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GUIÓN

(Aparece un libro, con el título original de la obra, que se abre lentamente)


VOZ EN OFF: La naturaleza, madre de todo, no ha engendrado nada que no
esté en permanente lucha y contienda, escribió el gran sabio Petrarca. Y
no será está obra quién escape a la norma, pues son ya muchos
quienes han peleado con ella; los pequeños rompen sus páginas, los
niños no la saben leer bien, y muchos otros se conformarán en roer el
esqueleto de la historia, sin apreciar los muchos consejos que contiene,
y los que, ocultos entre pasajes filosóficos y otros graciosos, pueden
ser de utilidad a quien sepa aceptarlos. Otros, simplemente, le darán un
uso menos noble en sustitución de otro papel de finalidad menos
decorosa.
ESCENA I:
(Se hace un zoom al interior del libro, y la primera página se convierte en el plano
de un huerto)
(Plano: general del huerto. Entra volando un halcón, que se para en el suelo, y
desaparece fuera del plano, que se centra en Melibea. Melibea, distraída, lee un
libro. Entra Calisto.)
(Plano de la cara de Calisto, quién queda hechizado por la belleza de Melibea)
CALISTO: Alabado sea Dios
MELIBEA: (dejando aparte el libro) ¿Por qué decís eso, noble caballero?
CALISTO: Porque al ver vuestra hermosura, el Señor me llena con su calor y su
espíritu, que lucha por escapar de mi cuerpo.
Pero si me otorgáis el don de saber vuestro nombre, creo que podré
apaciguarlo.
MELIBEA: Melibea es mi nombre, y tal vez no sea éste el único don que os
entregue, caballero (sonríe)
CALISTO: (alborotado)¡La madre que me…!
quiero decir… ¡Oh, dichosas mis orejas que han escuchado tan gran palabra!
No soy digno de ese gran don, pero lo aceptaré de buen grado (se acerca a
ella)
MELIBEA: (furiosa, lo aparta) ¡Aléjate de mí, lascivo!
No puedo tolerar que tus sucios pensamientos echen a perder mi virtud.
¡Lárgate de aquí ahora mismo, o llamaré a mis sirvientes, y esparcirán por el
suelo la sangre que tan mal repartida tienes!
CALISTO: (alejándose) ¡Oh, fortuna, por que sois tan cruel con tu desgraciado
sirviente!
¡Ahora me iré, pero dejando en este sagrado lugar mi alma y mi voluntad!
MELIBEA: ¡Largo!
ESCENA II:
(Plano: la habitación de Calisto. Calisto, en la cama, se lamenta por el mal de
amores que sufre. Sempronio, junto a él, sentado en una silla, afina el laúd )
CALISTO: (mirando al techo) Deja que te hable de ella, Sempronio.
Sus cabellos son como el oro, fino y delicado, cómo tejido por ángeles
(Plano: Sempronio gesticula, burlón, ante el discurso de su amo)
Sus ojos son como dos esmeraldas, verdes y rasgados, las pestañas largas,
la nariz menuda, los labios, finos y delicados, su piel blanca y perfecta, y su
cuerpo, ¡Oh, qué cuerpo! De figura esbelta, pechos redondos y pequeños, y
no quiero imaginarme lo que ocultan sus hermosas ropas.
SEMPRONIO: (Mientras afina el laúd) Complicado es el mal que padecéis, pero
no creáis que sois el único.
Más de uno ya ha caído en la trampa de esas engañosas criaturas a las que
llaman mujeres.
CALISTO: (enfadado)¿Mujer? ¿De qué hablas, desgraciado? Melibea no es una
mujer. Es dios, ¿me oyes? ¡Dios!
SEMPRONIO (aparte): De nada sirve hacerlo razonar. Mi amo está loco
CALISTO: ¿Que hablas, traidor?
SEMPRONIO: Digo que no hay mejor remedio contra el mal de amores que un
buen romance.
CALISTO: Tus intentos son en vano; mi mal no tiene remedio.
Pero toca de todos modos.
SEMPRONIO (tañendo el laúd, se aclara la garganta)
POEMA

CALISTO: bello romance es, sin duda, pero no consigue aplacar la pena que me
corroe
SEMPRONIO: Creo que tengo la solución a tu problema, mi señor
CALISTO: (incorporándose) ¡Pues dila, bellaco! Dila si no quieres verme muerto
SEMPRONIO: hace tiempo que conozco a una vieja barbuda que se llama
Celestina. Es hechicera, astuta y experta en toda clase de maldades. Creo
que son más de cinco mil los virgos que se han hecho y deshecho en esta
ciudad bajo su influencia. Sería capaz de provocar a una dura peña, y
hacerla arder de lujuria.
CALISTO: ¿Podría hablar con ella?
SEMPRONIO: Si eso es lo que deseáis, iré a buscarla. Mientras tanto, arreglaos
para recibirla, pues del tiempo que hace que no os limpiáis, recordáis por el
olor a nuestra reina Isabel.
(sale Sempronio de la sala)

(Plano: Calisto , de pie en su habitación, llama a Pármeno para que le ayude a


vestirse)

CALISTO: Pármeno, holgazán, ven aquí y ayúdame a vestirme.


(Entra Pármeno)
PÁRMENO: ¿Esperáis visita, mi señor?
CALISTO: No te hagas el loco, ruin, pues de sobras sé que escuchabas tras la
puerta lo que yo hablaba con Sempronio.
PÁRMENO: Me ofendéis con vuestra acusación, mi señor. Sucia estaba la puerta,
y tan solo cumplía con mi obligación de limpiarla. De todos modos, creo que
debería advertiros sobre esa Celestina, pues yo estuve varios años a su
servicio, y sé bien cuáles son sus artes.

