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Escritor:
ROBERT SUNNY Quispe heller

COKI EN BUSCA
DE AMOR

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Prólogo
Este libro me es inspirado al ver a tantos niños de
nuestra sociedad que trabajan para ayudar a sus
padres, no se alimentan bien y descuidan sus propios
estudios.

La realidad peruana en personas de la tercera edad es


que trabajan a pesar de sus limitaciones por su edad.
Muchos padres ancianos no reciben el apoyo de sus
hijos y aún tiene que seguir trabajando para poder
mantenerse y en muchos casos seguir manteniendo a
sus hijos ya adultos.

Me he dado cuenta que los niños y ancianos son más


sensibles, amorosos, comparten y colaboran de
corazón más que otras personas.

Mi intención es ayudar a la sociedad a que se


sensibilicen con esos niños y ancianos que tanto nos
necesitan.

“Como flechas en la mano de un hombre poderoso, así son los


hijos de la juventud” (Salmo 127: 4)

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Esta historia cuenta de un niño que no tenía familia,
debido a que su madre, encontrándose gravemente
enferma, sabiendo que no le quedaba mucho tiempo de
vida y, habiendo perdido contacto con sus familiares,
quienes radicaban en otra ciudad, lo puso en un cesto
portabebés y lo dejó junto a la puerta de una vivienda
cuyas características la ubicaban en el nivel
socioeconómico bajo superior. Una vez allí el bebé, la
madre partió y se alejó caminando entre lágrimas,
resignada a transcurrir sus últimos días lo mejor que
pudiera, mientras llegaba el final, y con la esperanza de
que su niño pudiera ser acogido por una familia que le
brindara amor y una vida digna.

Al día siguiente, en horas de la mañana, un señor que


pasaba vio al bebé en la calle, envuelto en ropas de
cama en el suelo llorando; lo recogió y lo llevó a su
casa, donde todo el mobiliario estaba sucio y
descuidado. Al llegar, lo puso en la cama y, mirándolo
con gesto paternal, se conmovió al verlo llorando de
hambre; pensó por un instante y le dijo: “Yo me llamo
Jorge, y tú te llamarás Coki”.

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A continuación, se dirigió a la cocina en busca de algo
que pudiera darle a Coki, pero al instante cayó en la
cuenta de que aquel bebé no podría beber de una taza,
por lo que corrió a la farmacia ubicada a pocas cuadras
y adquirió un biberón y una fórmula infantil.

El niño Coki poco a poco fue creciendo; ya tenía 4 años


y, a su corta edad, ayudaba a su padre adoptivo
reciclando botellas y limpiando carros. Los que
conocían a Coki, podían ver que era un niño noble y
bueno.

Cuando Coquí tenía 8 años, ocurrió algo que cambiaría


su vida para siempre. Jorge, su padre, iba de camino a
casa, cuando se encontró con un amigo, con quien fue a
tomar unas copas por ser el cumpleaños de éste. Al
salir del bar, ya bajo el efecto del alcohol, le vino a la
mente el día que había conocido a Coki y, abstraído en
sus pensamientos, al cruzar la pista, no vio venir al
auto que se acercaba. Un muchacho que pasaba cerca
alcanzó a gritarle: “¡Señor, cuidado!” pero fue
demasiado tarde, no pudiendo evitar el accidente.

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El conductor del automóvil se detuvo inmediatamente,
bajó de su auto a fin de socorrer a Jorge,
preguntándole preocupado “¿Se encuentra bien…? Lo
llevaré al hospital de inmediato”. Jorge sólo alcanzó a
pronunciar: “Co….Co… Coki”, y en ese instante falleció.

Jorge había estado trabajando ese día recogiendo


botellas plásticas para venderlas a una planta
recicladora; por su parte, Coki había estado lavando
carros. A las 6:00 pm, Coki terminó de trabajar, y se
dirigió a su casa; al no encontrar a Jorge, cuyo trabajo
sabía que iba a terminar antes, se preocupó, y salió a
buscarlo por las calles cercanas.

