónde está Rocket, amor?
—Está jugando.
—¿En el manicomio?
—No. Con los otros niños.
—¿Los otros niños?
—Los de Chuck E. Cheese.
Parpadeé, tratando de imaginar a Rocket jugando con una habitación
llena de niños en cualquier lugar, mucho menos en Chuck E. Cheese.
—Su juego favorito es Whac-A-Mole. Piensa que es divertido.
—Bueno, tiene razón.
—Supongo. Tengo que volver. Busqué y busqué a David. Tu turno.
Antes de que pudiera interrogarla más, se fue. Y yo perdía el tiempo al
lado de la carretera interestatal cuando tenía un funeral al que llegar.
17
Traducido por Valentine Rose
Corregido por Jessgrc96

Al parecer, “rencor” no es una respuesta apropiada para


“¿qué te motiva?”
(Meme)

Camino a El Paso, podía pensar en solo dos palabras, dos cosas que
describían a la perfección el lugar: increíbles y tacos.
Vale, El Paso tenía mucho más para ofrecer que increíbles tacos. Como
increíbles enchiladas. Increíbles tamales. Increíbles gorditas. Me tomó un
tiempo, pero al final me di cuenta de que estaba famélica. Y casi sin gasolina.
Cuando la ciudad comenzó a vislumbrarse, intenté cambiarme de ropa
mientras conducía, saliéndome de la línea blanca unas cuantas veces, casi
muriendo un par, entonces por fin me estacioné a un lado antes que matara a
alguien. Me quité la ropa para la alegría de muchos camioneros, y me coloqué
el pequeño vestidito negro que Cookie encontró. Ese que no había usado en
cincuenta años. Tan solo podía describir el atuendo como un torniquete, y
menos mal que no comí, después de todo.
Por desgracia, Cookie olvidó un detalle esencial para el vestidito negro.
Calzado. De modo que mis botines hasta el tobillo tendrán que servir.
Me perdí el servicio fúnebre en la iglesia de Hector, pero, gracias a las
maravillas del GPS, encontré el servicio fúnebre junto a la tumba sin ningún
problema. Arrojé una chaqueta casual sobre mi hombro y me encaminé al
gentío.
La mayoría vestía de negro. La túnica del cura católico ondeaba por el
viento en lo que daba su último soliloquio, elogiando a Hector y su familia por
ser tales pilares de la comunidad.
Con el servicio ya terminado, me paseé entre la multitud hasta que pude
echar un buen vistazo a la familia de Hector. Afortunadamente, nadie me
detuvo. Los guardias, por abundantes que fueran, tenían la cortesía de
mantener un bajo perfil. No me detuvieron cuando me acerqué. Lo que sí
hicieron fue mantener un ojo avizor.
El cura ordenó a la multitud agachar la cabeza para rezar, y obedecieron.
Todos menos uno. Una mujer cincuentona sentada en la primera fila mantuvo
la vista fija en el ataúd. Vestía un sombrero negro con una malla cubriéndole el
rostro. A pesar de los claros signos de angustia (ojos hinchados, nariz roja),
permanecía como una estatua, la cabeza en alto, la mandíbula endurecida y la
boca firme. Sin duda, la madre de Hector.
Aparte de escanear los rostros de la multitud, también lo hice con las
emociones que se propagaban. Sorpresivamente, considerando que estábamos
en un funeral, no había mucha pena. Sentí más pena cuando almorzaba en un
restaurante cuando un noticiero anunció que la serie Lost iba a terminar. No fue
el tipo más querido.
Solo una mujer, la que asumí era la madre de Hector, Edina, tenía una
emoción real revolviéndose en su interior. Lo agarraba con firmeza, pero,
mezclada con la devastación, subyacía un ardido y explosivo enojo. De aquel
que gritaba venganza. Quien fuera que mató a Hector, recibiría la ira de aquella
mujer algún día.
Vi la evidencia de su ira en las permanentes cicatrices del rostro de
Judianna. Debido a que intentó dejar a su hijo. No envidiaba al culpable de la
muerte de Hector. ¿Qué tipo de atrocidades pensaría para cometer semejante
crimen?
Otro personaje interesante, una mujer sentada junto a Edina, también
vestía toda de negro con una malla sobre su rostro. Él tenía una hermana
llamada Elena. Tal vez se trataba de ella. Solo vi una fotografía suya desde lejos,
así que no me encontraba muy segura. Pero lucía una cabellera color carbón y
reluciente piel color caramelo.
Lo que más destacaba no era su falta de emociones, sino la estabilidad
emocional que poseía. Enojo y algo parecido a odio irradiaban de ella en
ardientes y hostiles ondas. Una interesante yuxtaposición, considerando la
reciente muerte de su hermano.
Pero en el funeral nadie me sorprendió excepto uno. Tías y tíos se
hallaban a los alrededores, intentado llorar al beneficio de Edina. Sobrinos,
sobrinas, primos y amigos entregaban sus respetos en lo que el funeral
finalizaba. Estoicos guardias patrullaban el área y vigilaban a los objetivos. Pero
una persona, uno de los guardias, el que se encontraba directamente detrás de
Elena, me sorprendió a tan intensidad, que casi jadeé cuando me di cuenta de
quién era.
Apenas se podía reconocer. Aumentó masa desde la última vez que lo vi
vistiendo su uniforme patrullero, junto con un nítido traje y un corte de cabello
aún más, y una oscura y perfectamente recortada barba incipiente. Al igual que
la mayoría de los guardias, usaba lentes de sol, pero lo reconocí de todas
formas. El oficial David Taft. El hermano de Fresa. El hermano que ni ella ni tío
Bob habían visto en meses.
Con razón Fresa no podía encontrarlo. Era completamente diferente. Casi
irreconocible. Un camaleón, capaz de camuflarse con el montón. Tenía que
hacerlo para sobrevivir, pero la diferencia en su actitud y apariencia me
impresionó.
Ubie me contó que el oficial Taft pudo haber aceptado otra posición, algo
infiltrado, lo que explicaría por qué su nueva asignación no aparecía en su
registro, pero no podía creerlo. ¿Cómo el departamento no sabía que uno de sus
oficiales se unió a otra organización?
Y ahora sabía qué le ocurrió. Se unió al FBI. Kit me contó que por fin
tenían a alguien al interior, alguien con conexiones a la familia. Nunca soñé que
se trataría de Taft.
Pese a que usaba lentes de sol, supe el instante que me localizó. La
ansiedad brotó en su interior. Y la adrenalina. Y molestia. Imbécil. No era el
dueño del mundo. Si quería asistir a un funeral, lo haría. Y, aun así, ni se
inmutó. Su expresión estoica permaneció intacta por completo.
Prácticamente, podía sentirlo mirarme con enfado. Con todo el sigilo que
pude reunir, agaché la vista y sacudí la cabeza, esperando que mi punto se
diera a entender. No tenía intenciones ni deseos de echar a perder su cobertura.
Esas cosas requerían años de construcción. El hecho que consiguió acceso a una
familia tan estrechamente unida era tanto impresionante como confuso.
No pude evitar preguntarme sobre su conexión con la familia. ¿Era del
área? ¿Era familiar?
Luego de que el funeral terminara, se formó una fila para las
condolencias. Me uní a ella, ignorando el hecho que apenas podía respirar en
mi vestidito, y desmayarme era una seria preocupación. A pesar de aquello,
esperé mi turno. Obtendría incluso una mejor sensación de todos estando frente
a frente, como dicen.
Cuando llegué a la afligida madre, tomé su mano y ofrecí mis más
sinceras condolencias. Y lo decía en serio. No podía imaginarme perder a un
hijo.
La Sra. Felix me agradeció en voz baja. Quitando su frágil agarre, sollozó
en su pañuelo antes de retomar la compostura y tenderle la mano al próximo en
línea.
Cuando llevé mi atención a la hermana de Hector, no me atreví a echarle
un vistazo a Taft. Incluso la más pequeña infracción podría costarle la vida. O a
mí la mía. Ninguna era ideal.
Le tomé la mano y supe, sin ninguna duda, que ella lo hizo. Una onda
yacía justo debajo de la indignación justificada. Una onda de culpa. Intentaba
no sentirse culpable. De verdad creía que sus acciones estaban justificadas.
Simplemente no podía darme cuenta de la razón. Lo que la motivó a terminar
con la vida de su hermano.
Aun así, el simple acto solo por sí fue suficiente para alarmarme.
Asesinar a su propio hermano. Su propia sangre y carne. Quedé atónita por un
instante antes de reponerme y ofrecerle mi compasión.
Pero otra emoción emanó de su ser. Seguridad. Una seguridad absoluta y
consumidora. Sabía que se saldría con la suya. No tenía ninguna duda. Ningún
temor.
A estas alturas, podía hacer dos cosas. Podría alejarme y reportar mis
hallazgos a una enojada, pero básicamente agradecida Detective Joplin (una
podía soñar), pues de ninguna manera iba a decirle a mi amiga del FBI que
desobedecí una orden y vine al funeral. O podía usar como cebo la fiesta de
culpabilidad y esperar librar algo.
En ese momento, me di cuenta de algo sobre mí. Me encantaba tentar. Y
de verdad amaba sacar a relucir mierda. Liberar era mucho mejor que retener,
pensó la chica del yeso. Este vestido sí o sí iría a la benevolencia.
Me incliné hacia Elena como si fuese a besar su mejilla y susurré—: ¿Qué
pensaría tu madre?
Elena quitó su mano y se quedó mirándome. Le guiñé y continué con el
siguiente desconsolado familiar. Cuando terminé de ofrecer las condolencias,
saqué mi teléfono, presioné el botón para llamar a Cook y comencé a dirigirme
hacia Misery.
Un brazo se entrelazó con el mío. Eché un vistazo a mi lado hacia Elena
Felix en lo que igualaba mi caminar paso a paso.
Me sonrió de forma calculadora. —Camina conmigo —dijo,
dirigiéndome hacia una brillante limosina negra.
—Por supuesto. —No es que tuviera otra opción. Miré por encima de mi
hombro y noté a dos hombres siguiéndonos, Taft y otro guardia que parecía
una puerta de bóveda bien vestida.
—Después de ti —dijo, haciéndome un gesto para que entrara.
No había manera que esto fuera tan fácil. Aun así, la alteré. Sentí
temblores de inquietud en ella el momento que se acercó a mí. La culpa le
provocaba eso a la gente. Pude haber hablado de su uso de cocaína cuando le
pregunté qué pensaría su madre. O el hecho de que el sol sale y oculta día a día.
Pero una persona culpable siempre, pero siempre asocia lo que se dice con lo que
la persona hizo.
Elena entró después de mí, y Taft después de ella. El otro hombre tomó
asiento en el lugar del copiloto junto al conductor. Tras acomodarse, Elena
tendió su mano, en busca de mi teléfono.
Se lo entregué, pero no se molestó en revisarlo. Ya le marqué a Cookie.
La pantalla estaba bloqueada, pero si existía un dios, y a esas alturas de mi vida
me hallaba bastante segura que así era, había contestado.
Elena se lo entregó a Taft, un hombre con quien apenas me llevaba bien,
y que le servía igual que una funda a una ampolleta. Pero se reformó bien. No
podía esperar a contarle a Fresa en lo que su hermano andaba. Si alcanzaba a
vivir tanto. Aunque pensándolo bien, yo era un dios.
Taft guardó el teléfono en el bolsillo frontero de la chaqueta, con el
micrófono afuera. Con suerte, Cookie sería capaz de escuchar y determinar lo
que ocurría. O quizá pensaría que la llamé por error otra vez y cuelgue. Era una
muy mala costumbre mía.
Decidí poner a Elena al corriente así sabría en lo que se metía por si
quería iniciar alguna mierda. Se sentó frente a mí con Taft a su lado. Muy cerca
suyo.
—Soy un dios —dije con impasibilidad.
—¿Ah sí?
—Así es como lo sé.
Subió la malla de su rostro y se quitó el sombrero a tiempo que el
conductor encendía la limo. —¿Y qué sabe, Srta. Davidson?
Usó mi nombre. Siendo honesta, me dejó perpleja. —Estás muy bien
informada.
—Pago para estarlo.
El chofer condujo fuera del cementerio y se dirigió al norte, la dirección
opuesta de la ciudad.
Elena arregló su cabello y sacó un compacto. Revisando sus labios,
continuó—: También sé que es investigadora privada, que a veces consulta con
el Departamento de Policía de Albuquerque. En su mayoría con su tío, un
detective de ahí mismo.
Por un instante, me pregunté si Taft le contó. Pero no había forma. No
sin echar a perder su identidad falsa.
—Sí, él me contó —dijo cuando notó que lo miré de reojo—. Y, sí, antes
de que preguntes, sé que antes era policía.
Controlé mis rasgos para permanecer neutral, pero casi nunca puedo
controlar las cosas, así que no sabía si lo hacía bien.
Alejó el compacto. —Salimos en la secundaria. Cuando lo vi en un club
hace unos meses, me di cuenta lo mucho que lo extrañaba.
¿A eso se refería Kit cuando dijo que tenía a alguien al interior con una
conexión?
—Solo que me dijo que era guardia de seguridad en una universidad.
Mintió. —Le dedicó una mirada reprochadora rápidamente seguida por una
coqueta sonrisa—. De modo que les ordené a mis hombres llevarlo a un
almacén para… interrogarlo. Solo un poco. Nada muy dramático.
¿Hizo lo mismo con su hermano? ¿Interrogarlo?
—Debían matarlo al final. Davey sabe que no me gusta que me mientan.
Le eché un vistazo, pero permanecía completamente inquebrantable, sin
revelar nada.
No obstante, no tenía que ver la evidencia de su estado emocional en su
rostro para saber lo que sentía. Bajo el calmado y casi robótico exterior latía el
corazón de un hombre que iba a matarme si alguna vez me atrapaba. La
ansiedad agitaba su interior. De algún modo, su encubierta no fue descubierta.
De algún modo, todo era parte de su nuevo rol en la vida. Aun así, la situación
era peligrosa. Una palabra equivocada podría conseguir que nos mataran a
ambos.
—Como puedes imaginar —prosiguió—, quería saber si lo enviaron. Ya
