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Del significado simbólico al significado corpóreo From symbolic meaning to


embodied meaning

Article  in  Estudios de Psicología · June 2002


DOI: 10.1174/02109390260050012

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Manuel de Vega
Universidad de La Laguna
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Del significado simbólico
al significado corpóreo*
MANUEL DE VEGA
Universidad de La Laguna

Resumen
Las palabras solas o combinadas en oraciones son símbolos materiales. Pero ¿cómo es su significado? La doc-
trina de los símbolos mentales asegura que el significado consiste, a su vez, en expresiones simbólicas que se ela-
boran en un lenguaje mente. Los símbolos mentales serían abstractos, arbitrarios, amodales y estarían regulados
por mecanismos sintácticos. Sin embargo, los símbolos mentales plantean el problema de la toma de tierra, es
decir, su falta de conexión con la experiencia. En consecuencia, no permiten establecer la referencia ni la plausi-
bilidad de los enunciados. Una noción alternativa considera que el significado es corpóreo. Así, la comprensión
del lenguaje implicaría una referencia a entidades perceptivas o “símbolos perceptivos” que, a diferencia de los
símbolos mentales, tienen una cualidad sensorio-motora. Ofrecemos algunos argumentos e investigaciones que
apoyan la corporeidad del significado lingüístico, aunque también consideramos algunas dificultades cuando se
trata del significado de palabras y enunciados abstractos.
Palabras clave: Mentalés, corporeidad, símbolos perceptivos, modelos de situación, memoria
semántica, proposiciones, significado abstracto.

From symbolic meaning


to embodied meaning
Abstract
Words on their own or combined into sentences are material symbols. But what about their meaning? The
mental symbols’ doctrine proposes that meaning is made up of symbolic expressions elaborated in a mental lan-
guage. Mental symbols are abstract, arbitrary, amodal, and are governed by syntactic rules. However, mental
symbols involve a grounding problem, namely, they are not connected with experience. Consequently, they do not
provide a reference or plausibility for utterances. An alternative approach considers that meaning is embodied.
Thus, language comprehension would involve a reference to perceptual entities or “perceptual symbols” that,
unlike mental symbols, possess a sensory-motor quality. We present various arguments and research work sup-
porting the embodiment of meaning, though we also consider some of the difficulties that arise when dealing
with the meaning of abstract words or sentences.
Keywords: Mentalese, corporeity, perceptual symbols, situation models, semantic memory, propo-
sitions, abstract meaning.

*Ponencia presentada en las Jornadas sobre Representación y significado. Una aproximación multidisciplinar.
Menorca, febrero de 2002
Correspondencia con el autor: Departamento de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional. Universidad de La
Laguna, Campus de Guajara, 38205 La Laguna, Tenerife. Email: mdevega@ull.es

© 2002 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-9395 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), 153-174
154 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174

La noción simbólica del significado


La palabra “significado” es polisémica. Pensemos, por ejemplo, en acepciones
tan variadas como las implícitas en “el significado de su conducta”, “el significa-
do de la vida”, o “el significado de un cuadro”. Sin embargo, el uso más primario
del término está ligado sin duda a la propia naturaleza del lenguaje. Las palabras,
las oraciones y el discurso en cualquiera de sus formas conllevan significado.
Como suele ocurrir con muchos conceptos fundamentales, aclarar o definir qué
es el significado no es tarea fácil. Las definiciones de significado que hallamos en
los diccionarios son a veces meramente tautológicas. Por ejemplo, según el de la
Real Academia (1984), significado = “significación o sentido de las palabras y
frases”, lo cual no aclara gran cosa. Pero ¿qué aportan las modernas ciencias cog-
nitivas a la noción de significado? En este artículo voy a tratar de dos plantea-
mientos muy diferentes sobre la naturaleza psicológica del significado: la doctri-
na de los símbolos mentales, y la idea de representaciones corpóreas. Mi orienta-
ción particular es la de un análisis crítico de los símbolos mentales y una defensa
matizada de la noción de corporeidad.
La doctrina de los símbolos mentales ha sido y aun es muy popular en las
ciencias cognitivas. Considera que las raíces del significado son las representacio-
nes simbólicas que elaboramos en un lenguaje mente o mentalés (v.g., Fodor,
1983; Pylyshyn, 1986; Newell, 1980). Los símbolos mentales son discretos, abs-
tractos, arbitrarios, y amodales. Me gustaría destacar dos de estas propiedades. La
arbitrariedad de los símbolos mentales implica que no existe ninguna similitud
estructural o formal entre el símbolo y su referente, mientras que su carácter
amodal supone que se ajustan a un formato universal, totalmente independiente
de la modalidad sensorial de la fuente (v.g., visual, auditiva, motora, etc). Los
símbolos mentales constituyen el vocabulario básico del lenguaje mente, pero,
además, se combinan entre sí de acuerdo con ciertas reglas sintácticas o composi-
cionales que, a su vez, son también arbitrarias y amodales.
Consideremos dos aplicaciones de la doctrina de los símbolos mentales en
Psicología: las teorías de la memoria semántica y las teorías proposicionales de la
comprensión. Las teorías de la memoria semántica han tenido una gran popula-
ridad durante los últimos 30 años en el estudio de la memoria y del lenguaje.
Postulan que el significado de las palabras se encuentra en una especie de diccio-
nario mental o lexicón, que incluye una inmensa red de símbolos discretos (v.g.,
Quillian, 1968; Collins y Loftus, 1975; Norris, 1986). En esta red, los símbolos
están inter-conectados mediante lazos asociativos, que representan relaciones de
inclusión de clase entre ellos (GORRIÓN ESUN AVE), o bien de propie-
dad (GORRIÓN TIENE PLUMAS). Collins y Loftus plantearon una
hipótesis muy influyente sobre cómo discurre el flujo de la información en las
redes semánticas. Según ellos, una vez estimulado un nodo por un estímulo
externo, la activación se propaga a los nodos adyacentes a través de los lazos aso-
ciativos. Esta activación deberá ser contrarrestada, sin embargo, por procesos de
amortiguamiento o de inhibición que impedirán que toda la red se excite ante
un estímulo. La moderna psicolingüística ha heredado esta concepción de la
memoria semántica y la ha aplicado, un tanto rutinariamente, a los procesos de
reconocimiento de palabras. Cada vez que reconocemos una palabra escrita como
“mesa”, se supone que el código externo de esa palabra, da lugar a una especie de
reacción en cadena, que va desde el reconocimiento de las letras, a la activación
del significado de la palabra y de otros significados que están asociados. Los deta-
lles de estos procesos y sus predicciones empíricas, no nos interesan en nuestro
contexto. Baste insistir en el carácter simbólico del lexicón mental.
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 155
Veamos ahora una teoría del significado algo más sofisticada: la teoría de
Walter Kintsch sobre la comprensión del discurso (Kintsch y van Dijk, 1978;
van Dijk y Kintsch, 1983; Kintsch, 1998; Ericcson y Kintsch, 1995). La teoría
sufrió importantes modificaciones, incluso en su denominación, a lo largo de sus
más de 20 años de existencia, y tiene enormes virtudes al afrontar el curso tem-
poral de los procesos de comprensión de grandes unidades del lenguaje, adecuán-
dose a las propiedades funcionales de la memoria de trabajo y de la memoria a
largo plazo (Ericcson y Kintsch, 1995). Pero es muy conservadora en cuanto a la
noción proposicional del significado que postula. Cada vez que comprendemos
una oración, nos dice Kintsch, lo que hacemos es traducirla a un lenguaje inter-
no de proposiciones, que son estructuras atómicas predicado-argumento. Así, la
oración:
(1) María le dio un libro a Pedro
podría ser codificada como las proposiciones P1 y P2:
(P1) DAR [agente: MARÍA; receptor: PEDRO; objeto: X]
(P2) ESUN [X, LIBRO].
Tanto los modelos de memoria semántica como la teoría proposicional de
Kintsch intentan proporcionar caracterizaciones psicológicas y funcionales del
significado y, en este sentido, constituyen un avance substancial. No son las úni-
cas teorías del significado 1, pero son quizá las que han dado lugar a líneas de
investigación más fructíferas, prediciendo y explicando multitud de datos psico-
lógicos. Los símbolos que postulan estas teorías pueden organizarse como una
estructura reticular (memoria semántica), o bien en forma de enunciados lineales
con un vocabulario y una sintaxis propia (proposiciones). Los procesos que se eje-
cutan sobre dichos símbolos son también variados, e incluyen desde la propaga-
ción de activación en la memoria semántica, a la ejecución de macro-reglas, y la
construcción e integración en la memoria de trabajo en las sucesivas versiones de
la teoría de Kintsch. Sin embargo, pese a sus diferencias superficiales, ambos
planteamientos tienen en común una concepción simbólica del significado. Es
decir, que el significado radica, en última instancia, en el proceso de traducción
del lenguaje externo de las palabras al lenguaje interno de la mente.

