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Las Pascuas Sangrientas del Profesor Toaff

por Israel Shamir


Febrero de 2007

Sangre, traición, tortura y abjuración se entremezclan en la historia del profesor


(doctor) Ariel Toaff, un judío italiano, historia que parece un invento de su compatriota
Umberto Eco. El profesor Toaff se topó con un descubrimiento espeluznante que le heló
la sangre, pero tuvo el valor de seguir adelante, hasta que le cayó encima toda la presión
de su comunidad, y, quebrantado al fin, hizo acto de arrepentimiento.

El doctor Toaff es hijo del Gran Rabino de Roma, y ejerce como docente en la
universidad judía de Bar Ilan, no lejos de Tel-Aviv. Se dio a conocer con sus profundos
estudios sobre la judería medieval. Los tres volúmenes de su obra "Amor, Trabajo y
Muerte. La Vida Judía en la Umbría Medieval" (Love, Work and Death. Jewish Life in
Medieval Umbria) son una enciclopedia en este campo ciertamente limitado. Mientras
iba ahondando en el tema, descubrió que las comunidades ashkenazis medievales de la
Italia del Norte practicaban una forma particularmente horrible de sacrificios humanos.
Sus hechiceros y adeptos raptaban y crucificaban a pequeños niños cristianos, les
sacaban la sangre y la usaban para rituales mágicos, invocando al Espíritu de la
Venganza contra los odiados goyim.

Toaff profundizó en el caso de san Simón de Trento. Se trataba de un niño de dos


años que fue raptado desde su casa, en la ciudad italiana de Trento, por unos judíos
ashkenazis, en vísperas de la Pascua judía de 1475. Durante la noche, los secuestradores
asesinaron al niño, le sacaron la sangre, le clavaron agujas en su cuerpo, lo crucificaron
cabeza abajo a la vez que pedían que "Así perezcan todos los cristianos por tierra y por
mar", y así fue cómo celebraron su Pascua, un ritual arcaico con sangre derramada y
niños asesinados, en la forma más literal, prescindiendo de la metáfora habitual que
conocemos como la "transmutación del vino en sangre".

Los asesinos fueron capturados, confesaron, y fueron hallados culpables por el


Obispo de Trento. Inmediatamente los judíos apelaron al Papa, y éste mandó al obispo
de Ventimiglia a investigar los hechos. Este obispo supuestamente aceptó un fuerte
soborno de los judíos y terminó por concluír que el niño había sido asesinado por una
mina colocada por Hamás para echarle la culpa a Israel, y que no se había encontrado
ninguna orden dictada por el Tsahal [las fuerzas armadas de Israel en conjunto] en
Trento. "Simón había sido asesinado por cristianos que tenían la intención de arruinar a
los judíos", decía la Enciclopedia Judía antes de la guerra, en un claro caso de
premonición, ya que el mismo argumento lo esgrimieron los judíos en 2006 al tratar de
justificar la matanza masiva de niños en Kafr Qana [durante la invasión del Líbano].

Sin embargo, en el siglo XV los judíos eran influyentes, pero no todopoderosos. Ellos
no podían tratar al mundo como lo hicieron en 2002, después de la masacre que
efectuaron en Yenín, ordenando que todo el mundo saliera inmediatamente. Ellos no
contaban con el derecho estadounidense de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Ellos no podían bombardear a Roma, y la palabra "anti-semitismo" sólo fue inventada
400 años más tarde. A ellos se les dio un trato justo, lo cual es mucho peor que un trato
preferencial: el papa Sixto IV reunió una comisión de seis cardenales, encabezada por
el mejor especialista en derecho de aquel tiempo, para celebrar un nuevo juicio; y esta
corte suprema encontró culpables a los asesinos. Se puede leer más sobre el caso, en la
versión católica (www.stsimonoftrent.com) y en la versión judía
(http://www.jewishencyclopedia.com/articles/13752-simon-simedl-simoncino-of-
trent). Los documentos del juicio se han conservado y están todavía disponibles en el
Vaticano.

