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¿Por qué se lamenta el hombre viviente?

Laméntese el hombre en su
pecado. - Lamentaciones 3.39

La queja es una costumbre generalizada. En todas partes la gente se queja


de algo, todo el mundo tiene algo de qué quejarse y algo qué lamentar.
Algunos lamentan su condición de salud, otros su situación económica, el
trabajo tedioso y mal pagado, los compañeros envidiosos, el jefe y los
gobernantes tiranos, el cónyuge incomprensivo, los hijos mal agradecidos, los
amigos traidores, los vecinos insoportables, etc., etc.
Parece que razones sobran para el lamento y la queja.
En algunas ocasiones estas situaciones por las cuales la gente se queja son
imaginarias, pero también pueden ser reales, no debemos pretender ser
insensibles ante las circunstancias adversas.
El asunto es que aunque fácilmente podemos identificar las cosas y las
personas que nos hacen la vida difícil, casi nunca reconocemos las muchas
veces que las dificultades son el resultado de nuestro mal proceder
En la mayoría de los casos los lamentos de las personas tienen que ver con lo
que les rodea y muy pocas veces con un reconocimiento de las deficiencias
personales.
Esto se puede notar con el fácil uso de la frase "nadie es perfecto", la cual
usamos cuando nos equivocamos para minimizar nuestras deficiencias,
carencias y malos procederes, en cambio rápidamente encontraremos excusas
y culpamos a los demás. Esto es una característica humana.
Cuando Dios confrontó a Adán por el pecado cometido, él respondió "la mujer
que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí" – (Génesis 3.12).
En esta frase hay una excusa y un reclamo a la vez. Adán reconoce haber
pecado, pero se defiende culpando a la mujer e indirectamente culpa a Dios
también por haberle dado esta mujer. Cuando Dios confronta a la mujer y le
dice ¿Qué es lo que has hecho?, la mujer responde "La serpiente me engañó
y comí". (Génesis 3.13) Ella reconoce haber sido engañada, pero nada más.

Desde aquel día en adelante la tierra cayó bajo maldición por causa del
hombre y toda la humanidad confirma una y otra vez cuán grave es la
consecuencia de aquella caída, porque seguimos pecando y excusándonos por
nuestros pecados.
El profeta Jeremías escribió en una época de gran tragedia para el reino de
Judá, el juicio de Dios había caído sobre ellos y estaban cosechando lo que
habían sembrado, estaban experimentando las consecuencias de varios siglos
de rebeliones contra Dios.
El versículo 42 de este capítulo dice: "Nosotros nos hemos rebelado, y fuimos
desleales; tú no perdonaste".
Si comparamos la situación que nosotros vivimos con lo que estaba
experimentando Jeremías tendríamos que reconocer que vivimos en una
situación muy ventajosa, no hemos conocido las tragedias que ellos
experimentaron, porque el profeta expresó "Ríos de aguas echan mis ojos por
el quebrantamiento de la hija de mi pueblo, mis ojos destilan y no cesan,
porque no hay alivio" (v. 48,49)
En medio de la aflicción y la angustia, Dios nos lleva a reflexionar en nuestro
pecado y no solo en las consecuencias de nuestro pecado.
El pecado siempre tiene consecuencias, y estas consecuencias afectan no solo
al que comete el pecado sino a los que le rodean, solo basta mirar el
sufrimiento que causa un esposo o esposa infiel, las enfermedades que se
pueden transmitir por esas infidelidades, los sufrimientos de los hijos cuyos
padres son viciosos o adictos, agresores, etc.
En todo sufrimiento o congoja que experimentemos deberíamos hacer un
examen serio para determinar si lo que estamos pasando es consecuencia de
nuestros propios pecados o de los pecados de otros. Pero cualquiera que sea
la situación, debemos aprender a lamentar no solamente las consecuencias
del pecado, sino el pecado mismo, sea quien sea el que lo cometió.
El pecado es una ofensa hecha contra un Dios cuya santidad es imposible de
medir. Él es sublime en santidad y el pecado es un insulto para Él.
Cada vez que alguien peca, cada vez que nos hemos rebelado contra la ley de
Dios es equivalente a expresarse de la siguiente manera:
"Dios, yo sé que lo que voy a hacer no te agrada, estoy consciente de que te
molesta, pero no me importa si te molesta o no, prefiero hacer lo que yo
quiero y no lo que tu mandas"
Por supuesto que muy pocas personas se atreverían a expresarlo de esta
manera, pero eso es lo que significa pecar, es rebelarse contra Dios.
Por esta razón es que el profeta nos manda a lamentarnos no de las
consecuencias de nuestros pecados, sino de nuestros pecados como tales.
El Señor Jesucristo expresó lo siguiente: "Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación" (Mateo 5.4)
Es obvio que este lloro no se refiere a un lloro cualquiera, porque todo el
mundo llora por algo y muchas veces hasta por cosas sin importancia, pero
este lloro tiene que ver con el reconocimiento del pecado y la necesidad de
perdón.
¿Has llorado por tus pecados?
La palabra arrepentimiento es desconocida para muchos y hay quiénes hasta
afirman que nunca hay por qué arrepentirse de nada, para esas personas hay
poca esperanza, pero si eres de los que lamentan su pecado, escucha esta
preciosa promesa: "recibirás consolación".
El consuelo vendrá para los que lamentan sus pecados, primero por la
consciencia de haber ofendido a Dios y segundo por comprender que hay
perdón para todo aquel que confía en Jesucristo y que se refugia en Él.
Cristo es el único refugio disponible en el día final. La sangre de Jesucristo, es
decir, su sacrificio, es lo único que Dios el Padre acepta como pago por todas
las ofensas que cometen los creyentes.
¿Crees esto?
El creyente nunca deja de lamentar sus pecados y desearía nunca haberlos
cometido, sin embargo ya no carga con la culpa porque cree en el perdón.
Gracias a Dios por Su misericordia. Amén.

Pr. Alexander León

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