Críticas a la noción simbólica del significado


La intención originaria de Quillian (1968), el padre de las teorías de la memo-
ria semántica, era desarrollar una ambiciosa formulación computacional de la
comprensión de textos, incluyendo una representación interna del “conocimien-
to del mundo”. Pero lo cierto es que su propuesta y las subsiguientes teorías de la
memoria semántica aportaron una visión mucho más restringida del significado
de lo que cabría esperar. Son aplicables, en el mejor de los casos, al significado de
las palabras aisladas, a juicios de inclusión de clases, o a fenómenos de facilitación
semántica o priming. En cambio, se muestran incapaces de abordar los procesos
composicionales o de combinación conceptual característicos del significado de
las oraciones y del discurso. Por ello voy a dedicar más atención a la teoría propo-
sicional de Kintsch que sí ofrece un análisis del significado de las oraciones y del
discurso.

El problema de la realidad psicológica


Las proposiciones ¿son simples herramientas del científico, o son unidades de
procesamiento reales en la mente de los individuos? Sobre lo primero no hay
duda, las proposiciones constituyen un sistema notacional muy útil para el análi-
sis o descripción formal de textos. En cuanto a lo segundo, existe cierta evidencia
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favorable a la funcionalidad psicológica de las proposiciones. Así, el recuerdo de


textos, libre o guiado por indicios, disminuye y el tiempo de lectura aumenta
cuanto mayor es el número de proposiciones subyacentes en las oraciones, y esto
ocurre después de haberse controlado el número de palabras de éstas (ver revisio-
nes en van Dijk y Kintsch, 1983, y Kintsch, 1998).
Sin embargo, estos estudios no suponen una prueba definitiva de la existencia
de un código proposicional en la mente de los lectores. Después de todo, el
número de proposiciones correlaciona con otros parámetros psicolingüísticos
tales como el número de conceptos nuevos en la oración, el número de cláusulas,
la repetición de palabras, o la complejidad sintagmática y sintáctica. Si aplicáse-
mos el principio de parsimonia, quizá podríamos prescindir totalmente de las
proposiciones y quedarnos con los parámetros que acabo de mencionar mucho
más visibles y mensurables. Otro planteamiento es constatar de modo empírico
si las proposiciones tienen un peso explicativo en sí mismas, evitando la confu-
sión con otros posibles factores. En algunos estudios se intentó disociar estadísti-
camente el influjo del número de proposiciones y de otras variables como predic-
tores del tiempo de lectura de las palabras del texto (v.g., Haberlandt y Graesser,
1985; de Vega, Carreiras, Gutiérrez-Calvo y Alonso-Quecuty, 1990). Los resul-
tados indicaron una influencia clara del número de conceptos nuevos, de la repe-
tición de las palabras, o de la posición serial de la oración en el texto, sobre el
tiempo de lectura, pero el número de proposiciones no produjo efecto alguno.
Quizá el estudio más concluyente sobre la realidad psicológica de las proposi-
ciones sea el efecto selectivo de priming observado por Ratcliff y McKoon (1978).
Hallaron que la facilitación semántica entre dos palabras incluidas en la misma
oración era ligeramente mayor cuando ambas pertenecían a la misma proposi-
ción (111 ms) que cuando pertenecían a diferentes proposiciones (91 ms). Por
ejemplo, tras haber leído la oración (2) la facilitación entre el par “mausoleo” y
“plaza” era mayor que entre “zar” y “plaza”, a pesar de que la menor distancia en
el texto superficial favorece a este último par.
(2) El mausoleo en el que está enterrado el zar domina la plaza.
Relacionado con la cuestión empírica de la realidad psicológica de las propo-
siciones, está el tema de su motivación conceptual. Es decir, en qué medida la
codificación proposicional es arbitraria o, por el contrario, está psicológicamente
motivada (por ejemplo, basada en nuestro conocimiento de la memoria humana,
o de la comprensión del lenguaje). Todas las formulaciones proposicionales esta-
blecen la distinción básica predicado-argumento, que es razonable desde el
punto de vista psicológico, pero un tanto neutral y descriptiva. Pero muchas
otras características del código proposicional parecen basarse en las preferencias
personales de los investigadores. Por ejemplo, comparemos los códigos proposi-
cionales de Kintsch (1998) y de Anderson (1976) aplicados a (3):
(3) En el parque el hippie tocó a la debutante.
Kintsch (P3a) TOCAR [ lugar: PARQUE, tiempo: PASADO, agente:
HIPPIE, meta: DEBUTANTE]
Anderson (P3b) (h * parque) & (1 * pasado) & (r * hippie) & (t * debutan-
te) & (VI= (r * tocar OF t))) & VI * (en-lugar OF h)) & (VI * en-tiempo OF 1))
Como se puede apreciar, las proposiciones kintschianas (P3a) establecen pri-
mero el predicado (TOCAR) y a continuación todos los argumentos codificados
en términos de roles temáticos (Fillmore, 1968). Por el contrario, las proposicio-
nes andersonianas (P3b) se basan en relaciones predicativas dicotómicas, especi-
ficadas entre paréntesis, y una serie de operadores cuyo valor semántico es bas-
tante opaco. No se trata de diferencias de formato meramente superficiales, sino
de diferencias substanciales en el modo de entender la naturaleza del significado.
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 157
En cierto modo, la propuesta de Kintsch es más “psicológica” al incluir la asig-
nación de roles temáticos, pero también es más arriesgada ya que la noción de
roles temáticos es algo confusa y éstos son difíciles de computar mediante proce-
dimientos efectivos. La propuesta de Anderson es más manejable en términos
computacionales, pero las proposiciones resultantes ofrecen un empobrecimien-
to semántico del significado. ¿Cuál código es más “verdadero” el kintschiano o el
andersoniano? Curiosamente este tipo de preguntas no parece relevante a los
proposicionalistas, ya que no hay ningún programa de investigación empírica
dirigido a comprobar la adecuación psicológica de uno u otro código. Esta apa-
rente negligencia quizá fuese explicable si los propios proposicionalistas otorga-
sen a sus respectivos códigos el estatus de convención arbitraria, más que de una
auténtica teoría psicológica.

El problema de la implementación
En general la codificación proposicional no es un proceso que se pueda reali-
zar fácilmente mediante un algoritmo o un procedimiento efectivo. No existe
ningún programa de ordenador (o parser) que codifique textos naturales automá-
ticamente en un código proposicional, tipo kintschiano. Es el propio operador
humano (Kintsch o uno de sus colegas) el que tiene que realizar “a mano” esa
codificación basándose en algunas normas generales y, sobre todo, en su propia
intuición semántica. Kintsch (1998) es plenamente consciente de este problema,
pero minimiza su importancia considerándolo una mera cuestión técnica que
acabará resolviéndose. Pero, en mi opinión, el problema es mucho más substan-
cial: la codificación proposicional no puede anteceder a la comprensión del texto,
ya que la propia codificación proposicional requiere comprender el texto. Dicho
de otro modo: las proposiciones no causan el significado del texto sino que se
derivan del significado del texto.
Recientemente se han desarrollado algunos analizadores proposicionales
automáticos bastante eficientes. Pero han optado por un tipo de análisis formal
predicado-argumento con muy bajo compromiso semántico, más próximo a las
proposiciones andersonianas que a las kintschianas. Este tipo de análisis es útil
para algunas tareas, como servir de entrada a un sistema de desambiguación de
homógrafos (ver Sopena, 2002). Sin embargo, su pobreza semántica es tal que no
suponen una caracterización adecuada del significado.

El problema de la toma de tierra


Nos acercamos ya al problema central de las teorías proposicionalistas y, en
general, de cualquier concepción simbólica del significado. Se le ha denominado
con etiquetas diversas y, a veces, un tanto exóticas. El problema de la “circulari-
dad” del significado (de Vega, 1984; Gomila, 2002), la “falacia simbólica”
(Johnson-Laird, Herrmann y Chaffin, 1984), la “toma de tierra” (Harnad, 1990;
Glenberg, 1997); o la “habitación china” (Searle, 1980). La idea básica es muy
simple: los elementos terminales del significado (los símbolos) son entidades
vacías sin valor referencial alguno. Los símbolos no toman tierra en la realidad,
no se corresponden con experiencias perceptivas, motoras o emocionales. El
único significado que pueden ofrecer es de carácter intensional, es decir, un con-
junto de vínculos o relaciones con otros símbolos. Si acudimos a una memoria
semántica y le preguntamos por el significado de la palabra “mesa”, por ejemplo,
el sistema nos podrá remitir a los símbolos “mueble”, “madera”, “con patas”,
etc., pero estos símbolos a su vez remiten a otros símbolos, y así sucesivamente.
No hay nada en ese significado simbólico que le permita al sistema establecer
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una correspondencia entre la palabra “mesa” y un objeto real o una representa-


