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Manuel de Vega
Universidad de La Laguna
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ANR Simulang: Mental simulation for spatial memory and language comprehension View project
Stimulating Action Language in the Motor System. A neuromodulation study of embodied meaning View project
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Resumen
Las palabras solas o combinadas en oraciones son símbolos materiales. Pero ¿cómo es su significado? La doc-
trina de los símbolos mentales asegura que el significado consiste, a su vez, en expresiones simbólicas que se ela-
boran en un lenguaje mente. Los símbolos mentales serían abstractos, arbitrarios, amodales y estarían regulados
por mecanismos sintácticos. Sin embargo, los símbolos mentales plantean el problema de la toma de tierra, es
decir, su falta de conexión con la experiencia. En consecuencia, no permiten establecer la referencia ni la plausi-
bilidad de los enunciados. Una noción alternativa considera que el significado es corpóreo. Así, la comprensión
del lenguaje implicaría una referencia a entidades perceptivas o “símbolos perceptivos” que, a diferencia de los
símbolos mentales, tienen una cualidad sensorio-motora. Ofrecemos algunos argumentos e investigaciones que
apoyan la corporeidad del significado lingüístico, aunque también consideramos algunas dificultades cuando se
trata del significado de palabras y enunciados abstractos.
Palabras clave: Mentalés, corporeidad, símbolos perceptivos, modelos de situación, memoria
semántica, proposiciones, significado abstracto.
*Ponencia presentada en las Jornadas sobre Representación y significado. Una aproximación multidisciplinar.
Menorca, febrero de 2002
Correspondencia con el autor: Departamento de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional. Universidad de La
Laguna, Campus de Guajara, 38205 La Laguna, Tenerife. Email: mdevega@ull.es
© 2002 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-9395 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), 153-174
154 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174
El problema de la implementación
En general la codificación proposicional no es un proceso que se pueda reali-
zar fácilmente mediante un algoritmo o un procedimiento efectivo. No existe
ningún programa de ordenador (o parser) que codifique textos naturales automá-
ticamente en un código proposicional, tipo kintschiano. Es el propio operador
humano (Kintsch o uno de sus colegas) el que tiene que realizar “a mano” esa
codificación basándose en algunas normas generales y, sobre todo, en su propia
intuición semántica. Kintsch (1998) es plenamente consciente de este problema,
pero minimiza su importancia considerándolo una mera cuestión técnica que
acabará resolviéndose. Pero, en mi opinión, el problema es mucho más substan-
cial: la codificación proposicional no puede anteceder a la comprensión del texto,
ya que la propia codificación proposicional requiere comprender el texto. Dicho
de otro modo: las proposiciones no causan el significado del texto sino que se
derivan del significado del texto.
Recientemente se han desarrollado algunos analizadores proposicionales
automáticos bastante eficientes. Pero han optado por un tipo de análisis formal
predicado-argumento con muy bajo compromiso semántico, más próximo a las
proposiciones andersonianas que a las kintschianas. Este tipo de análisis es útil
para algunas tareas, como servir de entrada a un sistema de desambiguación de
homógrafos (ver Sopena, 2002). Sin embargo, su pobreza semántica es tal que no
suponen una caracterización adecuada del significado.
El problema de la plausibilidad
Naturalmente, no todas las expresiones lingüísticas son deícticas, ya que una
propiedad fundamental del lenguaje es el desplazamiento. Es decir, la posibili-
dad de comunicarnos acerca de situaciones o eventos pasados, futuros o mera-
mente ficticios. Pero incluso en este caso debe producirse un cómputo referencial
indirecto. Me refiero a la valoración de la plausibilidad ontológica de los enun-
ciados.
# (5) La montaña está encima de la mesa2
La oración (5), tiene una estructura proposicional similar a (4). Un sistema
proposicional podría, por tanto, representar su contenido mediante tres proposi-
ciones idénticas a las que acabamos de ver más arriba, aunque substituyendo el
argumento LIBRO por MONTAÑA. Nada hay en el código proposicional que
permita detectar la implausibilidad de (5), que cualquier persona nota inmedia-
tamente. No se trata meramente de un problema de probabilidad de ocurrencia
conjunta de las palabras (libro-mesa, han co-ocurrido más frecuentemente en
nuestra experiencia lingüística que montaña-mesa). Podríamos plantear otros
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 159
ejemplos de baja co-ocurrencia léxica que, sin embargo son ontológicamente
aceptables, (v.g., el caracol está encima de la mesa) o de alta co-ocurrencia léxica
que son menos aceptables (v.g., la habitación está encima de la mesa).
