CALISTO: bello romance es, sin duda, pero no consigue aplacar la pena que me
corroe
SEMPRONIO: Creo que tengo la solución a tu problema, mi señor
CALISTO: (incorporándose) ¡Pues dila, bellaco! Dila si no quieres verme muerto
SEMPRONIO: hace tiempo que conozco a una vieja barbuda que se llama
Celestina. Es hechicera, astuta y experta en toda clase de maldades. Creo
que son más de cinco mil los virgos que se han hecho y deshecho en esta
ciudad bajo su influencia. Sería capaz de provocar a una dura peña, y
hacerla arder de lujuria.
CALISTO: ¿Podría hablar con ella?
SEMPRONIO: Si eso es lo que deseáis, iré a buscarla. Mientras tanto, arreglaos
para recibirla, pues del tiempo que hace que no os limpiáis, recordáis por el
olor a nuestra reina Isabel.
(sale Sempronio de la sala)
PÁRMENO: No son pocos sus oficios. Era costurera, hacía perfumes, era maestra
de fabricar afeites y de reparar virgos, alcahueta y a ratos hechicera. Aunque
el primero era la tapadera de los otros, ya que las doncellas acudían a su
casa, según decía, para aprender a bordar, y allí las encomendaba a frailes,
estudiantes, despenseros, y todo el que lo requería. No deberíais fiaros de
esa puta vieja.
CALISTO: (enfadado) No hables así de quien me traerá la salvación.
PÁRMENO: No os alborotéis, pues para ella eso es un halago. Si va entre cien
mujeres y alguien grita: ¡puta vieja!, ella se girará sonriente. Por la calle, los
perros se le encaran y le ladran: ¡Puta vieja!.
¡Puta vieja! Le dicen los pájaros al cantar. Incluso los martillos de los
herreros repican con ésta palabras si pasa entre ellos.
(suenan golpes en la puerta)
CALISTO: Debe de ser Sempronio, acompañado de la noble señora. Pármeno, no
sirves ni para abrir puertas, ¡corre a recibirlos!
ESCENA : III
ESCENA IV:
CELESTINA: (mirando a Melibea)¡Ay, hija mía, que Dios te guarde esas manos
jóvenes y delicadas por muchos años! Mira si no las mías, arrugadas y llenas
de manchas. Oh, que cruel vejez, Oh, quien fuera de nuevo joven para gozar
de los placeres.
MELIBEA: (dejando el telar aparte) Veo que seguís tan alegre como siempre,
madre. Mandaré a mi criada para que os pague, y podréis volver a casa,
pues seguramente, aún no habréis comido.
CELESTINA: Temo que tendré que esperar un tiempo más, pues primero debo
confesarte la verdadera causa de mi venida.
MELIBEA: decidme en que puedo ayudaros, y lo haré.
CELESTINA: ¿Ayudarme a mí? Oh, que amable y hermosa eres, pero no es para
mí para quien necesito tu caridad, sino para un caballero que está sufriendo
lo insufrible, que de tan afectado como está por su dolor, no come ni duerme.
MELIBEA: Decidme quien es, y si tan grande es su mal, haré todo lo que pueda
por ayudarle.
CELESTINA: su nombre es Calisto
MELIBEA: (enfadada) ¿Calisto? No pronuncies el nombre de ese loco
saltaparedes en mi presencia. ¿Así que por eso vienes, no, vieja barbuda
desvergonzada? Oh, maldito el día en que te recibo, para ser tentada por tus
lujuriosas proposiciones. Para curar el mal que dices que padece no tengo yo
nada que pueda darle, que no se lo pueda dar un baño con agua fría.
CELESTINA: Tranquilizaos, mi señora, pues no me habéis dejado acabar. No es el
que pensáis el mal que padece mi amo. Hace días que lo aqueja un fuerte
dolor de muelas, y ha oído que vos sabéis una oración a san Patrás contra
dicho dolor, además de que poseéis un cordón que ha tocado todas las
reliquias que hay en Roma. Por eso, y no por otra cosa, he venido a vuestra
casa.