(Mientras Pármeno habla, aparece un plano de celestina zurciendo un virgo. Llega


Sempronio, habla con ella, y después se van juntos, dejando a la joven a
medio coser )

PÁRMENO: No son pocos sus oficios. Era costurera, hacía perfumes, era maestra
de fabricar afeites y de reparar virgos, alcahueta y a ratos hechicera. Aunque
el primero era la tapadera de los otros, ya que las doncellas acudían a su
casa, según decía, para aprender a bordar, y allí las encomendaba a frailes,
estudiantes, despenseros, y todo el que lo requería. No deberíais fiaros de
esa puta vieja.
CALISTO: (enfadado) No hables así de quien me traerá la salvación.
PÁRMENO: No os alborotéis, pues para ella eso es un halago. Si va entre cien
mujeres y alguien grita: ¡puta vieja!, ella se girará sonriente. Por la calle, los
perros se le encaran y le ladran: ¡Puta vieja!.
¡Puta vieja! Le dicen los pájaros al cantar. Incluso los martillos de los
herreros repican con ésta palabras si pasa entre ellos.
(suenan golpes en la puerta)
CALISTO: Debe de ser Sempronio, acompañado de la noble señora. Pármeno, no
sirves ni para abrir puertas, ¡corre a recibirlos!

(Plano: En la entrada de casa de Calisto. Entra Sempronio acompañado de


Celestina, y Calisto se arrodilla ante ella, y le besa la mano con devoción)
CALISTO: Oh, noble señora, mi humilde casa no es digna de recibir a vuestra
majestad. Si por agradaros fuera, con mis propias manos derribaría éste
corral (Plano: Celestina se hurga el oído) para construir un palacio digno de
quien me va a traer tantas alegrías y gozos.
CELESTINA: Mi señor Calisto. Como veo que vuestro mal es grande, y os priva de
vuestra razón, cumpliré veloz con mi cometido para llevaros junto a vuestra
amada Marina
SEMPRONIO: (Al oído de Celestina): Melibea.
CELESTINA: Eso, Melibea. Ya no sufráis más, pues os tengo en gran estima, y
resolveré éste asunto en menos que se rompe un voto de castidad.
Pero temo no poder hacerlo, si no cuento con suficientes medios, pues soy
vieja y pobre, y me veo en la más absoluta miseria. ¡Oh, que pobre soy!¡Que
miserable!
CALISTO: (levantándose) Oh, mi señora, no creáis que os ofrezco solo halagos,
en lugar de un regalo. Buscaré un presente digno de vuestra noble cuna, y
vuestra virtud.
(Calisto se va un momento. Celestina se esconde objetos entre las faldas. Calisto
regresa)
CALISTO: Aquí tenéis, cien monedas de oro en pago por vuestro servicio.
Ahora id, madre, con Melibea, pues mi esperanza y mi felicidad dependen de
ello.
(Celestina mira sonriente la bolsa de dinero ante sus ojos)

ESCENA : III

(Plano: puerta de casa de Calisto. Celestina y Sempronio salen, y hablan en voz


baja )
SEMPRONIO: ¿Qué te ha dado?
CELESTINA: Cien monedas
SEMPRONIO: Y más que nos dará si sabemos tratarlo. Pero temo que el torpe de
Pármeno eche a rodar todo nuestro plan
CELESTINA: Tranquilo, tú déjamelo a mí, que yo haré de él uno de los nuestros.
Hace tiempo que va tras Areúsa, la prima de tu Elicia.
Si se la consigo, vendrá manso a comer de mi mano
SEMPRONIO: Espero que así sea, pues temo que no podamos sacarle a mi amo
todo el provecho que deseamos con él en nuestra contra
CELESTINA: Déjale esto a la vieja Celestina, que los mozos, por muy leales que
sean, no dejan de ser mozos. Y ahora vamos para mi casa, que Elicia
preguntaba por ti.
SEMPRONIO: No me lo digas dos veces. Ardo en deseos de verla

