INDICE
I. Introducción
II. Breve panorama histórico
III. El cerebro como órgano principal del cuerpo personal
1. ¿Cómo concebir al cerebro
2. El cerebro como órgano vital
3. Cerebro jerárquico complejo
4. Cerebro y mente
5. El cerebro como órgano del cuerpo y de la mente. Cerebro, cuerpo total y alma
IV. Cerebro, yo, persona
1. Identidad corpórea humana e identidad personal: papel del cerebro
2. Identidad fenomenológica del sujeto: la subjetividad sentida. El yo
3. Yo, persona y personalidad
4. La trascendencia de la parte espiritual de la persona
5. La persona y sus dimensiones. Aspectos constitutivos u ontológicos
6. Subsistencia del alma espiritual fuera del cuerpo
7. El cerebro no es una máquina informática
V. Conclusión
I. Introducción
El cuerpo aparece aquí como el instrumento u órgano físico que permite realizar
las actividades más altas de la persona (inteligencia, voluntad). Sin embargo, el
cuerpo tiene su propia autonomía y puede estudiarse desde el punto de vista físico,
químico, fisiológico, neurobiológico. La filosofía del cuerpo humano nos permite
definir mejor la función del cuerpo desde el punto de vista antropológico. Eso puede
hacerse no sólo científicamente, sino también fenomenológicamente, como por
ejemplo cuando decimos que las manos son instrumentos de la razón humana, o que
el lenguaje nos sirve para comunicarnos.
Entre los antiguos, la importancia del cerebro se descubre con los estudios de
medicina. Así se ve que el cuerpo humano es un conjunto de órganos, es decir, de
instrumentos orgánicos de funciones vitales –el cuerpo viviente no es cuerpo sin más,
dimensional, físico, sino organismo–, y además está jerarquizado, con partes
subordinadas y otras más importantes. Recordemos cómo a veces la jerarquía del
cuerpo sirve como modelo analógico para hablar de la estructura del “cuerpo social”.
Dentro de esa jerarquía, dos órganos eran candidatos para asumir una función
prevalente: el corazón y el cerebro. El corazón aparecía, erróneamente, como órgano
de la afectividad y en último término del amor, lo que quedó hasta hoy como imagen
de lo íntimo personal (el “corazón” humano en este sentido, como cuando hablamos
del “corazón” de Jesús; por eso hoy decimos “te saludo muy cordialmente”, y no
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decimos, en cambio, “te saludo muy cerebralmente”; decimos “te deseo de corazón
mucho éxito”, y no “te deseo con todo mi cerebro mucho éxito”).
En Tomás de Aquino, que recoge las dos tradiciones algo eclécticamente (la
cardiocéntrica y la encefalocéntrica), el cerebro aparece, siguiendo a Galeno, como la
sede de la sensibilidad interior (sensorio común, imaginación, memoria, cogitativa),
mientras que el corazón es el órgano vegetativo central que unifica la vida fisiológica
de todo el cuerpo, con su pulsar continuo, como un primer motor corpóreo (animado
por el alma), de modo semejante a como el movimiento circular de los cuerpos
celestes (primer cielo) es responsable de los restantes movimientos del cosmos, a la
manera de raíz o causa primera inmanente de sus movimientos (que requiere la causa
trascendente o Primer Motor).
Hoy sabemos que el órgano vegetativo central es el mismo cerebro, por lo que
la muerte cerebral determina la muerte de la persona, pues equivale a la destrucción
de todo el cuerpo y no de una de sus partes, lo que no quita la importancia del
corazón, que alimenta al cerebro, aunque tal “alimentación” está regulada por el
mismo cerebro.
Así, pues, tanto en la antigüedad como en la biología moderna, sólo que en esta
última de un modo mucho más detallado y con nuevas perspectivas, conforme a la
físico-química moderna, el cerebro se ve, jeráquicamente, como el órgano central del
cuerpo humano, del cual depende globalmente el funcionamiento de todo el cuerpo.
oculto, para permitir que se noten las operaciones, funciones o tareas que de ahí se
derivan. El casco craneal, por otra parte, hace que el cerebro esté protegidísimo.
El rostro, los labios, los ojos, las manos, son, en cambio, la parte manifestativa
o expresiva del cuerpo, que nos permite comunicarnos con los demás. Además las
manos nos permiten accionar sobre las cosas y las piernas locomovernos. Todo lo que
depende directamente de nuestra voluntad (fenomenológicamente) se podría llamar
cuerpo voluntario, disponible para nosotros.
