Guatemala está atravesada por un sinnúmero de expresiones violentas. En muy buena medida a
partir de las matrices de opinión generadas por los medios masivos de comunicación, tiende a i-
dentificarse "violencia" con "delincuencia". Pero la realidad es mucho más compleja que esa
simplificación. Esa identificación es, cuanto menos, errónea, si no producto de una interesada
manipulación. Los poderes fácticos, en mayor o menor medida, se siguen beneficiando de ese
clima generalizado de violencia. Combatir las violencias implica desmontar esos poderes; es decir:
una tarea tanto política como sociocultural. Para ello el fortalecimiento del Estado juega un papel
crucial e imprescindible.
Hoy día, repitiendo y superando los índices de violencia que se podían encontrar durante la
guerra, la situación cotidiana nos confronta con nuevas formas de violencia. No hay
enfrentamientos armados entre Ejército o fuerzas estatales y movimiento guerrillero insurgente,
pero la situación de inseguridad que se vive a diario, en zonas urbanas y rurales,
comparativamente es más preocupante. Han aparecido nuevas expresiones de violencia en estos
últimos años: además de la tasa extremadamente alta de homicidios, asistimos a una explosión del
crimen organizado manejando crecientes cuotas de poder económico, y por tanto, político. Se ven
nuevas modalidades, como el surgimiento y crecimiento imparable de las pandillas juveniles –las
"maras"– (que, según estimaciones serias, manejan por concepto de chantajes y cobros de
impuestos territoriales cantidades millonarias), el auge de los carteles del narcotráfico, el
feminicidio (con un promedio de dos mujeres diarias asesinadas, muchas veces previa violación
sexual), (INE, 2011), las campañas de la mal llamada "limpieza social", los linchamientos.
Complementando esto, es imprescindible mencionar que, si bien no aparece contantemente en
los medios de comunicación, hay una cantidad de muertes por hambre que supera a los muertos
por hechos violentos, según informes oficiales del Procurador de Derechos Humanos (PDH, 2011).
En estos momentos, según datos de UNICEF (2011), Guatemala es el segundo país en
Latinoamérica y sexto en el mundo en orden a la desnutrición. Es decir: la violencia homicida
asienta en un trasfondo de pobreza estructural histórica, y un elemento no puede disociarse del
otro, aunque en la vivencia cotidiana –en buena medida manipulada– la criminalidad delincuencial
aparece escandalosamente como el principal "pandemonio".