Multitud de estudios sobre comprensión del lenguaje han mostrado reitera-
damente que la gente es muy sensible a la plausibilidad espacial, temporal, cau-
sal, motivacional, emocional, etc. Debe haber algún mecanismo de evaluación de
la plausibilidad que aplicamos rutinariamente cuando comprendemos el lengua-
je referido a información no inmediata. Ese mecanismo consistiría en los mode-
los de situación o modelos mentales, que sancionan la validez de las situaciones
descritas.
Sin embargo, los teóricos más puristas de los símbolos mentales mantienen
una gran desconfianza, cuando no hostilidad, hacia la noción de modelos de
situación. Por ejemplo, Pylyshyn (1986) considera que la representación del sig-
nificado debe disociarse del “conocimiento tácito” del mundo. Es más, el sistema
de representación simbólica, al estar insertado en la arquitectura funcional de la
cognición, debe ser impenetrable al conocimiento del mundo, es decir indepen-
diente de las cambiantes “metas” y “creencias” del organismo y quizá, podríamos
añadir, de sus “emociones”. Pylyshyn y, en general, los proposicionalistas dejan
algunas importantes incógnitas por resolver. ¿Cuándo se produce la interacción
entre el significado simbólico y el conocimiento tácito? ¿cómo se representa el
conocimiento tácito, también en formato proposicional? y, sobre todo, ¿cómo se
produce la interfaz entre el significado simbólico y el conocimiento del mundo?
¿cómo se comunican dos sistemas que –supuestamente– son impenetrables
entre sí?
El conocimiento tácito puede ser un residuo incómodo para la doctrina sim-
bólica del significado que, al igual que la lógica formal, parece más preocupada
por el cálculo de predicados y la preservación de los valores de verdad de los
enunciados, que por su validez referencial. La doctrina simbólica del significado
está también emparentada con el presupuesto de computación universal que, a
partir de Turing, pretende que el procesamiento simbólico se puede implemen-
tar en cualquier sistema físico, tanto si es biológico como artificial (ver Rivière,
1991, para una amplia revisión crítica del paradigma simbólico-computacional).
La doctrina simbólica es, por tanto, una concepción un tanto desnaturalizada del
significado, al descuidar dimensiones tan centrales de la cognición humana
como las representaciones analógicas, o el cómputo de la referencia, la plausibili-
dad y la coherencia.
Pero, no parece muy razonable elaborar una teoría psicológica del significado
que prescinda del conocimiento “tácito”. La propuesta que defenderé en las pró-
ximas páginas es que el conocimiento del mundo es inseparable del cómputo del
significado. Lejos de asumir el principio de impenetrabilidad cognitiva del sig-
nificado, creo que existe una necesaria penetrabilidad que garantiza la sanción de
la plausibilidad de los enunciados, y su conexión referencial con la experiencia.
Modelos de situación
Los investigadores que analizan la comprensión y la memoria de textos suelen
proponer un nivel de representación del significado que se superpone a la repre-
sentación superficial del texto e, incluso, a la representación proposicional: los
modelos de situación. Estos son representaciones referenciales que, aunque elabora-
das a partir del discurso, no son muy diferentes a las que construimos a partir de
nuestra experiencia episódica en situaciones del mundo real.