Normalmente el órgano es una parte especializada del cuerpo que ejerce una
función. Pero el cerebro es un órgano peculiar, porque su función es, por una parte,
global, y por otro lado en sus niveles superiores (corticales, pero no sólo esto), se
muestra como des-especializado, lo que le da una especial potencialidad abierta, cosa
que tiene que ver con su función como sede de operaciones psíquicas y de hábitos
mentales (cognitivos y afectivos).
Esto es mucho más profundo que verlo simplemente, como antes se hacía, como
sede de funciones psicológicas. El cerebro como mera sede “domiciliar” responde a
una visión dualista y algo simplona de la filosofía de la mente. Verlo como correlato,
a su vez, si se toma muy radicalmente, corresponde a una concepción paralelista
cómoda. Verlo como si fuera el hardware de una computadora es propio del
funcionalismo y se relaciona con asumir una visión computacional de la mente o del
cerebro humano. Esto supone perder de vista su carácter vital y asimilarlo a una
máquina (mecanicismo). Por otro lado, perder su unidad, por ejemplo al
representárselo como un conjunto de agencias (Minsky), de memes (Dennett), etc., es
típico de una filosofía materialista o reduccionista, lo que tiene como consecuencia la
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desaparición del yo, y eso tiene que ver, como veremos, con la unidad cognitiva y
emotiva de la persona y con el funcionamiento bien integrado del cerebro.
Estas primeras indicaciones nos revelan la función central y global del cerebro,
que debe considerarse siempre en su unidad global y a la vez en sus diferenciaciones
funcionales y anatómicas. Esa función central va recogiendo a modo de capas que de
algún modo se superponen, jerárquicamente (pero no del todo) funciones vegetativas,
sensitivas bajas y altas, hasta llegar a lo que consideramos funciones más altas de la
persona, como son la racionalidad, las decisiones, la memoria, el lenguaje.
4. Cerebro y mente
5. El cerebro como órgano del cuerpo y de la mente. Cerebro, cuerpo total y alma
En una visión más cercana a las intuiciones tomistas, se podría decir que el
cerebro es órgano de una serie de funciones que se reconducen al principio formal
radical del cuerpo humano, que es el alma. De este modo, la dualidad mente-cerebro
se reconduce a la dualidad alma-cuerpo. Con esto hacemos justicia de la totalidad del
cuerpo humano.
El cerebro es una parte del cuerpo y debe verse en unión con el resto del
cuerpo, y además situado en un ambiente (las relaciones con el ambiente son
correlativas al nivel de vida del sujeto viviente: no es lo mismo un ambiente
vegetativo, que un ambiente sensitivo (por ejemplo, poblado por otros animales que
pueden ser amistosos, peligrosos, etc.), que un ambiente cultural o antropológico
(como es el ambiente humano: otras personas, ciudades, etc.).
Al ver el conjunto del cuerpo humano de cualquier persona, con sus gestos, su
vestimenta, sus dimensiones, captamos la personalidad del otro y así podemos
relacionarlos con él o con ella. El cerebro no hace más que estar al servicio de estas
funciones antropológicas. Sin el cuerpo, el cerebro aislado sería un ser monstruoso.
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¿Es el cerebro órgano de las funciones superiores del ser humano, como la
inteligencia, la voluntad, las acciones libres? La respuesta a esta pregunta requiere
varios matices. Quizás yo diría “sí y no”, pero una respuesta así no es satisfactoria.
Tengamos en cuenta que estas funciones, si así podemos llamarlas, inciden en la
unidad profunda de lo que llamamos yo. Desde esta perspectiva, que desarrollaré en el
siguiente apartado, podremos responder a la pregunta que acabo de plantear.
Hasta ahora no nos habíamos detenido en este punto, pero ahora es el momento
de hacerlo: la noción de yo, muy cercana a la de persona, no puede verse
ontológicamente como superpuesta a todo lo que vimos hasta ahora, como sería típico
de una concepción dualista.
