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CAPÍTULO V

LAS FUENTES DEL CONOCIMIENTO1

Un nuevo problema (diferente de los anteriores y también de suma rele-


vancia) que la teoría del conocimiento ha de plantearse y al que debe dar
igualmente satisfactoria respuesta, es el relativo a la forma de adquisición del
conocimiento. ¿Cómo adquiere el sujeto cognoscente -inquirimos ahora el
conocimiento del objeto conocido? ¿De dónde extrae este conocimiento?
¿Dónde radica su origen?, ¿cuáles son, por tanto, sus fuentes? No preguntamos ya,
por consiguiente, si hay, si se da el conocimiento, si el conocimiento es real, o
incluso posible; tampoco, si su objeto es inmanente o trascendente. Ahora
inquirimos por la forma, por el origen o fundamento del conocimiento, por sus vías o
fuentes.

Si alguien me pregunta ahora por qué sé (conozco) que ante mí hay una mesa,
yo responderé que porque la veo y la toco: la vista y el tacto (los sentidos externos) son
aquí las fuentes o vías de adquisición de este conocimiento. Si, por otra parte, se
me interroga también por el medio de acceso cognoscitivo que tengo al dolor de
cabeza que ahora siento, confesaré que tal medio es una "mirada interior", una
especie de sentido interno que me permite captar mis estados íntimos (en este caso,
el dolor de cabeza). Si, finalmente, se me interpela acerca del modo que tengo de
saber, conocer, la verdad de proposiciones tales como "el todo es mayor que la
parte", "el deseo presupone algún conocimiento de lo deseado" o "todo efecto
tiene necesariamente su causa", habré de responder que llego a tal conocimiento
en virtud de una aprehensión directa de índole intelectual, sin necesitar, por tanto,
"mirar" afuera, al mundo, ni "mirar" adentro, a mí mismo. Sentidos externos,
sentido interno y aprehensión intelectual parecen, pues, vías legítimas y genuinas
de acceso cognoscitivo al objeto. Mas, ¿lo son realmente?, ¿no podríamos reducir
las tres a una sola? A éstas ya otras preguntas similares habremos de responder
aquí.

Si a propósito del problema acerca de la posibilidad del conocimiento, el


elemento objeto de la relación cognoscitiva se nos había revelado como el
central y preeminente (con respecto a él se trataba de saber si el conocimiento del
objeto era o no posible); si, por otra parte, en relación al problema de la
trascendencia o esencia del conocimiento, la centralidad o preeminencia la
ostentaba el elemento imagen (aquí se trataba de saber qué era la imagen, qué
factor de la relación sujeto/objeto contribuía más a su formación o cons-
titución)' en el caso del problema que ahora nos ocupa, será el elemento sujeto el
que ostente la primacía. Aquí nos interesará saber, en efecto, qué dimensión
cognoscitiva del sujeto, qué fuente en él radicada, cabe ser considerada primordial,
auténtica, genuina. Puesto que podemos distinguir en el sujeto dos diferentes
ámbitos cognoscitivos (los sentidos externos e interno y la aprehensión
intelectual), puesto que, según parece, el sujeto humano es tanto un ser de
sensación como un ser de razón, cabría establecer igualmente una distinción entre
una fuente cognoscitiva sensorial y una fuente cognoscitiva racional: determinados ámbitos
cognoscitivos serían accesibles por una, y otros ámbitos lo serían por la otra,
como es el caso de los ejemplos anteriormente expuestos.

1 Martínez Liébana, Ismael (1999), “Las fuentes del conocimiento”, en Fundamentos de Filosofía, Madrid,
ONCE, ISBN: 84-484-0218-9, pp. 173-175.
En la historia de la filosofía no se ha mantenido siempre un criterio uná-
nime en torno al papel que ambas fuentes de conocimiento desempeñaban en el
proceso de formación de la imagen. Determinadas épocas y filósofos han
conferido la preeminencia a la fuente sensorial; otras, en cambio, se la han
otorgado a la fuente racional. Los partidarios de la primera posición son los
llamados filósofos empiristas (de empeiría, experiencia sensorial), los partidarios de
la segunda, son conocidos como filósofos racionalistas (de ratio, razón). En este
capítulo habremos, pues, de abordar fas posiciones de unos y otros, tratando de
hallar, como en los capítulos anteriores, posiciones intermedias o de consenso.

Finalmente, en el problema que ahora va a ocuparnos, hemos de distinguir


un doble aspecto o vertiente: no es lo mismo, en efecto, preguntar por el origen
o fundamento del conocimiento, por sus bases o fuentes psicológicas, que
preguntar por la legitimidad, justificación o validez del mismo. A menudo, origen
psicológico y validez lógica se coimplican. Así, si se mantiene, por ejemplo, que
el conocimiento tiene su origen en la experiencia sensible, ha de afirmarse
igualmente que todo contenido cognoscitivo que se proponga deberá tener
validez exclusivamente en el ámbito estricto de tal experiencia. No obstante,
puede muy bien sostenerse que, a pesar de que el conocimiento extraiga todos
sus materiales de la experiencia sensible, no por ello el ámbito de validez del
mismo ha de restringirse mera mente a los estrechos límites de esta experiencia.
Es el caso de no pocos empiristas para los que, si bien la experiencia es fuente
única de conocimiento' éste ti ene, no obstante, un alcance extraempírico (como
ocurre de hecho, según ellos, en el campo de la lógica y de las matemáticas). La
confusión de estas dos diferentes facetas del problema (la genética o psicológica
y la lógica o epistemológica) ha dado lugar en el transcurso de la historia a
numerosos equívocos y errores en el ámbito de la teoría del conocimiento.

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