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Los Inrockuptibles

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Nov 21, 2017

Gabriela Cabezón Cámara retoma el Martín


Fierro en clave feminista
Las aventuras de la China Iron, su nueva novela, es un libro de
aprendizaje y descubrimiento entre mujeres a partir de la
exploración del desierto y el deseo.
Por Malena Rey

Que el ​Martín Fierro es un clásico ya lo sabemos. Y que funciona como fuente inagotable de nuevas
historias en la literatura argentina es algo que se confirma cada vez que alguien lo retoma para tergiversarlo.
Es que la estatura del clásico se juega ahí, en el hecho de poder plantar nuevos comienzos aquí y allá que
remiten a esa obra magna pero que también la hacen estallar en mil pedazos, diseminándola en un presente
que dista mucho del de su tiempo de escritura. ​El gaucho Martín Fierro se publicó en 1872 y ​La vuelta del
gaucho Martín Fierro en 1879. ¿Cómo se lo revisita hoy, en 2017, cuando el estereotipo del macho-gaucho
que presentaba Hernández ya se modificó tanto?

Antes de entrar en los pormenores de la genial novela de ​Cabezón Cámara​​, hay que decir que ​Borges fue
el primero en reparar con originalidad en los personajes secundarios de este clásico, al escribir el famoso
cuento ​“Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829–1874)”​​, dotando al amigo de Fierro de un nombre
completo y de una vida propia, por fuera del tiempo que pasaba con el gaucho. Con otros procedimientos,
más experimentales, ​Pablo Katchadjian también desbarató las famosas sextinas hernandarias al componer
El Martín Fierro ordenado alfabéticamente​, donde, como su nombre lo indica, podían leerse
aleatoriamente los versos del poema nacional y reparar en combinaciones mucho más inesperadas que la
línea argumental del gaucho desertor que se va a las tolderías y que vuelve años después más “educado”.
Martín Kohan fue un poco más allá, y en su notable cuento ​“El amor”​​, publicado en ​Cuerpo a tierra​,
imaginó que la relación de estrecha amistad y fidelidad entre Fierro y Cruz tenía un fundamento íntimo más
profundo: escribió Kohan los pormenores de las relaciones carnales homosexuales entre dos gauchos libres y
bien plantados.

¿Cuál es el punto de partida de ​Las aventuras de la China Iron​? Justamente, el personaje innominado por
Hernández de “la China”, la “mujer” de Fierro, madre de sus dos hijos, quien es abandonada al final de “la
Ida”, cuando Fierro es reclutado por la leva. Esa china a la que Fierro había ganado jugando al truco aquí
toma la palabra para autodeterminarse, y en una transformación tan paulatina como rotunda decide irse ella
también y dejar el pasado atrás. “Saber cómo habla un personaje es saber quién es. Descubrir una
entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino”, tenía Borges como una de sus
máximas. Y ese tono, esa sintaxis, un regodeo juguetón y exuberante para describir todo lo nuevo que hay
ante sus ojos, es trabajado con grandes resultados por Cabezón Cámara como si viéramos a través de la
mirada deslumbrada de esta China. Ella en la novela tiene, claro, un nombre propio –Josefina Iron– y una
gran aventura, digna de road movie: se suma junto a su amado perro Estreya a la travesía que emprende Liz,
una inglesa con muchísimos modales y conocimiento del mundo, para buscar a su marido y recuperar unas
tierras que les pertenecen. Dos mujeres libres en el camino, atravesando el desierto que no está hecho solo
de tierra: la prosa de Cabezón Cámara exotiza todos los objetos, animales y plantas sobre las que se posa.
Las piedras, las tormentas, las vacas, las ropas, cualquier excusa es buena para que las cosas adquieran
dimensiones literarias con un extrañamiento muy locuaz. “​Escribir esta novela fue entrar en una especie de
dimensión nueva. Fue intentar contar la luz –porque la luz es el paisaje de la pampa–, contar el amor no
solo a las personas sino a todo –los animales, la tierra–, pensar dentro de mis modestas posibilidades una
utopía chiquita. Crear un punto de vista como de criatura, esa cosa medio imposible de contar el mundo
desde un recién nacido: la China no conoce nada cuando empieza la novela, a sus ojos todo es
descubrimiento feliz y deslumbrado. Traté de ponerme en ese lugar mientras escribía y de crearle una
música a la prosa que, por decirlo de algún modo, cantara ese deslumbramiento, esa mirada maravillada​”,
dice la autora.

El hallazgo de este libro –que puede leerse como una novela de aprendizaje entre mujeres empoderadas–
está justamente en la serie de trasformaciones de la China, en distintos planos: ella es la que invierte su
estado (“no sabía que podía andar suelta”), y cambia el duelo de la partida de Fierro por la algarabía de
libertad. También se saca la tierra de encima y alterna en la carreta entre el vestuario de señorita y el de
mozo, haciéndose pasar por un jovencito cada vez que las circunstancias así lo requieran (en esa época más
valía disimular). Hay incluso una serie de aprendizajes lingüísticos en el intercambio con Liz: la inglesa le
enseña en inglés y ella va asimilándolo todo con su imperfecto castellano –el “tenquiu”, el “darling”, el
reemplazo del aguardiente por el whisky, y el genial deslizamiento entre el “ponche” que prepara Liz y el
“poncho” de los gauchos: una verdadera orgía llamada aquí “ponchada”–. Está también, tratado con
naturalidad, el despertar del deseo y la atracción entre mujeres contado con una potencia genuina,
desbordante. La China disfruta por primera vez del sexo, cosa que no le sucedía con el macho Fierro.

Dividida en tres partes (​“El Desierto”​​, ​“El Fortín” y ​“Tierra adentro”​​) y con breves capítulos con títulos
que podrían leerse en continuado, como si se tratara de un extenso poema (leer el índice del libro como si
fuera un poema tiene hermosos resultados), ​Las aventuras de la China Iron también se permite ironizar con
la figura casi intocable de Hernández, que en la novela es un estanciero borracho que reconoce haber escrito
un libro famoso robándole parlamentos a un gaucho que sabía cantar y contar… ¿Y los indios? Allí están,
con sus propios rituales salvajes y alucinógenos, para proponer otro aprendizaje, mucho más experimental
que el de las taperas y las estancias.

“​Releer el Martín Fierro es darle una vuelta a la historia argentina, también. Ahí donde el mundo es macho
y derrota aplastante –porque es la historia de cómo el Estado rompe a un hombre–, escribir esta novela fue
jugar con otra instancia, crear un espacio de libertad y de amor y de alegría y de no-derrota. Fue jugar a
una patria no asentada en el latifundio extractivista, una patria menos criminal. Una con la libertad y la
alegría de sus sujetos como factor de peso”​ , dice Cabezón Cámara. Y es una sensación de libertad y
algarabía la que pervive una vez que terminamos el libro, un disfrute literario por esta aventura
transformadora y fresca. Qué distinto hubiera sido todo si al Martín Fierro lo escribía una mujer, ¿no?

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