ción perceptiva. Algo semejante se puede afirmar de las representaciones propo-
sicionales. Supongamos que el sistema codifica la oración:
(4) El libro está encima de la mesa
como las proposiciones siguientes:
(P4) ESTAR [X; Y; ENCIMA DE]
(P5) ESUN [X; LIBRO]
(P6) ESUN [Y; MESA]
Las teorías proposicionales postulan la distinción entre categorías genéricas
(types) y ejemplares individuales (tokens). Así, los argumentos X e Y en (P4), son
objetos singulares que se re-definen como ejemplares de las categorías LIBRO y
MESA, en (P5) y (P6), respectivamente. Sin embargo, la distinción categoría-
ejemplar es puramente nominal (o simbólica), ya que no hay nada en el significa-
do proposicional que nos permita establecer el valor referencial de los ejemplares
X e Y ¿Hay realmente un libro específico encima de una mesa concreta? o ¿hay
siquiera un libro y una mesa?
De modo general la codificación proposicional no afronta los vínculos exten-
sionales del lenguaje, tan evidentes en la deixis de la comunicación oral
(Pylyshyn, 2000). En efecto, el centro deíctico “aquí-ahora-tú-yo-eso” es un
aspecto constitutivo del lenguaje (Bühler, 1965; Duchan, Bruder y Hewitt,
1995) y se adquiere muy tempranamente en la ontogénesis (Bates, Camaioni y
Volterra, 1975; Hannan, 1992). Contínuamente, utilizamos pronombres perso-
nales (tú, yo) o demostrativos (esto, aquel, etc), y adverbios de tiempo (ahora,
antes, después, etc) o de lugar (aquí, allí etc), que constituyen elementos deícti-
cos. Los deícticos no tienen una dimensión intensional, ya que no se refieren a
nodos conceptuales en la memoria semántica. Su significado es puramente
extensional, y genuinamente corpóreo, pues se deriva obligatoriamente del con-
texto sensorio-motor inmediato. Los elementos paralingüísticos que suelen
acompañar a las expresiones deícticas son esenciales para determinar su referente.
Por ejemplo, la comprensión de “yo” requiere identificar a la persona que habla;
“eso”, “tú”, o “allí” suelen ir acompañados de gestos de señalamiento o miradas
que guían la atención del oyente hacia un objeto, una persona o lugar del entor-
no, respectivamente. Los códigos proposicionales o, en general, las representacio-
nes descriptivas no parecen estar capacitados para tratar con la deixis, como el
propio Pylyshyn (2000) reconoce en sus últimos escritos.

El problema de la plausibilidad
Naturalmente, no todas las expresiones lingüísticas son deícticas, ya que una
propiedad fundamental del lenguaje es el desplazamiento. Es decir, la posibili-
dad de comunicarnos acerca de situaciones o eventos pasados, futuros o mera-
mente ficticios. Pero incluso en este caso debe producirse un cómputo referencial
indirecto. Me refiero a la valoración de la plausibilidad ontológica de los enun-
ciados.
# (5) La montaña está encima de la mesa2
La oración (5), tiene una estructura proposicional similar a (4). Un sistema
proposicional podría, por tanto, representar su contenido mediante tres proposi-
ciones idénticas a las que acabamos de ver más arriba, aunque substituyendo el
argumento LIBRO por MONTAÑA. Nada hay en el código proposicional que
permita detectar la implausibilidad de (5), que cualquier persona nota inmedia-
tamente. No se trata meramente de un problema de probabilidad de ocurrencia
conjunta de las palabras (libro-mesa, han co-ocurrido más frecuentemente en
nuestra experiencia lingüística que montaña-mesa). Podríamos plantear otros
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 159
ejemplos de baja co-ocurrencia léxica que, sin embargo son ontológicamente
aceptables, (v.g., el caracol está encima de la mesa) o de alta co-ocurrencia léxica
que son menos aceptables (v.g., la habitación está encima de la mesa).
Multitud de estudios sobre comprensión del lenguaje han mostrado reitera-
damente que la gente es muy sensible a la plausibilidad espacial, temporal, cau-
sal, motivacional, emocional, etc. Debe haber algún mecanismo de evaluación de
la plausibilidad que aplicamos rutinariamente cuando comprendemos el lengua-
je referido a información no inmediata. Ese mecanismo consistiría en los mode-
los de situación o modelos mentales, que sancionan la validez de las situaciones
descritas.
Sin embargo, los teóricos más puristas de los símbolos mentales mantienen
una gran desconfianza, cuando no hostilidad, hacia la noción de modelos de
situación. Por ejemplo, Pylyshyn (1986) considera que la representación del sig-
nificado debe disociarse del “conocimiento tácito” del mundo. Es más, el sistema
de representación simbólica, al estar insertado en la arquitectura funcional de la
cognición, debe ser impenetrable al conocimiento del mundo, es decir indepen-
diente de las cambiantes “metas” y “creencias” del organismo y quizá, podríamos
añadir, de sus “emociones”. Pylyshyn y, en general, los proposicionalistas dejan
algunas importantes incógnitas por resolver. ¿Cuándo se produce la interacción
entre el significado simbólico y el conocimiento tácito? ¿cómo se representa el
conocimiento tácito, también en formato proposicional? y, sobre todo, ¿cómo se
produce la interfaz entre el significado simbólico y el conocimiento del mundo?
¿cómo se comunican dos sistemas que –supuestamente– son impenetrables
entre sí?
El conocimiento tácito puede ser un residuo incómodo para la doctrina sim-
bólica del significado que, al igual que la lógica formal, parece más preocupada
por el cálculo de predicados y la preservación de los valores de verdad de los
enunciados, que por su validez referencial. La doctrina simbólica del significado
está también emparentada con el presupuesto de computación universal que, a
partir de Turing, pretende que el procesamiento simbólico se puede implemen-
tar en cualquier sistema físico, tanto si es biológico como artificial (ver Rivière,
1991, para una amplia revisión crítica del paradigma simbólico-computacional).
La doctrina simbólica es, por tanto, una concepción un tanto desnaturalizada del
significado, al descuidar dimensiones tan centrales de la cognición humana
como las representaciones analógicas, o el cómputo de la referencia, la plausibili-
dad y la coherencia.
Pero, no parece muy razonable elaborar una teoría psicológica del significado
que prescinda del conocimiento “tácito”. La propuesta que defenderé en las pró-
ximas páginas es que el conocimiento del mundo es inseparable del cómputo del
significado. Lejos de asumir el principio de impenetrabilidad cognitiva del sig-
nificado, creo que existe una necesaria penetrabilidad que garantiza la sanción de
la plausibilidad de los enunciados, y su conexión referencial con la experiencia.

La hipótesis de la corporeidad del significado


La solución a los problemas de la referencia y de la plausibilidad desde luego
no es fácil, pero ello no indica que se trate de cuestiones menos relevantes. Afor-
tunadamente, en los últimos años ha habido una revolución teórica de la noción
de significado, cuya idea central es que el significado está corporeizado o encar-
nado. Las palabras y las oraciones no remiten a los símbolos arbitrarios, abstrac-
tos y amodales de la perspectiva clásica. Por el contrario, se refieren a entidades
perceptivas o motoras que están ahí fuera, o bien a simulacros mentales de tales
entidades (v.g., símbolos perceptivos) que activamos en ausencia de un referente
160 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174

inmediato. La idea de corporeidad ha calado en campos tan diversos como la psi-


cología cognitiva (Glenberg, 1997; Barsalou, 1999), la lingüística (Lakoff,
1987; Talmy, 1983), la psicolingüística (Clark, 1973; Franklin y Tversky, 1990;
de Vega, 1995; Zwaan y Radvansky, 1998), la psicología evolutiva (Mandler,
1992; Spelke, Breinlinger, Macomber y Jacobson, 1992); la neurociencia (Vare-
la, 1991; Damasio, 1999), la filosofía (Lakoff y Johnson, 1999; Newton, 1996),
o las ciencias computacionales (Regier, 1996; Regier y Carlson, 2001). Además
las investigaciones psicolingüísticas sobre modelos de situación y las aportacio-
nes de la neurociencia, han contribuido a proporcionarle un sólido soporte empí-
rico. Voy a considerar algunos planteamientos que asumen la corporeidad del
significado.