sabes, en una aptitud policial. Pero antes de que mis hombres pudieran
terminar el trabajo, él los eliminó. A los tres. Con las manos vacías.
El pulso de Elena se aceleró ante el pensamiento de su novio eliminando
tres violentos hombres. Probablemente sus tres mejores hombres.
—Una hora más tarde, apareció en mi puerta, luego de invalidar a dos de
mis guardias personales, eso sí, y me preguntó por qué envíe a mis hombres a
perseguirlo cuando solo quería salir conmigo. —Soltó una risita colegiala y
curvó su brazo con el de él.
—Qué… romántico —dije.
—Lo mismo pensé.
Tomó una copa de champagne que yacía lista y esperando por ella, y
bebió un sorbo antes de continuar, y no pude evitar preguntarme si podría ser
más cliché.
—Una vez que le demostré lo impresionada que estaba de sus…
habilidades, me explicó. Me contó que detestaba ser policía. Detestaba lo
deprimente de todo ello. Verás, tenía una filosofía única. Una persona es buena
o mala, pero muchos policías son mucho de ambas. A él no le gustaba la
ambigüedad de todo, así que estuvo buscando un cambio de carrera, uno en el
rubro de seguridad personal. Quería conseguir un buen trabajo antes de
contarme la verdad.
—Somos como dos gotas de agua —dije, no tan segura si a estas alturas
se suponía que lo conocía o no.
—Cuando le conté quién era mi familia, lo que hacíamos para ganarnos
la vida, se encogió de hombros y dijo “era policía, no un santo”. —Se giró hacia
él y pasó un dedo bajo la mandíbula de Taft como si fuera su mascota favorita—
. Ahí fue cuando supe que tenía que quedármelo.
—Ni lo digas. ¿Y te contó todo sobre mí en los dos minutos que me llevó
terminar la fila? Impresionante —dije con los dientes apretados.
Ni siquiera se inmutó.
—No —contestó—, sus palabras exactas fueron: “esa es la mujer de la
que te hablé. Ten cuidado”.
¿Me delató? Espera, ¿ya le había contado de mí? Me quedé paralizada.
—Al parecer, eres una leyenda urbana.
Resistiendo la urgencia de soplar mis uñas y pulirlas en mi vestimenta,
me encogí de hombros.
—Dijo que ayudas a tu tío con los casos, y que su registro de arrestos es
impecable por lo mismo.
—Hago lo que puedo.
Agachó la cabeza para informarme con más propósito. —Dijo que eres
peligrosa.
—Sabes, es gracioso. En todo el tiempo que lo conocí, nunca mencionó tu
nombre.
Dejó que una lenta sonrisa apareciera en su rostro para hacerme saber lo
poco que le impresionaba.
Los vecindarios terminaron, e nos introdujimos más y más en el campo.
Esto no iba a terminar bien.
—Me sorprende que tu madre te permita conservarlo —dije—,
considerando su historial de trabajo.
—Por favor, algunos de nuestros mejores hombres son policías. O solían
serlo. Los policías son personas, también —dijo con una seca risa.
—Supongo que es verdad.
—Entonces, la pregunta que te hago es ¿a qué te referías?
—Exactamente a eso. Soy un dios. Es difícil de explicar, pero ahí lo
tienes. Solo quería que lo supieras.
—En la sepultura. ¿A qué te referías cuando preguntaste qué pensaría mi
madre?
—Oh, cierto. Tan solo que me pregunto qué pensará cuando se entere
que mataste a tu hermano, o sea, su hijo. Ya sabes, es uno de esos pensamientos
fortuitos que tengo. ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué el chile verde es verde?
¿Qué pensará la madre de Elena Felix cuando se entere que su hija asesinó a su
hijo?
Cuanto más hablaba, más tensa se volvía Elena. Una ira turbulenta se
desencadenó en su interior, y luego vulnerabilidad. Miró de reojo a Taft, quien
seguía imperturbable, pero sentí una sacudida de impacto atravesarle. No lo
sabía. Elena no lo usó para que se deshiciera del cuerpo en el campo.
Interesante.
—Es que no puedo entender por qué —dije, intentando que siguiera
hablando. Después de todo, cuánto más hablara, más podría grabar Cookie. Si
no me colgó.
Que Elena me quitara el teléfono funcionó a la perfección. A penas
podría haberlo metido en el escote de mi vestido. Un vestido que quedaba como
un condón. El contorno se habría notado con mucha claridad.
Por supuesto, no tenía ni idea si Cookie contestó. O si encendió la
grabadora como protocolo estándar cada vez que supuestamente la llamaba por
equivocación. Usamos esa técnica una vez para atrapar a un marido mientras
intentaba contratar a un sicario para matar a su mujer.
Pero nuestra estrategia se hallaba lejos de ser perfecta. Parecía tener una
especie de incapacidad cuando se trataba de llamar por error a la gente. Una
vez llamé a Cookie por error, y grabó una tarde entera de mí intentando
aprender a hacer ejercicios mediante el baile. No hace falta decir que no se
encontraba muy feliz. Seguía intentando descifrar si me atacaban de verdad o si
gruñía y quejaba por el cansancio.
—Entonces, ¿qué hay con eso? ¿Por qué mataste a tu hermano?
Resopló, luego alzó la barbilla, molesta. —Revísala.
Taft obedeció. Se acercó y me registró, pasando sus manos por mis
caderas y a lo largo de mi cintura antes de meterlas entre mis pechos para ver si
había un cable allí. Pasó los dedos a lo largo de los bordes del vestido, rozando
las cimas de Peligro y Will, quienes se encontraban bastante escandalizados.
Con su rostro escondido de Elena, sonrió por un microsegundo,
haciéndome saber que se divertía. Dado que Elena todavía podía verme el
rostro, no podía mirarlo muy abiertamente, pero sí le estoqueé con mi mejor
mirada molesta.
Satisfecho, retrocedió y asintió.
—Como decía —reanudó—, yo… no tuve opción. —Miró a Taft como si
no estuviera explicándome a mí, sino a él—. Lo arrestaron. Hizo un trato. Iba a
confesarle todo a los federales.
Ah. Claro. Las reuniones secretas que Judianna me contó. En las que
Hector participó justo antes que ella intentara abandonarlo.
—No tuve opción —dijo, prácticamente suplicándole a Taft.
Éste por fin rompió el indiferencia y la miró. Agarrando su barbilla e
inclinando su rostro al suyo, dijo—: Lo habría hecho por ti, conejita. Debiste
haberte acercado a mí. Pero tu madre no puede saber.
Asintió y se acurrucó contra él. Su héroe. El hombre era mejor de lo que
le daba crédito. Brad Pitt no era nada comparado con él. Dejando de lado el
hecho que era Brad Pitt.
—Así que, ¿lo envenenaste?
No contestó, pero ¿cómo supo que Hector hizo un trato?
Comencé a preocuparme de que había un topo en el FBI. Un topo que le
avisó. —¿Cómo sabes todo esto?
—Hector me contó.
Era inesperado, pero tenía sentido. De haber habido un topo, se habría
enterado de Taft.
—Se acercó a mí, llorando, diciendo que mamá nunca volvería a hablarle.
Por favor. ¿Que nunca volvería a hablarle? —resopló, resentida—. Era su hijito.
—Su lindo rostro se arrugó en una mueca al pensar en él—. Su favorito desde el
día que nació.
—¿Supongo que eres la mayor?
—No tiene importancia. —Alzó la vista hacia el rostro de su verdadero
amor encubierto. Pobrecita—. De todas formas, pronto quedaré a cargo
—¿Del negocio familiar? Mazel tov. ¿Tu madre sabe?
Taft le sonrió, de tal buena forma que casi me convenció. Si no pudiera
sentir cada emoción irradiar de él, también le habría creído. —No sabrá lo que
la golpeó.
La sonrisa de Elena casi se volvió alabadora. Me encontraba segura que
reservaba aquella peculiar sonrisa para cuando estaban solos. Cualquier mujer
tan hambrienta de poder nunca presumiría sus debilidades tan abiertamente.
Estiró el brazo y golpeó la ventanilla.
El chofer obedeció al instante. Condujo hacia un costado y se detuvo. —
Aquí es donde te bajas.
El conductor tomó un camino lateral de poco a nada de tráfico. No había
otro auto a la vista. O una casa. O un animal, de hecho. Las montañas Franklin
se alzaban al norte y el Rio Grande se encontraba al oeste.
—¿Puedes llamarme un taxi? —pregunté.
Aquella calculadora sonrisa apareció otra vez. —No hará falta uno.
Uh-oh. Ahora era mi turno. Por el bien de Taft, tenía que actuar bien.
Fingí darme cuenta recién, como si captara por fin la realidad. Me
enderecé y miré los alrededores, el miedo rodeando mis párpados.
—No tienes que hacer esto —dije—. Lo sabrán. Mucha gente me vio en el
funeral. Me vieron irme contigo.
—¿Qué gente? ¿Hablas de mi familia y amigos?
Pues sí. Comencé a respirar entrecortadamente, con la mirada
recorriendo el lugar, buscando una escapatoria.
—Mi auto. Mi auto está en el cementerio. Lo encontrarán.
—Se están encargando de tu auto mientras hablamos.
No. Misery no. ¡Era inocente! —Taft, dile. Dile que puedo guardar un
secreto.
Ella le alzó las cejas, consultándole.
Taft me frunció el ceño. —Te matará a la primera oportunidad que tenga.
La sonrisa de Elena se volvió triunfante. —¿Te importaría encargarte de
esto, cariño?
El alivio inundó cada célula de su cuerpo. Podría haber estado
preocupado que le pidiera al otro guardia que hiciera el trabajo. —Para nada. —
Tomó mi brazo y comenzó a arrastrarme por la puerta.
Puse toda la resistencia que pude sin en realidad herirle. Me las arreglé
para golpear el rostro de Elena. Se lo merecía.
Taft tomó un puñado de mi cabello y estrelló mi cabeza contra la jamba,
de algún modo arreglándoselas para golpear solo su mano, pero haciendo un
ruido sordo para convencer a nuestra audiencia que me dejó inconsciente.
Colapsé, volviéndome lánguida mientras continuaba sacándome del auto
e introduciéndose al desierto que nos rodeaba. Me las arreglé lo suficiente para
ayudarle a medio caminar, medio arrastrarme hacia una pendiente de rocas
donde nadie que pasara vería mi cuerpo.
—Nadie va a verme aquí —dije, fingiendo implorarle.
—Ese es el punto.
—Nunca encontrarán mi cuerpo. Me descompondré y seré
completamente asquerosa. Y mi trasero. ¿Qué le ocurrirá a mi trasero? Digo, ¿lo
has visto?
Casi sonrió, jalándome hacia sí en lo que me resbalaba y tropezaba. —Es
difícil no verlo en ese vestido.
—¿Verdad que sí? Cookie lo escogió. Apenas puedo moverme.
—Me sorprende que puedas respirar.
Tropecé otra vez, librando mi brazo e intentando escapar. Me atrapó con
facilidad y me encaminó más cerca a la barrera de rocas.
—¡Cactus! —grité.
Cambió de dirección.
—Oye, ¿de verdad eliminaste sus tres hombres cuando te secuestraron?
—Sí. —Me miró fijo como si estuviera juzgándolo—. No tuve opción,
Davidson. Sobrevivieron. Ya sabes, en caso de que te preguntaras si cambié por
completo.
—Puede que hayan sobrevivido, ¿pero volverán a caminar?
—Dos lo harán —contestó, encogiéndose de hombros—. Eventualmente.
—¿Quién habría pensado que Davey Taft era tan tremendo?
Hizo una mueca y me empujó. Fingí caerme, lo que fue difícil a no ser
que cayera de verdad. Así que lo hice, luego giré y le imploré. Agarró mi brazo
y me puso de pie con agresividad de manera bastante impresionante.
—Tu hermana te está buscando —dije, en lo que nos acercábamos más y
más—. No puede encontrarte.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¿Mi teoría? Ya no te reconoce.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que, o eres muy bueno en lo que haces, o de verdad te has
vuelto malo.
—Qué bueno. No necesita verme así.
Asentí, entendiendo. —Puedo decirle que todo es una farsa, sabes. Lo
comprenderá.
Negó con la cabeza, avergonzado. Pero ¿por qué? Hacía un trabajo
bárbaro. Lo habría creído sin duda.
Tal vez ese era el problema. Tal vez disfrutaba mucho el rol.
—Le diré que estás bien. Que volverás pronto.
—Eso servirá.
—Si todo va como lo planeé, Cookie grabó todo. Me aseguraré de que la
agente Carson tenga una copia.
—Vale, pero primero, corre.
Volví a huir, y un disparo resonó en el aire con una alarmante claridad.
Caí hacia adelante mientras él se acercaba a mí con sigilo.
—Te disparé en la pantorrilla.
—Oh, ¿aún no estoy muerta? —pregunté, sorprendida.
Se inclinó más cerca para volver agarrarme el brazo y aprovechó la
oportunidad de guardar mi teléfono en mi escote. Luego recitó un número, y
dijo—: Envíalo ahí, también.
Luché contra él al tiempo que me ponía de pie.
—¿De quién es el número?
—De la madre de Elena.
Cojeé en lo que me guiaba detrás de las rocas así nadie que pasara me
vería desde un vehículo, pero no tan lejos como para que Elena no viera el
trabajo terminado. Así, no mandaría a alguien a chequear luego.
—Vale —dije cuando nos detuvimos. Me arrodillé frente a él y rogué,
teniendo la bizarra impresión que lo disfrutaba—. Solo necesito saber. ¿Vas a
dispararme en la cabeza? Porque hoy mi cabello no está teniendo el mejor día.
Sacó un arma de la funda de hombro al interior de la chaqueta.
—Va a tener que ser cerca, cariño.
No podía creerlo. Se sentía mal por lo que iba a hacer. Fingir matarme
para salvar mi vida y probablemente la suya, también.
Aunque pensándolo bien, quizá no fingía.
Entrecerré los ojos, sospechosa.
Sonrió, apuntó y dijo—: Saluda a mi hermana.
Cuando jaló el gatillo, me di cuenta de que pudo haberlo dicho en un par
de sentidos.
El fuerte estruendo resonó contra el muro de roca. Eché la cabeza hacia
atrás y aterricé en terreno desigual. Mi cabello nunca volvería a ser el mismo.
Disparó dos veces más en la tierra junto a mi cabeza para asegurarse de
finalizar el trabajo. Esa vez me concentré en no reaccionar.
Cuando giró y se iba, susurré—: Cuídate, Taft.
Guardó el arma y siguió caminando.
18
Traducido por Umiangel
Corregido por Ann Farrow

