Tal vez ahora pueda dar un pantallazo del comienzo de los acontecimientos,
usando las palabras que encontré apropiadas para explicarme lo mejor posible. El
lugar era nuestro hogar. Una fosa de lindes amorfas, bastante indefinidas incluso
para nosotros sus habitantes, rellena de una sustancia densa y gaseosa muy
parecida a lo que ustedes llamarían "vapor". Allí vivíamos, yo y mis dos hermanos,
en el siguiente orden y por ende jerarquía: el "Jocho", sombrío sombrío, se movía
escurridizamente por debajo de sus otros dos hermanos, como una tinta que
contiene la inteligencia del tentáculo que la expelió aún después de haberlo
dejado. De todos modos, no era una gran inteligencia, sino más bien pura astucia
que le permitía sobrevivir por aquellos fondos. Justo debajo mío, en realidad; allí
donde yo era rey de mi reino templado, al que llegaban suficientes rayos de luz
como para dejarme activo y relajado, confiado en mis obras y consciente de mis
tiempos y propósitos. Así fue que construí para mí mismo y para ustedes, quienes
me leen, ésta visión, con la que también he divertido largo rato a mis amigos y
burlado varias series de ortodoxias y bloqueos evolutivos por aquí, de donde yo
soy. Arriba mío, por último, mi hermano mayor, el más sabio de los tres y que -a
modo de anécdota cercana- me felicito efusivamente por mi logro interdimensional
y organizó una fiesta para celebrarlo con invitados de honor muy importantes en
todas las ramas de la "ciencia"*. Su nombre es Humbuklop, alusivo a un antiguo
dios pagano comúnmente figurado como un ser luminoso cargando con una
potente lámpara e iluminando con ella caminos inusitados (a partir de ese punto,
dicta la hermosa tradición, es que la vivaz imaginación del espectador completa la
mitología, dibujando de ser posible los nuevos caminos que pueden ser
alumbrados por este dios). Un nombre bien dado para un hermano mío al que
siempre he apreciado de sobremanera, incluso a veces llegando a imitar
puerilmente sus modos y su moral.
La fosa que he nombrado, lo bastante profunda como para habitarla los tres, era
para nosotros una esfera con tapa, una especie de olla pero cuyas paredes y
bordes no eran completamente esféricos; esta esfera no es la común esfera que
todos conocen idealizada por la mente helénica y divinizada en posteriores
cosmogonías, y claramente no se podría jugar con ella al fútbol ni mucho menos
reflejar de manera perfecta, átomo por átomo, una imagen igualmente esférica por
toda su superficie. La esfera de la que hablo, geométricamente hablando, sería
una hiperesfera no euclidiana, formada espacialmente por en los irregulares
microtúbulos n-dimensionales por los que pasa la materia en nuestro universo. Era
nuestra fosa, para llamarla como nosotros la llamamos. Acogedora, templada,
espaciosa y bellamente decorada por nuestro hermano mayor, a un estilo rococó
sutilmente ambientado con las excepcionales condiciones atmosféricas de nuestro
particular nicho-propiedad. El nicho es el saco formado por el pliegue dimensional
donde se reúne la materia, y todos los nichos están conectados por pequeños y
larguísimos canales por los que insólitamente viajamos, como de carreteras se ha
de tratar, hacia otros nichos y otras fosas a visitar a nuestros parientes o amigos.
Entré a la fosa, notando en primera instancia lo tenue de la luz allí dentro, que por
lo general rebosaba de intensidad, sobre todo en la parte superior, la alcoba de
Humbu. Temí lo peor. Esa rata de Jocho debía haber irrumpido en la alcoba y
taponeado con sus densos flagelos humeantes las fugas por las que entraba la luz
a nuestra fosa. Mire hacia "abajo", lo que quiere decir mirar (escurrirse) hacia la
superficie inferior del mandala de microtúbulos, a donde la difusión de la luz
dejaba en penumbras el recinto de Jocho. Al poco tiempo, entre uno de los
pliegues, divisé al mismo escurriéndose con toda su negrura, como escapando
para evitar que lo viera. Ese bandido, siempre agazapado en su escondrijo
nocturno, ocultando en él sus deseos de ascender en la jerarquía y hundirnos a
Humbu y a mí en esas penumbras a las que él mismo pertenece. Lo fui a buscar,
pues sentí que mi orgullo era tocado por sus maquiavélicas idas y vueltas.
