Traductoras
Vals <3 Umiangel Genevieve
Vane Black Andrea GDS Jadasa
Julie Ann Farrow MadHatter
AnnyR Dakya83 Miry GPE
Joselin **Nore** Valentine Rose
Correctoras
Ann Farrow AnnyR
Jessgrc96 Daliam
Laurita PI Mitch
Jadasa
Lectura Final
Julie Vane Black Miry GPE
Mary Warner Ann Farrow Jadasa
Diseño
Khaleesi
Índice
Sinopsis Capítulo 11
Capítulo 1 Capítulo 12
Capítulo 2 Capítulo 13
Capítulo 3 Capítulo 14
Capítulo 4 Capítulo 15
Capítulo 5 Capítulo 16
Capítulo 6 Capítulo 17
Capítulo 7 Capítulo 18
Capítulo 8 Capítulo 19
Capítulo 9 Capítulo 20
Capítulo 10 Sobre el Autor
Sinopsis
El Ángel de la muerte Charley Davidson está de vuelta en la duodécima
entrega de la serie paranormal más vendida de Darynda Jones en el New York
Times.
Desde que Reyes escapó de una dimensión infernal en la que Charley
accidentalmente lo atrapó, el hijo de Satanás se ha empeñado en destruir el
mundo creado por su hermano celestial. Sus tendencias volátiles han puesto a
Charley en un aprieto. Pero esa no es la única verdura en su plato. Mientras
trata de domesticar al ser salvaje que solía ser su marido, también tiene que
lidiar en su vida cotidiana con todo tipo de seres molestos, algunos corpóreos,
otros no tanto, en tanto lucha por enmendar los males de la sociedad. Solo que
esta vez no descubrirá un asesinato. Esta vez ella está cubriendo uno.
Agrega a eso su nueva ocupación de mantener una empresa iniciando de
Investigación Privada, el equipo indomable de resolución de misterios de
Amber Kowalski y Quentin Rutherford, sin problemas y lidiar con las
indagaciones del Vaticano sobre su querida hija, y Charley está a punto de tirar
la toalla y convertirse en una compradora profesional. O posiblemente un
maniquí vivo. Pero cuando alguien comienza a atacar a los humanos que son
sensibles al mundo sobrenatural, Charley sabe que es hora de soltar sus afiladas
garras. Por otra parte, su sospechoso número uno es la entidad oscura que ha
amado durante siglos. Entonces la pregunta es: ¿puede domar a la bestia
rebelde antes de que destruya todo lo que ella ha trabajado tan duro para
proteger?
Charley Davidson #12
1 Traducido por vals
Corregido por Ann Farrow
Café: una caliente y deliciosa alternativa para odiar a todos por siempre.
(Hecho real)
Pocas cosas en la vida eran más entretenidas que casas embrujadas. Las
personas viviendo en dicha casa embrujada, quizás. O la tradición tiempo-
honoraria de mirar la pintura secarse porque, tristemente, la mayoría de casas
embrujadas no estaban en realidad embrujadas. Me senté en el piso de madera
junto a la Señora Joyce Blomme, una mujer que juró su casa se hallaba habitada
por la muerte, sus palabras, y esperaba con expectación por la aparición de un
fantasma. ¡Oh dioses!
Solo bromeaba.
Mi respiración era raramente ansiosa. Siendo el único ángel de la muerte
de este lado de la eternidad, no me asustaba con facilidad, especialmente
después de recibir un caso como el que recibí de la Señora Blomme. Conseguía
un montón de esas cosas. Personas jurando que sus casas estaban embrujadas.
Implorándome que limpiara la ofendida morada del mal que habitaba en ella.
Diciéndome que yo era su única opción.
¿Qué puedo decir? Las palabras se esparcen.
La Señora Blomme era todo lo que uno podía esperar de una abuela.
Tenía su cabello lleno de canas en rulos, una bata floral, zapatillas
deshilachadas con hilos asomándose alrededor de los dedos del pie y lentes de
lectura guindando de su cuello. Tinta manchando sus dedos, probablemente
por los crucigramas y manchas de polvo blanco en su mejilla y en la punta de la
nariz. Así que, o a la Señora Blomme le gustaba cocinar o le gustaba la coca. Me
inclinaba por la primera.
En cualquier otro día, le hubiese explicado más claramente la situación a
la señora. Sí, podía ver a los muertos. Como ángel de la muerte, transportaba
almas perdidas, esas almas dejadas atrás después de su oferta inicial de un viaje
sin retorno, hacia el otro lado, cuando estaban listos. Básicamente, eso
implicaba de mi de pie ahí mientras el muerto entraba en mi luz, una luz que
podía ser vista por ellos desde cualquier parte del mundo y cruzando se
terminaba.
Así que, sí, los podía ver. También podía hablar con ellos y hacer una
luchita de manos con ellos y peinar sus cabellos. Pero ver a los muertos y
convencer a dichos muertos de ir hacia la luz eran dos habilidades muy
diferentes.
Aún así, ahí me senté, en la oscuridad porque la Señora Blomme juraba
que los muertos eran más sencillos de ver de esa manera y bastante pasada de
mi hora de dormir porque la Señora Blomme decía que generalmente aparecían
en la noche, escuchando a un fascinado montón de ángeles y demonios. Del
cielo y el infierno. ¡De dioses y monstruos!
Más que todo porque yo era la que hablaba.
La Señora Blomme, pobre cosa, se quedó sin habla por el susto. En su
defensa y para su crédito, la casa se encontraba de hecho embrujada. Pero
estaba demasiado ocupada analizando los problemas de los últimos días en mi
vida como para pensar demasiado en el asunto.
—Entonces —dije, alzando mi voz en preparación para el enorme final—,
me empujó contra la pared y desapareció en un remolino de humo y
relámpagos.
Moví mi mano en círculos para demostrar la forma de la masa de
remolino mencionada, luego me volteé hacia la Señora Blomme para ver su
reacción. Había sido un infierno de cuento.
Para mi gusto, los ojos de la Señora Blomme eran como platillos, su boca
colgaba abierta y su aliento salía en pequeñas y forzadas respiraciones.
Desafortunadamente, su estado de absoluto terror tenía poco que ver con mi
horroroso cuento y todo que ver con el chico delgado de pie en el corredor, su
boca llena de galletas saladas.
Ya nos habíamos conocido. Su nombre era Charlie, también, solo que
escrito de otra manera y le gustaba montar su triciclo y pintar las paredes con
los marcadores de su madre. Sus marcadores permanentes, si las paredes eran
alguna indicación. El agua y el jabón solo podían hacer hasta cierto punto.
—¡Ahí! —señaló la Señora Blomme.
Era adorable, todo cabello oscuro y brazos delgados.
La Señora Bromme no estaba de acuerdo. Agarró mi brazo y se acurrucó
a mi lado, mirando sobre mi hombro al niño mientras me usaba como escudo.
Claramente, si se desataba la mierda, yo sería sacrificada.
Me murmuró al oído, todo lentamente, enunciando cada palabra. —¿Lo
ves?
La luz de la luna brillaba en sus traviesos ojos mientras el cargaba un
dinosaurio de plástico en un brazo y una salsera en el otro. Ni idea. Sus manos
contenían tantas galletas como podía cargar y tenía que maniobrar su cuerpo
con mucho cuidado para introducir otro cuadrito color naranja en su boca.
Entonces me sonrió con sus labios naranjas.
Sonreí devuelta un microsegundo antes de que su madre apareciera de la
nada y lo regañara y lo llevara de regreso por el corredor, desapareciendo en la
oscuridad.
La Señora Blomme se encogió y escondió su cara. No me sorprendía. Lo
que me sorprendió fue su reacción, o la falta de reacción, a la pequeña niña
llamada Charisma sentada de piernas cruzadas enfrente de nosotras,
escuchando como contaba los horrores de la semana pasada.
Charisma pestañó, sorbió lo último de su jugo de un vaso con una pajilla
de vueltitas, entonces preguntó—: ¿Entonces, ya no es tu esposo?
Hablaba de Reyes. Reyes Alexander Farrow. Mi esposo. O, bueno,
esperaba que todavía fuera mi esposo.
—No estoy segura —admití.
Después de derrotar una cultura sedienta de sangre hace unos días,
después devorar un dios malévolo, porque aparentemente eso era lo que hacía,
había sucumbido a ahogar mis lamentos en una botella de tequila llamada Jose.
Tres personas inocentes perdieron sus vidas ese día y no había nada que
pudiese hacer al respecto. Era una gran píldora, uno que tenía dificultades para
tragar, así que había estado contemplando entrar en la dimensión del infierno
para salvar un grupo de otras personas inocentes, personas que se hallaban
atrapadas adentro. Reyes me convenció de enviarlo en mi lugar.
Solo otro día en la vida de Charley Davidson.
Esa soy yo, por cierto, Charley Davidson. Detective privada. Ángel de la
muerte. Arruinadora extraordinaria. Oh y no olvidemos mi más reciente
designación: diosa. No ese Diosa, sino una deidad sin más ni menos.
Un título que nunca imaginé me sería confiado y uno que nunca quise.
Entonces de nuevo, así era mi esposo. Una deidad. Un ser celestial con el
poder de dar vida. De crear mundos. De convencerme que su plan era mejor
cuando era todo menos eso.
En consecuencia, envié a mi único esposo a una dimensión infernal a
través de un pendiente formado de una piedra brillante llamada cristal divino.
Probablemente porque Dios, el Dios, lo hizo.
Apoyé mi cabeza en la fría pared tras de mí y pensé en ese momento. La
duda que había estado consumiendo mi cabeza. La duda a la que tuve que
haberle puesto atención. La duda que al final ignoré.
El trabajo del cristal divino era bastante sencillo considerando su
naturaleza compleja. Era, después de todo, una dimensión de vastas
proporciones colocada dentro de la piedra de un collar. Algo tan frágil que
alojaba algo tan terrible.
Para enviar a alguien a esta dimensión, simplemente se colocaba una
gota de la sangre de la persona en el cristal y decía su nombre.
El pendiente, a través de una tempestad, se abriría y arrastraría el alma
de la persona hacia dentro, encerrándola por toda la eternidad. Pero con Reyes,
la tormenta tomó cada molécula de su cuerpo y no sólo su alma. Asumí, que se
debía a su estatus supernatural, pero ahora me pregunto si había algo más. En
ese momento, sin embargo, no registré ese hecho.
Reyes tenía un trabajo. Un trabajo simple. Entraría, se apoderaría de la
tierra, luego saldría cuando llamara su nombre. Un proceso que se suponía
sería sencillo de acuerdo con un rumor de hace seiscientos años. Decía que, para
recuperar el alma del cristal divino, la persona que originalmente envió el alma
adentro necesitaba reabrir el pendiente, decir el nombre de la persona y el alma
sería libre.
El rumor era equivocado. Lo sé porque eso fue exactamente lo que hice.
Llamé. Grité. Susurré. Rogué. Y aun así nada de mi esposo.
Desesperada y desorientada, ideé un plan. Iría tras él. Haría que Cookie,
mi mejor amiga y confidente, me enviara.
Hubiese tenido que engañarla, por supuesto. Jamás estaría de acuerdo
con enviarme al infierno. Pero le dejaría una nota explicándole como sacarme.
En teoría, porque aparentemente me había topado con un error en el proceso.
Pero pensé hacerlo en grande o ir a casa.
Justo cuando estaba a punto de poner en acción mi plan, la tormenta
saliendo del pendiente cambió. Se volvió oscura. Humo giró a mí alrededor y el
calor saturó cada uno de mis poros apresurándose a través de mi piel.
Electricidad. Casi dolorosa.
Luego el pendiente se volvió demasiado caliente como para sujetarlo. Lo
solté segundos antes de que una explosión revienta tímpanos golpeara el
apartamento. Me lanzó contra una pared, causando que mi visión se oscureciera
en los bordes y mis pulmones ardieran por la falta de oxígeno. Peleé por
permanecer consciente pero no me atreví a moverme.
La tormenta cambió. Humo, pesado y oscuro y vivo, se agrupó a mi
alrededor. Miré, tratando de concentrarme, pero justo cuando pude respirar,
una docena de almas desesperadas escapó corriendo hacia mí, hacia la luz y,
por lo tanto, al cielo.
Sus historias, aparecieron en mi visión. Las de las almas. Inocentes.
Condenadas por siglos por un hombre loco.
Un sacerdote, quien, de alguna manera, se apoderó del pendiente, lo usó
por años para el mal. Mandó alma tras alma dentro del pendiente. Una viuda
que rechazó su atención. Un hombre que se negó a firmar la regalía de una
parte de su tierra a la iglesia. Un chico que vio al sacerdote en una situación
comprometedora. Y seguían y seguían. Más de una docena de vidas destruidas
por un hombre.
El sacerdote había sido encerrado también por un grupo de monjes quien
lo enviaron para pagar por sus malas acciones, pero a él no lo sentí cruzar. Por
lo que por supuesto, había ido al infierno. El infierno de esta dimensión. Tal vez
ya se había ido.
Después de que las almas cruzaron a través de mí, todas del mismo
periodo de tiempo, del siglo mil cuatrocientos, esperé. Tres seres más estaban
dentro del pendiente. Un demonio asesino llamado Kuur. Una deidad malévola
llamada Mae’eldeesahn. Y mi marido.
Nunca olvidaré lo que vi mientras esperaba. El humo había llenado el
cuarto y se agitaba como una super celda, iluminada por ocasionales
relámpagos.
Y luego Reyes salió, el humo ondulaba y caía por sus amplios hombros y
se colocaba a sus pies.
Alegría se disparó a través de mí mientras me ponía de pie y corría hacia
él. Pero me detuve poco después casi de inmediato. Algo estaba mal. El hombre
frente a mí no era mi esposo. No totalmente.
Humo y luz se arremolinaban a su alrededor. Lo envolvía como un
amante. Lo obedecía como un esclavo. Si él se movía, eso se movía. Si respiraba,
eso respiraba. Flotaba y ondulaba a su voluntad, la luz revoloteando sobre su
piel.
Él no estaba en la tormenta. Él era la tormenta.
Me paré asombrada mientras se acercaba, tomando solo cinco grandes
pasos.
Trastabillé hacia atrás, pero me recompuse antes de susurrar su nombre.
—¿Reyes?
Frunció los ojos como si no me reconociera.
Extendí la mano para tocar su cara. Fue una mala idea.
Me lanzó contra la pared y me mantuvo ahí mientras su mirada recorría
mi cuerpo. Sus manos se cerraron alrededor de mi garganta, luego mis mejillas,
sus dedos crueles.
Envolví mis manos sobre las de él y empujé, pero no se movió. Si acaso,
apretó más fuerte, así que me relajé. O lo intenté.
Cuando habló, su voz era baja y ronca y resuelta. —Elle-Ryn-Ahleethia.
Ese era mi nombre celestial. El de diosa. ¿Por qué lo usaría? ¿Ahora?
Parecía sorprendido de encontrarme ahí. Asombrado. Entonces recorrió
mi cuerpo de nuevo. Su expresión llena de una perturbadora combinación entre
lujuria y desprecio.
Desencadenó un recuerdo. Kuur, un malvado asesino supernatural que
desvanecí en la misma dimensión infernal, me dijo que cuando Reyes había
sido una deidad, había mostrado sólo despreció por los humanos. Los mismos
humanos que su dios hermano, sí ese dios hermano, amaba tanto.
Y yo era una humana. Al menos una parte de mí.
Estudié a Reyes mientras él me estudiaba, preguntándome que había
salido del pendiente. Tal vez se veía como mi esposo. Tal vez olía como mi
esposo y se sentía como él y sonaba como él, pero el ser sensitivo parado en una
piscina de flotante humo negro enfrente de mí no era el hombre con el que me
había casado.
¿Estaba conociendo al dios Rey’azikeen al menos?
Y más importante, ¿acababa de desatar el infierno en la tierra?
—¿Será tu esposo de nuevo? —preguntó Charisma, devolviéndome al
presente.
Solté el aire de mis pulmones lentamente. —Desearía saber.
Chupo del popote de nuevo, extrayendo cada gota.
Hice lo mismo, levantando mi taza de café y dejando las últimas
preciosas moléculas deslizarse hacia mi lengua.
Luego me volteé a ella. —Es muy poderoso y no sé qué le hizo esa
dimensión infernal. Cuánto de él es todavía mi esposo y cuánto es “el enojado
dios” quiero decir, él podría destruir el mundo si pusiera su mente en eso. Eso
apestaría.
Los ojos de la chica se deslizaron más allá de mí, su mente claramente
calculando todo lo que le acababa de decir. Bueno y malo. Oscuridad y luz. Era
demasiado que pensar.
—No me está permitido decir demonios.
O no.
—Es probablemente lo mejor. Quédate lo más lejos de ese lugar que
puedas. Ni siquiera pienses en ello1.
—O mierda.
Una parte de mí se preguntaba si debería estarle diciendo a una niña tan
joven acerca de las dimensiones del infierno, de los demonios y de los dioses
destruye mundos. Al menos no le dije de la pequeña niña que fue asesinada por
uno dios justo el otro día. Seguramente mi omisión de esa parte de la historia
me garantizaría una marca en la columna de “pro”.
—O imbécil.
—Creo que escuché algo —dijo Señora Blomme.
—Así que, de todos modos —continué—, eso fue hace tres días, no he
visto a mi esposo desde entonces.
—¿Solo desapareció?
—Literalmente.
Y lo había hecho. Mantuvo una poderosa mano alrededor de mi garganta
y mejilla y la otra apoyada contra la pared, y el fuego que lo consumía
perpetuamente lamía contra su piel cuando se acercó un paso. Cuando se
presionó contra mí.
Bajé mi mano hacia sus costillas, incitándolo a cerrar la distancia entre
nosotros. Rezando para que recordará.
—¿Reyes? —susurré, probando.
Entonces se acercó más. Agachó la cabeza, hundiendo su cara en mi
cabello y rozó su sensual boca contra mi oído. Cuando habló, su voz era pesada
y entrecortada.
—Reyes ha abandonado el edificio —dijo, un microsegundo antes de
alejarse y desvanecerse en un mar de humo ondulante y grietas de luz.
Desapareció. Justo así.
Estuve ahí por lo que parecieron horas hasta que el sol salió, mirando el
humo desvanecerse de mi apartamento. Por primera vez en mucho tiempo, no
tenía ni idea de que hacer. Hasta que la tuve. Hasta que me dieron un caso
nuevo.
Antes de recibir la convocatoria de la cansada Señora Blomme, había
estado cazando.
1
Juego de palabras, en inglés originalmente hell significa infierno, sin embargo también se
puede usar para maldecir.
Charisma salto levantándose. —Tengo que ir al baño.
—Está bien, diviértete —dije a su espalda mientras ella corría al baño.
Todavía preguntándome por qué la Señora Blomme no podía verla. No
por mucho. Tal vez por siete segundos. Tenía demasiadas cosas en mi plato
como para estarme preguntando cosas por demasiado tiempo, pero si apareció
al final de mi mente.
—Te lo dije —dijo la Señora Blomme. Todavía usaba mi hombro como
escudo—, mi casa está embrujada. ¿Los viste cierto? ¿La mujer y el niño?
—Lo hice. Pero, Señora Blomme…
Antes de que pudiera continuar con las malas noticias, mi celular sonó.
Lo saqué de mi bolsillo. Mi tío Bob, un detective para el Departamento de
Policías de Albuquerque, me había mandado un mensaje de texto acerca de un
caso en el que trabajábamos juntos. A veces el DPA me consultaba, más que
todo porque mi tío sabía lo que podía hacer y resolver casos era mil veces más
sencillo cuando la víctima asesinada podía decirle a la policía quien lo había
hecho. Este caso, por el contrario, era mucho más inquietante de lo que había
dejado a mi tío creer.
Dos cuerpos habían sido encontrados mutilados y quemados. Pero
mutilados de una manera muy inusual y quemados en lugares al azar. La
quemadura no los mató. Daños internos y pérdidas de sangre por las
mutilaciones lo hizo. Era como si hubiesen sido golpeados y desgarrados hasta
la muerte, pero el reporte decía que el ataque no fue hecho por un animal.
Decían que era humano.
O, tenía que preguntar al final de mi mente, quizás había sido hecho por
un dios habitando un cuerpo humano. Un enojado dios hecho de luz y fuego y
todas las cosas combustibles. Su temperamento, por ejemplo.
Una ola de ansiedad hizo que mi estómago se apretara y mis mejillas se
calentaran.
El texto decía simplemente: ¿alguna suerte?
Respondí: Aún no.
No sería la respuesta que querría, pero era la única que tenía para darle.
Había estado usando todos mis recursos en el caso y nadie, vivo o muerto, sabía
nada de los asesinatos.
Me volteé hacia la Señora Blomme. Uno de sus rulos se había soltado y
colgaba descuidadamente contra su oído. —Señora Blomme —dije, suavizando
mi voz.
Me miró por encima debajo de mi hombro.
—Siento tener que decirle esto, pero tiene razón. Su casa está embrujada.
Trago fuerte y asintió, tomando las noticias bien.
—Pero cielo, está embrujada por usted.
Estirándose un poco, me lanzó una mirada curiosa. —No entiendo.
—Murió hace treinta y ocho años.
Parpadeó y le di un momento antes de continuar. Para que absorbiera.
Para que procesará.
Después de otro par de minutos donde miró al suelo, tratando de
acordarse, dije—: Me tomó un tiempo encontrar su certificado de muerte. Su
esposo la encontró desmayada en suelo de la cocina. Un derrame cerebral.
Estaba devastado. Murió un año después, casi el mismo día.
—No. Eso no es verdad. Yo vivo aquí.
—Vivió, sí. Lo lamento.
Se recostó contra la pared, la tristeza consumiéndola.
Mi pecho se apretó. Tomé su mano en la mía.
—¿Pero la mujer y el niño que he estado viendo?
Sin verme, asintió.
—Esos son su nieta y su bisnieto. ¿Ve? —Apunté a la pared donde estaba
la foto de la Señora Blomme colgada, una fotografía descolorida de ella y su
esposo.
Se puso de pie lentamente y caminó hacia el mantel masivo lleno de
generaciones de Blomme y ahora Newells. Mantenían la casa en la familia.
Actualizándola a través de los años. Permitiendo una parte de hijos de los hijos
de los Blomme crecer ahí.
Se volteó hacia mí, sus ojos húmedos con emoción. —No tenía idea.
—Lo sé. —Me levanté y caminé hacia ella—. Pasa más seguido de lo que
piensas.
Una suave risa acompañada de una melancólica sonrisa.
—Puede cruzar a través de mí. Estoy segura que, tiene montones de
familia esperándola, incluyendo a su esposo.
—¿No se casó de nuevo cierto? Siempre me amenazaba con casarse con
Sally Danforth si yo moría primero. Sabía que detestaba a esa mujer. Robó mi
receta de escabeche y ganó un listón azul en la feria estatal con eso.
—No lo hizo —susurré escandalizada.
—No mentiría acerca de mi escabeche, Señorita Davidson. Es un asunto
serio.
Sonreí. —No, no se casó con nadie más, Señora Blomme. Murió
miserable y solo.
—Oh, bueno, bien. Lo merecía. El hombre era horrible. —Se volteó
cuando una lágrima se deslizó por sus pestañas hacia las mejillas húmedas.
—Estoy segura de que fue desdichado.
Mientras la realidad se asentaba, su estado físico se volvió un asunto. Se
sacudió su bata y palmeó sus rulos en el cabello.
—Santo cielo, no puedo ir a ningún lado luciendo así.
—¿A qué se refiere? Esta perfecta.
—No digas tonterías —dijo, sacudiéndose la bata de nuevo. Pero algo
llamó su atención y su mirada se movió hacia la puerta que guiaba al pasillo.
Me volteé para ver que Charlie había vuelto. Brazos llenos. Puños
recargados.
Inclinándome susurré en su oído—: Ese es Charlie Newell, su bisnieto.
Su mano voló a su boca mientras una nueva ola de lágrimas amenazaba
con pasar sus pestañas seguían a las primeras.
—Mi dios, es hermoso.
—Es precioso. Y tienes una bisnieta aquí también, Charisma.
La Señora Blomme encontró una silla y se sentó, sabía que la había
perdido. No había manera de que dejara a estos niños solos. Necesitaban orden
y disciplina. Pero más que todo necesitaban mimos.
—¿Puedo quedarme solo un poco más? ¿Puedo vigilarlos?
Me arrodillé junto a ella. —Por supuesto que puedes.
Le dije mis gracias a la Señora Newell, una mamá soltera con dos
curiosos niños en sus manos.
—¿Hiciste, mmh, contacto?
Fue lo suficientemente graciosa como para dejarme entrar a hacer mis
cosas, una franqueza que encontraba sorprendente, no podía evitar
preguntarme si no era un poco sensible ella también.
—Lo hice y tenías razón. Es la abuela Blomme.
Sonrió para sí misma pensativa, limpiándose las manos distraída en una
toalla.
—Solo tengo una pregunta —continué. Señalando hacia el corredor—.
¿Por qué una salsera?
Se rió y se encogió de hombros. —Algunos niños tienen mantitas; otros
tienen salseras.
Me reí con ella. —Eso necesita estar en una camiseta.
Todavía no podía dejar de preguntarme porque la Señora Blomme podía
ver a su nieta y a su bisnieto pero no a su bisnieta.
Ah, bueno. El misterio para otro día.
Después de explicarle a la Señora Newell que su abuela se iba a quedar
alrededor por un tiempo, un hecho que tomó no con poco entusiasmo, me fui.
Tenía mucho que hacer, incluido resolver un par de asesinatos y cazar una
deidad reacia. Pero primero, tenía un rastreador a quien molestar.
2 Traducido por Vane Black & Julie
Corregido por Ann Farrow
***
2
Juego de palabras intraducible. Ho: Puta. Es por eso la confusión de Charlie.
—Sí, realmente no hago lo de los mensajes. —Lo hacía, en realidad.
¿Algo sobre un libro para niños? Pero estuve ocupada en ese momento
persiguiendo al grillete en todo el mundo. El chico era rápido.
Apretó los dientes, yo le hacía eso a la gente, luego miró al suelo. —
¿Realmente trajiste pastelitos?
Quince minutos más tarde, Garrett era un hombre nuevo, recién lavado y
con olor a primavera irlandesa. No es que alguna vez haya estado en Irlanda en
la primavera. O en cualquier otra época del año, para el caso.
—Me encontré con estos por accidente —dijo, entregándome un juego de
tres libros para niños.
—¿Por fin estás aprendiendo a leer? Bien por ti, Swopes.
Fue hacia la cafetera y sirvió dos tazas. No quería decirle que ya había
tomado doce tazas ese día. Sobre todo, porque uno nunca podría tener
demasiado del elixir oscuro que consideraba más un amante que una bebida.
Pero también porque había sido un día largo.
Trajo el café y partió los bizcochos. —¿Quién hizo esto? —preguntó.
—Tal vez lo hice yo. —Examiné los libros que me había dado. Las
portadas estaban bellamente ilustradas con brillantes estrellas sobre un reino
colorido.
—En realidad no.
—Bien, Cook lo hizo. ¿Qué son estos?
—Ese es el primero —dijo, señalando el libro en mis manos.
Se titulaba “La Primera Estrella” y fue escrito e ilustrado por Pandu
Yoso.
—Esta es la traducción al inglés. Fueron publicados originalmente en
Indonesia y han sido traducidos a treinta y cinco idiomas.
—Genial. Se ven increíbles, pero ¿por qué son tan interesantes para ti?
Terminó su primer pastelito, tomó un sorbo de café y luego dijo—:
Porque se tratan de ti.
Fruncí el ceño con sospecha y lo estudié por un largo momento antes de
soltar una risa suave. —En serio, Swopes.
—Es verdad. Yo tampoco podía creerlo al principio. Hasta que los leí.
—Bien, ¿y qué? ¿Fueron escritos por algún profeta antiguo y encontrados
y publicados recientemente, convirtiéndose en una sensación internacional de la
noche a la mañana?
—Correcto en todos, salvo uno. Un profeta antiguo no los escribió. Lo
hizo uno de siete años, y él, creo que es un hombre, es sordo, ciego y vive en
Yakarta.
Puse el libro sobre la mesa y le ofrecí mi mejor imitación de una Debbie
Dudosa.
—Lee la biografía. Sus padres creen que es un profeta. Él les firma los
libros y ellos escriben las historias.
—Dice que el autor también los ilustra. Si está ciego...
—Es cierto. Todo por su cuenta.
Pasé los dedos sobre la cubierta en relieve. —Pero si nunca ha visto estas
cosas... quiero decir, ¿siempre ha estado ciego?
—Desde el nacimiento. Pero te estás perdiendo lo principal, Charles. Lee
la contraportada.
Volteé el libro y comencé a leer mientras Garret se levantaba para buscar
más café.
Leí la reseña en voz alta. —Hace mucho tiempo en una tierra lejana,
había un reino con solo siete estrellas en el cielo. De las siete, ninguna era más
querida que la Primera, porque, aunque era la más pequeña, también era más
brillante y afectuosa. Las otras estrellas se ponían celosas de ella y se enojaban
con la gente del reino por amarla más. Decidieron castigar a la gente. Causaron
terremotos e inundaciones, e hicieron que entren en erupción los volcanes. A la
Primera Estrella se le rompió el corazón, pero ¿qué puede hacer una estrella
pequeña? Cualquier cosa para salvar a su gente.
»Está bien —dije, pasando al primer capítulo—. Intrigante, pero no estoy
segura de ver el parecido.
—Léelo —ordenó. Se sentó en su silla y esperó.
Entonces, me tomé los siguientes minutos para leer el libro. Y cuanto más
leía, más me di cuenta de que Swopes podría estar drogándose con algo.
Contado desde la perspectiva de un vidente omnisciente, la esencia del
libro estaba en la reseña. Siete estrellas vigilaban un antiguo reino, pero
ninguna era más amada que la Primera. Las otras seis estaban celosas y se
burlaban de ella. Sabían que la Primera Estrella, que amaba tanto a su reino y a
su gente, haría cualquier cosa para protegerlos.
Las seis estrellas comenzaron a crear daños en el reino. Invocaron a
terremotos, tormentas y volcanes. La gente en su reino se moría, y las estrellas
se volvían cada vez más malévolas.
Entonces, un día, la Primera Estrella advirtió a las otras seis que nunca
más dañarían a su pueblo. Se rieron, la sacaron de su órbita y causaron aún más
desastres.
Cuando la Primera Estrella luchó para regresar a su órbita, cientos de
miles de su gente ya habían muerto. Una ira grande y terrible la invadió.
Amenazó con matarlas a todas, pero se rieron de ella.
—No se puede matar a una estrella —le dijeron—. Las estrellas no
pueden morir.
—Mírame —le respondió—. Te comeré. Te tragaré como el océano se
traga el mar.
No le creyeron, luego ella comió una de las estrellas.