Dicen que es lo que hay dentro lo que cuenta.


Estoy de acuerdo, pero guardaré mi cita para el cabello por si acaso.
(Camiseta)

Esperé unos diez minutos después de que se marcharan solo para


asegurarme de que todavía no me vigilaban. Fueron unos diez minutos
difíciles. La mitad de mi cara estaba en la tierra, siendo pinchada por todo tipo
de plantas nativas. La otra parte de mi cabello cubierta. Y tratar de respirar sin
parecer como si estuviera respirando era más difícil de lo que imaginé. Jugar al
muerto apestaba. Especialmente cuando las cosas comenzaron a arrastrarse
sobre mí.
Todo eso ya era bastante malo, pero cuando apareció Artemis,
emocionada de que me encontraba en el suelo lista para jugar, todo el plan se
vino abajo. Afortunadamente, solo intentó RCP una vez dando un salto en mi
cuerpo tendido. Gruñí y finalmente abandoné el juego. Principalmente porque
un coyote llegó olisqueando, tratando de decidir si podía cavar adentro o si
necesitaba esperar un poco más.
Me incorporé, sobresaltando al animal harapiento, e intenté quitarme un
poco de tierra seca. Fruncí el ceño juguetonamente a la hermosa criatura. —Hoy
no, amigo.
Corrió una corta distancia, luego se volvió para mirarme. Para calcular
cuándo su próxima comida se desmoronaría para siempre.
Después de llegar a una roca oculta, saqué el teléfono de mi escote.
Me lo puse en el oído y pregunté—: ¿Lo entendiste todo?
—Charley, maldita sea.
La tenía al límite a menudo
—¿Qué demonios? —preguntó ella, claramente aliviada de que todavía
estuviera viva—. No sabía qué hacer. Pasó una hora desde que se disparó el
arma.
—Diez minutos.
—¡Suficientemente cerca!
—Lo siento, cariño. Pero fue Taft. Sabías que estaría bien, ¿verdad?
—No. ¿Cómo podría saber que estarías bien? Disparó un arma. Cuatro
veces.
—Sí, creo que lo disfrutó. ¿Grabaste la conversación?
Dejó escapar un largo suspiro y luego se confirmó que el objetivo fue
localizado. Dios, me encantaba hablar técnico.
—Cada palabra. ¿Qué hago con esto?
Miré a mi alrededor, haciendo caso omiso del dios hosco que descansaba
sobre la protuberancia rocosa por la que casi morí, e intenté imaginar cómo iba
regresar a Albuquerque.
—Al principio, pensaba en Joplin, pero no puedo arriesgarme a que todo
caiga en manos equivocadas. Envía todo a Kit con mis disculpas.
—¿Tus disculpas? ¿Qué hiciste ahora?
—Desobedecer una orden directa.
—¿Te arrestará?
—Hay una gran probabilidad, sí. Hazle saber que necesito que Joplin se
entere de que Elena mató a su hermano. El resto lo puede mantener en secreto.
Ah, y no te sorprendas si ataca el lugar y confisca la grabación.
—Nunca.
—¿Cuánto crees que costaría un taxi de regreso a Albuquerque?
—Sería más barato simplemente comprar un coche nuevo. Algo genial.
Como un Porsche.
Ahora, esa era una idea.