Subiendo antes a la alcoba para absorber la mayor cantidad de luz posible, y de
paso revisar nuevamente a mi hermano enfermo, me dispuse con gran
concentración a descender por la fosa; esto debía de hacerlo con suma delicadeza
y perspicacia, pues un giro en falso en ese laberinto desconocido de pliegues
podía derivarme hacia una trampa del astuto Joncho y dejarme atrapado en ese
fondo oscuro, tal vez para siempre. Revisé de una pasada el plano dimensional de
la fosa que había trazado mi familia hace numerosas generaciones. Era muy
complicado, y posiblemente no certero, caducado. Lo deje de lado y preferí seguir
con los vagos recuerdos de mis niñez en aquellas catacumbas.
Confiando en ellos y en mi intuición, me deje escurrir, plenamente alerta, por entre
los pliegues que consideré más "seguros" para iniciar el descenso. Algunos eran
diminutas aberturas, pero esos justamente fueron los que intenté evitar. Los
portales más grandes, esos buscaba, muchos decorados en un antiquísimo estilo
de ricos patrones negriazulados de abstrusa geometría gótica (frecuente en las
catacumbas y cementerios) y que daban la sensación de plana tersidad en un
espacio tetraédrico asimétrico, con finos retoques punzantes de ángulos
desorbitantemente agudos. En conclusión, parecían portales propios de un
Simone Martini del trecento italiano, pero que burlaban la estructura simétrica y
ortodoxa con las normales anomalías compositivas de los pliegues dimensionales.
A poco de adentrarme por aquellos portales, me entró una sensación de escalofrío
por toda la médula bipolar de mi cuerpo denso y gaseoso. Soy una sombra, pero
las sombras también sentimos terror y escalofríos, sobre todo cuando estamos,
como es mi caso, acostumbradas a habitar en ambientes rebosantes de luz o de
relampagueantes fuentes de ondas cósmicas. Poco a poco, a medida que iba
descendiendo más y los portales se hacían más estrechos y las antesalas se
cerraban como sacos vacíos de un fuelle ante mi presencia, en vez de expandirse
con mi corporalidad, el miedo se apoderó de mí; me sentía un caballero noble e
ingenuo tratando de salvar su honor en un submundo de tinieblas. Contemplé la
posibilidad de que mi honor ya hubiese sido desgarrado por las pestilentes
extremidades de mi hermano menor que, a sabiendas de mi recorrido en pos de
encontrarlo, se habría escurrido hacia la superficie superior, terminado de liquidar
a mi hermano, y condenándome a permanecer allí abajo encerrado, en esa
mazmorra antigua y arquitectónicamente horripilante. Vi claramente la opción de
retroceder, dar marcha atrás a mis aristocráticos planes de comunicación fraternal
y cuidar de mi hermano, para recurrir a él una vez se hubiera repuesto del mal que
lo aquejaba. Pero no, deduje, el héroe jamás ha de regresar antes que la aventura
o hazaña, sino que han de regresar siempre juntos, pues de lo contrario la derrota
es segura. La caución la deje para el lenguaje, y era hora de impeler mi cuerpo
(grande, para mostrarles, como la nube de Magallanes) a través de todos esos
portales, callejuelas y pulmones (entradas, venas y organismos), ángulos
empinados, y tinieblas mayores; mi misión era bien conocida. Mientras, en un reloj
imaginario, la hora del duelo se acercaba con recelo.