MELIBEA: (tranquilizándose): Si eso es lo que querías, ¿Por qué no has
empezado diciéndome eso? Tantas malas palabras he oído sobre tus artes,
que no se si creer que tan solo vienes buscando una oración
CELESTINA: A por eso vengo, y no a por otra cosa.
MELIBEA: Pues si es así, (levantándose) aquí tienes el cordón (se desabrocha el
cordón, y se lo da), pero a por la oración deberás volver mañana, pues ya es
tarde, y todavía debo escribirla.
CELESTINA: vendré con gusto, pero ahora debo marchar junto a mi señor, para
tratar de aliviar su mal.
MELIBEA: Por favor, id rápido junto a él y aliviadlo. (La voz de Melibea se agita de
emoción) Y traedme noticias sobre tan noble y desdichado caballero. Pues si
mi condición de doncella no me lo impidiera, yo misma iría junto a él para
sanarlo.
CELESTINA: (sonriendo para sí) así lo haré mi señora. Quedad con Dios.
(Celestina sale lentamente de la habitación)
ESCENA V:
(Plano: puerta de casa de Calisto. Llega Celestina, y Sempronio la estaba
esperando)
SEMPRONIO: ¿Qué nuevas traes de nuestro negocio?
CELESTINA: ¿Acaso eres tu el que me pagas? Los detalles del negocio los
guardo para tu amo.
(suben a casa de Calisto)
CALISTO: Oh, mi buena madre, ¿Qué nuevas me traes de la casa de aquella a
quien tanto amo?
CELESTINA: Ay, Calisto, mi señor. Poco ha faltado para que estas pobres y sucias
ropas me impidieran llegar hasta mi destino, pero al final he llegado, a pesar
de que también mis pies estaban torturados por mis gamuzas sin suela.
SEMPRONIO: (aparte, a Pármeno) ¡pero será interesada, la vieja!¡Pues no viene
lamentándose, para despertar la compasión de nuestro amo.
PÁRMENO. (aparte) Y el loco de nuestro señor le seguirá el juego, ya verás.
CALISTO: ¿Qué has averiguado, madre? Ardo en deseos de saberlo.
CELESTINA: Ay, hijo, hace mucho que lo poco y mal que como me han hecho
estragos en el oído y la vista, pero he logrado hablar con Melibea.
CALISTO: Oh, bendita suerte la tuya, que has gozado de la compañía de tan
elevado ser.
SEMPRONIO: (aparte) Fíjate en cómo desvaría, Pármeno, y dime si nuestro amo
no está loco.
CALISTO: Calla, desgraciado. Dejad de murmurar a mis espaldas. (A Celestina):
¿Qué hablaste con ella, madre.
CELESTINA: me llamó barbuda, bruja, alcahueta y mil cosas más en cuanto
mencioné tu nombre, y estuvo a punto de despedirme sin más miramientos.
Pero conseguí convencerla de que el mal que sufrías era un dolor de muelas,
y accedió mansa a mis peticiones.
CALISTO: (Impaciente) ¿Qué conseguiste, madre, cuáles eran tus peticiones?
CELESTINA: Conseguí el cordón que ciñe su cuerpo, y la promesa de una oración
a san Patrás, que debo recoger mañana.
CALISTO: Oh, madre, os ruego que me dejéis ver tan alto tesoro
CELESTINA: ¿No deberíais, antes, agradecerme mis servicios?
PÁRMENO: (Aparte) ¡Pero será avariciosa!
CALISTO: Pármeno, calla tu sucia boca, y corre a decirle al sastre que haga una
falda y un manto del mejor paño flamenco que encuentre
SEMPRONIO: (Aparte enfadado) ¡Un manto! Difícilmente vamos a poder hacer
parte de eso.
