VII, SATIRA E INSTINTO DE CASTA
Exceptuados unos cuantos nombres realmente re- «
presentativos, la literatura y hasta la poesia de
Lima se han definido como satiricas pero en el
nivel comedidamente festivo. No es por azar que
este cardcter fue incorporado a los géneros y me-
nos debitlo a ignorancia de la preceptiva, como
podria parecer, que por afan de hacer de una ac-
titud tipicamente clasista el irrenunciable espiritu
de la ciudad y sus pobladores. Pero la nueva cri-
tica literaria, antecedida por el valioso esclare-
cimiento de José Carlos Maridtegui, comienza ya
a precisar, sin previos compromisos, el origen y
el sentido de aquella expresién: La sdtira es nues-
tro modo timido, menor, de practicar la critica
de costumbres (social), generalmente impedida
por un cimulo de prejuicios y tabites que proli-
feran excepcionalmente en el suelo peruano...
(José Miguel Oviedo). Sabemos bien, ademés,
por qué razones el limefio ha sido inmovilizado
con tales prejuicios y tabties, c6mo debido a éstos
se han levantado grandes idolos sacros, quiénes
han labrado dichos fetiches y Nevado sus cfigies
Slide a>al ara de la tradicién. La conspiracién colonia-
lista no habria tenido éxito’sin sus letras, ni su
prosperidad hubiese sido practicable de faltarle
el auxilio de todo un eficaz aparato universita-
rio, académico y erudito. Con Palma al centro,
como un sol, el sistema’ha funcionado hasta ahora
a Ia perfeccién: su rigor orbital fue consagrado
por el plagio sucesivo desde una primera y espesa
fuente de muletillas, Ia que hizo correr de su plu-
marada Menéndez y Pelayo. En toro al astro,
primero Caviedes, el libelista del Xvm, cual Mer-
curio calcinado por las lenguas igneas de la
estrella axial; Terralla, Larriva, los repentistas,
después, son ahi Venus minimas pero ritilas; Par-
do y, en menor grado, Segura, ambos en el ama-
necer republicano, constituyen enseguida formas
de la Tierra, y de Arona a Yerovi, por tiltimo,
circunvalan la luz pristina, a imagen de Marte,
y ya en la penumbra y el frio, miltiples planetas.
Toda la sdtira limefia opté por la burla frivola,
por el chiste rosa, y parejamente rehuyé el humor
negro y mordiente del que castiga riendo. Salvo
Caviedes y tal vez Segura —incluidos por el aca-
demismo en el cuadro, pues no se hallé pretexto
para escamotearlos—, todos los escritores de Lima
en el orden costumbrista tuvieron especial menos-
precio por Io moderno y se jactaron de su vene-
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raci6n a los tiempos idos, sus gollerias y sus ocios.
La repulsa de los nuevos usos (la Republica, el
bolivarismo, la igualdad, el criterio laico, la m4-
quina) fue contumaz y escondié un parsimonioso
antidoto contra el progreso: la moraleja conser-
vadora. Para nuestros censores result6 reprobable
cualquier liberalidad. Pardo ilustra en una co-
media (Frutos de la educacién) esta negativa a
acatar la renovacién: entre un tieso novio inglés
y la aficién a cierto movedizo baile nacional, hay
que elegir el novio inglés, porque el baile equivale
a Ia barbarie. No es, pues, la tradicién palmiana
el Gnico producto de un hondo sentimiento de
inferioridad social (José Miguel Oviedo), sino
que la literatura festiva, que s6lo concibe a la
sociedad muy jerarquizada, estanca e imperfecti-
ble, se nutre de idéntico sentimiento. Ello impli-
ca, por supuesto, la renuncia a dos dimensiones de
la potencialidad creadora: su calidad testimonial
y su instinto universal. El pais real no fue para
nuestros satiricos sino borroso back ground, ralo
tintero de color local. La humanidad que, en ver-
sos, escenas y articulos, propuso como paradigma
fue espumada de la crema aristocratica contras-
tada con el inmediato y mimético medio pelo,
jamés requerida del macizo fuerte, rico y vital
del oscuro pueblo. La inferioridad a que se alude
—m—esté dada por la supeditacién al cerrado sistema
que es su presupuesto y por la respectiva dimi-
sién del deber y el derecho a denunciar la injus-
ticia que de abf se infiere, Lo que pudo ser litera-
tura social s6lo alcanz6, por tanto, el grado de
reprimenda autoritaria. Y no fue nada.
Esa literatura comprometida con el orden ar-
bitrario, no con la libertad, no €s, como se nos ha
querido hacer creer, natural. Por el contrario,
y a redopelo, obré desde su artificio sobre la vo.
luntad de las gentes disponiéndolas a la risuefia
consideracién de todo lo que encarnaba vivas es-
peranzas. Tuvimos patria y repiblica en solfa
(Rail Porras Barrenechea) porque anteladamen-
te ambas fueron repiblica y patria caricaturi-
zadas por la sdtira. Claro que la ironfa siempre
fue limitada y la risa nunca estallé en franca,
iconoclasta carcajada. Asi nacié la lisura. Porque,
équé es en esencia la lisura limefia? No la inter.
jeccién airada, ni la palabrota rotunda, ni la es:
cabrosa exclamacién, ni el esperpento deforme,
sino todo lo contrario, tanto que la habitual blas-
femia espafiola resulta un crimen si se la compara
con esa maliciosa hechura del desahogo humoral
que punza como el florete y que, sin embargo,
formalmente, no acusa herida ni entrafia ataque
a cara limpia. Imposible definirla si no es descri-
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biéndola: Es un modo de decir chispeante y lige-
10, que no alcanza nunca a ser pesado y malévolo,
y que en las mismas lesiones que causa burla bur-
lando pone, al mismo tiempo, el bdlsamo que
palia y cicatriza (Max. Radiguet). En sintesis,
cura en salud y se contradice, pues golpea y aca-
ricia, agravia y se excusa, afrenta y se rectifica.
La etimologia del término es obvia: frescura, lla-
neza, desenvoltura, desvergiienza, desacato, aten-
tado (Juan de Arona), ya que alude a la super-
ficie lisa, merced a la cual es posible tocar el
orgullo, la soberbia o la endeblez moral ajenos
sin desgarrar sino lo e¢strictamente indispensable.
De lisuras esté hecho el lenguaje cotidiano del
limefio —y principalmente de la limefia, segtin
est aceptado—, y como lisura se ejerce por los
moralistas la condena de las malas costumbres.
Ninguna cultura —cultura es ya se sabe, dindmi-
ca interaccién de afirmaciones y negaciones—
puede erigirse sobre un semejante terreno de con-
descendencias, en el que como una sola ‘floracién
brotan el repudio polémico, el remoquete animad-
verso, la respetuosa divergencia, la respuesta co-
queta, el odio condenatorio, toda diferencia gran-
de o pequefia entre personas o bandos. Decidir
que tal es el natural modo limefio de ser con-
trincante es, a primera vista, fundar una deseable
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