***

Una hora más tarde, gracias a LoJack, Cookie encontró a Misery. En


México. Lo más probable es con las llaves en el encendido, invitando a jugar
Grand Theft Auto.
Viajé en Uber hasta Juárez, que al parecer es mucho más fácil que
viajar fuera de Juárez. Me tomó un tiempo explicarle al conductor, que me
recogió en medio de la nada con un pequeño vestido negro, botas hasta los
tobillos y mucha suciedad, porqué necesitaba esconderme en su cajuela, pero
mi pasaporte y otras parafernalias se hallaban en mi bolso en el Jeep, al que me
dirigía.
Al menos si no lo tiraron, pero como el objetivo era probar que me fui a
México y me capturaron y mataron, para no ser vista nunca más, hubiera sido
estúpido que no lo dejaran.
Le prometí una gran propina, como cuatro dígitos, si me dejaba
descansar en su cajuela. Se preocupó de que nos atraparan, pero le aseguré que
no lo harían. Si abrían la cajuela, lo cual era poco probable, simplemente
cambiaría al plano celestial. Me desvanecería.
Sin embargo, no me creyó totalmente. No la parte en la que era poco
probable que abrieran la cajuela, sino la parte donde podía cambiar al plano
celestial y convertirme en Chica invisible. Extraño cómo nadie creía esa mierda.
Mi otra opción era, por supuesto, cambiar y pasar incorpóreamente, pero
todavía no confiaba en todo el asunto de la teletransportación. Una vez tuve
una pesadilla en la que cambié e intenté irme de vacaciones a Irlanda, solo para
materializarme en el centro del sol. Probablemente porque tenía un horno de
energía nuclear durmiendo a mi lado.
En el lado positivo, obtendría un buen bronceado.
Encontramos a Misery ubicada sola en una calle polvorienta con más de
un par de ojos hambrientos mirándola. Por si acaso alguien en la nómina de
Elena aún se encontraba allí, le pagué a una niña de diez años para que me la
robara.
Me recogió a unas cuadras de distancia, y le pagué a ella y al conductor, luego
volví a cruzar la frontera, agradecida de tener un escondite debajo de Idris, mi
asiento del conductor. Un escondite que contenía mi pasaporte, cinco mil en
efectivo y una caja de Cheez-Its de tamaño de viaje.
Una vez que crucé la frontera, llamé a Cookie.
—¿Entonces? —preguntó.
—La recuperé. Fue una reunión llorosa. Le dije que nunca me hiciera eso
otra vez. Luego hice esa cosa donde la abofeteé, luego la estreché en mis brazos
y lloré. Creo que el conductor de Uber me tiene miedo.
—Charley, serás mi muerte.
—Tristemente, podrías tener razón. ¿Cómo están las cosas en casa?
¿Algún ataque más?
—No que nosotros sepamos. Robert va a llamar si escucha algo. Garret
está donde Pari, y Osh está en el hospital cuidando a Nicolette.
—Perfecto. Oh —dije, recordando mi misión—. ¿Estás lista?
—Como siempre. —No tenía idea de lo que le diría, pero pronto lo haría.
—Espéralo...
—Estoy sin aliento con anticipación.
—Pico y De Gallo.
Esperé, tan orgullosa de mi mente creativa, que era irreal.
—Está bien, me gusta, pero ¿cuál es cuál?
—Cook —le dije, decepcionada—, ¿conoces siquiera tus pechos?
—Aparentemente no tan bien como tú.
—Pico es tu izquierda y De Gallo es tu derecho. Espera, espera. —Bajé el
teléfono y probé los nombres en Peligro y Will—. Sí, eso es. Izquierda y
derecha.
Lo pensó un momento más y luego dijo—: Está bien, tenemos un
acuerdo.
—¡Sí! —La victoria era mía por fin. Alcé el puño, luego me atraganté con
el polvo que removí.
El viaje de regreso a Albuquerque fue tranquilo, salvo el rottweiler de
cuarenta kilos que jadeaba en mi oído. Ella pateó algo que se arrastraba en mi
cabello. Me tomó cada gramo de fuerza no enloquecer.
—Es una mariquita —dijo Reyes desde el asiento trasero, con sus ojos
clavados en los míos por el retrovisor.
—¿Este es tu nuevo juego? ¿Aparecer sin invitación solo para follar
conmigo?
—Estoy tratando de determinar lo que Rey'aziel encontró tan fascinante.
—Ah. De acuerdo, buena suerte con eso. A menudo me he preguntado lo
mismo.
—Allí —dijo, frunciendo el ceño—. Eso es.
—¿Qué?
—Eres... humilde.
Me burlé. —Apenas. ¿Has visto mi trasero? —Tenía un buen culo, por lo
que la pregunta era aburrida.
—¿Entonces qué es?
—Uh, ¿la realidad? Entonces, ¿eso es lo que es fascinante de mí? ¿Mi
actitud? ¿Mi humildad? Sabía que la terapia de shock que experimenté en la
universidad sería rentable.
—Detente.
—No. Tengo que encontrar a un sacerdote psicótico ya que pasaste
tiempo con él en el cristal divino, pero nunca te preocupaste por saber su
nombre, así que no puedo convocarlo. —Todavía no tenía el tiempo para
cambiarme el vestido. Tiré de las correas, prometiendo pagarle a Cookie.
—¿Te gustaría que te libere de eso?
—¿Del sacerdote?
—Del vestido.
Maldito sea. —Maldito seas.
Rio suavemente, sus ojos oscuros brillando, su boca sensual se inclinó
levemente. Era Reyes. Él era Reyes. Si fuera un dios enojado, ¿por qué estaría
allí, atreviéndome a decir que coqueteaba conmigo?
—Avísame cuando lleguemos.
—¿Qué? —Miré por el espejo retrovisor y se acomodó en el asiento, echó
la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
¿Dormía?
Negué con la cabeza, incapaz de descubrir qué hacía allí. Cuál era su
juego final.
—Para encontrarlo —dijo, su voz tan suave como la seda y los océanos
profundos—. ¿Confiarás en mí cuando lo haga?
Miré por el parabrisas a la larga carretera que tenía delante. —Tanto
como confíes en mí, supongo.
Rey'azikeen durmió. Realmente durmió. Yo no dormí en cuatro días,
pero se sentó en mi asiento trasero y durmió todo el camino a casa. Tan
hermoso que dolía mirarlo.
Pero él era un dios. ¿Por qué se encontraba soñoliento?
Tan malo como odiaba hacerlo, me detuve en el apartamento para tomar
una ducha y cambiarme de ropa. Dejé a Reyes en el asiento trasero, corrí a mi
apartamento, revisé mi armario y me metí en una ducha fría.
Necesitaba llegar a Rocket antes de que pasara más tiempo. Necesitaba
ese nombre para poder convocar al sacerdote antes de que atacara a alguien
más.
Haciendo caso omiso del movimiento que vi una vez más en mi apartamento,
podría tratar con ellos más tarde, me puse vaqueros, una sudadera y unas botas
limpias. Oscureció hace aproximadamente una hora, pero aún era lo
suficientemente temprano para dirigirse a Chuck E. Cheese.
Me encontraba a punto de avisarle a Cookie al otro lado del pasillo
cuando escuché su voz. Su voz alta. Y no solía ser tan ruidosa. Cuando entré a
nuestra sala de estar, me di cuenta de que se hallaba en mi apartamento.
—Por qué, no, agente Carson, Charley no está aquí ahora. —Se detuvo en
mi puerta y agitó una mano en su espalda, indicándome que retrocediera.
—Su Jeep está afuera.
—Correcto, no está funcionando en este momento.
—Aún está caliente.
—Se pone de esa manera. ¿Algo sobre una avería en el termostato?
Kit suspiró. —Bien. Me iré, pero le dirías que necesito verla más
temprano que tarde, te lo agradecería.
—Lo haré. Qué bueno verle de nuevo. Espero que la grabación sea todo
lo que esperaba que fuera.
—Oh, lo fue. Y mucho más.
—Maravilloso. Ahora adiós. —Cookie cerró la puerta y se hundió en ella.
Me apresuré a la puerta para echar un vistazo por la mirilla. Se fueron.
Me hundí contra la puerta con ella. —Gracias por eso, cariño. No puedo
ser arrestada ahora mismo. Encontré a Rocket. Creo.
Se enderezó. —¿Dónde está? ¿Está bien? ¿Qué hay de esa dulce niña?
—Por lo que dijo Tarta de Fresa, todos están pasándola bien en Chuck E.
Cheese.
—Estás bromeando, ¿verdad? ¿Cuál?
Parpadeé hacia ella. —¿Qué quieres decir con cuál? ¿Hay más de uno?
—Hay dos en cada lado de la ciudad.
—Maldición. No lo dijo. ¿Cuál debería probar?
Cookie pensó un momento. —Está bien, el de Wyoming está mucho más
cerca. Ve primero a ese.
—De acuerdo. ¿Crees que ya se fueron?
—Tengo la sensación de que alguien va a quedarse para ver si vuelves a
Misery.
Me desinflé.
—Podrías quedarte aquí un tiempo. Descansar un poco. Te dispararon
hoy. Creo que mereces una buena noche de sueño.
La palabra dormir me dio un profundo anhelo en la boca del estómago. Y
Rey'azikeen jugó un poco mejor, simplemente apareciendo y no cavando en mi
cerebro. Me preguntaba...
—No. No, tengo que hacer esto antes de que alguien salga herido, Cook.
Habrá mucho tiempo para dormir después.
—Bueno, lo intenté.
—Sí, lo hiciste.
—Ellos pueden estar buscando a Misery. Toma la mía. —Corrió al otro
lado del pasillo y tomó sus llaves.
—¿Dónde está Amber? —llamé.
—Trabajando en un proyecto escolar antes del receso de invierno.
Debería volver pronto. —Me entregó sus llaves y una botella de agua antes de
correr a la sala de estar y traer de vuelta el tercer libro, Stardust—. Ya sabes, en
caso de que tengas que ir de vigilancia o por si te atascas en el tráfico. Necesitas
leer este libro.
—Bien. Con suerte volveré pronto, hidratada, bien leída y con buenas
noticias.
—Que no te disparen de nuevo.
—Bien.
Tiré una bufanda sobre mi cabeza y tomé la salida trasera. Después de
casi chocar con un poste de luz, pasé alrededor del edificio hacia el viejo Taurus
de Cookie, preguntándome si Reyes todavía dormía en Misery. Su
comportamiento no tenía sentido, pero no tenía tiempo de preocuparme por
eso. Tan pronto como encontrara al sacerdote, habría tiempo de sobra para
capturar a Rey'azikeen y tratar de meterle un poco de sentido común.
Empecé a girar la llave cuando noté a dos hombres en un automóvil del
gobierno sin marcar a la salida del estacionamiento. Me agaché, luego estiré mi
cuello para ver la segunda salida y mi único escape. Otro automóvil sin
identificación con dos hombres tomando café. Cuatro hombres del FBI para mi
pequeño yo. ¿Qué demonios? Kit debe haber estado más que un poco molesta
por haber desobedecido su orden directa. Ella era muy sensible acerca de esas
cosas.
Me hundí en el asiento, frustrada. Podría ir en la dirección opuesta y
deslizarme por el callejón, pero necesitaría una distracción. Y no me atreví a
sacar a Osh de la tarea de Nicolette ni a Garrett de Pari. Necesitaban estar allí
por si el sacerdote aparecía.
Cookie era mi única esperanza.
En su defensa, podría ser una gran distracción cuando se lo proponía.
Apagué el brillo de mi teléfono para no llamar la atención sobre el hecho de que
alguien se escondía en el auto de Cook, luego marqué su número.
—¿Ya fuiste arrestada? —preguntó.
—Mujer de poca fe. Estoy de incógnita en tu auto. Tienen ambas salidas
vigiladas, pero si tuviera una distracción, podría colarme por el callejón y
evitarlos por completo. Al menos, ese es el plan.
—Eres tan mala en los planes.
—Cook.
—Está bien, está bien, dame veinte minutos.
—¿Veinte minutos? ¿Qué vas a hacer?
—Solo déjamelo a mí.
El temor subió por mi espina dorsal mientras colgaba. Oh bien. Si no
obtuviera nada más que pura diversión, valdría la pena.
Como tenía veinte minutos de sobra, más o menos, encendí la luz de mi
teléfono y saqué el tercer libro escrito por el prodigio de Yakarta, Pandu Yoso.
El libro titulado Stardust que supuestamente era sobre Beep.
Continuó donde quedó el segundo libro, con el hijo oscuro, conocido
como la Estrella Oscura, conocido como Reyes, cuidando la Primera Estrella
mientras cumplía con sus deberes en el reino de Jehovah. Renunció a su reino
para velar por el suyo, todo para que Jehovah perdonase a la Estrella Oscura del
tormento del reino sin luz que Jehovah lo engañó para que creara. El encerrado
en la Estrella de Vidrio.
El libro básicamente describía partes de su vida, llamándola la Primera
Estrella y relatando sucesos en su vida como un ser físico que la moldeó,
incluyendo una madrastra indiferente, una traición de su mejor amiga y un tío
que la amaba incondicionalmente.
Pasó por sus primeras reuniones con la Estrella Oscura, cuando todavía
le tenía miedo a cuando finalmente encontró su verdadero yo. Su manifestación
física, oscura y hermosa e indomable. Se enamoraron y chocaron, creando
Stardust. Creando a Beep.
Y cuando nació, las galaxias brillaron en sus ojos, porque era la hija de
las dos estrellas más poderosas de todos los reinos de todo el mundo, y se
hallaba destinada a hacer grandes cosas. Estaba destinada a salvar el reino de
Jehovah.
Tenía que admitir que el niño dio en el clavo. Según otras profecías,
Beep se encontraba destinada a derrotar a Lucifer, lo que explicaría su deseo de
destruirla y nuestro deseo de mantenerla a salvo.
Un golpe sonó en la ventana. Salté, luego miré a una mujer sin hogar
llamada Cookie Kowalski Davidson e intenté no reírme. Se hallaba envuelta en
harapos que estaba bastante segura de que en realidad eran harapos. Incluso
tenía un carrito de compras.
Bajé la ventana. —¿De dónde diablos sacaste ese carrito?
—Lo tomé prestado de Saratoga Sally.
—¿Conoces a Saratoga Sally? —pregunté, impresionada. La mujer no
hablaba mucho.
—Realmente no.
—¿Solo te dejó tomar prestado su carrito de compras? Eso es como su
castillo.
—En realidad, debería haber dicho que lo alquilé a Saratoga Sally. Es una
mujer de negocios astuta, déjame decirte.
—Cuánto cuesta.
—Veinte. Y tengo que devolvérselo en diez o comienza a cobrar
intereses.
—Sabía que me gustaba.
—¿Incluso después de tirar mantequilla de maní en tu cabello?
—Dijo que era un gran acondicionador. Solo cuidaba de mí.
Cookie asintió y luego me guiñó. —Prepárate.
Le di un pulgar hacia arriba y la observé mientras caminaba para hacer
sus cosas, sin estar segura de qué esperar. Si pudiera distraer a uno de los autos,
podría girar en la dirección opuesta a la del otro así el edificio estaría entre
nosotros.
Pero, ¿qué haría? ¿Golpearía su auto y exigiría que se movieran?
¿Golpearía el vidrio e insistiría en dinero para alas Búfalo? ¿Caería al suelo y
fingiría una lesión, obligándolos a dejar su coche para verla, dándome una
ventana de oportunidad para salir de allí?
Lo que decidió me dejó perpleja y en agonía. Empujó su carrito al otro
lado del automóvil, del lado opuesto a mí, y sacó su teléfono. Pulsó algunos
botones mientras los hombres del FBI miraban, luego lo colocó en la cima de la
pila en el carro, se giró hacia la farola y procedió a usarla como un poste de
stripper para actuar un striptease.
Cuando les lanzó un rápido vistazo de sujetador de Pico, me doblé tan
rápido que golpeé mi frente contra el volante. No importaba. Moría.
Me aferré al volante, pero apenas podía mirarla a través de las lágrimas.
Iba a matarme por no irme de inmediato, pero ¿cómo podría hacerlo? Nunca
me perdonaría por perderme el espectáculo.
Se quitó una bufanda hecha jirones de los hombros y la hizo girar en
círculo, luego levantó el dobladillo de la bata y dejó al descubierto un tobillo y
una pantorrilla segundos antes de envolverse en el poste y lanzar un beso a los
chicos.
Los hombres se hallaban paralizados. Como yo.
Me apresuré a encontrar la configuración de video en mi teléfono a
través del borrón de mi visión llena de lágrimas cuando sonó otro golpe en la
ventana. Me calmé y la bajé.
El tío Bob se encontraba parado al lado del auto, su expresión grave y
ligeramente horrorizada. —¿Qué mierda está haciendo mi esposa?
Antes de que pudiera explicarlo, Cookie sobresalió una cadera y le dio
una palmada con la mano. Me doblé otra vez y caí sobre la consola en
impotencia. —Tienes que grabarla —dije entre suspiros y risas.
Volví a subirla de nuevo justo cuando daba un giro sexy, aprovechando
la oportunidad para mirarme por encima del hombro. Fue entonces cuando vio
a su esposo. Se calmó y supe que, si no salía de allí, no iba a hacerlo.
Sin dar explicaciones, giré el motor del automóvil y bajé a toda
velocidad por el callejón hacia Silver, dejando a un confundido y ligeramente
perturbado tío Bob a mi paso.