CELESTINA: Aquí tenéis, mi señor, el cordón
(le entrega el cordón. Calisto lo coge con ansia, y lo huele)
CALISTO: Oh, que afortunado soy de poder contemplar tan bello objeto. Oh, que
noble cintura has ceñido, (se aleja poco a poco, sin dejar de mirar el cordón)
que dulce cuerpo has ocultado, que escondidos lugares has conocido, que
hermosos secretos has contemplado. (A Pármeno, sin dejar de mirar el
cordón): Pármeno, acompaña a la madre a su casa, que yo voy a estar
ocupado durante un largo tiempo. (Calisto sale de la escena)
ESCENA VI:
(Plano: Celestina y Pármeno en la puerta de casa de Areúsa, de noche)
CELESTINA: Ay, Pármeno, yo que te tenía por un hijo, y tu me lo pagas
conspirando con tu amo contra tu pobre madre y tu fiel amigo Sempronio
PÁRMENO: ¿Sempronio? Pero si es un bellaco, y un saltarribazos. No sé en qué
me conviene estar en paz con él
CELESTINA: Él te tiene en gran estima. Además, es amigo de Elicia, quien a su
vez es prima de Areúsa. Te conviene ser su amigo.
PÁRMENO: (emocionado): de Areúsa?
CELESTINA: de Areúsa
PÁRMENO: ¿La hija de Eliso?
CELESTINA: La hija de Eliso
PÁRMENO: ¿Es verdad?
CELESTINA: Es verdad. Y es verdad también que ésta es su casa. Ahora
subamos en silencio, no sea que nos oigan los vecinos
(suben. Areúsa está en la cama)
AREÚSA: ¿Quien es, a estas horas de la noche?
CELESTINA: Soy yo, Celestina la que no te trae otra cosa que bienes
AREÚSA: (Incorporándose) Madre, que hacéis aquí a éstas horas? Ya me estaba
acostando. Espera, que iré a vestirme.
CELESTINA (acercándose) No, no, tranquila, tu quédate debajo de las sábanas,
que desde allí hablaremos.
AREÚSA: (se mete bajo las sábanas) Pues la verdad es que lo necesito, pues hoy
me he sentido mal todo el día.
CELESTINA: ¡Ay, cómo huele toda la ropa al moverte! Siempre me ha gustado tu
limpieza, y tus vestidos, y todo lo que haces. ¡Qué fresca y lozana estás!¡Y
qué sábanas, qué colchas, y qué almohadas!¡Qué blancura! Déjame mirarte
toda a mis anchas, que disfruto sólo de verte.
AREÚSA: ¡Quieta, madre, no me toques, que me haces cosquillas y me haces
reír, y la risa me da más dolor!
CELESTINA: ¿Qué dolor, mis amores?
AREÚSA: Hace cuatro horas que me duele la matriz. Se me ha subido a los
pechos, y me va a matar.
CELESTINA: A ver, deja que te palpe, que algo sé yo de éste mal.
AREÚSA. Me duele más arriba, sobre el estómago.
CELESTINA: ¡Dios te bendiga!¡Y qué gorda y fresca estás!¡Qué pechos!¡Que
hermosa!¡Quien fuera hombre y pudiera gozar de semejante vista!
AREÚSA: No me hables de hombres, y dame algún remedio para mi mal.
CELESTINA: Para devolver la matriz a su lugar hay un remedio que es mejor que
cualquier medicina.
AREÚSA: ¿Y cuál es ese, madre?
CELESTINA: No se si decírtelo, pues te me haces tan santa…
AREÚSA: ¿Me ves sufrir, y no mitigáis mi dolor?
(primer plano de la cara de Celestina, que sonríe con malicia y complicidad)
(Plano: Pármeno espera en la puerta de la habitación)
CELESTINA: Pármeno, hijo, entra.
(Pármeno entra en el cuarto. Primer plano de la cara de Pármeno, muy
sorprendido)
PÁRMENO: La madre que me….(va corriendo hacia ella, desabrochándose los
pantalones)
ESCENA VII
(Plano: Pármeno y Areúsa en la cama. Pármeno se despierta y se levanta)
AREÚSA: ¿Qué hacéis levantado?
