En este punto Lacan cede la palabra a una alumna, Rosine Lefort que expone el caso de
Roberto, un paciente suyo. Roberto es un niño de 4 años que se encuentra hospitalizado.
Cuando su madre tuvo que ser internada por un cuadro paranoide, Roberto estuvo cambiando
de residencia con mucha frecuencia, hasta terminar en la institución donde lo encuentra Lefort
por un diagnóstico de psicosis no definida. Es un niño con un coeficiente intelectual
descendido, algunas dificultades motrices y un marcado retraso en la adquisición del lenguaje.
Esto último puede observarse, en primer lugar, en el hecho de que, en un principio, sólo puede
emitir dos frases: “¡Señora!” y “¡El lobo!”, además de algunos gritos guturales. En segundo
lugar, tiene un trato totalmente indiferente con los adultos e ignora a sus pares. No conecta
con otros ni puede comunicarse, salvo cuando entra en crisis convulsivas y se vuelve agresivo.
En una fase preliminar del tratamiento, Lefort observa que esas crisis se desencadenan ante la
presencia del orinal, del biberón, o ante las puertas abiertas. Lefort sostiene que la serie
repetida de mudanzas formaron para él un principio de destrucción que marcó sus
manifestaciones de ingestión y excreción. El niño, según Lefort, tiene una confusión entre él
mismo, los otros niños, los adultos y los contenidos de su cuerpo: todo se encuentra en un
mismo nivel de indeterminación. Para la analista esto queda representado en la escena en la
que Roberto coloca en el orinal arena (sustituto simbólico de las heces), agua (sustituto
simbólico de la orina), leche del biberón y una muñeca. Así, parece que Roberto sólo se
representa a sí mismo como una serie de objetos por los que entra en contacto con su vida
cotidiana (lo que entra y lo que sale de su cuerpo), sin una imagen integrada ni de su cuerpo, ni
de los otros, ni de los objetos. Las intervenciones de Lefort, entonces, se dirigen a lograr una
construcción de sí mismo por parte de Roberto. Para hacerlo, decide introducir la función
materna de diversas maneras: recreando el espacio intrauterino mediante cubos de agua y
cuerdas en forma de juego, haciéndolo comer y beber en su regazo para establecer la
simbiosis con esa figura materna, instándolo a decir su nombre y separándolo del de la analista
como también de los otros niños. De esta manera, Roberto progresa y comienza a ser capaz de
reconocerse como así también de conectar con los otros. Luego enuncia Lefort que Roberto
había sido sometido a una operación sin anestesia durante la cual le mantuvieron por la fuerza
un biberón en la boca. Por eso, sostiene que esta experiencia traumática se vincula con la
inexistencia en él de la función imaginaria y simbólica y su falta de conexión con lo real. Según
Lefort, todos los fantasmas oral-sádicos de Roberto se habían realizado en sus condiciones de
existencia, lo imaginario se había convertido en lo real.