***

Llevé mi trasero al Chuck E. Cheese en Wyoming, riéndome como una


loca, y recorrí cada rincón del establecimiento. Ningún difunto, salvo uno.
Desafortunadamente, no buscaba a una mujer de mediana edad en blusa tubo y
chaparreras de motociclistas. Entonces, volví al batimóvil de Cookie y me dirigí
al lado oeste.
Para mi gran alegría, la mayor parte del tráfico de la hora pico se disipó,
por lo que el viaje duró unos veinte minutos. Lancé a Peanut, la nombré en el
camino, al parque y entré corriendo. No tardé en encontrarlos. Como Fresa dijo,
Rocket se hallaba parado sobre el Whac-A-Mole. Por el momento, sin embargo,
nadie jugaba el juego. Con un profundo suspiro, se volvió y se sentó en el
borde, su postura oprimida, la pobre cosa triste y abatida.
En el momento en que me vio, sin embargo, se iluminó. —¡Señorita
Charlotte! —Corrió hacia mí, y no había nada que hacer al respecto. Me abrazó
y me levantó del suelo.
Afortunadamente, solo un par de niños me vieron flotando en el aire. Y
si le dijeran a sus padres, nunca les creerían, pobres.
Mientras me levantaba del suelo, levanté la mirada y vi a las chicas. Blue
y Fresa, bendigan sus corazones, montaban un carrusel en la esquina trasera,
riendo y pasándolo en grande. Si hubiera sabido que todo lo que tomaría sería
un carrusel para que Blue salga de su caparazón, lo habría comprado hace un
siglo.
—Señorita Charlotte —dijo Rocket, y finalmente me puso en terreno
firme—. ¿Viniste a jugar a Whac-A-Mole?
Me reí suavemente. —No, cariño. Necesito un nombre.
—Pero es realmente divertido.
—Necesito el nombre de un sacerdote. Acaba de entrar en este plano.
Frunció el ceño y bajó la cabeza. —Eso es romper las reglas, señorita
Charlotte. Sin romper las reglas.
—Rocket —le dije, poniendo mi mano sobre su brazo, en parte para
tranquilizarlo y en parte porque no podía dejar que desapareciera ante mí—. El
sacerdote vivió hace mucho tiempo y acaba de regresar a este plano de otro.
Necesito su nombre.
Intentó alejarse de mí. No lo dejé.
—Sin romper las reglas, señorita Charlotte. Lo sabes.
Me acerqué mucho a él, haciendo caso omiso de los niños con la boca
abierta que me miraban hablar con personas invisibles. —Te ordeno que
rompas las reglas, Rocket. Solo esta vez.
Miró hacia un lado, su expresión llena de preocupación. Blue estaba de
pie a su lado. Ella tomó su mano y asintió, su pequeño y oscuro cabello bob se
balanceó con el movimiento.
Le hizo señas con un pequeño dedo índice, y él se arrodilló ante ella. Me
arrodillé, también, sin querer perder esta oportunidad. Si perdía a Rocket,
podría llevar días encontrarlo nuevamente. Invocarlo solo molestaba a su
cerebro ya aturdido, y obtener información del Hombre Rocket cuando estaba
molesto nunca era fácil.
Rocket se inclinó hacia Blue y ella le susurró algo al oído. Él me miró y
dijo—: Padre Arneo de Piedrayta.
—¿Qué? ¿Ese es su nombre? —Aturdida, saqué mi teléfono y escribí el
nombre fonéticamente, sin tener ni idea de cómo deletrearlo—. ¿Cómo
hiciste…?
Blue sonrió y saltó en el carrusel con Fresa.
Rocket se puso de pie y me sonrió. —Blue dijo solo esta vez.
—Rocket, ¿Blue siempre te ayuda a hacer un seguimiento de los
nombres?
—No —dijo con una sonrisa—. No sé los nombres. Solo Blue lo hace. Me
los susurra y yo los escribo. Ese es mi trabajo. Escribo los nombres en las
paredes por ella.
Me quedé tan desconcertada, Rocket se aburrió y regresó al Whac-A-
Mole. Pero no podía dejarlo. Me acerqué a él, molestando a un niño que
finalmente jugaba el juego para deleite de Rocket.
—Te vi conseguir los nombres. Te he visto buscarlos en tu cabeza.
Se rio de nuevo. —No los busco en mi cabeza. Los busco en la de Blue.
Solo ella sabe los nombres.
¿Me estuve comunicando con el difunto equivocado todo el tiempo? La
miré. Sonrió y señaló su sien, a su mente, dejándome saber exactamente dónde
se encontraban almacenados todos los nombres.
—Pero nunca la vi decirte un nombre que pregunté —argumenté—.
Siempre fuiste tú.
La mirada en la cara de Rocket casi me dobló. Apretó los labios, sacudió
la cabeza y chasqueó como si fuera una criatura lastimosa. —Señorita Charlotte,
el hecho de que no pueda ver a alguien no significa que no estén allí.
Tenía un punto.
—Gracias, Rocket. —Rodé en las puntas del pie y besé su mejilla,
obteniendo una mirada enojada del chico con el que choqué. El chico en el que
Rocket estaba parado.
Dejé a la pandilla en su diversión. Afuera, encontré a un niño mayor, un
patinador rubio con rastas, y le ofrecí uno de veinte si entraba y usaba todo
jugando Whac-A-Mole.
—Claro —dijo encogiéndose de hombros.
Si tenía suerte, obtendría al menos diez dólares de eso. Usaría el resto en
otros juegos o pizza, pero eso también era genial.
19
Traducido por AnnyR’
Corregido por Laurita PI

Intento tomar solo un día a la vez, pero últimamente varios días me han
atacado al mismo tiempo.
(Meme)

Sin tiempo que perder, corrí a Peanut. Necesitaba un lugar lejos de otras
personas, solo en caso de que alguien en el barrio fuera sensible al reino
sobrenatural. Si alguien se lastimara por mi culpa, por haber convocado al
sacerdote, nunca me lo perdonaría.
Conduje hasta el viejo patio de ferrocarril que albergaba una serie de
depósitos abandonados. Los había usado antes. Es curioso lo útiles que podrían
ser los almacenes abandonados en mi línea de trabajo.
Si convocaba al sacerdote aquí, no habría nadie cerca. Ningún riesgo, si
fuera él. Tenía que resignarme al hecho de que muy bien podría no serlo. Casi
me quedaría sin sospechosos a menos que surgiera algo más de la dimensión
del infierno que no conociera, pero eso no significaba que realmente fuera el
sacerdote. Con suerte, todo se revelaría pronto.
Después de intentar durante veinte minutos abrir la cerradura de la
puerta (estaba muy fuera de practica) terminé rompiéndola con una palanca en
su lugar. Conduje dentro del patio y me dirigí a un almacén familiar, uno que
había usado recientemente para ayudar a salvar la vida de una mujer. Estacioné
a Peanut, rompí otro cerrojo para entrar al almacén, y luego caminé hasta el
medio del enorme edificio usando la linterna de mi teléfono.
La luz de la luna que brillaba sobre cristales rotos en el piso y en las altas
ventanas de arriba; me ayudó a tener una idea de la extensión que se abría ante
mí. La ruina y el remanente de maquinaria quedaban aquí y allá. Las personas
sin hogar habían utilizado el edificio en el pasado, pero la ciudad había
aumentado la seguridad, por lo que rara vez sucedía de nuevo.
Sin más preámbulos, abrí las notas en mi teléfono y convoqué al
sacerdote diciendo su nombre en voz alta—: Père Arneo de Piedrayta, se
prèsenter. Preséntate.
Cuando nada sucedió, cambié al reino celestial para tener una mejor idea
de lo que se estaba escondiendo allí. Los tonos sepia presentaban un vasto
desierto de fuertes vientos y violentas tormentas. El pelo me azotó la cara
cuando di vuelta en círculo, tratando de encontrar al sacerdote.
Entonces vi algo, alguien, en la distancia. Una figura vestida con una
túnica, tropezando ciegamente, tratando de protegerse la cara del viento.
Retrocedí y le pedí que avanzara.
—Père, se prèsenter immédiatement. —Preséntate, ahora.
Finalmente comenzó a materializarse frente a mí. El hecho asombroso de
que estaba convocando a un sacerdote del mil cuatrocientos no me pasó
desapercibido. Si terminaba siendo bueno y no un loco furioso asesino de gente,
absolutamente lo iba a llevar a Peanut. Se asustaría.
Las partes del plano celestial le atravesaron, el viento lo sacudió hasta
que se instaló en este plano por completo. Se acostó en el suelo en posición fetal,
echando oraciones en una versión antigua de francés, con un acento tan denso
que apenas pude entenderlo.
—Père —le dije para llamar su atención.
Una vez que se dio cuenta de que ya no se hallaba en las tormentas,
levantó la cabeza. Su bata, hecha jirones y quemada alrededor de sus pies
calzados con sandalias, yacía enredada a su alrededor. Su cabello, un corte de
tazón corto, estaba revuelto y descuidado. A juzgar por sus rasgos, no tenía más
de cuarenta años. No esperaba a alguien tan joven.
Su mirada, amplia y salvaje, se movió con terror. Casi sentí pena por él,
pero si de verdad era el cura malévolo que había bloqueado todas esas almas
inocentes dentro del cristal divino, no merecía mi simpatía.
Agarré un puñado de sus ropas para que no pudiera desaparecer, y me
arrodillé para hablarle. Cuando se percató que yo me hallaba allí y se centró en
mí, hizo una mueca e intentó retroceder. Mantuve un control firme, pero
comenzó a entrar en pánico.
—Père —le dije, tratando de calmarlo. Le dije también en su lengua
materna—: Cálmese. No lo lastimaré.
No sabía lo que veía cuando me miraba, pero se tenía miedo y sin
sentido. Sacudió la cabeza y me pateó y arañó, logrando dar algunos golpes.
Entonces me di cuenta de que realmente no me miraba a mí.
Me giré para ver a Reyes, o Rey'azikeen, apoyado en una columna con
vigas, mirando los sucesos con leve interés. Bajó la mirada para concentrarse en
su manicura, como aburrido de nuestra interacción.
—Père —le dije, tratando de atraerlo hacia mí—. Necesito saber si
enviaste a esas personas al cristal divino. ¿Fuiste tú?
—Buena suerte con eso —dijo Reyes, sin dejar de examinar sus uñas.
Pero me miró con los ojos entrecerrados, una sonrisa exquisita jugando
en su boca antes de señalar y decir en voz baja—: Cuidado. Caliente.
