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Varados en la Antártida, segunda parte:

ráfagas huracanadas, besos por celular y la


chance de volver el miércoles
Iba a ser un viaje de dos horas a la Base Marambio pero ya lleva cinco días. El equipo de Infobae no puede
volver porque un temporal de viento no permite la llegada del avión

Por Gisele Sousa Dias


4 de noviembre de 2018

Fue a las 5.24 de la mañana. Hacía rato que era de día, aunque la niebla –que hoy se sumó al temporal- no

dejaba ver ni el mar ni los témpanos. A esa hora se registraron lo que, en la escala, llaman "ráfagas

huracanadas". No volvió a suceder pero eso no significa que nuestras chances de poder salir de la Antártida en

lo inmediato hayan aumentado. Ese viento que escucho rugir mientras escribo viene con lo que acá

llaman "ráfagas de tempestad".

(Fotos: Thomas Khazki)

Es domingo y en la base Marambio también es día de descanso. Eso significa, básicamente, tres cosas: hoy es

día de carne al horno, de siesta, ping pong y play station, y de besos por celular. Sigo en mi habitación –

en el pabellón en el que duermen las mujeres que van a pasar acá un año completo- cuando escucho a Valeria

Sánchez, la enfermera de la Fuerza Aérea, hablar con su nieta a través de la cámara de su teléfono.

Las paredes son delgadísimas y Valeria no sabe que la escucho como si estuviera al lado. Es la única mujer de

la dotación que tiene hijos: son tres, me habló de ellos el día en que llegué y lloró cuando me contó la

despedida. Escucho "los amo mis amores, los amo", y no me hace falta nada para saber que habla con ellos. Su
marido, que es gasista y arregla equipos de aire acondicionado, se quedó para que ella pudiera venir a

cumplir su sueño.

"Tirame un besito", escucho que le dice a Brianna, su nieta de tres años. Pero la nena no le tira un beso sino

que se acerca, besa a su abuela en la pantalla y le tira los brazos. "Ay no, abrazala por favor", le pide Valeria a

su hija, para que la nena no se quede con ese abrazo hueco. Las escucho y llorisqueo tapada con dos

frazadas. Vino por un año, recién pasaron ocho días.

A la una en punto se oye el aviso por radio. El almuerzo está listo: vacío al horno con cuadraditos de papa y

zanahoria. "Esas verduras –me cuenta el jefe de la base- se hirvieron hace nueve meses". Fabián, nuestro

cocinero en el fin del mundo, las descongela. Llevamos cinco días en Marambio y, si logramos salir en los

próximos 15, no vamos a repetir menú. Lo que comen cada día fue pensado por un equipo de médicos y

nutricionistas (este año agregaron una pastilla de vitamina D para suplir la falta de sol).

Hasta las 14.30, "Las Marías", como llaman a los ayudantes de cocina, lavan los platos. Después, cada uno se

lava lo que usa. Nos dimos cuenta de ese dato y –vagancia manda- sabemos perfectamente cuándo

deshacernos de nuestra vajilla sucia. Hay sólo tres áreas que hoy no descansan: los encargados de la usina

(que generan la energía para toda la base), los de comunicaciones y los de meteorología. Creo que a estos

últimos, acá van mis disculpas, los estamos volviendo locos.

Gracias a Carlos Cavallero, el pronosticador, sabemos que para que sea "temporal muy fuerte" el viento tiene

que ser de entre 89 y 102 km/h; para que sea "tempestad" tiene que ser de entre 104 y 117 km/h y

"huracanados" más de 120 km/h. Es él quien nos explica que lo de esta mañana entra en la categoría

"temporal muy fuerte con ráfagas huracanadas". Adrián Gómez me muestra la previsión de la semana. Leo

y sonrío con resignación.

Aún si no hubiera viento, el Hércules no podría venir con esta niebla. "Sólo lo haría en caso de necesitar una

evacuación sanitaria", agrega. Pienso en que nos acabamos de comer un vacío al horno y que tenemos

intenciones de moderadas a fuertes de dormir la siesta y creo que no calificamos.


No hay chances de volar el lunes. Para el martes, que era el día en que se suponía que podríamos volver, se

esperan "techos bajos" y chaparrones de nieve" que reducirán por momentos la visibilidad. El miércoles es

nuestra gran chance: las probabilidades de que el avión puede operar son de entre el 50 y el 60 por

ciento. El jueves la esperanza se derrumba: ingresa aire polar, habrá otros "techos bajos", niebla y nevada.

Me levanto a buscar un té y miro por la ventana. Jorge Ramírez, un técnico que viene a la Antártida desde hace

24 años, mira al lado mío. Digo algo acerca de los témpanos que ya no se ven y me contesta: "Eso que veías

como pedazos de telgopor tiene el tamaño de edificios. Yo he venido en barco. Te sentís en una cáscara de

nuez cuando pasás por al lado".

Salí a la intemperie y las manos se me endurecieron. Conté que sentía que las había metido en el fuego y me

retaron por haber salido sin guantes. Me excusé: no hay modo de apretar rec en la cámara con los guantes

puestos. Nos invitaron también a cerrarnos las camperas antes de salir. "Es que el viento te embolsa y pin, pan,

pum", explica un mendocino, mientras hace el gesto de un periodista que vuela, rebota, y vuelve a volar.

Entro corriendo –es un decir, si no puedo correr en condiciones normales menos podría con estas botas- a

meter las manos en agua caliente. Thomas Khazki, mi compañero en Infobae, me grita "¡No!". No tengo idea

por qué sabe que no conviene que el cambio de temperatura sea tan brusco. Después me explican lo que hay

que hacer: meterme las manos debajo de las axilas para que una parte de mi cuerpo sea compañera -ese es el

lema acá- y comparta su calor con la otra.

Me siguen llegando preguntas desde Buenos Aires. ¿Hay mascotas? No. ¿Dónde compran el pan? Se hace

acá. ¿Se puede congelar el avión Twin Otter que está en el hangar? No, tiene un sistema de deshielo. ¿Hasta

cuántos grados bajo cero puede operar? Cuando llega a 40 bajo cero no opera más por piedad con los que

trabajan abajo. ¿Hay canchas de fútbol en la Antártida? En verano sí, y hay torneos. ¿Hay supermercado?

Silencio.
La base en el silencio del domingo

Me cuentan que es tan frecuente que "los de allá" hagan preguntas increíbles que a veces inventan

historias: una vez llegó alguien con varios frascos de repelente, preocupado por la cantidad de mosquitos que

le mintieron que había.

Me escribe mi novio y me dice que ya me extraña, que lavó las sábanas creyendo que volvía, así me recibía mi

cama linda. Me pide que siga contándoles a todos cómo se vive acá, que eso genera empatía y que así, los

humanos, nos unimos. Después me deja de hablar y es obvio que arrancó Racing. Su mensaje de despedida

es: "Averiguame cuántos hinchas hay ahí".

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