Modelos de situación
Los investigadores que analizan la comprensión y la memoria de textos suelen
proponer un nivel de representación del significado que se superpone a la repre-
sentación superficial del texto e, incluso, a la representación proposicional: los
modelos de situación. Estos son representaciones referenciales que, aunque elabora-
das a partir del discurso, no son muy diferentes a las que construimos a partir de
nuestra experiencia episódica en situaciones del mundo real.
La teoría de los modelos de situación pretende justamente desvelar los proce-
sos de construcción del referente que realiza el lector y cómo son las estructuras
resultantes. No hay una teoría unificada de los modelos de situación, sino que
hay posiciones muy dispares. Así, Kintsch postula que los modelos de situación
son, después de todo, representaciones proposicionales pero que no se derivan
directamente del texto, sino que son activadas de “arriba-abajo” por el lector,
basándose en su conocimiento del mundo (van Dijk y Kintsch, 1983; Kintsch,
1998). En el otro extremo tenemos una concepción corporeizada de los modelos
de situación, como representaciones que guardan más parecido con nuestra expe-
riencia de una situación (aquella referida por el texto) que con las características
gramaticales o estructurales del propio texto. El texto es el vehículo que induce
en el lector/oyente la representación de la situación, pero no tiene porqué definir-
la ni imprimirle sus reglas formales (v.g., gramaticales). Precisamente, los princi-
pales experimentos sobre modelos de situación intentan demostrar que la repre-
sentación episódica del referente que se construye tiene una estructura diferente
a la del propio texto (Bower y Morrow, 1990; Glenberg, Meyer y Lindem, 1987;
Franklin y Tversky, 1990; de Vega, 1994, 1995; Zwaan y Radvansky, 1998).
Veamos algunas características de los modelos de situación sintetizadas en de
Vega, Díaz y León (1999).
(a) Representaciones de lo singular. Los modelos de situación que elaboramos a
partir del discurso son representaciones de patrones de información singulares o
únicos (estados o procesos), que incluyen combinaciones únicas de parámetros
del tipo “quién dijo qué (a quién)”, “quién sabe qué”, “dónde está qué o quién”,
etc. Este carácter singular, contrasta con el de los esquemas y prototipos que son
promedios estadísticos resultantes de procesar multitud de situaciones análogas,
pero que no representan ninguna situación particular.
(b) Representaciones dinámicas o actualizables. Los modelos de situación se actua-
lizan o “ponen al día” en fracciones de segundo, al tiempo que se procesan nuevas
oraciones que describen cambios significativos en la situación. El proceso de
actualización que realizamos, aparentemente con facilidad, es, sin embargo,
complejo y requiere un sofisticado uso de nuestro conocimiento del mundo. Por
ejemplo, debemos entender que el desplazamiento del protagonista desde su
casa a la playa altera los objetos y personas de su entorno, aunque no se mencio-
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 161
nen explícitamente en el texto, o que después de alcanzar la meta de detener al
asesino el protagonista no seguirá buscándolo, o que al quemarse el periódico en
la chimenea, ya no será legible. El dinamismo no es una característica exclusiva
de los modelos de situación. Así, nuestras categorías y esquemas se modifican
con el tiempo (v.g., el esquema del “restaurante” se altera a medida que dispone-
mos de más experiencias con restaurantes particulares). Sin embargo, los proce-
sos de cambio conceptual son mucho más lentos, que la fugaz actualización de
los modelos de situación.
(c) Isomorfismo o corporeidad. Una característica aparente de los modelos de
situación es que se parecen a nuestra “experiencia”, es decir, que mantienen cier-
to isomorfismo con los referentes perceptivos, motores o emocionales de las
situaciones representadas. La representación de una descripción espacial, por
ejemplo, incluiría la ubicación y los desplazamientos de los objetos y personajes
que se mencionan. Una consecuencia de esta corporeidad de los modelos es que
no son representaciones “neutrales”, sino que incluyen un punto de vista o pers-
pectiva, generalmente el de un protagonista (Bower y Morrow, 1990; Franklin y
Tversky, 1990; de Vega, 1994; Maki y Marek, 1997). El punto de vista modula
la activación selectiva de algunas entidades; por ejemplo, si se describe al prota-
gonista en un salón, rodeado de objetos y luego se menciona que éste sale del
salón hacia la cocina, los objetos del salón podrían perder vigencia en la represen-
tación de la situación, pues el lector “se traslada” mentalmente con el protago-
nista. La perspectiva del protagonista puede incluir no sólo aspectos espaciales,
sino también sus estados emocionales, su conocimiento de la situación, sus metas
e intenciones, sus capacidades y destrezas, etc.
(d) Parámetros básicos. El número de situaciones posibles y de sus cambios
dinámicos es infinito. Consecuentemente, el número de modelos de situación y
sus estados también debe ser infinito. Sin embargo, se puede aplicar a los mode-
los de situación un principio de composicionalidad (v.g., Barsalou, 1999), ya que
combinan unos cuantos parámetros básicos, que constituyen lo que podríamos
llamar sus “ladrillos” epistémicos. Las investigaciones más recientes están tratan-
do de desvelar cuáles son estos parámetros privilegiados y cuáles son los princi-
pios por los que se combinan para constituir modelos (v.g., de Vega, 1992;
Zwaan y Radvansky, 1998). Las situaciones incluyen sucesos y acciones organi-
zados en marcos espaciales y temporales, y generalmente vinculados en patrones
de causa-efecto. Pero a ello habría que añadir ciertas entidades interpersonales.
En efecto, los protagonistas son elementos vertebradores de muchos modelos de
situación, lo cual implica a su vez un conjunto de parámetros asociados, algunos
de modo relativamente permanente (v.g., estatus, género, relaciones de propie-
dad), y otros, transitorio (v.g., metas, intenciones, vínculos interpersonales, esta-
dos emocionales).
(e) Representaciones reducidas. Cualquier situación tiene una información poten-
cialmente infinita, y los modelos de situación implican necesariamente una
reducción de datos. No es ni siquiera útil que una representación imite todas las
características del referente, del mismo modo que el mejor mapa de un territorio
no es el territorio mismo, sino una representación estilizada de éste. Además, las
limitaciones de nuestros recursos atencionales y de memoria de trabajo, imponen
constricciones al grado de complejidad y detalle de los modelos. La toma de
perspectiva que he mencionado anteriormente es uno de los posibles mecanis-
mos de reducción de datos, ya que sitúa el foco en unos pocos parámetros rele-
vantes para el protagonista (o nosotros mismos) y su “aquí y ahora”, de modo que
los demás parámetros pasan a segundo plano o pierden activación.
162 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174

(f) Bases neurológicas. Hay cierta evidencia de que la codificación y el recuerdo


de patrones de información singulares, tales como situaciones y episodios, están
relacionados con la actividad del hipocampo, un área subcortical perteneciente al
sistema límbico. Este mecanismo de memoria se puede disociar claramente de la
memoria semántica responsable del conocimiento genérico y conceptual del
mundo, articulado, por ejemplo, a través de esquemas. Así, Vargha-Khadem,
Gadian, Watkins, Connelly, van Paesschen y Mishkin (1997), observaron que las
personas con una lesión del hipocampo, adquirida en la infancia, desarrollan una
grave forma de amnesia, que les incapacita para codificar y recordar los sucesos
episódicos de la vida cotidiana, pero también para entender narraciones y pelícu-
las. Sin embargo, su memoria semántica, que incluye categorías, esquemas y
prototipos, es aceptable. No parece descabellado suponer que los modelos de
situación que elaboran los oyentes o lectores de material narrativo utilizan el
mismo “módulo” de procesamiento, responsable de la construcción y recuerdo
de episodios de la vida cotidiana.
La teoría clásica de los modelos de situación, incluida su versión corpórea,
tiene, en mi opinión, un defecto importante: no postula ningún mecanismo de
interfaz con la gramática. Nos hallamos así ante una versión inversa del proble-
ma de la toma de tierra: Mientras que los símbolos no toman tierra en la expe-
riencia sensorio-motora, los modelos de situación no toman tierra en el propio
lenguaje. Precisamente, los investigadores suelen enfatizar, como ya he dicho,
que la estructura del código lingüístico (lineal y arbitraria) difiere substancial-
mente de la estructura del modelo de situación (isomórfica). Generalmente no
hay ningún esfuerzo explícito por establecer un puente entre ambos códigos. El
problema tiene su importancia, ya que los modelos de situación se construyen no
sólo a partir del conocimiento del mundo, sino de la información léxica y grama-
tical del texto.

La hipótesis indexical
La hipótesis indexical (indexical hypothesis) propuesta recientemente por Glen-
berg y sus colaboradores propone una interfaz directa entre las estructuras sintác-
ticas del lenguaje y la representación de situaciones (Kaschack y Glenberg,
2000; Glenberg y Kaschack, 2001). Según ellos, la comprensión de oraciones
requiere tres procesos. En primer lugar, establecer índices de las palabras y de los
sintagmas, dirigidos a sus referentes, ya sea en el mundo real o bien a sus símbo-
los perceptivos activados en la memoria de trabajo.
(6) Luis se escondió tras la mesa
Por ejemplo, en la comprensión de la oración (6), “Luis”, “mesa”, “se
escondió”, etc son punteros que indican entidades perceptivas en el entorno
inmediato (v.g., cuando la oración se pronuncia en una comunicación cara a
cara), o bien activan representaciones analógicas, recuperadas de la memoria
(cuando la situación descrita no es el entorno sensorio-motor inmediato). En
segundo lugar, se derivan las disponibilidades (affordances) de estos referen-
tes, es decir, qué acciones se pueden ejecutar con dichos objetos. Una mesa
tiene ciertas propiedades sensorio-motoras (tamaño, estructura, solidez, etc)
de las que se derivan sus disponibilidades de soporte de objetos, de obstácu-
lo, de pantalla ocultadora, de contenedor, de combustible, etc. El tercer pro-
ceso es la combinación o amalgama (meshing) de las disponibilidades de los
objetos, teniendo en cuenta las constricciones biológicas y físicas de ellos, así
como las indicaciones postuladas por la propia estructura gramatical. Por
ejemplo, en (6) la amalgama funciona porque las disponibilidades de “Luis”
(entidad animada, dinámica, intencional), de “mesa” (objeto sólido, que
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 163
puede hacer de ocultador), y la información implícita en el verbo de movi-
miento “se ocultó” y en la preposición espacial “tras”, se ajustan en un
patrón coherente.
# (7) Luis se escondió tras el lápiz
# (8) La mesa se escondió tras Luis
Obsérvese, sin embargo, como la amalgama no es factible en (7), porque no
se acomoda a ciertas constricciones biofísicas (v.g., la relación de tamaños entre
“Luis” y “lápiz” no es adecuada). En (8) comprobamos que una simple alteración
sintáctica en el orden de las palabras determina que la amalgama ya no sea posi-
ble, aun cuando los conceptos referidos y sus disponibilidades son los mismos
que en (6). El ejemplo (8) ilustra como la construcción gramatical establece un
esquema situacional con roles diferentes para el primer sintagma nominal y el
segundo.
Glenberg coincide con algunas propuestas de los lingüistas funcionalistas y
cognitivos que postulan una relación entre la forma gramatical y el significado,
prescindiendo de cualquier código simbólico intermedio (v.g., Goldberg, 1995;
Langacker, 1998; Landau y Gleitman, 1985; Fisher, 1994). Las diferentes cons-
trucciones gramaticales proporcionan esquemas toscos de algunos parámetros de
la situación, que sirven de guía para la comprensión. En la tabla I planteo algu-
nas construcciones sintácticas en castellano y su correspondencia situacional.
TABLA I
Ejemplos de construcciones sintácticas y su significado

