El caso Piglia
autor expone su preocupación por la función de la teoría literaria desde su relación con la
Alegorías de la lectura (1979) y Visión y ceguera (1983)— son un hilo conductor en los
diversos textos que componen el libro. Ambas, retórica y alegoría participan de los caminos
que construye Paul de Man para atender esta preocupación por los límites de la comprensión
del texto de Paul de Man, que retomaré en las líneas finales de este trabajo. En el mismo
marco de la academia norteamericana, apenas dos años antes se había publicado el libro
1
La primera edición es en inglés: The Resistance to Theory, Universidad de Minnesota, 1986. La versión en
español aparece en 1990, en la editorial Visor.
también póstumo La ciudad letrada, de Ángel Rama. Este texto, ampliamente retomado por
los estudios culturales latinoamericanos, propone las nociones de ciudad letrada y letrado,
como analogía espacial para hablar de las relaciones entre poder y ámbito escritural, a través
de un recorrido por la historia cultural de América Latina desde la colonia hasta la primera
A pesar de la diferencia entre los problemas tratados en estos dos libros, considero
que coinciden en señalar el peso de la escritura en relación con el poder, y la posición de sus
actores frente a discursos específicos. Hablar de las disputas sobre la función de la teoría
sus procesos e integrantes, puede resultar mucho más productivo si se considera que implican
legitimadores.
Con este punto de partida busco desistir de origen de cualquier supuesto de inocencia
en las disputas sobre la teoría, al poner sobre la mesa su implicación con el poder, desde la
la teoría, si una distinción tan tajante fuera realmente posible, implica asumir una postura
sobre la relación de cada actor con la literatura y con sus posibilidades de comprensión, al
tiempo que esta postura puede llegar a traducirse en posición cuando entra en contacto con
teoría abre un marco de posiciones en disputa, entonces podría adelantarse una relación entre
de los problemas planteados sobre la función de la teoría literaria y las resistencias que puede
generar en el ámbito letrado. Esta exploración inicial es seguida de algunas notas desde el
ámbito de un autor de literatura, cuya obra se caracteriza por sostener una posición
conciliadora entre teoría y práctica literaria: Ricardo Piglia. En su caso, la búsqueda está
guiada por el interés de mostrar una posición particular formulada desde la literatura, y nunca
¿Por qué la teoría es por momentos y para algunos la gran villana de la literatura? ¿Por qué
para otros cierta teoría o, peor aún, la Teoría puede ser la única manera de encontrar seguridad
o resguardo ante el escapismo del objeto literario? La historia de la teoría literaria, aunados
una disparidad de trayectos trazados sobre múltiples disputas. No creo que pueda ser de otra
el mejor de los casos. Quizá por ello, cuando se trata de enseñar o estudiar la llamada teoría
literaria, no es posible evadir, aunque más de uno lo haga por razones “prácticas”, el que su
Como señalé al inicio de estas líneas, Paul de Man explora la resistencia a la teoría
literaria desde su relación con la investigación y la enseñanza. Descarta para ello el estudio
generales de la teoría y la literatura que producen la resistencia. En la primera parte del libro,
su enfoque pragmático deja de lado el análisis de una serie de casos ubicables en tiempo y
en duda del objeto de la teoría literaria —y, por contraste, del objeto de la estética y la
por teoría. Estas dos aristas se encuentran en la base expositiva del texto de Paul de Man,
El fragmento anterior sugiere desmontar varios supuestos que funcionan en los discursos
que alguien se atreva a plantear una definición única y estable de lo que es la literatura, como
tampoco parece tener ningún fundamento concentrarse en esta pregunta (ver Culler, 2004:
29-32). Sin embargo, si bien ninguna definición resulta suficientemente estable por sí misma,
delimitación del objeto de estudio. Por ejemplo, así lo plantearon los estudios literarios de
diferencial del uso del lenguaje en la literatura (ver Eagleton, 1998: 11-28). Por supuesto,
discursos teóricos posteriores no serán ajenos a esta necesidad de delimitación de su objeto
estudio, es porque éste varía de acuerdo al enfoque utilizado para su definición o construcción
como objeto susceptible de ser comprendido. Como anota José María Pozuelo Yvancos: “la
historia de esta disciplina en nuestro siglo [se refiere al siglo XX] ha sido una constante
de constituir un objeto —el literario— que fuese independiente del discurso teórico que lo
reclama, evoca o define” (1994: 70). A esta afirmación subyace —más que derivar de él—
el planteamiento del carácter dinámico de las prácticas literarias, es decir, de las obras que
críticos distintos.
