Por lo tanto, hay que destacar que la caprichosa como interesada exigencia no
está contenida en la Constitución, ni en la ley, y luce como vernáculo invento
que siquiera sabe de precedentes en la historia política argentina. Todo, en
escenarios donde las Cámaras del Congreso han sido remisas a acordar
desafueros pero, decididamente, expresas con la negativa a concederlo antes
de apelar a eufemismos como el apuntado.
A ello debe adicionarse otra razón de peso. Qué sentido tendría desaforar a
quien fue penado con un decisorio que alcanzó calidad de cosa juzgada,
si el efecto de la condena es, conforme al Código Electoral y el estatuto
de los partidos políticos, la exclusión del padrón electoral del legislador
condenado. Exclusión esa que impide al condenado ser candidato a cargos
públicos y, con mayor razón arrima la consecuencia de que quien ejerce una
función pública legislativa sea privado, de pleno derecho, del ejercicio de
ella. Mucho más si la condena importa inhabilitación para el ejercicio de la
función pública.