Al poco rato vio un grupo de gente aglomerada en una


esquina. Se acercó y se abrió paso entre la gente;
grande fue su sorpresa cuando vio a Jorge tendido en el
suelo, inmóvil y con la cabeza ensangrentada, signo de
haber sufrido una fractura de cráneo. Al costado estaba
el auto que lo había atropellado, y el chofer con
expresión de angustia.

Al verlo, Coki estalló en llanto, y la gente empezó a


lanzarle preguntas: “¿Era tu papá, hijito?”, a lo que

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respondió entre sollozos: “Sí”. Otro decía “Ay,
pobrecito”. Agobiado por la desesperación, Coki echó a
correr sin rumbo. El niño nuevamente se fue a vivir en
las calles, y perdió contacto con la gente que lo
conocía.

Pasaron dos años, y Coki ya tenía 10; a esa edad aún


recordaba con tristeza a su padre, se sentía muy solo:
no tenía ningún compañero habitual
con quien trabajar y, lo que era peor,
no tenía amigos. Algunas personas
que lo conocían de vista lo apoyaban
obsequiándole algunos alimentos y
prendas de vestir. Coki anhelaba tener
una familia; deseaba con todo su
corazón el amor paternal, el único amor que había
conocido y que la vida le había arrebatado.

Por su precaria situación económica, agudizada por su


poca habilidad para interactuar, debido al trauma de la
pérdida de la figura paterna, en ocasiones pasaba días
sin comer. La vida le exigía mucho sacrificio a un niño
tan pequeño como lo era Coki, quien siempre se

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preguntaba: “¿Por qué no tengo familia? ¿Por qué me
pasa esto a mí?” y, sin poder responderse, se echaba a
llorar desconsoladamente.

Cierto día mientras el pequeño limpiaba un auto, vio


una ancianita caminando, cruzando la calle apoyada en
un bastón; Coki la saludó y diciendo: “¡Hola!”. La
anciana no captó el saludo, debido a que, por su
avanzada edad, padecía una deficiencia auditiva. Coki
añadió: “¡Cuidado! ¡Cuidado, señora!” pero la anciana
seguía sin reaccionar.

La ancianita siguió caminando, tropezó con una piedra


y se cayó. Inmediatamente, el niño fue en su ayuda;
entonces la señora, asustada, tocó el rostro de él y le
dijo: “Disculpa ¿dónde me encuentro? Es que estoy
perdida, no conozco la calle”. Coki, entonces, pudo
notar que la señora era casi ciega, y respondió: “Yo
tampoco soy de aquí, estoy trabajando lavando carros”.

Coki la ayudó a levantarse, y la anciana le dijo: “¿Tú


eres un niño?”, a lo que él respondió afirmativamente.
La anciana sonrió y le agradeció por ayudarla. Coki le
preguntó: “Y, si no conoce ¿qué hace en este lugar?”; la

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anciana le contestó que había salido a comprar la leche,
sin que su familia se entere y, como no conocía bien las
calles, se perdió”. “¿Y por qué se perdió?” inquirió Coki;
“Porque no veo, soy ciega”, respondió la anciana.

Coki se sorprendió bastante al oír tal respuesta, ya que,


por vivir en la calle y por su cuenta, ignoraba la
existencia de discapacidades, y tenía poco
conocimiento del mundo en general. Luego de pensar
un momento le dijo: “Acá veo un mercado, la acompaño
a comprar su leche y después la llevaré a su casa. ¿Cuál
es su nombre?” – “Estrella, hijo ¿y el tuyo?” preguntó la
anciana, “Mi nombre es Coki”, y procedió a
acompañarla; cuando hubo comprado la leche, Coki le
preguntó: “Y cómo es su casa?”.

Estrella le describió su casa, le dijo que era de color


blanco, con rejas verdes, con un jardín de hermosas
plantas y árboles que decoraban el ambiente externo.
Entonces, emprendieron el recorrido en la dirección
indicada por la señora.

Coki estaba confundido, porque había muchas casas y


varias era del color indicado. Coki le preguntó: “¿Cómo

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puede distinguir su casa si no puede ver?”. Estrella le
dijo: “No sé cómo explicártelo, pero toco y huelo
aunque no vea”. Coki se quedó callado sin entender lo
que le dijo la señora. Estrella le preguntó: “Coki
¿conoces a Jesús?”; Coki le respondió: “No ¿quién es?” –
“Te cuento una historia…” fue la respuesta de Estrella.
“Jesús fue el hijo de Dios”, siguió diciendo ella.