En 1965 la Iglesia católica romana entró en un proceso de perestroika [1]. Éstos


fueron los días alciónicos del Concilio Vaticano II, cuando los modernistas desarraigaron
los fundamentos de la tradición, con la esperanza de actualizar la fe para que cuadrara
en la nueva narrativa de la modernidad, amistosa con los judíos; dicho en palabras
simples, los obispos querían ser amados por la prensa liberal.

[1. Curiosamente, esta evolución de la Iglesia coincidió prácticamente con la primera


perestroika (el derrocamiento de la figura de Stalin) que inició Jrushev en 1961, con
ocasión del vigésimo segundo congreso del Partido, cuando el Partido Comunista se
arrepintió de los pecados y crímenes de sus antiguos grandes líderes. Al cabo de una
generación, treinta años más tarde, el Partido se derrumbó y su membresía fue
diezmada por la segunda perestroika. La penitencia es buena para el alma, pero el alma
resulta que es inmortal].

Los siempre vigilantes judíos aprovecharon la oportunidad y presionaron a los


obispos para que des-canonizaran a san Simón de Trento. Los obispos los complacieron
con gusto, pues en un extraño ritual los dirigentes de la Iglesia ya habían descubierto
que los judíos no tenían la culpa de la crucifixión de Cristo, a la vez que admitían la culpa
de la Iglesia en la persecución de los judíos. La crucifixión de un pequeño niño italiano
era un asunto de poca monta comparado con esta marcha atrás. Tomando una decisión
apresurada, los obispos decretaron que las confesiones de los asesinos carecían de
validez porque se habían obtenido mediante la tortura, y, por lo tanto, los acusados eran
inocentes, mientras que el joven mártir no era verdaderamente tal. Se puso fin a la
devoción a San Simón, su culto fue descontinuado y prohibido, y los restos del niño
martirizado fueron removidos y sepultados en un lugar secreto para que no volviera a
resurgir ningún peregrinaje [http://www.trentinocultura.net/orizzonti/notizie/Anno-
2006/rogger.doc_cvt.asp].

Ahora volvamos al profesor Ariel Toaff. Mientras iba revisando los documentos del
proceso judicial, hizo un descubrimiento asombroso: las confesiones de los asesinos
contenían elementos totalmente desconocidos por los clérigos italianos o por la policía;
es decir, que no se trataba de confesiones dictadas por el celo de los investigadores bajo
la tortura. Los asesinos pertenecían a la pequeña y apartada comunidad ashkenazi, y
practicaban sus propios ritos, bastante diferentes de los que practicaban los judíos
italianos nativos; estos ritos fueron reproducidos fidedignamente en sus confesiones,
aunque no eran de conocimiento de la brigada investigadora de crímenes de entonces.
"Estas fórmulas litúrgicas en hebreo, de un fuerte tono anti-cristiano, no pueden ser
proyecciones de los jueces, porque no conocían estas oraciones, que ni siquiera
pertenecían a los ritos italianos sino a la tradición ashkenazi", escribe Toaff. Una
confesión tiene valor sólo si contiene algunos detalles verdaderos y comprobables del
crimen, que la policía no conozca. Esta norma capital de la investigación criminal fue
observada en los juicios de Trento.

Semejante descubrimiento tiene el potencial suficiente para producir una sacudida,


una conmoción y un rediseño de la Iglesia. El noble y culto rabino Toaff ha resucitado a
San Simón, doblemente víctima, tanto de la venganza del siglo XV como de la perestroika
del siglo XX. Esto exigiría un acto de penitencia de parte de los doctores del Vaticano
que se olvidaron del niño asesinado mientras buscaban la amistad de importantes judíos
estadounidenses, y que aún se niegan a admitir su gravísimo error. Monseñor Iginio
Rogger, un historiador de la Iglesia que en los años '60 (mal)condujo la investigación
del caso de san Simón, dijo (http://usatoday30.usatoday.com/news/world/2007-02-10-
italy_x.htm) que las confesiones no tenían ningún valor pues "los jueces se valieron de
horribles torturas". Este comentario es evidentemente anti-sionista, y por ende "anti-
semita", pues si se rechazan las confesiones obtenidas mediante tortura, entonces
habría que soltar a todos los presos palestinos que se encuentran en las cárceles judías;
es también un comentario anti-estadounidense, pues EE.UU. reconoce el valor de la
tortura, y la practica en Guantánamo y en otras partes. Incluso es un comentario
negador del "Holocausto" pues invalida el juicio de Nuremberg [donde se obtuvieron
confesiones mediante tortura] El reconocido abogado judío estadounidense Alan
Dershowitz podría haber argumentado contra Rogger, pero por alguna razón no lo hizo.

