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ACTUALIDADVIDA CRISTIANA

¿Es la libertad religiosa para los no-cristianos también?

¿Aplica la libertad religiosa a las religiones no-cristianas? Alguien me dijo en esta semana que
había visto a un escritor bautista cuestionar si los musulmanes estadounidenses calificaban para
tener los “beneficios” de libertad religiosa. Escuchar esto fue honestamente sorprendente, ya
que representaría una contradicción directa con nuestro documento confesional y a todas las
versiones que le precedieron. Pero más allá de esto, hay una pregunta más amplia que es
importante que consideremos: ¿debe una persona que cree que Jesucristo es el único camino a
Dios defender la libertad religiosa para los cristianos y para los no-cristianos al mismo tiempo?

Una cosa que debemos tener muy clara es que la libertad religiosa no es un “beneficio”
gubernamental, sino un derecho natural e inalienable concedido por Dios. La cuestión aquí es si
el Estado civil tiene el poder o no de “asignar zonas” a mezquitas y cementerios islámicos, o
sinagogas, o casas de culto de cualquier tipo condicionado por lo que creen esos grupos. Cuando
alguien hace tal afirmación no está defendiendo a Jesús y su evangelio, sino atacándolos.
Empoderar al Estado para autorizar o prohibir la fe religiosa no es fiel a lo que encontramos en
las Escrituras.

Cuando decimos — como bautistas y como muchos otros cristianos han dicho — que la libertad
de culto aplica a todas las personas, ya sean cristianos o no, no estamos sugiriendo que hay
muchos caminos a Dios, ni que las afirmaciones de la verdad son relativas. Estamos luchando
por lo contrario. Estamos diciendo que la religión debe estar libre del control estatal porque
creemos que cada persona tiene que dar cuenta ante el tribunal de Cristo.

El poder del gobierno se limita al poder coercitivo de la espada (Rom. 23:1-7). El Estado puede
hacer todo tipo de cosas con esa espada, algunas legales y otras no. Lo que el Estado no puede
hacer es regenerar el alma. Una religión de conformidad externa puede suceder por decreto
estatal o por la presión cultural. Esa es la clase de religión que vemos entre algunos de los que
habían escuchado a Jesús. Ellos consideraron que Él tenía credibilidad pero no lo seguirían “para
no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más el reconocimiento de los hombres que el
reconocimiento de Dios” (Jn. 12:42-43).

Si esa es toda la religión que buscas — gente que repite cosas que no cree — entonces, sí, el
Estado puede complacer o servir a cualquier religión que reúna los votos suficientes, como si
fuese cualquier otro programa gubernamental. Eso sí, no digas que ese es el evangelio de
Jesucristo. Jesús nos enseñó que uno debe nacer de nuevo para entrar en el reino de Dios (Jn.
3:3). Y la Biblia nos dice cómo la gente llega a la convicción de pecado y la nueva vida en Cristo,
no a través del poder del gobierno, sino por la “proclamación abierta de la verdad” (2 Cor. 4:2).

El Estado no puede hacer que una persona sea cristiana cerrando casas de adoración o por
cualquier otro tipo de acto. Todo lo que el Estado puede hacer es crear cristianos “nominales,”
gente que en realidad no es salva. Una vez más, si todo lo que te preocupa es una apariencia de
piedad, entonces tal vez esta es la opción para ti. Sin embargo, si quieres ver la gente venir a
Cristo, hazlo mediante la predicación abierta y debatiendo los principios de Cristo, en el poder
del Espíritu Santo, no obligando a la gente a esconderse a la fuerza bruta del gobierno.

La libertad religiosa nunca debe ser excusa para la violencia y el crimen, ni ha sido la libertad
religiosa interpretada de este modo en la historia estadounidense. El gobierno de Estados
Unidos debe luchar, y luchar duro, contra el yihadismo islámico radical. No obstante, el gobierno
no debe penalizar a las personas que cumplen la ley, especialmente aquellos que son ciudadanos
americanos, simplemente por mantener sus convicciones religiosas, ya sean consistentes o
inconsistentes, verdaderas o falsas, esas convicciones están allí.