enseñable, y en este entendido “afecta al menos a dos áreas complementarias: los datos
comprensión conlleva, principalmente en el siglo XX, una aspiración racional de los métodos
que se nutre de múltiples crisis internas y polémicas. Estas disputas constantes traducen una
complicación: “ya no se puede dar por sentada la noción de «literatura como tal», ni la
distinción nítida entre historia e interpretación, ya que un método que no puede acoplarse a
literatura, a partir de la necesidad visible en la historia de sus métodos por acortar la distancia
del constante desbordamiento del texto respecto a ellos. Cabe recordar que este tipo de
Por su parte, para teóricos como Régine Robin, en la segunda mitad del siglo XX, la
debido a que la cultura de masas y la era de la información desdibujan aún más los límites de
los objetos de estudio de estas “teorías” ya no son exclusivamente literarios (2002: 54). Ya
no sólo los géneros autobiográficos, la novela histórica y aquellos que se sitúan en los bordes
de los géneros escritos, ahora también la narrativa cinematográfica, el cómic y varios más,
contemporánea. Como apunta al inicio de sus reflexiones, se habla cada vez más de teoría
incide en la apertura de las relaciones entre la literatura con otros discursos. La preocupación,
insiste, cuando se habla de teoría es que la discusión se dispara a cuestiones generales que
apenas tienen relación con la literatura (2004: 11). Las lecturas parecen entonces ser cada vez
más lejanas: sociología, filosofía, psicoanálisis, entre una larga lista de textos que establecen
diálogos con la literatura que ya no son necesariamente metodológicos: “En los estudios
literarios actuales [escribe en 1997], la teoría no es una descripción de la naturaleza de la
literatura o de los métodos más adecuados para su estudio […] Es un conjunto de reflexión
textos de diversas orientaciones disciplinarias que pueden llegar a ser sugerentes para tratar
cuestiones que afectan también a la literatura, como el significado, la cultura, las formas de
entender el cuerpo, los estudios de género o los procesos sociales. En conjunto, para Culler
todas estas prácticas de escritura capaces de producir otras reflexiones “más allá de su ámbito
teoría, Culler opta por poner énfasis en sus efectos y sumarlos en una propuesta de cuatro
estar presente). Así, para este autor, la teoría es interdisciplinaria porque produce efectos
de temas muy diversos y no agotables; es crítica a las nociones del sentido común y es
reflexiva porque analiza sus propias categorías (Culler, 2004: 26). Desde esta mirada
práctica, el efecto crítico que altera la perspectiva del sentido común o las ideas previas sería
sus supuestos. Lamentablemente esta vocación por la apertura queda ausente de muchas de
parámetros más o menos comunes de una época, denominarlo de forma distinta. De tal forma,
no sólo la definición de lo literario es histórica y discursivamente variable, lo son también
los criterios para denominar teoría a una suma reflexiva. En el marco de una búsqueda de
parámetros propios para los estudios literarios, la idea de teoría en gran parte del siglo XX
llegó a postularse como un distanciamiento estratégico respecto a las obras, desde enfoques
Como anotan Selden, Widdowson y Brooker en su libro sobre teoría literaria contemporánea,
lector, producto de formulaciones largas de rastrear para estas páginas, pero que pueden
concentrarse en la relación recíproca o de “reflejo” entre vida creativa del autor, función de
verdad y valor artístico (2004: 87-88). La conocida pretensión científica del estructuralismo
arremete contra estos presupuestos, fundada en alguna necesidad de rigor, pero también en
metalenguaje para el análisis condujo, sin duda, a una saturación y al cuestionamiento sobre
literatura (ver Angenot, 2002: 11); al tiempo que el grupo Tel Quel y Roland Barthes, entre
trascendente para varios textos” (Viñas, 2002: 448). Este giro, después englobado como
postestructuralismo a pesar de sus diferencias internas, se funda una vez más en la disputa:
erróneamente por cierto, ya que es solamente una de las crisis estructuralistas, pero no las
abarca por completo. El trabajo de Paul de Man, por sus propios planteamientos y también
por su cercanía con su principal representante Jacques Derrida, ha sido ubicado en esta
corriente. Para Culler, la deconstrucción se caracteriza por ser “una crítica de las oposiciones
naturalidad de las oposiciones, a través del análisis de la “tensión entre modos de significar”
(Culler, 1997: 152). Interesa destacar que la actitud deconstructiva ha enseñado a buscar los
también por las bases de los discursos teóricos y críticos de la literatura, empezando por su
función. Así lo anota Ascensión Rivas Hernández: “La Deconstrucción se vincula, pues, a
una argumentación sobre los lenguajes críticos, a una revisión de las formulaciones críticas,
Desde este interés, Paul de Man plantea la necesidad de volver a pensar la función de
estudio y sus límites. Deconstruir el discurso teórico implica cuestionar los principios que lo
deconstrucción no es una mera vuelta a la retórica sin más, implica una desestabilización del
orden, un cuestionamiento de los códigos, en tanto remite a una instancia política: “La
es desde la teoría —para él, desde el giro deconstructivo— que se pueden formular las
preguntas que desarman sus propias seguridades y pretensiones, muchas veces “heroicas”,
cuestionamientos a su papel y a los límites del objeto que estudian. No me detendré más en
este punto tratado en numerosos textos, para abrir por un momento la discusión hacia otro de
discursos que se proponen como tales o de una red de diálogos no siempre resueltos entre
ellos, ¿qué pasa con otros discursos que se formulan también como o desde la posibilidad de
reflexión sobre la literatura? A pesar de no estar siempre articulados como teoría o no tener
esta pretensión o función, todo texto crítico, poético o de formulación de ideas sobre la
literatura se funda en un punto de vista sobre lo literario. De tal manera, el tema aquí tratado
adquiere otros alcances: no sólo cada texto denominado teórico aporta un punto de vista
existen tanto como caminos irreconciliables y grados intermedios entre ambos. Esta
entorno intelectual, cultural, de pensamiento, etc. y la forma en que la malla de ideas literarias
localizarse énfasis en ciertos aspectos que permiten hablar de horizontes comunes a épocas,
autores y corrientes teóricas, poéticas, estéticas, críticas o literarias. Las listas se alargan, así
como se diversifican las funciones de cada uno de estos ámbitos. Lo cierto es que a su primera
posibilidades, eso sí. Además de encontrarse elaboradas desde modos discursivos múltiples,
Puede pensarse en algún ejemplo literario, aunque estoy planteando que esta malla de
ideas atraviesa todo texto de una u otra forma. Dostoievski formula en páginas ensayísticas
y al interior de sus textos literarios un punto de vista sobre la literatura o suma de ideas
necesariamente la misma construcción de las obras literarias está ya planteando una forma
etc. Su obra no tiene una función teórica, ni pretende abarcar el grado de abstracción y alcance
o función extensiva a otras obras para servir de guía de creación, lectura o comprensión. No
obstante sirve para ello no como teoría, si como es recibida (en otras palabras, por su efecto):
una obra literaria con capacidad de sugerencia y provocación en la malla de ideas literarias
de su época. Así, desde el discurso teórico Bajtín va a retornar a Dostoievski para formular
sus propuestas sobre polifonía y dialogismo, entre otras. También retornarán muchos más
teóricos y escritores. Otro ejemplo, para dar un salto a circunstancias más cercanas: el escritor
mexicano Sergio Pitol afirmará también el encuentro de sus propuestas literarias con las de
este teórico postformalista, y con alguna huella inevitable del canónico narrador ruso.
como tránsito. Además, si abrimos esta caja de Pandora, en la inmensa lista de nombres se
suman dentro del ámbito hispanoamericano Sábato, Arlt, Revueltas… y así podríamos seguir
sin tiempo siquiera para el análisis de la especificidad de estos encuentros y sus diferencias.