ESCENA IV:
CELESTINA: (mirando a Melibea)¡Ay, hija mía, que Dios te guarde esas manos
jóvenes y delicadas por muchos años! Mira si no las mías, arrugadas y llenas
de manchas. Oh, que cruel vejez, Oh, quien fuera de nuevo joven para gozar
de los placeres.
MELIBEA: (dejando el telar aparte) Veo que seguís tan alegre como siempre,
madre. Mandaré a mi criada para que os pague, y podréis volver a casa,
pues seguramente, aún no habréis comido.
CELESTINA: Temo que tendré que esperar un tiempo más, pues primero debo
confesarte la verdadera causa de mi venida.
MELIBEA: decidme en que puedo ayudaros, y lo haré.
CELESTINA: ¿Ayudarme a mí? Oh, que amable y hermosa eres, pero no es para
mí para quien necesito tu caridad, sino para un caballero que está sufriendo
lo insufrible, que de tan afectado como está por su dolor, no come ni duerme.
MELIBEA: Decidme quien es, y si tan grande es su mal, haré todo lo que pueda
por ayudarle.
CELESTINA: su nombre es Calisto
MELIBEA: (enfadada) ¿Calisto? No pronuncies el nombre de ese loco
saltaparedes en mi presencia. ¿Así que por eso vienes, no, vieja barbuda
desvergonzada? Oh, maldito el día en que te recibo, para ser tentada por tus
lujuriosas proposiciones. Para curar el mal que dices que padece no tengo yo
nada que pueda darle, que no se lo pueda dar un baño con agua fría.
CELESTINA: Tranquilizaos, mi señora, pues no me habéis dejado acabar. No es el
que pensáis el mal que padece mi amo. Hace días que lo aqueja un fuerte
dolor de muelas, y ha oído que vos sabéis una oración a san Patrás contra
dicho dolor, además de que poseéis un cordón que ha tocado todas las
reliquias que hay en Roma. Por eso, y no por otra cosa, he venido a vuestra
casa.
MELIBEA: (tranquilizándose): Si eso es lo que querías, ¿Por qué no has
empezado diciéndome eso? Tantas malas palabras he oído sobre tus artes,
que no se si creer que tan solo vienes buscando una oración
CELESTINA: A por eso vengo, y no a por otra cosa.
MELIBEA: Pues si es así, (levantándose) aquí tienes el cordón (se desabrocha el
cordón, y se lo da), pero a por la oración deberás volver mañana, pues ya es
tarde, y todavía debo escribirla.
CELESTINA: vendré con gusto, pero ahora debo marchar junto a mi señor, para
tratar de aliviar su mal.
MELIBEA: Por favor, id rápido junto a él y aliviadlo. (La voz de Melibea se agita de
emoción) Y traedme noticias sobre tan noble y desdichado caballero. Pues si
mi condición de doncella no me lo impidiera, yo misma iría junto a él para
sanarlo.
CELESTINA: (sonriendo para sí) así lo haré mi señora. Quedad con Dios.
(Celestina sale lentamente de la habitación)

ESCENA V:
(Plano: puerta de casa de Calisto. Llega Celestina, y Sempronio la estaba
esperando)
SEMPRONIO: ¿Qué nuevas traes de nuestro negocio?
CELESTINA: ¿Acaso eres tu el que me pagas? Los detalles del negocio los
guardo para tu amo.
(suben a casa de Calisto)
CALISTO: Oh, mi buena madre, ¿Qué nuevas me traes de la casa de aquella a
quien tanto amo?
CELESTINA: Ay, Calisto, mi señor. Poco ha faltado para que estas pobres y sucias
ropas me impidieran llegar hasta mi destino, pero al final he llegado, a pesar
de que también mis pies estaban torturados por mis gamuzas sin suela.
SEMPRONIO: (aparte, a Pármeno) ¡pero será interesada, la vieja!¡Pues no viene
lamentándose, para despertar la compasión de nuestro amo.
PÁRMENO. (aparte) Y el loco de nuestro señor le seguirá el juego, ya verás.
CALISTO: ¿Qué has averiguado, madre? Ardo en deseos de saberlo.
CELESTINA: Ay, hijo, hace mucho que lo poco y mal que como me han hecho
estragos en el oído y la vista, pero he logrado hablar con Melibea.
CALISTO: Oh, bendita suerte la tuya, que has gozado de la compañía de tan
elevado ser.
SEMPRONIO: (aparte) Fíjate en cómo desvaría, Pármeno, y dime si nuestro amo
no está loco.
CALISTO: Calla, desgraciado. Dejad de murmurar a mis espaldas. (A Celestina):
¿Qué hablaste con ella, madre.
CELESTINA: me llamó barbuda, bruja, alcahueta y mil cosas más en cuanto
mencioné tu nombre, y estuvo a punto de despedirme sin más miramientos.
Pero conseguí convencerla de que el mal que sufrías era un dolor de muelas,
y accedió mansa a mis peticiones.
CALISTO: (Impaciente) ¿Qué conseguiste, madre, cuáles eran tus peticiones?
CELESTINA: Conseguí el cordón que ciñe su cuerpo, y la promesa de una oración
a san Patrás, que debo recoger mañana.
CALISTO: Oh, madre, os ruego que me dejéis ver tan alto tesoro
CELESTINA: ¿No deberíais, antes, agradecerme mis servicios?
PÁRMENO: (Aparte) ¡Pero será avariciosa!
CALISTO: Pármeno, calla tu sucia boca, y corre a decirle al sastre que haga una
falda y un manto del mejor paño flamenco que encuentre
SEMPRONIO: (Aparte enfadado) ¡Un manto! Difícilmente vamos a poder hacer
parte de eso.
CELESTINA: Aquí tenéis, mi señor, el cordón
(le entrega el cordón. Calisto lo coge con ansia, y lo huele)
CALISTO: Oh, que afortunado soy de poder contemplar tan bello objeto. Oh, que
noble cintura has ceñido, (se aleja poco a poco, sin dejar de mirar el cordón)
que dulce cuerpo has ocultado, que escondidos lugares has conocido, que
hermosos secretos has contemplado. (A Pármeno, sin dejar de mirar el
cordón): Pármeno, acompaña a la madre a su casa, que yo voy a estar
ocupado durante un largo tiempo. (Calisto sale de la escena)