Algunos dirían, basado en la lectura del Corán, que los musulmanes no violentos son
musulmanes inconsistentes, el equivalente a católicos de domingos. El trabajo del gobierno, sin
embargo, es castigar a los malhechores por hacer el mal, no para decidir quién es el más
consistente teológicamente con la religión que profesa.

El Estado también debe proteger a los ciudadanos del propio Estado. Un gobierno que puede
regular el culto y la conciencia es un gobierno que puede hacer cualquier otra cosa. No se puede
profesar ser de “gobierno limitado,” mientras que al mismo tiempo propones que el gobierno
esté envuelto en la regulación del culto y de la conciencia.

Al igual que otras libertades, hay límites en cuanto a cómo pueden ser ejercidas nuestras
libertades, y el gobierno tiene la obligación de proteger a sus ciudadanos de la violencia y del
daño. Esta obligación debe llevarse a cabo fielmente. Pero el Estado también tiene la obligación
de proteger a los ciudadanos del propio Estado. Quitar las libertades civiles de una comunidad
religiosa es un acto de agresión por parte del Estado contra sus ciudadanos.

Es más, la idea de que la libertad religiosa debe aplicarse sólo a los cristianos, o sólo a los grupos
religiosos que son populares, no sólo es moralmente incorrecto, sino también
contraproducente. Un gobierno que te diga que una mezquita o sinagoga no puede ser
construida porque es una mezquita o una sinagoga es un gobierno que eventualmente le dirá a
una iglesia evangélica que no puede ser construida por causa de sus afirmaciones respecto a la
exclusividad de Cristo. Esas voces — aunque una minoría distinta, para estar seguros — que
dicen ser cristianos, pero tratan de restringir la libertad religiosa para los demás están tal vez sin
saberlo, en una campaña para destruir la libertad religiosa. Ellos fijarían los precedentes que se
utilizarán para destruir iglesias, y confirmarán la acusación de los oponentes de la libertad
religiosa, que afirman que el problema no es acerca de la libertad en lo absoluto, sino la
búsqueda de que el gobierne apruebe la religión de algunos.

Si Jesús tiene razón acerca de su evangelio, no necesitamos el poder de los burócratas para llevar
a cabo la misión espiritual del avance del mismo. Roger Williams apoyó el derecho de una
minoría impopular, los bautistas, en los inicios de Nueva Inglaterra, para que no bautizaran a sus
bebés. Sin embargo, él dijo explícitamente dicha libertad debe extenderse de igual manera a
“las conciencias más paganas de los judíos y turcos ” ya que no estamos para extender el reino
de Dios por la espada de acero, sino por la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.

Existe un precedente en la Biblia, por supuesto, de una religión utilizando al Estado para obligar
a la gente a conformarse externamente a la misma. Estos ejemplos, sin embargo, son los de
Nabucodonosor, y el de la bestia que Juan vio saliendo del mar (Ap. 13), no la iglesia de
Jesucristo. La libertad religiosa significa libertad religiosa para todos, incluyendo a los que
rechazan nuestro evangelio. Rogamos que nuestros vecinos sean reconciliados con Dios,
mientras que todavía es el día de salvación (2 Cor. 5-6). Queremos que el cambio suceda de la
única forma en que puede suceder: por el poder vivificante del Espíritu, no por votación nominal
del ayuntamiento de una ciudad.
Conformidad externa, respaldada por el poder del gobierno, es más fácil de lograr que el avance
del evangelio y la gran comisión. La conformidad externa no conduce a ninguna parte, sino a la
muerte.

En defensa de la libertad religiosa


por Cardenal Antonio Cañizares

Respetando cuanto se contiene en el derecho a la libertad religiosa y cuanto está en la legítima


laicidad o autonomía de las realidades terrestres –tan vigorosa y claramente expuesta y
defendida en el Concilio Vaticano II–, es preciso definir bien el lugar reservado a las religiones o
a las Iglesias en unas sociedades libres y democráticas. Para ello es preciso dar lo que le
corresponde al calificativo de «laico», sin traspasar su umbral a las puertas del laicismo
ideológico.

Nos encontramos hoy en sectores, tendencias y personas influyentes de nuestra sociedad ante
una especie de afianzamiento de aquella tendencia que quisiera «privatizar» cada vez más a las
iglesias y trasformar la libertad de la religión en una especie de tolerancia aséptica como en el
Imperio Romano –a veces incluso interesada, si vale bien para intereses propios de los que
mantienen esa presunta tolerancia.