La teoría de los modelos de situación pretende justamente desvelar los proce-
sos de construcción del referente que realiza el lector y cómo son las estructuras
resultantes. No hay una teoría unificada de los modelos de situación, sino que
hay posiciones muy dispares. Así, Kintsch postula que los modelos de situación
son, después de todo, representaciones proposicionales pero que no se derivan
directamente del texto, sino que son activadas de “arriba-abajo” por el lector,
basándose en su conocimiento del mundo (van Dijk y Kintsch, 1983; Kintsch,
1998). En el otro extremo tenemos una concepción corporeizada de los modelos
de situación, como representaciones que guardan más parecido con nuestra expe-
riencia de una situación (aquella referida por el texto) que con las características
gramaticales o estructurales del propio texto. El texto es el vehículo que induce
en el lector/oyente la representación de la situación, pero no tiene porqué definir-
la ni imprimirle sus reglas formales (v.g., gramaticales). Precisamente, los princi-
pales experimentos sobre modelos de situación intentan demostrar que la repre-
sentación episódica del referente que se construye tiene una estructura diferente
a la del propio texto (Bower y Morrow, 1990; Glenberg, Meyer y Lindem, 1987;
Franklin y Tversky, 1990; de Vega, 1994, 1995; Zwaan y Radvansky, 1998).
Veamos algunas características de los modelos de situación sintetizadas en de
Vega, Díaz y León (1999).
(a) Representaciones de lo singular. Los modelos de situación que elaboramos a
partir del discurso son representaciones de patrones de información singulares o
únicos (estados o procesos), que incluyen combinaciones únicas de parámetros
del tipo “quién dijo qué (a quién)”, “quién sabe qué”, “dónde está qué o quién”,
etc. Este carácter singular, contrasta con el de los esquemas y prototipos que son
promedios estadísticos resultantes de procesar multitud de situaciones análogas,
pero que no representan ninguna situación particular.
(b) Representaciones dinámicas o actualizables. Los modelos de situación se actua-
lizan o “ponen al día” en fracciones de segundo, al tiempo que se procesan nuevas
oraciones que describen cambios significativos en la situación. El proceso de
actualización que realizamos, aparentemente con facilidad, es, sin embargo,
complejo y requiere un sofisticado uso de nuestro conocimiento del mundo. Por
ejemplo, debemos entender que el desplazamiento del protagonista desde su
casa a la playa altera los objetos y personas de su entorno, aunque no se mencio-
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 161
nen explícitamente en el texto, o que después de alcanzar la meta de detener al
asesino el protagonista no seguirá buscándolo, o que al quemarse el periódico en
la chimenea, ya no será legible. El dinamismo no es una característica exclusiva
de los modelos de situación. Así, nuestras categorías y esquemas se modifican
con el tiempo (v.g., el esquema del “restaurante” se altera a medida que dispone-
mos de más experiencias con restaurantes particulares). Sin embargo, los proce-
sos de cambio conceptual son mucho más lentos, que la fugaz actualización de
los modelos de situación.
(c) Isomorfismo o corporeidad. Una característica aparente de los modelos de
situación es que se parecen a nuestra “experiencia”, es decir, que mantienen cier-
to isomorfismo con los referentes perceptivos, motores o emocionales de las
situaciones representadas. La representación de una descripción espacial, por
ejemplo, incluiría la ubicación y los desplazamientos de los objetos y personajes
que se mencionan. Una consecuencia de esta corporeidad de los modelos es que
no son representaciones “neutrales”, sino que incluyen un punto de vista o pers-
pectiva, generalmente el de un protagonista (Bower y Morrow, 1990; Franklin y
Tversky, 1990; de Vega, 1994; Maki y Marek, 1997). El punto de vista modula
la activación selectiva de algunas entidades; por ejemplo, si se describe al prota-
gonista en un salón, rodeado de objetos y luego se menciona que éste sale del
salón hacia la cocina, los objetos del salón podrían perder vigencia en la represen-
tación de la situación, pues el lector “se traslada” mentalmente con el protago-
nista. La perspectiva del protagonista puede incluir no sólo aspectos espaciales,
sino también sus estados emocionales, su conocimiento de la situación, sus metas
e intenciones, sus capacidades y destrezas, etc.