Me volví justo cuando el sacerdote comenzó a gritar. Me agarró,
arañando y arañando, pidiendo ayuda mientras el suelo se abría debajo de sus
pies.
Caí hacia atrás, aturdida, mientras el padre hacía lo posible por salir del
pozo y encima de mí. Entonces sentí que el calor se elevaba desde allí.
El sacerdote, medio encima de mí, comenzó a golpear mi cara y mi
pecho, rogándome que lo ayudara, suplicándome que detuviera la quema. El
fuego debajo de nosotros se hizo insoportable, pero no pude alejarlo de mí.
Estaba encima de mí clavando sus dedos en mi piel, usándome como ancla para
permanecer en este mundo cuando el infierno claramente lo quería.
Luché y pateé para sacarlo de allí en vano hasta que Artemis se levantó
del suelo a nuestro lado. Ella saltó hacia adelante y desgarró al sacerdote con un
gruñido feroz, arrancándolo de mí por fin. Retrocedí y observé cómo el hoyo
que rodeaba al sacerdote se hacía más grande y el fuego aumentaba. Sus gritos
resonaron en las paredes, y me agarré la garganta, deseando ayudar, pero no
podía.
Sin embargo, todo tenía sentido. Los arañazos y moretones en las
víctimas. Las quemaduras. En un intento de obtener a su hombre, el infierno se
había cruzado en este plano. Había quemado a personas inocentes, pero las
otras heridas fueron causadas por el sacerdote. Había tratado de anclarse en
este plano, y las únicas personas que podía ver eran aquellos que podían verlo.
Se aferró a ellos para evitar ir al infierno. Un lugar en el que claramente merecía
estar.
El sacerdote se aferró firmemente a Artemis, abrazándola con fuerza
mientras intentaba derribarlo. Tupidos tentáculos negros se retorcieron a su
alrededor. El humo se levantó en zarcillos.
Artemis gritó. Me abalancé hacia adelante y la agarré, pero algo a unos
pocos pies llamó mi atención. El sacerdote soltó a Artemis y casi fue succionado
por debajo, agitando los brazos como un nadador que se ahoga. Pero mi mirada
se precipitó hacia una figura parada a unos pocos pies de distancia. Luego otro.
Escaneé el área y encontré no menos de veinte figuras envueltas en una
gastada gasa gris. Sus manos dobladas en sus pechos. Sus rostros sin
enfrentarse en absoluto. No tenían ojos. Ni narices. Solo bocas, el resto de sus
rostros en blanco total. Huesos sobresalían de sus cabezas, rodeándolos como
una corona.
Pero sus bocas eran lo más aterrador de ellos. Sus labios, si uno pudiera
llamar las líneas rajadas alrededor de los dientes así, fueron retirados de sus
dientes en una sonrisa eterna. Sus dientes se mezclaban con su completo color
gris. Eran cuadrados y sin filos y el doble de tamaño que deberían haber sido.
De alguna manera, miraron al sacerdote, sus rostros se centraron en el
hombre que gritaba. Y este los notó. Su terror se multiplicó cuando aparecieron
a la vista.
Y entonces, tan rápido que no los vi moverse, estaban sobre él.
Reyes me agarró de los brazos y me quitó de en medio mientras
descendían sobre el sacerdote como animales salvajes. Desgarrando su carne.
Arrancando partes de él para comer.
Los gritos del sacerdote disminuyeron cuando lo que quedaba de él se
hundió en el pozo del infierno, la puerta cerrándose detrás.
Los espectros comieron con vigor, los sonidos de ellos royendo la carne y
el hueso crujiente me enfermaron.
Cuando terminaron, se pararon en un movimiento líquido, como si fuera
una coreografía. Artemis gimoteó a mi lado, luego gruñó, preparándose para
una pelea.
Se volvieron, girando en el espacio, sus pies nunca tocaron el suelo, hasta
que todos nos enfrentaron. Tragué saliva mientras sus cabezas se doblaron e
inclinaron ligeramente, enfocándose atentamente.
Mis pulmones se detuvieron. Con algunas cosas podría luchar. De estas
cosas preferiría huir, pero no podía moverme. No tenía idea de lo que eran.
Nunca había visto algo como ellos. No podían ser demonios. Mi luz no les hizo
nada. Por otra parte, si había aprendido algo, era que había tantas especies de
demonios como estrellas en el universo.
Pero estas eran entidades grisáceas fantasmales, incorpóreas, sus túnicas
flotaban como gasas en una ligera brisa.
Aún en el suelo, tenía miedo de moverme, el terror se apoderaba de mis
músculos y bloqueaba mis articulaciones.
Encarando a la horda, Reyes se sentó a horcajadas sobre mí, con los pies
a cada lado de mi cintura, el humo se elevaba sobre él mientras bajaba la cabeza
y gruñía a los espectros. Miraron a Reyes, a mí, a Artemis y debieron haber
decidido guardar la pelea por otro día. Inclinaron sus cabezas, otra vez en un
movimiento líquido, luego se disiparon y se alejaron.
El almacén se hallaba vacío salvo por nosotros. Completamente normal,
como si nada hubiera pasado. Una brisa susurraba a través de los vidrios rotos
sobre mi cabeza, haciendo que jadeara y mirara alrededor con miedo.
Reyes cambió de posición. Se giró y se sentó a horcajadas sobre mí otra
vez. Pensé que no había sido afectado por los espectros. Me equivocaba. Su
pecho luchaba por empujar el aire dentro y fuera de sus pulmones. Sus puños
apretados a los costados. Sus bíceps se amontonaron en montículos duros como
rocas.
—¿Dónde está? —preguntó por enésima vez.
Sacudí la cabeza, asombrada. —Reyes, ¿qué eran esas cosas?
Cambió su peso y puso su pie sobre mi pecho, inmovilizándome en el
suelo. —¿Dónde está? —preguntó, con voz baja y mortalmente seria.
Hablé tan calmadamente como pude—: Quítate de encima.
—¿Dónde está la ceniza? —Cerró los ojos con fuerza, como si tratara de
recordar, y luego se concentró en mí—. ¿La brasa? ¿Dónde está?
—Te lo dije, no sé de qué estás hablando.
—¡Lo haces! —gritó. Me tiró del suelo y me empujó contra una viga de
metal—. Es tuya. Debes saberlo.
—¿Qué es mío?
Cerró los ojos otra vez como si se tratara de un tormento en su cerebro, la
frustración uniendo sus dientes. —La brasa. No. —Abrió por fin sus ojos, como
si vinieran a él en pedazos, y el mundo se me vino abajo con sus siguientes
palabras. El más mínimo indicio de triunfo ensanchó su boca cuando dijo—: El
Polvo de Estrellas.
Parpadeé sorprendida, luego negué, luego me horroricé. El libro. Cuando
dos estrellas colisionan, crean polvo de estrellas. Era la forma en que el autor
escribía sobre Beep.
Estaba detrás de Beep.
Artemis gruñó a su lado. La miró, y en ese latido de corazón, me
desmaterialicé de sus brazos y en la casa de Garrett.
Había estado observando a Pari y la había traído a casa. Ella se hallaba
sentada en su sala de estar, acurrucada en su sofá, leyendo. Lo escuché en la
cocina y corrí hacia él.
—Beep —dije, de repente aterrorizada más allá de una idea clara—. Está
detrás de Beep.
Garrett, que había estado parado en su cocina revolviendo huevos, se
volvió hacia mí con alarma. —¿Qué quieres decir?
Pari también entró en la habitación, confundida.
—El Rey'azikeen. Está detrás de Beep, solo que él la llamó Polvo de
Estrellas, como en el tercer libro. Pero Reyes sabe dónde está. —Mi voz se elevó
cuando comencé a sentir pánico—. Sabe dónde están los Loehrs.
Garrett se me acercó y puso sus brazos sobre mis hombros. —No, no lo
sabe.
Luché por respirar. Luché contra los bordes oscuros de mi visión. Luché
por un pensamiento coherente.
—Charley —dijo Garrett, sacudiéndome con un ligero temblor—. Los
moví en el momento en que me dijiste lo que sucedió.
Asimilé eso y todo lo que implicaba. Él sabía. Estuvo preparado. Cuando
me di cuenta de lo que había hecho, lo abracé.
—Oh, Dios mío. Gracias, Garrett —dije en su camiseta.
Me envolvió y me abrazó fuerte.
—Gracias —dije, con lágrimas en los ojos.
En el siguiente instante, me alejó de él. O al menos eso pensé. En cambio,
Reyes lo había arrancado de mí. Tiró a Garrett contra la pared, y luego miró
hacia atrás, hacia mí.
—Tú, Rey'aziel. Él escondió la brasa lejos de mí. Siempre tan inteligente.
No confía en mí más que tú. Pero ahora sé cómo encontrarla.
Se dirigió hacia Garrett, sus pasos llenos de propósito.
—Reyes —dijo Garrett, retrocediendo. Se giró y buscó un arma, cualquier
cosa que pudiera usar contra él. Al ver un cuchillo en el mostrador de la cocina,
se lanzó hacia él, pero antes de acercarse, Reyes estaba encima de él. Lo tiró
contra una pared y lo inmovilizó en su contra, la fuerza sacudió la casa desde su
cimiento.
—¿Dónde está? —preguntó, forzando su antebrazo en la laringe de
Garrett.
Luchando por respirar, Garrett intentó apartarlo, pero Reyes era
simplemente inamovible. Cuando peleaba contra un humano, de todos modos.
Pero como me había dicho repetidas veces, yo no era humana.
Corrí hacia ellos, envolví mis brazos alrededor de Reyes por detrás y nos
trasladé al plano celestial. Reyes nos regresó, pero fue tiempo suficiente para
que Garrett saliera de su agarre.
Tan triunfante como fue ese momento, me había olvidado de la increíble
velocidad, la asombrosa agilidad que poseía mi esposo. Me empujó hacia Pari y
fue detrás de Garrett otra vez. Más rápido de lo que mi mente podía
comprender. Mi única esperanza sería ralentizar el tiempo, pero antes de que
pudiera siquiera formarme el pensamiento en mi cabeza, Reyes llegó a Garrett,
envolvió su mano alrededor de su cabeza y la retorció, rompiendo el cuello de
Garrett.
El fuerte crujido que siguió me inmovilizó. Me había caído al suelo con
Pari y miré con incredulidad atónita cuando Garrett Swopes, uno de mis
amigos más cercanos, cayó al suelo, muerto.
20
Traducido por Julie & Vane Farrow
Corregido por Mich