ESCENA VI:
(Plano: Celestina y Pármeno en la puerta de casa de Areúsa, de noche)
CELESTINA: Ay, Pármeno, yo que te tenía por un hijo, y tu me lo pagas
conspirando con tu amo contra tu pobre madre y tu fiel amigo Sempronio
PÁRMENO: ¿Sempronio? Pero si es un bellaco, y un saltarribazos. No sé en qué
me conviene estar en paz con él
CELESTINA: Él te tiene en gran estima. Además, es amigo de Elicia, quien a su
vez es prima de Areúsa. Te conviene ser su amigo.
PÁRMENO: (emocionado): de Areúsa?
CELESTINA: de Areúsa
PÁRMENO: ¿La hija de Eliso?
CELESTINA: La hija de Eliso
PÁRMENO: ¿Es verdad?
CELESTINA: Es verdad. Y es verdad también que ésta es su casa. Ahora
subamos en silencio, no sea que nos oigan los vecinos
(suben. Areúsa está en la cama)
AREÚSA: ¿Quien es, a estas horas de la noche?
CELESTINA: Soy yo, Celestina la que no te trae otra cosa que bienes
AREÚSA: (Incorporándose) Madre, que hacéis aquí a éstas horas? Ya me estaba
acostando. Espera, que iré a vestirme.
CELESTINA (acercándose) No, no, tranquila, tu quédate debajo de las sábanas,
que desde allí hablaremos.
AREÚSA: (se mete bajo las sábanas) Pues la verdad es que lo necesito, pues hoy
me he sentido mal todo el día.
CELESTINA: ¡Ay, cómo huele toda la ropa al moverte! Siempre me ha gustado tu
limpieza, y tus vestidos, y todo lo que haces. ¡Qué fresca y lozana estás!¡Y
qué sábanas, qué colchas, y qué almohadas!¡Qué blancura! Déjame mirarte
toda a mis anchas, que disfruto sólo de verte.
AREÚSA: ¡Quieta, madre, no me toques, que me haces cosquillas y me haces
reír, y la risa me da más dolor!
CELESTINA: ¿Qué dolor, mis amores?
AREÚSA: Hace cuatro horas que me duele la matriz. Se me ha subido a los
pechos, y me va a matar.
CELESTINA: A ver, deja que te palpe, que algo sé yo de éste mal.
AREÚSA. Me duele más arriba, sobre el estómago.
CELESTINA: ¡Dios te bendiga!¡Y qué gorda y fresca estás!¡Qué pechos!¡Que
hermosa!¡Quien fuera hombre y pudiera gozar de semejante vista!
AREÚSA: No me hables de hombres, y dame algún remedio para mi mal.
CELESTINA: Para devolver la matriz a su lugar hay un remedio que es mejor que
cualquier medicina.
AREÚSA: ¿Y cuál es ese, madre?
CELESTINA: No se si decírtelo, pues te me haces tan santa…
AREÚSA: ¿Me ves sufrir, y no mitigáis mi dolor?
(primer plano de la cara de Celestina, que sonríe con malicia y complicidad)
(Plano: Pármeno espera en la puerta de la habitación)
CELESTINA: Pármeno, hijo, entra.
(Pármeno entra en el cuarto. Primer plano de la cara de Pármeno, muy
sorprendido)
PÁRMENO: La madre que me….(va corriendo hacia ella, desabrochándose los
pantalones)
ESCENA VII
(Plano: Pármeno y Areúsa en la cama. Pármeno se despierta y se levanta)
AREÚSA: ¿Qué hacéis levantado?
PÁRMENO: Ya ha amanecido, y mi señor me debe estar esperando
AREÚSA: Quédate aquí, y sigamos hablando de mi dolor
PÁRMENO: Disculpadme, mi señora, si no es suficiente con lo que hemos
hablado ya, pero mi deber me requiere (Pármeno se va)

(Plano: puerta de casa de Celestina. Sempronio aguarda en la puerta. Llega


Pármeno, abrochándose los pantalones)
SEMPRONIO: ¿De dónde vienes, amigo, o mejor dicho, que estabas haciendo?
Te veo muy acalorado.
PÁRMENO: Sempronio, en momentos cómo este es en los que uno goza de un
compadre a quien contarle sus aventuras.
SEMPRONIO: Tu y yo lo somos, ¿O es que tanto tiempo al servicio del mismo
amo no han creado en nosotros lazos de amistad?
PÁRMENO: Ahora veo con claridad que sí. Y puesto que somos amigos, creo que
puedo contarte los pormenores de mi encuentro de anoche con Areúsa, a
quien he citado en ésta casa para comer.
SEMPRONIO: Ay, mozuelo, mozuelo. (le pone una mano en el hombro) ¡Por fin
descubres los placeres del bello sexo! Si ya lo decía Aristóteles: “Más vale
conejo en mano, que ciento pagando”. y he dejado a nuestro amo en misa,
seguramente expiando los pecados cometidos con el cordón de Melibea, y
también he dejado su despensa algo más vacía qué de costumbre (le
muestra el saco que lleva)
PÁRMENO: Gran noticia es esa. Entremos pues, con esta gente que realmente
nos aprecia y nos hace el bien.
(Entran en casa de Celestina y la vieja sale a recibirlos)
CELESTINA: ¡Oh, mira quién está aquí! ¡Pasad, pasad, querida hija! Areúsa,
bajad, boba, que me violan!

