Texto N°4: Donzelot “La policía de las familias”
La conversación de los hijos
A partir de mediados del siglo XVIII se ve florecer una abundante literatura sobre el tema de la conversación de los hijos. Al principio es asunto de médicos tales como: Des Essartz, Brouzet, Leroy, Buchan, Raullin, entre otros. Todos ellos critican las costumbres educativas de su siglo con tres blancos privilegiados: los hospicios, la crianza de los niños con nodrizas domésticas, la educación “artificial” de los niños ricos. Con su encadenamiento circular, estas tres “técnicas” engendraban tanto el empobrecimiento de la nación como la decadencia de su elite. Reprochan a la administración de los huérfanos las espantosas tasas de mortalidad de los menores que recoge: el noventa por ciento que mueren antes de haber podido “hacer útiles para el Estado” es decir, “sacar provecho” de esas fuerzas que, sin embargo, tanto le ha costado mantener durante la infancia y la adolescencia. Todas estas memorias se obstinan en mostrar lo oportuno que sería, sin embargo, salvaguardar los bastardos a fin de destinatarios a tareas nacionales como la colonización, la milicia, y la marina tareas para las que estarían perfectamente adaptados por el hecho de carecer de obligaciones familiares. Sin padres sin más sostén que el que les procura un sabio gobierno, no están apegados a nada, nada tienen que perder. No debe ser difícil lograr que miren con indiferencia la muerte y los peligros, personas educadas en esos sentimientos y a los que no distraerá ninguna ternura recíproca. También serán buenos para proporcionar marineros, suplir a las milicias, o poblar las colonias. Ahora bien, ¿Cuál era la causa precisa de esa tasa de mortalidad tan elevada? Las dificultades que la administración enfrentaba a la hora de procurarles buenas nodrizas, así como la mala voluntad y la incompetencia de estas últimas. El recurso a las nodrizas del campo era una costumbre dominante entre las poblaciones de las ciudades. Las mujeres recurrían a ellas bien porque estaban demasiados ocupadas a causa de su trabajo (esposas de comerciantes y de artesanos), o bien porque eran lo suficientemente ricas como para evitarse el trabajo de la crianza. Los pueblos cercanos a las ciudades suministraban las nodrizas de los ricos, y los pobres tenían que ir a buscarlas mucho mas lejos. Las nodrizas tenían serias dificultades para cobrar, a pesar de las penas de cárcel establecidas por la justicia contra los padres que no eran puntuales en cumplir con este deber. Los ricos podían darse el lujo de tener una nodriza exclusiva, pero en contadas ocasiones conquistaban su buena voluntad; y de pronto los médicos creen descubrir en el comportamiento de las nodrizas una explicación para muchas de las taras (defectos) que afectan a los hijos de ricos, al ver a los hijos de padres honestos y virtuosos revelar, desde sus primeros años, un fondo de bajeza y maldad. No cabe duda de esos niños adquirieren todos esos vicios en casa de sus nodrizas. La educación de los hijos de ricos se ve perjudicada por el hecho de que ha sido confiada a empleados domésticos que tratan al niño con una mezcla de coerción excesiva y de confianza inadecuada para asegurar su desarrollo. Aún sigue siendo costumbre delegar en los empleados domésticos aquellas tareas prácticas que están en el origen mismo de cierta educación corporal de los niños ricos, de modo que los destinan exclusivamente al placer, a la imagen; al respecto, cabe mencionar por ejemplo el uso del corsé en adolescentes, cuando menos tan denunciados por los médicos como el fajamiento de los bebés. En el extremo más pobre del cuerpo social, aquello que se denuncia es la irracionalidad de la administración de los hospicios, los escasos beneficios que el Estado obtiene de la crianza de una población que no llega sino excepcionalmente a una edad en que puede reintegrar al Estado los gastos que ha ocasionado, es decir, la ausencia de una economía social. En su extremo más rico, la crítica se refiere a la organización del cuerpo con vistas a un uso estrictamente derrochador de aquellos procedimientos que lo constituyen como un mero principio de placer, es decir, la ausencia de una economía del cuerpo. La fuerza de estos discursos que incitan a la conservación de los hijos procede sin duda de la conexión que establecen entre el registro médico y el registro social, entre la teoría de los fluidos sobre la que se funda la medicina del siglo XVII y la teoría económica de los fisiócratas. Ambos operan una inversión paralela: los primeros invierten la relación entre riqueza y Estado; los segundos, la relación entre cuerpo y alma. Con los fisiócratas, el Estado deja de ser la finalidad de la producción para convertirse en su medio: debe regir las relaciones sociales de manera tal que se intensifique al máximo esa producción restringiendo los consumos. Entre la economía de los flujos sociales y la economía de los flujos corporales, la correspondencia no es sino metafórica. Ambas ponen en juego la oposición ciudad-campo de la misma manera.