El Diablo me susurró al oído:


“No eres tan fuerte para soportar la tormenta.”
Hoy le susurré: “Yo soy la tormenta.”
(Meme)

Mis manos volaron a mi boca y grité de horror. Luego, sin pensarlo, me


apresuré a atrapar a Garrett antes de que su cabeza golpeara el suelo, pero
Reyes me echó hacia atrás, robando el aire de mis pulmones.
Luego se paró frente a Garrett, esperando.
Sus acciones me confundieron al principio antes de darme cuenta de lo
que hacía.
Teníamos dos agendas diferentes, Reyes y yo. Se quedó de pie como un
centinela, esperando que el alma de Garrett abandonara su cuerpo, un alma que
él podía coaccionar y amenazar, mientras yo tenía que actuar rápido para
asegurarme de que su alma permaneciera en su cuerpo, así podría curarlo sin
romper mi única regla. Sin ser lanzada desde este plano.
Hace unos meses, Reyes envió a Garrett al infierno en una misión de
reconocimiento involuntaria. Él lo haría de nuevo. O al menos amenazaría con
ello. No podía permitir que eso sucediera, porque si había un absoluto en todo
este escenario, era el hecho de que Garrett Swopes ardería en el infierno antes
de ceder la ubicación de Beep.
Pero todavía teníamos tiempo. Me lancé hacia adelante, me agaché bajo
el golpe de Reyes, y pasé mis dedos a lo largo del brazo de Garrett.
Se sobresaltó y se puso de pie solo para enfrentar la ira de Rey’azikeen
otra vez. Y de nuevo, antes de que Garrett pudiera siquiera pensar en
esquivarlo, el dios enojado le rompió el cuello.
Reduje el tiempo, curando a Garrett antes de que Rey’azikeen pudiera
igualar mi velocidad temporal. Arrastré a Garrett, que ahora estaba congelado
en el tiempo, a un lado, luego me volteé para enfrentar a mi esposo.
Emparejó mi velocidad casi al instante, y nos enfrentamos, como dicen,
preparándonos para la batalla.
—Por fin —dijo, con una sonrisa de complicidad en su rostro—, el Dios
devorador emerge. ¿Vas a devorar mi corazón como has hecho con tantos antes
que yo? ¿Te harás un festín con mi alma?
—Lo estoy considerando seriamente —respondí, mintiendo a medias.
Para mantenerlo alejado de Beep, es posible que no tenga otra opción.
Pero ahora tenía un nuevo problema. Rey’azikeen era dolorosamente
consciente de que Garrett sabía dónde encontrar a Beep. ¿Dónde podría
ubicarlo para que Rey’azikeen no lo encuentre? ¿Y cómo haría eso sin que mi
marido sediento de sangre lo supiera?
Parecía tener la extraña habilidad de leer mi mente. Él sabría dónde
escondería a Garrett. Y si involucraba a alguien más, esa persona correría el
mismo peligro.
No, no necesitaba esconder a Garrett Swopes, sino al dios Rey’azikeen.
Incluso por solo unos momentos.
Cargué hacia adelante y me moví. Se encontraba listo, pero en el
momento en que comencé a caminar hacia él, se me ocurrió otra idea. Si pudiera
retrasar el tiempo, ¿quién podría asegurar que no podía acelerarlo también?
Invertí mi presión en el tiempo, lo aceleré aproximadamente a la
velocidad de la luz y lo lancé hacia él. No tenía defensa preparada contra un
misil guiado. Desintegré sus moléculas junto con las mías, y lo llevé al único
lugar que temía. El lugar de mis pesadillas.
Lo arrastré hasta el centro del sol.
Atravesamos el vacío del espacio en segundos, chocamos con la corona y
cruzamos las capas de gases hasta que nos detuvimos en el centro de la bola de
gas en llamas. Entonces hice lo impensable. Nos cambiamos de cuerpo y alma al
plano terrenal, forzándonos a los dos a materializarnos en el centro de una bola
de fuego con temperaturas que alcanzaban los veintisiete millones de grados.
Lo sorprendí. Me miró con total sorpresa un microsegundo antes de que
me desmaterializara y dejara a Reyes en mi polvo. O, bueno, mis gases solares.
En los segundos que tardé en volver, se me ocurrió un plan para llevar a
Garrett a un lugar seguro y trabajé para encontrar una manera de recuperar a
Reyes cuando me di cuenta. Lo había hecho. Me enfrenté a mi pesadilla.
Por otra parte, tal vez no fue una pesadilla en absoluto. Tal vez fue un
mensaje, pero ¿de quién? ¿Alguien plantó esa idea, aquella en la que
accidentalmente me había materializado en el centro del sol, en mi mente
mediante mis sueños?
Cosas más extrañas habían sucedido. Quizás no para mí. Mi vida estaba
completa, perfecta e incandescentemente normal. Dios, amaba Orgullo y
Prejuicio.
Me volví a materializar en el departamento de Garrett, completamente
desnuda una vez más, con el humo flotando a la deriva desde mi cuerpo.
—¡Chuck! —Pari se adelantó y me dio unas palmaditas en el pelo, con
suerte porque me gustaba. Mi cabello no podía permitirse estar en llamas. Ya
había pasado tanto esta semana.
—¿Otra vez? —preguntó Garrett, incrédulo.
—Lo dejé en el centro del sol, pero no creo que se quede allí por mucho
tiempo.
Se quedaron sin palabras durante un minuto.
—¿Es eso una metáfora de algo? —inquirió Garrett.
Los miré, boquiabierta. —En serio, muchachos, no tenemos mucho
tiempo. Tenemos que sacarte de aquí y hacer que muevan a Beep, esta vez sin
que sepas dónde.
Corrió a buscarme una camiseta y un par de pantalones que se ataban
con un cordón. Me los puse en un tiempo récord. Todavía me colgaban, pero al
menos no se caían.
—¿Zapatos? —preguntó.
—No, estoy bien. Vámonos.
—Charles, tienes que ir donde Loehr. Tienes que trasladarlos a un lugar
que desconozco.
—Él puede leer mis pensamientos. Lo he atrapado haciéndolo más de
una vez.
Garrett se sentó en el brazo de su sofá. —Entonces hemos perdido. La
encontrará.
—No. Solo necesitamos mantenerte oculto hasta que pueda recuperar a
Reyes. Él está allí, Garrett. Mantiene a Beep en secreto. Ni siquiera permitiría
que Rey’azikeen la viera. Es como si estuviera bloqueando el recuerdo de ella.
No tengo idea de cómo, pero sigue allí. Solo necesito encontrarlo y sacarlo.
Asintió. —Les avisaré a los demás. Solo para estar seguros. Vamos a
trasladar los Loehr de nuevo esta noche. No están lejos.
Se levantó y se dirigió hacia la puerta, solo para encontrar a Rey’azikeen
bloqueándole el camino. Completamente desnudo, envuelto en fuego con humo
ondeando a su alrededor y un relámpago crepitando a lo largo de su piel,
Rey’azikeen agarró la garganta de Garrett y lo miró a los ojos.
Pero había atrapado a Garrett con la guardia baja. Y obtuvo lo que había
venido a buscar.
—Allí —dijo en voz baja, un microsegundo antes de que le volviera a
romper el cuello y desapareciera.
Corrí y atrapé a Garrett mientras se derrumbaba en el suelo, curándolo
por tercera vez, cuando me di cuenta de que lo hizo por una razón.
Rey’azikeen. Le rompió el cuello de nuevo por una razón. Para frenarme. Sabía
dónde encontrar a nuestra hija, y no quería que yo interviniera.
Garrett había estado pensando en la ubicación en el momento exacto en
que Rey’zikeen lo miró a los ojos. Él lo vio. Vio dónde Garrett la escondió. Y
quería encontrarla primero.
—Garrett —dije, con la voz entrecortada de miedo—, ¿dónde está?
¿Dónde la escondiste?
Negó con la cabeza, tratando de aclararla. —¿Me rompió el cuello otra
vez?
—Sí, y lo sabe. Vio su ubicación en tus ojos. ¿Dónde la escondiste?
Sus párpados se cerraron. —Está en Santa Fe. En la capilla de Loretto.
—¿La Iglesia? ¿Esa con la escalera? —La capilla de Loretto en Santa Fe
fue famosa sobre todo debido a una escalera que se construyó allí en mil
ochocientos setenta. Debido a varias anomalías que rodean la escalera, muchos
creen que el carpintero que la construyó fue San José, o incluso el mismo Jesús.
Asintió. —La mantienen en un cuarto trasero. Pensé, ya sabes, terreno
sagrado.
Vi la famosa iglesia en mi mente y me materialicé allí en un instante.
Llegué justo a tiempo para ver a Rey’azikeen levantar a Beep de su cuna y
acunarla en sus brazos. Llegué en el momento para ver cómo una docena de
perros del infierno se levantaban del suelo y emergían a través de las paredes,
gruñendo y rechinando los dientes. Llegué justo a tiempo para ver a un
centenar de ángeles materializarse alrededor del dios vengativo, Miguel
guiándolos, con las espadas desenvainadas y las alas extendidas.
Luego me di cuenta de que todavía me hallaba a horcajadas sobre el
plano terrenal y el celestial, porque la habitación en la que nos encontrábamos
era muy pequeña. No había cien ángeles rodeándonos, sino cien mil. Se
extendían tan lejos en el reino celestial hasta donde alcanzaba la vista.
Dios había enviado a su ejército.
Los ángeles más cercanos a Rey’azikeen se acercaron, con las espadas
listas. Los perros del infierno, los guardianes de Beep de por vida, avanzaban
lentamente, con la cabeza gacha y los dientes al descubierto. Y Rey’azikeen
estaba de pie en medio del tumulto, tan increíblemente hermoso con nuestra
hija en sus brazos musculosos.
El humo que ondeaba a su alrededor cubría sus partes más carnales, pero
solo para mí. Si entrara otro humano, tendrían una vista completa. No verían
más el humo que el avance de los perros del infierno o los ángeles vengativos.
Bajé mi mano al suelo, con la palma hacia abajo, y levanté a Artemis. Ella
se levantó gruñendo, apoyándose en sus patas, preparándose para lanzarse a la
lucha.
En el siguiente instante, el tiempo disminuyó a medida que las fuerzas
arremetían. Las espadas se elevaron desde todas las direcciones con el único
propósito de destrozar a mi marido. Tres perros del infierno habían llegado lo
suficientemente cerca para destrozarlo. Se lanzaron hacia adelante, con los
dientes a centímetros de rasgar su carne.
Todo fue como un sueño. Una pesadilla. En parte porque todavía era mi
esposo y en parte porque sostenía a nuestra hija.
Levanté mis manos y disminuí el tiempo aún más. Todo se detuvo por
completo. Todo iba demasiado rápido. El mundo giraba fuera de control. Y un
dios vengativo abrazaba a mi hija.
Artemis esperó mi orden. Mi propio general, un ser celestial al que
nombré señor Wong, se materializó a mi lado, con la espada en la mano, la
cabeza inclinada esperando mi orden también. Pero me quedé atónita. La
imagen congelada frente a mí era la más surrealista que había visto en mi vida.
Una docena de espadas se encontraban suspendidas en el aire, las puntas
afiladas a un pelo de la piel de Rey’azikeen. Sus arterias principales. Su
corazón. Una espada por encima de él apuntando hacia abajo para cortarle a
Reyes la espina en el cuello, en lo que yo estaba segura habría sido un golpe
hábil.
Pero los ángeles que lo rodeaban habían obedecido mi orden. No podría
imaginar por qué. Se quedaron suspendidos en el tiempo, esperando nuevas
instrucciones.
Lo mismo sucedió con los perros del infierno. Sus mandíbulas se
abrieron de par en par, listas para rasgar en carne y hueso. Pero sus dientes
permanecieron firmes, las puntas parecidas a agujas presionaron
impacientemente contra su piel. Un sabueso se paró sobre un armario y su
enorme mandíbula abarcaba la circunferencia del cráneo de Rey’azikeen,
babeando por la posibilidad de morder.
Avancé lentamente, mirando el paquete en sus brazos. En las mejillas
suaves y, los ojos grandes y oscuros. Igual a los de su padre
—Rey’azikeen, por favor —le dije en voz baja—. Por favor, no hagas esto.
Apartó su mirada de ella y la plantó sobre mí. —¿Y qué es lo que crees
que estoy haciendo?
—Reyes te ocultó su ubicación. Eso me dice que pretendes hacerle daño.
—¿Sí?
—Val-Eeth —dijo el señor Wong, mi asesor más confiable, a mi lado,
llamándome por mi título celestial: dios—. Podría desaparecer en cualquier
momento. Debemos llevarlo ahora o arriesgarnos a perder a Elwyn Alexandra.
Asentí, sabiendo que tenía razón. Pero no pude dar la orden que haría
que destrozaran a mi esposo. La orden que pondría en riesgo la vida de mi hija.
Así que hice otra cosa. Llamé al único Ser que esperaba que pudiera
convencerlo. Convoqué a su hermano.
Él apareció en el lado opuesto de mí; su poder era sorprendente. La
forma que eligió era tan asombrosamente similar a la de Reyes que tuve que
pensar que tal vez era su verdadera forma. Tal vez lucía increíblemente similar
a su hermano. No era tan hermoso, pero similar.
Rey’azikeen se mofó y me regañó con una mirada. —¿Me mandas al
puritano? Pensé que tenías mejor gusto que eso.
Lo ignoré y le hablé a Jehová, más que un poco molesta con Él. —
Enviaste a Tu ejército. Juraste que no lo harías.
El más mínimo indicio de sonrisa levantó una esquina de su boca. —No
envié a mi ejército, Elle-Ryn-Ahleethia. Lo hiciste tú, tal como dije que lo harías.
Fruncí el ceño con confusión.
Rey’azikeen estrechó sus ojos sobre mí, luego centró su atención en su
hermano.
—Me engañaste. Me encarcelaste. Permitiste que el traidor Lucifer usara
mi energía para crear a su hijo. —La cara de Reyes se llenó de disgusto.
Decepción.
—Quitaste una vida, Rey’azikeen. Tu temperamento no podía ser
controlado.
Bajó la cabeza y frunció el ceño por debajo de sus pestañas gruesas. —Te
equivocas. Tuve el control perfecto.
Beep soltó un chillido y le dio una patada a las restricciones de su manta,
pero su rostro, tan dolorosamente perfecto, se volvió para mirar al ser que la
sostenía. Y ella parecía fascinada. Feliz, incluso.
Jehová respiró profundo. —Esperaba que a través de estas pruebas
aprendieras que toda la vida es preciosa.
—¿Crees que no sé? —Me miró, su ira era palpable.
Entonces recordé lo que me dijo en el Jeep en el camino a El Paso.
¿Confiaría en él cuando llegara el momento? ¿Cuándo encontrara el objeto que
había estado buscando?
Entendí la fascinación de Beep. Ella no tenía miedo en lo más mínimo. De
hecho, era la única en la sala perfectamente satisfecha.
Chilló de nuevo, y comencé a relajarme, dándome cuenta de que, si él
confiaba en mí, tenía que confiar en él, al igual que nuestra hija, obviamente.
Me acerqué y hablé del engaño. —Te he amado desde la primera vez que
te vi.
Formó un ceño de sospecha. —Has amado a Reyes. A Rey'aziel incluso.
A mí no.
—Estás equivocado. —Acercándome aún más—. ¿Por qué crees que le
supliqué a Jehovah que no te enviara a esa prisión?
—¿La misma prisión a la que me enviaste?
Sonreí. —Insististe.
Apretó los dientes, sus largas pestañas atrapando la brillante humedad
entre ellos.
—Robaste el fuego de Lucifer para liberarme del infierno que creaste
para mí. Tú. No Reyes. No Rey'aziel.
Cerró los ojos e inclinó la cabeza, el alivio inundó cada célula de su
cuerpo cuando una sonrisa lenta y satisfecha ensanchó su boca.
—Sabías que lo llamaría —le dije, sorprendida—. A tu hermano.
Una esquina de su exquisita boca se elevó para transformar su sonrisa en
una sonrisa torcida.
Él quería que su hermano, aquí, fuera testigo. Había hecho todo esto para
enfrentarlo, para probarle en lo que se había convertido.
Pero su hermano no había terminado con él todavía. —¿Así es como