Las cinco restantes quedaron atónitas. Se dispersaron a los confines del
universo, pero la Primera Estrella estaba furiosa por todas las vidas que
arrebataron. Cazó a otra. Hubo una gran batalla en el cielo, causando que las
mareas se incrementen y que las tierras colapsen. Al final, también la derrotó.
Al final, hizo lo que le había prometido. Se la tragó entera.
Las otras estrellas, al enterarse de esto, decidieron fusionarse para
hacerse más fuertes y poder luchar contra ella. Cuatro se convirtieron en dos,
pero temían que todavía no fueran lo suficientemente fuertes, por lo que dos se
convirtieron en una.
Esa vez, la persiguieron, y la estrella más pequeña tuvo que enfrentarse a
la ahora más gigantesca, con la fortaleza de cuatro. Pero su ira no podía
contenerse. Batallaron durante cuarenta días y cuarenta noches hasta que solo
quedó una estrella: la Primera.
Siete estrellas fuertes, la Primera Estrella se hizo conocida como la
Estrella Devoradora. Aún protege toda la vida, llevando su luz a los necesitados
y su apetito a quienes se cruzan en su camino.
Cerré el libro y me tomé un momento para asimilar todas las metáforas.
—Lo entiendo —dije—. Es similar, pero esta historia es lo bastante diferente de
la profecía original para hacerme pensar que podría ser una coincidencia.
Garrett asintió. —Cierto. La profecía original dice que las siete estrellas
originales, es decir, los dioses, se fusionaron en el transcurso de millones de
años hasta que solo hubo dos, tus padres. Luego se fusionaron para crearte a ti,
la decimotercera encarnación. El último y más fuerte dios de tu dimensión.
—Esto es casi todo lo contrario —dije, levantando el libro.
—Lo es, pero llévate los libros y lee los otros dos. Creo que los hallarás
muy interesantes.
Tomé el segundo libro. —“La Estrella Oscura”.
—¿Puedes adivinar quién entra en la historia en esa?
Lo miré, sorprendida. —¿Reyes?
Asintió.
—¿Y en el tercero? —Pero en el momento en que puse los ojos sobre él, lo
supe, y mi aliento quedó atrapado en mi pecho.
—¿Qué hacen dos estrellas cuando, um, chocan entre sí?
—Una nebulosa —dije, ahora completamente encantada—. Beep. Él
predijo a Beep.
—Predijo a Beep.
Una voz femenina se oyó desde la puerta de la habitación de Garrett. —
Ah, hola —dijo, dejando caer una media y girando en círculos para buscar sus
zapatos—. Lo siento, no me di cuenta de que tenías que levantarte temprano.
—No me levanté temprano —dijo Garrett. Se puso de pie y ayudó a la
muchacha con sus cosas—. Zoe, esta es mi socia, Charley. Charley, esta es Zoe.
Hubiera estrechado una de sus manos, pero ambas estaban llenas, así
que solo sacudí la mía a modo de saludo. —Encantada de conocerte, Zoe.
Perdón por… —Le hice un gesto a su compañero de cama— eso. Mejor suerte la
próxima vez.
Ella soltó una risa nerviosa, no muy segura de cómo tomar mi
comentario.
—Ignórala —dijo Garrett—, tiene problemas mentales.
—Oye, ¿sabes a qué llamé por el último chico que me dijo algo así? —
Cuando solo levantó una ceja evasiva, le dije—: Una ambulancia.
—Como dije, problemas mentales.
Le tiré el salero.
Lo atrapó con facilidad, luego acompañó a Zoe a su auto mientras yo leía
el segundo libro. A pesar de lo fascinantes que eran los libros, todavía tenía un
gran problema que necesitaba resolver cuanto antes.
En el momento en que regresó a la casa, lo golpeé con eso.
—Así que accidentalmente envié a Reyes a una dimensión infernal y
luego no pude sacarlo de nuevo, pero alrededor de una hora más tarde salió
con una explosión del cristal divino que tiene una diferencia de varios años si
no varios cientos de años a una hora aquí en la Tierra, pero cuando regresó ya
no era Reyes, sino más bien una deidad enojada con el poder de destruir el
mundo con un solo pensamiento.
Se hundió en la silla frente a mí otra vez y solo se quedó mirándome.
Hice un análisis rápido de mis uñas. Mordisqueé un par. Realicé una
evaluación visual de la cocina de Garrett. Contemplé asaltar sus gabinetes en
busca de Oreos. Tomé otro sorbo de café. Me pregunté si Marvel y DC podrían
vivir en armonía. Me moví en mi silla para ajustar mi sujetador. Di golpecitos al
ritmo de “Seven Nation Army” de White Stripes sobre la mesa con la punta de
mis dedos. Verifiqué mi teléfono por si tenía mensajes.
Cuando el silencio se prolongó a un nivel incómodo, aclaré—: Ese es mi
dilema. En resumen. Es por eso que estoy aquí. ¿Más café? —Me levanté y
agarré nuestras dos tazas, permitiéndole a Garrett más tiempo para asimilar.
Computar. Procesar. Algunas cosas eran más difíciles de procesar que otras.
Entendido.
Llené nuestras tazas, luego volví a la mesa.
Garrett seguía mirando fijo. Pudo haber tenido un derrame cerebral, pero
no lo creía. ¿Era la primera señal una cara caída? Él no lo parecía.
—Mierda, Charles —dijo al fin, con las palabras claras y vibrantes como
sus ojos color gris plateado.
Uf. Ningún derrame que pudiera detectar. No era experta, pero cuando
sus dos manos se cerraron en puños sobre la mesa y su mirada permaneció fija
en la mía como si estuviera planeando mi muerte, lo tomé como una buena
señal. No se notaba debilidad visible en sus extremidades. Agudeza mental
afilada y sostenible. Cualquier día sin accidentes cerebro vasculares era un buen
día a mi parecer.
—Oye —le dije antes de que llevara a cabo su plan diabólico para
castigarme—, fue su idea. No quería enviarlo a esa dimensión infernal. Iba a
entrar yo misma. A revisarla. No volver peor por el desgaste. Pero noooo. El
hombre con las pelotas tuvo que entrar porque es varonil con bolas varoniles y
un pene para guiarlo. Y ahora es salvaje, pero todavía tiene sus bolas. Eso es
todo lo importante, por Dios. Sus partes de hombre.
—¿Es salvaje?
Lo miré boquiabierta. —¿Farrow. Reyes Farrow? ¿Estás tratando de
seguirme el ritmo?
—Tu esposo. —Enfatizó cada sílaba entre los dientes apretados—. ¿Está
salvaje o continúa consciente de quién es?
Fruncí mi boca a un lado, pensando. —Bueno, si tuviera que adivinar,
diría que sí, parecía estar muy consciente de quién era. Si estamos hablando de
la deidad Rey’azikeen. De lo contrario, estamos jodidos. No hubo muchos
Reyes allí.
Cuando se sentó allí de nuevo, sumido en sus pensamientos o congelado,
chasqueé los dedos frente a su rostro.
—Tierra al Swope. Necesitamos un plan, Stan. No podemos simplemente
sentarnos aquí pensando en eso. Eres el hombre de los planes. ¿Por qué crees que
acudí a ti primero?
En realidad, busqué a Garrett porque me sentía increíblemente
preocupada por cómo reaccionaría Osh, un antiguo demonio esclavo de los
viejos terrenos de Reyes.
—¿De qué es capaz? —preguntó Garrett.
Presioné mis labios, luego dije en voz baja—: Aniquilación mundial.
Asintió y, sin embargo, no pareció particularmente sorprendido por nada
de lo que estaba diciendo. Le dije mucho.
—No pareces particularmente sorprendido por nada de lo que estoy
diciendo.
Levantó un hombro. —Pensé que era solo cuestión de tiempo. Él es un
dios, Charles. Y por lo que puedo decir, es violento.
—¿Por qué dices eso?
—Dijiste que Dios, nuestro Dios, Jehovah o Yahweh o Elohim o como
quieras llamarlo, dijiste que Él creó el cristal divino para su hermano,
Rey’azikeen. ¿Por qué más crearía Dios una dimensión infernal, una prisión,
para su único pariente vivo?
Tenía razón. —Bueno, yo también soy una diosa. Si alguien puede
atraparlo e inculcarle algún sentimiento de amor a la fuerza, soy yo, ¿verdad?
Apretó un puño otra vez y confirmó con un asentimiento. Luego su
mirada se volvió hacia la mía. —Espera, ¿acudiste a mí primero?
—Sí. Te lo dije, eres el hombre de los planes. Hablando de eso, amigo,
¿conoces todo este trabajo de investigación y desarrollo? Lo estás matando. —
Pensé que un pequeño refuerzo positivo iría bastante lejos ahora—. Lo matas.
Cuando se trata de investigación, soy más de acariciarlo y dejarlo libre que
matarlo.
—Pero esto sucedió hace tres días.
—Sí, traté de arreglar la situación por mi cuenta.
—¿Y cómo te funcionó?
—Estoy aquí, ¿verdad?
—¿Qué tenías en mente?
—Lo primero es lo primero. Debemos secuestrar y torturar a Osh.
—Me parece bien.
—¿Tienes suministros de tortura? —le pregunté con esperanza.
—Conmigo no, pero hay un Walmart de veinticuatro horas cerca.
¿Alguna razón en particular por la que tenemos que torturarlo?
—Ninguna en especial. La tortura solo se equipara muy bien con el
secuestro. Como sabes, no me gusta hacer las cosas a medias. Además, me
preocupa que a él le haga un poco feliz ayudar.
—¿Me explicas?
—Es decir, tenemos que elaborar un plan antes de invitar a un demonio
esclavo y un antiguo enemigo de mi esposo a nuestro club secreto. Me preocupa
que una vez que se dé cuenta de que Reyes ha pasado al lado oscuro, lo eche a
perder. Lo necesitamos junto a nosotros. Al completo. Orgulloso y fuerte.
—Eres un monstruo.
—Te sorprendería la frecuencia con la que escucho eso.
3 Traducido por AnnyR’
Corregido por Jessgrc96
Una vez hice una taza de café tan fuerte, que me abrió una jarra.
(Camiseta.)
***
Teníamos un plan.
Entonces eso sucedió. No importaba que nunca funcionaría en cien mil
años, teníamos un plan. Mazel Tov3. Calenté mi café mientras el resto del grupo
salvaje planeaba mi muerte. Reyes iba a matarme si ya no había decidido
hacerlo.
Me apoyé contra la pared que separaba mi oficina de la de Cookie. No
fue hace tanto tiempo cuando Reyes se me apareció en esta misma habitación,
me presionó contra esa misma pared, pasó su boca por mi cuello y sobre mi
mejilla.
Mientras pensaba en ese día, caminó hacia mí, vistiendo una camisa
blanca de botones con las mangas dobladas hasta los codos, dejando al
descubierto sus sinuosos antebrazos. Siempre amé esa camisa. Él lo sabía.
Su boca se inclinó en una esquina en una sonrisa sensual. Del tipo que
hacía que las mujeres dejaran caer sus bragas. El tipo que convirtió mis piernas
en un plato de espagueti.
—¿Qué bebes? —preguntó mientras caminaba hacia adelante. Parecía un
animal, elegante, poderoso y sensual.
—Acido de batería —bromeé, fingiendo que mi corazón no latía un poco
más rápido.
No detuvo su avance hasta que casi nos tocamos, y luego apoyó una
mano contra la pared detrás de mí cerca de mi cabeza y la otra en el lado
opuesto en mi cintura. Encerrándome. Rogándome hacer el primer movimiento.
3
Felicidades.
—Quiero mi lengua en tu boca. —Su voz causó una oleada de calor que
cubrió mi piel y se instaló en mi abdomen.
—Entonces, por todos los medios, ponla ahí.
Su mirada se posó en el objeto actualmente en discusión. —¿No
morderás?
—Solo un poco.
Mojó un dedo en mi taza, luego pasó el líquido hirviendo sobre mis
labios. Lo alcancé con la lengua, para probarlo, para atraerlo hacia él, de modo
que pudiera chuparlo, pero en el momento en que hice contacto, me desperté
bruscamente, derramando café por mi suéter y pantalones vaqueros.
—Maldita sea —dije en voz alta mientras todos se giraban para mirar.
Entonces me di cuenta de que sucedió de nuevo. Pero me encontraba
completamente despierta esta vez. ¿Qué mierda santa?
—¿Lo viste? —le pregunté a Osh, escaneando la habitación en busca de
alguna señal de mi marido—. ¿Estuvo aquí?
Las cejas de Osh se juntaron con preocupación, pero negó con la cabeza.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Me dirigí hacia el baño para limpiarme—. Además del hecho
de que estoy perdiendo la cabeza
Cuando volví a la oficina, dándome cuenta de que simplemente me tenía
que cambiar, el tío Bob hablaba por teléfono, su tono era agresivo. Casi enojado.
—¿Qué pasó? —le pregunté cuando colgó.
—Tenemos otro —dijo, mirándome fijamente.
—¿Otro cuerpo?
Asintió.
—¿Como los otros?
Asintió de nuevo, besó a su esposa, luego se dirigió a la puerta.
—Enviaré un mensaje de texto cuando sepa más, Cook —le dije mientras
Garrett y yo lo seguíamos—. ¿Nos vemos allí? —le dije a Angel.
Él asintió, luego desapareció.
Osh nos siguió por la puerta después de darle a Cook un leve gesto de
despedida. —Quiero saber qué acaba de pasar —dijo.
—Tú y yo queremos saber lo mismo.
***
Garrett, Osh y yo nos encontramos con el tío Bob en una estación de
servicio cerca de Fourth y Chávez. Una mujer pidió prestada la llave del baño y
nunca la devolvió, por lo que una empleada fue a ver cómo estaba y la encontró
muerta.
Cubrí mi boca y nariz mientras caminábamos, el olor me golpeó unas dos
cuadras atrás. Ubie, que al parecer era inmune a tales horrores, dijo que lo
imaginaba. No lo creo. No había nada, absolutamente nada, peor que el olor de
un cadáver. Especialmente uno que fue chamuscado.
Eché un vistazo rápido a la víctima y a la escena del crimen, luego me
escabullí antes de vomitar. La mujer murió exactamente de la misma manera
que los dos anteriores.
Su cuerpo se encontraba cubierto de arañazos superficiales y cortes
profundos. Los moretones le cubrían la cara y el torso. La mitad de su vestido
fue arrancado, pero al igual que los demás, el ataque no fue de naturaleza
sexual. Al menos no abiertamente. El atacante pudo haberse salido con la suya,
pero no hubo contacto sexual durante el ataque.
La parte extraña, sin embargo, eran las quemaduras. Al igual que las dos
primeras, esta mujer, Patricia Yeager, tenía marcas de quemaduras al azar en su
piel y ropa. Muchas en sus pies y a lo largo de su parte trasera. ¿Cómo se
encontraba acostada de espaldas y no parecía haber sido volteada?, ¿cómo
llegaron las marcas de quemaduras? Si el atacante se hallaba ocupado, bueno,
atacando, ¿cuándo tuvo tiempo de quemar a su víctima?
—Oh, se pone mejor —dijo el tío Bob. Nos condujo a una pequeña oficina
en la parte trasera de la tienda. Tenían una cámara de seguridad en ángulo
sobre las bombas, y casualmente grabó las puertas del baño.
Se desplazó hasta que vimos a la señora Yeager entrar. Vimos el video
mientras él avanzó rápidamente la grabación hasta el punto en que la empleada
abrió la puerta con una llave maestra. La mujer podía verse alejándose del baño,
sus manos cubriendo su boca con horror. Me encontraba cerca de ella.
—Pero aquí viene lo bueno —dijo Ubie—. Nadie más entró. Nadie más
se fue.
—Y cuando miramos el resto del video —dijo un oficial Robb—, tampoco
entró ni salió nadie después del ataque.
—Entonces —dijo Ubie, mirándome—, ¿cómo entró el asesino, mató a la
señora Yeager, después irse completamente sin ser detectado por los
transeúntes y cámaras de seguridad?
Ubie despidió al joven oficial y cerró la puerta. —Esto tiene que ser algo
sobrenatural, ¿verdad?
Osh y Garrett asintieron. Seguí mirando la pantalla. Aprendí que podía
ver entidades sobrenaturales incluso en grabaciones digitales, pero nunca
apareció nada.
—¿Captaste algo, Osh? —le pregunté al único otro ser sobrenatural que
se encontraba allí mientras Angel buscaba pistas en el área.
Osh negó con la cabeza. —Nada.
—Esto no puede ser un demonio. No con el sol afuera, ¿verdad?
—Bueno, el sol no entraba en ese baño. Uno pudo haber encontrado el
camino hacia adentro, supongo.
Garrett abrió una aplicación en su teléfono y leyó de ella. —La primera
víctima, Indigo Russell, murió en la tarde hace dos días.
—Cierto —dije—. Antes de que el Capitán Eckert te diera el caso, tío Bob.
Una sonrisa profunda se dibujó en su rostro. —Sí, tengo todos los
extraños gracias a ti.
—Lo siento por eso.
—No te preocupes. Pero tienes razón, Garrett, el primero fue asesinado
mientras regaba árboles en su patio trasero. Fue a última hora de la tarde, pero
el sol ya se había ocultado.
Me giré hacia Osh. —¿Puede un demonio deslizarse de alguna manera a
lo largo de las sombras de, digamos, una cerca o una casa y matar desde allí?
Se encogió de hombros. —Incluso si pudieran, ¿por qué lo harían?
Quiero decir, los demonios en realidad no matan gente. Ellos los poseen. Para
ser totalmente honesto, no estoy seguro de que puedan matar a alguien en este
plano. Usan a otros humanos para hacer su trabajo sucio.
—Tú puedes —dije, levantando una ceja.
—Sí, bueno, soy especial. Y parte humano, así que...
—Esto plantea la pregunta —comenzó Garrett, pero lo detuve antes de
que llegara más lejos.
—No, no es así.
—Charles…
—No, yo solo… no. Reyes no está haciendo esto. —Pero incluso mientras
decía las palabras, la duda surgió dentro de mí.
—Es solo algo que debemos tener en cuenta.
Incliné la cabeza, mortificada por lo que sucedía. Tenía que contarles
todo. Que todo esto podría ser mi culpa.
El tío Bob puso una mano sobre mi hombro. —¿Qué pasa, calabacita?
Después de un largo y reflexivo momento, dije—: Reyes salió de esa
dimensión infernal, así como todas esas almas inocentes. Pero sé de al menos
otros tres seres que quedaron atrapados dentro.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—Porque los puse allí. Bueno, dos de ellos, al menos. Uno de ellos era
una especie de asesino sobrenatural llamado Kuur, y uno era un dios malévolo
llamado Mae'eldeesahn.
Osh asintió. —Mierda, me olvidé de eso. ¿No sentiste a ninguno salir?
—No. Solo sentí a las víctimas del sacerdote. Y según la leyenda, el
sacerdote también se encontraba allí. Sin embargo, él no cruzó a través de mí.
Estoy bastante segura de que fue directo hacia abajo. Pero simplemente no sé
qué pasó con los otros dos, y son seres sobrenaturales más que suficientemente
poderosos como para hacer algo como esto.
No me hallaba tan enamorada de negarme a considerar la posibilidad de
que Reyes estuviera detrás de las muertes. Necesitábamos considerar todos los
ángulos. Lastimaba demasiado mi corazón para considerarlo por mucho
tiempo.
—¿Has encontrado algún tipo de conexión con las víctimas? —le
pregunté al tío Bob.
—Ninguna en absoluto. Contamos con un contador, un artista de
grabación y la señora Yeager, una empleada de la corte de distrito. Sin
conexiones familiares. Nada en sus antecedentes que sugiera siquiera que se
conocieran.
—Entonces, los asesinatos son completamente aleatorios, lo que me
asusta, o hay una conexión que no estamos viendo
—Exacto. —El tío Bob tomó una copia de la grabación y la dejó caer en
una bolsa de pruebas.
Si los asesinatos fueran completamente al azar, no habría forma de
rastrear el próximo movimiento del asesino. Si había una conexión, teníamos
que encontrarla. Teníamos que adelantarnos a esto.
En ese momento, los gritos de una mujer se podían escuchar afuera. Nos
miramos, luego salimos disparados de la pequeña oficina y a través de un par
de puertas dobles de vidrio para encontrar a una mujer angustiada tratando de
abrirse paso entre los oficiales.
El tío Bob y yo nos apresuramos cuando un oficial trató de someter a una
joven morena, su expresión llena de terror y sus emociones se ahogaban en
angustia.
—Necesita salir del área, señora —dijo el desventurado oficial.
—¡No! ¡Ese es el auto de mi esposa! ¡Dijeron que la mujer que era
propietaria de ese coche fue asesinada en el baño!
Tuve que retroceder cuando otro oficial se unió a su colega para tratar de
someter a la pobre mujer. Su agonía era tan fuerte que envolvió mi pecho con
un dolor enorme, exprimiendo el aire de mis pulmones. Puse mis manos sobre
mis rodillas y luché para mantenerlas firmes mientras una oleada de mareo me
envolvía.
El policía finalmente luchó contra la mujer con la ayuda del tío Bob, a
pesar de que un camarógrafo que grababa todo el altercado los hizo tropezar.
—Aléjese —dijo el oficial, su voz como una navaja de afeitar, pero no
hizo nada para detener a la intrépida reportera y su incondicional camarógrafo.
—Sigue grabando —dijo, su mirada brillaba con el aperitivo que tendría
para las noticias de la noche.
Y la pobre mujer cuya esposa yacía muerta en el piso de un baño de una
tienda de conveniencia luchó ciegamente, rogando a los oficiales que la dejaran
pasar.
Tan despreocupadamente como pude, me acerqué a ellos, le puse una
mano en su hombro y dejé que una suave energía fluyera de mí hacia ella. Se
calmó casi al instante, colapsando contra sus captores, pero su rostro aún se
hallaba enrojecido y sus grandes ojos todavía salvajes.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunté cuando los oficiales la obligaron a
sentarse en la parte trasera de una ambulancia.
El paramédico revisó su pulso, su presión sanguínea y le puso una
máscara de oxígeno sobre su cara.
—Maya —dijo, tratando de recuperar el aliento.
El tío Bob envió a un oficial en busca de una botella de agua y se puso a
mi lado.
Ella bajó la máscara. —¿Es ella? —preguntó, su voz suplicante—. ¿Es
Patricia?
—Creemos que sí —le dijo, y ella se quebró, sollozando y sacudiendo la
cabeza.
—No. Eso no es posible. La vi no hace mucho.
Otra mujer vino corriendo y abrazó a Maya. Se parecían demasiado para
no ser hermanas. Lloraron juntas mientras Ubie cuestionó un par más de
testigos potenciales. Pero necesitaba saber por qué esta mujer fue atacada. Si era
humano y aleatorio, eso era una cosa. Pero lo sobrenatural y lo aleatorio era una
situación completamente diferente.
Después de un tiempo, Maya se calmó lo suficiente como para poder
hablar con ella. Todavía lloraba, y una gran parte de ella todavía se encontraba
en negación, quería ver el cuerpo para asegurarse, pero al menos era más
coherente.
—¿Maya? —pregunté, acercándome un poco más—. ¿Puedo hacerte un
par de preguntas?
Sorbió por la nariz cuando su hermana le tendió vaso de agua.
Maya tenía el cabello castaño corto y un tatuaje de Bob Esponja en su
brazo. También usaba cadenas de cuero alrededor de su muñeca con diferentes
amuletos. Uno tenía el nombre de su esposa grabado en él.
—¿Patricia parecía ansiosa últimamente? ¿Preocupada? ¿Tal vez alguien
la acosaba o llamaba y colgaba?
Maya negó con la cabeza. —No. —Miró el agua en sus manos—. Todos
amaban a Patty. Ella era solo esa clase de chica, ¿sabes?
La hermana asintió con la cabeza antes de apretar a Maya en un medio
abrazo.
—¿Por qué alguien haría esto? —continuó Maya—. Pasó por muchas
cosas, pero se recuperó y continúo. Era tan especial. Tan... única. Es como matar
a una sirena o un unicornio. ¿Por qué alguien haría eso?
Me pareció interesante que usara criaturas míticas para describir a su
esposa.
—Ella era tan especial —repitió, su aliento al respirar—. No tienes idea.
Después de eso, Maya se derrumbó nuevamente y se desplomó en los
brazos de su hermana. Ambas sollozaron, y cuando el forense terminó con la
escena y sacó el cuerpo en una bolsa para cadáveres, fue necesario otro equipo
de oficiales para mantenerla a raya. Ella podría verla, solo hasta después de la
autopsia.
6 Traducido por Andrea GDS
Corregido por Jessgrc96
Te diré lo qué está mal con la sociedad. Ya nadie bebe de los cráneos de
sus enemigos.
(Camiseta)
***
Llamé a Cook en mi camino de regreso a la oficina. —Oye, Cook.
Necesito que veas si habrá alguna camioneta móvil de recolección de sangre
esta noche.
—¿Te refieres a ese tipo de cosa de la Cruz Roja?
—Exactamente. Necesito golpear uno.
—¿Como en robar? ¿Vas a robar una unidad móvil de recolección de
sangre?
—Afirmativo.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Porque supongo que robar un móvil será más fácil que robar un
negocio establecido de recolección de sangre. Un edificio tendría una mejor
seguridad.
—Estoy segura de que tienen una seguridad maravillosa. Pero quise
decir, ¿qué te ha poseído para robar sangre?
—Es para un proyecto.
—¿Qué tipo de proyecto?
—Uno… sangriento.
—Charley.
—Mira, solo confía en mí. Necesito sangre de muchas personas
diferentes.
—¿Alguna vez pensaste que la sangre que planeas robar tenía un
propósito? ¿Qué pasa si alguien muere porque los hospitales se quedan sin su
tipo de sangre?
—No acabas de lanzar eso sobre mí.
—Maldición, seguro que sí. ¿Dónde estás?
—En Misery, literal y figurativamente, detrás de Calamity's.
La cabeza de Cookie apareció en una ventana encima de mí. —¿Por qué
estás ahí sentada?
—Porque todavía no quiero salir.
—¿Por qué no quieres salir todavía?
—Porque espero a que el arcángel enojado mirando por la ventana del
conductor ¡se largue! —grité las últimas dos palabras, esperando que Miguel
pudiera entender el mensaje. Era un mensajero, después de todo.
¡Ay!, no lo hizo. Se mantuvo firme, imponiéndose sobre mí como una
estatua siniestra, la combinación de cabello oscuro, ojos plateados y enormes
alas quita-aliento.
—¿Hay un ángel de pie junto a tu auto?
Otro rostro brillaba en la ventana, uno redondo con un velo y un hábito,
en el sentido no farmacológico.
—Tienes un visitante.
—Ya veo eso. —Saludé con entusiasmo a mi hogareña Hermana Mary
Elizabeth. Vivía en un convento local. El mismo convento en el que entró
Quentin cuando no tenía a nadie y no tenía a dónde ir. Él era especial, y la
madre superior sintió eso. Les estaría eternamente agradecida—. Subiré tan
pronto como me deshaga del querubín.
Colgué, luego bajé la ventanilla. —Ya contribuí.
—Rey'azikeen ha sido despertado.
Una corriente eléctrica se precipitó sobre mi piel. No importaba cuántas
veces vi uno, estar tan cerca de un ángel, especialmente un arcángel, era una
experiencia surrealista.
—Sí. Lo sé. Yo lo desperté. Accidentalmente. Pero trabajo en eso. Tengo
un plan. ¿Te irás ahora?
—Por tercera vez, un dios volátil está suelto en este plano.
—¿Y eso es mi culpa?
Subí mi ventana y abrí la puerta, animándolo a apartarse. Se apartó para
que pudiera salir.
—Mira, lo entiendo —dije, dando un portazo—. Pero este dios
simplemente es el hermano menor de tu jefe. ¿No hay algún tipo de concesión?
¿Algún tipo de dispensación especial para miembros de la familia?
—Sí. Tres días.
—Puedo trabajar con eso. Tres días. Podemos obtener los suministros
que necesitamos, nos volveremos a encontrar en…
—Los tres días ya pasaron.
Parpadeé sorprendida, luego lo miré lentamente. —¿Estás jugando
conmigo? —Me pregunté acerca de este ángel en particular más de una vez.
¿Los seres supremos tienen sentido del humor? Siempre lo dudé, pero, ¿quién
sabe?
—No.
—¿Sabes qué? Tienes tus reglas, tus leyes y tus decretos, y he sido muy
buena en seguirlos.
—Seguirla.
—¿Qué?
—Has sido buena en seguirla. Te dimos una sola regla: una vida puede
restaurarse solo si el alma no ha sido liberada. Solo si no ha salido del barco y
entrado en el reino de nuestro Padre.
—Amigo, conozco la regla —dije, tratando de no dejar que el
resentimiento que sentía se filtrara en mi voz. Podría haber traído a tres
personas el otro día. En cambio, tuve que seguir la regla. Mi regla. Creada,
estaba segura, para mí y solo para mí.
Dos mujeres salieron del restaurante y pasaron junto a nosotros. Sus
expresiones me hicieron recordar que las personas promedio no podían ver a
Miguel a menos que él quisiera.
—Ven aquí —le dije, llevándolo a una alcoba en la que yo solo encajaba.
Sus alas eran muy altas, incluso dobladas como estaban—. De acuerdo, sí,
expresamente me diste una sola regla, pero asumí que tenía que seguir las otras
diez también. ¿Estoy en lo cierto?
Inclinó la cabeza, apenas, en reconocimiento.
—Y las sigo sin preguntar. —Cuando arqueó una ceja escéptica,
agregué—: La mayoría de las veces. Mi punto es que he sido un muy buen
ángel de la muerte. Hice mi trabajo sin queja y… espera. —Mis cejas se
juntaron—. ¿Entonces los tres días comenzaron en el momento en que
Rey'azikeen fue despertado en este plano?
Inclinación.
—En otras palabras, están llegando a su fin.
Inclinación.
—Bien, alto, oscuro y silencioso, ¿qué pasa exactamente cuando llega el
final? ¿Lo echarán de este plano como así como a mi si rompo mi única regla?
Inclinó la cabeza hacia un lado como si me estudiara. —No.
—¿Entonces qué? —Realmente tenía un punto con la línea de preguntas
que elegí. Recopilaba información. ¿Qué opciones, cuando se trataba de Reyes,
estaban allí? ¿Miguel lo atraparía? ¿Si es así, cómo?—. ¿Qué vas a hacer cuando
la cuenta atrás, gracias por el aviso, por cierto, llegue a su fin?
Se detuvo un momento, contemplando cuánto decirme. Al menos esa era
la única razón por la que podía pensar para hacer esperar su respuesta. Cuando
finalmente habló, fue con una tristeza que aún tenía que recibir de él. Pero sus
palabras, tan tiernas como fueron, desviaron el aliento de mis pulmones.
—Enviaremos un ejército. Lo mataremos si podemos.