"Yo no quisiera estar en el lugar de Toaff, respondiendo sobre este asunto a


historiadores que han documentado seriamente este caso", dijo Rogger a USA Today.
Pero el lugar de Toaf es harto preferible al de Rogger, quien tendrá que responder en el
Cielo por el menosprecio a un santo.

Más encima, el crimen de Simón de Trento no fue una excepción: Toaff descubrió
muchos casos más de tales sacrificios sangrientos relacionados con la mutilación de
niños, cuya sangre derramada se utilizaba en la confección del matzo (pan sin levadura),
repitiéndose a lo largo de quinientos años de historia europea

La sangre, esta mágica bebida, se utilizaba como una medicina popular en aquel
tiempo, como en todas las épocas: Herodes trataba de mantenerse joven bañándose en
sangre de bebés; los alquimistas usaban la sangre para convertir el plomo en oro. Los
brujos judíos estaban muy metidos en la magia, y la usaban tanto como los demás.
Había un próspero mercado de exquisiteces tales como sangre, polvo hecho a base de
sangre, y matzos amasados con sangre. Los mercaderes judíos lo vendían con las
debidas cartas de autorización rabínica. La sangre más preciada era la del goy katan, es
decir del niño no-judío, pero era mucho más corriente la sangre procedente de
circuncisiones. Tales sacrificios sangrientos eran "acciones y reacciones instintivas,
viscerales, virulentas, en las que inocentes e ignorantes niños eran víctimas del amor a
Dios y a la venganza", escribe Toaff en el prólogo de su libro. "La sangre de ellos bañaba
los altares de un dios que, según se creía, necesitaba que lo orientaran, y al cual a veces
se le impulsaba con impaciencia para que ejerciera su protección o su castigo".

Este comentario, que puede parecer algo críptico, se entiende si se lee el libro del
profesor israelí Israel Yuval "Dos Naciones en Tu Vientre" (Two Nations in Thy Womb).
Yuval explica que las libaciones de sangre eran necesarias (a los ojos de los magos
judíos) para atraer la Venganza Divina sobre los goyim. También menciona otro caso
irrebatible (es decir, no desmentido por los judíos) de sacrificio sangriento realizado por
un judío (véase mi artículo http://www.israelshamir.net/English/blood.htm). Toaff
complementa la información dada por Yuval insistiendo en lo usual del uso de la sangre
con fines mágicos entre los judíos en la Edad Media, y tomando en consideración el
elemento anti-cristiano: la crucifixión de las víctimas y las maldiciones contra Cristo y la
Virgen. En esto, su libro es apoyado por otro autor, Elliot Horowitz, con su libro (algo
más tímido) "Ritos Temerarios: Purim y el Legado de la Violencia Judía" (Reckless Rites:
Purim and the Legacy of Jewish Violence, Princeton, 2006). Horowitz nos relata extraños
rituales: flagelación de la Virgen, destrucción de crucifijos, palizas y asesinatos de
cristianos.