Forma Ejemplo Escena básica

* Transitiva Juan golpeó la mesa X actúa sobre Y


N-V-Obj
* Doble objeto Juan le dio el libro a María X transfiere Y a Z
N-V-OBJ1-OBJ2
Locativo El reloj está debajo de la mesa X en posición Y de Z
OBJ1-V-PREP-OBJ2
Temporal Oyó un grito después de comer evento X en tiempo
(N1)-V1-ADV-(N2)-V2 Y de evento Z
* Movimiento causado Luisa tiró la piedra al río X causa que Y vaya a Z
N-V-OBJ1-OBJ2
Intención o meta Juan encendió el fuego para X actúa sobre Y con la
N-V1-OBJ1-PREP-V2-OBJ2 asar una chuleta la meta de actuar sobre Y

* Estas construcciones son mencionadas por Goldberg en inglés (1995)

Sin embargo, la hipótesis indexical añade algo al planteamiento de los lin-


güistas. En opinión de Glenberg y Kaschak, el esquema de significado propuesto
por la sintaxis (v.g., transferencia en las construcciones de doble objeto), debe ser
validado, mediante una combinación o amalgama de las disponibilidades deriva-
das de las palabras. Por ejemplo, en la construcción de doble objeto, la compren-
sión apropiada no está garantizada por la construcción únicamente tal como se
aprecia en (11), (12) y (13).
(9) Pedro le tiró las llaves a María [amalgama posible: situación de transferen-
cia típica]
(10) Pedro le contó un cuento a María [amalgama posible: situación de trans-
ferencia de información]
# (11) El teléfono le tiró las llaves a María [amalgama difícil: los objetos ina-
nimados no realizan acciones intencionales]
164 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174

# (12) Pedro le tiró el piano de cola a María [amalgama difícil: el piano es


demasiado grande para ser tirado]
# (13) Pedro pensó las llaves a María [amalgama difícil: el verbo “pensar” no
tiene ninguna acepción de transferencia]
La hipótesis indexical y algunas teorías funcionalistas de la sintaxis sugieren
una interfaz directa entre la construcción gramatical y el proceso de elaboración
del significado. Es decir, que prescinden del código proposicional y tratan de
obtener la máxima ventaja de la covariación existente entre las construcciones
gramaticales y los esquemas de significado episódico.

Estudios sobre tiempo y acción


La tesis de la corporeidad del significado ha sido reforzada en los últimos años
por algunos resultados procedentes de la neurociencia. Según estos estudios, en
el procesamiento de palabras con significados perceptivos y motores se produce
una actividad cortical cuya distribución se solapa parcialmente con las áreas
implícitas en la percepción y la acción. Así, la comprensión de palabras que
implican acción y movimiento, está asociada a la actividad de algunos córtices
fronto-parietales que en parte se solapan con las áreas responsables de los progra-
mas motores correspondientes. En cambio, la comprensión de palabras relativas
a contenidos visuales, tiende a activar áreas del cortex occipital relacionadas con
la visión (v.g., Pulvermüller, 1999, 2001).
En una serie de experimentos recientes pusimos a prueba la hipótesis indexical,
empleando oraciones que incluyen verbos de acción y movimiento, así como
adverbios de tiempo (de Vega, Robertson, Glenberg y Kaschak, 2001). Los par-
ticipantes leían pequeñas narraciones en las que se describía a un personaje ejecu-
tando dos acciones motoras. Las dos acciones se describían como realizadas
simultánea (mientras A, B) o sucesivamente (después de A, B). Por otra parte, las
dos acciones unas veces requerían los mismos sistemas motores (“cavar un aguje-
ro” y “cortar el césped”) y otras demandaban diferentes sistemas motores (“silbar
una melodía” y “cortar el césped”). He aquí un ejemplo de las 4 versiones posi-
bles de una historia:
(14) El jardinero estaba trabajando en los jardines de la ciudad,
(15) pues un personaje importante iba a visitarles.
(16a) Mientras cavaba un agujero con la pala,
(16b) Después de cavar un agujero con la pala,
(16c) Mientras silbaba una melodía popular,
(16d) Después de silbar una melodía popular,
(17) cortó el césped con la segadora.
(18) Más tarde plantó unos tulipanes.
Registramos el tiempo de lectura de la oración crítica (17) que, como puede
apreciarse, era compartida por todas las versiones de la historia. Los resultados
indicaron que su lectura era 120 ms. más lenta en el contexto de (16a) que en el
contexto de (16b). Además, sólo el 39% de los lectores juzgaban la versión (16a)
como coherente, mientras que el 82% consideraban que (16b) lo era. Es decir,
cuando las dos acciones incluidas en la oración adverbial requieren el mismo sis-
tema motor y el adverbio indica simultaneidad el lector tiene dificultad en com-
prender el texto, mientras que esas mismas acciones son perfectamente com-
prensibles cuando el adverbio es de sucesión.
Una explicación plausible es que la propuesta de amalgama que implica la
construcción gramatical adverbial es ejecutable en la condición de sucesión, pero
no lo es en la de simultaneidad, debido a la dificultad de simular simultánea-
mente dos acciones que implican programas motores similares.
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 165
Los resultados fueron muy diferentes cuando se contrastó las otras dos condi-
ciones experimentales. La simultaneidad indicada por el adverbio mientras en
(16c) no supuso una dificultad especial, ya que ambas acciones implican progra-
mas motores compatibles. De hecho, la lectura fue ahora 71 ms. más rápida en la
condición de simultaneidad (16c) que en la de sucesión (16d), aunque los lecto-
res juzgaron igualmente coherentes ambas condiciones (86% y 81%, respectiva-
mente). Una explicación del incremento del tiempo de lectura en (16d) podría
ser de carácter pragmático: cuando dos acciones se pueden ejecutar simultánea-
mente, resulta extraño que se describan como sucesivas. Sin embargo, la amalga-
ma es todavía posible en este caso como prueba el que la mayoría de los lectores
considerasen coherente la condición de sucesión.
Una prueba adicional de que la amalgama o simulación mental de acciones
desempeña un cierto papel, es que la dificultad en comprender acciones incom-
patibles y simultaneas, desaparece cuando una de estas acciones se describe como
un simple plan mental:
(19a) Mientras cavaba un agujero con la pala,
(19b) Después de cavar un agujero con la pala,
(20) pensó en cortar el césped con la segadora.
En un nuevo experimento, no hubo diferencias en tiempo de lectura en la ora-
ción crítica (20), entre las versiones (19a) y (19b) de la historia. Basta la perífrasis
verbal “pensó en...” añadida a la segunda acción, para que no se produzca incom-
patibilidad. Una interpretación plausible es que las acciones descritas en (19a) y
en (20) se representan en diferentes espacios mentales (Fauconnier, 1998), el uno
fáctico y el otro de carácter hipotético como corresponde a una actitud proposi-
cional. Por tanto, no hay ninguna necesidad de amalgamar ambas acciones en un
modelo de situación único.
Quizá el experimento más espectacular sobre la corporeidad del significado
fue desarrollado recientemente por Glenberg y Kaschak (2001), quienes halla-
ron un efecto de compatibilidad oración-acción. En uno de los experimentos, los
participantes debían juzgar si oraciones de doble objeto como (21), (22) o (23)
tenían sentido o no:
(21) Pedro te entregó la pizza
(22) Tú entregaste la pizza a Pedro
# (23) Tú entregaste la pizza al teléfono
El teclado de respuesta disponía de 3 teclas: una más próxima al cuerpo del
participante, otra más distante y una tercera tecla en el centro del tablero y equi-
distante entre las anteriores. Para la mitad de los participantes la respuesta SI se
asignó a la tecla más cercana y la respuesta NO a la tecla más lejana, mientras
que para los demás participantes se invirtió la asignación. Entre ensayo y ensayo
el participante debía mantener el dedo sobre la tecla intermedia. Los resultados
indicaron que cuando la dirección de la respuesta SI era coincidente con la direc-
ción del movimiento descrito por la oración, la respuesta era más rápida que en
caso de que ambos movimientos tuviesen direcciones opuestas. Por ejemplo,
(21) se verificaba más rápido cuando la respuesta SI estaba asignada a la tecla cer-
cana, y (22) se verificaba más deprisa cuando la respuesta SI estaba asignada a la
tecla lejana. Lo más notable es que el efecto de compatibilidad oración-acción se
obtuvo también con oraciones que no implicaban una transferencia de objetos
físicos, sino de información:
(24) Elisa te contó una historia
(25) Tú le contaste a Elisa una historia
Es decir, que (24) se verificó más rápido cuando SI se había asignado a la tecla
cercana, y (25) se verificó más deprisa cuando SI estaba asignada a la tecla lejana.
166 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174

¿Cuánta corporeidad hay en el significado?