El mundo se ralentizó a nuestro alrededor, y no sabía cuál de nosotros lo
hacía. Todo se aquietó. Los autos que circulaban por la calle lateral se
desaceleraron y luego se detuvieron por completo. Un par de chicos de la
universidad salieron a correr trotando en el aire. Un pájaro que aterrizaba en un
contenedor de basura colgaba suspendido en vuelo, un hermoso testimonio de
su habilidad. Y el sonido dejó de existir.
—Miguel —comencé, pero mi voz falló. Tuve que tragar y luego volver a
intentarlo—. Miguel, había dos dioses malvados en este plano, y no hiciste nada
al respecto. Nunca interviniste. ¿Por qué ahora? ¿Por qué con Reyes?
—No amenazaron la existencia misma de cada ser sensible en este
planeta.
—Eran malévolos —argumenté—. Por supuesto que lo hicieron.
—Eran aficionados. Niños de escuela. Matones jugando bromas.
—Mataron gente —dije, asombrada de que incluso tuviéramos esta
conversación—. Mataron a personas que amaba. Personas que Reyes amaba.
—Y tú los detuviste. A ambos. Lo cual prueba mi punto.
Me burlé sin aliento y le di la espalda, colocando una mano sobre la fría
pared de ladrillo para estabilizar mis piernas temblorosas. —¿Y Reyes? ¿Qué es
él? ¿Un dios malévolo como los demás?
—Rey'azikeen es un general. Entrenado en combate. Capaz de matar
tanto física como mentalmente, es un maestro soldado y manipulador. Ha
demostrado de lo que es capaz incontables veces. Debe terminar, Elle-Ryn-
Ahleethia.
Un ejército. De ángeles. Cortándolo. Apuñalándolo. Poniendo a mi
esposo de rodillas. Robando su último aliento.
—¿Ese es tu jefe hablando?
—Es la voluntad de mi padre, sí.
Incliné la cabeza contra un ladrillo. O Reyes aprendía a comportarse y
jugar bien con los otros niños en el patio de recreo o su hermano enviaría un
ejército para derribarlo. Y pensé que mi familia era disfuncional.
Recordando que no iba a rogar, me giré para enfrentarlo. —Dame más
tiempo, Miguel. Puedo… puedo traer a Reyes de regreso.
—Rey'azikeen es salvaje.
—Puedo frenarlo. —Miré al ser celestial que se elevaba sobre mí—.
Puedo domarlo. —Seguramente, algún lugar dentro de él, una parte de Reyes
seguía siendo… Reyes. Seguramente podría domesticar a la bestia—. Dame tres
días más.
Inclinó la cabeza y cerró los ojos como si se comunicara directamente con
el cielo, y luego los abrió igual de rápido. —Tienes uno.
Y se fue.
Se desvaneció ante mis ojos. Tráfico restaurado. Los corredores
continuaron su viaje. El pájaro aterrizó con un elegante golpe. Y el sonido se
precipitó sobre mí desde todos lados.
Un día. Saqué mi teléfono y verifiqué la hora. Veinticuatro horas para
atrapar a mi marido y ponerle un poco de sentido común.
8 Traducido por Ann Farrow
Corregido por Jadasa
¿Por qué es tan difícil encontrar una bicicleta estática con una
pequeña canasta donde pueda poner mi vodka y nachos?
(Meme)
***
El niño desapareció por la calle antes de que pudiera hablar con él. No
estaba listo para gente como yo. Lo entendía. Algunos días me sentía de la
misma manera.
Llamé a Cookie en el camino de regreso a la oficina.
Respondió, diciendo—: Investigaciones Davidson.
—Cook, llamé a tu teléfono fijo. El de tu departamento.
—Ups. Lo siento jefa. ¿Cómo te fue con Rocket?
—Blue vino a mí.
Soltó un suave jadeo. —¿Blue? ¿La Blue? La misma chica dulce con la que
has estado tratando de contactar...
—Diez —ofrecí.
—¿Por diez años?
—La mismísima. Cookie, destruyó el manicomio.
—¿Qué? ¿Reyes?
—Lo aplanó.
—Oh, Dios mío, Charley. Lo siento mucho. Sé lo que ese lugar significa
para ti.
—Y para Blue y Rocket. No me gusta ser una Nancy negativa, pero este
día ha apestado.
—Necesitas tacos. —Ella me conocía muy bien.
—Sí. Pero eso tendrá que esperar. Estamos haciendo esto, Cook.
Trataremos de atraparlo en el momento en que se ponga el sol.
—¿Por qué cuando se ponga el sol? ¿Sus poderes disminuyen?
—Tristemente no. Imagino que menos personas nos verán si esperamos
hasta que oscurezca.
—Oh, sí, esa es una buena razón.
—Solo quería... ya sabes... si algo sucediera…
—No te atrevas. —Se detuvo cuando su voz se quebró—. Ni siquiera lo
pienses. Además, vamos a estar allí, Robert y yo.
—Esta vez no, Cook.
—¿Qué? Estuvimos de acuerdo esta mañana. Somos parte del plan.
—Fuiste parte de eso. No creo que Reyes esté allí más. Deberías haber
visto a Blue y Rocket. Los dejó aterrorizados. No sé de lo que es capaz ahora, y
no puedo arriesgarte a ti y al tío Bob. No esta vez.
—Charlotte Jean Davidson —dijo, deslizándose en su voz maternal.
—Te quiero mucho.
—Charley, maldición.
—Sigo diciéndole a la gente, Maldición no es mi apellido. Ni siquiera es
mi segundo nombre.
—No, tu segundo nombre es: Cookie va a patear mi trasero la próxima
vez que me vea.
—Eso es todo, estoy cambiando legalmente mi segundo nombre.
Antes de que pudiera seguir, porque eso iba a ser difícil de explicar en la
oficina del registrador, colgué. De ninguna manera arriesgaría la vida de mi
mejor amiga. Ya la había sometido a mucho, y ella se quedó conmigo, sin hacer
preguntas. Hubo algunas ofensas, insultos y un poco de tirones de cabello, pero
no hizo preguntas. Y el cabello de Cookie volvió a crecer mejor que nunca.
Rey'azikeen destruyó un precioso monumento. El solo pensamiento me
dejó lívida. Era hora de buscarlo. Para terminar con esto. Para averiguar si
Reyes se hallaba allí en alguna parte a pesar de lo que Rocket dijo o no. De
cualquier manera, necesitaba saberlo.
Entré en un estacionamiento vacío a las afueras de la ciudad. La tierra era
parte de la reserva Sandia, y el edificio solía ser un casino, pero el Pueblo
Sandia construyó otro, más grande y brillante, un par de años antes. Entonces,
afortunadamente para nosotros, este yacía abandonado.
Garrett ya se encontraba allí. Me bajé de Misery y comencé a caminar
hacia él justo cuando Osh entraba al estacionamiento en un Hellcat negro y
plano. Mis rodillas se debilitaron al verlo.
Justo como lo planeamos, Osh dejó las luces de su auto encendidas para
iluminar el campo de juego. Sonrió y se bajó con su atuendo habitual, menos el
sombrero de copa.
—¿Crees que vendrá? —preguntó Garrett. Tomó el rifle de su compuerta
trasera abierta y lo cargó.
Me encogí de hombros, mis nervios me mareaban. —¿Qué piensas? —le
pregunté a Osh en tanto se acercaba.
Inspeccionaba el horizonte a medida que el sol se ocultaba. —Tengo la
sensación de que ya está aquí. Creo que te sigue prácticamente a todos lados.
—No lo he sentido.
—Podría equivocarme. Solo tengo una corazonada, y si ese
presentimiento resulta correcto, puede saber sobre nuestros planes para
atraparlo.
Garrett terminó de cargar el rifle. Asintió. —Listo como siempre lo estaré.
Después de tragar con fuerza, asentí y tomamos nuestras posiciones.
Caminamos hasta el medio del enorme campo, y nos paramos en un
triángulo a unos seis metros el uno del otro.
Osh pareció sentir mi angustia. Si hubiera visto lo que salió de ese cristal,
se habría sentido más angustiado. Por otra parte, hablábamos de Osh. Osh'ekiel
el Daeva. El demonio esclavo del infierno, y al parecer los esclavos no fueron
tratados mejor en el infierno que en la Tierra.
—Puedo atraparlo —prometió—. Al menos el tiempo suficiente para que
Swopes tenga una oportunidad. —Miró a Garrett—. Simplemente no me
golpees.
—Mantenlo tan quieto como puedas.
Cuando nos quedamos en silencio, incliné mi cabeza y susurré el nombre
de mi marido. Por lo general, podía convocar a un difunto o Reyes o incluso a
un ángel con solo pensar un nombre, pero Rey'azikeen demostró ser un poco
más complicado en todos los sentidos de la palabra. No sabía qué esperar. No
sabía a quién esperar.
—Reyes —dije en voz baja, buscando con mi mente.
Nada. Como era lógico. Porque no podría ser tan fácil.
Entonces recordé haber pasado por este mismo escenario hacía tres días
cuando intenté sacar a Reyes del cristal divino. No funcionó entonces. No tengo
idea de por qué pensé que funcionaría ahora. Ilusión, supongo.
Lo intenté de nuevo. —Rey'azikeen. —Nada. Los flashbacks de esa noche
comenzaron a reproducirse en mi cabeza. —Rey'aziel —dije, el nombre que
usaba en el infierno.
Pero aún nada.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Garrett.
—No lo sé. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo.
—Está bien, amor —dijo Osh—. Si él no quiere ser convocado, no lo será.
—Intentaré de nuevo. Yo... no sé... lo forzaré.
Con los dientes apretados, me concentré en el hombre hermoso con el
que me casé, el padre de mi hija, el guardián de mi corazón, y dije su nombre de
nuevo. El nombre con el que probablemente respondía ahora. —Rey'azikeen.
Sentí un pulso en el centro de mi abdomen. Mis párpados se abrieron. El
viento se levantó y azotó mi cabello alrededor de mi cabeza.
Osh me ofreció una sonrisa alentadora.
—Rey'azikeen —dije de nuevo, solo que esta vez más fuerte, y fui
recompensada con una calidez, un calor que me recorrió como si no fuera más
que aire. Él estaba cerca. Todos lo sabíamos. Pero lograr que apareciera,
materializarse, podría ser difícil.
Y luego me di cuenta de algo. Miré a mis dos compañeros. —Nos está
tomando el pelo.
Osh estuvo de acuerdo. —Está jodiendo con nosotros.
La frustración me cortó. Miré hacia el cielo y grité—: ¡Este es el peor día
de mi vida! —No es que sirviera para nada, pero por alguna razón me sentí
mejor.
—Temía que esto sucediera —dijo Osh. Luego sonrió, sus dientes blancos
brillando sobre su hermoso rostro. Hizo un gesto a Garrett con un
asentimiento—. Te toca.
Garrett se colgó el rifle por encima del hombro y comenzó a caminar
hacia mí.
Retrocedí un paso, sintiendo sospecha. —¿Qué? ¿Qué planearon ustedes
dos?
La forma de caminar de Garrett era segura, decidida. No se detuvo hasta
que estuvimos apenas a centímetros, luego me abrazó y dijo—: Esto. —Un
microsegundo antes de que pusiera su boca sobre la mía.
La conmoción me inmovilizó por lo que pareció una hora. La boca de
Garrett era caliente contra la mía. Suave. Tentadora.
Entendiendo su idea, me ablandé contra él. Incliné la cabeza para un
mejor acceso. Abrí mi boca.
A Garrett le sorprendió, si la suave inhalación de aliento entre nuestras
bocas era una indicación, pero lo superó rápidamente. Deslizó su lengua más
allá de mis labios y exploró para su satisfacción, besó sin prisa. Lánguido.
Sensual.
Por otra parte, para que su plan funcionara, tenía que hacerlo bien.
El viento azotaba a nuestro alrededor, empujando e intentando
separarnos. Envolví un brazo alrededor de su cuello y mantuve uno plantado
en su caja torácica. Mayormente en caso de que esto en verdad funcionara y él
necesitara acercarse a su arma rápidamente.
—¡Ahí! —gritó Osh por encima del rugido del viento que ahora era
huracán.
Lo que sucedió después pareció funcionar en cámara lenta. Osh saltó
hacia delante, luchando por atacar a Reyes, pero sus movimientos eran lentos
como si nadara en melaza. Lo mismo con Garrett. Me empujó hacia atrás antes
de agarrar el arma y tirarla sobre su hombro, pero lo que normalmente habría
sido movimientos rápidos como un rayo se desaceleró a una secuencia de
eventos oníricos.
Me volví justo a tiempo para ver a Reyes, o Rey'azikeen como
probablemente era el caso, aparecer en la distancia. Caminó hacia mí. Los
vientos no afectaron la oscuridad que lo rodeaba. El humo cayó en cascada de
sus hombros y bajó por su cuerpo para juntarse a sus pies. Se movía a cada
paso, pequeños rayos de electricidad crepitaban y se enroscaban sobre él. Y
debajo de todo, su fuego. Siempre ese fuego. Ese recordatorio de su educación
en el infierno.
Me di cuenta de que Reyes desaceleró el tiempo. Osh podría corregir eso
en unos momentos, pero Garrett, siendo humano, no pudo.
Aun así, Reyes no lo detuvo por completo. Podría haberlo hecho, pero no
lo hizo.
Vi mientras caminaba cada vez más cerca. Osh se lanzó hacia él, y
Garrett apuntó con el rifle a su cintura. Apretó el gatillo y Reyes esquivó
fácilmente tanto a Osh como al dardo que intentaba tranquilizarlo.
Se detuvo en seco frente a mí a medida que los otros se recuperaban y se
preparaban para el próximo ataque. Sin preocuparse, Reyes se acercó, agarró un
puñado de mi cabello, y tiró de mí bruscamente contra él.
—¿Te atreves a convocarme? —preguntó, la ira chispeando en sus
oscuros iris.
Levanté el mentón, igual de enojada. —Destruiste el edificio de Rocket.
Tuve que aprovechar su cercanía, así me preparé para el segundo paso.
Reyes no se tranquilizó, pero eso solo habría sido una medida de precaución. Lo
necesitaba cerca. Físicamente cerca. Muy cerca.
Levanté una mano hacia su pecho y comencé a decir las palabras que lo
unirían a este mundo, pero antes de poder decir una sola consonante, se
desmaterializó.
Me tambaleé hacia adelante y luego giré alrededor, buscándolo. Todavía
podía sentir su calor abrasador sobre mi piel como si, al igual que Ícaro, hubiera
viajado demasiado cerca del sol. Pero no podía verlo.
—¡Reyes! —grité cuando el tiempo se recuperó, el viento aún más fuerte.
Osh y Garrett recuperaron la orientación y unieron sus fuerzas frente a
mí, esperando que Reyes nos atacara de nuevo. Pero este ser no era Reyes. Este
era Rey'azikeen.
Sentí el calor nuclear en mi espalda una fracción de segundo antes de
que un brazo se deslizara por mi garganta desde atrás. Otra se deslizó a través
de mi cintura, y luego su boca se hallaba en mi oído. Su voz, suave como el
caramelo, acarició cada parte de mí cuando dijo—: Aguanta la respiración.
Inhalé aire en mis pulmones justo cuando el mundo se derrumbaba.
10 Traducido por Dakya83
Corregido por Jessgrc96
Dios es amor,
pero Satán hace eso que te gusta con la lengua.
(Calcomanía)
Reyes cambió al plano celestial y me llevó con él. El viento, como el ácido
en este reino, me picaba en la piel, pero sus brazos alrededor de mí eran mucho
más inquietantes. —¿Qué versión del hombre que amo me sostiene?
Apretó su agarre y aunque no creía necesitar aire en este plano,
necesitaba respirar en este reino, me retorcí contra él mientras el pánico echaba
raíces. —Suéltame, Reyes.
Su boca ser acerco a mí oído de nuevo, en tanto decía: —Esto es lo que
sucede cuando convocas a un dios.
A pesar de la ira en su voz, de la brutalidad de la que sabía que era
capaz, una parte de mí disfrutaba del abrazo. No podía evitarlo. Llevaba
amando a este hombre mucho tiempo, siglos sino eones. Me incliné hacia él.
Me empujó, pero mantuvo un firme agarre sobre mi brazo izquierdo,
presumiblemente para no desmaterializarme y escapar. Pero no tenía intención
de irme.
Lo hice, sin embargo, intentando liberar mi brazo. Su agarre se apretó en
respuesta. Me negué a reaccionar. Para no darle la satisfacción.
En cambio, levanté mi mentón y le desafié a hacer lo peor.
La sonrisa que se deslizó a través de su dolorosamente hermoso rostro
provocó una punzada de simpatía y anhelo en mi pecho.
Prácticamente frunció el ceño en respuesta, claramente disgustado
conmigo. —Todavía estás enamorada de él —dijo, su mirada se clavó en la
mía—. Crees que en algún lugar dentro de mí esta tú Reyes. Tú Rey'aziel —me
acercó más—. Pero lo que no entiendes es que siempre me encontraba al acecho.
— Me sujetó el otro brazo con la mano que tenía libre—. No soy Reyes. —Me
acercó lo suficiente como para ver las centelleantes manchas de verde y oro en
sus ojos color café—. No soy Rey'aziel. —Caminó hacia adelante, empujándome
hasta que me apoyó contra una pared de algún tipo. Una roca, sus bordes
filosos cortaron mi piel—. Soy Rey'azikeen. —Aumentó la presión que tenía
sobre mis brazos—. Un dios, incluso más fuerte ahora, gracias a ti.
Su oscura mirada brilló por debajo de sus pestañas, fría e implacable. Al
menos eso es lo que me quería hacer creer. Pero sentí una turbulencia debajo de
su exterior frío.
—¿Por qué más fuerte? —pregunté, mi mente corriendo para encontrar
una manera de llevarlo de vuelta al plano terrenal. Para atarlo a él. Para
despojarlo de sus poderes hasta que podamos localizar la parte humana de él.
—Aprendí de los mejores. —Su boca sensual se levantó en una esquina.
Una que probé tantas veces. Mi boca salivaba por hacerlo de nuevo—. Como tú,
comí la carne de mis enemigos. Devoré al dios criminal Mae'eldeesahn y al
demonio asesino Kuur.
Me sorprendió. Eso significaba que el asesino, el ser que mutiló y asesinó
a tres personas en la Tierra, no podía ser ninguno de ellos.
Pero significaba algo más. Que luchó contra un dios malévolo. No solo
tuvo que sobrevivir a una dimensión infernal, sino que tuvo que luchar para
mantenerse con vida.
Mi garganta se contrajo ante la idea. Entrené mi expresión para
mantenerme neutral. La empatía no era algo que apreciara Reyes. Imaginé que
a Rey'azikeen le gustaba aún menos.
—Pero todavía eres la mejor ¿verdad? —preguntó.
—¿La mejor en qué?
—En devorar a tus enemigos.
Tenía que mantenerlo hablando. Quizás podría hacerle lo mismo que él
me hizo. Si me concentrara ¿podría cambiar y llevarlo conmigo al plano
terrenal?
—¿Por qué derribaste el edificio de Rocket?
Pasó un dedo por mi escote. —¿Por qué te importa?
—Porque lo quiero.
Apartó la vista, su mandíbula esculpida se cerró con frustración.
»Lo quiero, y lo asustaste y lo dejaste sin hogar sin ningún motivo.
—Tenía una razón —insistió, su mirada acalorada en la mía—. Y lo
sabes.
Me encontraba haciendo esto mal. La miel atraía, no el vinagre. —¿Sé
qué? —pregunté, suavizando mi voz.
—Que nunca debiste haberme enviado ahí.
—También soy muy consciente de eso. Pero fue tu idea.
Frunció el ceño. Por una fracción de segundo, se deslizo y mostró su
mano. No recordaba. Pensó que lo envié allí. Al infierno.
—Nunca haría eso.
—No puedes evitarlo —dijo, finalmente entendiéndome—. Mientes
incluso cuando sé la verdad. Esa fue la segunda vez que me enviaste a una
dimensión infernal y la segunda vez que escapé. —Envolvió su mano alrededor
de mi garganta y levantó mi mentón con su pulgar—. ¿Qué harás después?
Lo olvidé. De acuerdo con la investigación de Garrett, de hecho, lo envié
al infierno; pero no al lugar que su hermano creó para él. Fue un infierno de mi
mundo natal. Mi dimensión de origen. No eran tan escabrosos como al que
Jehovahn quiso enviarle. Al que yo eventualmente lo enviaría.
—No quise que tuvieras que escapar. Traté de sacarte.
Aumentó su agarre. —Fallaste.
El resentimiento que albergaba picó. Era como si estuviera hablando con
un extraño. Uno poderoso, impredecible y volátil, y sin embargo, uno que
conocía tan profundamente. A quien amaba tan profundamente.
—¿Es por eso que estás enojado? ¿Crees que te engañé para que te
metieras en el cristal divino? ¿Es por eso que estás matando gente?
Sus cejas se deslizaron juntas, tomándolo desprevenido antes de que se
recuperara nuevamente. —Sí —dijo, mintiendo a través de sus dientes
perfectos.
Su reacción inicial dijo mucho. Lo sorprendí.
La euforia se disparó fuera de mí, un pájaro enjaulado se liberó. Reyes no
asesinó a nadie. Tampoco Mae'eldeesahn o Kuur. ¿Entonces quién? Dos de los
asesinatos fueron a plena luz del día, un lugar al que ningún demonio podría ir.
¿Qué otra cosa podría hacer tal cosa?
—¿Dónde está? —preguntó Reyes, cada vez más impaciente.
Parpadeé hacia él. —¿Dónde está qué? ¿Qué estás buscando?
Su mirada cayó a mi boca. Deteniéndose allí. —Esto no tiene que ir mal
para ti. Solo dime dónde está.
—No —dije frustrada.
Su risa no tenía humor en absoluto. —Puedes esconderlo, pero debes
saberlo, lo encontraré eventualmente —se presionó contra mí—. Y cuando lo
haga, no seré amable.
—Entonces tampoco yo lo seré.
Arqueó una ceja. —¿Qué vas a hacer? ¿Vas a devorarme, diosa
devoradora? ¿Vas a tragarme como si nunca hubiera existido? —Se inclinó más
cerca y puso su boca contra mi oreja una vez más—. Quizás te coma primero.
Cada vez que se presionaba contra mí, mi cuerpo me traicionaba, y una
oleada de calor inundó mi abdomen. Una respuesta Pavloviana a su cercanía.
Su olor. La plenitud de su boca esculpida. El ancho de sus hombros.
Era mi turno de inclinarme más cerca. Para poner mi boca contra su
oreja. Para inundarlo con mi calidez. Me puse de puntillas y susurré—: Podrías
comerme ahora.
Sorprendido, se echó hacia atrás, su mirada cautelosa. Incrédulo. —Te
olvidas —dijo, su profunda voz suavizándose—, no soy Rey'aziel. Yo no soy
Reyes.
Moldeando mi cuerpo con el suyo, dije simplemente—: Bastante cerca.
Sin previo aviso, aplasté mi boca contra la suya.
Se puso rígido durante tres segundos antes de rendirse. Me devolvió el
beso, largo, duro y sensual. Luego se detuvo. Solo así. Y dio un paso atrás.
Envolvió una mano alrededor de mi garganta otra vez y me empujó contra la
roca, inmovilizándome.
Manteniéndome perfectamente inmóvil, dejó que su mirada recorriera
todo mi cuerpo, haciendo una pausa en Peligro y Will Robinson, mis pechos.
Con los ojos brillando como hipnotizados, aplanó su mano contra mi estómago.
Al principio, no tenía idea de lo que hacía. Solo sentí un tremendo calor
en mi abdomen. Pero sus esfuerzos fueron de la variedad que te motiva
visualmente. Miré hacia abajo para ver cómo chamuscaba mi ropa, les prendía
fuego y observaba cómo ardían.
Las llamas lamieron mi piel, acariciándola. Las cenizas que alguna vez
fueron mi suéter flotaban lejos en el ambiente acre, dejando solo piel a su paso.
Se arrodilló y exploró cada centímetro de mi estómago expuesto con su boca, su
lengua trazando líneas exquisitas. Mi piel todavía se hallaba tan caliente que la
humedad de su boca se evaporó, provocando estelas de humo que se levantan
de mí.
Puse mis dedos en su cabello y recosté mi cabeza, deleitándome con la
sensación de sus atenciones. Abrasador. Ardiente. Decadente.
Las llamas continuaron hacia arriba, descubriendo cada vez más piel, y
con cada centímetro recién liberado llegó una oleada de dolor, un leve aguijón
cuando mi piel se encontró con la agresividad de este plano. Y luego su boca
estaba allí. Enfriando. Calmando. Bañándome en deseo.
Antes de darme cuenta, Peligro y Will Robinson yacían desnudos. Cerró
su boca sobre el pezón de Will, su lengua cayendo sobre su pico sensible, a
medida que acunaba pesadamente a Peligro en su palma.
Su pulgar acarició mi pezón, y una sacudida de excitación se disparó
directamente a mi centro, como si un hilo apretado nos conectara a los dos. Su
tirón y su liberación vibraban en mi interior cada vez que chupaba la cresta rosa
oscura. Luego cambió, sus dientes rozando deliciosamente, endureciendo el
pezón de Peligro haciéndolo un pico pequeño y tenso.
Movió una mano al frente de mis pantalones vaqueros y comenzó a
quemarlos también. El calor abrasaba mi abdomen, tanto por dentro como por
fuera, a medida que lava fundida se acumulaba entre mis piernas.
Las separé. Solo un poco. Lo suficiente para darle acceso al mismo
tiempo que mis pantalones eran incinerados lentamente. Deslizó sus dedos
entre la hendidura, tocándola, masajeándola, acariciándola antes de deslizarlos
dentro, lo suficientemente profundo como para que la promesa del orgasmo
que acechaba en el horizonte se precipitara hacia adelante, cada vez más cerca
con cada embestida.
Jadeé, inhalando pequeños sorbos de aire a medida que la presión
sensual se incrementaba más y más.
Levantó una de mis rodillas sobre su hombro, separando aún más mis
piernas, y presionó su boca contra mi centro. Separó los pliegues con su lengua,
deslizándola entre ellos y sobre mi clítoris. Mi cuerpo se sacudió
involuntariamente, la excitación exquisita.
El aire en mis pulmones se espesó con anticipación. Sujeté más fuerte su
cabello, y él gruñó, el sonido aumentó mi placer aún más.
Cada célula de mi cuerpo chisporroteó con el calor abrasador
tragándome por completo. Cada molécula de sangre hervía, expandiéndose
dentro de mí, hinchándome hasta que mi piel se hallaba demasiado tensa para
mi cuerpo.
Su propia ropa se consumió, las cenizas flotando en el viento. Cerró sus
brazos debajo de mis rodillas y se levantó, su torso se deslizó hacia el mío, sus
antebrazos separaron mis piernas aún más cuando mis pies dejaron el suelo.
Anclada contra la roca, me sostuvo suspendida en el aire, sus músculos se
contrajeron a una dureza de mármol, su erección presionando en la grieta entre
mis piernas.
Mordisqueó mi cuello, llevando besos calientes a mi oreja, cada uno
causando un temblor de deseo que me recorría la espalda.
Entonces me penetró, lentamente, muy lentamente, su erección
llenándome en su exquisita totalidad. Se retiró hasta que solo la punta de su
pene permaneció adentro, luego volvió a entrar, el ritmo agonizantemente
calculado. Repitió el proceso, muy despacio, hasta que el orgasmo que acechaba
se estremeció de impaciencia y suplicó que lo soltaran.
Con su boca todavía contra mi oreja, su voz profunda, suave y
embriagadora dijo—: ¿Quién soy?
Negué con la cabeza, incapaz de detener lo que se venía. Rogando que se
apresurara.
Empujó dentro de mí más fuerte. —¿Quién soy?
—Reyes —dije entre jadeos.
Alzando una de mis rodillas con su cadera, agarró un puñado de mi
cabello en señal de advertencia y dijo entre dientes—: ¿Quién soy?
Clavé mis uñas en sus nalgas de acero, rogándole que se moviera más
rápido. —Rey'aziel.
Sacudió mi cabeza hacia atrás, pero no aumentó su torturante velocidad.
—¿Quién soy?
Agarré puñados de su cabello también. Estirando con fuerza. Retrocedió.
Luego, negándome a ceder, dije—: Mi esposo.
Eso lo sorprendió. Se tensó cuando su clímax se acercó. Lo sentí tan
fácilmente como el mío. La sangre corriendo por sus venas. El espasmódico
endurecimiento de sus músculos. La dulce picadura del orgasmo justo en el
horizonte.
Envolví mis brazos alrededor de sus hombros y cerré mis piernas
alrededor de su cintura, aferrándome a él, animándolo a dejarse ir. Apoyó las
manos en el muro detrás de nosotros e intentó estabilizar su respiración
mientras la parte inferior de su cuerpo se balanceaba contra la mía.
Fue suficiente. El lento latido que palpitaba a través de mi cuerpo se
precipitó y explotó en mi interior. Grité cuando olas calientes de placer se
derramaron y fluyeron sobre cada centímetro de mi piel.
Reyes envolvió sus brazos a mí alrededor y aceleró por fin, aumentando
la euforia que ya palpitaba atravesándome. Clavé mis uñas en sus hombros.
Respiró hondo, y perdió por completo el frágil agarre que tenía sobre su
control.
Choco contra mí, sus embestidas largas, duras y profundas, hasta que su
cuerpo se puso rígido. Se sacudió violentamente a medida que sus músculos se
tensaban, absorbiendo lo abrumador del orgasmo, la excitación del deseo
corriendo a través de él.
El gruñido que se le escapó, tan primitivo y animal, provocó otra oleada
de euforia que me cubrió, y me aferré a él, deleitándome en su clímax.
Cuando todo terminó, me sostuvo cerca, jadeando en mi cabello, hasta
que algo cambió. Se tensó. Me bajó al suelo. Se alejó de mí. Incluso los cálidos y
agrios vientos de este plano no pudieron evitar que un escalofrío recorriera mi
piel donde estuvo su cuerpo.
Lo mire con asombro. Parecía... sorprendido. Aturdido. Y un poco
enojado.
¿Por qué? ¿Porque realmente disfrutó de nuestra unión? Eso era algo en
lo que siempre fuimos buenos.
Empezó a desmaterializarse, y antes de que pudiera decir las palabras
Reyes y espera, desapareció. Solo así.
Me quedé allí nadando en la confusión. Al menos Reyes parecía tan
confundido como yo. ¿Acaso fui seducida por mi esposo o por algo más? ¿Qué
parte de Rey'azikeen me ansiaba con tan salvaje abandono? ¿Con tan delicioso
libertinaje? ¿O fue ese mi marido haciendo una aparición?
Por otra parte, ¿importaba?
Lentamente, y a regañadientes, volví al frio plano terrenal.