-Solo dime, qué haces aquí, porque ésta es mi casa. -aseveré en tono punzante.
-Qué tienes ahí, entre todo ese arte que por cierto me pertenece.
-Esto... es solo una réplica. Pero es tan poderoso... él te llevará a lo que buscas, y
sabiendo muy bien que morirás -incluso tal vez antes de llegar si no soportas su
energía-, muy confiado estoy de que lo recuperaré en poco tiempo -me dijo el
demonio.
-Como te he dicho, esto es una réplica, una copia barata a escala del original, el
cual de tenerlo frente tuyo haría de lo que llamas "tu ser" una conjetura más como
aquellas que tú y tu gente tanto adoran idear. Puedes seguir solo, si lo deseas,
pero, ¿Quieres convertirte en un desmadejado adorno que decore repulsivamente
la habitación de tu hermano?
Contaba con la opción de una escapatoria. Pero debía volver al mismo punto, a
ese horizonte falso de un túnel que no desembocaba en nada. Y esa asquerosa
luminosidad, insoportable para mi delicado cuerpo...
-Muy bien, pequeño rey de éste castillo de naipes doblados -accedió en tono de
burla el viejo demonio-, pero antes tú has de prometerme algo si quieres que te
enseñe como usar el Calabi-Yau de mapa para encontrar a tu hermano.
-No hay tiempo, que sea rápido, mi hermano está enfermo y debo regresar para
asistirlo -le apuré de ese modo al recordar a mi hermano mayor, y con el fin de
demostrar poco interés en su parsimoniosa y fútil agenda de alimaña.
-Prométeme que... -hizo una pausa, como arrepintiéndose de lo que estaba por
decir- Sé que hay pocas chances de que salgas con vida, pues tu hermano es un
ser muy poderoso, y tú un pedante que escupe sus chucherías morales
indiscriminadamente. No tardarás en impacientarlo, y ahí te quiero ver. Pero, si es
que hay una remota posibilidad de que te perdone la vida y vuelvas sano y salvo,
prométeme que accederás sin cláusulas baratas o mojigaterías de tu parte, a
dejarme habitar en el bosque cósmico en las afueras del nicho.
Oh, gracia mía -pensé-, que me ha llevado a toparme con éste ridículo y
pretensioso bicho de feria.
-Trato hecho -declaré sin titubear-. Ahora, enséñame cómo leer éste estrambótico
plano de 249 dimensiones, tú -el sonido "rata" se me coló por entre las branas-
que afirmas conocer los secretos arquitectónicos de éstas profundidades.
-Ya, ya, para de adular tu imitación barata, que seguro ni siquiera te pertenece -le
dije y abrió sus oculares y se le respingaron con furia, que debía contener para
ganarse una nueva vida-. Dime por dónde ir, que quiero llegar lo más pronto
posible ¡No me hagas perder más tiempo! - concluí saliendo finalmente de mi
absorción mental.
-Está bien -dijo lanzando un suspiro-. Solo tienes que volver por donde viniste,
pero continuar, ¡Que no te engañe devuelta el truquito de magia barato de tu
hermano!
Sentí un fuego que me recorría como un aire caliente hasta llegar a mi cabeza (mi
centro) y reventar como dentro de una esponja en llamaradas enardecidas.
-Así que era eso nomas... me has embaucado, inverosímil alimaña de los jardines
infernales, rata fantasmal que no merece ni una migaja de logro alguno de la
civilización, embustero, cómo has podido...
-¡Vete de aquí y no vuelvas nunca! -vociferó mientras se arrojaba encima mío con
su rostro senil y demencialmente intentaba clavarme unos colmillos imaginarios-.
¡Sabré si no has muerto, y recordaré la promesa! -finalizó cuando yo estaba ya
con la mitad del cuerpo del otro lado del portal sombrío.