perspectiva no esencialista, más bien pragmática, esta afirmación es una serpiente que se
muerde la cola: la literatura es esa suma de ideas literarias, al tiempo que cada una de sus
prácticas discursivas y posibilidades de recepción conforman esta malla, donde cada obra es
Ahora bien, aunque no se trata de teoría, sino de crítica literaria, no deja de fascinarme
la localización de la comedia Las ranas, de Aristófanes, como el primer texto con una
elaboración crítica suficientemente articulada para ser denominada como moderna (Reyes,
1961: 110; Domínguez Caparrós, 1993: 42-45). Más fascinante aún si recordamos la escena:
un descenso a los infiernos en la barca de Caronte, guiado por Dionysos quien funge como
mediador de una discusión entre Esquilo y Eurípides acerca del valor de sus obras, mientras
A decir de comentaristas como Alfonso Reyes y José Domínguez Caparrós, Las ranas
es de especial importancia por la suma de elementos formales, éticos y estéticos de las obras
criticadas, desde una elaboración alegórica. En otras palabras, el pasaje mencionado de esta
permito subrayar su importancia como texto literario que ya piensa y habla de literatura en
su interior, desde el siglo V a.C., aspecto que no debería ser extraño si se reconocen las
reiteradas reflexiones y figurativizaciones críticas en las obras homéricas, desde tres siglos
tema, precisamente por ese efecto productor que tiene respecto a un horizonte de recepción
de lo que denominamos aún hoy literatura, pero no solamente eso. Podría considerarse que
ésta y otras obras, su recepción da cuenta de ello, rebasan esta posibilidad de plantear puntos
finalmente al sujeto, desde sus relaciones con momentos reflexivos y críticos específicos,
pero con capacidad abierta de sugerencia sobre otros. Las obras literarias no son teorías, pero
sí son textos con efectos productores y con cualidades de construcción que permiten poner
explícita y, como es obvio, que los universos discursivos que construye hablan de muchas
otras cosas más allá de la literatura. Sin embargo, tratar cualquier tema humano posible no
es lo mismo que producir efectos de comprensión sobre él extensivos más allá de la página
escrita. Esta posibilidad de considerar que la literatura produce efectos fuera de su ámbito
escritural es probablemente uno de los principales aspectos en disputa: la función del autor,
del crítico y del teórico, como una familia claramente disfuncional que opera desde el juego
¿Por qué en ciertos entornos de enseñanza o investigación las afirmaciones contra la teoría
—así, en general— alcanzan tal popularidad? Culler considera que la teoría intimida, ya que
una de las causas más importantes de la resistencia a la teoría” (2004: 27). El motivo está en
la cantidad de textos que caben en esta noción, así como en su complejidad y en la aparición
investigación o enseñanza. No importa el grado de esfuerzo, nunca será suficiente para cubrir
la amplitud del terreno, pero ¿realmente es una razón su carácter inabarcable?, ¿no implicaría
tantos casos, ni tantas pretensiones abarcadoras con tal ambición o, por lo menos, que sea
ésta la razón de peso para la polémica. Por supuesto, muchas páginas de ataque a la Teoría
tema, pero también hay excelentes páginas críticas al respecto con un conocimiento profundo
de sus corpus, además de considerar que las propias apuestas teóricas se basan en el
inseguridad frente a lo imposible de dominar? Para sugerir una respuesta a esta última
Algunas líneas antes yo preguntaba: “¿Por qué la teoría es la gran villana de la literatura?”
Una exageración que sugiere el repliegue del lector a la puesta en duda: “¿en serio lo es?”,
“yo ni cuenta me he dado” o “bueno, es mala, pero no tanto”. Cuando se trata de polémica,
donde la amenaza es su función, amenaza a la paz, al orden. Al mismo tiempo que el polemos
puede entenderse como una fuerza productiva, “el padre y el rey de todas las cosas” para
Heráclito (en Kirk, 1987: 282). Su larga historia refrenda una idea de tensión entre opuestos,
obstante, el carácter productivo de esta tensión hace de la polémica un origen, al tiempo que
confirma su capacidad para mover posiciones y generar otras. No puede, por tanto,
pretenderse inocencia cuando se ubica una polémica con el arraigo de la esbozada aquí, de la
resistencia a la teoría. No hay que considerar “ratón” a la teoría, pero tampoco a sus
detractores.
Como señala Paul de Man, la polémica tiene raíces más profundas, mucho más si se
tiene en cuenta que la resistencia a la teoría literaria: “se nutre no sólo de conservadurismo
perturbar una tranquilidad, puede llegar a perturbar un orden, aquel donde la investigación y
técnicas que provienen de las ciencias históricas, si no también métodos interpretativos que
acercan la tradición filológica y hermenéutica con la teología, al tiempo que el aspecto ético
es incorporado por su relación con “cuestiones de valor y de juicio normativo” (1990: 40).
Pero el contexto se vuelve más complejo si se consideran no únicamente los aspectos técnicos
implicados, si no sus alcances para reflexionar sobre “la comprensión del mundo, de la
sociedad y del yo”; y si se puede lograr con ello, añade de Man, una conciencia aliviada
(1990: 40). Existe entonces la polémica, la amenaza que puede transformar este alivio en
rechaza estos alcances y acota su tarea a un objeto de estudio definido como uso particular
del lenguaje. Y continúo tomando al estructuralismo como ejemplo por su peso en los
estudios literarios del siglo pasado, pero me atrevo a afirmar que en otras apuestas teóricas
¿Qué impacto tiene esto en la llamada ciudad letrada? La ciudad letrada refiere tanto
relación con el poder a través del orden de los signos, es decir, de prácticas discursivas, cuyo
reconocimiento o exclusión en ocasiones más allá de su propio ámbito inicial de acción (ver
Davobe, 2009: 56). A decir de Rama, la importancia de las prácticas escriturarias para la
ciudad letrada inspiró los principios de concentración, jerarquización y elitismo que suelen
parte de esta clase letrada, en el marco de la institución académica; así como los escritores
poder político, por sus profundas variantes históricas y por los alcances del asunto, a pesar
de que la tentación es grande, ya que da cuenta de divisiones engañosas y actualización de
viejos mecanismos. Por ahora, interesa hacer notar que las disputas internas y polémicas en
este “gremio” que en ocasiones se abren hasta el espacio ocupado por los autores o en sentido
mecanismos de poder, como el privilegio que puede llegar a otorgarse a la voz autoral o la
noción de especialista.
en ocasiones la teoría —en muchos casos contemporáneos así es— ni siquiera tiene como
finalidad servir como modelo de análisis. Aquí hay un componente moral o de conciencia
que afecta la función de este sector del ámbito letrado: si concordamos con Paul de Man en
su explicación, la llamada conciencia aliviada entra en crisis ante las teorías de enfoque
Esta restricción de su ámbito de impacto produce una modificación en las funciones de este
arrebatado. Por su parte, existen también los llamados “teóricos” que consideran su parcela
técnica como la única con suficiente rigor científico; ellos se abrogan desde argumentos de
rigor una jerarquía distinta: el privilegio de la técnica y un poder de orden, muchas veces,
los trabajos de Paul de Man, postula un énfasis en el ámbito escritural que constituye uno de
sus principales cuestionamientos. Como ejemplo y para aportar un ángulo distinto, desde el
enfoque de la filosofía crítica de Eduardo Subirats, a raíz de la revisión del libro La ciudad
letrada, de Rama,2 habla de una “traición del intelectual”, entre otras razones, por haber
textualización como “constituyente de todo ser y de todo poder real” (2010: 16). La
contrapropuesta de Subirats es entender las relaciones de poder sin sujeción unilateral a una
cuando lo propone en función de cambios sociales, con énfasis en estos efectos productivos
del intelectual.
Sea cual sea la polémica, a la relación técnica y moral, se añade el poder. La técnica
reclama revisiones, que han estado presentes a lo largo de su historia, con más o menos
disputas al interior; sin embargo, cuando esta técnica alcanza el ámbito moral es cuando surge
la intranquilidad porque implica un cuestionamiento a los sujetos que participan del estudio
reacción: la resistencia como respuesta a una fuerza contraria, en este caso, desestabilizadora
La resistencia es la acción, causa o efecto del resistir, que implica para la RAE:
tolerar, aguantar o sufrir algo, así como combatirlo, rechazarlo, contradecirlo u oponerse con
2
Subirats y Erna Von der Walde coordinan la edición de La ciudad letrada en editorial Fineo, en 2009.
que admitir inicialmente la inestabilidad de esta significación, en oposición al enfoque
sentido por el carácter momentáneo de su fijación en contextos diversos (Viñas, 2002: 529 y
Eagleton, 1998: 155-157). La mirada postestructural nos permite entonces ver la resistencia
Desde otro ángulo, vale la pena retomar las últimas páginas del libro de Rama, donde
apunta variaciones en la conformación de la ciudad letrada presentes en los albores del siglo
XX, aunque algunos de sus antecedentes puedan rastrearse más atrás. Me refiero al cambio
del énfasis en el acceso democrático a la educación y, por tanto, a las letras. Todas utopías
que, a pesar de ello, sí produjeron algunas variaciones en el ámbito letrado. A decir de Rama,
estos movimientos —encabezados por ateneístas en México, por ejemplo— abren camino a
involucradas con puestos públicos que pudieran implicar una relación con el poder político.
Así, Rama resalta tres rasgos en estas nuevas formas de intelectual: incorporación de
3
Aunque el poder se ha convertido en un tema recurrente de los estudios multidisciplinarios contemporáneos,
las reflexiones de Michel Foucault siguen teniendo un importante impacto. Al respecto, cabe recordar
brevemente que para este autor el poder existe solamente en acto, cuando se ejerce, y propone analizarlo
precisamente desde los modos de resistencia que produce, donde identifica también luchas contra regímenes de
saber fundados en privilegios epistemológicos o en mistificaciones populares. Puede retomarse también que
para Foucault los mecanismos de poder y sus prácticas de resistencia no tienen solamente efectos negativos,
son altamente productivos o positivos respecto a la generación de cuestionamientos y saberes (ver 2001: 241-
245).
doctrinas sociales, autodidactismo y profesionalismo. Su presencia es, por supuesto, paralela
a la de figuras más tradicionales, desde las cuales se definen en varios momentos por
oposición o polémica.
apertura a la aparición de grupos con características diversas, conducen a marcar aún más la
uno de tantos elementos en disputa dentro de esta suma multiforme de posturas dentro del
sector literario del ámbito letrado. Esto porque, como anoté un poco más arriba, la teoría
puede ser una trinchera con potencial jerarquizante y elitista, al mismo tiempo que la postura
“antiteórica” propone una resistencia que llega a disfrazarse de incluyente o democrática (por
su rechazo a los metalenguajes, entre otros aspectos), pero que encubre otra construcción
jerárquica, aquella que Paul de Man denominó conciencia aliviada, por sus alcances de
más cercano: los escritores. En este sector, multiforme también, la resistencia a la teoría es
visible en autores que rechazan el vínculo entre crítica y literatura, en quienes consideran a
la primera “parasitaria” de la segunda y en quienes ven el diálogo con la teoría —en los
términos generales señalados por Culler— como algún tipo de pérdida para el valor literario
del texto, si no es que un franco error. Por su parte, esas parcelas de la ciudad letrada
conformadas por los escritores presentan también variaciones en esta postura, en casos como
el Sergio Pitol que admite la influencia teórica de Bajtín en su obra literaria o del autor
comentado un poco más adelante, Ricardo Piglia, que asume sin problemas la relación entre
postura del letrado que legitima con su discurso al poder político, también en esas otras
siglo XX, además de becas y premios literarios, los cuales influyen en los autores y los
mecanismos utilizados para poder acceder al mercado como una forma moderna de
mecenazgo. A esto se añade que todavía hay rastros de la idea de escritor como aquel que
tiene una visión privilegiada no sólo de la literatura, si no de cualquier tema; así, se les
jerarquizantes y divisorios de actores y saberes, es al mismo tiempo una lucha por no perder
su tarea sea el cuestionamiento mismo de su función es difícil que esta dedicación le otorgue
popularidad entre el resto de los grupos. Por eso, quien asume esta inclinación o interés, lo
hace muchas veces como si se tratara de un “placer culposo”, como puede leerse en una de
las notas que acompañan los gráficos de la Breve introducción a la teoría literaria de Culler:
“Dicen que han detenido a Culler por apología del teorísmo…” (2004: 27) o en la
teoría que no se avergüenza de tal” (1999: 7), como en varios casos más.
posibilidad de estudiar y enseñar la literatura sin teoría están en realidad omitiendo que son
responsables de asumir inevitablemente un punto de vista sobre la literatura, que tiene raíces
discurso teórico, con sus particularidades de enfoque, pero teoría al fin. Solamente que este
último sector se escuda más fácilmente en algunos de los supuestos que la teoría busca
el rechazo al metalenguaje como medio para acercarse por retoricidad simulada al carácter
entonces es mejor fracasar enseñando lo que no debería ser enseñado que triunfar enseñando
por la dificultad de su propia definición. El teórico belga va más allá cuando señala que esta
una resistencia a la lectura, sea cual sea la corriente teórica en que ésta se enmarque. Así,
como anota Pozuelo Yvancos, “de la retoricidad del lenguaje deduce de Man la imposibilidad
del significado y la consecuencia de que toda lectura es una tergiversación (misreading), una
aberración” (1988: 153). Desde esta perspectiva, ante la imposibilidad planteada para la
teoría literaria, quizá resulte pertinente volver a pensar la propuesta de Culler respecto a la
relaciones entre teoría, crítica y ficción. El escritor argentino Ricardo Piglia cuenta desde
hace años con una obra reconocida por su permanente actitud crítica y porque es capaz de
enlazar temáticas, géneros y juegos narrativos con una incesante búsqueda reflexiva. De sus
múltiples encuentros entre la historia, el ensayo, la crítica literaria y la ficción; en una línea
de la literatura argentina que produce “máquinas polifacéticas” o “libros extraños” por ser
mapas de lecturas diversas, como el mismo Piglia apunta del Facundo, de Sarmiento (2001:
39-40).