Mis dos colegas se apoyaban contra la camioneta negra de Garrett. Se
enderezaron, sus expresiones eran una combinación de preocupación y alarma
en tanto me miraban un minuto ininterrumpido. Luego, recobrando el sentido
al mismo tiempo, corrieron hacia mí, sin aminorar la marcha hasta que se
detuvieron a casi medio metro de distancia, ignorando los límites claramente
marcados de la burbuja de mi espacio personal.
Cuando Osh se arrancó su chaqueta, la levantó sobre mis hombros, me di
cuenta de por qué. Bajé la mirada para ver qué no había ni una parte a la vista.
Mi piel, cubierta de hollín negro y un fino brillo de sudor, todavía humeaba.
Pequeñas espirales fantasmales flotaban fuera de mí.
Solo podía imaginar cómo se veía mi cabello.
Debería haberme mortificado cuando Osh me envolvió en su chaqueta,
pero mi mente se encontraba en otra parte. Demasiado aturdida para
preocuparme por mi exhibición pública de indecencia.
—¿Charles? —dijo Garrett, inclinándose hasta que nuestras caras
estuvieron al mismo nivel—. ¿Qué pasó? ¿Te lastimó?
Negué con la cabeza. —No lo hizo. No mató a esa gente. —Bajé la
mirada—. ¿Dónde están mis botas?
—Vamos, cariño. —Me tomó Garrett en sus brazos y me llevó a su
camioneta.
—Espera. Misery. —Le tendí una mano, posiblemente exponiendo a Will
Robinson en el proceso.
—Misery4, ¿tú estado de existencia? —pregunto Osh, con una sonrisa en
su voz.
—Volveremos por ella —dijo Garrett.
Osh corrió alrededor de la camioneta para abrir la puerta. Garrett me
llevó al interior, pero lo abracé. Se me cortó la respiración y luché contra las
lágrimas con todas mis fuerzas. Cuando Osh arqueó las cejas, probablemente
porque la chaqueta se deslizó de mis hombros, agarré su camisa y también lo
abrace.
Me dejaron abrazarlos en tanto luchaba por controlar mis emociones.
Garrett envolvió un brazo alrededor de mis hombros y Osh alrededor de mi
cintura.
No sabía cuánto tiempo pasó, pero finalmente Osh me sacó de mi estado
de conmoción y preguntó—: Entonces... ¿Trío?
Los solté por fin, tiré la chaqueta a mi alrededor lo mejor que pude, y
enseñé mi atractivo para mostrar una valentía que no poseía.
—No sé quién es —les dije, levantando el mentón—. No tengo ni idea.
Pero sí sé que está buscando algo. Cazando.
Garrett frunció el ceño. —¿No sabes qué?
Negando con la cabeza, dije—: No, pero destruyó el asilo de Rocket
porque no le dijo dónde estaba.
—¿Es más grande que una caja de pan? —preguntó Osh.
—En realidad, por lo que sé, podría ser una caja de pan. Rocket lo llamó
brasa y cenizas.
Garrett inclinó la cabeza mientras reflexionaba. Miré a la oscuridad,
buscando otros significados. Brasas y cenizas. Eso sin duda sonaba como el dios
que habita el cuerpo de mi marido. ¿Eran las cenizas de algo importante?
—El cristal de dios —dije, pensando en voz alta—. ¿Tal vez quiere las
cenizas del colgante?
—El vidrio no se convierte en cenizas cuando se quema —dijo Garrett.
—Cierto. ¿Y por qué iría por Rocket?
Nunca preguntes a una mujer que está comiendo helado directamente del
envase, cómo se siente.
(Pegatina de parachoques)
Nada como una ducha para tener una nueva perspectiva. Cerré el agua
justo cuando una sombra oscura se deslizaba más allá de mi periferia. Giré,
pero no vi absolutamente nada.
Al salir de George, me envolví en una toalla y caminé hacia mi
habitación.
—¿Reyes? —pregunté en voz alta. Por supuesto, no recibí una respuesta.
Incluso si él estuviera allí, no me habría respondido.
La habitación parecía tan grande sin él. Cavernosa y vacía. No era un
lugar en el que quisiera quedarme mucho más tiempo, así que me vestí deprisa
y llamé a Garrett.
—Hola, Charles. ¿Todo bien?
—Sí. ¿Qué estás haciendo?
—Alimentando a mi tortuga de caja.
Después de una larga pausa, pregunté—: ¿Es eso una metáfora de algo?
—No especialmente. ¿Cómo estás?
—Mejor. Pero te necesito a ti y a Osh para otro trabajo.
—¿Implica cazar a un dios que te rapta de debajo de nuestras narices, te
lleva a otro plano e incinera tu ropa en un extraño ritual de apareamiento que
solo otro dios puede entender?
—No. Implica coquetear.
—Ahí estaremos.
Me dirigí a Calamity para un bocado rápido antes de la gran noche.
El lugar se hallaba repleto. No literalmente porque no era un club de
baile, pero se encontraba lleno y con suficiente bullicio como para ahogar el
ruido de mi cabeza. Casi.
Pedí mi comida favorita de la semana: enchiladas verdes de pollo. El
sustento debería ayudar al sonido de gorgoteo que mi estómago insistía en
hacer cuando no comía por unos días. Y tal vez me ayudaría a pensar mejor. Le
di a mi cerebro una buena sacudida, pero aún nada. ¿Qué podría buscar
Rey’azikeen? ¿Qué necesitaría en la Tierra y por qué? Las preguntas no se
detenían, y ahora teníamos un límite de tiempo.
Curiosamente, el aburrido rugido de las conversaciones me tranquilizó y
me relajó. Vi a una mujer coquetear con un chico en el bar, quien se encontraba
más interesado en el barman que en ella. El apuesto barman.
Luego una mesa de hombres miraba el culo de una mesera tan
descaradamente, todas sus cabezas inclinadas al mismo tiempo que ella pasaba.
Observé a una mujer servir la mitad de su bebida en el vaso de su cita
cuando este se levantó para ir al baño. Y vi…
Dios. Me enderecé en la silla. Necesitaba hablar con Dios. Él fue quien
puso un límite de tiempo para todo. Fue el único que amenazó con expulsar a
su hermano del plano. Solo necesitaba una reunión con el Gran Hombre. Podría
comprarnos más tiempo. Conseguir más tiempo.
—No lo recomendaría —dijo una voz masculina detrás de mí. Una que
conocía mejor que la mía.
Mi pulso se disparó cuando Reyes dio un paso alrededor de la mesa.
Incluso en una camiseta color arena y los pantalones vaqueros azules simples,
tenía un aspecto magnífico. Anchos hombros potentes. Brazos musculosos.
Manos fuertes, casi elegantes.
—¿No recomendarías qué? —pregunté.
—Hablar con mi hermano. Él es… antisocial.
—Debe ser de familia. —Las moléculas de mi cuerpo comenzaron a
vibrar con su cercanía, deseando repetir nuestra actividad anterior más de lo
que deseaba el aire.
Se inclinó y acarició mi rostro, sus dedos largos y suaves.
Levanté mi mentón, rehusando ser engañada. Si él quería hablar, se
sentaría y hablaríamos. Terminé de perseguirlo.
Una sonrisa torcida adornaba sus rasgos oscuros. Se inclinó hasta que
nuestras bocas casi se tocaban, y luego preguntó—: ¿Fue bueno para ti?
Me desperté bruscamente, parpadeando hacia la conciencia, lentamente
dándome cuenta de que era, una vez más, solo un sueño. Llené mis pulmones y
lentamente liberé el aire. ¿Cómo demonios hacía eso?
—No te quemaste.
Me volví para ver a Osh parado sobre mí. Garrett entró por la puerta y se
dirigió hacia nosotros cuando Osh se hundió en el asiento al otro lado de la
mesa.
—Tu ropa fue incinerada, cada costura, pero no tienes ni una marca.
—No puedo explicarlo —dije.
—¿No puedes explicar qué? —preguntó Garrett, sentado a mi lado.
—Porque no me quemé.
—Um, ¿eres una diosa? —Agarró un menú, fingiendo examinarlo
detenidamente, pero sentí la incertidumbre temblar debajo de su exterior de
acero.
Osh era un poco más difícil de leer, pero si tuviera que poner un dedo
sobre su emoción dominante, diría que se inclinaba hacia una especie de
aquiescencia sombría. Si tuviera que matar a Rey’azikeen, lo haría. No le
gustaría, pero haría el trabajo que se acordó en el momento en que mandara a
Reyes al Cristal Divino.
Pedimos y comimos en relativo silencio. Tanto Osh como Garrett
coqueteaban sin piedad, lo que sería una buena práctica para más adelante.
Miradas desde el otro lado de la habitación. Sutiles insinuaciones escondidas en
una sonrisa.
Otra pretendiente potencial incluso nos compró una bebida a los tres.
Muy diplomático de su parte teniendo en cuenta el hecho de que ella solo tenía
ojos para Osh, pero más aun teniendo en cuenta el hecho de que se encontraba
en finales de sus sesenta. Si fuera mayor, digamos unos cientos de años mayor,
sería perfecta para el demonio esclavo inmortal.
—Con cuidado —dije, levantando mí copa para saludarla.
Ella hizo el mismo tipo de sonrisa lobuna que ensanchaba la boca de
Osh. —¿Por qué? Más sexo y menos complicaciones.
Cerré los ojos con fuerza. Había algunas cosas que una no necesitaba
saber sobre su futuro yerno.
—Gracias por devolverme a Misery.
Gruñían como suelen hacerlo los hombres. Pero las emociones de Garrett
se hallaban por todos lados.
—¿Te encuentras bien? —pregunté.
Puso una expresión neutral que no engañó a nadie. —¿Por qué no lo
estaría?
—Estoy bien. Lo sabes, ¿verdad?
Asintió en silencio, luego bebió el resto de su cerveza.
»Bien, entonces. —Puse mis manos sobre la mesa y me levanté—.
¿Estamos listos para hacer esto?
Garrett bajó su vaso con un golpe y me miró. —Él te llevó.
Osh y yo nos quedamos quietos como uno lo haría para hacer frente a un
depredador enojado.
Después de un momento, le respondí—: Sí, lo hizo. Pero estoy bien.
—Justo frente a nosotros. Te llevó, Charles.
Asentí. Nada de lo que pudiera decir en ese punto iba a ayudar a su
aceptación. Se sintió impotente. Lo cual era la peor sensación del mundo.
Su mano se apretó más contra el cristal cuando una mesera se acercó a
nosotros. —¿Te gustaría otra? —preguntó.
—No podemos luchar contra él —me dijo.
Agradecí a la mesera antes de dirigirme a él. —Lo sé.
—Tienes razón —dijo Osh—. Nosotros no podemos. —Él me dirigió una
mirada decidida—. Pero tú sí.
—No, no puedo, Osh.
—No con esa actitud, no puedes. Debes recordar tu lugar. Debes
recordar de lo que eres capaz.
—Lo entiendo, Osh. Tengo un historial. Solía, aparentemente, devorar a
otros dioses.
—Los comías como algodón de azúcar en un carnaval.
Me senté y crucé los brazos. —No puedo hacerle eso a mi esposo.
—Él no es tu esposo —dijo en voz baja.
Me negué a escuchar. Sabía que Osh tomaría este curso de acción. No
tenía muchas opciones, pero eso no me impidió sentirme molesta por la
implicación.
—No iré por allí, Osh. Aún no.
—Solo mantenlo en el fondo de tu mente. Puede llegar el momento en
que necesites hacerlo.
Cuando no respondí, Osh volvió a sentarse y tanto él como Garrett
volvieron a tomar sus bebidas.
»Además —dijo Osh, incapaz de ayudarse a sí mismo—, quería enfrentar
el hecho de que le diste un nuevo significado al término ser ardiente.
A regañadientes, Garrett se rió y la tensión en el aire se evaporó.
Comencé a preguntarme si ese no era el súper poder de Osh.
—¿Estamos listos? —pregunté. Teníamos trabajo que hacer.
Ambos asintieron vacilantes, antes de que Garrett preguntara, con la
boca medio llena de carne adobada—: Dinos de nuevo ¿qué haremos?
Osh tomó un último bocado de su burrito y asintió con aprobación a la
pregunta de Garrett.
—No estamos haciendo nada. Ustedes dos están coqueteando.
—Genial —dijo Osh.
Me sorprendió cómo podía parecerse a un estudiante de secundaria por
un segundo y, bueno, a un estudiante de secundaria más viejo al siguiente. Kid
parecía un niño. Casi me sentí mal por prostituirlo, pero una chica tenía que
hacer lo que tenía que hacer.
Le envié un mensaje de texto a Cookie, y se reunió con nosotros en el
estacionamiento, su atuendo negro y su gorra negra no eran nada sospechosos
considerando que normalmente se parecía a Jackson Pollock.
—Gran elección —dije. Lo único que faltaba era que pintara su rostro con
pintura negra.
—¿Lo crees? —Su nerviosismo era encantador. Le dio a Garret y a Osh
un abrazo rápido—. Nunca he hecho, y logrado, un atraco antes. Ah, y tengo
pintura negra para el rostro por si la necesitamos.
Cada gramo de fuerza. Eso es lo que necesité para no reírme. —Bueno,
en realidad no es un atraco, y aún no hemos logrado nada.
—Bien, bien. —Tomó un profundo y relajante aliento.
Nos acercamos a Misery mientras Osh y Garrett subían a la camioneta de
este.
»Y para que lo sepas, te cubriré la espalda en todo esto.
—Es bueno saberlo, Cook.
—O, digamos, todo tú. Lo que sea que necesites.
Cada gramo de fuerza. —Entonces, ¿qué le dijiste tío Bob? —pregunté,
desbloqueando los secretos de Misery. Y sus puertas.
—Que veríamos una película.
Me mordí el labio, y luego pregunté—: ¿Y se lo creyó?
—Por supuesto, solo que sus palabras exactas fueron: “Dile a esa sobrina
mía que, si hace que te arresten, me aseguraré de que nunca vea la luz del día”.
—Entonces, él se lo creyó totalmente. Increíble.
Nos subimos en Misery y nos dirigimos a un pequeño lugar que me ha
gustado llamarlo Negación Creíble de Pari.
—¿Quieres contarme qué ocurrió anoche? —preguntó.
—Ah, bien, bueno, comí enchiladas verdes de pollo, y Garrett…
—Bien. No quieres hablar de eso, no quieres hablar de eso. Pero para que
lo sepas, cuando mi mejor amiga regresa de una misión para capturar a un dios,
desnuda con el cabello en llamas…
—¿Mi cabello se encontraba en llamas?
—… haré preguntas.
Tras una revisión rápida de mi cabello, giré a la izquierda en San Mateo y
me dirigí al norte. —Lo siento, Cook. Iba a decírtelo. No salió como planeaba.
—Lo asumo. ¿Descubriste algo, al menos?
—Descubrí que Rey’azikeen es igual de bueno en el coito como su alter
ego.
Cookie jadeó, luego sus ojos se vidriaron y una pequeña comisura de su
boca se crispó. La dejé cocerse a fuego lento en sus propios pensamientos.
Aproximadamente treinta segundos después, se inclinó y dijo—:
Cuéntamelo todo.
Me reí y así, dicho todo, disfruté de cada inhalación brusca, cada suspiro
de placer, cada “Oh, Dios mío” y “Oh, no, no lo hizo”. Sabía que podía contar
con La Cook para hacerme sentir mejor.
Hablando de eso, en tanto Cookie se encontraba en estado de asombro, le
pregunté si podía llamarla Walter. Como Walter White. Como la Cook.
No respondió. Lo tomé como un sí.
A medida que nos acercábamos a nuestro destino, Walter volvió a
sentarse a cocinar a fuego lento, solo que esta vez cocinaba un caldo hecho de
salteado de asombro, puré de desconcierto, y deseo crudo y espeso. Después de
todo lo que pasamos, me encantaba que todavía pudiera deslumbrarla. Me
preocupaba que se cansase de mis historias y mi vida se volviera mundana a
sus ojos. Pero hasta ahora, muy bien.
—Sé que está aquí en alguna parte —dije, tratando de encontrar el lugar.
Garrett me seguía, y no pude evitar recordar al ciego guiando al sexy-
pero-también-ciego. Lo cual explicaría la llamada telefónica que recibí de ese
mismo hombre.
—¿Sabes a dónde vas?
—Aja.
—Hicimos tres giros en U.
—Estoy reconociendo el terreno. Ya sabes, memorizando nuestra ruta de
escape en caso de tener que mover nuestros culos para escapar.
—Charles, ¿a dónde vamos?
—No estoy cien por ciento segura. Walter anotó la dirección, pero se
encuentra en un estado de shock en este momento.
—¿Te quemó la ropa? —preguntó Walter. Al menos hablaba de nuevo.
—Solo recuerdo que el lugar parecía fanfarrón.
Si fuera posible determinar un suspiro de fastidio, Garrett solo lo hizo. —
¿Cómo puede una empresa ser fanfarrona? ¿Y quién coño es Walter?
—¡Ahí esta! —Señalé con mucho más entusiasmo de lo que debería y
entré al estacionamiento de un edificio grande y amenazante con uno más
pequeño en el frente—. Bienvenidos a la oficina de abogados de Dick, Adcock, y
Peterman. ¿Ven? Fanfarrón. Tenían que saber qué hacían cuando se asociaron.
—¿Lo qué necesitamos está en una oficina de abogados?
—No. Lo que necesitamos se encuentra en el enorme edificio detrás de la
oficina de abogados.
Nos detuvimos al lado de las oficinas de abogados para que pareciera
que los visitábamos, en medio de la noche, y no que nos apresurábamos a
entrar al edificio detrás de él.
Nicolette Lemay, mi amiga enfermera con el extraño don de la
clarividencia aunque selectiva, salió de las sombras y hacia nosotros,
examinando el área mientras corría por el estacionamiento. Lo cual no parecía
sospechoso en absoluto.
Se encontró conmigo cuando me bajé de Misery. —¿Realmente estamos
haciendo esto? —preguntó, sus nervios sobrealimentados—. Puede que sea una
enfermera, pero me da ataques de pánico fácilmente.
Me reí. —Sin preocupaciones. Tengo un plan.
Walter me miró boquiabierta desde el asiento del pasajero. —¿Tienes un
plan? Pensé que era el de Garrett. O de Osh. O de Pari.
Hablando de ella, Pari se detuvo en un Dodge Dart rojo, se bajó y se
acercó a la ventana abierta.
La saludé asintiendo, y luego volví a mirar a Cookie. —¿Qué estás
tratando de decir, Walter?
—Intento decir que tus planes nunca funcionan.
—¿Qué? Mis planes siempre funcionan, la mayor parte del tiempo, a
menos que se lleven a cabo los viernes. Mis planes de los viernes nunca salen
bien.
Walter salió del Jeep y caminó alrededor. Me hallaba segura de que
comprobó el culo de Misery en el camino.
—Hola, Pari —dijo.
—Hola, Walter. —Pari captó más rápido. Más rápido que algunas
personas que no serán nombradas… Garrett.
Caminamos hacia su camioneta. Garrett bajó su ventana. —¿Qué estamos
haciendo?
—Bueno, eso depende. Aquí, por la noche, hay dos guardias, y no estoy
segura de quién lo está esta noche. Si es la mujer, Garrett se hará cargo. Si es el
hombre, todo esto estará en tus manos, Osh.
—Entendido, jefa. —El maestro del coqueteo, se bajó con un salto de la
camioneta de Garrett, un poco demasiado feliz de hacerlo.
Garrett se hallaba un poco más vacilante.
—Si ayuda —agregué, sabiendo que lo haría—, ganó señorita Nuevo
México cuando tenía veintidós años.
Eso lo iluminó enseguida. Se bajó de su monstruosa camioneta, niños y
sus juguetes, y habló en voz baja con Osh por un momento.
—No puedo creer que la hayan dejado planear esto —les dijo Walter,
amonestándolos.
—Walter —dije, mi tono más amonestador—. Mujer de poca fe. Quizás
necesites quedarte en el auto.
—De ninguna manera. ¿Y por qué me llamas Walter?
—Dijiste que podía hacerlo.
Tras hacer las presentaciones en la que el corazón de Pari palpitó por
Garrett y el de Nicolette por Osh, nos dirigimos a la entrada principal del
edificio y observamos a través de la placa de vidrio.
—No recuerdo haber aceptado cambiar mi nombre —dijo Walter.
—Probablemente por culpa de toda la metanfetamina. Es la guardia
mujer. —Me volví hacia ellos—. Swopes, todo tuyo.
Osh parecía decepcionado.
Le di una palmadita en el hombro. —Está bien. Aún te necesitamos.
Acabo de hacerme las uñas.
Garrett miró dentro. —Pensé que habías dicho que ganó Señorita Nuevo
México.
—Lo hizo. Te lo dije, cuando tenía veintidós años.
Me interrumpió. Con dureza. —¿Y cuándo fue eso? ¿En los años
cincuenta?
—Swopes, ella no es tan vieja. Ahora ve a hacer lo tuyo.
Sonrió. —Es broma. Ella es linda. Esto será divertido.
—Eres un puto.
Se encogió de hombros y asintió hacia Osh. —Hazlo bien.
La sonrisa de Osh se volvió francamente malvada.
—No demasiado bien —aclaró Garrett, pero Osh ya lanzó el golpe.
Giró, mucho más fuerte de lo que nadie esperó, golpeando el ojo
izquierdo de Garrett y el puente de su nariz.
La cabeza de Garrett se sacudió hacia atrás, y tropezó un par de pasos.
Luego se llevó las manos a la cara y se dobló, maldiciendo como un marinero
borracho en vacaciones. Pero funcionó. La sangre se deslizó entre los dedos de
Garrett.
Se enderezó y miró a Osh.
—¿Qué? —preguntó, con expresión inocente.
Entonces Garrett me miró. —Este es el peor plan que haya existido.
—¿Ves? —Asintió Walter—. Te lo dije. Nunca nadie me escucha.
Después de ofrecerle a Osh un sangriento dedo medio, tropezó con las
puertas de vidrio y golpeó.
El resto de nosotros corrimos hacia el lado del edificio desde donde
podíamos mirar para asegurarnos de que Garrett entrara.
Cuando la guardia abrió la puerta, Garrett encendió su encanto, soltando
algo acerca de ser asaltado y la batería de su celular muerta y si podía tomar
prestado un teléfono y tal vez usar el baño.
Pero tenía que detenerme y pensar. —¿Las personas son asaltadas en
Albuquerque? —No se sentía bien—. ¿Decimos asaltar? Y de lo contrario, ¿qué
decimos?
Todos me ignoraron cuando la guardia abrió las puertas, y su corazón,
de par en par. Ella no podía dejarlo entrar al edificio lo suficientemente rápido.
Nos alzó un pulgar furtivo y se deslizó dentro.
—Eso la mantendrá ocupada —dije, frotándome las manos con
anticipación—. Es hora de irrumpir este cachorro.
Caminamos hacia la entrada trasera del edificio, Walter cada vez más
nerviosa. —Me siento mal por esto.
—Walter, nadie te está juzgando. No en esto. Sin embargo, serás
calificada en tu rutina de piso.
Nicolette se hallaba en el cielo. Reduje la velocidad para hablar con ella.
—Parece que te estás divirtiendo.
—Sí, no salgo mucho. —Se inclinó e hizo un gesto hacia Osh—. Y él es
lindo.
—Sí, lo es.
Nicolette era increíble. ¿Quién era yo para frustrar el amor verdadero? Él
podría convertirse en mi yerno si los acontecimientos que vi en mi único vistazo
al futuro se cumplieran, pero eso se hallaba muy lejos. Le vendría bien un poco
de castigo aquí en la Tierra. Sería honesta.
—Para que entres en esto con los ojos abiertos —dije—, es un antiguo
demonio esclavo del infierno y vive de las almas humanas. No lo beses en la
boca. Como, nunca.
Sus ojos se convirtieron en platos, su pulso se aceleró y se encontraba tan
enamorada. Lo noté por su expresión de cachorro. También una pequeña gota
de baba salpicando una esquina de su hermosa boca.
Oh, sí. Ella era una joya.
—¿Qué pasa con la seguridad? —preguntó Pari.
—Conozco a un chico que conoce a un chico. Tal parece que todo está
apagado por el momento. Sin cámaras. Sin alarmas. Nada.
—Por eso pagan a guardias de seguridad a tiempo completo —dijo
Walter.
—Exactamente. ¿Pari? Estás dentro.
Pari trepó por los escalones hasta una zona de carga y, después de
mucho ruido y algunas malas palabras, abrió la cerradura de la puerta trasera.
Podría haberlo abierto yo misma, pero Pari era más rápida. Mis habilidades
eran similares a las de un Yugo del 86 en una carrera con un Bugatti Chiron.
Éramos como un equipo especial de operaciones. Se me puso la piel de
gallina.
Nos apresuramos a entrar, y luego expuse el plan.
—De acuerdo, para salvar la vida de Pari y preservar su libertad —pero
sobre todo para salvar su vida—, Nicolette va a extraer la sangre de todo el
mundo para un proyecto de arte. No mucho. Tal vez como un galón o dos.
—Medio litro —sugirió Nicolette—. La mitad, si no queremos correr el
riesgo de que cualquiera se desmaye cuando hagamos nuestra escapada audaz.
—Ella era muy buena en estas cosas.
Angel apareció y se mantenía despreocupado detrás de Nicolette, el
interés evidente en sus ojos brillantes, pero en el momento en que expliqué mi
plan, comenzó a retroceder.
—Hola Angel. Llegas justo a tiempo. Necesitamos alguien que vigile.
Hizo un gesto con la cabeza, pero siguió retrocediendo. —Acabo de
recordar, tengo otro lugar en el que estar.
—¿Qué sucede? —le pregunté en tanto se quedaba pálido ante mis ojos.
Me sorprendió que pudiera hacer eso.
—Realmente no me gusta ver sangre.
Parpadeé. —Dice el pandillero difunto con la enorme herida en el pecho.
Bajó la mirada. —Eso es diferente.
—En realidad no. —Antes de que pudiera decir algo más, se fue.
Pequeña mierda. Eso no me llevaría a ninguna parte rápido. ¿Quién sería
nuestro vigilante?
Me volví hacia Osh, pero Nicolette se encontraba pellizcando el puente
de su nariz. Me fulminó con la mirada.
Señalé el espacio que Angel acababa de desocupar. —A Angel no le
gusta ver sangre.
—Déjame aclarar esto —dijo, de repente molesta.
Me enderecé alarmada. ¿Qué hice ahora?
—Irrumpimos un centro de plasma para que pudiera extraer la sangre de
todos por… ¿un proyecto de arte?
—Sip.
Walter frunció el ceño. —Pensé que habías dicho que robaríamos una
furgoneta que recolecta sangre.
—Nop. Demasiado fácil de rastrear.
—¿Y esto va a salvar la vida de Pari? —preguntó Nicolette.
—Y encender su creatividad. Dos pájaros de un tiro.
Apoyó ambas palmas sobre un escritorio como para fortalecerse. —¿Te
das cuenta de que pude haber robado los suministros del hospital y haber
hecho esto en, no sé, tu oficina? ¿Por ejemplo?
La miré boquiabierta. —¿Es en serio? No necesitamos arriesgarnos a
cargos por delitos graves y una vida tras las rejas.
Dejó que una sonrisa carente de sentido del humor apareciera y negó con
la cabeza. Bueno, todos en la sala sacudieron sus cabezas, pareciendo un poco
frustrados conmigo. Todos excepto Osh. Encontró una máquina que emitía
sonidos bonitos cuando presionabas los botones.
»Dijiste que no podías robar sangre del hospital.
—No puedo. Eso no significa que no pueda llevarme algunos
suministros. Todavía es ilegal, pero se puede hacer.
—Podrías haber dicho algo hace treinta minutos —dije en voz baja.
—No me contaste nada del plan hasta ahora.
—Te lo dije —dijo Walter, regodeándose. No sería invitada a la fiesta de
Navidad de la oficina.
—Bueno, mierda. —Eché un vistazo alrededor—. Está bien, así que
¿robamos los suministros de aquí y regresamos a lo de Pari?
—Eso funciona —dijo Nicolette, sacando de repente su personalidad
alegre. Se apresuró a la sala de suministros, la cual también abrió Pari, y se llevó
todo lo que necesitaría para drenarnos hasta dejarnos secos. Si ella fuera una
asesina en serie, o un vampiro, esta sería una gran oportunidad.
Cuando terminamos de saquear el lugar, levanté a Osh de una silla
reclinable en la que se durmió y salimos, sin ningún rasguño.
Corrí al frente del edificio y golpeé las puertas de vidrio. Tanto Garrett
como la mujer de seguridad me miraron, Garrett confundido y la mujer,
molesta.
Se acercaron a las puertas, y ella las abrió. Antes de que pudiera decir
algo, comencé el espectáculo.
—¡Garrett! ¡Oh, Dios mío! —Corrí hacia él y lo abracé—. ¿Qué sucedió?
¿Quién te hizo esto?
—Me asaltaron.
—¿Por qué decimos asaltaron en Albuquerque?
Me fulminó con la mirada.
»Lo siento mucho. Te llevaré al hospital.
La decepción se alineó en la cara de la mujer. Pero rápidamente se
transformó en confusión. —Espera, pensé que dijiste que te llamabas Reyes.
Reyes Farrow.
Tras mirarlo boquiabierta por una eternidad, una en la que él luchó por
ocultar una sonrisa traviesa, me volví hacia ella. —Lo es. Es Reyes Garrett
Farrow. No Reyes Alexander Farrow. —Resoplé y agité una mano desdeñosa—.
Ese es otro tipo por completo.
Frunció el ceño con sospecha.
—Nos tenemos que ir —dije, apresurándolo—. Tengo que llevar a este
hombre a un hospital por múltiples heridas de arma blanca.
—¿Fue apuñalado? —preguntó con un suspiro de preocupación.
—Todavía no, pero la noche es joven.
Garrett me rodeó con un brazo y lo ayudé a subir a su camioneta, donde
Osh se encontraba sentado. En el asiento del conductor. Él comenzó a ordenar
que saliera cuando le dije—: Tenemos que hacer que esto se vea real. —Y lo dejé
en el lado del pasajero.
—Eso fue rápido —dijo—. ¿Obtuviste lo que necesitabas?
—Sí. Conseguimos los suministros, porque al parecer esa era una opción,
y Nicolette va a extraer nuestra sangre en casa de Pari.
—¿La poderosa Charles Davidson robó?
—Oye —dije, ofendida—. He robado antes.
—Ajá.
—Además, dejé un billete de cien en el escritorio con una nota de
disculpa, pero no te preocupes, disfracé mi letra.
Me interrumpió—: ¿Disfrazaste tus huellas dactilares?
Mierda.
12
Traducido por **Nore** & Ann Farrow
Corregido por Jessgrc96
Si yo fuera un Jedi.
Hay un 100% de probabilidad de que usaría la fuerza
inapropiadamente.
(Hecho real)
—Esta es la idea más extraña que has tenido —dijo Pari cuando volvimos
a su departamento—. Me encanta.