Me llevé la joya falsa conmigo y comencé el regreso por los oscuros pasadizos y
habitáculos góticos de la fosa, parecidos a los estrechos senderos que conectan
las diversas recámaras de una pirámide. Justamente, y tal vez ya lo haya captado
el lector, la fosa es una pirámide invertida, solo que, tanto su estructura piramidal
como su jerarquía consecuente, no corresponden con un espacio tridimensional y
sus convencionales “arriba” y “abajo”, sino con otro rango de direcciones
espaciales no convencionales que determinan las percepciones y preposiciones
locativas. Dicho sea entonces, estaba “descendiendo” por pasadizos que muy
probablemente para ustedes llevarían hacia arriba en vez de hacia abajo. Éstos
poseían tal carácter tétrico y de antiguo deterioro que me impulsaron a avanzar
velozmente para llegar al destino, el final de la fosa. La luminosidad se
acrecentaba a medida que me acercaba al portal, y esa fosforescencia repugnante
ya causaba efectos indeseables en mi cuerpo, arcadas vaporosas, temblores
moleculares. “Oh, cuándo llegaré, cuántos más estrechos pasadizos y lóbregos
habitáculos tendré que franquear” Pensaba mientras la pesadez se agravaba al
punto de creer que no podía continuar el viaje, que no tendría más remedio que
volver debido al intenso malestar. Cuando la voz de ese pensamiento se estaba
volviendo lo suficientemente severa y real como para serme imposible omitirla o
someterla a mi voluntad, el calabi-yau súbitamente se encendió y sus intrincadas
branas de juguete comenzaron a moverse como los tentáculos de una medusa.
Mire a mi alrededor. Sí, era el mismo habitáculo desde el cuál había marchado mi
regreso. Absorbiendo, no sin desagrado, la irritante luz que me rodeaba y
redirigiéndola hacia el final del vórtice dimensional de pasadizos y dobleces, con el
fin de percibir mejor ese fondo esquivo que nunca parecía llegar. No contaba con
grandes esperanzas de divisar algo, era un vórtice tan confuso, como una niebla
compactada pero que en su interior contenía la macabra habitación de mi
hermano. Nada, solo niebla, imágenes borrosas de decoraciones ancestrales,
cada vez más viejas a medida que acercaba el zoom lumínico de mi vista.
Mientras absorbía más luz, con la ilusión final de llegar a ver algo nítido, una
puerta, sin darme cuenta mi cuerpo absorbió la luz que irradiaba el calabi-yau que
llevaba conmigo, y la redirigió hacia el final del vórtice. ¡Voila! El calabi-yau era la
llave para abrir el portal en el espejismo. La luminosidad de sus branas se
extendió como un tejido abstracto, cubista, surrealista, se adhirió y atravesó todas
las paredes del habitáculo y el túnel, y formo hacia el final de éste un pliegue
magnífico que era la puerta que antes no pude encontrar. Oh, cómo habría de
describir un pliegue, y más aún éste pliegue, éste portal majestuoso en la antesala
de la recámara de Jocho, el misterioso, el sombrío, el demonio… ¿El genio?. Era
un pliegue como nunca antes había visto. Tenía detalles que escapaban mi
comprensión de tan distantes que eran con respecto a mi habitual concepción del
mundo y la belleza. Una arquitectura de vanguardia absoluta sorpresivamente
resultó ser la antecámara de mi hermano.
Una vez satisfecha hasta cierto punto mi curiosidad por los mágicos alrededores,
impensados para un sitio tan antiguo y supuestamente abandonado a la voluntad
de un ser sombrío y excluido del mundo, tomé coraje para adentrarme finalmente
en la habitación misteriosa ante la que me encontraba. Placer, enorme placer,
debo admitir, es lo que sentí mientras atravesaba aquel pliegue (¡Qué grandioso
pliegue, inimaginable pliegue, debo repetir, era aquel que estaba atravesando!).