Todo esto ha quedado atrás, y ahora podemos mirar hacia el pasado y decir: sí,
algunos brujos y místicos judíos practicaron sacrificios humanos. Ellos asesinaban niños,
mutilaban sus cuerpos y utilizaban su sangre para derramar la Ira Divina sobre sus
vecinos no-judíos. Ellos se burlaban de los ritos cristianos mediante el uso de sangre de
cristianos en lugar de la sangre de Cristo. La Iglesia y el pueblo de toda Europa tenían
razón. Los europeos (y los árabes y los rusos) no eran fanáticos enloquecidos sino que
entendían lo que veían. Castigaban a los culpables pero dejaban en paz a los inocentes.
Nosotros, humanos, podemos contemplar esta espantosa página de la Historia con
orgullo, y verter algunas lágrimas por los pobres niños destrozados por estos monstruos
sedientos de cólera. Los judíos deberían ser más modestos y dejar de llevar sus heridas
históricas como banderas: sus antepasados prosperaron a pesar de estos terribles
hechos de algunos de sus correligionarios, mientras que en el Estado judío los pecados
de algunos pocos palestinos recaen sobre el pueblo palestino entero. También podemos
sacudirnos de encima el lloriqueo de los amigos de Israel cuando quieren que
permanezcamos ciegos ante la masacre de Yenín o de Qana, pues se trata, exactamente,
de esto que los judíos llaman "libelo (acusación) de sangre", que al final no es ninguna
difamación.

Esperemos que el gran acto de osadía del profesor Toaff se convierta en un punto de
inflexión en la vida de la Iglesia. El desbalance causado por la perestroika que fue el
Concilio Vaticano II llegó demasiado lejos. Recordemos que la perestroika rusa terminó
con el derrumbe de la estructura entera. Mientras los anti-papistas [cristianos
adversarios de Juan XXIII] temían un anti-Cristo en la sede de San Pedro, el peligro real
es que surja un Gorbachov [un liquidador definitivo de la cristiandad].

En la ciudad italiana de Orvieto, a orillas del mar Adriático, los judíos pidieron la
anulación de una exposición que tenía un gran valor artístico, y el cese de las procesiones
que conmemoraban el milagro de Trani [http://www.haaretz.com/news/pro-israel-
group-asks-pope-to-remove-anti-semitism-from-religious-art-1.210470].

Allí, unos mil años atrás, una judía se robó una hostia consagrada de una iglesia, y
decidió freírla en aceite, pero sucedió que milagrosamente la hostia se convirtió en carne
y empezó a sangrar en abundancia, de modo que la sangre inundó toda la casa. Hay
constancia de muchos casos de profanación de hostias en toda Europa; fueron bien
descritos por Yuval, Horowitz y Toaff, y ocurrieron en verdad, y sólo la infame
desfachatez judía impulsó a la Roman Association of Friends of Israel a escribir una carta
al Papa exigiendo el fin de un ritual que tiene mil años de observancia. Y lo consiguieron.
La Iglesia se doblegó, los paneles fueron desmantelados, se canceló la procesión y se
formularon profundas disculpas a los judíos, para completa satisfacción de los
embajadores israelíes Gideon Meir (ante Roma) y Oded Ben-Hur (ante el Vaticano), que
dictaron la capitulación.

"Extraño mundo en verdad es el nuestro", escribió Domenico Savino en la excelente


revista Effedieffe. "Se ofende a la fe cristiana, y se le pide perdón a los ofensores".
Savino se pregunta si habrá sido imposible simplemente ignorar cortésmente la
demanda de los Amigos de Israel, y cita ampliamente las palabras del cardenal Walter
Kasper, representante del Vaticano en este acto de sometimiento. Kasper niega que la
Iglesia sea el Verdadero y Único Israel Elegido, y afirma la igualdad de los judíos en
tanto "hermanos mayores"; niega la necesidad de Cristo, pide perdón a los judíos y
promete "una nueva primavera para la Iglesia y el mundo".

«¿Primavera para la Iglesia?», exclama Savino; «¡Ese cuento es viejo!. Después del
concilio Vaticano II, el Papa dijo: "Esperábamos la primavera y lo que vino fue la
tormenta". Esa primavera ha sido suficiente para nosotros, y después de esa
reconciliación en Orvieto ¡no quiero escuchar nunca más la palabra "primavera", y ver
la ancha sonrisa de satisfacción de los "hermanos mayores" Gideon Meir y Oded Ben-
Hur!».