Solté una risita. —Pensé que lo haría.
Nicolette nos sacó un poco de sangre a todos y Pari la mezcló, junto con
una pizca de fósforo CAM, en una pintura que combinaba con las paredes de su
oficina. Luego, con la ayuda de una luz negra, creó un bello mural justo encima
de las salpicaduras de sangre que ya estaban allí, porque ninguna cantidad de
limpieza eliminaría una evidencia forense como esa. Jamás. No sin reemplazar
la pared, de todos modos.
Pari aplicó algunos toques más, luego hizo una prueba. Apagó la luz
negra y encendió las luces regulares. La nueva pintura se mezcló con la vieja,
apenas perceptible. Uno se encontraría en apuros averiguando dónde terminó
la pintura vieja y comenzaba la nueva.
Pero cuando las luces se apagaron y se encendió la luz negra, un motivo
precioso de trazos audaces y bordes afilados, puntuado por un cráneo aquí y
allá, brilló a través. Fue un efecto increíblemente genial.
—Camuflaje —dijo Walter antes de tomar un bocado de pizza con su
cerveza—. Brillante.
Todos nos sentamos alrededor de la oficina de Pari en la trastienda de su
próspero negocio de tatuajes, observándola trabajar. Me senté en el suelo y usé
la pierna de Osh como reposacabezas. Quien reclamó el sofá de la oficina de
Pari, y Nicolette, habiendo completado su misión y disponiendo de forma
segura los materiales peligrosos, se sentó en el apoyabrazos en el extremo
opuesto. Él movió sus piernas para que pudiera sentarse, pero Nic era
demasiado tímida para eso.
Garrett robó la silla de oficina de Pari y estaba ocupado cortando una
rebanada de pepperoni doble cuando Pari lo inmovilizó con su mejor mirada
inquisitiva.
—¿Bien? —le preguntó.
Él asintió, luego tragó saliva. —Increíble. Tienes que venir a mi casa.
—Sí, tienes que hacerlo —dije—. Es muy marrón.
—Me gusta el marrón —dijo, defendiendo su dominio.
—Me gusta la comida marrón —ofrecí—. Café. Chocolate. Caramelo.
¿Qué hay de ti, Walter?
—Te diré algo —dijo con una sonrisa burlona—, deja de llamarme
Walter, porque si no lo haces, se pegara por años, y te dejaré nombrar a las
chicas.
Me animé. Literalmente. Empujé a Osh y me incorporé. —¿De veras?
—Sí. Solo déjame mi dignidad.
—¿Qué? La dignidad está sobrevalorada.
—Ese es el trato.
Maldita sea, era una negociadora dura. —Oh, demonios, sí. —Me puse
de pie y comencé a caminar—. Tantas opciones. —Miré a sus chicas, sus senos,
un momento largo y una lluvia de ideas—. ¿Thelma y Louise? ¿Sonny y Cher?
¿Laurel y Hardy? Oh Dios mío. Mi cerebro va a explotar.
Uno de los artistas de Pari le realizaba a una mujer mayor su primer
tatuaje. A la mujer no le iba bien. Sus gritos de agonía arruinaban mi
concentración.
—Sabes —dijo Nicolette, tomando un sorbo de su propia cerveza—, si
alguno de nosotros muere en circunstancias sospechosas, Pari está jodida. Tiene
nuestro ADN en todas sus paredes.
Pari se detuvo y se volvió hacia mí, ahogando un grito. —Tiene razón.
¿Qué pasa si ustedes son asesinados?
Me volví a sentar frente a Osh, apoyándome en el sofá, obligándolo a
mover sus piernas a un lado. —Si algo malo sucede, tendremos que
asegurarnos de que somos asesinados lejos de aquí. ¿De acuerdo, muchachos?
Todos levantaron una cerveza en saludo.
—Impedir que Pari se declare culpable de nuestros asesinatos —dijo
Osh.
Pari, complacida con nuestro solemne juramento, volvió a trabajar. —
Sabes, este podría ser mi nuevo trabajo.
—¿Pintar sangre en las paredes de las personas para cubrir la escena de
un crimen?
—Si bien eso tiene un sentido morboso de frialdad, no. Crear pinturas
con fósforo CAM. Para el observador casual, podrían ser escenas cotidianas. Ya
sabes, mierda aburrida. Pero una vez que se enciende la luz negra, podrían ser
oscuras, melancólicas y siniestras. Solo en neón.
—No esperaría nada menos de ti. ¿Butch Cassidy y Sundance Kid? —
Miré a Cook con esperanza en mis ojos.
Lo pensó por un momento, luego negó con la cabeza y tomó otro bocado.
Sin rendirme, volví al trabajo. —Esto podría tomar un tiempo.
—Sé lo que estás haciendo —dijo Garrett. De pie a mi lado.
Miré hacia dónde había estado sentado detrás del escritorio de Pari y
luego de vuelta a él, preguntándome si adquirió algún tipo de habilidad
sobrenatural de la que no era consciente.
Se dejó caer al suelo junto a mí cuando las piernas de Osh se enroscaron
alrededor de mi torso, lo cual hizo saltar mis sospechas.
Dejé mi pizza y les ofrecí toda mi atención. —Entiendo que esto es algún
tipo de intervención.
—Algo así —dijo Osh.
Cookie se sentó en el sofá junto a Osh. —Estamos preocupados por ti,
cariño.
—¿También tú, Walter?
—No la culpes —dijo Garrett.
Traté de pararme, pero Osh mantuvo sus piernas cerradas en su lugar.
—Charley, sabes que te cubro la espalda —dijo Cookie, antes de
examinar nuestras posiciones en referencia el uno al otro—. O, toda tú. De
cualquier manera, todos estamos aquí para ti.
—Entonces, ¿de qué se trata esto? —le pregunté a mi interrogador.
Garrett apretó los labios pensativamente antes de responder—: Tenemos
menos de un día para resolver esto, para recuperar a Reyes, o exiliarlo de este
plano o matarlo, y estamos aquí haciendo proyectos de arte y comiendo pizza.
Me encogí y bajé la cabeza. —Lo sé. Solo… estoy corta de ideas. No tengo
ni idea de qué hacer.
—Te apuesto cinco centavos —dijo Osh, ofreciéndome un apretón
tranquilizador.
Envolví un brazo alrededor de su pierna. —No entiendes. No sé quién es.
—Él es Rey’azikeen —dijo Osh.
—Exactamente. Intentamos atraparlo en una trampa. Eso no funcionó.
—¿O sí? —preguntó—. ¿Qué aprendimos de eso?
—Que soy completamente incapaz de resistirme a ese hombre en
cualquier forma.
—No —respondió Garrett—. Aprendimos que él es completamente
incapaz de resistirse a ti.
Levanté un hombro en un encogimiento a medias. ¿Cómo nos ayudaría
ese conocimiento?
—Y —agregó Osh—, aprendimos que no estás dispuesta a hacer lo que
es necesario.
—¿Qué significa eso?
—Eres una diosa, Charles —dijo Garrett. Puso una mano sobre mi rodilla
para calmarme—. Eres la Primera Estrella, como en el libro.
Lo callé. —Es un libro para niños.
—Y es un libro el cual, estoy convencido, cuenta tu historia.
Osh se inclinó y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello,
ofreciéndome un abrazo tranquilizador. —Estoy de acuerdo.
—¿Qué libro? —preguntó Cookie.
—Te lo mostraré más tarde, pero no entiendo qué tiene que ver esto con
nada.
—Puedes derrotarlo —dijo Osh—. Si estás dispuesta a hacerlo.
Me liberé y me puse de pie. Los ojos oscuros de Nicolette estaban
atentos, y Pari puso su obra maestra en espera para escuchar.
—Lo entiendo. He devorado a otros dioses. Incluso lo hice en esta forma.
En este plano. Devoré al dios Eidolon, pero él era malvado. Reyes no lo es.
—No estamos hablando de Reyes —dijo Osh—. Estamos hablando de
Rey’azikeen.
—Bien, bien, ¿qué sabes de él? Quiero decir, seguro que oíste hablar de
él, incluso en el infierno.
—Por supuesto que sí. Incluso sabíamos que el hijo de Lucifer, Rey’aziel,
fue creado usando la energía del dios Rey’azikeen. Simplemente no sabía que la
parte piadosa de él todavía se encontraba… allí.
—Entonces, está bien, ¿qué sabes de él?
Se apoyó en el sofá y me miró desde debajo de sus pestañas oscuras.
Después de un largo momento, dijo—: Solo he escuchado rumores. Esclavo,
¿recuerdas? No tuve exactamente acceso a la información clasificada, incluso en
el infierno.
—¿Y? ¿Qué decían los rumores?
—Hubo rumores de que él era el creador de lo que llamamos materia
oscura, que no debe confundirse con la fuerza gravitacional teórica que une el
universo. Esta materia oscura era, bueno, oscura.
Tiré de la silla del escritorio de Pari y me senté. —Explícate.
Sacudió la cabeza. —Solo sé los rumores que penetraron la parte más
vulnerable del infierno diciendo que él crea materia oscura, y que la materia
oscura es la oscuridad que se traga la luz. Es el mal que se traga a los
benevolentes. Es por eso que es tan bueno en lo que hace.
—¿Por qué? ¿Qué ha hecho?
—No lo entiendes. Esa no es la peor parte.
Me moví en la silla y levanté mi mentón, preparándome para cualquier
cosa. —De acuerdo. ¿Cuál es la peor parte?
—Hubo otros rumores. Rumores que se hablaban en voz baja como una
leyenda urbana de la que los niños tienen miedo de hablar.
—¿Qué decían?
—Dijeron que Rey’azikeen no creó la materia oscura. Dijeron que él era
la materia oscura. Era parte de él y que la materia oscura provenía de su alma.
¿Todo esto era cierto? ¿Era el dios Rey’azikeen realmente tan oscuro, tan
aterrador, que incluso los demonios en el infierno solo se atrevían a susurrar
sobre él? —¿Por qué tal cosa sería un rumor susurrado en un lugar como el
infierno?
—Porque él es el hermano del Dios Elohim. Es como un evangelista de
televisión con un hermano en prisión. Está sucio.
Mis pelos se pusieron de punta. —Reyes no está sucio.
—Oye —dijo, levantando las manos en señal de rendición—. Querías los
rumores, te los estoy contando. Eso es todo lo que sé.
No sabía con certeza si debía creerle, pero me preocupaba que Nicolette
jamás fuera la misma después de esto, así que dejé el tema. Por ahora.
Me levanté y comencé a caminar de nuevo. —Esto es mi culpa. Si hace
algo horrible o es expulsado de este plano o asesinado o todo lo anterior, es mi
culpa.
Osh se levantó y bloqueó mi camino para llamar mi atención. Puso sus
manos sobre mis hombros, y dijo—: No, cariño, no es así. Solo necesitas tomar
una decisión. Si él despierta una mierda, ¿estás dispuesta a hacer lo que sea
necesario para detenerlo?
***
Con Cookie nos quedamos con Pari después de que todos se fueran para
asegurarnos de que se encontraba bien. Una hora más tarde, ella nos echó,
incluso diciendo que necesitaba dormir. Se veía agotada. El estrés tenía una
forma de envejecer a una persona.
De manera que Cookie y yo volvimos a casa, y nos sentamos en mi
departamento, la cavernosa habitación parecía tragarnos. O quizás solo quería
que eso sucediera.
Reyes todavía estaba allí, dentro de Rey’azikeen. Tenía que estarlo. O
eso, o el dios Rey’azikeen me deseaba tanto como mi etéreo esposo.
¿Pero por qué lo haría? A sus ojos, yo era humana. Nada más y nada
menos. Claro, un dios yacía debajo de la carne y la sangre de mi lado humano,
pero aparentemente era uno que nunca le gustó. De acuerdo con las cositas que
escuché aquí y allá, en nuestra existencia anterior, fuimos enemigos. Entonces
yo era humana. Strike uno. Y un enemigo. Strike dos.
Entonces, ¿por qué seducirme? ¿Por qué ponerme de rodillas?
Tal vez ese era el punto. Para ponerme de rodillas. Para demostrarme de
lo que era capaz en cualquier forma. Para mostrarme de lo que yo era incapaz
en cualquier forma, concretamente, a resistirme.
Ni siquiera consideré irme a la cama cuando llegué a casa. Sabía lo que
sucedería en el momento en que mi mente se relajara. Él invadiría. Y, por más
que odiara admitirlo, sus invasiones eran como agua en un desierto reseco. Los
anhelaba. Sedienta de ellos.
En resumen, extrañaba a mi esposo.
Pero él jugaba conmigo. El dios Rey’azikeen. ¿Manteniéndome despierta
para desorientarme? ¿Para distraerme? ¿Para perjudicar mi juicio o retrasar mis
reflejos?
Ayudaría si pudiera descubrir lo que buscaba tan ciegamente. Me daría
la ventaja, especialmente si supiera dónde encontrarlo. Pero busqué en el
departamento signos del Cristal Divino. Se hizo añicos cuando regresó. No
encontré ni una astilla de vidrio, mucho menos sus cenizas.
Entonces las cenizas ¿de qué? Las brasas ¿de qué?
Mi mente se hallaba demasiado cansada como para seguir pensando en
eso.
Cookie tampoco tenía ganas de dormir, una vez que se enteró de la
existencia de un libro para niños que supuestamente contaba toda mi historia
en unas pocas miles de palabras. De ninguna manera iba a dejar esto. Así que,
al igual que yo, allanó su clóset en busca de ropa suave, excepto que no pude
usar su ropa, ya que me envió a casa para atacar el mío, y nos sentamos en mi
apartamento, bebiendo el elixir de la vida de las tazas de café que aconsejaba a
los transeúntes: Una cosa divertida que hacer en la mañana no es hablar conmigo.
Mi ropa suave se sentía celestial. Probablemente porque los pantalones
tenían pequeños ángeles encaramados en nubes. Una broma del propio Farrow.
Mi camiseta, que decía TAN MAJESTUOSO COMO FOLLAR, no era tan
angelical.
—No puedo creer que no me hayas contado sobre esto —dijo Cookie,
reprendiéndome.
—Me enteré de su existencia esta mañana.
—Lo que te dio un día entero.
Allí me tenía. Las dos leímos en silencio, Cookie el primer libro, La
primera estrella, y yo el segundo libro, La estrella oscura.
El libro comenzó con la primera estrella, yo, como creía Garrett, cazando
y combatiendo a dioses malvados que atormentaban reinos en todas las
galaxias, conocidos y desconocidos por videntes como el que escribió el libro
que sostenía.
A los ojos de los videntes, ella era una heroína, luchando contra las
injusticias de un reino a otro, usando su ingenio para burlar a sus enemigos y su
fuerza para luchar contra ellos, porque cuanto más peleaba, mayor era su
número. Afortunadamente, cuantas más batallas ganó, su fuerza aumentó. Con
cada victoria, la Estrella devoró a su enemigo. Ganó su poder hasta que se
convirtió en una Estrella cien veces más fuerte.
Se hizo conocida en todas las dimensiones como La benevolente, La
Centinela, La Estrella Devoradora.
Pero luego vino su ruina. Se enamoró de una de sus presas, La Estrella
Oscura, la más bella de todos los cielos. El más bello y mortal.
Nació con un propósito muy específico: usar su oscuridad para crear
reinos sin ventanas, de modo que los que estaban dentro no pudieran volver a
ver la luz que el cielo tenía para ofrecer. Vivirían en eterna oscuridad y
condenación.
A lo largo de los milenios, se volvió demasiado oscuro. Su poder
inconmensurable e incontrolable. Se convirtió en una amenaza para esas
estrellas benévolas que gobernarían sus reinos con amabilidad y tolerancia.
Y así, el Hermano de la Estrella Oscura, Jehovahn, convocó a La Estrella
Devoradora.
La Estrella Oscura, al escuchar esto, se enfureció por la traición y devastó
el reino de Jehovahn y su gente.
Sin embargo, por dentro, aumentó su ansiedad. Impaciente, incluso.
Había escuchado historias durante siglos sobre la Primera Estrella. Anhelaba
conocerla. Ansiaba luchar contra ella. A pesar de su inmenso poder, era más
fuerte. Su fuerza sobrepasaba cualquier estrella de cualquier reino en el
universo conocido, y no quería nada más que devorarla por completo.
Pero ella hizo una demostración de tregua. Lo encontró entre los anillos
de Saturno, se paró frente a él en toda su gloria, tan brillante que casi lo cegó, y
le ofreció misericordia a la Estrella Oscura si se rendía a sus demandas.
Rechazó su oferta con una sonrisa sombría; y comenzó, lo que más tarde
se conocería como la Batalla de los Cien Años.
Cuanto más luchaba, más terreno perdía. Ella era su igual en todos los
sentidos.
Con cada nueva batalla, con cada golpe nuevo, ella le suplicaba que se
rindiera. Pero él no quería oír hablar de eso.
Sin embargo, cuando se hizo evidente que no podía vencerla, se le
ocurrió una idea. Podía hacer uso de la belleza por la que era famoso. Podría
hacer que se enamorara de él.
Y así durante los siguientes días en la batalla, deliberadamente, la dejó
acercarse más de lo que se sentía cómodo, porque ella podría devorarlo
fácilmente si lo deseara. Pero él se esforzó en ganarse su afecto. Tocó su rostro.
Presionó su boca sobre la de ella. Con cada toque prolongado, la cortejaba. La
atrajo. La invitó a amarlo. Sin darse cuenta de que bajó la guardia en su
corazón.
Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano, porque la Primera Estrella
siempre lo amó. Siempre lo anheló. Por eso todavía vivía.
—¿Estás segura de que estos son libros para niños? —preguntó Cookie
después de un rato.
—Acababa de preguntarme lo mismo.
Nos miramos la una a la otra un momento, luego volvimos a leer.
Por la noche, la Estrella Oscura trabajó duro para crear un reino dentro
de otro solo para ella. Uno sin luz dentro de la otra galaxia muy, muy lejana de
la suya. Una donde ella viviría la eternidad sola y miserable. Poco a poco
volviéndose loca.
—¿Un reino sin luz? —dije en voz alta—. ¿Una dimensión infernal? ¿El
autor se refería a una dimensión infernal?
—¿Qué? —preguntó Cookie, absorta en su propio libro.
—En el libro, la Estrella Oscura crea un reino sin luz para capturar a la
Primera Estrella. ¿Quiere decir una dimensión infernal?
Cookie pensó un momento y luego asintió. —Piénsalo. ¿Qué es el
infierno sino un lugar de tormento? ¿Y cuán atormentador sería si fuera
desprovisto de toda luz? Los hombres han creado torturas pensando de igual
manera.
—Cierto.
Volvimos a leer nuevamente.
Cuando el reino estuvo terminado, cuando las construcciones estaban en
su lugar, fingió rendirse. Fingió estar enamorado de ella. Fingió jurar lealtad.
Bajó la guardia solo por un segundo, pero fue suficiente para que la
Estrella Oscura la arrojara adentro, cerrara la puerta y destruyera la llave.
Él ganó. Al final.
La victoria que había estado tan lejos de su alcance fue repentinamente
suya. Pero por alguna razón, no la celebró. Se desilusionó aún más con el
mundo y se sintió aún más torturado que antes. Más oscuro de lo que era.
Porque se dio cuenta demasiado tarde de que su amor no fue fingido.
Y ella se fue. El reino que creó era inexpugnable. Sin entrada y sin salida.
Por lo tanto, la Estrella Oscura se enfureció contra toda la creación durante
siglos. Hasta que tuvo otra idea.
Debajo del reino de su hermano Jehovahn yacía un reino sin luz con un
fuego tan caliente que derretiría cualquier cosa que tocara. Pero la Estrella
Oscura conocía todos los secretos del reino, porque él lo creó. Sabía cómo
manejar el fuego. Y, más importante aún, sabía cómo robarlo.
Entonces, en un momento de desesperación, se metió en el reino sin luz y
tomó el fuego que tanto amaba. Sin pensarlo, lo usó para derretir las puertas del
reino que creó y liberar a la Primera Estrella.
Pero ella estuvo presa durante mucho tiempo, lo cual afectó la mente de
la Primera Estrella. Corrió y se escondió entre las otras estrellas en el cielo,
preguntándose si su mente le jugaba trucos.
Jehovah se enojó tanto por las acciones de su hermano menor, que se le
ocurrió una estrategia. Encargó a la Estrella Oscura crear su mejor reino sin luz,
uno que era incluso más inescapable que el anterior.
La Estrella Oscura quería ir tras la Primera Estrella para explicarle; pero
Jehovahn le dijo que necesitaba el reino inmediatamente para un gobernante
malévolo quien debido al encarcelamiento de la Estrella Devoradora por la
Estrella Oscura, el único centinela en el cielo, se volvió demasiado insensible.
Demasiado brutal.
Entonces, la Estrella Oscura creó un reino sin luz, incluso peor que el
anterior y lo envolvió en el Cristal Estelar. Se lo dio a su hermano, le explicó
cómo abrir y cerrar la puerta, y luego fue en busca de la Estrella Devoradora. En
busca de su verdadero amor.
La Primera Estrella, habiendo recobrado sus sentidos y dándose cuenta
de lo que el Hermano de la Estrella Oscura hacía, le suplicó que la dejara lanzar
a la Estrella Oscura al reino sin luz de su propio reino, ya que no era tan severo.
No tan cruel. De hecho, era un paraíso virtual comparado con el que la Estrella
Oscura creó involuntariamente.
Si Jehovahn lo permitía, ella le haría un favor a su Hermano a cambio.
Cualquier cosa que él le pidiera.
—A pesar de que mi hermano menor te envió a un reino sin luz de su
propia creación, atrapada allí durante siglos, ¿lo perdonarías?
—Lo haría y lo hago —dijo ella, porque lo amaba, y el amor es para
siempre.
Jehovahn le permitió arrojar a quien llegó a amar al reino sin luz de su
reino, pero la Estrella Oscura, traicionada una vez más, juró venganza.
Escapó fácilmente del reino de la Primera Estrella, solo para ser seguido
por otras dos estrellas, malévolas, que utilizaron el reino sin luz que él creó para
Jehovahn; el Cristal Divino para capturarlo y llevarlo al gobernante del reino
debajo, el reino hecho de fuego.
Por robar su fuego, el gobernante goblin usó el inmenso poder de la
Estrella Oscura, su energía infinita, para crear un hijo. Uno con un mapa a
través del vacío del olvido que se extendía entre los reinos. Uno que fue
marcado en su piel. Utilizaría al hijo para escapar de su reino sin luz y luchar
por los cielos en los que brillaba el Hermano de la Estrella Oscura. Los cielos
que gobernaría algún día.
El hijo, que ahora no tenía recuerdo de su vida anterior como estrella, fue
probado en todo momento. Si él fallaba, era golpeado. Si lo lograba, era
golpeado más fuerte. Una y otra vez, hasta que se defendió. Hasta que aprendió
a matar. Hasta que la oscuridad lo consumió por completo.
Su padre goblin, satisfecho con el progreso de su hijo oscuro, lo vio subir
por las filas de su ejército para convertirse en general.
El sueño del padre se acercaba cada vez más a convertirse en realidad,
pero el hijo no podía olvidar por completo la brillante estrella que vio una vez.
Vistazos de ella destellaban en su mente, y deseó verla una vez más.
Entonces, el hijo oscuro usó el mapa para navegar por el olvido entre el
reino de abajo y un reino que no reconoció.
Luego la vio, brillando a lo lejos, más brillante incluso entre mil millones
de otras estrellas. Ella hablaba con otra Estrella, una familiar, y se dio cuenta de
que iba a ser enviada al reino de esa Estrella como una de las suyas. Para
abogar. Para liderar a los perdidos.
Justo antes de ser enviada al reino para convertirse en una guía allí, se
volvió y lo vio. Y ella sonrió. Sonrió un microsegundo antes de desaparecer en
los vientos etéreos que la conducirían a su nueva vida.
Al estar más cerca del reino, el hijo decidió unirse a ella. Él abandonó
todo, incluso sus recuerdos, para nacer en el reino como uno de los suyos.
Pero su padre goblin, al enterarse del engaño de su hijo, envió emisarios
al reino para frustrar los planes de su hijo. Y entonces el hijo oscuro, nacido de
buenos padres, pronto vería cuán cruel podría ser su padre goblin. Porque
cuando la Primera Estrella nació en el reino, el alma de su madre fallecida
brillaba a su alrededor, ella lo vio. Vio su oscuridad mientras él esperaba. Vio
su ruina. Y tenía miedo.
Por el bien de ella, el hijo oscuro se retiró a su vida de miseria, la vida
que su padre goblin arregló para él. Saldría solo cuando la Primera Estrella lo
necesitara. Solo cuando se sintiera angustiada. La ayudaría, pero su miedo lo
mantuvo a distancia. Nunca tocándola. Nunca conociéndola.
Pero la cuidó a medida que crecía y cumplía su deber con la Estrella del
reino. La estrella conocida como Jehovahn.
—¿Terminaste? —preguntó Cookie, golpeándome en una pierna con su
libro. Después de leer el primero, se sentó esperando impacientemente el
siguiente.
Pero me senté completamente aturdida. —Simplemente no veo cómo
esto puede ser un libro para niños —dije, repitiendo nuestras impresiones
anteriores—. Mucho menos un éxito de ventas internacional.
—¿Es… exacto? —preguntó ella.
—No lo sé. Ciertamente parece serlo.
Tenía toda la intención de leer el tercer libro, pero necesitaba tiempo para
asimilar lo que acababa de leer. Mientras Cookie lo leía, liberando un suspiro
suave aquí y allá, hice más café, porque uno necesitaba grandes cantidades
cuando no podía dormir, entonces anuncié mi necesidad de aire fresco. Cookie
apenas lo notó. Me puse unos zapatos, una chaqueta, y salí a caminar.
El aire fresco de la noche se sintió bien. Caminé hacia el campus de la
UNM y paseé por los hermosos jardines.
El libro, para todos los efectos, era puntual. Al menos por lo que me
dijeron. Todavía no recordaba mucho de mi pasado piadoso, y me comentaron
que el Dios Jehovahn robó algunos de mis recuerdos. Pero, ¿por qué lo haría?
La única falacia que encontré fue al contar quién creó la dimensión del
infierno dentro del Cristal Divino. Según todo lo que me dijeron, Reyes no
construyó esa dimensión infernal. Dios lo construyó para su hermano menor.
Pero con el autor tan bien en todo lo demás, ¿por qué iba a equivocarse?
—¿Ya te rendiste en encontrarme?
Me volví para ver a Reyes siguiéndome, paseando sin rumbo, tal como
yo. O pretendiendo hacerlo. Su caminar era el de un animal, lleno de poder y
gracia, acechando a su presa.
Continué mi camino y lo dejé seguir, sin saber si estábamos en un sueño
o realidad. Quizás eran las dos cosas.
—Nunca —dije, sumergiendo las yemas de los dedos en una fuente
mientras caminaba—. Vienen por ti. Los ángeles.
—¿No es así siempre?
—Están enviando un ejército.
—¿A hacer qué? ¿Mirarme con aspereza? No pueden derribarme, y lo
saben. —Se acercó un paso—. Pero tú puedes. ¿Nos vemos en el campo de
batalla y terminamos lo que comenzamos?
Su sugerencia me sobresaltó. ¿El campo de batalla? No podía
imaginarme batallando contra un dios más de lo que podía imaginarme
bailando hula hula. —¿Es eso lo que quieres?
—Quiero las brasas. —Su voz, profunda y suave como el bourbon, goteó
sobre mi piel.
—Quiero la paz mundial —dije, cansada de luchar. De batallas. De
conflicto.
Entonces él estaba a mi espalda, envolviendo sus brazos a mí alrededor
por detrás, una en mi cintura, una en mi cuello. Enterró su rostro en mi cabello
y gruñó.
Lo deseaba tanto, me hundí contra él y ajusté mi cuerpo como si
fuéramos piezas de un rompecabezas. Como si fuéramos cerraduras y llaves.
—No te traicioné —dije, recordando el libro y cómo la Estrella Oscura
creyó que la Primera Estrella lo traicionó.
Su boca encontró mi oreja, su aliento caliente contra mi mejilla, cuando
dijo—: Por supuesto que sí.
Y al igual que cada vez que Reyes entraba en mi mente, me sacudí para
despabilarme. Me giré, viendo solo el campus desierto.
¿De verdad creía que lo traicioné? En todo caso, era todo lo contrario. Me
traicionó a mí o a la Primera Estrella, cualquiera sea el caso.
Necesitaba respuestas, y esto no me llevaba a ninguna parte. Era hora de
descansar por un rato. Me apresuré a casa y encontré a Cookie leyendo el tercer
libro.
—Voy a dar un paseo.
—Está bien —dijo, agitando una mano distraídamente, completamente
absorta en el libro.
—Voy a tener una pequeña charla con el hermano mayor de Reyes.
—Bien por ti, cariño.
Después de agarrar mi bolso y llaves, la dejé a solas, pero justo cuando
cerraba la puerta de entrada, la escuché decir—: Espera, ¿qué?
13
Traducido por Ann Farrow & Genevieve
Corregido por AnnyR’
***
***
Ella estaba en el plano celestial. Al menos una parte. ¿Su esencia, tal vez?
Pero los humanos no se encontraban en ese plano. No completamente. No hasta
que morían, de todos modos. Tal vez había aparecido ahí porque había estado
muy cerca de morir.
O tal vez había más que eso.
De cualquier manera, necesitaba echar un vistazo más de cerca a este
caso. No fue Rey'azikeen. Lo supe sin tener ni una sombra de duda. Pero las
muertes coincidieron con la destrucción del cristal divino. Con la apertura de
las puertas.
Cuando Reyes había salido de la dimensión del infierno, cuando rompió
el cristal divino para liberarse, también liberó todo lo que había en su interior.
Las pobres almas que habían sido atrapadas por el sacerdote siniestro me
atravesaron directamente, pero nunca sentí o vi al sacerdote; el hombre
malvado que los había metido a todos allí.
Una sospecha que había estado hirviendo en mi mente reapareció. Estar
en una dimensión infernal durante más de seiscientos años tenía que causar
estragos en el estado mental de una persona, y el suyo no había sido
exactamente estable para empezar. Pero si mis sospechas eran correctas, él no se
fue al infierno, el infierno de esta dimensión, como lo había sospechado.
Si mis sospechas eran correctas, todavía se encontraba en este plano.
Pero su presencia en este plano no explicaba por qué esa gente había
muerto de una manera tan horrible o por qué atacaron tan salvajemente a
Nicolette.
Me apresuré a volver a la oficina para examinar los archivos por
centésima vez. Me faltaba algo. Tenía que ser así. La conexión. Tenía que haber
una conexión, y la estaba pasando por alto.
Agarré los archivos del escritorio de Cookie, coloqué una olla de cosas
buenas, doblé las cosas buenas, luego me senté en mi propio escritorio para
estudiar. Para disecar. Para buscar cualquier cosa en común entre las víctimas.