Se argumenta que cada uno es libre de hacer lo que quiera y, por consiguiente, puede adherirse
a una fe, profesar determinadas confesiones religiosas, pero lo importante es que esto no se vea
públicamente, o que no tenga repercusiones en los espacios públicos, en los comportamientos
sociales, políticos, culturales. El equívoco de fondo, que no puede ser aceptado ni por los
creyentes ni por los no creyentes, es reducir la libertad religiosa al ámbito exclusivo de la
conciencia personal –por lo cual, ordinariamente, se habla de religión como de un «asunto
privado»– y considerar la Iglesia lo mismo, o menos, que una organización no gubernamental
(ONG). Me preocupa esta situación.

Vuelvo a reiterarlo porque lo he afirmado cantidad de veces. La salud, convivencia y desarrollo


humano y social de una sociedad depende mucho de que nos clarifiquemos en estos puntos.
Nunca insistiremos suficientemente, más en nuestro tiempo, en lo preciso que es respetar el
derecho de libertad religiosa en toda su extensión para que se dé una verdadera y necesaria
vertebración e integración de nuestra sociedad. No hay que temer a la libertad, basada en la
verdad y el amor, mucho menos a la libertad religiosa, fuente de otras libertades. Por mi parte
le temo mucho y me preocupa el laicismo como ideología que no respeta esa libertad con todas
sus exigencias y consecuencias. En estos momentos, pese a que la libertad religiosa es un
derecho fundamental incuestionable, se están dando una serie de hechos que buscan limitar la
dimensión social de la religión, se busca construir una sociedad que se aparte de lo eclesiástico.

Considero, ahí están los hechos, que en estos últimos tiempos se está confundiendo, con
intencionalidad clara, la justa aconfesionalidad de la sociedad o del Estado con una sociedad
laica o con el laicismo. Por ejemplo, periódicamente, determinadas formaciones políticas hacen
públicas propuestas en torno a la enseñanza de la Religión Católica en los centros educativos
públicos para arrojarla fuera del horario o del espacio escolar, o ponen en entredicho la
asistencia religiosa en hospitales públicos o en la Fuerzas Armadas, o aprueban disposiciones
normativas tendentes claramente a eliminar los símbolos religiosos que tradicionalmente han
estado presentes en espacios y lugares públicos en España.
Algunos de estos intentos se manifiestan en mociones que se presentan en ayuntamientos,
organismos autonómicos e incluso nacionales, las cuales más que promover una laicidad sana y
positiva, lo que tratan es dar un paso más hacia un laicismo propio de épocas históricas pasadas.
Huelen a naftalina y reavivan situaciones pasadas que es preciso olvidar. Respiran una posición
atávica de resentimiento (¿odio?) hacia lo religioso-cristiano-eclesial, que, de hecho, con estas
medidas u otras semejantes se intenta hacer desaparecer o recluir al pasado o a espacios de
privacidad o de interioridad subjetiva. Se intenta distraer a la opinión pública y sembrar en ella
la mentalidad de que lo moderno, lo progresista y lo que vale es eso: el que lo religioso
desaparezca de la esfera pública y se reduzca a la esfera de lo privado. Y esa mentalidad es
equivocada. En tales mociones se ve demasiado claro que lo religioso no cuente, más aún, que
lo cristiano o eclesial no cuente, ni debiera contar.

Me resulta por lo demás curioso que cuando se cita a la Constitución española a propósito de la
libertad religiosa no se cite la mención expresa que se hace en ella a la Iglesia católica, mención
que hasta alguna persona de la comisión para la elaboración de nuestra Constitución, uno de
sus padres, nada sospechoso de confesional cristiano, la defendió. En el trasfondo hay una
confusión de no confesionalidad con laicismo, y de laicidad positiva con laicismo. Los redactores
de estas propuestas o mociones se ve con no son expertos, ni siquiera meros aprendices, en la
materia del derecho de libertad religiosa, la cual comporta mucho más que lo que tales
propuestas, intenciones o mociones le asignan a la libertad religiosa; pero que, sin embargo, sí
están cargados de ideología y de prejuicios que ciegan y desfiguran.

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