Sin embargo, poco duro el goce éste, pues al encontrarme del otro lado, en un
pasadizo de indescriptible belleza, bordeado de extraños árboles de verdes y
rojizos colores -que nada tienen que ver con los árboles de rayos cósmicos del
bosque a las afueras del nicho-, la música brotó devuelta desde el fondo del
pasillo. Una armonía bizarra que burlaba mis oídos y atentaba con romper la
simetría gravito-emocional de mi cuerpo. ¡Qué rayos podía estar produciendo esas
melodías insoportables!. Comencé a correr o, más bien, movilizar más rápido mi
humeante cuerpo cuando casi sobre el límite para entrar en la habitación el sonido
cesó y el silencio me permitió notar que también un suave ruido de fondo que me
había pasado inadvertido dejó de brotar desde el fondo de la pirámide. La luz,
blanca y pura como nunca antes había visto, ni siquiera en el laboratorio de
investigación, empezó a vibrar en patrones lingüísticos.
-Así que has llegado, al fin, hasta el fondo de tu morada para conocer a tu
hermano –dijo la voz.
-Sí, así es –replique con la misma luz que se me había dirigido-. ¿Quién eres?
¿Dónde está mi hermano? ¡Muéstrate!
-Pero qué carácter más inquieto que tienes –apuntó entre titilantes ondas de luz
que asemejaban un espíritu risueño-. Tranquilízate, ya corté con la música que
parecía estar irritándote. Vamos, acércate, quiero que me veas… ¡Oh, hermano
mío, acércate!
Por poco entro en trance con esa última exclamación. El hecho era que nunca
había estado tan cerca de él, ni había siquiera conversado o intercambiado un
gesto, una mirada intima, nada. Me acerqué lentamente, anonadado, pero sin
perder por completo las sospechas que tenía sobre la naturaleza de sus
intenciones. Más anonadado quedé aún al ver lo que había dentro de aquella
enorme habitación. Miríadas de fantásticas criaturitas juguetonas correteando en
un espacio rebosante de la luz más cándida que puedas recordar, trepando
árboles y tocando instrumentos, lo que ustedes llaman guitarras y tambores y
melodiosas arpas que, francamente, para mi oído sonaban horribles, pero para
aquellos seres significaban danza y delicia musical, inundando la atmósfera para
recibirme. Por más foráneas que me sonaban esas canciones, no pude evitar
soltar mi cuerpo y empezar a bailar, contrayéndome y expandiéndome en
chimeneas de humo danzante. La alegría me poseyó de imprevisto, pero la duda
me tironeó a pensar si era todo real o no se trataba más que de un sueño, una
engañosa alucinación.
-De dónde… ¡¿A qué viene todo esto?! –pregunté exaltado, harto de tanto
maravillarme.
-¿Qué has hecho? ¿Cómo has logrado traer todo esto y meterlo en tu cuarto sin
que nos demos cuenta? ¡Eres un ladrón! Devuelve lo que no te pertenece –dije,
instigándolo ante la sorpresa de las criaturitas, que ya no se divertían tanto como
antes.
-No tienes idea del corazón que tienen todas éstas criaturas, de la verdadera
naturaleza poderosa de todos estos objetos traídos de lejanas dimensiones
invisibles para nosotros… hasta ahora. ¿Nuestro hermano está enfermo? ¿A
punto de morir, el viejo ese? Yo lo puedo curar ahora, tengo el poder para hacerlo,
y si esas ratas académicas se apropiaran de mi invento, lo echarían todo a perder,
corromperían la esencia de ésta dimensión desconocida con sus frívolas
charlatanerías y sus métodos engolados. ¡No sabes de lo que son capaces de
hacer tus pedantes amiguillos con sus mentes obnubiladas por la ciencia!
-¿Has dicho mi invento? ¡De qué te proclamas ahora dueño, hermano cobarde
que tanto tiempo te has escondido de nosotros!
