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LAS IMÁGENES Y EL PUEBLO

Por Ulrico Zuinglio

ULRICO ZUINGLIO, el gran reformador suizo, nació en Wildhaus, valle de Toggenburg, el 1º de


enero de 1484. A los 18 años era maestro, a los 20 Bachiller en Artes y a los 22 Maestro en Artes
y, ordenado sacerdote, su parroquia abarcaba la tercera parte del cantón. Trasladado luego a la
parroquia de Einsiedeln, famoso santuario visitado por peregrinos de todas partes, empezó a
predicar allí el evangelio, según él mismo dice, "en 1516, cuando nadie en mi localidad había
oído siquiera el nombre de Lutero". La lectura de un poema de Erasmo y el estudio de la Biblia
hicieron que llegara a poner en tela de juicio el culto de los santos y a predicar abiertamente
contra el mismo. Una muestra de esa predicación la tenemos en el sermón que, condensado,
transcribimos a continuación. Zuinglio murió el 11 de octubre de 1531, en la batalla de Cappel,
entre protestantes y católico romanos, en la cual actuaba como capellán de las tropas de Zurích.

Y torna su sobrante en un dios, en su escultura; humíllase delante de


ella, adórala, y ruégale diciendo: Líbrame, que mi dios eres tú.
Isa. 44:17

Deben ser quitadas todas las imágenes que reciben una supersticiosa veneración,
porque tal veneración es verdadera idolatría. Ahora vemos imágenes expuestas a la
veneración en las iglesias, y aquí y allá en las calles. Las vemos colocadas, primero de todo,
ante los ojos de los hombres sobre el altar. ¿Por qué han de estar allí donde, según los papistas,
se realizan cosas tan elevadas en la misa? ¿Permitirían que un hombre permaneciera allí
durante la misa? Por cierto que no. Luego, sostienen que esas imágenes son superiores a los
hombres, y, sin embargo, son pedazos de troncos de sauces cortados por los hombres. Así Isaías
reprocha con razón a los que adoran las obras de sus propias manos. Y uno se postra ante ellas, y
se descubre, lo cual está prohibido por Dios. Considerad si esto no es ana franca idolatría. Ade-
más, gastamos una enormidad en oro, plata, diamantes y perlas para ellas; aun más, algunas
imágenes son de oro y plata macizos; y en otras, las vestiduras están tan llenas de ellos, que
podrían sostenerse paradas por sí solas. Y nada vale decir: No presentarnos esta riqueza a los
ídolos, sino para honrar a los bienaventurados santos que están en el cielo; porque si quisiéramos
honrar a los santos con las riquezas de este mundo, tendríamos que hacerlo en la forma que nos
ha sido ordenado, y como los mismos santos lo hicieron; a saber, dándolas a los pobres. Lo que
debiéramos dar a los pobres, imágenes miserables de Dios, lo damos a imágenes de hombres
enchapadas en oro; porque estos ídolos no son más que imágenes de hombres, mientras el
hombre vivo es imagen de Dios. ¿No está claro, pues, que al dar así a los ídolos, contra el
mandato de Dios, les damos, lo que deberíamos dar a los pobres? No hay anillo, piedra preciosa o
joya, por costosa que sea, que una mujer ambiciosa se arrepienta de colgársela a un ídolo de
madera. Y si la exhortáramos a darlo a los pobres, no lo conseguiríamos. ¿Por qué? En un pobre
no luciría, pero luce en el ídolo.

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Siendo, pues, que estos ídolos han sido hechos y adornados por la ambición carnal, ¿cómo
podemos soportarlos más? ¿No tenemos miedo do la maldición que recaerá sobre nosotros?
Salmo 97:7, "Avergüéncense todos los que sirven a las Imágenes de talla, los que se alaban de los
ídolos". Quemamos costoso incienso ante ellas, como lo hacían os paganos. Y en esto cometemos
un doble pecado. Primero, al pensar que los elegidos de Dios se honran con las cosas con que los
paganos honraban a sus ídolos, cuando aprendemos por el capítulo 14 de Hechos, que Pablo y
Bernabé no permitieron que se les tributara tal adoración, antes por el contrario manifestaron al
pueblo que ellos habían sido enviados por Dios para apartar a los hombres de tales vanidades.
Los siervos de Dios no han de ser honrados con tales necedades, porque ellos mismos nunca
honraron a Dios con ellas. Pecamos, en segundo lugar, al colocar ante un ídolo aquello que
deberíamos dar a Os pobres. Luego, finalmente, cono los paganos, les damos los nombres de
aquellos cuya imagen representan. Así llamamos a un pedazo de madera tallada la madre de
Dios, a otro, San Nicolás, y al tercero Santa Hildegarda, y así por el estilo. Esto en sí tendría poca
importancia, pero tenemos esas imágenes en tal veneración, que si alguien las llamara ídolos,
que es lo que son, se expondría a ser castigado. Más aún, hemos oído de aquellos que han echado
en la cárcel y asesinado a quienes han quitado los ídolos. ¿Por qué hicieron eso? "¡Oh! ¡Porque
han quemado o robado a nuestro bendito Señor Dios y los santos!" ¿A quienes llaman nuestro
Señor Dios? ¡Al ídolo! Luego, tienen a un ídolo por dios. Si hubieran tenido por su Dios al Padre
que está en los cielos, que es invisible a los ojos humanos, poco les hubiera importado lo que
hicieran con una mera imagen. Cualquier anciano puede recordar la época en que no había en
las iglesias la centésima parte de las imágenes que hoy en día se encuentran en ellas. ¿Cómo,
pues, honraban a Dios nuestros padres; o, más bien, cómo lo deshonraban al no poseer tantas
imágenes como tenemos nosotros? ¿Les parecía bien a ellos no tener imágenes, o tener sólo
unas pocas? Entonces, ¡ay de nosotros que las hemos aumentado! Porque aunque se diga que no
se adora al ídolo, sino a Dios y al bienaventurado santo, esto no vale, ya que, lejos de honrar a
Dios y a los santos con tal suerte de adoración, en el momento que colocamos una imagen y la
adoramos nos entregamos a la superstición y la idolatría. ¡Y esa gente vana da muerte a
inocentes cristianos que quitan aquello que aparta a las almas de Dios! ¡Oh! ¿No prueba esto que
son idólatras?
Ya que existe, pues, el peligro real de que cuando se cuelgan o colocan imágenes en los
templos, fácilmente se las adore y rinda culto, como lo demuestra la experiencia, deben ser
quitadas de allí, para eliminar el peligro de que sean adoradas. Nos referimos, sin embargo, sólo a
las imágenes perjudiciales para la verdadera piedad, tales como las imágenes humanas colocadas
en los altares y en las iglesias. Los papistas creen que presentan una objeción de mucho peso
cuando dicen que "las imágenes son los libros de los simples". Decidme, sin embargo, ¿dónde
nos ha ordenado Dios aprender en tales libros? ¿Cómo es que hemos tenido tantos años la cruz
delante de nosotros, y con todo no hemos aprendido todavía la salvación en Cristo o la verdadera
fe en Dios? Tomad un niño y colocadlo ante una imagen del Salvador, y no le deis instrucción
alguna, y veamos si aprenderá por la imagen que Cristo sufrió por nosotros. ¿Se dice: "No; pero
también se le debe enseñar por la Palabra"? Entonces se admite que debe ser instruido no por
la imagen, sino por la Palabra. En verdad, creo que toda la cristiandad papal preferiría quedarse
con sus imágenes o ídolos antes que con la Palabra de Dios. Porque cuando se presenta la
palabra de Dios se ve inmediatamente, como en un espejo, que todo el papado es un engaño. Por
lo tanto, dejan que se pinten bien los sufrimientos de Cristo en las paredes, y se representen en
esculturas, y dejan que los pobres tontos cuelguen en ellas plata y oro, y besen los pies de piedra,
con tal que no aprendan lo que significan los sufrimientos de Cristo. Porque tan presto como
hemos aprendido esta lección, que él es nuestro Redentor, el precio de nuestra redención y

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nuestro único camino a Dios, ya no le compramos el reino de los cielos al papado.
Luego se dice: Las imágenes incitan a la devoción, come lo prueba el siguiente ejemplo:
Un cristiano pasa por un campo, y viendo representados a menudo los sufrimientos de Cristo, se
postra y, con la cabeza descubierta, ofrece una oración. ¿Dónde ha enseñado Dios que debamos
honrarle en esa forma a través de ídolos, y por la realización de tales gestos delante de ellos?
Tales argumentos son enteramente deleznables; Dios rechaza esa clase de adoración. El dice
"¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para
hollar mis atrios?" (Isa.1:12). Notadlo bien: aquí él rechaza y prohíbe los honores rendidos a los
ídolos. Se replica: "El hombre en el campo se arrodilla, con su corazón alaba y le agradece a él
por sus santos sufrimientos, dice alguna oración que le recuerda a Dios; pero si no hallara una
imagen en su camino, no pensaría en Dios ni en los santos; por lo tanto, las imágenes son buenas,
no malas." Respuesta: ¿No sabéis que "No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el reino
de los cielos; más el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos?" (Mat. 7:21). ¿No
percibís que Dios da poca importancia al culto de los labios, y, por el contrario, asigna el más
alto valor a la realización de su voluntad? Pero estas imágenes no nos la enseñan, ni nos incitan a
ella; porque nunca nos han incitado a otra cosa que a una devoción ciega y ociosa. El verdadero
y genuino culto a Dios es llevarlo a él siempre en nuestros corazones. Tal corazón no es
conferido por la contemplación exterior de alguna imagen, sino por la iluminación de Dios. Pero
algunos dirán: "Debiera enseñarse que los ídolos no han de ser considerados como algo, no han
de ser tenidos por santos, y, en una palabra, eliminarse toda doctrina errónea acerca de ellos".
Respuesta: "Ciertamente, debería hacerse eso, pero al mismo tiempo deberían ser
eliminados ellos mismos. Cuando se echa afuera al diablo se deben cerrar todas las aberturas por
donde podría volver a entrar. A la vez, pues, que se predica el evangelio y se instruye a los
hombres en la doctrina pura, se deben quitar los ídolos, para que los hombres no recaigan en los
mismos errores, porque así como la cigüeña retorna a su viejo nido, vuelven los hombres a sus
viejos errores, si no, se les cierra el camino".

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