Ante ello, Coki se sintió desconcertado, ya que no tenía


idea de quién era Jesús, pues nunca había oído de él, y
su concepto de Dios era bastante difuso, así que
preguntó: “¿Cómo es Jesús? ¿Dónde nació?”; Estrella
repuso: “Él es tan bueno que ofreció su vida para pagar
nuestros pecados; el nació en Belén, era pobre y
ayudaba a las personas. Amaba bastante a los niños”. A
continuación, Estrella citó a Coki unas palabras de la
Biblia: “Mejor es el pobre que camina en su
integridad que el de perversos caminos, y rico”.

Proverbios. 28:6-16

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Coki no comprendía del todo lo que le decía Estrella,
pero la escuchaba atentamente.
Estrella preguntó a continuación:
“Y dime ¿cuántos años tienes?”, a lo
cual él contestó: “Yo tengo 10 años.
Trabajo para ganar mi dinero y
salir adelante” - “¿Y dónde están tus
padres?” inquirió Estrella; “Mi papá murió en un
accidente y no conocí a mi mamá”, fue la respuesta de
Coki. Estrella entonces interrogó: “¿Y en qué trabajas?”,
y Coki le informó: “Yo lavo carros, vendo chicle, reciclo
botellas…”.

Ante esta respuesta, Estrella se sintió apenada, y


expresó: “Es muy duro para un niño trabajar en la calle.
Coki, ¿me puedes acompañar a comprar leche y pan
otro día?”; pero Coki repuso: “No estoy seguro” - “¿Por
qué?” preguntó Estrella. “Porque necesito trabajar… ¿Y
por qué salió sola? ¿acaso no tiene hijos? ”

Estrella guardó silencio por un momento, y entonces


dijo: “Tengo dos hijos, uno es varón y trabaja de albañil
y la segunda es abogada; trabajan todo el día y no

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tienen tiempo para mí. Por ello. contrataron a una
señora para que cuide de mí, mas no tiene paciencia y,
por ello, algunas veces como hoy, no viene. Por esa
razón salí a comprar pan y leche y creo que me perdí”.

Coki se quedó sorprendido y pensó: “¿Qué sucedería si


Estrella se quedase sola en la calle por salir a comprar
y viene un carro?”; entonces, empezó a pensar lo que le
había dicho Estrella, y respondió: “Está bien, la
acompañaré otro día”, y siguió caminando con ella.

En el transcurso del camino comprendió el mensaje


que le quiso decir la señora y recordó a Jorge. En eso,
Coki cerró sus ojos, deseando sentir lo que sentía
Estrella, y empezó a tocar las puertas de las casas con
las manos; lo intentó una y otra vez, y no pudo hacerlo.
Coki vio a muchos niños junto a sus familias, todos
disfrutaban del amor que les brindaban sus padres.

En eso, Estrella reconoció las voces de niños vecinos


que jugaban en un parque infantil cercano, y dijo: “Esta
es mi casa, acá vivo”, y Coki le abrió la reja; ella le
agradeció, y se despidieron. A continuación, recordó lo
que la señora le había dicho sobre la biblia: “Mejor es

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el pobre que camina en su integridad que el de
perversos caminos, y rico”.

Coki emprendió entonces el regreso a la esquina donde


había estado trabajando y, al pasar junto al parque
infantil y ver a niños jugando alegremente, los más
pequeños acompañados de sus padres, y recordar que
él no tenía esa dicha, se sintió triste. Siguió caminando
y, a pocas cuadras, pasó por una iglesia, donde vio
gente alegre y risueña saliendo de la misa; el ver a esas
personas le recordó su soledad, y se sintió aún más
triste… ¡Cuánto ansiaba poder reír como ellos, y
disfrutar de compañerismo como los niños que había
visto poco antes!

Al día siguiente, después de haber pasado la mañana


lavando carros, mientras Coki transitaba por la calle
donde había pasado con Estrella el día anterior, la vio
pasar. Ella avanzaba con lentitud, ayudándose con un
bastón con el que tanteaba el suelo, debido a su
ceguera; Coki se vio invadido por una repentina
ternura, y sintió el impulso de abrazarla: anhelaba ser

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parte de una familia, y que en ella hubiera una abuela
como Estrella.