-¡Yo diseñe el primer modelo de calabi-yau hace eones! Mucho antes de que
Humbu naciera, y mucho antes aún de que vos siquiera fueras concebido, mi
mente era de las más brillantes que habían. Luego, tus actuales ídolos del mundo
de las tecnologías me consideraron peligroso, pues era demasiado inteligente y
constantemente me rebelaba contra sus mojigaterías y sus mediocres intenciones
con respecto a mis inventos. Querían que el calabi-yau fuese construido solo
experimentalmente, a pequeña escala, para pruebas en el laboratorio, pues
temían que pudiera poner en peligro la integridad de toda nuestra existencia. Así
fue que me mandaron al exilio, al fondo de esta asquerosa fosa, éste castillo
anticuado y descuidado, donde quedé encerrado por tanto tiempo que tú ni
siquiera tuviste el placer de conocerme, de conocer a tu mismísimo hermano. Éste
calabozo fue confeccionado con la misma tecnología que yo diseñe, pero me tomó
añares poder reconstruirla con los materiales antiguos de las decoraciones y
estructuras góticas de la fosa. Cuando hube terminado ese juguetito que traías
contigo, esa llave del calabozo, me escapé y sin que lo notaran, robé su prototipo
experimental y lo adecue a mis planes divinos. Yo soy un nigromante, un mago, un
viajero astral entre las dimensiones del cosmos. ¡Miren cuán mediocres eran sus
aspiraciones, comparadas con la grandiosidad de mis descubrimientos!.
No… No puede ser, pensé. Mis mentores, aquellos a quienes yo aspiraba a ser,
mis modelos para la vida, eran en realidad quienes aprisionaron a mi hermano en
su propio hogar, condenándolo al aislamiento y erradicándolo de mundo
académico, desahuciándolo de todos sus logros científicos. De todos modos, eso
no quitaba que ahora estuviera bastante trastocado, pues quién no lo estaría
después de tantos años de estar encerrado en un calabozo. Su delirio de
grandeza se había ido no hacia el cielo, sino fugado en incontables direcciones
dimensionales, gratificándolo con la peligrosa fantasía de un universo diferente
colado dentro del nuestro para nuestro placer y bienestar. Esas criaturas no
podían ser tan inofensivas para nosotros como asemejaban serlo. Y los procesos
vitales de todas esas extrañas formas de vida –elfos, árboles, enredaderas, flores,
sátiros, duendes, hadas, o criaturas similares que ustedes podrían reconocer con
facilidad pero que traspasan los límites de mi lenguaje- muy seguramente
confrontarían con la naturaleza de nuestros propios procesos. De todas formas y
entretanto, se había transformado en un ser muy poderoso. No tenía otra opción
plausible más que hacerme el boludo y seguirle la corriente hasta llegar a tenerlo
en un lugar vulnerable y, aplicando la universal técnica del aikido, usar su propio
poder en su contra para regresarlo al lugar de donde vino: el infierno de su sucio
calabozo.
-Oh, yo sabía que entenderías –me dijo, calmando su volátil actitud y volteándose
para dirigir la orquesta de otra dimensión- ¡Que empiece la fiesta entonces! Falta
poco para la coronación. Toquen, animales divinos, ¡Embelesen éstas catacumbas
podridas con su música de las lejanas esferas!
FINAL ALTERNATIVO 1:
Poco a poco va lentamente acercandose y empieza a sentir una sutil luz, primero
como una fosforescencia, que va apareciendose en todo los contornos. Llega a la
recámara del hermano y es un lugar luminoso lleno de instrumentos y criaturitas
fantásticas y juguetoonas, y el hermano es un ser de luz que obtiene su energía
de otras dimensiones y se conecta con nosotros los humanos, y ahora que el
protagonista los sabe lo deja subir y sana a su hermano (final alternativo 2 de 1) o
lo mata y se queda con el trono- porque estos seres eran reyes de su nicho -era
como tener un castillo-
FINAL ALTERNATIVO 2: