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25/10/2018 Tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo - Por el élder Robert C.

Gay

Tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo


Octubre 2018 Conferencia general
Por el élder Robert C. Gay
De la Presidencia de los Setenta

Que tomemos elmente sobre nosotros el nombre de Jesucristo, al ver


como Él ve, servir como Él sirvió y con ar en que Su gracia es su ciente.

Mis queridos hermanos y hermanas, hace poco, mientras meditaba sobre la


petición del presidente Russell M. Nelson de llamar a la Iglesia por su nombre
revelado, me dirigí adonde el Salvador instruyó a los ne tas sobre el nombre de la
Iglesia1. Al leer las palabras del Salvador, me llamó la atención cómo también le dijo
al pueblo: “… debéis tomar sobre vosotros el nombre de Cristo”2. Esto me llevó a
observarme a mí mismo y preguntar: “¿Estoy tomando sobre mí el nombre del
Salvador como Él desearía que lo hiciera?”3. Hoy me gustaría compartir algunas de
las impresiones que he recibido en respuesta a mi pregunta.

Primero, tomar sobre nosotros el nombre de Cristo signi ca que elmente nos
esforzamos por ver como Dios ve4. ¿Cómo ve Dios? José Smith dijo: “Mientras una
parte de la raza humana juzga y condena a la otra sin compasión, el Gran Padre del
universo vela por todos los de la familia humana con cuidado y consideración
paternales”, porque “Su amor [es] inconmensurable”5.

Hace unos años, mi hermana mayor falleció. Ella tuvo una vida difícil; luchó con el
Evangelio y nunca fue realmente activa. Su esposo abandonó su matrimonio y la
dejó con cuatro hijos pequeños por criar. En la noche de su fallecimiento, en una
habitación con sus hijos presentes, le di una bendición para que regresara
pací camente a casa. En ese momento me di cuenta de que con demasiada
frecuencia había de nido la vida de mi hermana en términos de sus pruebas y su
inactividad. Al colocar las manos sobre su cabeza esa noche, recibí una severa
reprimenda del Espíritu. Se me hizo comprender su bondad y se me permitió verla
como Dios la veía: no como alguien que luchaba con el Evangelio y la vida, sino
como alguien que tuvo que lidiar con problemas difíciles que yo no tenía. La vi
como una madre magní ca que, a pesar de los grandes obstáculos, había criado a
cuatro hermosos y extraordinarios hijos. La vi como la amiga de nuestra madre,
que se tomó el tiempo de velar por ella y ser su compañera después de que
nuestro padre falleció.

Durante esa última velada con mi hermana, creo que Dios me estaba preguntando:
“¿No puedes ver que todos los que te rodean son seres sagrados?”.

Brigham Young enseñó:

“Deseo instar a los Santos… a comprender a los hombres y mujeres tal como son, y
no como son ustedes”6.
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“Con cuánta frecuencia se dice: ‘Tal persona ha actuado mal y no puede ser un
Santo’… Oímos a algunos maldecir y mentir… [o] quebrantar el día de reposo… No
juzguen a esas personas, porque ustedes no conocer el designio del Señor con
respecto a ellas… [Más bien], sean pacientes con ellos”7.

¿Puede alguno de ustedes imaginarse a nuestro Salvador dejando que ustedes y


sus cargas pasen desapercibidos por Él? El Salvador miró al samaritano, la adúltera,
el recaudador de impuestos, el leproso, el enfermo mental y el pecador con los
mismos ojos. Todos eran hijos de Su Padre. Todos eran redimibles.

¿Pueden imaginarlo alejándose de alguien con dudas sobre su lugar en el reino de


Dios o de alguien a igido en alguna forma?8 Yo no puedo. A los ojos de Cristo, cada
alma tiene un valor in nito. Nadie está preordenado a fracasar. La vida eterna es
posible para todos9.

Desde que el Espíritu me reprendió junto al lecho de mi hermana, aprendí una gran
lección: que cuando veamos como Él ve, nuestra victoria será doble: la redención
de aquellos con quienes entramos en contacto, y nuestra redención.

Segundo, para tomar sobre nosotros el nombre de Cristo no solo debemos ver
como Dios ve, sino que debemos efectuar Su obra y servir como Él sirvió. Vivimos
los dos grandes mandamientos, nos sometemos a la voluntad de Dios,
congregamos a Israel y dejamos que “alumbre [nuestra] luz delante de los
hombres”10. Recibimos y vivimos los convenios y las ordenanzas de Su Iglesia
restaurada11. Al hacer esto, Dios nos inviste con poder para bendecirnos a
nosotros mismos, a nuestra familia y la vida de los demás12. Pregúntense:
“¿Conozco a alguien que no necesite los poderes del cielo en su vida?”.

Dios obrará maravillas entre nosotros cuando nos santi quemos13. Nos
santi camos al puri car nuestro corazón14. Puri camos nuestro corazón cuando lo
escuchamos15, nos arrepentimos de nuestros pecados16, nos convertimos17 y
amamos como Él ama18. El Salvador nos preguntó: “Porque si amáis a los que os
aman, ¿qué recompensa tendréis?”19.

