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¿De dónde vienen las brujas?

Pídele a cualquier niño occidental que dibuje una bruja probablemente el


resultado será una imagen conocida: muy posiblemente una fea bruja
nariguda con un sombrero puntiagudo sobre una escoba o revolviendo
un caldero. ¿De dónde salió esta imagen?

La respuesta es más impresionante y compleja de lo que podría pensarse,


como descubrí cuando visité una exhibición en el Museo Británico de Londres
que explora la iconografía de la brujería, titulada "Brujas y cuerpos malvados".

Las brujas tienen una historia larga y elaborada.

Sus predecesores aparecen en la Biblia, en la historia del rey Saúl que consulta
a la así llamada "bruja de Endor". También aparecen en el período clásico en la
forma de "estirges", unas temibles criaturas aladas con forma de harpías o
lechuzas que se alimentaban de la carne de bebés.

Circe, la hechicera de la mitología griega, era una especie de bruja capaz de


transformar a sus enemigos en cerdos. Así era también su sobrina Medea. El
mundo antiguo fue, pues, responsable del establecimiento de una serie de
figuras retóricas que en los siglos subsiguientes serían asociadas a las brujas.

Sin embargo, no fue hasta comienzos del Renacimiento que nuestra


percepción moderna de las brujas se formó realmente. Y un hombre de esa
época hizo más que ninguno para definir la forma en que todavía nos
imaginamos a las brujas: el pintor y grabador Alberto Durero.

Doble problema

En un par de grabados enormemente influyentes, Durero determinó lo que se


convertiría en el estereotipo de la apariencia de una bruja.

Por un lado, como en "Las cuatro brujas" (1497), podía ser joven, atractiva y
ágil, capaz de cautivar a los hombres. Por el otro, como en "Bruja montando
una cabra al revés" (circa 1500), podía ser vieja y abominable.

Este último grabado mostraba a una vieja bruja desnuda sobre una cabra con
cuernos, símbolo del demonio. Tiene ubres caídas por senos, una boca abierta
por la que da alaridos e impreca y unas hilachas de cabello que apuntan en la
dirección en la que se mueve de forma innatural (un signo de sus poderes
mágicos). Incluso blande una escoba. He aquí a la matriarca de las brujas que
hoy encontramos en la cultura popular.

Para los historiadores del arte, no obstante, la pregunta clave es de dónde


sacaron los artistas del Renacimiento el modelo de esta visión espeluznante.
Una teoría es que Durero y sus contemporáneos se inspiraron en la
personificación de "Invidia" ("Envidia"), tal como la concibió el artista italiano
Andrea Mantegna (1431-1506) en su grabado "La batalla de los dioses
marinos".

"La figura de Envidia de Mantegna creó en el Renacimiento la idea de que la


bruja era una vieja harpía", explica la artista y escritora Deanna Petherbridge,
una de las curadoras de la exhibición del Museo Británico.

"Invidia era macilenta, sus pechos ya no servían para nada, lo que explica por
qué sentía envidia de las mujeres y atacaba y se comía a los bebés.
Frecuentemente tenía serpientes en la cabeza en lugar de cabello", señala.

Un buen ejemplo de este tipo de bruja puede verse en un grabado italiano


extraordinariamente intenso conocido como Lo Stregozzo ("La procesión de la
bruja", 1520). En él, una malévola bruja con la boca abierta, el cabello en
desorden y ubres secas agarra un caldero humeante y monta un esqueleto
monstruoso y fantástico. Su mano derecha enfila hacia la cabeza de un bebé
de una pila de infantes a sus pies.

Este grabado se produjo durante la "era dorada" de la imaginería de brujas: los


tumultuosos siglos XVI y XVII, cuando los despiadados juicios por brujería
convulsionaban a Europa (el punto máximo de la caza de brujas se produjo
entre 1550 y 1630).

Como resultado hubo una efusión de símbolos asociados a la brujería


brutalmente misóginos, mientras que los artistas aprovechaban la invención de
la imprenta para diseminar el material rápida y ampliamente.

"La brujería está ligada a la revolución de la imprenta", explica Petherbridge.

Para el siglo XVIII las brujas ya no eran consideradas una amenaza. En


cambio, se las entendía como ideas supersticiosas de campesinos. Pero eso
no disuadió a grandes artistas como Goya de pintarlas.

Los "Caprichos", la colección de 80 grabados de Goya desde 1799, emplea


brujas, duendes, demonios y monstruos como instrumentos de sátira.

"Goya utiliza la brujería metafóricamente para señalar los males de la


sociedad", dice Petherbridge. "Sus dibujos se refieren en realidad a cuestiones
sociales: codicia, guerra, la corrupción del clero".

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