Coki fue hacia la reja pasándole la voz.

Estrella: “¿Quién es?”

Coki: “Soy Coki, señora Estrella”.

Estrella: “Hola, Coki; qué gusto encontrarte otra vez”.

Y el niño le dijo: “Estrella, hoy la acompaño al mercado.


Páseme su canasta”, y extendió la mano para recibir la
rígida canasta de carrizo que la anciana llevaba. En el
camino había 3 jóvenes de 16 años que hablaban con la
jerga típica de los barrios urbano–marginales, quienes
se burlaron al ver a Coki ayudando a la anciana.

El niño pudo ver que aquellos muchachos, pese a no


sufrir ninguna discapacidad, no valoraban lo que
tenían y, por el contrario, ridiculizaban a quienes
mantenían una actitud alegre y positiva ante la
dificultad.

Con el pasar de los días Coki le tomó bastante cariño a


la señora, y vio en ella una figura equivalente a una
madre o abuela, conceptos que en él no estaban aún

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definidos, al no haber en su entorno tales figuras; al
pensar en Estrella, fue comprendiendo que la soledad
era una condición que ambos tenían en común, ya que
ella tampoco contaba con la compañía y apoyo de sus
familiares, y se fue llenando de tristeza.

Siguieron pasando los días, y luego algunos meses;


Coki cumplió 11 años, y trabajaba como de costumbre
lavando vehículos en aquella esquina, por donde solía
transitar el sacerdote de la iglesia ubicada a pocas
cuadras, y se convirtió en una figura conocida por este:
lo veía trabajando duro y, algunos días, acompañando a
la anciana Estrella. Al observar al pequeño luchar solo
por salir adelante, se sintió profundamente apenado.

Por ello, cierto día se acercó a Coki mientras este


lavaba un vehículo, y lo saludó diciendo: “Hola, niño;
me llamo Gonzalo ¿y tú?” – “Buenos días, padre, yo soy
Coki”, fue la respuesta del niño. Ante ello, el sacerdote
contestó: “Gusto en saludarte, Coki; tu cara me es
conocida, porque siempre te veo en esta esquina
lavando carros cuando voy de camino a la iglesia, así

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que hoy quise presentarme” – “Igualmente, padre”,
respondió Coki.

A continuación, el sacerdote inquirió por la familia de


Coki, su lugar de residencia y sus estudios, a lo que este
informó lo que su padre de crianza, Jorge, le había
contado: que su madre había muerto cuando él era un
bebé y que, por tanto, no la recordaba, y que había sido
criado por su padre, de quien había aprendido a
trabajar lavando carros y reciclando botellas plásticas,
pero que él también había muerto en un accidente
cuando Coki tenía 8 años y que, desde entonces, vivía y
trabajaba solo, luchando por sobrevivir en un mundo
indiferente y, muchas veces, hostil.

Gonzalo se sintió profundamente conmovido ante


aquel testimonio de vida, a la vez que admirado ante el
coraje que aquel muchacho que, sin haber entrado
siquiera en la adolescencia, ya luchaba solo por la
supervivencia, sin el apoyo de una familia que le
brindara apoyo y un entorno seguro. Notó que se le
formaba un nudo en la garganta, y unas lágrimas
asomaron a sus ojos. Ante ello, esforzándose por

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disimular su congoja y esforzándose por esbozar una
sonrisa de simpatía, le ofreció: “Coki ¿te gustaría asistir
gratuitamente a unas clases llamadas catequesis,
donde niños como tú aprenden de la Palabra de Dios, y
pueden conocer amigos con quienes juegan, conversan
y la pasan bien? Me encantaría que estuvieras allí”

Coki no entendió del todo lo que Gonzalo le dijo, pero


le atrajo la idea de aprender algo en compañía de otros
niños, y poder hacerse amigo de ellos, ya que la
soledad era lo más difícil de sobrellevar para él, de
manera que aceptó inmediatamente. Por ello, Gonzalo
se despidió diciendo: “Perfecto; las clases son de
viernes a domingo de 8 de la mañana a 1 de la tarde, en
la iglesia que ya conoces, que está a pocas cuadras.
Pregunta por el Padre Gonzalo, y yo te presentaré a los
otros niños”