Un problema con las teorías de la corporeidad es que no queda claro qué
significa exactamente “corporeidad”, cuando hablamos de la comprensión de
enunciados lingüísticos. Dicho de otro modo, no sabemos en qué medida la
construcción del significado utiliza los sistemas de procesamiento sensorio-
motores, incluidos los más periféricos. Los experimentos de Glenberg y Kas-
chak que acabo de describir, sugieren que la corporeidad implícita en la
comprensión es un tanto primaria, hasta el punto de que el cómputo del sig-
nificado de los verbos motores parece competir con la actividad motora. Sin
embargo, la corporeidad debe tener ciertas limitaciones, y parece obvio que
los componentes más ejecutivos y periféricos de las funciones sensorio-moto-
ras deben ser cancelados en la representación mental del significado. En caso
contrario, los procesos de interferencia podrían hacer inviable la compren-
sión y la producción del lenguaje. Por ejemplo, no me sería fácil describirle a
mi interlocutor que nadé un largo de piscina, si al mismo tiempo estoy
caminando o conduciendo un automóvil, o no podría entender la descrip-
ción que hace mi interlocutor de la catedral de Santiago mientras estoy
mirando un paisaje campestre.
Recientemente hemos propuesto una distinción entre corporeidad de primer
orden, característica de nuestra interacción con el entorno, y corporeidad de
segundo orden, propia del significado lingüístico (de Vega, Rodrigo y Zim-
mer, 1996; de Vega y Rodrigo, 2001). Para apoyar esta tesis, tratamos de
analizar las representaciones espaciales derivadas de dos formas de comuni-
cación: una mediante el gesto de señalamiento y la otra verbal. El partici-
pante empezaba aprendiendo la descripción de un entorno; por ejemplo, una
plaza cuadrada en cuyo centro se situaba imaginariamente él mismo, rodea-
do de 4 objetos: una fuente, una estatua, el ayuntamiento, y el templete de la
música. Posteriormente, cada vez que aparecía el nombre de un objeto en la
pantalla del ordenador, la mitad de los participantes debía localizar lo
mediante el gesto de señalamiento, y la otra mitad diciendo en voz alta su
dirección: “frente”, “atrás”, “derecha” o “izquierda”. La tarea no verbal de
señalamiento sirve como línea-base que permite revelar las demandas especí-
ficas de la comunicación verbal. Los participantes debían reorientarse perió-
dicamente girando físicamente su cuerpo 90º para encarar un objeto deter-
minado (rotación física), o bien imaginándose a sí mismos girando para
encarar el objeto mientras su cuerpo permanecía fijo (rotación mental). Tras
cada nueva reorientación, física o mental, los participantes debían localizar
la posición de los objetos imaginarios, ya fuese señalándolos o nombrando su
dirección.
Los resultados mostraron notables diferencias entre el señalamiento y la
localizació n verbal, tal como se aprecia en los tiempos de respuesta mostra-
dos en la figura 1. El señalamiento fue muy eficiente en la condición de rota-
ción física, y los objetos situados en las 4 direcciones fueron igualmente fáci-
les de localizar. Sin embargo, en la condición de rotación mental el rendi-
miento fue muy inferior: los tiempos fueron casi 300 ms más lentos, y el
número de errores de localizació n se duplicó (9% en rotación física y 20% en
rotación mental). Además, la accesibilidad de los objetos fue ahora más rápi-
da en las direcciones frente-atrás que en derecha-izquierda. Estos resultados
contrastan con los de la localización verbal: el rendimiento fue idéntico en la
rotación física y mental y, en todos los casos, la accesibilidad fue más rápida
para la dimensión frente-atrás que para la derecha-izquierda.
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 167
FIGURA 1
Lactancias de respuesta en función de la dimensión y el modo de rotación en señalamiento (a)
y localización verbal (b). (de Vega y Rodrigo, 2001)

(a) señalamiento (b) verbal

Veamos nuestra interpretación de los datos. El señalamiento implica una cor-


poreidad de primer orden, que utiliza los mismas rutinas sensorio-motoras auto-
máticas que recalculan la posición de los objetos cada vez que nos desplazamos, o
nos reorientamos en el entorno peripersonal. Por eso, el señalamiento es muy efi-
ciente en la condición de rotación física, ya que las señales propioceptivas del
movimiento actualizan automáticamente la posición de los objetos. En cambio,
el señalamiento tras una rotación mental fue difícil ya que los participantes tení-
an que tratar de ignorar la posición real de su cuerpo (y de los objetos respecto a
su cuerpo), y calcular el nuevo punto de vista en un espacio representacional que
entraba en conflicto con la información propioceptiva. Imagínese el lector la
dificultad de señalar hacia un objeto como si su cuerpo estuviese girado 90º a la
derecha.
Respecto al uso del lenguaje para describir la posición de los objetos, propo-
nemos que los objetos, e incluso el cuerpo del hablante, se proyectan en un espa-
cio representacional, desligado de la información sensorio-motora. Ello explica-
ría que la localización verbal no fuese afectada por el modo de rotación físico o
mental. El distanciamiento de la información propioceptiva, es una característica
del lenguaje espacial que lo hace mucho más flexible e independiente del contex-
to que los gestos ostensivos de señalamiento. Podemos comunicarnos verbal-
mente sobre el entorno perceptivo inmediato, pero también sobre entornos
recordados o ficticios. Incluso podemos describir información espacial a un
receptor físicamente ausente o desconocido (v.g., a través de la radio o de la escri-
tura). Otro aspecto de esta flexibilidad, es que en las construcciones locativas
debemos elegir el marco de referencia entre varias alternativas disponibles: el
cuerpo del hablante (el libro está detrás de mí), el cuerpo de otra persona (el libro
está a tu derecha), o un objeto (el libro está frente a la ventana). La elección de
uno u otro marco de referencia en una situación particular no es aleatoria, sino
que está guiada por criterios de saliencia, funcionalidad, o valor informativo.
He mencionado que las representaciones derivadas del lenguaje suponen una
corporeidad de segundo orden. ¿En qué me baso? La pauta de accesibilidad de
168 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174

las dimensiones nos indica que el cuerpo se representa de un modo analógico en


el espacio mental. La localización de objetos en la dimensión frente-atrás es rápi-
da, porque existe una asimetría corporal y funcional en esta dimensión: nuestros
receptores y el propio campo visual están en la parte frontal del cuerpo y, además,
nos desplazamos generalmente en esa misma dirección. En cambio, la localiza-
ción es lenta en la dimensión derecha-izquierda debido a la simetría morfológica
y funcional que existe entre ambos lados del cuerpo (Franklin y Tversky, 1990).
Los estudios anteriores permiten replantear con una nueva luz las relaciones
entre pensamiento y lenguaje. La hipótesis whorfiana y sus versiones actuales
suelen contrastar los recursos léxicos o gramaticales de dos lenguas en un deter-
minado dominio conceptual, e interpretan que las diferencias halladas determi-
nan una conceptualización distinta de ese dominio. Por ejemplo, en inglés hay
dos preposiciones, IN / ON, para indicar relación de contacto con un contenedor
o con una superficie, respectivamente, mientras que en castellano se puede utili-
zar una sola preposición, EN, para referirse a ambos tipos de relaciones. Una
interpretación whorfiana de esta diferencia es que los anglo-parlantes categori-
zan las relaciones espaciales de contacto de modo más articulado que los castella-
no-parlantes (v.g., Bowerman, 1996). Nuestra estrategia de investigación y nues-
tras conclusiones son algo diferentes. En primer lugar, no realizamos contrastes
entre dos lenguas, sino entre dos formas de comunicación en el dominio espacial:
verbal y gestual. Dado que la tarea era idéntica en ambos casos, las diferencias
encontradas en los tiempos de localización y en los errores sólo se puede atribuir
a las demandas cognitivas específicas del lenguaje, respecto a la comunicación no
verbal. Es decir, que hemos desvelado las operaciones de thinking for speaking
(Slobin, 1987), que el lenguaje (en principio, cualquier lengua) impone cuando
deseamos enunciar una relación espacial. Esas demandas del lenguaje son muy
notables, ya que suponen una proyección de la información espacial a un espacio
representacional analógico, y un desenganche de la información propioceptiva
del cuerpo, es decir, una corporeidad de segundo orden.

