Una rutina de ejercicios físicos aumenta el volumen del plasma sanguíneo (agua, proteínas y
grasa, glucosa, vitaminas, hormonas, oxígeno, dióxido de carbono y nitrógeno). Una pequeña
elevación también aparece en el número de células de sangre, pero este aumento es
insignificante a comparación del aumento del plasma. Con una mayor cantidad de sangre
(plasma y células de la sangre), aumenta el volumen del líquido en el espacio vascular. Este
aumento causa mayor retorno venoso al corazón, con elevación en la precarga ventricular y en
el volumen de eyección. El aumento del retorno venoso hace con que los desechos metabólicos
sean retirados en mayor cantidad permaneciendo por menos tiempo en las células,
contribuyendo considerablemente en la mejora de la función orgánica. Como este proceso se
produce cada vez que el individuo practica ejercicios, con la práctica regular de los mismos, esa
adaptación permanece, oscilando poco y manteniendo un volumen de sangre circulante mayor
de que en personas sedentarias.
El aumento en el volumen de plasma (la parte de sangre formada básicamente por el agua),
también tiene beneficios termorreguladores. El sistema termorregulador es responsable de
controlar la temperatura corporal. La pérdida o el gaño de calor traen resultados perjudiciales
para el cuerpo humano. Un desequilibrio en el mecanismo de regulación de la sed, una menor
cantidad de agua corporal y problemas en el mecanismo de sudoración, puede conducir para
una deshidratación y sus consecuencias desastrosas.
Un programa regular de ejercicios físicos aumenta la densidad capilar. Este aumento mejora
la capacidad de flujo sanguíneo muscular, causando un aumento en la distribución del flujo de
sangre y alarga el tiempo que la sangre se encuentra expuesta a las fibras musculares en
actividad. Es decir, la sangre tiene una mayor facilidad para conseguir puntos que
anteriormente requerían un mayor grado de dificultad, y en consecuencia tienen mejorado el
desempeño de sus funciones considerablemente.