(d) Parámetros básicos. El número de situaciones posibles y de sus cambios
dinámicos es infinito. Consecuentemente, el número de modelos de situación y
sus estados también debe ser infinito. Sin embargo, se puede aplicar a los mode-
los de situación un principio de composicionalidad (v.g., Barsalou, 1999), ya que
combinan unos cuantos parámetros básicos, que constituyen lo que podríamos
llamar sus “ladrillos” epistémicos. Las investigaciones más recientes están tratan-
do de desvelar cuáles son estos parámetros privilegiados y cuáles son los princi-
pios por los que se combinan para constituir modelos (v.g., de Vega, 1992;
Zwaan y Radvansky, 1998). Las situaciones incluyen sucesos y acciones organi-
zados en marcos espaciales y temporales, y generalmente vinculados en patrones
de causa-efecto. Pero a ello habría que añadir ciertas entidades interpersonales.
En efecto, los protagonistas son elementos vertebradores de muchos modelos de
situación, lo cual implica a su vez un conjunto de parámetros asociados, algunos
de modo relativamente permanente (v.g., estatus, género, relaciones de propie-
dad), y otros, transitorio (v.g., metas, intenciones, vínculos interpersonales, esta-
dos emocionales).
(e) Representaciones reducidas. Cualquier situación tiene una información poten-
cialmente infinita, y los modelos de situación implican necesariamente una
reducción de datos. No es ni siquiera útil que una representación imite todas las
características del referente, del mismo modo que el mejor mapa de un territorio
no es el territorio mismo, sino una representación estilizada de éste. Además, las
limitaciones de nuestros recursos atencionales y de memoria de trabajo, imponen
constricciones al grado de complejidad y detalle de los modelos. La toma de
perspectiva que he mencionado anteriormente es uno de los posibles mecanis-
mos de reducción de datos, ya que sitúa el foco en unos pocos parámetros rele-
vantes para el protagonista (o nosotros mismos) y su “aquí y ahora”, de modo que
los demás parámetros pasan a segundo plano o pierden activación.
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La hipótesis indexical
La hipótesis indexical (indexical hypothesis) propuesta recientemente por Glen-
berg y sus colaboradores propone una interfaz directa entre las estructuras sintác-
ticas del lenguaje y la representación de situaciones (Kaschack y Glenberg,
2000; Glenberg y Kaschack, 2001). Según ellos, la comprensión de oraciones
requiere tres procesos. En primer lugar, establecer índices de las palabras y de los
sintagmas, dirigidos a sus referentes, ya sea en el mundo real o bien a sus símbo-
los perceptivos activados en la memoria de trabajo.
(6) Luis se escondió tras la mesa
Por ejemplo, en la comprensión de la oración (6), “Luis”, “mesa”, “se
escondió”, etc son punteros que indican entidades perceptivas en el entorno
inmediato (v.g., cuando la oración se pronuncia en una comunicación cara a
cara), o bien activan representaciones analógicas, recuperadas de la memoria
(cuando la situación descrita no es el entorno sensorio-motor inmediato). En
segundo lugar, se derivan las disponibilidades (affordances) de estos referen-
tes, es decir, qué acciones se pueden ejecutar con dichos objetos. Una mesa
tiene ciertas propiedades sensorio-motoras (tamaño, estructura, solidez, etc)
de las que se derivan sus disponibilidades de soporte de objetos, de obstácu-
lo, de pantalla ocultadora, de contenedor, de combustible, etc. El tercer pro-
ceso es la combinación o amalgama (meshing) de las disponibilidades de los
objetos, teniendo en cuenta las constricciones biológicas y físicas de ellos, así
como las indicaciones postuladas por la propia estructura gramatical. Por
ejemplo, en (6) la amalgama funciona porque las disponibilidades de “Luis”
(entidad animada, dinámica, intencional), de “mesa” (objeto sólido, que
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 163
puede hacer de ocultador), y la información implícita en el verbo de movi-
miento “se ocultó” y en la preposición espacial “tras”, se ajustan en un
patrón coherente.
# (7) Luis se escondió tras el lápiz
# (8) La mesa se escondió tras Luis
Obsérvese, sin embargo, como la amalgama no es factible en (7), porque no
se acomoda a ciertas constricciones biofísicas (v.g., la relación de tamaños entre
“Luis” y “lápiz” no es adecuada). En (8) comprobamos que una simple alteración
sintáctica en el orden de las palabras determina que la amalgama ya no sea posi-
ble, aun cuando los conceptos referidos y sus disponibilidades son los mismos
que en (6). El ejemplo (8) ilustra como la construcción gramatical establece un
esquema situacional con roles diferentes para el primer sintagma nominal y el
segundo.