Revisé sus archivos, pero todo lo que obtuve fue lo habitual, así que visité sus
redes sociales.
De las tres muertes, un hombre y dos mujeres, incluida la mujer
encontrada ayer por la mañana en el baño de la tienda de conveniencia, solo
uno tenía sus perfiles sociales establecidos en privado. Cookie tenía una forma
de evitar ese tipo de molestias. Yo no.
Las otras dos víctimas, una mujer llamada Indigo Russell, que fue
encontrada en su casa hace tres días, y un hombre llamado Don Koske, que fue
encontrado en su automóvil al día siguiente, parecían polos opuestos entre sí.
Teniendo en cuenta las últimas víctimas, Patricia Yeager y Nicolette, las
diferencias eran aún más evidentes.
Un contador, un artista de grabación, un empleado de la corte y una
enfermera.
Afortunadamente, una búsqueda en sus cuentas de redes sociales me
daría una imagen más amplia de sus vidas y hábitos. Algo tenía que
conectarlos. Pero tres tazas y dos tercios más tarde, no encontré nada.
—Piénsalo —dijo Cookie. Se me unió a la búsqueda. Ahora oficialmente
tenía una fiesta de búsqueda. Ella no podía mirar las imágenes de los cuerpos
de las víctimas, pero era fantástica al analizar las imágenes en los medios
sociales.
—Estoy pensando —le aseguré—. Es todo lo que he estado haciendo
durante horas.
—Nicolette es una chica muy inusual. Tiene un don. Un don
sobrenatural. Quizás, de alguna manera, atrajo a la entidad hacia ella. Como, tal
vez…
Dejó de hablar cuando me sobresalté y la miré boquiabierta, con los
párpados abiertos, la boca ligeramente abierta.
—Tuviste una epifanía —dijo, dejando que una sonrisa cruzara su bonita
cara.
—No, Cook. Tú la tuviste.
Agarré mi mouse y volví a la cuenta de Tumblr de Indigo Russell. Algo
me llamaba la atención, pero no podía entender por qué.
—Mira —le dije, señalando.
Indigo publicó una foto un año antes. La imagen mostraba un bosque
oscuro y sin hojas, austero y espeluznante, y escondiéndose detrás de un árbol
acechaba un demonio con brillantes ojos rojos y garras afiladas.
—No es solo la imagen —le dije, señalando la descripción—. Es lo que
dice al respecto.
—Todas las noches —leyó Cookie en voz alta—. Esto es lo que me espera
todas las noches desde el incidente. —Me miró, con empatía evidente en las
líneas en su rostro—. Espera, ¿qué incidente?
Había vuelto a mirar una foto de Indigo tomada por un amigo suyo en
un viaje de campamento. Metida en un saco de dormir, Indigo apenas estaba
despierta cuando el culpable se metió en su tienda y abrió el cierre. Su cabello
había sido un desastre, su rostro suave con los persistentes restos de sueño.
—Cookie, la he visto. Mira la fecha de esa imagen. —Volví a pensar—.
¿Recuerdas cuando conocimos a Quentin?
—Por supuesto, pobre bebé. Había sido poseído por un demonio porque
podía ver el reino sobrenatural. Varios demonios poseyeron personas sensibles
y las llevaron a su mundo. Porque solo esas personas podían verte, y te
buscaban. Querían matarte.
—Sí —le dije, señalando a Indigo—. Cook, ella era una de ellas. La
recuerdo esa noche.
—¿Te refieres a la noche de la pelea en frente de nuestro edificio de
apartamentos?
—Los demonios usaban a los humanos como sabuesos y escudos para
que pudieran intentar matarme. Para matar a Beep. Mi luz no los lastimaría
mientras estuvieran dentro de un humano. Tuvimos que sacarlos literalmente
antes de que pudiéramos matarlos.
Me detuve y estudié las facciones de Indigo, sus grandes ojos y su cabello
largo y oscuro, y la recordé de esa noche. Sentada a un lado durante la batalla.
Meciéndose hacia adelante y hacia atrás, tratando desesperadamente de sacarse
al demonio de encima.
—Ella era una de ellos, Cook. Luchó contra el demonio con todas sus
fuerzas, pero aun así logró controlarla hasta cierto punto. Después de la pelea,
después de que matamos a todos los demonios, huyó. Nunca supe su nombre ni
de dónde era. Nada. Y estuvo aquí en Albuquerque todo el tiempo.
—Y ahora se ha ido —agregó Cookie—. A pesar de sobrevivir esa terrible
experiencia de pesadilla, se ha ido.
—Exactamente. ¿Qué pasa si tienes razón? ¿Qué pasa si funciona de la
otra manera? ¿Qué pasa si las mismas personas que pueden ver el reino
sobrenatural pueden ser vistas por el reino sobrenatural? ¿Y si son objetivos
debido a eso?
—Eso explicaría por qué tanto Indigo como Nicolette fueron atacados
por una entidad sobrenatural.
—Y podría explicar lo de los demás. No tenemos forma de saberlo. A no
ser que…
Pensé en el caso de Joyce Blomme y en la casa embrujada. Tenía
curiosidad por saber por qué Joyce, la abuela fallecida y la bisabuela de los
ocupantes actuales, solo podían ver a dos de las tres personas en la casa esa
noche.
—Necesito hacer un mandado. Entrevistar a un posible testigo. —Podría
haber llamado a Chanel Newell, pero quería entrevistarla cara a cara. Para
medir su reacción a mis preguntas, porque la mayoría de las personas que son
sensibles al otro mundo tenían dificultades para admitirlo, incluso para alguien
como yo.
—¿Otra vez? —preguntó Cookie—. Como siempre te robas toda la
diversión.
—Es la mujer de la otra noche, cuya abuela rondaba por su casa, pero la
abuela pensaba que era la nieta quien rondaba por su casa y tuve que decirle a
la abuela que había muerto hacía treinta y ocho años y que ella era, de hecho, la
cazadora, no la cazada.
—Oh —dijo Cookie, poniéndose de pie para regresar a su escritorio—.
Está bien, entonces. Estoy bien aquí.
—Eso pensé —dije, incapaz de reprimir una leve risita.
Me dirigí hacia allí. O lo intenté. La puerta se abrió antes de que pudiera
llegar, y el Detective Forrest Joplin, entró en las humildes oficinas de
Investigaciones Davidson.
Me tensé. Principalmente porque él me odiaba con una pasión ardiente.
No entendía cómo resolvía los casos. Pensaba que el tío Bob me complacía
demasiado. Pensaba que usaba medios nefastos.
Tenía razón. Usaba todos los medios necesarios, pero esa no era razón
para odiarme por completo. Mis entrañas no tenían nada que ver con mis casos.
—Detective —le dije, más dulce de lo que podía. Mi mundo puede que
haya llegado a su fin, mis amigos puede que hayan sido atacados y sospechosos
de un crimen, mi esposo puede que se haya convertido en un dios volátil, y
puede que no haya dormido en varios días, pero de ninguna manera iba a
permitir que el Detective Joplin supiera algo de eso. Le sonreí—. Qué raro
encontrarte aquí.
Agitado, probablemente por mi mera presencia, miró a Cookie y luego a
mí. —¿Podemos hablar en tu oficina?
Mi sonrisa se ensanchó. —Por supuesto. Mientras Cookie también pueda
estar allí. Es posible que necesite un testigo.
—¿Un testigo?
—Pareces molesto. Si recibo otra regañina acalorada porque resolví uno
de los casos a tu cargo, necesito un testigo. Ya sabes, para cuando presente una
queja.
Pasó una mano por su calva militar. —No estoy aquí para regañarte,
Davidson. Estoy aquí para advertirte.
Aplaudí de emoción. —Aún mejor. ¿Podemos grabarlo?
Se me acercó. —Tu tío está fisgoneando en mi caso, y si está fisgoneando,
lo más probable es que tú se lo hayas pedido.
Miré a Cookie. Su cara se volvió de un extraño color púrpura.
—Cook, ¿ya hablaste con el tío Bob? Pensé que eso iba a ser, ya sabes,
algo para cuando se fueran a dormir.
—Así era. Ese era el plan, pero entonces…
—Cookie —dije con un grito ahogado, sonriéndole con orgullo—,
¿tuvieron un rapidito?
—Charley, no creo que este sea el momento.
Apoyé una cadera en su escritorio. —Oh, es el momento perfecto.
—Solo le pregunté si podía verificar esa cosa de la que hablamos cuando
hablamos, ya sabes, de esa cosa. —Dios, era buena para confabular.
Después de otro momento de incomodidad en un punto muerto ya
incómodo, mi cuota del día se había llenado, y la dejé libre de culpa.
Me volví hacia el detective hosco. —Sí, me preguntaba si tenías la causa
de muerte de una de tus víctimas. Un hombre llamado Hector Felix.
—¿Por qué?
—¿Cierto? Es un nombre tan extraño. Es como dos nombres juntos. Pero
no tengo idea de por qué alguien lo nombraría así.
Se mordió el labio, tensando su mandíbula. —¿Por qué quieres saberlo?
Tenía la sensación de que se portaba bien frente a Cookie. Esa mujer era
invaluable de una forma que ni siquiera podía imaginar. —Estoy
preguntándolo para un amigo.
—¿Ese amigo no sería una tatuadora local?
Cookie jadeó. Ruidosamente.
Cerré los ojos con fuerza, y luego dije—: No.
Pero él ya sonreía cuando abrí los ojos otra vez. —Bueno, sí salieron. —
Agarró la grapadora de Cookie—. Sí la abandonó. —La dejó en el suelo,
fingiendo una intriga completa con materiales mundanos de oficina—. Y el
envenenamiento es el MO número uno cuando matan las mujeres.
—¿Veneno? —pregunté, asombrada. Me costó muchísimo no girarme
hacia Cookie para obtener un choque de cinco. Pari estaba tan fuera de peligro,
como los jugadores de fútbol de Lobo.
—Sí —dijo, perdiéndose de mi euforia que aumentaba—. Menos
violento.
Casi me río. —Claramente, no conoces a Pari.
—Claramente, tú sí. —Me inmovilizó con una sonrisa victoriosa, que era
mucho más molesta que la presumida.
Ups. —Sí, pero también sé que no tuvo nada que ver con su muerte.
—Él también había sido golpeado recientemente. ¿Alguna idea sobre
eso?
—No que pueda compartir.
—Entonces, puedo agregar obstrucción a mi lista de agravios en tu
contra.
—¿Tienes una lista de agravios en mi contra?
—Varias páginas diría.
Este tipo sí que no me quiere.
—De cualquier manera —agregó—, dile a tu amiga que tuvo suerte. Esta
fue la última chica que intentó romper con Hector Felix.
Noté el sobre manila en sus manos, pero no le presté mucha atención
hasta que sacó una foto de una chica, cuyo rostro había sido cortado en
pedazos.
Mis manos volaron a mi boca como lo hicieron las de Cookie. Se hundió
en su silla y lo miró con sorpresa.
—Navaja recta —dijo.
La pobre chica, una rubia con bata de hospital azul claro, tenía alrededor
de mil puñaladas cerrando las numerosas heridas en sus mejillas, frente, nariz y
mentón. Cada una más espantosa que la anterior. También tenía una espinilla
hinchada y el blanco del ojo era de color rojo sangre, por lo que probablemente
también fue golpeada.
—¿Quién haría esto? —pregunté, mi pecho constriñendo el flujo y
haciendo decaer el flujo de aire a mi torrente sanguíneo.
Me quitó la foto de las manos, la guardó en el sobre y luego me lo
devolvió, como para exponer algo. —Algo para que pienses.
—Detective…
—Señorita Davidson —dijo, luego se volvió y salió.
—Oh, Charley —dijo Cookie desde detrás de sus manos entrelazadas.
Saqué la foto. El nombre de la mujer, Judianna Ayers, se hallaba en la
parte de abajo.
—Está bien —le dije a la puerta por la que Joplin acababa de salir—. Voy
a morder el anzuelo. —Le entregué la foto, tanto como odiaba hacerlo, a
Cookie—. Consígueme todo sobre esta mujer. Tengo un mandado que hacer.
Vuelvo en una hora.
—¿Qué quisiste decir, que morderás el anzuelo?
—Nos dio esto por una razón, Cook. ¿El idiota quiere que lo investigue?
Lo miraré.
—¿Crees que quiere que resuelvas el ataque de esta mujer?
—Tal vez no puede apuntar a Hector. —Agarré mi bolso y caminé hacia
la puerta—. Pero estoy muy segura de que yo sí puedo.
15
Traducido por Julie & Ann Farrow
Corregido por AnnyR’
Conduje a la casa de Chanel Newell. Recordaba que ella dijo que tenía
algunos días libres y que quería comenzar la limpieza primaveral, así que
esperaba encontrarla en casa.
Un Encore blanco se hallaba ubicado en el camino de entrada de la casa
en la que aparqué hace solo un par de noches. Caminé hacia la puerta y llamé.
Blue Öyster Cult se oía a través de la puerta de madera.
Una chica de las mías.
La puerta se abrió. —Señora Davidson —dijo, sorprendida.
—Hola, señora Newell.
—Chanel, por favor. Adelante. —Abrió la puerta mosquitera y me hizo
pasar al interior—. Los niños están en la casa de mi hermana. Me está ayudando
para que pueda limpiar un poco. —Se quitó un par de guantes de goma
amarillos y me llevó a la cocina para poder bajar la música.
—Y dime Charley. Por favor.
—Por supuesto. ¿Te gustaría algo de té?
—No quiero molestarte. Solo tengo un par de preguntas.
—Ah, vale.
Sacó algunas revistas y papeles de la mesa de la cocina, avergonzada, y
me ofreció un asiento.
—Chanel, voy a hacerte una pregunta extraña, y solo quiero que sepas
que estoy completamente abierta a cualquier respuesta que me des.
Una risa nerviosa se le escapó. —Esto suena ominoso.
—Me dejaste entrar el otro día, sin tener idea de quién era cuando te dije
que creía que tu casa estaba embrujada.
—Sí. —Asintió evasivamente—. Así es.
—¿Por qué?
—Oh, no sé. Tenías una identificación. Parecías de fiar.
No pude evitar sonreír. —Creo que fue porque ya sabías antes de que
incluso te dijera algo que la casa estaba embrujada.
—¿Qué? —Resopló ligeramente—. No. ¿Por qué…? ¿Cómo podría saber
tal cosa?
—Creo que eres sensible al reino sobrenatural. Y si tengo razón, el reino
sobrenatural es igual de sensible contigo.
Se tensó, y una línea se formó entre sus cejas. —¿Qué significa eso?
—¿Tu hijo también es sensible?
Después de morderse el labio por un momento, cedió. —Sí. Más que yo.
—¿Pero tu hija no?
—No. Tiende a heredarse de mi familia. Mi hija era de mi esposo. Él
falleció hace un par de años.
—Lo siento mucho, Chanel.
—Estamos bien. Mejor.
—Me alegro.
—¿Qué quisiste decir con que el reino sobrenatural es sensible a mí?
Lo último que quería era asustarla, pero merecía saberlo. —Voy a ser
honesta, Chanel. Investigo, bueno, todo tipo de anomalías. Incluso aquellas con
un giro sobrenatural.
—De acuerdo —dijo, cada vez más recelosa.
—Hubo tres asesinatos y un ataque, y parecen, por loco que parezca,
tener un elemento sobrenatural. Podría estar equivocada, por supuesto —
agregué cuando comenzó a alejarse de mí.
Incluso a los sensibles les costaba mi nivel de fenómenos sobrenaturales.
—Pero, lamentablemente, no lo creo. No sé si la proximidad tiene algo
que ver con lo que está sucediendo o si ha habido víctimas con el mismo tipo de
heridas en otras ciudades, pero necesito que te vayas por unos días. Que salgas
de la ciudad con tus hijos. Sobre todo Charlie.
La alarma la detuvo en seco. —¿Qué estás diciendo? ¿Que estamos en
peligro?
—No lo sé. Esto es una conjetura fundamentada en el mejor de los casos.
—Entonces, si podemos verlos, ¿ellos también a nosotros?
Asentí, luego me volví hacia la otra mujer sentada a la mesa, la que
todavía tenía que reconocer, la señora Blomme. —¿Qué piensas, cariño?
Frunció el ceño. Estuvo emocionada de verme cuando llegué, pero mi
mensaje la preocupó.
—¿Puedes ver a tu bisnieta?
Sacudió la cabeza. —Ni un poco. Lo he intentado. Puedo ver a Chanel
hablando con ella, pero simplemente no la veo allí.
—Estaba preocupada por eso. Y eso le pone punto y final —le dije,
citando a Jane Austen. Me volví hacia Chanel—. ¿Tienes a dónde ir?
Chanel, perdida en mi conversación con su abuela, se volvió de golpe
hacia mí. —¿Qué? Bueno, sí, supongo. Tengo un hermano en el sur de Texas.
¿Eso será lo suficientemente lejos?
—Eso espero. Sin duda vale la pena el esfuerzo. Te lo haré saber en
cuanto lo aclare.
—Los mantendré vigilados —dijo la señora Blomme.
—Chanel, sé que puedes ver a tu abuela o ver su esencia. ¿Pero puedes
comunicarte con ella?
Negó con la cabeza. —No puedo, pero creo que Charlie sí.
—Esa preciosidad y su salsera —dijo la señora Blomme, golpeándose la
rodilla con deleite—. Es encantador. Tengo una familia hermosa, señora
Davidson.
—Sí, es cierto. ¿Puedes vigilarlos por mí? ¿Vendrás a buscarme en el
momento en que algo parezca andar mal?
Se enderezó y saludó. —Por supuesto.
—¿Sabes cómo encontrarme?
Se rió. —Es un poco difícil perderte.
—Gracias.
Dejé a la familia Blomme-barra-Newell para ver lo que Cookie había
descubierto sobre nuestra chica, Judianna Ayers, la mujer con la que Hector
Felix utilizó una navaja de afeitar. Pero primero, una vez dentro de Misery,
convoqué a Angel.
—Hola, chica —dijo, gesticulando con un asentimiento desde el asiento de
mi pasajero.
Me moví hacia él, plantando mi rodilla en la consola. —Oye, dulzura.
Se encogió por mi término de cariño.
Lo ignoré. —Tengo una pregunta para ti.
Dejó escapar un largo suspiro y se pasó una mano por la cara. —Sí,
puedes verme desnudo, pero esta es la última vez.
—Angel.
—Lo digo en serio. Un hombre puede soportar hasta cierto límite.
Tosí para cubrir mi suave estallido de risa. Él odiaba el hecho de que no
lo considerara un hombre. El hecho de que técnicamente era más viejo que yo
no significaba que lo viera de esa manera. Había muerto a los trece años y
todavía parecía de esa edad.
—¿Vas a insistir en besarme otra vez? —continuó.
Extendí la mano y pasé los dedos por la pelusa de melocotón en su
barbilla. —En tus sueños, dulzura.
Tomó mi mano y la levantó a sus labios fríos. Si no hubiéramos sido
golpeados con una ola de calor con el nombre de Rey’azikeen el Errático, la
habría retenido por más tiempo. En cambio, la bajó y preguntó—: ¿Qué pasa?
—¿Hay algunos difuntos que no pueden ver a los humanos? Quiero
decir, puedes ver a cualquiera. Y recuerdo el caso de los tres abogados,
Sussman, Ellery y Barber. Podrían ver a los humanos, también. Pero…
—Acababan de morir —dijo, interrumpiendo.
—¿Qué?
—Los abogados. Acababan de morir.
Negué con la cabeza, tratando de entender, pensar en mis casos y en
todos los difuntos con los que trabajé a lo largo de los años. Empecé a trabajar
con mi padre, ayudándolo a resolver crímenes, cuando tenía cinco años, y en
todo ese tiempo, nunca me di cuenta del hecho de que algunos podían ver el
plano terrenal y otros no.
A pesar del calor de la deidad volátil que permanecía cerca, Angel
mantuvo mi mano sobre su regazo. Se estaba poniendo más valiente por el
momento, pero no me hallaba segura de lo que Rey’azikeen podría hacerle. Si
existía algo. Aunque lo había visto estrangular a Angel una vez. Claramente, el
adolescente podía resultar herido.
—Mientras más fresca es la muerte —explicó—, más podemos ver.
Me desplomé contra mi asiento, estupefacta. —Es la primera vez que
escucho sobre esto. ¿Cómo podría no saberlo?
Se encogió de hombros. —Nunca ha sido un problema.
Tenía razón. Nunca fue un problema, pero me encontraba
tremendamente segura de que ahora sí lo era.
Entonces se me cruzó otro pensamiento. La señora Blomme falleció hace
treinta y ocho años, y podía ver a esos humanos sensibles al reino sobrenatural.
Angel se murió hace más de veinte años. Tomé su mano en las mías y le
pregunté—: Angel, ¿estás… perdiendo la capacidad de ver a los humanos?
Me apretó las manos. —Aún no. No sé si nos pasa a todos, pero creo que
algún día podría ocurrir.
—¿Por qué sucede? ¿Qué tiene que ver el tiempo con eso? —Tenía
sentido. El sacerdote estuvo muerto por más de seiscientos años. Sin duda
explicaría algunas cosas.
—Piénsalo —dijo, manteniendo su mirada desviada—. ¿Te gustaría ver
personas, docenas de personas todos los días, si no pudieran verte? Se vuelve…
solitario.
—Angel. —Me incliné hacia adelante otra vez y puse mi mano sobre su
mejilla.
—Sabes, por las dudas, tal vez quieras dejar que te vea desnuda ahora
antes de que pierda la habilidad.
—Buen intento, guapo.
—Algo para pensar —dijo un microsegundo antes de desaparecer.
Ahora en un estado de melancolía, llamé a Cookie.
—Por lo que puedo decir —dijo, sabiendo exactamente por qué había
llamado—, está en custodia de protección.
—¿En serio? —dije, impresionada—. ¿Cómo dedujiste eso?
—Tengo una gran red subterránea de espías, así que podría decírtelo,
pero luego tendría que matarte.
—Ya veo. En serio, ¿cómo lo descubriste?
—¿No me crees? —preguntó, consternada.
—Ni siquiera un poco.
—Robert me lo contó —dijo, rindiéndose—. Es por eso que Joplin está
tan frustrado. Pues esa es una razón. Estoy bastante segura de que también está
frustrado sexualmente, pero esa es una historia para otro momento. Estuvo
tratando de pillarlo con algo a Hector Felix durante un par de años en vano. Y
luego Hector termina muriéndosele.
—Qué descarado —le dije, con mi voz llena de sarcasmo—. ¿El tío Bob
no dijo dónde se alojaba ella mientras estaba bajo custodia protectora?
—Es súper secreto. Ni siquiera el capitán lo sabe. Robert no lo dijo en
pocas palabras, pero creo que es algo del FBI.
—Eso es tan raro. Solo conozco a un agente del FBI. Un par, de hecho.
—Charley, sabes que no pueden decírtelo.
—Cierto. Pero eso no significa que no pueda toparme accidentalmente
con información sobre el paradero de cierta joven traumatizada.
—¿Y cómo planeas hacer eso?
—Comienza con una A y termina con ngel.
—Ya sé dónde está, jefa —dijo Angel desde el asiento del pasajero.
Salté, casi depositando mi corazón en mi garganta, luego lo fulminé con
la mirada antes de colgar con Cook.
Estaba sentado riéndose, sus hombros, casi pareciendo ser el imán para
chicas que habían prometido, temblaban. —Me matas —dijo entre risas.
—Oh, sí, bueno… te ríes como una niña.
Se rió más fuerte. —¿Eso es todo lo que tienes? Necesitas dormir un
poco. Estás perdiendo tu estilo.
Era muy, muy adorable. Me encantaba cada centímetro de su ser
encantador e inquisitivo. Entonces, sabía que lo que estaba a punto de hacer me
iba a causar daño más de lo que le dolería a él.
Lo arrastré y le di un puñetazo en el brazo. Tristemente, mi intento de
venganza solo sirvió para alimentar su alegría.
Necesitaba nuevos amigos.
—Lo que sea. Necesito que vayas de vigilancia.
—Siempre estoy de vigilancia.
—Porque eres tan bueno en eso.
—Es cierto —dijo, solemne—. Por favor dime que es bonita.
—De hecho, lo es.
Le informé sobre mi plan, lo que involucraba que engañáramos a una
agente especial Kit Carson de la F, B e I.
—Es genial —dijo cuando terminé—. Pero esto no funcionará.
—¿Por qué no? —pregunté, ofendida.
—El hecho de que la llames preguntando por Judianna Ayers no significa
que vaya a subirse a su automóvil y conducir hasta donde la están reteniendo.
—Cierto, pero tal vez traiga algo o haga una llamada que pueda rastrear.
Simplemente toma nota de cualquier dirección o número de teléfono después
de colgar.
—Lo haré.
Se desvaneció justo cuando mi teléfono sonó. Cookie me devolvió la
llamada, con suerte con la ubicación de nuestra chica y yo podría empezar la
treta.
—Casa de Veneno de Serpiente de Charley.
—Tuve una idea…
—¿Solo una?
—Dijiste que este sacerdote…
—Si es el sacerdote.
—Bien, si es este sacerdote y está atacando a personas que pueden ver el
reino sobrenatural…
—Exactamente, pero ¿por qué? ¿Por qué atacaría a las personas?
—Más importante aún, ¿qué impide que ataque a Quentin? Quiero decir,
Quentin no solo ve el reino sobrenatural. También puede comunicarse con ellos.
—Oh, Cook —le dije, mi pulso de repente se precipitó en mis oídos—. Ni
siquiera lo pensé. ¿Puedes llamar a Amber y pedirle que le dé un mensaje?
—Por supuesto. Pero, para no arrojar una luz deslumbrante sobre lo
obvio, ¿qué evitará que el sacerdote te ataque?
—Puedo manejarlo. No te atrevas a preocuparte por mí. Pero Quentin…
—Me haré cargo de ello. Tal vez también tengamos que alejarlo por un
tiempo.
Me mordí el labio inferior, debatiendo. —Me pregunto si estaría más
seguro en el convento. Ya sabes, ¿todo ese asunto de la tierra sagrada?
—Vale la pena intentarlo.
—Está bien, haz que Amber le diga que lleve su trasero a casa rápido y
pronto. Ah, y a Pari —agregué—. ¿Puedes llamarla? Estoy a punto de timar a
Kit.
—Suena… doloroso. Claro que puedo llamarla. ¿Debería decirle que se
vaya de la ciudad?
—Sí. Ella no lo hará, pero dile que lo haga. De hecho, envía a Garrett a
verla si ha terminado con su vigilancia.
—Perfecto. Cualquier excusa para hablar con ese hombre.
—¿Verdad? ¿Has visto sus abdominales últimamente? —Un calor me
cubrió con la declaración y no venía de mi interior. Lo ignoré. Los celos eran tan
impropios.
Colgamos, y planeé el timo, también conocido como Operación Espiar a
Kit, y Lograr que Revele el Paradero de un Cierto Testigo de un Crimen
Perpetrado por Hector Felix, Recientemente Difunto. Era tan mala en nombrar
operaciones.
Marqué el número de Kit y esperé. No respondió la primera vez, así que
lo intenté de nuevo. Era una agente del FBI. Tenía una mierda importante que
hacer. Importante mierda que no tenía problemas para interrumpir, así que lo
intenté de nuevo.
Después de la quinta llamada, finalmente respondió: —Davidson —dijo,
con su voz un poco nerviosa. Un poco aguda. Un poco irritada.
—Carson —le dije—. ¿Cena?
—Está bien, estaré allí —le dijo a alguien que no era yo. Esperaba—. Me
dirijo a una reunión, Davidson. ¿Es esto negocios o placer?
—Siempre es un placer cuando estás involucrada, Kit.
—Entonces, negocios. ¿Que necesitas?
—Oh, nada demasiado urgente. Es que esta mujer vino con cortes frescos
en toda su cara. Fue horrible, Kit. Quiere contratarme, pero le dije que fuera a la
policía. Dijo que ya estuvo hablando con el FBI, pero que tenía miedo por su
vida. Quiere que encuentre a su atacante.
—¿Qué? —dijo Kit, sorprendida—. Ya sabemos quién la atacó.
Maldición. Ahora mismo te vuelvo a llamar.
Colgó antes de que pudiera decir “Okidoki”. Treinta segundos más
tarde, Angel regresó con una expresión atónita en su rostro.
—No puedo creer que funcionó.
—Te lo dije. Debería haber ido a Hollywood. Pude haber sido una
aspirante.
—Ella acaba de marcar el número de uno de los agentes que vigilan tu
testigo.
—En su defensa, no muchos de sus enemigos pueden enviar a un
adolescente fallecido para espiarlos e interceptar los números de sus llamadas
salientes.
—Cierto. —Repitió el número que Kit había marcado para comprobar a
Judianna Ayers.
Llamé a Cookie, transmití el mensaje y luego le dije que hiciera su magia.
Cinco minutos más tarde, por horrible que fuera la verdad de lo que hicimos,
teníamos una ubicación.
—De ninguna manera pudo haber sido tan fácil —le dije, cada vez más
preocupada.
—Lo sé, ¿verdad? Pero esta es la dirección que surgió. Ese número está
ubicado justo allí.
—Pero es un trabajo de protección de testigos. No pudo haber sido tan
fácil obtener esta información.
—No sé qué decirte.
—¿Sabes qué? Estoy haciendo un agujero en sus medidas de seguridad.
Enseñándoles dónde se equivocaron. Donde necesitan reforzarse.
—Mejor tú que un enemigo real. Ten cuidado, cariño.
—Bueno. Lo comprobaré. Gracias, Cook.
Me dirigí a la dirección que Cookie me dio en South Valley, en Fourth
Street. No era la mejor parte de la ciudad. Tampoco la peor. Había algunas
casas históricas geniales en el distrito. Le daba al área un cierto encanto no
permitido en las peores partes de Albuquerque. Las zonas de guerra.
Sabiendo que nunca pasaría por la seguridad para ver a Judianna y
podría ser arrestada solo por intentarlo, hice lo siguiente mejor. Pasé por alto la
seguridad. Me moví hacia el plano celestial, en medio de los dos reinos, y
atravesé una pared exterior de la residencia hacia el baño, con gran esperanza
de que tuviéramos la dirección correcta.
Abrí la puerta y escuché. Un televisor sonaba desde la sala de estar, y dos
agentes se sentaban en una mesa cercana. El alivio me cubrió. Definitivamente
teníamos la dirección correcta. Ahora a encontrar a Judianna.
Empecé a escabullirme por el pasillo cuando escuché una voz suave
detrás de mí.
—Voy a gritar —dijo.
Me congelé, luego volteé lentamente para ver a la una vez hermosa
Judianna Ayers parada detrás de mí con un cepillo de dientes en su mano.
—Te apuñalaré en la cara.
Lo sostuvo como un arma, su cepillo de dientes, llena de energía.
