* Para una ampliación de este concepto ver Isaiah Berlin: Giambattista Vico y la historia de la cultura,
Contra la corriente, FCE, Mexico 1992.
Es necesario evitar ab initio el extremo de sostener la existencia de leyes obligatorias del
desarrollo histórico, con etapas y procesos prefijados que todas las sociedades están
destinadas a producir. Al mismo tiempo debemos prevenir el postular el carácter único,
i
incomparable e inconmensurable de los distintos modelos civilizatorios, que podrían ser
incorporados a un lenguaje universal que abarcase la comprensión de todos. Habermas, nos
recuerda que el concepto mismo de la incomparabilidad e inconmensurabilidad de una cultura
o pensamiento en autocontradictorio, como el relativismo a ultranza. “Pues pudiera ser que
bajo esa capa de posilustracion no se oculte otra cosa que complicidad con una ya vieja e
incluso venerable tradición de contrailustración” (Jurgen Habermas, El discurso filosófico de la
modernidad).
En este contexto hay que mencionar la dialéctica de autonomía e imitación. La mayoría de los
países de Latinoamérica, sobre todo los movimientos políticos radicales, desea una evolución
que merezca el calificativo de auténtica y un ordenamiento socioeconómico que pueda ser
llamado de autónomo. Los mismos procesos de modernización en la región intentan crear un
orden original y propio, que además del éxito material, contribuya al establecimiento de una
identidad distinta y distinguible de los pasados y diferentes regímenes político-sociales. Es
desde esa dicotomía que el Pensamiento Social Latinoamericano ha planteado y plantea una
serie de “cuestiones”, que promuevan un punto de partida ontológico para superar no
solamente desde lo académico e intelectual el condicionamiento que un modelo eurocentrista
ha implantado en el mundo. Sin embargo, como bien señala H.C.F. Mansilla, esa intención
crítica, debe evitar los extremos o los abordajes solipsistas, que desde un atrincheramiento
ideológico confunda las necesidades reales y urgentes de Desarrollo, con una retórica que aún
no logra insertarse en el imaginario social.
La gran transformación histórica que gestó al mundo moderno durante los siglos XVII y XIX, no
solamente cambio las estructuras económicas, políticas y sociales del mundo, también generó
nuevas miradas y pensamientos sobre el hombre y la sociedad. Dos de las corrientes que más
influyeron en el pensamiento y la política en Latinoamérica, fueron el Positivismo y el
Marxismo. En el caso del Positivismo la influencia que tuvo sobre los intelectuales estuvo en
ambos lados del espectro político, el ejemplo más destacado y conocido fue José Ingenieros,
un “positivista socialista”. La socialdemocracia reinante de finales y principios de siglo XX se
caracterizó por adoptar a su análisis marxista la concepción positivista, resultando una
esterilizada teoría de todo elemento revolucionario y transformador. En algunos casosii, como
el del intelectual boliviano Alcides Arguedas, se intentó vincular la categoría marxista de
ideología con la corriente positivista, desde la realidad latinoamericana incrustada en el
sistema capitalista. Al estudiar el pensamiento latinoamericano, muchas veces pasamos por
alto el hecho de que el positivismo en constituyó una ideología, que ejerció una influencia
difusa en muchos gobiernos de principios del siglo XX. Su pensamiento social (Arguedas, Raza
de Bronce), con las categorías de progreso racional, científico e industrial, encubre aquellas
relaciones sociales que fundamentan las asimetrías sociales y culturales en América Latina.
Desde esta perspectiva es que se puede leer el binomio progreso/atraso o
civilización/barbarie, siendo las primeras las consecuencias de adopción de la forma cultural
burguesa europea, y las segundas la realidad latinoamericana. Los sujetos latinoamericanos
constituyen desde esta óptica ideológica unas trabas para el acceso a esa modernidad
burguesa, quedando por fuera de los proyectos de país, y generándose así el patrón de
exclusión que sigue presente en la actualidad.
Además, a la falta de originalidad se suma la paradoja planteada, que sostiene que la ciencia
en América derivó del cientificismo positivista, lo contrario a Europa. Esto tiene su causa en
que la ciencia, tal como se consideraba para aquel entonces, tenía su experiencia en Europa,
por lo que América Latina tendió a aprovecharse de la misma bajo la forma ideológica del
positivismo. Nuestra asimilación y constitución del positivismo como ideología careció de
originalidad y se conformó como una teoría del atraso, dejando el progreso en la idea de
copiar lo extranjero europeo en detrimento de las condiciones concretas de las estructuras
latinoamericanas. A lo cual Zea dirá que el positivismo cumple la función de un instrumento
que utilizaron los latinoamericanos en función de provocar los cambios que suponían
necesarios para incorporarse a la civilización
Es en este contexto histórico que el Pensamiento de José Carlos Mariátegui marcará un punto
de inflexión en el Pensamiento Social Latinoamericano que ejercerá una influencia que se
manifiesta incluso en las nuevas corrientes de pensamiento del siglo XXI. A partir de la
Revolución Rusa, surgen en la región movimientos políticos y corrientes de pensamiento que
reivindican la idea del socialismo a partir del ejercicio de poder estatal: estatismo. La
referencia al Imperio Incaico como un modelo de “socialismo americano” por tratarse de un
sistema de propiedad estatal, se utiliza como un referente para la construcción de un
pensamiento original que incorpore las categorías de análisis marxista. Luis Valcárcel
proclamaba que “el proletariado indígena espera su Lenin” (Valcárcel, Tempestad en los Andes,
1927). Junto con Mariátegui desarrollan las tesis que sostiene la posibilidad de que los pueblos
de economía rudimentaria iniciaran directamente una organización económica colectiva sin
necesidad de pasar por la etapa comunista (argumento que forma parte del Modelo
Económico Socio Comunitario Productivo del gobierno de Evo Morales): “Nosotros pensamos
que entre las poblaciones detenidas, ninguna como la población indígena incaica presenta
condiciones tan favorables para que el comunismo agrario primitivo, subsistente en una
estructura concreta y en un profundo espíritu colectivista, se transforme bajo la hegemonía de
la clase proletaria, en una de las bases más sólidas de la sociedad colectivista preconizada por
el comunismo marxista” (Mariátegui, Ideología y Política, 1969). En Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana, demuestra la supervivencia de elementos de socialismo
presentes en la agricultura y vida indígenas. En esa síntesis de lo precolombino con el
marxismo llega a afirmar que el comunismo no supone históricamente la libertad individual ni
el voto popular, y, que en otras épocas hubo otro tipo de socialismo autocrático y que el
hombre del Tawantinsuyo “no sentía absolutamente ninguna necesidad de libertad individual,
ya que la libertad individual no es más que un aspecto del liberalismo y del capitalismo”.
Es importante mencionar que una parte sustancial de esas afirmaciones estaban condicionadas
por el momento histórico que se vivía en el Perú, donde la influencia de Haya de la Torre y sus
concepciones del espacio-tiempo histórico y la teoría aprista de la “exclusividad
indoamericana”, opacaban corrientes de pensamiento alternativas. La muerte prematura de
Mariátegui dejó incompleto su trabajo que avizoraba muchos de los nuevos planteamientos
del “Vivir Bien”.