La "perestroika" no sólo llegó a Italia, ni se limitó a la Iglesia Católica. En Alemania


se está preparando un nuevo sacrilegio: una Biblia "políticamente correcta", con un
relato de la Pasión enmendado de modo que no cause disgusto a los judíos. El título es
engañoso, pues no podrán llamar a su producto bastardo como una "nueva traducción
al alemán de la Biblia, libre de machismo y anti-semitismo", como tampoco se le puede
llamar a las aguas servidas de uno como "vino libre de productos tóxicos". Cambiar una
letra en la Biblia es equivalente a arruinar el mundo, dice el Talmud. La escritura "libre
de anti-semitismo" probablemente se centrará en el sufrimiento judío, mientras la Iglesia
hará el papel del villano de la película. Exaltará a Judas y rechazará a Cristo. Del mismo
modo, quitar las "tendencias de género" significará quitar el episodio de la Anunciación,
que es la gran división que separa a la monocausalidad estéril de los judíos, de la
confluencia cristiana entre el Cielo y la Tierra. De hecho el modelo cristiano tuvo tanto
éxito que incluso los judíos lo adoptaron en su Kábala, y aparentemente decidieron
encajarles la vieja y redundante monocausalidad a los alemanes.

En Inglaterra, el viejo semanario liberal The Observer cambió sus plumas y se


convirtió en el nido neoconservador de los que apoyan la guerra y la alianza entre Bush
y Blair. Con impecable lógica en seguida el periódico también renunció a Cristo y prefirió
a los judíos, como lo muestra una reseña de Adam Mars-Jones (4 Feb. 2007) de un
nuevo libro inglés ("The Song Before It Is Sung", de Justin Cartwright), donde el
periodista opta por Oscar Schindler en vez del general Adam von Trott, quien fue
ejecutado por participar en la conspiración de 1944 de los generales para derrocar a
Hitler: "¿Qué es lo que hace de La Lista de Schindler un film tan asombroso? Es que se
guía por la ética judía al mostrar el viaje exterior del héroe, en vez de mostrar una
evolución interna. El tipo tenía debilidades, ¿y qué?; es su problema. Sólo vale el hecho
de que salvó judíos. Sus mitzvahs (buenas acciones) le valieron un lugar entre los
Gentiles Justos, y a falta de una vida después de la muerte (no realmente una
característica de la creencia judía) es todo lo que se puede decir. Ojalá aparezcan más
ejemplos por el estilo, y se rinda menos culto al martirio. La veneración del sacrificio,
para una victoria puramente simbólica, puede distorsionar la empresa mejor
intencionada y corre el riesgo de insultar a los muertos, que no tuvieron elección".

El comentarista de The Observer elige claramente a Judas o Caifás ("aunque


contaminado, quiso salvar a los judíos") contra Jesucristo, que fue el Sacrificio. Su
llamado a "menos culto del martirio, menos veneración del sacrificio para una victoria
puramente simbólica" haría del Gólgota la última palabra, sin Resurrección en
perspectiva. ¿Quién necesitaría las virtudes cristianas?. Las faltas y los vicios del ser
humano son "su problema, mientras salve judíos", y lo mejor que puede desear un no-
judío es "un lugar entre los Gentiles Justos". Desde este punto de vista, san Simón y
otros niños no murieron en vano: ellos ayudaron a los judíos a invocar la Venganza de
Dios, y aquello fue lo mejor que ellos podrían desear. De la misma forma, los soldados
británicos no podrían esperar un destino mejor que el de morir por Israel en las calles
de Basora, Teherán o de cualquier otro lugar.

Así, en Roma, Berlín o Londres, los judíos ganaron un round o dos en su forcejeo con
la Iglesia. Al perseverar obstinadamente y no arrepentirse jamás, nunca pedir perdón y
obrar siempre contra el cristianismo, lograron sustituír en muchas personas sencillas la
imagen de la Via Dolorosa, del Gólgota y la Resurrección, con su burda tergiversación
de la historia humana como una larga línea recta de sufrimiento de inocentes judíos,
acusaciones de sacrificios sangrientos, holocaustos y la redención sionista en la Tierra
Santa. Mientras la gente rechazaba sensatamente la idea de la culpa judía de la muerte
de Cristo, los judíos le metieron en la cabeza a la gente una idea aún más absurda, la
de la culpa de la Iglesia en la muerte de los judíos.