Estaba asustada. Cualquiera lo estaría. Pero ella no había hecho lo que
temía. No se retiró dentro de sí misma y renunció. Era una luchadora. Y
amenazaba con apuñalar mi cara con su cepillo de dientes.
Me gustaba.
Eché un vistazo alrededor, preguntándome dónde estuvo hacía treinta
segundos. Luego pregunté—: ¿Dónde te encontrabas hace treinta segundos?
—En la ducha.
Al observar su estado totalmente vestido, la miré de arriba abajo,
alzando las cejas con sospecha.
—El agua en el fregadero no funciona —explicó—. Tengo que lavarme
los dientes en la bañera.
—Entonces, ¿entraste?
—Bien, bien, leía. ¿Sabes lo fuerte que suena esa estúpida TV? Tengo que
venir aquí para leer, y, bueno, eché un par de almohadas y la bañera es bastante
cómoda. —Se giró hacia mí como si estuviera llamando la atención—. ¿Pero
cómo entraste aquí, y qué es lo que quieres?
Sus puntadas fueron removidas hace un tiempo. Solo Dios sabía cuánto
tiempo había estado encerrada en esta casita con agentes del FBI cuidando cada
uno de sus movimientos.
—Iba a preguntarte si mataste a Hector, pero puedo ver que es bastante
dudoso teniendo en cuenta a los guardaespaldas.
—¿Mataron a Hector? —preguntó. Enderezó sus hombros. Después de
un momento de reflexión, se dejó caer al costado de la bañera—. ¿Hector está
muerto?
Eso fue, sin duda, un no a la teoría de asesinato. —Sí, cariño. Lo siento.
—Oh, no, está bien. Era un idiota. Es simplemente… impactante.
—Estoy segura. —Me senté a su lado y revisé el libro que estuvo
leyendo: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban. Sabía que me gustaba.
—Espera, ¿pensaste que lo maté? —Su piel se estiró cuando habló, y
algunas palabras fueron más difíciles de pronunciar, pero sanaba notablemente
bien.
—Ya no. Y, no, realmente no. Solo necesitaba asegurarme. ¿Pero puedes
hablarme de Hector?
Levantó un hombro. —Era violento, impredecible, sociópata.
—¿Aparte de eso? Aparentemente estaba envenenado, y si te guardaras
eso para ti por un tiempo, lo agradecería. No se suponía que debía repetirlo.
¿Pasó algo inusual mientras estuvieron juntos? Además de lo obvio.
—Estuvo actuando extraño durante aproximadamente un mes antes de
que tratara de romper con él. Llamadas telefónicas secretas y reuniones.
—¿Otra mujer?
—Oh, no. —Agitó una mano desdeñosa—. Eso era un hecho con Hector.
Nunca mantenía sus aventuras en secreto. No, era diferente. Estaba… estresado.
Preocupado. Y créeme, Hector no se preocupaba por nada.
—¿Y no tienes idea de lo que pasaba?
—Ni idea. Nunca hablaba de negocios en frente de mí.
Me costaba imaginarme a esta chica inteligente, tan inteligente y valiente,
terminando con alguien como Hector Felix. —¿Cómo lo conociste?
Se rió, pero era un sonido hueco, lleno de resentimiento. —Yo era
modelo. Vino a un espectáculo, flirteó un poco, y al día siguiente tenía una
docena de rosas en la puerta de mi casa junto con una nota que decía que era
suya.
—Ah. Un tipo tradicional.
—Fue muy extraño. Al principio me hizo sentir, no sé, querida. Segura,
incluso.
—Entiendo eso. Pero una vez que descubriste cómo era, ¿por qué
aguantaste? ¿Con él?
—Hector no me dio mucha opción. Todavía estaría con él si no hubiera
intentado matarme una noche. Decidí que nada podría ser peor que vivir con
miedo. Ni siquiera la muerte. Entonces, lo dejé.
—¿No lo tomó bien?
—No. No lo hizo. Pero todavía tenía mi carrera. —Bajó la cabeza
mientras se formaban lágrimas entre sus pestañas—. Era modelo.
Cerré mis ojos. —Lo siento mucho, Judianna. Lamento que Hector te
haya hecho esto.
Me miró sorprendida. —Hector no me hizo esto.
—¿Qué?
—Oh no. Este fue un mensaje de su madre.
Me quedé allí sin palabras durante un minuto completo hasta que
llamaron a la puerta.
Uno de los agentes gritó a través de la puerta. —¿Judianna? ¿Está todo
bien?
La madre de Hector. Tenía que conocer a esta mujer.
—Todo está bien. Solo estoy hablando con… —Me miró—. ¿Cuál es tu
nombre?
—Déjame adivinar —dijo una voz femenina sorprendentemente
familiar—. ¿Charley Davidson?
Judianna alzó las cejas en pregunta. Difícilmente podría cambiar ahora.
No tuve más remedio que enfrentarme a la sombría música de invierno.
Asentí y me puse de pie para abrir la puerta.
—¡Carson! —dije un microsegundo antes de que un agente masculino me
golpeara la cara contra el suelo y me esposara. Eso iba a doler por la mañana.
16
Traducido por Miry GPE
Corregido por Ann Farrow
***
Parecía que moverse dentro y fuera del reino celestial incitaba aún más a
mi anarquista esposo o la entidad anarquista que residía en el cuerpo de mi
esposo. Lo sentí cerca todo el día, pero cuando me moví para colarme en la casa
de seguridad, sentí una versión más fuerte de su presencia. Su calor. Su energía.
Su enojo. Obviamente no encontró lo que buscaba.
Tampoco encontré lo que buscaba, así que estábamos parejos.
Regresé a Misery, entré y recogí mi teléfono justo cuando sonaba.
—Hola, Cook —le dije, encendiendo el motor y dirigiéndome de regreso
a la oficina.
—¿Estás usando un pequeño vestido negro?
—No este mes.
—¿Cómo es tu ropa para asistir a un funeral? ¿Te mezclarás?
—No resaltaré, pero preferiría cambiarme. ¿Supongo que el funeral es
pronto?
—Cariño, el funeral es a las dos.
Sostuve mi teléfono para verificar la hora. —Oh, tengo poco menos de
tres horas.
—En El Paso.
—¿Texas? —pregunté, consternada—. ¿Por qué El Paso? Pensé que la
familia Felix era de Albuquerque.
—Tienen algunas propiedades aquí, pero tienen su base en El Paso.
—Maravilloso. De acuerdo, puedo hacer esto. Correré a casa, tomaré algo
de ropa y me cambiaré en el camino.
—¿Mientras conduces? —preguntó, igual de consternada.
—Es eso o perderme todo el asunto. El Paso se encuentra a tres horas.
Puedo hacerlo en poco más de dos sin matar a nadie. Sí —dije, pensando en voz
alta—. Puedo hacer esto.
—¿Por qué no haces eso de la tele-transportación?
Mis hombros se hundieron. —Simplemente no soy tan buena. Podría
terminar en Escocia nuevamente. O Siberia. O Marte.
—Conseguiré algo de ropa y te encontraré en el frente.
—Gracias, Cook. Te debo una.
—Ya me debes varias. ¿Cómo te fue con Judianna?
—La chica es una sobreviviente, de principio a fin. Y no fui arrestada.
Entonces, ya sabes, eso es una ventaja.
—Bien por ti.
Diez minutos más tarde, corrí al estacionamiento de nuestro edificio de
apartamentos, agarré la bolsa de las manos extendidas de Cookie como si fuera
un conduce-y-lleva, disminuí la velocidad y retrocedí para agarrar la taza de
café que sostenía, luego despegué del estacionamiento y regresé a la I-25.
La realidad de lo que hice se hundió unos tres kilómetros más tarde.
Acababa de permitir que una mujer con el peor sentido de la moda que alguna
vez vi eligiera ropa para mí. Ropa en la que tendría que aparecer en público. No
era el mejor escenario, pero me había enfrentado a cosas peores.
Pensé que podía esperar y cambiarme a medida que me acercaba un
poco, así que recurrí al calor que emanaba del asiento trasero. Al no ver nada,
decidí mirar el camino otra vez. Ir a ciento cincuenta kilómetros por hora en
una de ciento veinte en el tráfico de Albuquerque tomaba concentración. Y
agallas. En su mayoría agallas.
—¿Hablarás conmigo? —pregunté, hablando al vacío que me rodeaba.
Nada.
O Rey'azikeen se encontraba enfurruñado o averiguaba cómo matarme y
arrastrarme al infierno. Podría haberlo convocado, obligado a cambiar a este
plano, pero no quería hacer algo tan drástico en un ataúd ambulante. Ya era
suficientemente malo que iba a alta velocidad.
—Sabes, podrías hacerme un favor y checar si hay policías.
Nada por segunda vez.
Mi registro claramente no mejoraba cuando se trataba de alto, oscuro y
malhumorado. Tal vez lo convocaría solo para enojarlo. Tal vez…
Me congelé cuando una comprensión me llegó. Si el sacerdote estuviera
en este plano, si atacaba gente, matándolos, todo lo que tenía que hacer para
sacarlo era convocarlo. Pero necesitaría su nombre para hacerlo.
Desafortunadamente, no sabía su nombre. Y no tenía idea de cómo
conseguirlo. Vivió en el siglo XIV y fue encerrado en la dimensión del infierno
desde entonces.
Me sacudí el cerebro tratando de encontrar una forma de saber el nombre
del sacerdote. Investigar algo así tomaría años, y no había manera de saber si
alguno de los registros de su parroquia sobrevivió. Pero alguien lo sabía.
¿Miguel? ¿Él tendría ese tipo de información? Y si era así, ¿la compartiría?
Rocket. Rocket lo sabría. Pero al decírmelo rompería las reglas. Su propio
conjunto de morales correctas y erróneas que tenían sentido para Rocket y solo
para Rocket. ¿Rompería las reglas si fuera ultra súper importante?
Simplemente tendría que hacerlo. No le daría otra opción. La gente
moría a manos de alguien, y mi mejor y única conjetura era el sacerdote, a
menos que Rey'azikeen mintiera. A menos que no hubiera derrotado a las dos
entidades sobrenaturales atrapándolas dentro cristal divino con él, el demonio
asesino Kuur y el dios malévolo Mae'eldeesahn.
—¿Por qué mentiría sobre algo tan trivial?
Me sobresalté y miré en mi retrovisor. Reyes, o Rey'azikeen según fuera
el caso, se hallaba sentado en el asiento trasero, descansando como un colegial
delincuente en la parte posterior de un salón de clases. Rodillas extendidas.
Manos descansando sobre sus muslos. Expresión oscura mientras fijaba su
mirada en la mía en el retrovisor. Sus irises casi chisporroteando energía.
Tomó todo en mí para apartar mi mirada de la suya y enfocarme en el
camino.
—Sabes el nombre —dije, casi acusadora—. El nombre del sacerdote.
—Sí —respondió como molestándome. Tentándome.
Funcionó. Prácticamente me sentí salivando por él. —¿Puedes
decírmelo?
—Dime dónde está y puedes tenerlo.
—Reyes, mira, no sé de lo que hablas. Necesito más información. Te
ayudaré a encontrarlo, lo juro.
Alejó la mirada de mí, frustrado. —No tengo más información.
—Está bien. —Fruncí el ceño con confusión—. ¿Qué tienes?
—Son cenizas. Son brasas. Eso es todo lo que sé.
—¿El cristal divino? ¿El colgante por el que te envié?
—¿Por qué necesitaría eso?
—Si no sabes lo que buscas, ¿por qué lo buscas?
—No lo sé. Simplemente no... tengo acceso. —Se frotó la nuca con
frustración.
—¿Qué significa eso?
—Significa que Rey'aziel me lo está ocultando. No me dará acceso a la
información que necesito.
¿Cómo pudo Reyes esencialmente ocultarse algo de sí mismo? No tenía
sentido.
Por otra parte, sí Reyes ocultaba información a Rey'azikeen, significaba
que él estaba ahí. En algún lado. De algún modo. Manteniendo la información
cerrada. Negando el acceso de Rey'azikeen a esa parte de sí mismo.
Mi corazón dejó mi pecho y aumentó la velocidad. Metafóricamente. Ni
siquiera sabía lo que buscaba. No lo sabía porque Reyes aún estaba ahí.
—Eso es interesante —dije, tratando de mantenerlo hablando, tratando
de pensar en una forma de sacar a Reyes, si eso fuera posible—. ¿Sabes cómo
luce?
Se pasó una mano por el rostro. —Es importante que lo encuentre.
—Bueno. Puedo ayudar.
La expresión que me dedicó después sugería que no confiaba en mí en lo
más mínimo. —¿Y luego qué, diosa devoradora? ¿Absorberás mi alma? —Su
voz hipnotizante. Inundó mi cuerpo con calidez. Llenó mis células de alegría.
Tiró de algo muy profundo dentro de mí—. ¿Tragarás mi corazón y lo
reclamarás como tuyo?
Quería decir: ¿Por qué no? Justo es justo. El mío te pertenece. Pero no lo hice.
Aparentemente, no era necesario. Su rostro se oscureció, pero no con
enojo. —Ven acá atrás conmigo —dijo, sus palabras tan suaves y profundas que
tuve que esforzarme para escucharlas.
Luché contra el impulso de soltar el volante y hacer exactamente eso. —
No puedo —dije, negando con la cabeza—. Tengo un funeral al que ir. Y lo
dijiste tú mismo. No eres mi esposo. —Lo dije como un desafío, retando a mi
esposo a luchar.
La siguiente línea de ataque de Rey'azikeen fue su fuego. Lo envió a
acariciar mi piel. Sentí que las llamas lamían las partes más frágiles en mí. El
más delicado, sensible y tierno.
—Rey'aziel no tiene por qué saberlo.
Resistí la gravedad de su presencia y mordí el interior de mi mejilla para
despejar mi cabeza. —¿No tienes miedo de que absorba tu alma?
Me miró fijamente de nuevo, y pasaron unos momentos hasta que
parpadeé y rompí el hechizo.
—Lo estoy —dijo—. Asustado. Lo he estado durante cientos de miles de
años.
—Y, sin embargo, ahí te encuentras sentado. No debo ser tan aterradora.
—Eres tonta.
Ignoré el rencor causado por su declaración. —¿Por qué es eso?
Se giró para mirar por la ventana. —Debiste devorarme hace eones
cuando tuviste la oportunidad.
Miré por encima de mi hombro. —Si lo hubiera hecho, no te tendría
ahora. No tendría a Reyes.
—No tienes a ninguno de nosotros. Todo lo que tienes es duda, sospecha
y animosidad.
—Te equivocas.
—Eres ingenua. —Cuando no pude estar a la altura de las circunstancias
y lanzar insultos, volvió a bajar la voz—. Ven acá atrás conmigo.
—Dame el nombre del sacerdote.
—No lo sé.
Jadeé. —¿Mentiste? —La decepción me tragó.
—Dios malévolo —dijo a modo de explicación.
—No —dije, casi gritando. Finalmente me detuve, desvié a Misery al
parque y lo enfrenté—. No. No malévolo. Ingobernable, tal vez. Rebelde. Pero
no malévolo.
Sorpresa se registró en su rostro perfecto, pero se recuperó rápidamente.
Y sonrió, como si los cielos se hubieran abierto y brillaran solo para él. —¿Eso es
lo que le dijiste a mi hermano cuando le suplicaste que no me enviara al cristal
divino? ¿La dimensión del infierno que me engañó para hacer?
—No lo sé. No recuerdo.
—Estoy tan cerca —dijo. Se inclinó hacia delante, tomó mi mano y se la
colocó sobre el corazón—. Podrías llevarme ahora. Sería sabio hacerlo.
Devorarme antes de que encuentre el objeto de brasas y cenizas.
—Cuando lo encuentres, ¿qué harás con él? —pregunté, tratando de
obtener información, cualquier cosa que me diera una pista de lo que buscaba.
Sacudió la cabeza. —Eso no es de tu incumbencia. Tu asunto es solo
ahora. Solo esto. —Se inclinó hacia atrás y dejó caer sus manos a los costados,
quedando completamente abierto, desafiándome a devorarlo. O a follarlo. Era
difícil de decir.
Y, Dios me ayude, quería hacer ambas cosas.
—Se acabó el tiempo —dijo. Luego se fue. Solo parpadeé, y de un
microsegundo a otro desapareció.
Me estremecí, su poderoso atractivo tan tentador, apenas podía formar
un pensamiento coherente. Pero la suave voz que provino del asiento del
pasajero se hizo cargo de todos los anhelos, todas las punzadas de deseo, en dos
segundos completos.
—¿Quién era? —preguntó Fresa.
La miré boquiabierta, absorbiendo su presencia antes de rodearla con
mis brazos.
Tarta de Fresa, llamada así por su pijama, era una niña muerta de nueve -
llegando a treinta - años, mitad-adorable y mitad-demoníaca, que vivió con
Rocket en el manicomio antes de que Rey'azikeen lo echara abajo.
Me dejó abrazarla por, como, una hora antes de tener suficiente y
alejarme.
—¿Dónde has estado, dulzura? ¿Estuviste ahí cuando el manicomio fue
destruido? —Tal vez ella sabía algo más sobre lo que Reyes buscaba.
—No. Buscaba a mi hermano. Todavía no puedo encontrarlo. Prometiste
que lo encontrarías por mí.
Su hermano, el oficial David Taft, tomó un año sabático de la fuerza
policial y no se le había visto desde entonces. El tío Bob no parecía
particularmente preocupado cuando le pregunté sobre eso. Nadie reportó su
desaparición, pero su única familia se hallaba sentada en mi asiento de pasajero,
y no podía exactamente llamar a la policía. Aún así, él tenía amigos. O suponía
que tenía amigos. Ninguno de ellos reportó su desaparición.
Planeaba investigar su paradero cuando se desató el infierno.
Literalmente.
—Lo siento, cariño. Lo encontraré. Lo prometo. ¿Pero has visto a Rocket?
¿Él está bien?
—¿Encontrarás a David? ¿Juramento de meñique?
Levanté mi dedo meñique, lo envolví con el suyo y juré sobre su vida, al
parecer. Nunca entendí la tradición de jurar con el meñique.
—Está bien, ¿dónde está Rocket, amor?
—Está jugando.
—¿En el manicomio?
—No. Con los otros niños.
—¿Los otros niños?
—Los de Chuck E. Cheese.
Parpadeé, tratando de imaginar a Rocket jugando con una habitación
llena de niños en cualquier lugar, mucho menos en Chuck E. Cheese.
—Su juego favorito es Whac-A-Mole. Piensa que es divertido.
—Bueno, tiene razón.
—Supongo. Tengo que volver. Busqué y busqué a David. Tu turno.
Antes de que pudiera interrogarla más, se fue. Y yo perdía el tiempo al
lado de la carretera interestatal cuando tenía un funeral al que llegar.
17
Traducido por Valentine Rose
Corregido por Jessgrc96
Camino a El Paso, podía pensar en solo dos palabras, dos cosas que
describían a la perfección el lugar: increíbles y tacos.
Vale, El Paso tenía mucho más para ofrecer que increíbles tacos. Como
increíbles enchiladas. Increíbles tamales. Increíbles gorditas. Me tomó un
tiempo, pero al final me di cuenta de que estaba famélica. Y casi sin gasolina.
Cuando la ciudad comenzó a vislumbrarse, intenté cambiarme de ropa
mientras conducía, saliéndome de la línea blanca unas cuantas veces, casi
muriendo un par, entonces por fin me estacioné a un lado antes que matara a
alguien. Me quité la ropa para la alegría de muchos camioneros, y me coloqué
el pequeño vestidito negro que Cookie encontró. Ese que no había usado en
cincuenta años. Tan solo podía describir el atuendo como un torniquete, y
menos mal que no comí, después de todo.
Por desgracia, Cookie olvidó un detalle esencial para el vestidito negro.
Calzado. De modo que mis botines hasta el tobillo tendrán que servir.
Me perdí el servicio fúnebre en la iglesia de Hector, pero, gracias a las
maravillas del GPS, encontré el servicio fúnebre junto a la tumba sin ningún
problema. Arrojé una chaqueta casual sobre mi hombro y me encaminé al
gentío.
La mayoría vestía de negro. La túnica del cura católico ondeaba por el
viento en lo que daba su último soliloquio, elogiando a Hector y su familia por
ser tales pilares de la comunidad.
Con el servicio ya terminado, me paseé entre la multitud hasta que pude
echar un buen vistazo a la familia de Hector. Afortunadamente, nadie me
detuvo. Los guardias, por abundantes que fueran, tenían la cortesía de
mantener un bajo perfil. No me detuvieron cuando me acerqué. Lo que sí
hicieron fue mantener un ojo avizor.
El cura ordenó a la multitud agachar la cabeza para rezar, y obedecieron.
Todos menos uno. Una mujer cincuentona sentada en la primera fila mantuvo
la vista fija en el ataúd. Vestía un sombrero negro con una malla cubriéndole el
rostro. A pesar de los claros signos de angustia (ojos hinchados, nariz roja),
permanecía como una estatua, la cabeza en alto, la mandíbula endurecida y la
boca firme. Sin duda, la madre de Hector.
Aparte de escanear los rostros de la multitud, también lo hice con las
emociones que se propagaban. Sorpresivamente, considerando que estábamos
en un funeral, no había mucha pena. Sentí más pena cuando almorzaba en un
restaurante cuando un noticiero anunció que la serie Lost iba a terminar. No fue
el tipo más querido.
Solo una mujer, la que asumí era la madre de Hector, Edina, tenía una
emoción real revolviéndose en su interior. Lo agarraba con firmeza, pero,
mezclada con la devastación, subyacía un ardido y explosivo enojo. De aquel
que gritaba venganza. Quien fuera que mató a Hector, recibiría la ira de aquella
mujer algún día.
Vi la evidencia de su ira en las permanentes cicatrices del rostro de
Judianna. Debido a que intentó dejar a su hijo. No envidiaba al culpable de la
muerte de Hector. ¿Qué tipo de atrocidades pensaría para cometer semejante
crimen?
Otro personaje interesante, una mujer sentada junto a Edina, también
vestía toda de negro con una malla sobre su rostro. Él tenía una hermana
llamada Elena. Tal vez se trataba de ella. Solo vi una fotografía suya desde lejos,
así que no me encontraba muy segura. Pero lucía una cabellera color carbón y
reluciente piel color caramelo.
Lo que más destacaba no era su falta de emociones, sino la estabilidad
emocional que poseía. Enojo y algo parecido a odio irradiaban de ella en
ardientes y hostiles ondas. Una interesante yuxtaposición, considerando la
reciente muerte de su hermano.
Pero en el funeral nadie me sorprendió excepto uno. Tías y tíos se
hallaban a los alrededores, intentado llorar al beneficio de Edina. Sobrinos,
sobrinas, primos y amigos entregaban sus respetos en lo que el funeral
finalizaba. Estoicos guardias patrullaban el área y vigilaban a los objetivos. Pero
una persona, uno de los guardias, el que se encontraba directamente detrás de
Elena, me sorprendió a tan intensidad, que casi jadeé cuando me di cuenta de
quién era.
Apenas se podía reconocer. Aumentó masa desde la última vez que lo vi
vistiendo su uniforme patrullero, junto con un nítido traje y un corte de cabello
aún más, y una oscura y perfectamente recortada barba incipiente. Al igual que
la mayoría de los guardias, usaba lentes de sol, pero lo reconocí de todas
formas. El oficial David Taft. El hermano de Fresa. El hermano que ni ella ni tío
Bob habían visto en meses.
Con razón Fresa no podía encontrarlo. Era completamente diferente. Casi
irreconocible. Un camaleón, capaz de camuflarse con el montón. Tenía que
hacerlo para sobrevivir, pero la diferencia en su actitud y apariencia me
impresionó.
Ubie me contó que el oficial Taft pudo haber aceptado otra posición, algo
infiltrado, lo que explicaría por qué su nueva asignación no aparecía en su
registro, pero no podía creerlo. ¿Cómo el departamento no sabía que uno de sus
oficiales se unió a otra organización?
Y ahora sabía qué le ocurrió. Se unió al FBI. Kit me contó que por fin
tenían a alguien al interior, alguien con conexiones a la familia. Nunca soñé que
se trataría de Taft.
Pese a que usaba lentes de sol, supe el instante que me localizó. La
ansiedad brotó en su interior. Y la adrenalina. Y molestia. Imbécil. No era el
dueño del mundo. Si quería asistir a un funeral, lo haría. Y, aun así, ni se
inmutó. Su expresión estoica permaneció intacta por completo.
Prácticamente, podía sentirlo mirarme con enfado. Con todo el sigilo que
pude reunir, agaché la vista y sacudí la cabeza, esperando que mi punto se
diera a entender. No tenía intenciones ni deseos de echar a perder su cobertura.
Esas cosas requerían años de construcción. El hecho que consiguió acceso a una
familia tan estrechamente unida era tanto impresionante como confuso.
No pude evitar preguntarme sobre su conexión con la familia. ¿Era del
área? ¿Era familiar?
Luego de que el funeral terminara, se formó una fila para las
condolencias. Me uní a ella, ignorando el hecho que apenas podía respirar en
mi vestidito, y desmayarme era una seria preocupación. A pesar de aquello,
esperé mi turno. Obtendría incluso una mejor sensación de todos estando frente
a frente, como dicen.
Cuando llegué a la afligida madre, tomé su mano y ofrecí mis más
sinceras condolencias. Y lo decía en serio. No podía imaginarme perder a un
hijo.
La Sra. Felix me agradeció en voz baja. Quitando su frágil agarre, sollozó
en su pañuelo antes de retomar la compostura y tenderle la mano al próximo en
línea.
Cuando llevé mi atención a la hermana de Hector, no me atreví a echarle
un vistazo a Taft. Incluso la más pequeña infracción podría costarle la vida. O a
mí la mía. Ninguna era ideal.
Le tomé la mano y supe, sin ninguna duda, que ella lo hizo. Una onda
yacía justo debajo de la indignación justificada. Una onda de culpa. Intentaba
no sentirse culpable. De verdad creía que sus acciones estaban justificadas.
Simplemente no podía darme cuenta de la razón. Lo que la motivó a terminar
con la vida de su hermano.
Aun así, el simple acto solo por sí fue suficiente para alarmarme.
Asesinar a su propio hermano. Su propia sangre y carne. Quedé atónita por un
instante antes de reponerme y ofrecerle mi compasión.
Pero otra emoción emanó de su ser. Seguridad. Una seguridad absoluta y
consumidora. Sabía que se saldría con la suya. No tenía ninguna duda. Ningún
temor.
A estas alturas, podía hacer dos cosas. Podría alejarme y reportar mis
hallazgos a una enojada, pero básicamente agradecida Detective Joplin (una
podía soñar), pues de ninguna manera iba a decirle a mi amiga del FBI que
desobedecí una orden y vine al funeral. O podía usar como cebo la fiesta de
culpabilidad y esperar librar algo.
En ese momento, me di cuenta de algo sobre mí. Me encantaba tentar. Y
de verdad amaba sacar a relucir mierda. Liberar era mucho mejor que retener,
pensó la chica del yeso. Este vestido sí o sí iría a la benevolencia.
Me incliné hacia Elena como si fuese a besar su mejilla y susurré—: ¿Qué
pensaría tu madre?
Elena quitó su mano y se quedó mirándome. Le guiñé y continué con el
siguiente desconsolado familiar. Cuando terminé de ofrecer las condolencias,
saqué mi teléfono, presioné el botón para llamar a Cook y comencé a dirigirme
hacia Misery.
Un brazo se entrelazó con el mío. Eché un vistazo a mi lado hacia Elena
Felix en lo que igualaba mi caminar paso a paso.
Me sonrió de forma calculadora. —Camina conmigo —dijo,
dirigiéndome hacia una brillante limosina negra.
—Por supuesto. —No es que tuviera otra opción. Miré por encima de mi
hombro y noté a dos hombres siguiéndonos, Taft y otro guardia que parecía
una puerta de bóveda bien vestida.
—Después de ti —dijo, haciéndome un gesto para que entrara.
No había manera que esto fuera tan fácil. Aun así, la alteré. Sentí
temblores de inquietud en ella el momento que se acercó a mí. La culpa le
provocaba eso a la gente. Pude haber hablado de su uso de cocaína cuando le
pregunté qué pensaría su madre. O el hecho de que el sol sale y oculta día a día.
Pero una persona culpable siempre, pero siempre asocia lo que se dice con lo que
la persona hizo.
Elena entró después de mí, y Taft después de ella. El otro hombre tomó
asiento en el lugar del copiloto junto al conductor. Tras acomodarse, Elena
tendió su mano, en busca de mi teléfono.
Se lo entregué, pero no se molestó en revisarlo. Ya le marqué a Cookie.
La pantalla estaba bloqueada, pero si existía un dios, y a esas alturas de mi vida
me hallaba bastante segura que así era, había contestado.
Elena se lo entregó a Taft, un hombre con quien apenas me llevaba bien,
y que le servía igual que una funda a una ampolleta. Pero se reformó bien. No
podía esperar a contarle a Fresa en lo que su hermano andaba. Si alcanzaba a
vivir tanto. Aunque pensándolo bien, yo era un dios.
Taft guardó el teléfono en el bolsillo frontero de la chaqueta, con el
micrófono afuera. Con suerte, Cookie sería capaz de escuchar y determinar lo
que ocurría. O quizá pensaría que la llamé por error otra vez y cuelgue. Era una
muy mala costumbre mía.
Decidí poner a Elena al corriente así sabría en lo que se metía por si
quería iniciar alguna mierda. Se sentó frente a mí con Taft a su lado. Muy cerca
suyo.
—Soy un dios —dije con impasibilidad.
—¿Ah sí?
—Así es como lo sé.
Subió la malla de su rostro y se quitó el sombrero a tiempo que el
conductor encendía la limo. —¿Y qué sabe, Srta. Davidson?
Usó mi nombre. Siendo honesta, me dejó perpleja. —Estás muy bien
informada.
—Pago para estarlo.
El chofer condujo fuera del cementerio y se dirigió al norte, la dirección
opuesta de la ciudad.
Elena arregló su cabello y sacó un compacto. Revisando sus labios,
continuó—: También sé que es investigadora privada, que a veces consulta con
el Departamento de Policía de Albuquerque. En su mayoría con su tío, un
detective de ahí mismo.
Por un instante, me pregunté si Taft le contó. Pero no había forma. No
sin echar a perder su identidad falsa.
—Sí, él me contó —dijo cuando notó que lo miré de reojo—. Y, sí, antes
de que preguntes, sé que antes era policía.
Controlé mis rasgos para permanecer neutral, pero casi nunca puedo
controlar las cosas, así que no sabía si lo hacía bien.
Alejó el compacto. —Salimos en la secundaria. Cuando lo vi en un club
hace unos meses, me di cuenta lo mucho que lo extrañaba.
¿A eso se refería Kit cuando dijo que tenía a alguien al interior con una
conexión?