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Por tanto, el cerebro (no la sola corteza) tiene que ver con el mantenimiento de
la unidad física o fisiológica del individuo orgánico, es decir, es responsable de la
identidad individual del cuerpo. Esta identidad, unida a la específica, que en lo
corporal depende del código genético, se relaciona con la identidad personal. Esto es
así si no somos dualistas. De alguna manera, yo soy mi cuerpo (una manera que debe
aclararse), porque no podemos decir, so pena de ser dualistas platónicos, que yo soy
yo sea cual sea el cuerpo que tenga: mi cuerpo sería una parte accidental, sustituible,
no sólo individualmente, sino específicamente. Es decir, mi yo podría ir a parar a otro
cuerpo, o a otro tipo de cuerpo, por ejemplo a un cuerpo enteramente biónico, como
sugiere el transhumanismo.
Se puede, pues, decir: tal cuerpo, tal persona; es más: tal encéfalo, tal persona.
Son famosas las americanas Abigail y Brittany Hensel (nacidas en 1990) que
comparten en buena medida el tronco (tienen dos brazos, dos piernas). A la vista
estamos ante un cuerpo con dos cabezas, y claramente son dos personas que viven
como pueden, hablan, sonríen y aprendieron a convivir en este estado.
El cerebro sensitivo tiene que ver con la sensación subjetiva que tiene el animal
de ser una unidad corpórea sensibilizada, que puede gozar y sufrir como unidad. Esto
no significa que el animal, en su unidad psíquica, con su indudable conciencia
psíquica, sea un yo. El animal no puede reflexionar sobre sí, pero sí tiene una
subjetividad, una “conciencia de primera persona” rudimentaria, como sostiene Lynne
Rudder Baker (aquí el término de “persona” alude a la subjetividad y no debe
interpretarse rigurosamente en el sentido de la persona humana).
No existe una región cerebral del animal que sea directamente responsable de
ese auto-sentirse del animal como un todo sensitivo que sufre y que puede actuar con
cierta espontaneidad, en base a percepciones, instintos y emociones. Pero una serie de
áreas y circuitos cerebrales sí son, en su conjunto, la base neural de la “conciencia
animal” que podemos suponer que existe, al menos en los animales superiores con los
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que estamos familiarizados, como son por ejemplo los mamíferos. Por tanto, existe
una correspondencia entre el cerebro animal y su conciencia sensitiva unificada.
Sería inadecuado concebir al animal como una pluralidad de operaciones sensitivas
privadas de unidad.
nuestra conciencia, pues no nos conocemos bien. Lo que somos de verdad es objetivo.
No es así la idea que nos forjamos de cómo somos, en la que interviene nuestra auto-
estima y en la que pueden entrar, o al menos influir, las ideas que los demás se hacen
de nosotros mismos (especialmente si son padres o educadores). Por otra parte, el
auto-conocimiento es fluido: va madurando con el tiempo. No se conoce a sí mismo
del mismo modo un niño, un adolescente, etc. Lo idéntico es nuestra identidad
personal. Nuestro modo de ser y nuestra auto-cognición van cambiando con el
tiempo.
conocimiento en sus diversos sentidos. Sin embargo, los problemas de las distinciones
aquí mencionadas (persona, yo, narración, etc.) se presentan habitualmente cuando se
afrontan desde la perspectiva neurobiológica. Todo lo espiritual tiene siempre una
base neural. La tiene, por tanto, la sensación de ser nosotros mismos, con sus distintos
aspectos.
sólo no puramente inmateriales, sino por encima de todo lo que es material (cosa que
nos permite, precisamente, interrogarnos sobre lo que es la materia y los cuerpos).
No es fácil explicar los puntos que ahora estoy indicando, porque nos falta una
terminología precisa. Podemos distinguir entre el nivel constitutivo (“lo que somos”)
y el nivel operativo (nuestros actos, nuestra conducta, nuestros hábitos). El nivel
constitutivo subsiste siempre, aunque no actúe según todos sus niveles y
potencialidades, salvo cuando la persona muere, de lo que es causa propia la
estructura fisiológica, como dijimos, que ya no puede sostener los niveles superiores.
lo “específico” del ser personal es la inteligencia y la voluntad, que como tales no son
capacidades orgánicas, y por tanto no son actos de nuestro cuerpo.
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Cfr. L. Rudder Baker, Persons and Bodies. A Constitution View, Cambridge University
Press, Cambridge 2000; The Metaphysics of Everyday Life, Cambridge University Press,
Cambridge 2007; Naturalism and the First-Person Pespective, Oxford University Press,
Oxford 2013.