Coki quedó entusiasmado por la invitación, y algo


nervioso pero contento, al percibir que algo positivo
llegaba a su vida, y quiso compartirlo con Estrella. Así,
al terminar su jornada de la mañana, se dirigió a la casa

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de Estrella, tocó el timbre y ella salió y, al verlo, lo
saludó diciendo: “Hola, Coquito… ¿A qué se debe tu
visita?”, y el niño pasó a relatarle entusiásticamente lo
ocurrido; ante ello, la anciana replicó: “¡Qué bueno,
Coquito! ¿Ves? Dios es bueno y te cuida”.

Coki pudo ver que había una mujer de unos 30 años


con Estrella, a la que no había visto en anteriores
ocasiones: se trataba de su enfermera, a quien los hijos
de Estrella pagaban para que acudiera tres veces por
semana para brindar la ayuda y cuidados que requería
Estrella por su avanzada edad. Estrella presentó a Coki
y a su enfermera, que se llamaba Patricia, y añadió:
“Cuando acabes tu trabajo de la mañana o tus clases de
catequesis, ven a visitarme de vez en cuando” – “Ya,
Estrellita”, contestó con cariño Coki.

Pasaron las semanas, y la rutina de Coki fue


transcurriendo entre su trabajo, sus clases de
catequesis y sus visitas a Estrella, en quien veía una
figura equivalente a una abuela, y quien, con su
influencia estabilizadora, contribuyó a la formación de
la personalidad de Coki en los años decisivos que

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estaba viviendo, próximo a entrar en la adolescencia.
Ella solía relatarle pasajes de la Biblia que recordaba,
extrayendo de ellos lecciones de conducta y valores,
que Coki procesaba y probaba poner en práctica,
dándose cuenta de que eran prácticos y fomentaban las
buenas relaciones.

Además, al observar las cualidades que mostraba


Gonzalo en su labor social y sus funciones religiosas,
así como el desprendimiento y generosidad con que
trataba a los niños y otras personas con quienes
interactuaba en sus distintas actividades, llegó a ver en
él una figura paterna, de la cual había carecido por
varios años, y en la cual pudo apoyarse para ir
creciendo como persona a medida que pasaban los
años de su preadolescencia y adolescencia.

Entre los niños de la catequesis, con varios de los


cuales empezó a asistir a la misma escuela donde los
matriculó Gonzalo, pudo cultivar varias amistades
entrañables y leales, quienes fueron como hermanos
entre sí, y adquirieron habilidades y capacidades para

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su vida, llegando a constituir un sólido e integrado
grupo de amigos.

Pasaron tres años, y Coki cumplió 14; para este tiempo,


la soledad y aislamiento que antes agobiaban a Coki
habían quedado en el pasado, y se estaba convirtiendo
en un joven no mal parecido, y con un sentido de
pertenencia, responsable, y cuyas heridas emocionales
estaban cerrando. Además de estudiar en la escuela, en
la cual era bastante aplicado, ayudaba en las labores de
la parroquia a la que asistía y en la cual Gonzalo le
brindaba alojamiento y una propina mensual para sus
gastos.

Cierto día, mientras Coki se dirigía al domicilio de


Estrella como solía hacer con regularidad, se encontró
en la calle con Patricia, la enfermera., quien regresaba
de la farmacia luego de comprar unos medicamentos
para la anciana. Al verla, Coki la saludó y le preguntó
cómo se encontraba Estrella, a lo que Patricia
respondió que se encontraba algo más delicada que de
costumbre, y que convendría darse algo de prisa en
llegar. Ante esta respuesta, Coki sintió que cierta

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inquietud lo invadía: aunque se esforzó por
disimularlo, en el fondo temía perder a otra figura
importante en su vida, y que se repitiera el duelo que
antes había experimentado.

Al llegar a la vivienda, Patricia abrió la puerta, y los


ojos de Coki se posaron en Estrella, a quien vio
acostada en el sofá de la sala, dormitando. Al oírlos
entrar, Estrella abrió los ojos, y fijó la mirada en Coki,
quien notó en la mirada de ella un brillo apagado, sin la
vivacidad que antes mostraban, y su preocupación
aumentó al comprobar su delicado estado.