Más allá de la corporeidad


Hemos visto que hay un buen número de construcciones gramaticales que
parecen diseñadas para guiar la construcción mental de escenas sensorio-motoras
prototípicas (ver ejemplos en Tabla I). Pero es fácil comprobar que en el discurso
se cuelan a veces palabras y enunciados de carácter abstracto. Algunos de estos
enunciados abstractos, aún puede aducirse que se trata de metáforas de naturale-
za u origen corpóreo. Por ejemplo, Lakoff (1987), postula que las expresiones
metafóricas reflejan de hecho una conceptualización metafórica, basada en imá-
genes-esquema corpóreas, tales como:
(26) He encontrado a Juan completamente hundido (“abajo” como imagen-
esquema de mal estado de ánimo, fracaso, pobreza, enfermedad, etc)
(27) Su matrimonio es una cárcel (“contenedor” como imagen-esquema de
una relación personal)
(28) Mientras escuchaba a Pedro vi sus intenciones (“visión” como imagen-
esquema de comprender).
(29) Le di un empujón al club para que echase a andar (“acción motora” como
imagen-esquema de una actividad institucional)
Pero la corporeidad de las metáforas basadas en imágenes-esquemas es algo
que no basta con declarar, sino que habría que demostrarla con investigaciones
bien controladas. Habría que comprobar, por ejemplo, si la comprensión de
metáforas espaciales interfiere con una tarea espacial simultánea (en la línea del
paradigma de Glenberg y Kaschak, 2001), o si en la comprensión de metáforas
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 169
motoras se produce activación en áreas cerebrales motoras. Hay que evitar que la
noción de corporeidad se utilice de forma lasa y, a su vez, metafórica ya que en ese
caso perdería todo valor explicativo.
La cuestión de la corporeidad del significado es especialmente ardua en rela-
ción a las palabras abstractas. Basta con pensar en los nombres de categorías
supraordinadas, como “mueble” o “juego”, para darnos cuenta de que difícil-
mente podemos asociarlos a un patrón sensorio-motor específico, de modo que
su significado parece un tanto vacío. La solución propuesta por Rosch (1975), en
su momento, fue que estas palabras supraordinadas se asimilan a sus respectivos
prototipos, que sirven así como “puntos de referencia”, de modo que “mueble”
implícitamente activaría las propiedades de “mesa” o de “silla”.
Las palabras supraordinadas son sólo una forma de abstracción “benigna”,
dada su estrecha relación de inclusión de clases con otras palabras/conceptos con-
cretos. Pero, ¿Qué decir de términos tales como “resultado”, “verdad”, o “proce-
so”? Curiosamente, no existe ninguna teoría representacional sobre las
palabras/conceptos abstractos. Se suele hablar de palabras “abstractas” en oposi-
ción a las “concretas”, que sí tienen claros referentes perceptivos. Pero la clasifi-
cación de las palabras en la dimensión concreta-abstracta, se basa en las puntua-
ciones obtenidas en estudios normativos, y no aclara gran cosa la naturaleza del
significado de las palabras abstractas. El significado de las palabras/conceptos
concretos puede establecerse como listados de propiedades sensorio-motoras que
también son ”concretas”. Por ejemplo, las palabras como “mesa”, “caballo”, o
“libro” se refieren a entidades con formas, colores, substancia, tamaño, patrones
de movimiento, partes funcionales, etc. Pero el significado de las palabras abs-
tractas, no se puede describir como un listados de atributos sensorio-motores.
Los intentos de definición de estas palabras también tropiezan con dificultades.
Por ejemplo, podemos intentar definir “resultado” como un punto en el tiempo,
en el que se produce una transición a un estado, como consecuencia de una serie
de estados, sucesos, o acciones previos. Es decir, que “transición entre estados” y
“relaciones causa-efecto” son componentes del significado de resultado. Pero, en
esta definición hemos empleado “transición”, “estado”, suceso”, “causa”, etc. que
son, a su vez, nociones muy abstractas. Es decir, que los intentos de definición de
los conceptos abstractos nos llevan a una curiosa versión del problema de la toma
de tierra de los símbolos. La doctrina de los símbolos mentales, decíamos, lleva a
una noción del significado desconectada de la experiencia o del referente. Pero
ahora vemos que, al parecer, también los seres humanos parecemos estar “desco-
nectados de la experiencia” cuando comprendemos el significado de las palabras
abstractas. Es decir, que podríamos concluir que las palabras abstractas son sím-
bolos puros, cuyo significado, sólo se refiere al de otros símbolos.
La solución de esta paradoja es que los términos abstractos, después de todo,
se refieren a situaciones o episodios concretos. Pero el carácter de “concreción” de
los términos abstractos no es léxico sino discursivo. Es decir, que se construye al
integrar o relacionar diferentes elementos en el contexto de las oraciones o del
discurso. Veamos algunos contextos en que aparece el términos abstracto “resul-
tado”, tomados al azar de un corpus de castellano escrito:
(30) Estuve contemplando los resultados del cruce de negra e hindú, hindú y
holandés, holandés y negra, español e hindú, mulata e hindú, holandesa y mula-
to, y demás combinaciones raciales.
(31) Uno de ellos sugirió denunciar la desaparición de su amigo a la Policía.
Así se hizo, pero con resultados negativos.
(32) Iban ya seis semanas de exámenes médicos agotadores y los resultados eran
inciertos.
170 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174

(33) Se empolvó la nariz y ambas mejillas, oscureció en azul profundo el plie-


gue de sus párpados y resaltó sus labios con un carmín discreto. Analizó los resul-
tados y quedó satisfecha
(34) Lo había probado todo para adelgazar sin resultado alguno.
La abstracción de “resultado/s” parece considerablemente mermada en los
contextos anteriores. En (30) “resultados” se refiere a personas, fruto de cruces
raciales, en (31) se refiere a una situación concreta de búsqueda de una persona
perdida, en (32) se trata de “resultados” derivados de unos análisis médicos, en
(33) son los efectos de un proceso de maquillaje facial, y en (34) lo son de un tra-
tamiento de adelgazamiento. En general, podemos representarnos estos “resulta-
dos” como acciones, objetos o sucesos con un componente sensorio-motor. Las
situaciones a las que se aplica el término “resultado/s” no tienen gran cosa en
común, de modo que no constituyen una categoría, esquema o guión situacio-
nal. Por extensión, podemos suponer que los términos abstractos poseen un
carácter no categorial, a diferencia de los términos más concretos como “mesa”,
“mueble” o “reunión”, que son claramente categoriales. El denominador común
de las situaciones que denominamos “resultado/s” es, como hemos mencionado,
una estructura relacional (causa-efecto) y temporal (transición) entre los eventos
descritos. Pero, ¿son suficiente estos descriptores puramente abstractos de un
término, a su vez, abstracto? Supongamos un contexto para el término “resulta-
do/s” en que no existe ningún anclaje sensoriomotor:
(35) Aquella extraña situación fue el resultado de una serie de coincidencias.
Una frase como (35) acumula un buen número de palabras abstractas, y la
toma de tierra sensorio-motora parece inexistente. Pero ¿entendemos realmente
ese enunciado? En mi opinión, (35) sólo será plenamente comprensible si el con-
texto previo (o posterior) permite anclar los términos “situación”, “resultado”,
“serie” y “coincidencias” en objetos, acciones o sucesos concretos. En caso contra-
rio, se producirá un estado de indeterminación referencial, en el que el lector
puede mantener una actitud de “esperar y ver”, hasta que el contexto posterior le
proporcione una toma de tierra (v.g., de Vega y Díaz, 1991). Otra posibilidad es
que se produzca una lectura superficial sin establecerse un modelo de la situa-
ción, como revelaron Bransford, Barclay y Franks (1972) en sus estudios clásicos
con textos indeterminados.
Un caso interesante es el de la corporeidad suspendida que se produce en ora-
ciones como la siguiente:
(36) Marta viajó en avión desde Madrid a Tenerife
En la comprensión de (36) no parece necesario que activemos una representa-
ción del trayecto del avión, ni de las acciones corporales o de las sensaciones
características de un viaje en avión. Lo más relevante en la comprensión de esa
frase es retener el punto de partida y de destino del viaje, y lo más probable es
que la corporeidad del significado quede en suspenso. El significado podría con-
sistir en una especie de acuerdo metacognitivo tácito: sabemos que podríamos
simular la información sensorio-motora de un viaje en avión, pero no necesita-
mos hacerlo en ese momento. La situación es análoga al uso de un cheque: sabe-
mos que podemos transformarlo en moneda en cualquier momento, pero no
necesitamos hacerlo inmediatamente (de Vega, 1997).
Finalmente, haré una breve mención de los enunciados que contienen actitu-
des proposicionales. En todas las lenguas hay verbos mentalistas que se utilizan
para expresar el punto de vista epistémico, las intenciones, u otros estados men-
tales (v.g., Rivière, 1991; Pylyshyn, 1986; Fauconnier, 1998). Tal como asegura
Rivière, no todos los enunciados tienen un carácter extensional o descriptivo de
sucesos externos, sino que hay enunciados cuyo referente es, al menos en parte,
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 171
una actividad mental del propio hablante (creo que, estoy seguro de que, dudo
que, decido que, pienso en, etc). Estos enunciados mentalistas plantean nuevas
dimensiones psicológicas del significado. Veamos la oración (20) que mencioné
anteriormente, como parte de uno de nuestros experimentos:
(20 ) Pensó en cortar el césped con la segadora
Al pronunciar (20) el hablante no se limita a describir un contenido fáctico o
extensional (cortar el césped con la segadora), sino que nos menciona que ese
contenido, en realidad, tiene el estatus de una representación mental o un plan
subjetivo. ¿Cómo se representa el significado en este caso? “cortar el césped” es
una actividad sensorio-motora que podría activar una representación corpórea,
tal como he señalado en su momento, pero al describirse como un plan mental es
probable que su representación cambie substancialmente. De hecho, los resulta-
dos de nuestros experimentos sugieren que la comprensión de un plan mental y
la comprensión de una actividad motora “real”, determinan espacios representa-
cionales diferentes que no se “amalgaman”. La teoría de los espacios mentales de
Fauconnier (1998), es un intento de describir la representación de los enunciados
mentalistas e intencionales. Sin embargo, la investigación psicológica sobre este
tema es de momento muy escasa.