AREÚSA: (entrando en la sala, con Areúsa)¡A buenas horas llegan! Estoy


esperando desde hace tres horas. Seguro que ha sido el perezoso de
Sempronio, que se retrasa porque no quiere verme.
SEMPRONIO: Calla, calla, y sentémonos a comer, sin enojo.
AREUSA: Eso, para comer si que te das prisa, sobre todo si está la mesa ya
puesta.
SEMPRONIO: (Dándole la bolsa a Pármeno) Pármeno, dale a la madre los
obsequios que le hemos traído., que yo voy a sentarme a la mesa con esta
señorita.(salen del plano Sempronio y Elicia)
(Plano: todos alrededor de la mesa. Entra Celestina con una bandeja)
CELESTINA: eso, eso, sentaos en orden, cada uno con su pareja, que yo me
sentaré junto al vino, que en las noches de invierno no hay mejor calentador
de cama.
SEMPRONIO: A todos nos gusta el vino, madre Celestina. Acércalo, acércalo, y
brindaremos por los amores del loco de Calisto con la hermosa y gentil
Melibea.
AREUSA: (se levanta de la mesa y le lanza agua a la cara de Sempronio,
enfadada) ¿Gentil? ¿Melibea? ¡Melibea será gentil cuando tengamos veinte
dedos en las manos! ¡Conozco mozos de cuadras que son más gentiles que
ella! Yo también os parecería gentil si me echara encima la paleta de un
pintor, cómo hace ella. ¡Si cogierais un puerco y le pusierais todos los
adornos que trae Melibea, el cerdo también os parecería gentil!
Y para ser doncella, tiene unas tetas como calabazas, igual que si hubiera
parido tres veces. Y seguro que tiene el vientre tan flojo como una vieja de
cincuenta años.
SEMPRONIO: Pero Melibea es noble, como Calisto. No es de extrañar que la
ame.
AREUSA: (todavía levantada)¿tengo que comer con este desgraciado, que ha
defendido en mis narices que esa zorra de Melibea es más gentil que yo?
SEMPRONIO: (ríe)
AREÚSA: ¿De qué te ríes, desgraciado? ¡Mal cáncer te devore la boca!
CELESTINA: No le contestes, hijo, o no terminaremos en todo el día. Terminemos
de comer, y luego id a hacer lo que todos estáis deseando. Gozad de vuestra
fresca mocead antes de que sea tarde y os arrepintáis, que yo disfruto sólo
con miraros, en compañía de mi amigo el vino.
(Sempronio indica a Elicia hacia la puerta, y salen de la habitación. Areúsa y
Pármeno hacen lo mismo. Se oyen ruidos y risas)
CELESTINA: Eso, besaos y abrazaos, putillos. ¡Y cómo os reís!¡Venga, a disfrutar,
loquillos traviesos!

PARMENO: ¡Celestina! ¿Hay alguien en casa?


CELESTINA: O el oído me engaña, o esa es PARMENO. Que entre, y que disfrute
de lo nuestro, que por estar de criado, no puede disfrutar de su juventud.
(Elicia y Areúsa vuelven al plano y se sientan junto a Celestina.)
AREÚSA: tienes razón, madre. Para las criadas no hay placer, y menos con las
amas que ahora se llevan. ¿Cómo fregaste esa sartén, guarra? ¿Adónde
vas, tiñosa?
(Entra Lucrecia. Las dos prostitutas van hacia ella, y la agarran por detrás, pero
ella se escapa, y va hacia Celestina)
CELESTINA: ¡Lucrecia! Vaya sorpresa. Entra, hija, entra, no hagas caso a esas
locas. ¿Qué es lo que desas?
(Pármeno y Sempronio salen de la sala. Antes de salir, le hacen gestos obscenos
a Lucrecia)
PARMENO:(acalorada) Ma… Madre Celestina. Mi ama me envía a folla… a
buscaros para que la jo… la ayudéis pues está goza… sufriendo de amor por
Calisto. (se gira, de golpe, hacia Celestina) Sí, eso es.
CELESTINA: (Para sí) Ya sabía yo que mis palabras harían mella en la inocente
Melibea. Le veo buen futuro a éste asunto. Alégrate, vieja Celestina, pues
sacarás más de éste pleito que de quince virgos que renovaras.

ESCENA VIII
(Plano: en casa de Melibea, ésta habla consigo misma, lamentándose de la
tardanza de Celestina)
MELIBEA: ¿Por qué tardará tanto Celestina? ¿No hubiera sido mejor acceder ayer
a la petición de la madre? ¿No será ya tarde para mí? ¡Oh, género femenino,
incomprendido y frágil!¿Por qué no pueden las mujeres revelar su ardiente
amor, cómo los varones?
(entra Celestina)
MELIBEA: (yendo hacia ella) ¡Bienvenida seas, vieja sabia y honrada, pues ahora
soy yo quién necesita de tu ayuda!
CELESTINA: Habla, hija, ¿Cuál es el mal que te atormenta?
MELIBEA: Unas serpientes me muerden el corazón.
CELESTINA: (Para sí) El corazón y lo que yo te diré, es lo que te muerden.(a
Melibea) Tranquila, hija mía, pues tengo el remedio para el mal que sufres.
(Plano: Melibea de frente. Celestina se acerca por detrás, y le habla)
MELIBEA: dímelo, por favor, pues este mal no me deja vivir
CELESTINA: Tranquila, hija mí. Primero hay que saber dónde está ése dolor, y por
qué se ocasionó

MELIBEA: Me duele el corazón, en la parte izquierda del pecho. Y lo sufro desde


que viniste a pedirme el corazón para aquél caballero
CELESTINA: Creo, hija mía, que ya sé cual es el nombre de vuestro remedio.
MELIBEA: ¿Cuál?
CELESTINA: No me atrevo a decirlo
MELIBEA: Di, no temas
CELESTINA: Calisto
MELIBEA: Pero es imposible que pueda llegar hasta él
CELESTINA: Nada es imposible, si se quiere hacer
MELIBEA: ¿Cómo?
CELESTINA: Por entre las puertas de tu casa
MELIBEA: ¿Cuándo?
CELESTINA: Ésta misma noche.
MELIBEA: Di a que hora
CELESTINA: A las doce
MELIBEA: Pues ve, leal amiga, y tráeme a aquél que me hace sufrir.