Al ver a Coki, los ojos apagados de Estrella cambiaron


momentáneamente de expresión, haciéndose algo más
vivaces, y se le oyó decir, con voz cansada pero que
reflejaba satisfacción por verlo: “Hola, Coquito;
acércate, por favor”, ante lo cual, Patricia, deseando
respetar el espacio que compartían el muchacho y la
anciana, indicó que iría a buscar al médico de Estrella,
para que la examinara, y que haría unas llamadas a los
familiares de esta.

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“¿Cómo está, señora?”, preguntó Coki cuando
estuvieron a solas; “Estoy débil; las fuerzas me
abandonan. No sabes cuánto ha significado para mí tu
compañía en estos años que nos conocemos. Puedo
notar el cambio en tu comportamiento, tu voz y tu
manera de expresarte: es obvio que estás dejando de
ser un niño y estás pasando a ser un joven estable y
rico en virtudes. He tenido la satisfacción de conocerte
y ver en ti estos signos de progreso; Dios te envió para
acompañarme”.

Ante esto, la respuesta de Coki fue: “Al contrario, soy


yo quien le agradece por sus consejos y la formación
que me brindó a través de las historias de la Biblia que
me ha relatado, todo lo cual, según puedo ver, ha
tenido una influencia muy positiva y valiosa,
impidiendo que me convirtiera en un muchacho
solitario y resentido. Aunque no conocí a mi familia,
puedo enorgullecerme de haber encontrado a personas
como usted y el padre Gonzalo, quienes son lo más
parecido a una abuela y un padre, además de los
jóvenes de la catequesis y de la escuela, ya que con
algunos de ellos tengo una relación como de hermanos.

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Ahora quiero ayudar a otros jóvenes sin familia, y
darles algo de lo que ustedes me dieron”.

Mientras Estrella y Coki conversaban, se presentó


Patricia, acompañada del médico de cabecera de
Estrella y un hijo de esta. El médico procedió a
examinarla, y recomendó su inmediato internamiento
en la clínica de su propiedad. Una vez allí,
transcurrieron cuatro días entre exámenes y visitas de
familiares; sin embargo, el organismo de Estrella
mostraba poca respuesta a los tratamientos, y sus hijos
y otros familiares parecían querer compensar en esos
días los años anteriores de desinterés en las
necesidades de la anciana.

Coki, mientras tanto, continuaba atendiendo sus


labores habituales en la iglesia y la escuela, sin dejar de
pensar en Estrella, y preguntándose cómo se
encontraría. El día que había decidido ir a visitarla,
recibió una llamada de Patricia, quien le comunicó que
Estrella deseaba verlo a la brevedad. Ante ello, Coki
emprendió el camino hacia la clínica, ubicada a pocas
manzanas.

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Por el camino, Coki iba sintiéndose invadido por una
inquietud que aumentaba con los minutos, no
queriendo ser pesimista, pero, en el fondo, temiendo lo
peor. Vio pasar por su mente aceleradamente escenas
vividas con Estrella, desde que se conocieron hasta la
última vez que se vieron. Desbordado por la congoja,
gruesas lágrimas brotaron de los ojos del muchacho,
pues percibía que se acercaba un duelo más a su vida.

Al llegar a la clínica e ingresar a la habitación que


ocupaba Estrella, coki vio que en ella se encontraban
sus dos hijos, un señor y una señora de mediana edad,
y uno de sus nietos, una joven de unos veinte años, hija
de la hija de Estrella. Todos ellos estaban de pie
alrededor de la cama, mientras Estrella les dirigía unas
palabras a las que Coki, por estar algo aturdido por la
inquietud, no alcanzó a captar del todo, pero que
percibió que eran de despedida.

Al oír los pasos de Coki, Estrella giró la cabeza hacia él,


y dijo: “Coki, gracias por haberte conocido; aunque no
pueda verte, aprecio lo mucho que me has ayudado
desde que eras más pequeño.”; el muchacho la

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escuchaba atentamente, mientras lágrimas de congoja
y frustración seguían bañando su rostro, a la vez que
en su mente resonaban las palabras: “¡No te vayas!
¡Aún te necesito, abuelita Estrella!”.

