Laméntese el hombre en su
pecado. - Lamentaciones 3.39
Desde aquel día en adelante la tierra cayó bajo maldición por causa del
hombre y toda la humanidad confirma una y otra vez cuán grave es la
consecuencia de aquella caída, porque seguimos pecando y excusándonos por
nuestros pecados.
El profeta Jeremías escribió en una época de gran tragedia para el reino de
Judá, el juicio de Dios había caído sobre ellos y estaban cosechando lo que
habían sembrado, estaban experimentando las consecuencias de varios siglos
de rebeliones contra Dios.
El versículo 42 de este capítulo dice: "Nosotros nos hemos rebelado, y fuimos
desleales; tú no perdonaste".
Si comparamos la situación que nosotros vivimos con lo que estaba
experimentando Jeremías tendríamos que reconocer que vivimos en una
situación muy ventajosa, no hemos conocido las tragedias que ellos
experimentaron, porque el profeta expresó "Ríos de aguas echan mis ojos por
el quebrantamiento de la hija de mi pueblo, mis ojos destilan y no cesan,
porque no hay alivio" (v. 48,49)
En medio de la aflicción y la angustia, Dios nos lleva a reflexionar en nuestro
pecado y no solo en las consecuencias de nuestro pecado.
El pecado siempre tiene consecuencias, y estas consecuencias afectan no solo
al que comete el pecado sino a los que le rodean, solo basta mirar el
sufrimiento que causa un esposo o esposa infiel, las enfermedades que se
pueden transmitir por esas infidelidades, los sufrimientos de los hijos cuyos
padres son viciosos o adictos, agresores, etc.
En todo sufrimiento o congoja que experimentemos deberíamos hacer un
examen serio para determinar si lo que estamos pasando es consecuencia de
nuestros propios pecados o de los pecados de otros. Pero cualquiera que sea
la situación, debemos aprender a lamentar no solamente las consecuencias
del pecado, sino el pecado mismo, sea quien sea el que lo cometió.
El pecado es una ofensa hecha contra un Dios cuya santidad es imposible de
medir. Él es sublime en santidad y el pecado es un insulto para Él.
Cada vez que alguien peca, cada vez que nos hemos rebelado contra la ley de
Dios es equivalente a expresarse de la siguiente manera:
"Dios, yo sé que lo que voy a hacer no te agrada, estoy consciente de que te
molesta, pero no me importa si te molesta o no, prefiero hacer lo que yo
quiero y no lo que tu mandas"
Por supuesto que muy pocas personas se atreverían a expresarlo de esta
manera, pero eso es lo que significa pecar, es rebelarse contra Dios.
Por esta razón es que el profeta nos manda a lamentarnos no de las
consecuencias de nuestros pecados, sino de nuestros pecados como tales.
El Señor Jesucristo expresó lo siguiente: "Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación" (Mateo 5.4)
Es obvio que este lloro no se refiere a un lloro cualquiera, porque todo el
mundo llora por algo y muchas veces hasta por cosas sin importancia, pero
este lloro tiene que ver con el reconocimiento del pecado y la necesidad de
perdón.
¿Has llorado por tus pecados?
La palabra arrepentimiento es desconocida para muchos y hay quiénes hasta
afirman que nunca hay por qué arrepentirse de nada, para esas personas hay
poca esperanza, pero si eres de los que lamentan su pecado, escucha esta
preciosa promesa: "recibirás consolación".
El consuelo vendrá para los que lamentan sus pecados, primero por la
consciencia de haber ofendido a Dios y segundo por comprender que hay
perdón para todo aquel que confía en Jesucristo y que se refugia en Él.
Cristo es el único refugio disponible en el día final. La sangre de Jesucristo, es
decir, su sacrificio, es lo único que Dios el Padre acepta como pago por todas
las ofensas que cometen los creyentes.
¿Crees esto?
El creyente nunca deja de lamentar sus pecados y desearía nunca haberlos
cometido, sin embargo ya no carga con la culpa porque cree en el perdón.
Gracias a Dios por Su misericordia. Amén.