PÁRMENO: Ya ha amanecido, y mi señor me debe estar esperando
AREÚSA: Quédate aquí, y sigamos hablando de mi dolor
PÁRMENO: Disculpadme, mi señora, si no es suficiente con lo que hemos
hablado ya, pero mi deber me requiere (Pármeno se va)
ESCENA VIII
(Plano: en casa de Melibea, ésta habla consigo misma, lamentándose de la
tardanza de Celestina)
MELIBEA: ¿Por qué tardará tanto Celestina? ¿No hubiera sido mejor acceder ayer
a la petición de la madre? ¿No será ya tarde para mí? ¡Oh, género femenino,
incomprendido y frágil!¿Por qué no pueden las mujeres revelar su ardiente
amor, cómo los varones?
(entra Celestina)
MELIBEA: (yendo hacia ella) ¡Bienvenida seas, vieja sabia y honrada, pues ahora
soy yo quién necesita de tu ayuda!
CELESTINA: Habla, hija, ¿Cuál es el mal que te atormenta?
MELIBEA: Unas serpientes me muerden el corazón.
CELESTINA: (Para sí) El corazón y lo que yo te diré, es lo que te muerden.(a
Melibea) Tranquila, hija mía, pues tengo el remedio para el mal que sufres.
(Plano: Melibea de frente. Celestina se acerca por detrás, y le habla)
MELIBEA: dímelo, por favor, pues este mal no me deja vivir
CELESTINA: Tranquila, hija mí. Primero hay que saber dónde está ése dolor, y por
qué se ocasionó
ESCENA IX:
(Plano: Calisto en el interior de una iglesia. Se le acerca Sempronio)
SEMPRONIO: (susurrando) señor, lleváis aquí desde mediodía, y ya ha
anochecido. Vuestra estancia va a dar de hablar, y dirán que el cura te está
haciendo lo que a los monaguillos desprevenidos. Salgamos, y busquemos a
Celestina, que creo que os trae buenas nuevas.
(Salen de la iglesia. En la calle está Celestina. Calisto se arrodilla ante ella)
CALISTO: Oh, joya del mundo, socorro de mis pasiones, ¿Qué noticias me traes,
que te veo tan alegre?
CELESTINA: buenas son las noticias que te traigo, mi señor, y muy buenas las
palabras que traigo de Melibea para vos.
CALISTO: ¿Tan buenas son?
CELESTINA: Realmente buenas. Melibea te ama y desea verte. He acordado con
ella que os veréis esta noche, en la puerta de su casa.
CALISTO: Oh, Señor, que iluminas con tu luz a éste humilde siervo. No soy digno
de tan elevado honor. ¿es cierto esto que me dices?
CELESTINA: Cierto cómo que estoy yo aquí
CALISTO: Oh, madre Celestina. Cuánto bien me habéis traído. Olvídate del
manto, y la falda, y ten ésta cadenilla para tu noble cuello ( se quita la
cadena, y se la da).
SEMPRONIO: (Aparte, a Pármeno) Cadenilla, la llama, el desgraciado. ¡Con lo
que cuesta esa cadena como yo durante cinco años!
CALISTO: Dos, solamente, pero tan bravos que pondrían en fuga a diez hombres
SEMPRONIO: ¡En mala hora vinimos, Pármeno! Aquí nos pilla el amanecer, si
nuestro amo tarda tanto
PÁRMENO: Calla, Sempronio, que creo que oigo pasos
MELIBEA: Me alegra saber que vienes tan bien acompañado, mi señor
SEMPRONIO: Tienes razón. ¡Echa a correr!
(salen de la escena, corriendo)
(Plano: un muro. Pármeno y Sempronio llegan huyendo)
SEMPRONIO: (alcanzándolo) Eh, Pármeno, vuelve, desgraciado, que es la gente
del alguacil que viene por la otra calle.