Sin pretender un recuento detallado, no evitaré mencionar que dicha confluencia entre
recorridos de lectura y ficcionalización se encuentra, entre varios textos más, de forma muy
bien lograda en la novela La ciudad ausente de 1992: un fabuloso juego de recorridos que
evocan a Macedonio Fernández y a Joyce, y muestran el pulso de una ruta literaria, con una
pasión por las “escenografías” y los desplazamientos. Les siguen las novelas Plata quemada
(1997), Blanco nocturno (2010) y El camino de ida (2013), acompañadas de varios libros de
relatos que oscilan entre el cuento y la novela corta. Entre ellos, Nombre falso de 1975 me
parece una mención imprescindible por la puesta en escena del problema de la voz autoral,
discurso reflexivo. Pues bien, sin pretender fabricar límites, puede señalarse que Piglia cuenta
también con una profusa obra ensayística, publicada en parte en libros como Formas breves
(1999) y El último lector (2005), entre otros, además de las famosas entrevistas de Crítica y
alejarnos del género de la entrevista y su espontaneidad. Sobre este simulacro del tono oral,
advierte Piglia en una nota a la primera edición de Crítica y ficción: “Digamos que, en un
sentido, son conversaciones ficticias; éste es el libro donde los interlocutores han inventado
deliberadamente la escena de un diálogo para poder decir algo sobre la literatura” (2001:
225).
sitio donde pueda hablarse de literatura, construir la situación, a veces narrativamente como
en Formas breves y El último lector o como simulacro de oralidad en Crítica y ficción. Como
apunta Ismael Rodríguez, esta ficcionalización puede entenderse en términos generales como
trata de generar el entorno propicio para comentar la experiencia lectora; se trata de admitir
texto en texto. Este vaivén, este ir y venir de ficción y realidad, Piglia lo plantea en la imagen
de Anna Karenina leyendo en el tren bajo la luz de una pequeña linterna, significativamente
bajo “su propia luz” (2005: 141). Por su parte, en un tranvía un hombre joven, aunque miope
y agazapado en sí mismo, lee por primera vez la Divina Comedia en el trayecto diario a su
imagen del gran lector; por supuesto, me refiero a los dos Borges (en Villoro, 2008: 207).
4
Existen varias ediciones de este libro, aunque la primera es de 1986. Para este trabajo, refiero la edición de
2001 de Anagrama, revisada y completada por el autor con otras entrevistas
Sin embargo, esta fuerza reflexiva al interior de las obras no tiene nada de novedoso,
como el mismo Piglia lo ha referido, está en Cervantes, Joyce… yo añadiría en esta lista
Cervantes lo destaca Enrique Vila-Matas, quien como escritor comparte esta pasión reflexiva
que mezcla vida y literatura, razón y posibilidad poética. Anota al respecto Vila-Matas, que
en la obra de Piglia: “todas las narraciones […] son lugares donde se discute la literatura”; y
la Inquisición”, al tiempo que se preguntan “cómo en una novela se trabaja con ideas y cómo
“contadores de historias”. Para plantear esta idea, hace eco de las palabras de Piglia: la no-
opción está en aquellos que “quieren funcionar bien en la cultura de masas, se presentan
como hombres sencillos, personas que de ninguna manera deben ser vistas como
intelectuales”. Estos supuestos escritores funcionan como “lacayos del mercado”, porque no
es posible solamente “contar historias”, sin saber que se construyen mundos (2008: 363).
Para Piglia, nadie es solamente contador de historias: “un escritor es un mago que construye
realidades”.5 Este mago en particular elige la tradición culta y cervantina, el gusto por el
reflexiva en la que no transita solo. Por supuesto, todo esto Vila-Matas lo dice o hace propio,
5
La cita alude a Nabokov, y reaparece en varias entrevistas; en este caso, puede localizarse en su conversación
con Silvia Adela Kohan, disponible en: www.grafein.org/Piglia2.htm.
que es casi lo mismo, con el convencimiento de quien habla de su propia necesidad escritural,
A la par, resulta interesante cómo lo anota antes Juan Villoro, de quien Vila-Matas
retoma la primera afirmación: “Las historias de Ricardo Piglia son intensas discusiones sobre
el arte de narrar. Sin embargo, en ellas no domina el tono levantado de la cátedra sino la
errancia sin mapas de la sobremesa, donde los paisajes comunes son vistos con ánimos de
expedición” (2008: 308). Desde este enfoque se alaba el carácter no excluyente de reflexión
y literatura, pero se descarta que esto acerque de alguna manera la escritura de Piglia con el
discurso académico; por supuesto, esta paráfrasis mía parece innecesaria, porque a toda vista
Piglia no está escribiendo un texto de historia de la teoría literaria cuando menciona a los
formalistas rusos en Respiración artificial y tampoco hace artículos académicos o dicta clase
Como ha dicho Piglia, él no escribe papers: “aunque los lea y los discuta con mis
estudiantes, porque es un tradición interesante, con sus propias formas. Pero estoy más
cercano a la tradición que yo llamo «las lecturas de escritor»”; y apunta en esta tradición
autores como Auden, Borges y Valéry, ya que añade: “También los escritores son pedagogos,
voluntarios o paródicos, y usar esas reflexiones, esos mapas para futuros viajeros puede ser
muy útil para orientarse” (en Carrión, 2008: 426-427). Piglia no sólo reconoce un valor a los
textos académicos, en su función como profesor de teoría literaria asume también la tarea de
su revisión y enseñanza. No obstante, su elección por esto que llama otra tradición da cuenta
de un reconocimiento de la parcialidad de toda tarea lectora, porque los mapas o lecturas del
escritor, esos viajes por su biblioteca, son finalmente recorridos personales, accesibles a
servir de guía, pero no repetibles en sí. Al mismo tiempo, porque esta forma de escritura no
transita por la obra de Piglia especularmente respecto a él —incluso envejece con él—, así
como otros personajes y anécdotas son también alusiones o figuras de procesos lectores. La
suma es otra vez un juego entre realidad y ficción, entre experiencia lectora propia y
alegoría.
