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LA TÓPICA DE LO IMAGINARIO (Jácques Lacan)

“El lobo, el lobo”

Lacan procede a describir en esta instancia el papel de la función simbólica – o la


función de la palabra – como estructurante entre lo imaginario y lo real. Sostiene que la
importancia de esta área de la experiencia analítica, el área de la palabra y el lenguaje, estaba
ya presente en la obra de Freud, aunque nunca nombrada ni conceptualizada con
especificidad. También la función de lo imaginario aparece sugerida en la obra de Freud: en
Introducción al narcisismo, Freud explica las diferencias entre neurosis y psicosis a través de
esta función. Sostiene que el neurótico sustituye relaciones eróticas con los objetos reales por
otros imaginarios mientras que el psicótico retira la libido del mundo real, sin sustituir las
relaciones de objeto, por lo que recrea su mundo imaginario.

En este punto Lacan cede la palabra a una alumna, Rosine Lefort que expone el caso de
Roberto, un paciente suyo. Roberto es un niño de 4 años que se encuentra hospitalizado.
Cuando su madre tuvo que ser internada por un cuadro paranoide, Roberto estuvo cambiando
de residencia con mucha frecuencia, hasta terminar en la institución donde lo encuentra Lefort
por un diagnóstico de psicosis no definida. Es un niño con un coeficiente intelectual
descendido, algunas dificultades motrices y un marcado retraso en la adquisición del lenguaje.
Esto último puede observarse, en primer lugar, en el hecho de que, en un principio, sólo puede
emitir dos frases: “¡Señora!” y “¡El lobo!”, además de algunos gritos guturales. En segundo
lugar, tiene un trato totalmente indiferente con los adultos e ignora a sus pares. No conecta
con otros ni puede comunicarse, salvo cuando entra en crisis convulsivas y se vuelve agresivo.
En una fase preliminar del tratamiento, Lefort observa que esas crisis se desencadenan ante la
presencia del orinal, del biberón, o ante las puertas abiertas. Lefort sostiene que la serie
repetida de mudanzas formaron para él un principio de destrucción que marcó sus
manifestaciones de ingestión y excreción. El niño, según Lefort, tiene una confusión entre él
mismo, los otros niños, los adultos y los contenidos de su cuerpo: todo se encuentra en un
mismo nivel de indeterminación. Para la analista esto queda representado en la escena en la
que Roberto coloca en el orinal arena (sustituto simbólico de las heces), agua (sustituto
simbólico de la orina), leche del biberón y una muñeca. Así, parece que Roberto sólo se
representa a sí mismo como una serie de objetos por los que entra en contacto con su vida
cotidiana (lo que entra y lo que sale de su cuerpo), sin una imagen integrada ni de su cuerpo, ni
de los otros, ni de los objetos. Las intervenciones de Lefort, entonces, se dirigen a lograr una
construcción de sí mismo por parte de Roberto. Para hacerlo, decide introducir la función
materna de diversas maneras: recreando el espacio intrauterino mediante cubos de agua y
cuerdas en forma de juego, haciéndolo comer y beber en su regazo para establecer la
simbiosis con esa figura materna, instándolo a decir su nombre y separándolo del de la analista
como también de los otros niños. De esta manera, Roberto progresa y comienza a ser capaz de
reconocerse como así también de conectar con los otros. Luego enuncia Lefort que Roberto
había sido sometido a una operación sin anestesia durante la cual le mantuvieron por la fuerza
un biberón en la boca. Por eso, sostiene que esta experiencia traumática se vincula con la
inexistencia en él de la función imaginaria y simbólica y su falta de conexión con lo real. Según
Lefort, todos los fantasmas oral-sádicos de Roberto se habían realizado en sus condiciones de
existencia, lo imaginario se había convertido en lo real.

La expresión “¡El lobo!” se daba en Roberto en los momentos en los que


experimentaba crisis convulsivas ligadas a los cambios de habitación, las puertas abiertas y
experiencias con el orinal y el biberón. También la emitía cuando se percibía a sí mismo en
algún reflejo. “El lobo” representa, entonces, la destrucción: las experiencias ligadas al caos,
que le son desestabilizantes, como así también la imagen desordenada que Roberto tiene de
su propio cuerpo. Lacan vincula a la figura del lobo con el orden de lo simbólico. El lobo es la
figura, proveniente del plano folklórico, que utilizan en las instituciones para hacer que los
niños se comporten correctamente. Así, para Roberto, “el lobo” se identifica con la palabra en
forma de coerción, pero al mismo tiempo con la destrucción y el caos. Para Lacan, éste es
precisamente el modus operandi del superyó. Se trata de la parte coercitiva del aparato
psíquico, situada esencialmente en el plano simbólico de la palabra. Es de naturaleza
imperativa y toma la forma de una ley: la del sistema del lenguaje, en tanto define la situación
del hombre como tal. Sin embargo, el superyó presenta también un aspecto tirano, insensato.
La ley puede reducirse a algo que ni siquiera puede expresarse, como el “tú debes”. Así, el
superyó se identifica en su origen con los traumatismos primitivos que el niño ha sufrido, que
quedan fuera del orden de la palabra (algo que resulta evidente en el caso del origen de la
expresión “¡El lobo!”). Por eso Lacan sostiene que el superyó es, simultáneamente, la ley y su
destrucción.

En el caso de Roberto, resulta evidente la función de lo simbólico en su desarrollo. Es


gracias a ese “¡El lobo!” que la analista tiene la posibilidad de instaurar el diálogo. El
tratamiento tiene su punto álgido en el momento en el que Roberto manifiesta una serie de
conductas agresivas hacia la terapeuta y la coloca en la posición de su madre, recreando todas
las experiencias traumáticas que había atravesado con ella: la privación del alimento y el
abandono. Así es como Roberto proyecta “El lobo” sobre la analista. A partir de esa sesión,
tiene una serie de progresos y deja de utilizar esa expresión. Es evidente así que “El lobo” es la
“médula de la palabra”: no es ni él, ni nadie, sino cualquier cosa en tanto que pueda ser
nombrada. El yo de Roberto es completamente caótico y la palabra está detenida. Pero sólo a
partir de “El lobo” podrá empezar a construirse. Cuando Roberto ingresa al tratamiento no
había en él un desarrollo del yo como función imaginaria: es decir, no era capaz de realizar una
integración de su imagen corporal sino que se percibía en el orden del caos. En consecuencia,
no le era posible conectar con un otro: ni con sus pares, ni con los adultos. La pobreza de su
mundo imaginario no le permitía la trasposición a lo real: se encontraba en un mundo previo a
identificaciones yoicas, donde no existe el yo ni el otro. En Roberto estaba presente lo
simbólico puesto que era un niño hablante, pero no dirigía su discurso hacia otros humanos.
Esto se debe a que dicho plano no logra enlazarse a lo imaginario sino gracias a las
intervenciones de la analista que recrean la función materna y apuntalan su nombre. Es decir,
en Roberto, antes de la palabra de la analista, no se logran enlazar los planos real, simbólico e
imaginario. Lacan busca demostrar con esto que el desarrollo sólo se produce a medida que el
sujeto ingresa al sistema simbólico: para que Roberto pudiera entrar en lo real y conectar con
los otros era necesario que se entrelacen lo imaginario y lo real a través de lo simbólico.

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