PÁRMENO: Asegúrate. En mi vida recuerdo haber pasado tan gran temor.
SEMPRONIO: Regresemos, pues.
(plano: puerta)
CALISTO: … y vuestros ojos son como piedras preciosas, y vuestra nobleza es
mayor que la de los reyes de Roma, y vuestro pelo… ¿estáis ahí, mi señora?
MELIBEA: (despertándose) Si, mi señor, os escucho sin perder detalle.
(se oyen pasos en la calle)
CALISTO: ¿Qué es eso que oigo? ¿Pasos que se acercan? Mucho me temo, mi
señora, que debo irme, pero más por miedo a dañar vuestra honra que por
temor a resultar dañado.
MELIBEA: Volved, mi señor, mañana a esta hora, pero entrad por el huerto.
CALISTO. Así lo haré.
(Se reúne con Sempronio y Pármeno)
CALISTO: ¿Quién viene?
SEMPRONIO: Corramos, señor, pues es la gente del alguacil, que vienen con
antorchas, y os podrían reconocer.
(Se marchan)
ESCENA XII:
(Plano: Pármeno y Sempronio caminan por la calle, de camino a casa de
Celestina)
SEMPRONIO: Con nuestro amo doliéndose de amores en su cuarto, nosotros ya
podemos dedicarnos a nuestros asuntos.
PÁRMENO: ¿No es un poco tarde ya para ir a buscar a las señoras?
SEMPRONIO: ¡Pármeno, tu siempre pensando en lo mismo! Los negocios que
nos incumben son otros. Una vez concluido el encuentro de Calisto con
Melibea, y viendo que nosotros seguimos sin recibir nada como pago por
nuestro esfuerzo, debemos exigirle nuestra parte a esa vieja de Celestina
(Llegan a casa de Celestina. Tocan a la puerta)
ESCENA XIII:
(Plano: Un patíbulo. Un pregonero lee un papel)
PREGONERO: Por el crimen de asesinato, ésta ciudad condena a Pármeno y a
Sempronio a la pena de muerte. Teniendo en cuenta su condición de
hidalgos, serán decapitados públicamente.
ESCENA XV:
(Plano: En el huerto, Melibea se lamenta junto con Lucrecia de la tardanza de
Calisto)
MELIBEA: Cuando pienso en todas las cosas que pueden pasarle de su casa a
aquí… ¿Qué crees que le impide llegar
MELIBEA: Oigo ruidos. Tal vez sea él.
CALISTO: Aquí estoy, mi señora. (se acerca, y le coge las manos)
MELIBEA: (Calisto se coloca tras ella) Señor mío, me confié en tus manos por no
perderte, pero no me pierdas por tan breve deleite. No pidas ni tomes lo que
después no puedas devolver.
CALISTO: Mi señora, he vivido toda mi vida para gozar de un bien así. No me
pidáis ahora que renuncie a él, pues no haré tal cobardía. Mi vida entera
nada en el fuego de mi deseo de ti. Dejadme, por favor, acercarme a
descansar a vuestro dulce puerto.
MELIBEA: Por mi vida, que tu lengua hable lo que quiera, pero que tus manos no
hagan lo que no pueden. (la cámara se acerca a las caras de Calisto y
Melibea). Aparta allí, Lucrecia, pues no quiero que nadie sea testigo de mi
error. (Calisto la gira hacia él y la besa. La cámara hace un barrido hacia
arriba.)
CALISTO: Melibea…
MELIBEA: Calisto…
ESCENA XVIII:
(Plano: el muro del huerto de Melibea. Llegan Sosia y Tristán con una escalera, y
Calisto trepa.)
(Plano: Melibea espera en el huerto a Calisto, que llega, y la abraza)
MELIBEA: No seáis impaciente, mi señor.
CALISTO: Callad, mi señora, pues vengo lleno de amor. Dios sabe todas las
crueles horas que me he pasado esperando éste momento.