ESCENA IX:
(Plano: Calisto en el interior de una iglesia. Se le acerca Sempronio)
SEMPRONIO: (susurrando) señor, lleváis aquí desde mediodía, y ya ha
anochecido. Vuestra estancia va a dar de hablar, y dirán que el cura te está
haciendo lo que a los monaguillos desprevenidos. Salgamos, y busquemos a
Celestina, que creo que os trae buenas nuevas.
(Salen de la iglesia. En la calle está Celestina. Calisto se arrodilla ante ella)
CALISTO: Oh, joya del mundo, socorro de mis pasiones, ¿Qué noticias me traes,
que te veo tan alegre?
CELESTINA: buenas son las noticias que te traigo, mi señor, y muy buenas las
palabras que traigo de Melibea para vos.
CALISTO: ¿Tan buenas son?
CELESTINA: Realmente buenas. Melibea te ama y desea verte. He acordado con
ella que os veréis esta noche, en la puerta de su casa.
CALISTO: Oh, Señor, que iluminas con tu luz a éste humilde siervo. No soy digno
de tan elevado honor. ¿es cierto esto que me dices?
CELESTINA: Cierto cómo que estoy yo aquí
CALISTO: Oh, madre Celestina. Cuánto bien me habéis traído. Olvídate del
manto, y la falda, y ten ésta cadenilla para tu noble cuello ( se quita la
cadena, y se la da).
SEMPRONIO: (Aparte, a Pármeno) Cadenilla, la llama, el desgraciado. ¡Con lo
que cuesta esa cadena como yo durante cinco años!

PÁRMENO: (Aparte) Difícilmente vamos a poder repartirnos la cadena, a no ser


que nos repartamos los eslabones.
CALISTO: Callad, desgraciados, y no oscurezcáis mi dicha con vuestras
traiciones. Contadme, madre, vuestro encuentro con mi señora.
SEMPRONIO: (Aparte) Creo, amigo Pármeno que ésta noche no vamos a poder ir
de nuevo a casa de Celestina. Nos espera una velada interminable.
ESCENA X:
(Plano: exterior de la casa de Melibea. Llegan Pármeno, Sempronio y Calisto.
Calisto va hacia la puerta, y sus criados se quedan de guardia.)
SEMPRONIO: Allá va nuestro amo, y nos deja a nosotros aquí plantados. No sé
tu, amigo Pármeno, pero yo, al más mínimo ruido, tomo las de Villadiego.
PÁRMENO: Tu lo has dicho, compañero. No pienso jugarme la piel por el loco de
nuestro amo.
(Calisto pega el oído a la puerta, y llama)
CALISTO: Mi señora, ¿estáis ahí?
MELIBEA. ( a Lucrecia): es él. (a Calisto) Estoy aquí, mi señor.
CALISTO: El dulce sonido de vuestra voz me certifica que sois mi señora Melibea.
Oh, dichosos mis oídos que escuchan tan dulce melodía.
MELIBEA: La osadía de tus palabras y las de tu sierva Celestina me han llevado a
hablaros, pero os advierto que de mí no conseguiréis nada más de lo que os
mostré en el huerto, pues si os diera más, peligraría mi virtud.
CALISTO: ¡Ay, desdichado Calisto, cómo te han burlado tus sirvientes! Oh,
engañosa Celestina, ¿Por qué engañaste a mi corazón falseando la palabra
de esta señora? Mi corazón había alcanzado la gloria, y ahora está de nuevo
en el barro
MELIBEA: No, mi señor, no os lamentéis, y tomado por buenas las palabras de la
anciana. Mucho tiempo he sufrido por estar junto a vos.
CALISTO: Oh. Mi bella y dulce Melibea. No soy digno de serviros.
SEMPRONIO: (A Pármeno) : Y yo que creía que mi señor no podía desvariar más,
y ahora lo veo hablando de amores con una puerta.
MELIBEA: Ordena y dispón de mi persona como quieras. Maldigo esta puerta, que
impide nuestro gozo
CALISTO: No permitiré que un madero impida nuestros gozos. ¡Ahora mismo
llamo a mis criados y la echarán abajo!
PÁRMENO: ¿Oyes a nuestro amo? Quiere venir a buscarnos para echar la puerta
abajo
SEMPRONIO: Calla y escucha
MELIBEA: ¿Quieres perderme, amor mío? Si descubren la puerta rota, echarás a
perder mi virtud. Y esos mozos? ¿Cuántos traes?