—Solo que me dijo que era guardia de seguridad en una universidad.
Mintió. —Le dedicó una mirada reprochadora rápidamente seguida por una
coqueta sonrisa—. De modo que les ordené a mis hombres llevarlo a un
almacén para… interrogarlo. Solo un poco. Nada muy dramático.
¿Hizo lo mismo con su hermano? ¿Interrogarlo?
—Debían matarlo al final. Davey sabe que no me gusta que me mientan.
Le eché un vistazo, pero permanecía completamente inquebrantable, sin
revelar nada.
No obstante, no tenía que ver la evidencia de su estado emocional en su
rostro para saber lo que sentía. Bajo el calmado y casi robótico exterior latía el
corazón de un hombre que iba a matarme si alguna vez me atrapaba. La
ansiedad agitaba su interior. De algún modo, su encubierta no fue descubierta.
De algún modo, todo era parte de su nuevo rol en la vida. Aun así, la situación
era peligrosa. Una palabra equivocada podría conseguir que nos mataran a
ambos.
—Como puedes imaginar —prosiguió—, quería saber si lo enviaron. Ya
sabes, en una aptitud policial. Pero antes de que mis hombres pudieran
terminar el trabajo, él los eliminó. A los tres. Con las manos vacías.
El pulso de Elena se aceleró ante el pensamiento de su novio eliminando
tres violentos hombres. Probablemente sus tres mejores hombres.
—Una hora más tarde, apareció en mi puerta, luego de invalidar a dos de
mis guardias personales, eso sí, y me preguntó por qué envíe a mis hombres a
perseguirlo cuando solo quería salir conmigo. —Soltó una risita colegiala y
curvó su brazo con el de él.
—Qué… romántico —dije.
—Lo mismo pensé.
Tomó una copa de champagne que yacía lista y esperando por ella, y
bebió un sorbo antes de continuar, y no pude evitar preguntarme si podría ser
más cliché.
—Una vez que le demostré lo impresionada que estaba de sus…
habilidades, me explicó. Me contó que detestaba ser policía. Detestaba lo
deprimente de todo ello. Verás, tenía una filosofía única. Una persona es buena
o mala, pero muchos policías son mucho de ambas. A él no le gustaba la
ambigüedad de todo, así que estuvo buscando un cambio de carrera, uno en el
rubro de seguridad personal. Quería conseguir un buen trabajo antes de
contarme la verdad.
—Somos como dos gotas de agua —dije, no tan segura si a estas alturas
se suponía que lo conocía o no.
—Cuando le conté quién era mi familia, lo que hacíamos para ganarnos
la vida, se encogió de hombros y dijo “era policía, no un santo”. —Se giró hacia
él y pasó un dedo bajo la mandíbula de Taft como si fuera su mascota favorita—
. Ahí fue cuando supe que tenía que quedármelo.
—Ni lo digas. ¿Y te contó todo sobre mí en los dos minutos que me llevó
terminar la fila? Impresionante —dije con los dientes apretados.
Ni siquiera se inmutó.
—No —contestó—, sus palabras exactas fueron: “esa es la mujer de la
que te hablé. Ten cuidado”.
¿Me delató? Espera, ¿ya le había contado de mí? Me quedé paralizada.
—Al parecer, eres una leyenda urbana.
Resistiendo la urgencia de soplar mis uñas y pulirlas en mi vestimenta,
me encogí de hombros.
—Dijo que ayudas a tu tío con los casos, y que su registro de arrestos es
impecable por lo mismo.
—Hago lo que puedo.
Agachó la cabeza para informarme con más propósito. —Dijo que eres
peligrosa.
—Sabes, es gracioso. En todo el tiempo que lo conocí, nunca mencionó tu
nombre.
Dejó que una lenta sonrisa apareciera en su rostro para hacerme saber lo
poco que le impresionaba.
Los vecindarios terminaron, e nos introdujimos más y más en el campo.
Esto no iba a terminar bien.
—Me sorprende que tu madre te permita conservarlo —dije—,
considerando su historial de trabajo.
—Por favor, algunos de nuestros mejores hombres son policías. O solían
serlo. Los policías son personas, también —dijo con una seca risa.
—Supongo que es verdad.
—Entonces, la pregunta que te hago es ¿a qué te referías?
—Exactamente a eso. Soy un dios. Es difícil de explicar, pero ahí lo
tienes. Solo quería que lo supieras.
—En la sepultura. ¿A qué te referías cuando preguntaste qué pensaría mi
madre?
—Oh, cierto. Tan solo que me pregunto qué pensará cuando se entere
que mataste a tu hermano, o sea, su hijo. Ya sabes, es uno de esos pensamientos
fortuitos que tengo. ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué el chile verde es verde?
¿Qué pensará la madre de Elena Felix cuando se entere que su hija asesinó a su
hijo?
Cuanto más hablaba, más tensa se volvía Elena. Una ira turbulenta se
desencadenó en su interior, y luego vulnerabilidad. Miró de reojo a Taft, quien
seguía imperturbable, pero sentí una sacudida de impacto atravesarle. No lo
sabía. Elena no lo usó para que se deshiciera del cuerpo en el campo.
Interesante.
—Es que no puedo entender por qué —dije, intentando que siguiera
hablando. Después de todo, cuánto más hablara, más podría grabar Cookie. Si
no me colgó.
Que Elena me quitara el teléfono funcionó a la perfección. A penas
podría haberlo metido en el escote de mi vestido. Un vestido que quedaba como
un condón. El contorno se habría notado con mucha claridad.
Por supuesto, no tenía ni idea si Cookie contestó. O si encendió la
grabadora como protocolo estándar cada vez que supuestamente la llamaba por
equivocación. Usamos esa técnica una vez para atrapar a un marido mientras
intentaba contratar a un sicario para matar a su mujer.
Pero nuestra estrategia se hallaba lejos de ser perfecta. Parecía tener una
especie de incapacidad cuando se trataba de llamar por error a la gente. Una
vez llamé a Cookie por error, y grabó una tarde entera de mí intentando
aprender a hacer ejercicios mediante el baile. No hace falta decir que no se
encontraba muy feliz. Seguía intentando descifrar si me atacaban de verdad o si
gruñía y quejaba por el cansancio.
—Entonces, ¿qué hay con eso? ¿Por qué mataste a tu hermano?
Resopló, luego alzó la barbilla, molesta. —Revísala.
Taft obedeció. Se acercó y me registró, pasando sus manos por mis
caderas y a lo largo de mi cintura antes de meterlas entre mis pechos para ver si
había un cable allí. Pasó los dedos a lo largo de los bordes del vestido, rozando
las cimas de Peligro y Will, quienes se encontraban bastante escandalizados.
Con su rostro escondido de Elena, sonrió por un microsegundo,
haciéndome saber que se divertía. Dado que Elena todavía podía verme el
rostro, no podía mirarlo muy abiertamente, pero sí le estoqueé con mi mejor
mirada molesta.
Satisfecho, retrocedió y asintió.
—Como decía —reanudó—, yo… no tuve opción. —Miró a Taft como si
no estuviera explicándome a mí, sino a él—. Lo arrestaron. Hizo un trato. Iba a
confesarle todo a los federales.
Ah. Claro. Las reuniones secretas que Judianna me contó. En las que
Hector participó justo antes que ella intentara abandonarlo.
—No tuve opción —dijo, prácticamente suplicándole a Taft.
Éste por fin rompió el indiferencia y la miró. Agarrando su barbilla e
inclinando su rostro al suyo, dijo—: Lo habría hecho por ti, conejita. Debiste
haberte acercado a mí. Pero tu madre no puede saber.
Asintió y se acurrucó contra él. Su héroe. El hombre era mejor de lo que
le daba crédito. Brad Pitt no era nada comparado con él. Dejando de lado el
hecho que era Brad Pitt.
—Así que, ¿lo envenenaste?
No contestó, pero ¿cómo supo que Hector hizo un trato?
Comencé a preocuparme de que había un topo en el FBI. Un topo que le
avisó. —¿Cómo sabes todo esto?
—Hector me contó.
Era inesperado, pero tenía sentido. De haber habido un topo, se habría
enterado de Taft.
—Se acercó a mí, llorando, diciendo que mamá nunca volvería a hablarle.
Por favor. ¿Que nunca volvería a hablarle? —resopló, resentida—. Era su hijito.
—Su lindo rostro se arrugó en una mueca al pensar en él—. Su favorito desde el
día que nació.
—¿Supongo que eres la mayor?
—No tiene importancia. —Alzó la vista hacia el rostro de su verdadero
amor encubierto. Pobrecita—. De todas formas, pronto quedaré a cargo
—¿Del negocio familiar? Mazel tov. ¿Tu madre sabe?
Taft le sonrió, de tal buena forma que casi me convenció. Si no pudiera
sentir cada emoción irradiar de él, también le habría creído. —No sabrá lo que
la golpeó.
La sonrisa de Elena casi se volvió alabadora. Me encontraba segura que
reservaba aquella peculiar sonrisa para cuando estaban solos. Cualquier mujer
tan hambrienta de poder nunca presumiría sus debilidades tan abiertamente.
Estiró el brazo y golpeó la ventanilla.
El chofer obedeció al instante. Condujo hacia un costado y se detuvo. —
Aquí es donde te bajas.
El conductor tomó un camino lateral de poco a nada de tráfico. No había
otro auto a la vista. O una casa. O un animal, de hecho. Las montañas Franklin
se alzaban al norte y el Rio Grande se encontraba al oeste.
—¿Puedes llamarme un taxi? —pregunté.
Aquella calculadora sonrisa apareció otra vez. —No hará falta uno.
Uh-oh. Ahora era mi turno. Por el bien de Taft, tenía que actuar bien.
Fingí darme cuenta recién, como si captara por fin la realidad. Me
enderecé y miré los alrededores, el miedo rodeando mis párpados.
—No tienes que hacer esto —dije—. Lo sabrán. Mucha gente me vio en el
funeral. Me vieron irme contigo.
—¿Qué gente? ¿Hablas de mi familia y amigos?
Pues sí. Comencé a respirar entrecortadamente, con la mirada
recorriendo el lugar, buscando una escapatoria.
—Mi auto. Mi auto está en el cementerio. Lo encontrarán.
—Se están encargando de tu auto mientras hablamos.
No. Misery no. ¡Era inocente! —Taft, dile. Dile que puedo guardar un
secreto.
Ella le alzó las cejas, consultándole.
Taft me frunció el ceño. —Te matará a la primera oportunidad que tenga.
La sonrisa de Elena se volvió triunfante. —¿Te importaría encargarte de
esto, cariño?
El alivio inundó cada célula de su cuerpo. Podría haber estado
preocupado que le pidiera al otro guardia que hiciera el trabajo. —Para nada. —
Tomó mi brazo y comenzó a arrastrarme por la puerta.
Puse toda la resistencia que pude sin en realidad herirle. Me las arreglé
para golpear el rostro de Elena. Se lo merecía.
Taft tomó un puñado de mi cabello y estrelló mi cabeza contra la jamba,
de algún modo arreglándoselas para golpear solo su mano, pero haciendo un
ruido sordo para convencer a nuestra audiencia que me dejó inconsciente.
Colapsé, volviéndome lánguida mientras continuaba sacándome del auto
e introduciéndose al desierto que nos rodeaba. Me las arreglé lo suficiente para
ayudarle a medio caminar, medio arrastrarme hacia una pendiente de rocas
donde nadie que pasara vería mi cuerpo.
—Nadie va a verme aquí —dije, fingiendo implorarle.
—Ese es el punto.
—Nunca encontrarán mi cuerpo. Me descompondré y seré
completamente asquerosa. Y mi trasero. ¿Qué le ocurrirá a mi trasero? Digo, ¿lo
has visto?
Casi sonrió, jalándome hacia sí en lo que me resbalaba y tropezaba. —Es
difícil no verlo en ese vestido.
—¿Verdad que sí? Cookie lo escogió. Apenas puedo moverme.
—Me sorprende que puedas respirar.
Tropecé otra vez, librando mi brazo e intentando escapar. Me atrapó con
facilidad y me encaminó más cerca a la barrera de rocas.
—¡Cactus! —grité.
Cambió de dirección.
—Oye, ¿de verdad eliminaste sus tres hombres cuando te secuestraron?
—Sí. —Me miró fijo como si estuviera juzgándolo—. No tuve opción,
Davidson. Sobrevivieron. Ya sabes, en caso de que te preguntaras si cambié por
completo.
—Puede que hayan sobrevivido, ¿pero volverán a caminar?
—Dos lo harán —contestó, encogiéndose de hombros—. Eventualmente.
—¿Quién habría pensado que Davey Taft era tan tremendo?
Hizo una mueca y me empujó. Fingí caerme, lo que fue difícil a no ser
que cayera de verdad. Así que lo hice, luego giré y le imploré. Agarró mi brazo
y me puso de pie con agresividad de manera bastante impresionante.
—Tu hermana te está buscando —dije, en lo que nos acercábamos más y
más—. No puede encontrarte.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¿Mi teoría? Ya no te reconoce.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que, o eres muy bueno en lo que haces, o de verdad te has
vuelto malo.
—Qué bueno. No necesita verme así.
Asentí, entendiendo. —Puedo decirle que todo es una farsa, sabes. Lo
comprenderá.
Negó con la cabeza, avergonzado. Pero ¿por qué? Hacía un trabajo
bárbaro. Lo habría creído sin duda.
Tal vez ese era el problema. Tal vez disfrutaba mucho el rol.
—Le diré que estás bien. Que volverás pronto.
—Eso servirá.
—Si todo va como lo planeé, Cookie grabó todo. Me aseguraré de que la
agente Carson tenga una copia.
—Vale, pero primero, corre.
Volví a huir, y un disparo resonó en el aire con una alarmante claridad.
Caí hacia adelante mientras él se acercaba a mí con sigilo.
—Te disparé en la pantorrilla.
—Oh, ¿aún no estoy muerta? —pregunté, sorprendida.
Se inclinó más cerca para volver agarrarme el brazo y aprovechó la
oportunidad de guardar mi teléfono en mi escote. Luego recitó un número, y
dijo—: Envíalo ahí, también.
Luché contra él al tiempo que me ponía de pie.
—¿De quién es el número?
—De la madre de Elena.
Cojeé en lo que me guiaba detrás de las rocas así nadie que pasara me
vería desde un vehículo, pero no tan lejos como para que Elena no viera el
trabajo terminado. Así, no mandaría a alguien a chequear luego.
—Vale —dije cuando nos detuvimos. Me arrodillé frente a él y rogué,
teniendo la bizarra impresión que lo disfrutaba—. Solo necesito saber. ¿Vas a
dispararme en la cabeza? Porque hoy mi cabello no está teniendo el mejor día.
Sacó un arma de la funda de hombro al interior de la chaqueta.
—Va a tener que ser cerca, cariño.
No podía creerlo. Se sentía mal por lo que iba a hacer. Fingir matarme
para salvar mi vida y probablemente la suya, también.
Aunque pensándolo bien, quizá no fingía.
Entrecerré los ojos, sospechosa.
Sonrió, apuntó y dijo—: Saluda a mi hermana.
Cuando jaló el gatillo, me di cuenta de que pudo haberlo dicho en un par
de sentidos.
El fuerte estruendo resonó contra el muro de roca. Eché la cabeza hacia
atrás y aterricé en terreno desigual. Mi cabello nunca volvería a ser el mismo.
Disparó dos veces más en la tierra junto a mi cabeza para asegurarse de
finalizar el trabajo. Esa vez me concentré en no reaccionar.
Cuando giró y se iba, susurré—: Cuídate, Taft.
Guardó el arma y siguió caminando.
18
Traducido por Umiangel
Corregido por Ann Farrow
***
***
Intento tomar solo un día a la vez, pero últimamente varios días me han
atacado al mismo tiempo.
(Meme)
Sin tiempo que perder, corrí a Peanut. Necesitaba un lugar lejos de otras
personas, solo en caso de que alguien en el barrio fuera sensible al reino
sobrenatural. Si alguien se lastimara por mi culpa, por haber convocado al
sacerdote, nunca me lo perdonaría.
Conduje hasta el viejo patio de ferrocarril que albergaba una serie de
depósitos abandonados. Los había usado antes. Es curioso lo útiles que podrían
ser los almacenes abandonados en mi línea de trabajo.
Si convocaba al sacerdote aquí, no habría nadie cerca. Ningún riesgo, si
fuera él. Tenía que resignarme al hecho de que muy bien podría no serlo. Casi
me quedaría sin sospechosos a menos que surgiera algo más de la dimensión
del infierno que no conociera, pero eso no significaba que realmente fuera el
sacerdote. Con suerte, todo se revelaría pronto.
Después de intentar durante veinte minutos abrir la cerradura de la
puerta (estaba muy fuera de practica) terminé rompiéndola con una palanca en
su lugar. Conduje dentro del patio y me dirigí a un almacén familiar, uno que
había usado recientemente para ayudar a salvar la vida de una mujer. Estacioné
a Peanut, rompí otro cerrojo para entrar al almacén, y luego caminé hasta el
medio del enorme edificio usando la linterna de mi teléfono.
La luz de la luna que brillaba sobre cristales rotos en el piso y en las altas
ventanas de arriba; me ayudó a tener una idea de la extensión que se abría ante
mí. La ruina y el remanente de maquinaria quedaban aquí y allá. Las personas
sin hogar habían utilizado el edificio en el pasado, pero la ciudad había
aumentado la seguridad, por lo que rara vez sucedía de nuevo.
Sin más preámbulos, abrí las notas en mi teléfono y convoqué al
sacerdote diciendo su nombre en voz alta—: Père Arneo de Piedrayta, se
prèsenter. Preséntate.
Cuando nada sucedió, cambié al reino celestial para tener una mejor idea
de lo que se estaba escondiendo allí. Los tonos sepia presentaban un vasto
desierto de fuertes vientos y violentas tormentas. El pelo me azotó la cara
cuando di vuelta en círculo, tratando de encontrar al sacerdote.
Entonces vi algo, alguien, en la distancia. Una figura vestida con una
túnica, tropezando ciegamente, tratando de protegerse la cara del viento.
Retrocedí y le pedí que avanzara.
—Père, se prèsenter immédiatement. —Preséntate, ahora.
Finalmente comenzó a materializarse frente a mí. El hecho asombroso de
que estaba convocando a un sacerdote del mil cuatrocientos no me pasó
desapercibido. Si terminaba siendo bueno y no un loco furioso asesino de gente,
absolutamente lo iba a llevar a Peanut. Se asustaría.
Las partes del plano celestial le atravesaron, el viento lo sacudió hasta
que se instaló en este plano por completo. Se acostó en el suelo en posición fetal,
echando oraciones en una versión antigua de francés, con un acento tan denso
que apenas pude entenderlo.
—Père —le dije para llamar su atención.
Una vez que se dio cuenta de que ya no se hallaba en las tormentas,
levantó la cabeza. Su bata, hecha jirones y quemada alrededor de sus pies
calzados con sandalias, yacía enredada a su alrededor. Su cabello, un corte de
tazón corto, estaba revuelto y descuidado. A juzgar por sus rasgos, no tenía más
de cuarenta años. No esperaba a alguien tan joven.
Su mirada, amplia y salvaje, se movió con terror. Casi sentí pena por él,
pero si de verdad era el cura malévolo que había bloqueado todas esas almas
inocentes dentro del cristal divino, no merecía mi simpatía.
Agarré un puñado de sus ropas para que no pudiera desaparecer, y me
arrodillé para hablarle. Cuando se percató que yo me hallaba allí y se centró en
mí, hizo una mueca e intentó retroceder. Mantuve un control firme, pero
comenzó a entrar en pánico.
—Père —le dije, tratando de calmarlo. Le dije también en su lengua
materna—: Cálmese. No lo lastimaré.
No sabía lo que veía cuando me miraba, pero se tenía miedo y sin
sentido. Sacudió la cabeza y me pateó y arañó, logrando dar algunos golpes.
Entonces me di cuenta de que realmente no me miraba a mí.
Me giré para ver a Reyes, o Rey'azikeen, apoyado en una columna con
vigas, mirando los sucesos con leve interés. Bajó la mirada para concentrarse en
su manicura, como aburrido de nuestra interacción.
—Père —le dije, tratando de atraerlo hacia mí—. Necesito saber si
enviaste a esas personas al cristal divino. ¿Fuiste tú?
—Buena suerte con eso —dijo Reyes, sin dejar de examinar sus uñas.
Pero me miró con los ojos entrecerrados, una sonrisa exquisita jugando
en su boca antes de señalar y decir en voz baja—: Cuidado. Caliente.
Me volví justo cuando el sacerdote comenzó a gritar. Me agarró,
arañando y arañando, pidiendo ayuda mientras el suelo se abría debajo de sus
pies.
Caí hacia atrás, aturdida, mientras el padre hacía lo posible por salir del
pozo y encima de mí. Entonces sentí que el calor se elevaba desde allí.
El sacerdote, medio encima de mí, comenzó a golpear mi cara y mi
pecho, rogándome que lo ayudara, suplicándome que detuviera la quema. El
fuego debajo de nosotros se hizo insoportable, pero no pude alejarlo de mí.
Estaba encima de mí clavando sus dedos en mi piel, usándome como ancla para
permanecer en este mundo cuando el infierno claramente lo quería.
Luché y pateé para sacarlo de allí en vano hasta que Artemis se levantó
del suelo a nuestro lado. Ella saltó hacia adelante y desgarró al sacerdote con un
gruñido feroz, arrancándolo de mí por fin. Retrocedí y observé cómo el hoyo
que rodeaba al sacerdote se hacía más grande y el fuego aumentaba. Sus gritos
resonaron en las paredes, y me agarré la garganta, deseando ayudar, pero no
podía.
Sin embargo, todo tenía sentido. Los arañazos y moretones en las
víctimas. Las quemaduras. En un intento de obtener a su hombre, el infierno se
había cruzado en este plano. Había quemado a personas inocentes, pero las
otras heridas fueron causadas por el sacerdote. Había tratado de anclarse en
este plano, y las únicas personas que podía ver eran aquellos que podían verlo.
Se aferró a ellos para evitar ir al infierno. Un lugar en el que claramente merecía
estar.
El sacerdote se aferró firmemente a Artemis, abrazándola con fuerza
mientras intentaba derribarlo. Tupidos tentáculos negros se retorcieron a su
alrededor. El humo se levantó en zarcillos.
Artemis gritó. Me abalancé hacia adelante y la agarré, pero algo a unos
pocos pies llamó mi atención. El sacerdote soltó a Artemis y casi fue succionado
por debajo, agitando los brazos como un nadador que se ahoga. Pero mi mirada
se precipitó hacia una figura parada a unos pocos pies de distancia. Luego otro.
Escaneé el área y encontré no menos de veinte figuras envueltas en una
gastada gasa gris. Sus manos dobladas en sus pechos. Sus rostros sin
enfrentarse en absoluto. No tenían ojos. Ni narices. Solo bocas, el resto de sus
rostros en blanco total. Huesos sobresalían de sus cabezas, rodeándolos como
una corona.
Pero sus bocas eran lo más aterrador de ellos. Sus labios, si uno pudiera
llamar las líneas rajadas alrededor de los dientes así, fueron retirados de sus
dientes en una sonrisa eterna. Sus dientes se mezclaban con su completo color
gris. Eran cuadrados y sin filos y el doble de tamaño que deberían haber sido.
De alguna manera, miraron al sacerdote, sus rostros se centraron en el
hombre que gritaba. Y este los notó. Su terror se multiplicó cuando aparecieron
a la vista.
Y entonces, tan rápido que no los vi moverse, estaban sobre él.
Reyes me agarró de los brazos y me quitó de en medio mientras
descendían sobre el sacerdote como animales salvajes. Desgarrando su carne.
Arrancando partes de él para comer.
Los gritos del sacerdote disminuyeron cuando lo que quedaba de él se
hundió en el pozo del infierno, la puerta cerrándose detrás.
Los espectros comieron con vigor, los sonidos de ellos royendo la carne y
el hueso crujiente me enfermaron.
Cuando terminaron, se pararon en un movimiento líquido, como si fuera
una coreografía. Artemis gimoteó a mi lado, luego gruñó, preparándose para
una pelea.
Se volvieron, girando en el espacio, sus pies nunca tocaron el suelo, hasta
que todos nos enfrentaron. Tragué saliva mientras sus cabezas se doblaron e
inclinaron ligeramente, enfocándose atentamente.
Mis pulmones se detuvieron. Con algunas cosas podría luchar. De estas
cosas preferiría huir, pero no podía moverme. No tenía idea de lo que eran.
Nunca había visto algo como ellos. No podían ser demonios. Mi luz no les hizo
nada. Por otra parte, si había aprendido algo, era que había tantas especies de
demonios como estrellas en el universo.
Pero estas eran entidades grisáceas fantasmales, incorpóreas, sus túnicas
flotaban como gasas en una ligera brisa.
Aún en el suelo, tenía miedo de moverme, el terror se apoderaba de mis
músculos y bloqueaba mis articulaciones.
Encarando a la horda, Reyes se sentó a horcajadas sobre mí, con los pies
a cada lado de mi cintura, el humo se elevaba sobre él mientras bajaba la cabeza
y gruñía a los espectros. Miraron a Reyes, a mí, a Artemis y debieron haber
decidido guardar la pelea por otro día. Inclinaron sus cabezas, otra vez en un
movimiento líquido, luego se disiparon y se alejaron.
El almacén se hallaba vacío salvo por nosotros. Completamente normal,
como si nada hubiera pasado. Una brisa susurraba a través de los vidrios rotos
sobre mi cabeza, haciendo que jadeara y mirara alrededor con miedo.
Reyes cambió de posición. Se giró y se sentó a horcajadas sobre mí otra
vez. Pensé que no había sido afectado por los espectros. Me equivocaba. Su
pecho luchaba por empujar el aire dentro y fuera de sus pulmones. Sus puños
apretados a los costados. Sus bíceps se amontonaron en montículos duros como
rocas.
—¿Dónde está? —preguntó por enésima vez.
Sacudí la cabeza, asombrada. —Reyes, ¿qué eran esas cosas?
Cambió su peso y puso su pie sobre mi pecho, inmovilizándome en el
suelo. —¿Dónde está? —preguntó, con voz baja y mortalmente seria.
Hablé tan calmadamente como pude—: Quítate de encima.
—¿Dónde está la ceniza? —Cerró los ojos con fuerza, como si tratara de
recordar, y luego se concentró en mí—. ¿La brasa? ¿Dónde está?
—Te lo dije, no sé de qué estás hablando.
—¡Lo haces! —gritó. Me tiró del suelo y me empujó contra una viga de
metal—. Es tuya. Debes saberlo.
—¿Qué es mío?
Cerró los ojos otra vez como si se tratara de un tormento en su cerebro, la
frustración uniendo sus dientes. —La brasa. No. —Abrió por fin sus ojos, como
si vinieran a él en pedazos, y el mundo se me vino abajo con sus siguientes
palabras. El más mínimo indicio de triunfo ensanchó su boca cuando dijo—: El
Polvo de Estrellas.
Parpadeé sorprendida, luego negué, luego me horroricé. El libro. Cuando
dos estrellas colisionan, crean polvo de estrellas. Era la forma en que el autor
escribía sobre Beep.
Estaba detrás de Beep.
Artemis gruñó a su lado. La miró, y en ese latido de corazón, me
desmaterialicé de sus brazos y en la casa de Garrett.
Había estado observando a Pari y la había traído a casa. Ella se hallaba
sentada en su sala de estar, acurrucada en su sofá, leyendo. Lo escuché en la
cocina y corrí hacia él.
—Beep —dije, de repente aterrorizada más allá de una idea clara—. Está
detrás de Beep.
Garrett, que había estado parado en su cocina revolviendo huevos, se
volvió hacia mí con alarma. —¿Qué quieres decir?
Pari también entró en la habitación, confundida.
—El Rey'azikeen. Está detrás de Beep, solo que él la llamó Polvo de
Estrellas, como en el tercer libro. Pero Reyes sabe dónde está. —Mi voz se elevó
cuando comencé a sentir pánico—. Sabe dónde están los Loehrs.
Garrett se me acercó y puso sus brazos sobre mis hombros. —No, no lo
sabe.
Luché por respirar. Luché contra los bordes oscuros de mi visión. Luché
por un pensamiento coherente.
—Charley —dijo Garrett, sacudiéndome con un ligero temblor—. Los
moví en el momento en que me dijiste lo que sucedió.
Asimilé eso y todo lo que implicaba. Él sabía. Estuvo preparado. Cuando
me di cuenta de lo que había hecho, lo abracé.
—Oh, Dios mío. Gracias, Garrett —dije en su camiseta.
Me envolvió y me abrazó fuerte.
—Gracias —dije, con lágrimas en los ojos.
En el siguiente instante, me alejó de él. O al menos eso pensé. En cambio,
Reyes lo había arrancado de mí. Tiró a Garrett contra la pared, y luego miró
hacia atrás, hacia mí.
—Tú, Rey'aziel. Él escondió la brasa lejos de mí. Siempre tan inteligente.
No confía en mí más que tú. Pero ahora sé cómo encontrarla.
Se dirigió hacia Garrett, sus pasos llenos de propósito.
—Reyes —dijo Garrett, retrocediendo. Se giró y buscó un arma, cualquier
cosa que pudiera usar contra él. Al ver un cuchillo en el mostrador de la cocina,
se lanzó hacia él, pero antes de acercarse, Reyes estaba encima de él. Lo tiró
contra una pared y lo inmovilizó en su contra, la fuerza sacudió la casa desde su
cimiento.
—¿Dónde está? —preguntó, forzando su antebrazo en la laringe de
Garrett.
Luchando por respirar, Garrett intentó apartarlo, pero Reyes era
simplemente inamovible. Cuando peleaba contra un humano, de todos modos.
Pero como me había dicho repetidas veces, yo no era humana.
Corrí hacia ellos, envolví mis brazos alrededor de Reyes por detrás y nos
trasladé al plano celestial. Reyes nos regresó, pero fue tiempo suficiente para
que Garrett saliera de su agarre.
Tan triunfante como fue ese momento, me había olvidado de la increíble
velocidad, la asombrosa agilidad que poseía mi esposo. Me empujó hacia Pari y
fue detrás de Garrett otra vez. Más rápido de lo que mi mente podía
comprender. Mi única esperanza sería ralentizar el tiempo, pero antes de que
pudiera siquiera formarme el pensamiento en mi cabeza, Reyes llegó a Garrett,
envolvió su mano alrededor de su cabeza y la retorció, rompiendo el cuello de
Garrett.
El fuerte crujido que siguió me inmovilizó. Me había caído al suelo con
Pari y miré con incredulidad atónita cuando Garrett Swopes, uno de mis
amigos más cercanos, cayó al suelo, muerto.
20
Traducido por Julie & Vane Farrow
Corregido por Mich
www.daryndajones.com
www.facebook.com/darynda.jones.official
www.twitter.com/Darynda