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Maestría en escritura creativa.

Imaginación, pensamiento y procesos literarios.


Laura Ortiz

Cómo amar la lengua salvaje

A los festejos de migrantes suelen ir otros migrantes. En la fiesta de cumpleaños de una amiga
colombiana en Buenos Aires, conocí a un joven venezolano, que llevaba, como yo, un año viviendo
en Argentina. Este joven me intranquilizó. Hablaba con un acento porteño casi perfecto acompañado
de un admirable vocabulario rioplatense. La imagen me dio rabia y vergüenza ajena. Su acento era tan
logrado, que mi novio porteño, pensó que se trataba de un argentino haciéndose pasar por venezolano.
Su decir era desconcertante.

Un año después soñé con la cara enorme de Messi que flotaba en un espacio celeste, mientras una voz
de locutor de futbol gritaba: - ¡Diego sos lo más grande! ¡Sos Dios! Cuando le conté el sueño a mi
hermana se río. Me dijo que mi inconsciente se estaba argentinizando. Mi argentinidad, reprimida con
esmero, me estallaba en la cara.

Durante meses me cuidé de no perder mi jerga bogotana y mi acento, temiendo la cara de reproche de
mis amigos y familiares en Colombia. Y al mismo tiempo temía que mi acento, me trajera situaciones
e interrogatorios desafortunados, cargados de un racismo velado. Las primeras veces que alguien se
cambió de asiento en el bus al oírme hablar, o mis primeros viajes en taxi donde experimente
abiertamente hostilidad, me generaron un shock: el impacto de salir del lugar de privilegio. Nunca
antes me había sentido racializada en Colombia, porque mi acento denotaba el lugar favorecido de ser
una mujer blanca de la capital, clase media. Pero en Buenos Aires, pasaba por blanca, hasta que abría
la boca. ¿Era esta percepción un arranque victimista o paranoico? ¿Por qué sentía que era un tema
racial, si era un tema de lenguaje?

De este atolladero me sacaría la lengua salvaje de la hermosa chicana Gloria Anzaldúa. En el capítulo
“How to tame a wild tongue”, del libro Borderlands/ La frontera, Anzaldúa aborda el tema de las
lenguas de la frontera entre Estados Unidos y México. Hacia el final del capítulo afirma: “Si de
verdad quieres hacerme daño, habla mal de mi idioma. La identidad étnica es como una segunda piel
de mi identidad lingüística - Yo soy mi lengua-”1. Esta frase rotunda me irradió. Pude ver con claridad
que el lenguaje, la jerga y el acento están atravesados por los sistemas de poder. Están atravesados por
el sexo, la raza y la clase social.

1 “So, if you want to really hurt me, talk badly about my language. Ethnic identity is a twin skin to linguistic identity –I am
language” Anzadúa, Gloria. Borderlands/ La frontera. Aunt Lute Books, San Francisco, 2007.Pág.81.
¿Qué hacer con eso? La respuesta de Anzaldúa es frontal. Su respuesta es atreverse a escribir y
teorizar en chicano. Borderlands está escrito en “spanglish” sin arrepentimientos, sin pedir permiso,
sin culpas, sin traducciones. Reclamando así un modo de enunciar que es fronterizo, que no se queda
en la lógica dual de un idioma u otro, si no que establece en la forma y el contenido un nuevo idioma.
Un idioma que ha sido hablado por muchas generaciones y que hace unos años, tímidamente se
inserta en la cultura letrada con autores que reclaman el chicano o el pachuco como idiomas
autónomos como el catalán o el euskera.

La maravilla de Anzaldúa es hacer coincidir la teorización sobre la frontera con una forma fronteriza
de enunciación. Otra de las maneras en las que lo hace es usando indistintamente referentes de la
cultura letrada y la cultura popular. Sus epígrafes están llenos de canciones de los tigres del norte,
poetas, novelas sin publicar y hasta refranes populares. De este modo se compromete con una mirada
no binaria, no jerárquica de la cultura. Todos los referentes caben y conviven en el saber de la nueva
mestiza. Este desplazamiento opera también en el objeto de estudio, Anzaldúa no tiene miedo a la
hora de teorizar sobre la propia experiencia. Borderlands está tejido de anécdotas.

Así de los binarismos culturales, lingüísticos, nacionales, raciales y de género, la nueva mestiza fuga
hacia la multiplicidad. No se trata de esto o lo otro. Son miles de formas nuevas y vivas. Volviendo a
mi anécdota de miedo lingüístico, después de Anzaldúa, puedo decir que me reafirmo en mi nueva
lengua mestiza y digo: Parce, es que me re copa la multiplicidad.

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