Por su parte, los hijos y la nieta de la anciana, sintieron


aumentar su propia congoja al ver las lágrimas de Coki,
ya que no lo conocían, y no estaban al tanto de la
relación entrañable que habían desarrollado. Por ello,
contagiados por Coki, las lágrimas brotaron también de
los ojos de ellos.

Luego de algunos instantes, intentando serenarse, la


hija de Estrella, dirigiéndose a Coki, le dijo: “¿Conocías
a nuestra madre? Pareces ser un muchacho bueno y
noble; mi madre era muy desprendida, y desde joven
estuvo muy activa en labores sociales, especialmente
para jóvenes sin hogar”. A ello, Coki repuso: “Gracias,
señora; su madre me enseñó valores, y me contó
relatos de la Biblia que sabía de memoria, por ello,
ahora siento respeto por Dios, y sé que Él observa mi
conducta. Su, madre ha sido como una abuela para mí,
y el padre Gonzalo es como un padre”

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A continuación, el hijo de la anciana intervino diciendo:
“Gracias por apoyar a nuestra madre, has sido más leal
con ella que nosotros, y nos has dado una lección: has
aprovechado sus mejores años de sabiduría. Cuenta
con nosotros, nos mantendremos en contacto para
ayudarte en todo lo que necesites”.

Estrella, mientras tanto, prestaba atención a la


conversación, sintiendo una satisfacción y paz interior,
al ver que personas importantes para ella empatizaban
entre sí. Entonces dijo a Coki, hablando con voz
pausada debido a su delicado estado: “Cokito, conserva
esta esclava como recuerdo” y, tomando la mano
derecha de Coki, le colocó la esclava. En respuesta, Coki
besó la frente de la anciana, quien dijo a continuación:
“Acérquense, por favor”, por lo que sus hijos y nieta se
aproximaron a la cama, y las manos de todos se
unieron estrechándose, mientras la anciana exhalaba
su último aliento.

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El hijo de estrella, dejando caer algunas lágrimas,
corrió a llamar al médico, quien llegó para certificar el
deceso. Coki observaba todo desde una suerte de
aturdimiento, ya que no asimilaba la pérdida. En los
días siguientes, estuvo presente en el velorio y el
posterior sepelio; Gonzalo, siendo sacerdote, ofició la
misa respectiva.

Al paso de los días y semanas, Coki fue asimilando la


realidad y saliendo de su aturdimiento, contando para
ello con el apoyo de los hijos de Estrella, Gonzalo y sus
amigos más cercanos de la escuela y la parroquia.
Conservó como un tesoro la esclava que le había
regalado Estrella, y se involucró aún más en las labores
sociales de la parroquia, dirigidas por los sacerdotes
que en ella oficiaban. Los niños y jóvenes sin hogar a
los que ayudó lo llegaron a ver como un hermano
mayor,

Para cuando cumplió los dieciocho años, se había


convertido en un atractivo y empeñoso joven, que
había superado ya la su dolor, y cuyo recuerdo de los

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seres que había perdido era, más bien, grato y
reconfortante. Y, sobre todo, tenía presente a Dios en
todo lo que hacía, sintiéndose responsable ante Él,
decidido a usar el resto de su vida para enriquecer la
de aquellos que, como él, no contaban con el amor de
una familia de la cual ser parte.

“Ama a tus abuelos y valora a los niños, como lo hizo Jesús, porque
ellos están empezando a vivir”.

“Como flechas en la mano de un poderoso son los hijos de la


juventud” (Salmo 127: 4)

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Agradecimientos.
En primer lugar mi agradecimiento infinito a Dios
por haberme dado las fuerzas día tras día para que
este cuento llegue a manos de Ud. Amigo lector y
también mis agradecimientos a cada uno de mis
amigos que me ayudaron para la realización

…El Autor.

29
“como flechas en la mano de un poderoso son los hijos de
la juventud” (Salmo 127:4)

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Autor: Robert Sunny Quispe Heller
Compositor de relatos
Teléfono móvil: 956 171 812

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