controlas tu temperamento? ¿Tus acciones? —le preguntó Dios—. ¿Haciendo
estragos? ¿Saqueando?
Le ofrecí a Rey'azikeen una sonrisa de complicidad, lo alenté a revelar la
verdadera razón por la que todos estábamos allí.
—No hermano. Por esto.
Tomó su mano derecha y cortó su palma en la espada de Miguel. Salió
sangre rica y oscura, y colocó su palma en la frente de Beep, luego bajó la suya y
susurró una oración de protección en un antiguo lenguaje celestial. Un conjuro.
Un hechizo.
Cuando terminó, levantó su mano. La piel de Beep absorbió la sangre en
un brillo de luz. Se desvaneció en ella, y su único reconocimiento de que su
padre acababa de lanzar un poderoso hechizo de protección sobre ella fue otro
suave chillido y un meneo adorable, como si estuviera acurrucándose contra él.
Su rostro se iluminó y él le sonrió.
—¿Qué hiciste? —le pregunté, fascinada.
—La he hecho invisible para todos los que le harían daño. Nuestros
enemigos no podrán encontrarla hasta que ella quiera ser encontrada. —Miró a
su hermano—. La protegeré con mi vida. Y con eso, probaré quién soy.
Demostraré que soy digno de...
—El perdón —dijo Jehovah, su expresión era una mezcla de sorpresa y
conocimiento—. Siempre estuvo allí, Rey'azikeen, esperando. Sabía que lo
tomarías cuando estuvieras listo.
Me miró, la sonrisa en su rostro se volvió juguetona. —Llámame Reyes.
Jehovah asintió y desapareció sin decir una palabra más.
Solo quería estar más cerca de mi esposo y mi hija, así que me abrí paso a
través de las alas de los ángeles, perros infernales y las espadas, haciendo a un
lado lo último mientras caminaba a través de las estatuas, quietas.
—Cuidado —dijo Reyes—. La espada de un ángel es muy poderosa.
Sonreí. —Al igual que mi esposo.
El humor brillaba intensamente en sus oscuros irises. —¿Quizás podrías
cancelarlos?
Con apenas un pensamiento, desaparecieron. Una fracción de segundo
antes de que desaparecieran, Miguel se volvió hacia mí y asintió, confirmando
que estábamos bien. Entonces se había ido. Todos se habían ido, excepto el Sr.
Wong.
Me volví hacia él. —Gracias.
Hizo una profunda reverencia y luego desapareció en un mar de luz
brillante. Amigo fue tan genial.
Me volví y abracé a mi esposo e hija.
—Necesitaba que confiaras en mí —dijo Reyes—. En todas mis
encarnaciones. Y la necesitaba a salvo.
Miré hacia el bulto en sus manos. A sus mejillas sonrosadas y su boca
rosada.
—Por lo que está por venir —agregó.
—¿Y qué es eso?
—Una horda de demonios.
Levanté una ceja. —¿Tuya?
Bajó la cabeza avergonzado. —Sí. Cuando creé el cristal divino y el
infierno, creé cientos de miles de guardias. Demonios espectros. Depravados.
Sanguinarios.
—¿Porque qué en un infierno sin miles de goblins? —le pregunté,
burlándome de él.
—Me sintieron despertar. Tenía que encontrarla para mantenerla a salvo,
pero una parte de mí no podía permitir que eso sucediera. No podría dejar que
la encontraran, por las dudas.
—Reyes.
Asintió. —Es una sensación extraña, no confiar en uno mismo.
—Estoy segura de que es así. De la forma en que lo veo, si podemos
pasar los últimos días tan indemnes como lo hemos hecho, podemos superar
cualquier cosa siempre que estemos juntos.
—Me disculpo por el engaño.
Miré a nuestra hermosa hija. —Podrías haberme dicho antes.
—Tenía que probarte esto. Para demostrar que puedo ser confiable.
—Tal vez tenías que demostrártelo a ti mismo aún más.
—Quizás. Lo necesitaremos cuando llegue el momento. Ese vínculo. Esa
confianza incondicional.
—¿Qué será cuándo?
Echó un vistazo a un reloj imaginario en su muñeca. —En cualquier
momento. —Me miró, con expresión grave—. Me temo que el final está cerca.
Suspiré en voz alta. —Si no es una noche, es otra.
—Entonces —dijo, jugando con un pequeño rizo oscuro en la parte
superior de la cabeza de Beep—, ¿el centro del sol?
—Cierto. Acerca de eso…
Antes de que pudiera explicar de dónde se había originado esa pequeña
perla y preguntarle si Reyes la había colocado en mis sueños, la Sra. Loehr entró
en la habitación. —¿Charley?
—Oops. Espere, señora Loehr. —Me quité la pijama que Garrett me
había dado, la camiseta lo suficientemente larga como para cubrir mis bienes
más valiosos, y me incliné a los pies de Reyes. Metió un pie en los pijamas y los
deslicé y los até en su cintura.
Miramos a nuestra hija un rato más, luego la devolvimos a la Sra. Loehr,
quien estaba confundida pero agradecida.
Cuando aparecimos en la casa de Garrett, él estaba listo para nosotros. O,
listo para Rey'azikeen. Más o menos. Levantó un arma en el momento en que
aparecimos, apuntando el cañón al corazón de Reyes. No es que habría hecho
ningún bien, pero es la idea lo que cuenta.
—Está bien, Swopes —le dije, levantando las manos en señal de
rendición—. Él es Reyes otra vez. Y Rey'aziel, y Rey'azikeen. Pero él solo va por
Reyes por ahora.
Reyes, que se hallaba en el pijama de Garrett, se aclaró la garganta y tuvo
el ánimo de parecer arrepentido.
—Reyes —le dije—, ¿hay algo que quieras decirle a Garrett?
Reyes levantó un hombro. —Perdón por haberte matado. Repetidamente.
—Garrett —le dije, dirigiendo mi atención al hombre más comprensivo
del planeta Tierra—, ¿hay algo que quieras decirle a Reyes?
Antes de que pudiera detenerlo, Garrett dejó caer la pistola en su mano
izquierda y la balanceó, su gran puño hizo contacto con la mandíbula de Reyes.
El sonido fue horrible, un sonido duro y crujiente, y no sabía qué dolía más, la
mandíbula de Reyes o el puño de Garrett.
Pero, al ser hombres varoniles, ninguno de los dos abandonó el juego.
Ninguno mostró debilidad. Estuvieron de pie durante una hora, más o menos
cincuenta y cinco minutos, mirándose nariz a nariz, antes de que Garrett
preguntara—: ¿Cerveza?
Reyes hizo un único gesto de asentimiento, luego todo estuvo bien con el
mundo. En un instante, el plano se enderezó.
Me senté en el regazo de Reyes en la mesa mientras explicábamos todo lo
que sucedió en la capilla, incluyendo cómo Reyes terminó con los pantalones de
pijama de Garrett.
Pari se sentó cautivada, y Garrett lo tomó notablemente bien, sobre todo
porque se hallaba asombrado por todo el asunto del centro del sol. Tuve que
repetir esa historia tres veces, un poco sorprendida yo misma.
Pero nuestra ceremonia tuvo que ser interrumpida cuando la cita de
Garrett, la que él olvidó cancelar, apareció con lasaña y palitos de pan. Zoe de
Hope Christian Academy. Garrett hizo las presentaciones de todos, pero
cuando llegó a Pari, la mirada que pasó entre las dos mujeres solo podía
describirse como atónita.
Con un brazo envuelto alrededor del cuello de mi esposo, lo miré a los
ojos y le dije—: Entonces, las cosas oscuras y bulliciosas de nuestro
departamento, no eras tú el que andabas dando vueltas, ¿verdad?
Sacudió la cabeza. —Los demonios espectros. Nuestro apartamento es la
zona cero. La dimensión del infierno se está expandiendo exponencialmente, y
se apoderará de este mundo si no lo detenemos. Toda esta dimensión.
—¿No pensaste en eso antes de destrozar el cristal divino dentro de
nuestra humilde morada?
Una sonrisa sexy levantó una esquina de su boca. —Lo siento.
—No vuelvas a dejarme así nunca más. —Envolví mis manos alrededor
de su garganta y fingí ahogarlo—. Promételo.
Su mirada se posó en mi boca y se demoró allí mientras decía—: Tú
primero.
Justo cuando estaba a punto de besar al hombre que había amado,
literalmente, durante milenios, mi teléfono sonó en mi bolso. Lo saqué al
tiempo que Pari insistió en ayudar a Zoe con platos y cubiertos. Pobre Garrett.
Aun así, le sirvió bien. Necesitaba aclarar las cosas con la madre de su hijo.
Revisé el teléfono. Era Cookie, y en silencio me castigué por no haberla
llamado antes
—Hola, Cook. Todos estamos vivos. Quería llamar...
—¿Ch… Charley?
El sonido de la voz de Cookie enderezó mis hombros. —Cook, ¿qué
pasa?
—Charley, algo... algo sucedió. Ella... —El teléfono se quedó en silencio
por un momento antes de que Cookie se derrumbara, sollozando por el
teléfono.
Salí disparada del regazo de Reyes. El terror vertió adrenalina en mi
sistema a mares. —Cookie, ¿qué pasó? ¿Dónde estás?
—¿Qué está pasando? —preguntó Garrett.
—La escuela —dijo Cookie, su voz se quebró—. Ella está aquí. Pensé que
estaba en su escuela en Albuquerque.
Reyes se puso de pie y escuchó a mi lado.
—¿Qué escuela? ¿Es Amber? Cookie, ¿le pasó algo a Amber?
—La… la escuela para sordos.
Con apenas un pensamiento sobre Zoe y lo que esto le haría a ella, me
desmaterialicé al instante y me re-materialicé en la Escuela para Sordos de
Nuevo México en Santa Fe. Vehículos de emergencia de todas las formas y
tamaños nadaban a mi alrededor. Las luces brillaban en la oscuridad. Niños y
adultos estaban parados alrededor de una frontera que los equipos de
emergencia habían establecido. Seguí las luces intermitentes hacia el
estacionamiento al lado del gimnasio.
Caminé hacia adelante, el mundo no se movía del todo bien. Todo era
muy duro. Demasiado acre. Las voces fueron amortiguadas como si estuvieran
todas bajo el agua, y sin embargo eran demasiado ruidosas, agredían mis
sentidos y me mareaban.
Mirando hacia un lado, vi al tío Bob sosteniendo a Cookie en sus brazos
mientras sollozaba. Ella luchó contra él un momento, tratando de liberarse, y
tuve la impresión de que había estado haciendo eso de vez en cuando por un
tiempo. Su expresión grave, él apretó su agarre, luego asintió a un TEM.
El joven técnico administró una inyección mientras Cookie gemía en el
pecho del tío Bob.
Otra multitud, más pequeña, se hallaba acurrucada alrededor de un niño
en el suelo. Un chico rubio de unos dieciséis años estaba sentado sobre sus
rodillas, doblado con los brazos alrededor de la cabeza.
Quentin.
Un par de chicas se sentaron a su lado, frotándole la espalda cuando un
policía intentó hablar con él a través de un intérprete. Pero él se hallaba más allá
de hablar. Se balanceó hacia adelante y hacia atrás desde sus rodillas hasta sus
brazos, acunando su cabeza, tan angustiado que había vomitado en la acera.
Entonces me vio. No, me sintió. Alzó la vista y observó mientras
caminaba hacia un cuerpo cubierto de lona en el suelo, su expresión llena de
remordimiento. Y angustia. Y dolor.
Normalmente, no habría podido acercarme al cadáver que yacía en el
centro del estacionamiento, pero había cambiado y me hallaba en el medio de
ambos planos. Si alguien intentaba detenerme, y ellos trataron de detenerme,
sus brazos pasaban a través de mi único cuerpo semi corporal. Se quedaron
boquiabiertos ante mí, demasiado impresionados para intentarlo de nuevo,
hasta que el siguiente oficial se adelantó y le di un golpe.
Sentí a Reyes a mi espalda mientras caminaba, no muy seguro de que
mis pies estuvieran en el suelo. Sentí sus emociones. Asombrado y afligido, al
igual que yo.
—¿Charley?
Me volví hacia Cookie. Ella me vio e intentó, una vez más, liberarse de su
marido.
La expresión del tío Bob aplastó mi corazón. Mientras que Cookie se
volvió en una de esperanza, la suya era mucho menos optimista. Bajó la mirada
en resignación.
Me arrodillé junto al cuerpo y retiré la lona para ver el precioso rostro de
Amber, su boca magullada e hinchada, sus enormes ojos azules abiertos,
mirando al cielo como si ahora supiera lo que muchos otros no entendían.
Entonces la vi por el rabillo del ojo. La entrenadora asistente que había
amenazado a los niños. Ella se paraba en un grupo de maestros hablando
suavemente en la distancia
Empecé a pararme, a caminar y romperle el cuello, pero Quentin había
pasado de alguna manera más allá de los guardias del perímetro. Se paró sobre
mí, su pecho se agitó de emoción.
Me senté de nuevo y lo miré, esperando una explicación, pero sus ojos se
hallaban fijos en la chica que amaba, su cara húmeda de lágrimas y sangre.
Después de una eternidad, habló—: Traté de detenerlo —dijo, con signos
indiferentes, apenas legibles. Él estaba en shock—. Un hombre. Un sacerdote.
Traté de detenerlo. La agarró, pareció suplicarle ayuda, pero ella no podía
entenderlo. Entonces la golpeó. Una y otra vez cuando el fuego surgió de la
tierra. Trató de detenerlo. Le di una patada y lo golpeé para apartarlo de ella,
pero él solo... —Se dejó caer de rodillas a mi lado—. Simplemente desapareció.
No. Negué con la cabeza. Lo había detenido. Lo llamé y…
—Dos horas —dijo Cookie, sollozando en mi otro lado. Parpadeé hacia
ella. El tío Bob le había enseñado su placa y la había escoltado más allá del
perímetro—. Ella había muerto dos horas antes de que llegáramos aquí.
Golpeada y quemada igual que los demás. —Se derrumbó de nuevo.
El sacerdote debe haber estado atacándola cuando lo convoqué.
—Cinco minutos antes —dije, mi voz suave con incredulidad—. Si
hubiera sido cinco minutos antes. Si no hubiera ido a los almacenes. Si lo
hubiera convocado en el momento en que aprendí su nombre.
Ni siquiera había pensado en Amber cuando compilé mi lista de posibles
víctimas. Ella había mostrado signos de clarividencia, pero nunca la había
considerado candidata. No veía a los difuntos como Quentin o incluso Pari. Ella
nunca había sido parte de ese mundo. No de esa manera.
—¿Por qué llegaron tan tarde? —le pregunté a Cookie.
—Juego de baloncesto —respondió el tío Bob por ella—. Desempates.
Mis pulmones se llenaron de cemento y apenas podía ver más allá de la
humedad en mis ojos. Pero fue la angustia de Cookie lo que me rompió. Su
agonía insoportable que tomó mi decisión.
Miguel apareció como si el arcángel vigilara todos mis pensamientos. Me
inmovilizó con una mirada ceñuda.
Me volví hacia Reyes, a mi hermoso esposo con el que había luchado
tanto durante estos últimos días, y susurré—: Encontraré un camino de regreso.
Lo prometo.
Al instante que registró dónde habían aterrizado mis pensamientos, se
lanzó hacia adelante, pero antes de que pudiera agarrarme, antes de que
pudiera detenerme, puse mis dedos sobre la pálida mejilla de Amber. Sus
párpados se agitaron, y un suave tono rosado floreció en su rostro. Llenó sus
pulmones con aire un microsegundo antes de que el mundo se alejara de mí.
Lo último que sentí antes de desaparecer completamente en el éter fue el
calor, el calor cegador, de la incomprensible furia de Reyes cuando fui arrojada
a un reino sin luz.
Sobre el autor
Darynda Jones ha ganado varios premios,
incluyendo un Golden Heart 2009 en la
Categoría Paranormal por Primera Tumba a la
Derecha y el RITA 2012 por Mejor Libro Nuevo.
Vive en Nuevo Mexico con su esposo de más de
25 años y dos hijos, los poderosos, poderosos
chicos Jones.

Visita a Darynda Jones en:

www.daryndajones.com
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www.twitter.com/Darynda

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