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Hernández Nava Cesar Omar

Gonzalo Guerrero.

Originario del poblado de Niebla (cerca del puerto de Palos, España), era
marinero y arcabucero. Fue compañero de Jerónimo de Aguilar y Juan de
Valdivia, cuya misión, en 1511, consistió en viajar a la isla La Española a rendir
informes. Ahí comenzaría la aventura que cambiaría drásticamente su destino.

De inicio nos describe a un hombre, un hombre tierno, sensible del mundo y


muy sabio, era un conocedor de las armas antes de zarpar sometido al
oráculo sabía que iba a separarse de su mundo en ese viaje tan anunciado.
Temeroso de perder su identidad, sus raíces pero él sólo se dio el valor para
enfrentar sus miedos, dudoso de su decisión visita a Rosario quien supongo es
la enamorada de éste hombre, ella le suplica que se quede, él resiste a
quedarse.

Guerrero llegó a América en una expedición marítima con destino a la


población conocida como “La Española”, en Cuba. Días después de zarpar de
Darién, en Panamá, la embarcación naufragó por las corrientes marinas
desviaron la carabela cerca de la isla de Jamaica, donde tras la pérdida de la
embarcación durante una tormenta, tan sólo una veintena de marinos logró
salvarse a bordo de un batel.

Gonzalo Guerrero se vio desamparado, en realidad todos lo estaban, sin saber


del lugar donde se encontraban, sin comida ni agua, no sabían cómo iban a
salir de ésta, tomaron de su sangres sus propias heces habían servido de
alimento, sin embrago cada uno de los sobrevivientes comenzaron a reflexionar
sobre su vida. Sin haber comido ni bebido doña Mariana al igual que otros
hombres no resistieron el naufragio, Mariana se fue y con ella el encanto que
Guerrero sentía por ella. Habían pasado algunos días y el camino aún tenía
que seguirse recorriendo. Al sexto día de la catástrofe, sólo quedaban diez
hombres, mediante el sacerdote Jerónimos se encomendaron a la virgen María
que dando enteramente en sus manos, aunque para Gonzalo la concepción de
Dios se había vuelto algo paradójico. De alguna manera, en la pequeña lancha
arribaron a otro tipo de aguas, luego tierra firme.

Casi la mitad moriría de hambre y sed en el camino, mientras el resto lograría


alcanzar la costa de la península de Yucatán. Ahí, débiles y hambrientos se
dedicaron a saciar su sed con el agua dulce y frutos del lugar, después de unos
días fueron encontrados por nativos y presenciaron como varios de sus
compañeros fueron sacrificados en un extraño ritual, no opusieron resistencia
los de más cuando los nativos los tomaron presos.

Para su fortuna fueron bien alimentados. Mas al poco tiempo, al darse cuenta
de que algunos compañeros –incluyendo Valdivia– habían sido sacrificados, los
restantes rompieron sus jaulas de madera y escaparon. Los prófugos llegaron a
un lugar llamado Xamancona, donde el cacique Aquincuz los tomó a su
servicio.

Más adelante, para hacer una alianza con Chactemal (hoy Chetumal), Taxmar
decidió “ceder” a Guerrero al cacique Nachancan. Ahí, Gonzalo continuó
acumulando victorias bélicas hasta ser nombrado “nacom” (capitán) y casarse
con una de las mujeres más importantes de la región: Za’asil-Há, también
llamada Ix Chel Can.

Pasó el tiempo hasta que, en 1518, Juan de Grijalva tuvo noticia de Jerónimo y
Gonzalo al capturar a unos nativos de la zona. Por su parte, un año antes,
Hernández de Córdoba había sido derrotado en Champotón (en el actual
estado de Campeche) por indígenas que se turnaban para flechar y no tenían
miedo ni a los caballos ni a los arcabuces; según Bernal Díaz del Castillo,
habían sido asesorados por Guerrero.

En 1519 Hernán Cortés llega a Cozumel y se propone rescatar a los antiguos


náufragos, enviando para ello cartas y regalos con mensajeros nativos. Éstos
logran llegar hasta Jerónimo, a quien Taxmar otorga la libertad. Aguilar lleva
esperanzado la noticia a Guerrero, pero él, de acuerdo con Díaz del Castillo en
su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, le contesta:

Yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay
guerras: idos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas.
¡Qué dirán de mí desde que me vean esos españoles ir de esta manera! Y ya
veis estos mis hijitos cuán bonicos son...

De esta manera, los destinos de Aguilar y Guerrero se separaron; mientras el


primero ayuda en la conquista de la Nueva España como intérprete, el segundo
lucha contra ella.

Alrededor de 1528, Alonso Dávila y Francisco de Montejo se plantearon


conquistar la península de Yucatán. Para ello, este último envía una carta a
Guerrero pidiendo su apoyo a cambio de beneficios, la cual –según Fernández
de Oviedo y Valdés en su Historia general de las Indias– es devuelta con una
negativa escrita con carbón en el anverso.

Montejo decide entonces acercarse por mar y que Dávila lo haga por tierra.
Guerrero, cual Ulises griego, comunicará con astucia a Dávila que la
expedición de Montejo ha naufragado; y a Montejo, que la de Dávila ha
perecido durante una celada. Ninguno de los dos se atreve a atacar por
separado y es hasta 1531 cuando se encuentran. Al darse cuenta de la trampa,
acuerdan continuar con su objetivo.

Primero desean imitar la técnica de Cortés buscando aliados, mas como éstos
suelen fingir y volverse en su contra, Dávila ordena atacar frontalmente
Chactemal. Para su sorpresa, se encuentra con la ciudad vacía; entra en ella ¡y
los hombres de Guerrero lo rodean! Ahí queda encerrado algunos meses hasta
que logra escapar a Honduras, donde Andrés de Cereceda, que tiene el
proyecto de seguir colonizando las Hibueras, lo recibe.

Aunque la península yucateca estaba ahora casi libre de los conquistadores,


Guerrero y sus aliados acuden al llamado de auxilio de los mayas de la región
de Honduras, haciendo que Cereceda se repliegue. Éste, por su parte, es
apoyado por Pedro de Alvarado, quien regresa de Guatemala. Corre ya el año
de 1536.

En las inmediaciones del río Ulúa se produce una cruenta batalla y, finalmente,
un tiro de arcabuz en el pecho hiere de muerte a Gonzalo Guerrero, quien cae
cerca de unas albarradas. El hecho es consignado por Cereceda, quien lo
reconoce como Gonzalo Azora (el apellido de Guerrero había sido cambiado
por los mayas a Aroca, el cual fue traducido por los españoles como Azora), “el
que andaba entre los indios en la provincia de Yucatán veinte años ha y más”,
describiendo su figura como “labrada del cuerpo” y “en hábito de indio”.

Había tenido que escoger entre sus antiguos compañeros y los nuevos,
representando así una unión singular entre dos mundos, cuya fusión produjo en
su caso resultados muy diferentes a los de la Conquista. Asimismo, es
recordado por ser el primero en procrear hijos mestizos dentro de una alianza
reconocida y consentida. Tal vez, como dice Carlos Villa Roiz en su libro
Gonzalo Guerrero. Memoria olvidada, su patria no fue la tierra en que nació,
sino aquella por la cual luchó.

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