(juntos, salen del plano)
LUCRECIA: (se oye a Calisto y Melibea gimiendo) ¡Y dale! Ya están otra vez, y yo
mientras tanto, aquí, mirando. Oh, señor, si alguno de esos criados
meapiedras y descalzaburros supiera venir aquí y hacerme una mujer… ¿Por
qué tengo que soportar tan cruel destino? Vaya, parece que ya paran.
(Plano: Calisto encima de Melibea, tumbados sobre la yerba)
CALISTO: Mi señora, junto a vos mis males desaparecen, y el mundo parece uno
mucho más nuevo y dulce.
CALISTO: ¿Que son esas voces? Señora, temo que debo irme, no sea que vayan
a matar
TRISTÁN: (afuera) Caguen Dios, ¿es que en esta ciudad no se puede dormir en
paz?
(Calisto se levanta, y Melibea queda sola)
(Plano: en lo alto del muro, Calisto ve cómo huyen los rufianes.)
TRISTÁN: Tranquilo, señor. No bajes, que ya se han ido.
(Calisto se cae de lo alto de la escalera Plano: Primer plano de la cara de Calisto.
Calisto cayendo, desaparece del plano.)
CALISTO: Oh, válgame san Bartolomé. ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN: ¡Ay, mi madre! el desgraciado de nuestro amo se ha caído de la
escalera (Sosía se acerca corriendo)
SOSÍA: ¡Señor! Está más muerto que un carnaval sin vino. Oh, señor, ¿por qué
eres tan cruel con tus siervos?
MELIBEA: (Al otro lado del muro): ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que oigo?
SOSÍA: Mi señora, Calisto ha muerto despeñado. Tristán, recoge los sesos del
suelo, y vuélvelos a meter en la cabeza de nuestro amo.
MELIBEA: ¿Qué es lo que oigo? ¿Qué áspero suceso ha ocurrido? Mátame, o
hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡ya no es tiempo de que siga
viviendo! ¿Cómo no gocé más del gozo? ¿Cómo aprecié tan poco la dicha
que tuve entre mis manos? ¡Ay ingratos mortales! ¡Solo reconocéis vuestros
bienes cuando los perdéis!
ESCENA XIX:
(Plano: Melibea, en la cama, se lamenta de su mal. Entra Pleberio)
PLEBERIO: ¿Qué mal es éste que te consume, hija mía?
MELIBEA: ¡Uno que no tiene remedio!
PLEBERIO: Dime, cual es ese mal, y yo le encontraré un remedio. Ya sea con
hierbas, piedras, palabras o entrañas de animales, te lo traeré, pero no me
atormentes más, y dime lo que sientes.
MELIBEA: Señor, subamos a la azotea, y allí mitigaremos mi dolor.
PLEBERIO: bajaré a buscar algún instrumento. (sale de la habitación)
(Plano: Pleberio sale al exterior, y ve a su hija en la zotea)
PLEBERIO: hija mía, ¿Qué haces ahí arriba? ¿Quieres que suba?
MELIBEA: Padre, no intentes subir, o estorbarás lo que quiero decirte y hacer. Ha
llegado la hora de que cese mi sufrimiento. Por fin podré descansar.
PLEBERIO: Hija mía, ¿De qué hablas?
MELIBEA: Hace tiempo que me encuentro cada noche con un noble caballero
llamado Calisto. Hace mucho que le entregué mi virtud, y me arrojé a sus
dulces brazos. Pero ahora ese caballero yace muerto. ¿No sería gran
crueldad que él muriera despeñado, y yo siguiera con vida? Me está
llamando desde la muerte. ¡Calisto, mi amor, espérame, que ya voy.
Perdóname, Padre, por traerte la desgracia y la tristeza, pero debo ir con él.
Dios queda contigo y con mi vieja madre. A Él ofrezco mi alma. Padre, pon
en lugar seguro este cuerpo, que allá baja.