Hace poco aprendí acerca de una experiencia de la vida del élder James E. Talmage
que me hizo detenerme y considerar de qué manera amo y sirvo a quienes me
rodean. Cuando era un joven profesor, antes de llegar a ser un apóstol, en el
apogeo de la mortal epidemia de difteria de 1892, el élder Talmage se enteró de
que una familia de desconocidos, no miembros de la Iglesia, vivían cerca de él y
estaban afectados por la enfermedad. Nadie quería correr el riesgo de entrar en la
casa infectada. Sin embargo, el élder Talmage inmediatamente se dirigió a la casa.
Encontró cuatro niños: uno de dos años y medio, muerto en la cama; una de cinco
años y otro de diez, que sufrían grandes dolores; y una de trece, muy debilitada.
Los padres estaban sufriendo, con a icción y fatiga.

El élder Talmage atendió a los muertos y a los vivos, barrió las habitaciones, llevó
afuera la ropa sucia y quemó trapos inmundos contaminados con la enfermedad.
Trabajó todo el día y luego regresó a la mañana siguiente. El niño de diez años
murió durante la noche. Alzó y sostuvo a la niña de cinco años, quien tosió

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mucosidad sanguinolenta en toda su cara y su ropa. Él escribió: “No pude alejarla


de mí”, y la abrazó hasta que ella murió en sus brazos. Ayudó a sepultar a los tres
niños y organizó la comida y ropa limpia para la a igida familia. Al regresar a casa, el
hermano Talmage se deshizo de su ropa, se bañó en una solución de zinc, se aisló
en cuarentena de su familia y sufrió un leve ataque de la enfermedad20.

Tantas vidas a nuestro alrededor están en riesgo. Los Santos toman el nombre del
Salvador sobre sí al santi carse y ministrar a todos, sin importar dónde o cómo se
encuentren; se salvan vidas cuando lo hacemos21.

Finalmente, creo que para tomar Su nombre sobre nosotros debemos con ar en
Él. En una reunión a la que asistí un domingo, una joven me preguntó algo como lo
siguiente: “Mi novio y yo recientemente terminamos nuestra relación, y él decidió
dejar la Iglesia. Me dice que nunca ha sido más feliz. ¿Cómo puede ser esto?”.

El Salvador respondió esta pregunta cuando les dijo a los ne tas: “Pero si [vuestra
vida] no está edi cada sobre mi evangelio, y está fundada en los hechos de los
hombres, o en las obras del diablo, de cierto os digo que [gozaréis] de [vuestra]
obra por un tiempo, y de aquí a poco viene el n”22. Simplemente no hay gozo
duradero fuera del evangelio de Jesucristo.

En esa reunión, sin embargo, pensé en las muchas buenas personas que conozco
que luchan con grandes cargas y mandamientos que son abrumadores, en el mejor
de los casos. Me pregunté: “¿Qué otra cosa podría decirles el Salvador?”23. Yo creo
que Él preguntaría: “¿Confías en mí?”24. A la mujer que padecía de ujo de sangre Él
le dijo: “… tu fe te ha sanado; ve en paz”25.

Uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras es Juan 4:4, que dice: “Y era menester
que pasase por Samaria”.

¿Por qué me encanta ese pasaje? Porque Jesús no necesitaba ir a Samaria. Los
judíos de Su época despreciaban a los samaritanos y viajaban por un camino que
rodeaba a Samaria; pero Jesús eligió ir allí a declarar ante todo el mundo por
primera vez que Él era el Mesías prometido. Para este mensaje, Él no solo eligió a
un grupo marginado, sino también a una mujer; y no a cualquier mujer sino a una
mujer que vivía en pecado, alguien considerado en ese tiempo como lo peor de lo
peor. Creo que Jesús hizo esto para que cada uno de nosotros siempre pueda
comprender que Su amor es más grande que nuestro miedo, nuestras heridas,
nuestras adicciones, nuestras dudas, nuestras tentaciones, nuestros pecados,
nuestras familias divididas, nuestra depresión y ansiedades, nuestras
enfermedades crónicas, nuestra pobreza, nuestro maltrato, nuestro desesperanza
y nuestra soledad26. Él quiere que todos sepan que no hay nada ni nadie a quien Él
no pueda sanar y brindarle un gozo duradero27.

Su gracia es su ciente28. Él descendió solo debajo de todas las cosas. El poder de


Su expiación es el poder de superar cualquier carga en nuestra vida29. El mensaje
de la mujer en el pozo es que Él conoce las situaciones de nuestra vida30 y que
siempre podemos caminar con Él, sin importar dónde nos encontremos. A ella y a

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cada uno de nosotros, Él nos dice: “… el que bebiere del agua que yo le daré no
tendrá sed jamás, sino [tendrá] una fuente de agua que brote para vida eterna”31.

En cualquiera de los viajes de la vida, ¿por qué se alejarían del único Salvador que
tiene todo poder para sanarlos y liberarlos? Cualquier precio que deban pagar para
con ar en Él vale la pena. Mis hermanos y hermanas, escojamos aumentar nuestra
fe en nuestro Padre Celestial y en nuestro Salvador, Jesucristo.

Desde lo más profundo de mi alma, doy testimonio de que La Iglesia de Jesucristo


de los Santos de los Últimos Días es la Iglesia del Salvador, dirigida por el Cristo
viviente mediante un profeta verdadero. Mi ruego es que tomemos elmente sobre
nosotros el nombre de Jesucristo, al ver como Él ve, servir como Él sirvió y con ar
en que Su gracia es su ciente para llevarnos a casa y brindarnos gozo perdurable.
En el nombre de Jesucristo. Amén.

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