CALISTO: Dos, solamente, pero tan bravos que pondrían en fuga a diez hombres
SEMPRONIO: ¡En mala hora vinimos, Pármeno! Aquí nos pilla el amanecer, si
nuestro amo tarda tanto
PÁRMENO: Calla, Sempronio, que creo que oigo pasos
MELIBEA: Me alegra saber que vienes tan bien acompañado, mi señor
SEMPRONIO: Tienes razón. ¡Echa a correr!
(salen de la escena, corriendo)
(Plano: un muro. Pármeno y Sempronio llegan huyendo)
SEMPRONIO: (alcanzándolo) Eh, Pármeno, vuelve, desgraciado, que es la gente
del alguacil que viene por la otra calle.
PÁRMENO: Asegúrate. En mi vida recuerdo haber pasado tan gran temor.
SEMPRONIO: Regresemos, pues.
(plano: puerta)
CALISTO: … y vuestros ojos son como piedras preciosas, y vuestra nobleza es
mayor que la de los reyes de Roma, y vuestro pelo… ¿estáis ahí, mi señora?
MELIBEA: (despertándose) Si, mi señor, os escucho sin perder detalle.
(se oyen pasos en la calle)
CALISTO: ¿Qué es eso que oigo? ¿Pasos que se acercan? Mucho me temo, mi
señora, que debo irme, pero más por miedo a dañar vuestra honra que por
temor a resultar dañado.
MELIBEA: Volved, mi señor, mañana a esta hora, pero entrad por el huerto.
CALISTO. Así lo haré.
(Se reúne con Sempronio y Pármeno)
CALISTO: ¿Quién viene?
SEMPRONIO: Corramos, señor, pues es la gente del alguacil, que vienen con
antorchas, y os podrían reconocer.
(Se marchan)

ESCENA XII:
(Plano: Pármeno y Sempronio caminan por la calle, de camino a casa de
Celestina)
SEMPRONIO: Con nuestro amo doliéndose de amores en su cuarto, nosotros ya
podemos dedicarnos a nuestros asuntos.
PÁRMENO: ¿No es un poco tarde ya para ir a buscar a las señoras?
SEMPRONIO: ¡Pármeno, tu siempre pensando en lo mismo! Los negocios que
nos incumben son otros. Una vez concluido el encuentro de Calisto con
Melibea, y viendo que nosotros seguimos sin recibir nada como pago por
nuestro esfuerzo, debemos exigirle nuestra parte a esa vieja de Celestina
(Llegan a casa de Celestina. Tocan a la puerta)

CELESTINA: (dentro) ¿Quién llama a éstas horas?


SEMPRONIO: Somos Pármeno y Sempronio, tus hijos.
CELESTINA (Abre la puerta)¡Oh, locos traviesos! Entrad, entrad. (Pármeno y
Sempronio entran) ¿Cómo venís a estas horas? ¿Le pasa algo a Calisto?
PÁRMENO: Nuestro amo está feliz cual lombriz, después de su encuentro con
Melibea.
SEMPRONIO: Pero lo que no está tan feliz es su hacienda. Creo que deberíamos
comenzar a hablar de repartir lo conseguido. ¿Donde está esa cadena?
CELESTINA: Espero que no hables de la cadena de Calisto, pues se la di a Elicia ,
y la muy tonta la ha perdido.
SEMPRONIO: (Acercándose a ella, enfadado)¡A otro galgo con esa liebre, que yo
soy perro viejo! Conmigo déjate de bromas, y danos las dos partes de lo que
recibiste de Calisto.
PÁRMENO: O si no quiere darnos las dos partes, nos quedamos con todo.
CELESTINA: ¡Elicia! ¡Elicia!¡Levántate de la cama, y dame el manto, que como
hay Dios que me voy a la justicia bramando como una loca!¿Qué amenazas
son estas en mi propia casa? ¡Qué bravos atacáis a una vieja indefensa!¡Si
hubiera un hombre en casa, no os atreveríais!
SEMPRONIO: (desenfunda la espada)¡Oh, vieja avara! ¡Garganta muerta de sed
por dinero! ¿No te basta con la tercera parte de lo ganado?
CELESTINA: ¿Qué tercera parte? ¡Marchaos ahora mismo de mi casa si no
queréis que de voces y acudan los vecinos!
SEMPRONIO: Da voces todo lo que quieras, que o cumples lo prometido, o se
acaban hoy tus días.
AREUSA: (Aparece por la puerta, y se asusta con la escena) ¿Qué son esas
voces? ¡Guarda esa espada, por Dios!¡Pármeno, sujétalo, que la mata!
CELESTINA: (a la ventana) ¡Justicia! ¡Justicia, señores vecinos, que me matan en
mi casa estos rufianes!
SEMPRONIO: ¿Rufianes? Espera, doña hechicera, que yo te mandaré al infierno
con cartas de recomendación. (Le da una estocada)
CELESTINA: ¡Ay, que me mata!¡Ay! ¡Ay! ¡Confesión, Confesión!
PÁRMENO: Remátala, a ver si calla de una vez.
CELESTINA: ¡Confesión!
SEMPRONIO: (enfunda la espada) Huye, Pármeno, que acude mucha gente
VOCES EN LA CALLE: ¿Quién anda ahí? ¡Bellacos! ¡Hijos de puta!
PÁRMENO: Salta por ésta ventana, Sempronio, y corre cuanto puedas. Yo te
ayudo.
(le ayuda a saltar la ventana. Por la calle pasa el aguacil y más gente)
PÁRMENO: (Asomado a la ventana) Miren, miren, por allí escapa ¡síganlo!
(Elicia cae de rodillas, ante el cuerpo ensangrentado de Celestina, y llora sobre
ella)

ESCENA XIII:
(Plano: Un patíbulo. Un pregonero lee un papel)
PREGONERO: Por el crimen de asesinato, ésta ciudad condena a Pármeno y a
Sempronio a la pena de muerte. Teniendo en cuenta su condición de
hidalgos, serán decapitados públicamente.