Glenberg coincide con algunas propuestas de los lingüistas funcionalistas y
cognitivos que postulan una relación entre la forma gramatical y el significado,
prescindiendo de cualquier código simbólico intermedio (v.g., Goldberg, 1995;
Langacker, 1998; Landau y Gleitman, 1985; Fisher, 1994). Las diferentes cons-
trucciones gramaticales proporcionan esquemas toscos de algunos parámetros de
la situación, que sirven de guía para la comprensión. En la tabla I planteo algu-
nas construcciones sintácticas en castellano y su correspondencia situacional.
TABLA I
Ejemplos de construcciones sintácticas y su significado
Conclusiones
He valorado las insuficiencias de las teorías simbólicas del significado, que
subyacen a los paradigmas dominantes en las Ciencias Cognitivas. En su lugar,
he defendido una posición teórica más minoritaria, aunque cada vez más influ-
yente, según la cual el significado tiene un carácter corpóreo. El significado de
nuestras expresiones lingüísticas está directamente vinculado a la experiencia
sensorio-motora y no a símbolos abstractos. Ello no debería resultar sorprenden-
te, si consideramos la naturaleza biológica de la cognición y del lenguaje huma-
nos. Las personas somos organismos vivos, que disponemos de sistemas percepti-
vos y motores que nos proporcionan una rica experiencia del medio. El significa-
do del lenguaje consiste en el establecimiento de vínculos entre las palabras y
oraciones y esos patrones de experiencia sensorio-motora. La noción de corporei-
dad no resuelve, sin embargo, todos los problemas del significado. He expresado
algunas matizaciones importantes sobre la noción de corporeidad, en el caso de
palabras y enunciados abstractos o de las expresiones mentalistas.
La doctrina de los símbolos mentales ofrece en comparación una visión solip-
sista y descarnada de la cognición. Sus virtudes, por otra parte, han sido eviden-
tes. Las ciencias cognitivas, entre ellas la propia psicología cognitiva y la psico-
lingüistica, han avanzado gracias a que los símbolos mentales han propiciado
una concepción relativamente clara de las representaciones y los procesos menta-
les. En algunos campos los avances han sido mucho más espectaculares que en
otros. Cuando se trata de explicar procesos de bajo nivel (v.g., léxicos), automáti-
cos y modulares, la doctrina de los símbolos mentales parece ofrecer unos
cimientos relativamente sólidos. Sin embargo, los símbolos mentales no son tan
adecuados para explicar procesos de comprensión y producción del discurso (pese
a los valiosos esfuerzos de Kintsch), ni el pensamiento y la resolución de proble-
mas. El mismo Fodor parece ser muy consciente de los límites del planteamiento
simbólico para entender los procesos “isotrópicos” o “quineanos” del sistema
cognitivo central.
No podemos negar que los seres humanos son, en cierto sentido, procesadores
simbólicos. Los lenguajes naturales están compuestos por símbolos discretos,
arbitrarios, y sujetos a principios de organización sintáctica. Sin embargo, la doc-
trina simbólica va más allá de este hecho incuestionable y se apoya en una metá-
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Notas
1
No vamos a tratar aquí otras formulaciones alternativas al significado lingüístico, como aquellas teorías basadas en el análisis
estadístico de la co-ocurrencia de las palabras (LSA o HAL) o el conexionismo.
2
En los estudios lingüísticos se suele adoptar la convención de señalar con un asterísco (*) las oraciones que son gramaticalmente
incorrectas. Aquí utilizaremos la señal (#) para indicar incoherencia o implausibilidad semántica.
3
Quizá la única diferencia es que los símbolos mentales son, además, amodales, mientras que los símbolos del lenguaje natural
están mediatizados por alguna modalidad sensorio-motora. No obstante, esta modalidad es variable (audio-vocal en el habla,
viso-manual en la lecto-escritura, viso-gestual en el lenguaje de signos, y táctil en el braille), lo que nos hace pensar que la moda-
lidad es relativamente irrelevante para explicar la naturaleza del lenguaje natural.
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