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La posición de Baker quiere ser materialista (compatible con la religión) y no dualista (creer
en el alma sería dualismo). De modo sorprendente, sin embargo, ella ve a nuestro cuerpo
humano como inesencial, y así considera que nosotros esencialmente no somos animales
(sino sólo de modo accidental, que ella llama “derivativo”, así como llama “no-derivativo” a
lo que es esencial). “El cuerpo que ahora me constituye es esencialmente (y no-
derivativamente) un animal, y es contingentemente (y derivativamente) una persona; yo soy
esencialmente (y no-derivativamente) una persona, y soy contingentemente (y
derivativamente) un animal: L. Baker, “Materialism with a human face”, en K. Corcoran
(ed.), Soul, Body, and Survival, Cornell University Press, Ithaca y Londres 2001, p. 168. En
consecuencia, “las personas humanas son animales humanos derivativamente, en virtud de
estar constituidas por animales” (ibid., p. 173). No quiere decir con esto que nuestro yo podría
subsistir sin cuerpo, sino que nuestro actual cuerpo podría ser substituido por otro tipo de
cuerpo, no animal, que sería humano si fuera susceptible de ser autoconsciente (poder tener la
perspectiva de primera persona, lo que para ella es el quicio de lo que nosotros llamamos
“espiritualidad”).
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persona que habla, está despierta, trabaja, etc. Lo que captamos es una unidad, unidad
que no debemos perder de vista (no vemos a los demás sólo como cuerpos, sino como
cuerpos personales).
La persona, en conclusión, indica al individuo completo (yo, tú, él), pero su raíz
es la dimensión espiritual. Esta dimensión no debe “substancializarse”, como hace el
dualismo, que ve a la persona o al espíritu humano como simplemente “encarnado” en
un cuerpo, que al fin de cuentas le resultaría accidental.
¿Es posible desde este planteamiento captar la subsistencia del alma humana
fuera del cuerpo? Pienso que en lo visto hay elementos para poder hacerlo. La
cuestión, a mi modo de ver, es argumentable ontológica y antropológicamente,
aunque nos falten elementos para decir mucho más (qué sentido tendría una vida fuera
del cuerpo). La palabra aquí la tiene la teología.
sobre el sentido de una vida humana persona posterior a la muerte, sea de modo
incorpóreo, sea con el cuerpo resucitado.
Con todo, el funcionalismo –con o sin esta denominación– renació con fuerza
últimamente debido a la alianza entre la neurobiología y la computación
(neuroingeniería computacional). Así resulta que el ser humano puede ser reparado y
mejorado –funciones terapéuticas y de potenciamiento o enhancement– no sólo con
métodos psicoterapéuticos y farmacológicos, sino con implantes informáticos.
Uno de los filósofos actuales que mejor representa esta tesis es Thomas
Metzinger (ver El túnel del yo). Su propuesta supone una reposición actualizada de lo
esencial de las filosofías representacionistas del racionalismo que comenzaron con el
dualismo cartesiano. La intencionalidad husserliana, llamada por Metzinger
“transparencia”, significa que creamos un mundo virtual independiente de su eventual
existencia, creyéndolo verdadero. Así es como nuestro cerebro forja la representación
del yo, que en realidad es una pura ficción. Las pruebas de esta tesis serían las
experiencias de ilusión en las que creamos realidades inexistentes que serían parte de
nuestra conciencia, conciencia sólo fenoménica, como el miembro fantasma, o la
mano de goma que erróneamente atribuimos a nuestro propio y falso ser-agentes. Una
vez más, como en tantos casos semejantes, a partir de situaciones límites y
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Esto lleva consigo que no hay distinción entre hombre y máquina informática.
Si no somos más que una máquina informática, porque aquí también las funciones
vitales se reducen a mecanismos computacionales, nada impide pensar en que otras
máquinas mejores incorporen en sí mismas las ilusiones de un yo que sufre o siente.
5. Conclusión
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Hago notar que, aunque Metzinger pretende basarse en neurocientíficos de la conciencia,
como A. Damasio y B. Baars, en realidad los interpreta según sus ideas, porque estos autores
sostienen la existencia del yo (Self) y la conciencia de un modo realista, sin de-construirlos
como hace Metzinger.
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