Introducción:
“Sólo cuando entendamos la naturaleza del juego podremos entender cómo mejorar el
destino de las sociedades humanas en un mundo mutuamente dependiente, el futuro de
nuestra especie, y quizás incluso el mismo destino de la biósfera”
G.M. Burghardt
Al jugar los niños reubican sus mundos para hacerlos más comprensibles,
menos aterradores a veces; esto les permite crear un sitio seguro en el que se
pueden experimentar emociones sin las consecuencias que podrían tener en el
mundo “real”. Si bien el juego es principalmente una conducta y un fin en sí
mismo, por el placer y la alegría de poder hacerlo, también es más que eso, es
esencial para la salud y el bienestar de los seres humanos.
Vogt sugiere que un niño debe jugar entre 7 y 9 horas por día, si bien se
sabe que esto es muy difícil de poder lograr, el Jardín Maternal o Jardín de
Infantes podría garantizar más o menos la mitad. Y luego, en los momentos en
que el niño está descansando físicamente y que no se dedica evidentemente con
su mente a otra tarea, su cerebro sin embargo seguirá permaneciendo
intensamente activo. Estos estados de reposo son muy importantes para el normal
desarrollo de las estructuras cerebrales. También el sueño desempeña un papel
decisivo en el aprendizaje y la memoria; ya que en los momentos de sueño el
cuerpo repone energías y el cerebro reprocesa las experiencias acumuladas
durante las horas de vigilia, favoreciendo la consolidación de conocimientos dentro
de la memoria a largo plazo.
Pellis dice que jugar con otros requiere constantemente un cuidado, una
lectura y un saber diferenciar las intenciones de los otros para así ajustar el propio
comportamiento. Estos componentes interrelacionados mejoran el repertorio de
habilidades sociales, emocionales y cognitivas del niño.
“Los seres humanos modernos en el mundo occidental vivimos una cultura que desvaloriza
las emociones en favor de la razón y la racionalidad. Como consecuencia de esto, nos
hemos vuelto culturalmente ciegos a los fundamentos biológicos de la condición humana.
Valorizar la razón y la racionalidad como rasgos básicos de la existencia humana, es
positivo, pero devaluar las emociones, que también son rasgos básicos de la existencia
humana, no lo es”.
Maturana Romesín y Verden Zoller