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LA EXPERIENCIA ESTÉTICA de Jacques Maquet

En una visión antropológica del arte, Jacques Maquet (1919-2013) comienza con una gran
ventaja: ver al ser humano como un todo. Cada una de sus creaciones, actividades y
representaciones de la realidad son parte de este todo por lo que, partiendo de esta visión global,
es más fácil entender que el arte no sea sólo la expresión de las emociones sino que es una parte
esencial del hombre que va mucho más allá de querer plasmar la belleza.

Maquet plantea que, si todos los seres humanos somos biológicamente iguales, entonces no se
debe pensar el arte como algo exclusivamente occidental. Esto remite al tan conocido ejemplo
de la máscara africana cuyo destino es efímero en su lugar de origen, pero que sacada de su
contexto se convierte en una pieza museable, en un objeto artístico cuyo destino será la
conservación y exhibición. Maquet comenta, a propósito de su libro Introduction to Aesthetic
Anthropology (1979), que el arte “estaba en la construcción mental acordada por un grupo de
personas”; este grupo de personas suelen ser occidentales que dictan las tendencias en el arte.
Sin embargo, el arte como cualquier otro lujo, tiene tendencias y estas tendencias cambian con
el paso de los años, por lo que es natural esperar que los “estilos” evolucionen y respondan a
necesidades sociales propias del momento de su creación. En otras palabras, sería absurdo
esperar que alguien siga pintando con un estilo manierista en pleno siglo XXI.

En La Experiencia Estética, el antropólogo belga habla del arte como “una categoría explícita en
el lenguaje común de la gente”. Sería egoísta esperar que todas las culturas tuvieran la palabra
“arte” en su vocabulario y que para todos tenga el mismo significado (29). En realidad, sólo los
occidentales y los pueblos conquistados por europeos –entre ellos México- entienden por arte el
conjunto de expresiones plásticas que están, en cierta medida, relacionadas con la belleza. Los
pueblos musulmanes, por ejemplo, no entienden del tratamiento de la figura humana propia del
Renacimiento italiano, así como un mexicano no comprende el valor matemático tan importante
en las decoraciones religiosas musulmanas.

Maquet apunta también a la cualidad artística de los objetos impuesta por los conquistadores,
es decir, existen ciertos objetos que no fueron creados como “arte” pero que fueron
considerados como tal al ser sacados de su contexto. Por ejemplo, una pieza prehispánica cuya
función era ser parte del sacrificio humano y después ser desechada, era extraída por el
conquistador europeo y apreciada como un objeto exótico, raro y, claro, coleccionable, sin
entender del todo el trasfondo religioso y cultural de dicha pieza. Esta reflexión dará paso a lo
que el autor considera un “objeto artístico”, es decir todo aquel que esté hecho bajos las técnicas
clásicas de pintura o escultura. Es importante hacer notar que al llamarle “artístico” a un objeto
no sólo se le está calificando, se le está jerarquizando dado que nunca se pensará que un objeto
artístico esté al mismo nivel que un electrodoméstico (con la única excepción del dadaísmo que
lograba equiparar objetos de uso cotidiano con objetos artísticos). Pero en lo que concierne a
Maquet, el objeto de arte es aquel que se exhibe en los museos y se vende en las galerías, lo cual
apunta a uno de los criterios del autor para saber qué es arte y qué no: la localización y el valor
artístico. El problema surge, como muchos adivinarán, cuando se asume que un objeto es arte
sólo por estar en un museo o en una galería sin pensar que la localización es el valor artístico.
Maquet diría que el hecho de que un objeto esté en un espacio artístico no le otorga valor
artístico.

La reflexión anterior es pertinente por la visión de Maquet como antropólogo ante la conducta
de los visitantes de un museo, quienes deducen que la finalidad de ese objeto es la de ser
contemplado. El problema que encuentra el autor es simple, ¿qué sucede con los objetos cuya
finalidad era otra más que ser contemplados? Existe un “arte por destino” y un “arte por
metamorfosis” que podría venir de descontextualizar ciertos objetos; pero esto no quiere decir
que la descontextualización sea mala o que afecte a la pieza ya que “ha de construirse una nueva
realidad para que estos objetos cobren sentido para la gente que vive en la sociedad en la que
se introducen.” Maquet, ¿Qué otra cosa sería la máscara africana en nuestra sociedad si no arte?

En el tercer capítulo “La visión estética” del libro La experiencia estética, Maquet abre la ya tan
conocida discusión sobre lo “bello”, pero resolviéndolo de una manera muy elegante diciendo
que lo bello es la experiencia visual. Esto nos llevará al tan escabroso tema de la estética y la
percepción. La experiencia visual es algo, netamente, sensible; la percepción también lo es pero
no se queda en lo sensible. Hay formas muy complejas de aparecer en los objetos artísticos y
muchas de ellas no son bellas y por eso crean estados mentales igualmente complejos, porque
mueven sentimientos difíciles de objetivar. Maquet se quedará con la misma definición que Kant,
“los objetos estéticos estimulan una visión total desinteresada.” En resumen, un objeto bello no
es necesariamente arte.

No es de extrañarse que Maquet regrese varias veces a conceptos originales de Kant. Uno de
ellos es la universalidad de la experiencia estética. Esta universalidad no quiere decir que a todos
les parezca bello el mismo objeto, sino que existe una tendencia a escoger estos objetos sobre
otros. Sin embargo, Maquet planeta un problema muy interesante: de ciertas culturas silenciosas
quedan únicamente colecciones de artefactos de uso cotidiano, pero que se supone revelan una
“preocupación estética” dentro de una cultura que muy probablemente no conocía el término
de estética. El autor propone el ejemplo de un cuenco que era utilizado para comer pero que
tiene un adorno de animales en el borde, para el esteta occidental es natural pensar que este
adorno era parte de la preocupación estética del pueblo sin considerar, a veces, que quizá fuera
un simple adorno.

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