ESCENA XV:
(Plano: En el huerto, Melibea se lamenta junto con Lucrecia de la tardanza de
Calisto)
MELIBEA: Cuando pienso en todas las cosas que pueden pasarle de su casa a
aquí… ¿Qué crees que le impide llegar
MELIBEA: Oigo ruidos. Tal vez sea él.
CALISTO: Aquí estoy, mi señora. (se acerca, y le coge las manos)
MELIBEA: (Calisto se coloca tras ella) Señor mío, me confié en tus manos por no
perderte, pero no me pierdas por tan breve deleite. No pidas ni tomes lo que
después no puedas devolver.
CALISTO: Mi señora, he vivido toda mi vida para gozar de un bien así. No me
pidáis ahora que renuncie a él, pues no haré tal cobardía. Mi vida entera
nada en el fuego de mi deseo de ti. Dejadme, por favor, acercarme a
descansar a vuestro dulce puerto.
MELIBEA: Por mi vida, que tu lengua hable lo que quiera, pero que tus manos no
hagan lo que no pueden. (la cámara se acerca a las caras de Calisto y
Melibea). Aparta allí, Lucrecia, pues no quiero que nadie sea testigo de mi
error. (Calisto la gira hacia él y la besa. La cámara hace un barrido hacia
arriba.)
CALISTO: Melibea…
MELIBEA: Calisto…
ESCENA XVIII:
(Plano: el muro del huerto de Melibea. Llegan Sosia y Tristán con una escalera, y
Calisto trepa.)
(Plano: Melibea espera en el huerto a Calisto, que llega, y la abraza)
MELIBEA: No seáis impaciente, mi señor.
CALISTO: Callad, mi señora, pues vengo lleno de amor. Dios sabe todas las
crueles horas que me he pasado esperando éste momento.
(juntos, salen del plano)
LUCRECIA: (se oye a Calisto y Melibea gimiendo) ¡Y dale! Ya están otra vez, y yo
mientras tanto, aquí, mirando. Oh, señor, si alguno de esos criados
meapiedras y descalzaburros supiera venir aquí y hacerme una mujer… ¿Por
qué tengo que soportar tan cruel destino? Vaya, parece que ya paran.
(Plano: Calisto encima de Melibea, tumbados sobre la yerba)

CALISTO: Mi señora, junto a vos mis males desaparecen, y el mundo parece uno
mucho más nuevo y dulce.
CALISTO: ¿Que son esas voces? Señora, temo que debo irme, no sea que vayan
a matar
TRISTÁN: (afuera) Caguen Dios, ¿es que en esta ciudad no se puede dormir en
paz?
(Calisto se levanta, y Melibea queda sola)
(Plano: en lo alto del muro, Calisto ve cómo huyen los rufianes.)
TRISTÁN: Tranquilo, señor. No bajes, que ya se han ido.
(Calisto se cae de lo alto de la escalera Plano: Primer plano de la cara de Calisto.
Calisto cayendo, desaparece del plano.)
CALISTO: Oh, válgame san Bartolomé. ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN: ¡Ay, mi madre! el desgraciado de nuestro amo se ha caído de la
escalera (Sosía se acerca corriendo)
SOSÍA: ¡Señor! Está más muerto que un carnaval sin vino. Oh, señor, ¿por qué
eres tan cruel con tus siervos?
MELIBEA: (Al otro lado del muro): ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que oigo?
SOSÍA: Mi señora, Calisto ha muerto despeñado. Tristán, recoge los sesos del
suelo, y vuélvelos a meter en la cabeza de nuestro amo.
MELIBEA: ¿Qué es lo que oigo? ¿Qué áspero suceso ha ocurrido? Mátame, o
hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡ya no es tiempo de que siga
viviendo! ¿Cómo no gocé más del gozo? ¿Cómo aprecié tan poco la dicha
que tuve entre mis manos? ¡Ay ingratos mortales! ¡Solo reconocéis vuestros
bienes cuando los perdéis!

ESCENA XIX:
(Plano: Melibea, en la cama, se lamenta de su mal. Entra Pleberio)
PLEBERIO: ¿Qué mal es éste que te consume, hija mía?
MELIBEA: ¡Uno que no tiene remedio!
PLEBERIO: Dime, cual es ese mal, y yo le encontraré un remedio. Ya sea con
hierbas, piedras, palabras o entrañas de animales, te lo traeré, pero no me
atormentes más, y dime lo que sientes.
MELIBEA: Señor, subamos a la azotea, y allí mitigaremos mi dolor.
PLEBERIO: bajaré a buscar algún instrumento. (sale de la habitación)
(Plano: Pleberio sale al exterior, y ve a su hija en la zotea)
PLEBERIO: hija mía, ¿Qué haces ahí arriba? ¿Quieres que suba?
MELIBEA: Padre, no intentes subir, o estorbarás lo que quiero decirte y hacer. Ha
llegado la hora de que cese mi sufrimiento. Por fin podré descansar.
PLEBERIO: Hija mía, ¿De qué hablas?

MELIBEA: Hace tiempo que me encuentro cada noche con un noble caballero
llamado Calisto. Hace mucho que le entregué mi virtud, y me arrojé a sus
dulces brazos. Pero ahora ese caballero yace muerto. ¿No sería gran
crueldad que él muriera despeñado, y yo siguiera con vida? Me está
llamando desde la muerte. ¡Calisto, mi amor, espérame, que ya voy.
Perdóname, Padre, por traerte la desgracia y la tristeza, pero debo ir con él.
Dios queda contigo y con mi vieja madre. A Él ofrezco mi alma. Padre, pon
en lugar seguro este cuerpo, que allá baja.

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