significado oculto o más profundo” (Marchese y Forradellas, 1986: 19). Para Paul de Man
indeterminaciones que no se resuelven con un análisis gramatical (1990: 29). Así, la alegoría
se abren a posibilidades persuasivas (1990: 35). De tal forma, como apunta Juan Francisco
Ferré en su comentario a El último lector, “resulta evidente que [en este libro] la presencia
de la lectura en la ficción actúa como un sucedáneo alegórico, indicio desplazado por otro
motivo inconfesable de la vida de los protagonistas” (2008: 384). Afirmación que puede
llevarse más lejos aún: en estos casos leer no es solamente leer, la lectura actúa como alegoría
para sugerir otros caminos del sentido o de la figuración de ideas literarias. De acuerdo a este
enfoque, el libro de Piglia no trata entonces solamente de la lectura, es su figura la que sirve
alegóricamente para hablar de otras cosas, para problematizar en última instancia la relación
entre experiencia y literatura. Así, las llamadas “lecturas del escritor” adquieren otro alcance,
son guías de lectura al tiempo que son marcas de la experiencia y modos de situarse frente o
propuesta por Piglia. Por supuesto, se entiende ligada a estos márgenes reflexivos y
la ampliación que realiza del problema al ligarlo con la necesidad de sentido y la construcción
Desde otro ángulo, cabe resaltar que el discurso académico de los papers o artículos
socialmente y desde sus propios principios discursivos como apuesta por una estrategia
de sus autores, se tome conciencia de ello o se recurra al autoengaño. Tiene alguna validez,
eso creo, como es obvio si continúo escribiendo estas líneas; no obstante en el marco de los
juegos de poder de la ciudad letrada la presuposición de valor o legitimidad tendría que ser
puesta a la luz de la crítica. Demos la vuelta al problema por un momento, para verlo en
perspectiva.
Al escritor suele atribuírsele una voz privilegiada, por cercanía al objeto literario o
porque la crítica le confiere alrededor del siglo XIX el papel que anteriormente jugaba el
héroe en el relato épico, con implicaciones privilegiadas sobre la significación del texto, su
superior— para su construcción. Éstas son algunas de las ideas que la teoría literaria se ha
dedicado a desmantelar durante el siglo XX, en ocasiones con propuestas radicales enfocadas
en una autonomía e inmanencia textual cerrada. Sin embargo, los escritores no han sido
ajenos a esta problemática y hay reflexionado largamente sobre su propia función y relación
con sus textos. Sus ideas al respecto han llegado a puntos de diálogo muy relevantes con el
sector académico, y como ejemplo puede recordarse la influencia en el New Criticism del
interacciones en la malla de ideas literarias, al mismo tiempo que ante el ingrediente del
caer en la inmanencia de aquellos años para sustentarla, es suficiente con dar un repaso por
estuvo antes con tratamiento distinto en Borges, cuando se pone en debate la autoría de los
textos o ante la construcción de Renzi como su “yo escritural”, a lo largo de su obra. No hay
retorno al culto del autor, porque el autor es también un lector en tránsito, ese último lector
que escribe porque necesita el texto y su lectura; como anota Ferré: “aquél que crea un ámbito
de lectura donde, abolida la diferencia retórica entre lo literal y lo figurado, tiene lugar la
subversión del orden establecido por las ficciones del orden y su inscripción simultánea como
trabajan con la lectura y las posibilidades que les brinda la escritura para dar cuenta de una
experiencia sobre los textos. La literatura es también un recorrido por tradiciones, sea
explícito o no, sea con elaboración crítica o engañosa postura inocente. Además, escritores y
El caso Piglia se suma en nuestra tradición literaria a otros que hacen propia la
este autor al inicio de Crítica y ficción, en una famosa toma de postura: “No creo que existan
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