Conclusiones
He valorado las insuficiencias de las teorías simbólicas del significado, que
subyacen a los paradigmas dominantes en las Ciencias Cognitivas. En su lugar,
he defendido una posición teórica más minoritaria, aunque cada vez más influ-
yente, según la cual el significado tiene un carácter corpóreo. El significado de
nuestras expresiones lingüísticas está directamente vinculado a la experiencia
sensorio-motora y no a símbolos abstractos. Ello no debería resultar sorprenden-
te, si consideramos la naturaleza biológica de la cognición y del lenguaje huma-
nos. Las personas somos organismos vivos, que disponemos de sistemas percepti-
vos y motores que nos proporcionan una rica experiencia del medio. El significa-
do del lenguaje consiste en el establecimiento de vínculos entre las palabras y
oraciones y esos patrones de experiencia sensorio-motora. La noción de corporei-
dad no resuelve, sin embargo, todos los problemas del significado. He expresado
algunas matizaciones importantes sobre la noción de corporeidad, en el caso de
palabras y enunciados abstractos o de las expresiones mentalistas.
La doctrina de los símbolos mentales ofrece en comparación una visión solip-
sista y descarnada de la cognición. Sus virtudes, por otra parte, han sido eviden-
tes. Las ciencias cognitivas, entre ellas la propia psicología cognitiva y la psico-
lingüistica, han avanzado gracias a que los símbolos mentales han propiciado
una concepción relativamente clara de las representaciones y los procesos menta-
les. En algunos campos los avances han sido mucho más espectaculares que en
otros. Cuando se trata de explicar procesos de bajo nivel (v.g., léxicos), automáti-
cos y modulares, la doctrina de los símbolos mentales parece ofrecer unos
cimientos relativamente sólidos. Sin embargo, los símbolos mentales no son tan
adecuados para explicar procesos de comprensión y producción del discurso (pese
a los valiosos esfuerzos de Kintsch), ni el pensamiento y la resolución de proble-
mas. El mismo Fodor parece ser muy consciente de los límites del planteamiento
simbólico para entender los procesos “isotrópicos” o “quineanos” del sistema
cognitivo central.
No podemos negar que los seres humanos son, en cierto sentido, procesadores
simbólicos. Los lenguajes naturales están compuestos por símbolos discretos,
arbitrarios, y sujetos a principios de organización sintáctica. Sin embargo, la doc-
trina simbólica va más allá de este hecho incuestionable y se apoya en una metá-
172 Estudios de Psicología, 2002, 23 (2), pp. 153-174

fora lingüística explícita: Los símbolos mentales constituyen un lenguaje mente


o mentalés. La metáfora es profunda, ya que el lenguaje mente, al igual que el
lenguaje natural, estaría compuesto de símbolos discretos, arbitrarios y goberna-
do por reglas sintácticas 3. Asumiendo, pues, que hay una analogía entre el len-
guaje natural y el lenguaje mente, el cómputo del significado se reduce a una
especie de traducción desde un código simbólico arbitrario (el lenguaje natural)
a otro código simbólico arbitrario (el mentalés). Aparentemente hay un deficien-
cia lógica en esta propuesta. Es como si alguien nos traduce una obra literaria,
originariamente escrita en ruso, al finlandés, y pretende que en esa correspon-
dencia entre dos lenguajes está el significado. El problema de la toma de tierra de
los símbolos se nos presenta en toda su crudeza.
Por su parte, la noción corpórea del significado que he planteado, en especial
la hipótesis indexical, enfatiza el papel de la gramática como guía para la cons-
trucción del significado. Esto es una novedad, ya que las teorías construccionistas
de esquemas o de modelos de situación son totalmente “agramaticales”. La prin-
cipal preocupación de los estudiosos de los modelos de situación ha sido, precisa-
mente, demostrar que la estructura de éstos difiere de la estructura del texto y,
por tanto, de los parámetros gramaticales. Sin embargo, tal como hemos visto,
las estructuras gramaticales pueden ofrecer una cierta parametrización de situa-
ciones prototípicas, guiando directamente la construcción de modelos de situa-
ción.
Las estructuras gramaticales ofrecen, además, ciertos índices icónicos para la
construcción del significado o, dicho de otro modo, no son totalmente arbitra-
rias. En particular la secuencia temporal de las cláusulas generalmente mantiene,
por defecto, una correspondencia con la secuencia temporal o causal de los even-
tos o acciones descritos. Por ejemplo, si alguien dice “abrí la puerta y vi a María”,
se entiende que la secuencia de los eventos es paralela a la secuencia de las cláusu-
las (primero abrí la puerta, y luego vi a María). Ese mismo principio de continui-
dad o iconicidad temporal es, a veces, un indicio de causalidad. Así, en “tropecé
con el vaso y éste se cayó al suelo”, entendemos no solo una secuencia temporal
sino una relación causa-efecto entre ambos sucesos. Este principio de iconicidad
temporal y causal permite entender el papel de algunos marcadores gramatica-
les, que indican o alertan al oyente sobre la presencia de desajustes o discontinui-
dades temporales, causales, etc. Así, los adverbios de tiempo pueden indicar una
alteración del orden de los eventos en relación al orden de las cláusulas (antes de
abrir la puerta de la habitación vi a María), una simultaneidad en lugar de suce-
sión (“mientras abría la puerta vi a María), una discontinuidad o ruptura temporal
(“abrí la puerta y una hora más tarde vi a María), un contraste u oposición (abrí la
puerta pero no vi a María), una inversión del orden causa-efecto (estoy contento
porque aprobé), etc.
La validez de una teoría del significado debería acomodarse a múltiples crite-
rios o restricciones: a) Criterio computacional: la teoría debe poder implemen-
tarse, al menos en principio, en un ordenador; b) Criterio de interfaz: la teoría
debe establecer interfaces funcionales explícitos entre lenguaje, representación, y
experiencia sensorio-motora y mental; el ignorar alguna de estas interfaces,
determina problemas de toma de tierra referencial, o, el inverso, de toma de tie-
rra en el lenguaje; c) Criterio adaptativo: la teoría debe acomodarse a las deman-
das propias de las tareas que resuelven los seres humanos en sus entornos bioge-
néticos, e interpersonales; d) Criterio cognitivo: la teoría debe incorporar las res-
tricciones estructurales y funcionales del sistema cognitivo humano, por
ejemplo, de la memoria de trabajo y de los mecanismos atencionales; e) Criterio
neurológico: la teoría debe acomodarse a las propiedades funcionales del cerebro
Del significado simbólico al significado corpóreo / M. de Vega 173
que aporta el campo de la neurociencia. Ninguna teoría hasta la fecha satisface
todos estos criterios. La noción de corporeidad se acomoda más a los criterios de
interfaz, adaptativo y neurológico, mientras que la doctrina simbólica se ajusta
mejor al criterio computacional.

Notas
1
No vamos a tratar aquí otras formulaciones alternativas al significado lingüístico, como aquellas teorías basadas en el análisis
estadístico de la co-ocurrencia de las palabras (LSA o HAL) o el conexionismo.
2
En los estudios lingüísticos se suele adoptar la convención de señalar con un asterísco (*) las oraciones que son gramaticalmente
incorrectas. Aquí utilizaremos la señal (#) para indicar incoherencia o implausibilidad semántica.
3
Quizá la única diferencia es que los símbolos mentales son, además, amodales, mientras que los símbolos del lenguaje natural
están mediatizados por alguna modalidad sensorio-motora. No obstante, esta modalidad es variable (audio-vocal en el habla,
viso-manual en la lecto-escritura, viso-gestual en el lenguaje de signos, y táctil en el braille), lo que nos hace pensar que la moda-
lidad es relativamente irrelevante para explicar la naturaleza del lenguaje natural.

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