Señor Jesucristo, Hijo del Padre, camino y fin de todos los hombres. Elevado sobre
los cielos, sentado a la derecha del Padre, has derramado sobre nosotros el Espíritu
prometido para que Tú permanezcas en tu Espíritu con nosotros todos los días hasta el fin
y por El tu vida y muerte se perpetúe en nosotros para gloria del Padre y para nuestra
salvación.
Señor, mira los espíritus que nos acosan y danos el don de su discernimiento.
Danos el conocimiento que cada día se convierte en deseo hacia Ti. Cuando te
buscamos y deseamos, buscamos y deseamos tu Espíritu. Espíritu de paz, de quietud, de
confianza, de libertad y de dulce claridad. Todo espíritu de Inquietud, temor, angustia y
de profunda tristeza es a lo sumo nuestro espíritu o el espíritu de las oscuras tinieblas.
Danos el Espíritu consolador, Señor. Sabemos que debemos y podemos serte fieles
también en la desolación, sequedad y abatimiento espiritual. Con todo nos atrevemos a
pedirte el Espíritu de consolación y de fuerza, de alegría y de confianza, de aumento de
fe, esperanza y caridad, de servicio entusiasta para gloria de tu Padre, Espíritu de
tranquilidad y de paz. Destierra de nuestros corazones la desesperación espiritual, la
oscuridad, la turbación, la inclinación a la sensualidad y a la avaricia, la desconfianza, la
tibieza y el sentimiento de abandono, de tristeza, de desconcierto y el sentido angustioso
de estar lejos de Ti.
Pero, si es de tu agrado llevarnos por esos caminos, entonces deja que te pidamos,
en tales días y horas, al menos el Santo Espíritu de fidelidad, de firmeza y de
perseverancia, para que continuemos el camino con confianza ciega, no nos desviemos,
mantengamos los buenos propósitos que hemos hecho cuando tu luz nos iluminaba y tu
alegría dilataba nuestro corazón. Danos, sí, en medio de tal abandono, espíritu de valiente
combate, de obstinada perseverancia en la oración, de sinceridad y de penitencia. Danos
también confianza a toda prueba de que Tú no nos abandonas en estos momentos de deso-
lación, que precisamente entonces, sin sentirlo nosotros, estás con nosotros, invisible, con
la fuerza que quiere ser vencedora en nuestra impotencia.
Danos el espíritu de los recuerdos fieles del pasado en tus íntimas visitas y el
espíritu de esperanza en las manifestaciones futuras de tu amor. Haz que en tales horas
de abandono confesemos nuestra maldad y miseria, sintamos nuestras debilidades con
humildad y finalmente reconozcamos que Tú sólo eres la fuente fiel de todo bien y de
todo consuelo celestial.
Si nos visita tu consolación, haz que la recibamos con espíritu de humildad, y con
la disposición de servirte aun sin ella.
Danos, Señor, en una palabra, tu Espíritu, los frutos del Espíritu que son, según el
apóstol: caridad, gozo, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza (Gal. 5,22). Si tenemos este Espíritu y sus frutos, entonces no somos esclavos
de la ley, sino libres hijos de Dios. Entonces el Espíritu clama en nosotros: Abbá, Padre
amado. Entonces penetra en nosotros con un suspiro inefable. Entonces es Él, unción,
sello, arras de la vida eterna. Entonces Él es fuente de agua viva que brota en los corazones
y salta hasta la vida eterna y murmura: ¡vamos a la casa del Padre!
Jesús, ¡envíanos el Espíritu! ¡Cólmanos con tus dones de Pentecostés! Haz que
nuestra visión espiritual sea clara y nuestro sentido espiritual sea sensible, para que
podamos distinguir tu Espíritu de todos los otros espíritus. Danos tu Espíritu para que se
pueda decir de nosotros: “Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los
muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos,
vivificará también vuestros cuerpos mortales por obra de su Espíritu que habita en
vosotros” (Rom. 8, 11).
Señor, que siempre sea Pentecostés. Tus siervos y siervas te piden con la osadía que
Tú les ordenas: que en nosotros sea también Pentecostés. Ahora y en la eternidad. Amén.
Esta oración es una propuesta de Karl Rahner para los días de retiro durante los ejercicios
ignacianos. Se recitó por primera vez con un grupo de estudiantes que estaban de misión
en la catedral de Friburgo del 2 al 9 de diciembre de 1951.
Con respecto a la mística, en el mismo texto, manifiesta que: “se entiende por
mística no unos fenómenos extraños parapsicológicos, sino una auténtica
experiencia de Dios, que brota del centro de la existencia”.