Las consecuencias no son puramente teológicas. Inglaterra, Italia y Alemania


aprueban la estrangulación de la Palestina cristiana, el bloqueo de Gaza y el robo de las
tierras de la Iglesia en Belén y en Jerusalén. Ellos apoyan el Drang nach Osten (Empuje
hacia el Este) estadounidense. Peor aún: han perdido su conexión con Dios, y su empatía
con sus hermanos humanos se seca, como si el ciego espíritu de venganza invocado por
los conjuros a base de sangre inocente los hubiera atrapado.

La publicación del libro del profesor Toaff podría convertirse en el punto de inflexión
que surge en el momento justo en la historia occidental, desde la apología de Judas a la
adoración de Cristo. Sí, su informe sobre niños asesinados es apenas una grieta en el
enorme edificio del excepcionalismo judío construído en la mente de los europeos. Pero
los grandes edificios también pueden derrumbarse en un momento, como lo aprendimos
el 11-S.

Aparentemente los judíos se percataron de ello y se abalanzaron sobre Toaff como


un enjambre enfurecido [vea mi artículo "Carter y el Enjambre" en
http://www.israelshamir.net/Spanish/Sp36.htm]. Un historiador judío de renombre,
rabino e hijo de rabino, escribió acerca de sucesos que tuvieron lugar hace 500 años.
¿Por qué deberían ellos alborotarse tanto?. En la Edad Media, el uso de la sangre, la
necromancia y la magia negra no eran un ámbito exclusivamente judío. Brujas y magos
de origen no-judío hacían lo mismo. ¡Así que uníos a la raza humana, con verrugas y
todo!. Pero esto sería demasiado humillante para los arrogantes Elegidos.

"Es increíble que alguien, y mucho menos un historiador israelí, conceda legitimidad
a la infundada acusación de crimen ritual que ha sido la fuente de tanto sufrimiento y
ataques contra los judíos a lo largo de la Historia", dijo el director nacional de la Liga
Anti-Difamatoria (ADL), Abraham Foxman. La Liga Anti-Difamación dijo que el libro era
"infundado y le hace el juego a los anti-semitas".

Foxman, que no es ni historiador ni rabino, sabe a priori, basándose solamente en


su fe y su convicción, que el libro es "infundado". Pero también dijo lo mismo acerca de
la masacre de Yenín.

En un comunicado de prensa la Universidad de Bar-Ilan "expresa gran enojo y


desagrado extremo por lo que hizo Toaff, por su falta de sensibilidad al publicar su libro
acerca de los crímenes rituales en Italia. Su elección de una editorial privada en Italia,
el provocativo título del libro y las interpretaciones dadas por los medios de comunicación
a su contenido, han ofendido la sensibilidad de los judíos del mundo entero y han dañado
el delicado tejido de las relaciones entre judíos y cristianos. La Universidad de Bar-Ilan
condena con firmeza y repudia lo que aparentemente implica el libro de Toaf, según lo
que informan los medios acerca de su contenido, como si hubiera un fundamento para
las acusaciones de crimen ritual, que condujeron al asesinato de millones de judíos
inocentes".

Son palabras de excomunión. Toaff está aguantando una fuerte presión comunitaria;
estuvo a punto de encontrarse, a los sesenta y cinco años, en la calle, probablemente
sin derecho a jubilación alguna, abandonado de sus viejos amigos y alumnos, exiliado y
excomulgado. Probablemente su vida fue amenazada también: los judíos emplean
asesinos profesionales secretos para tratar con tales estorbos. En los días antiguos se
les llamaba rodef; hoy en día se les llama kidon, y siguen siendo tan eficientes como
antaño, y es más difícil dar con ellos que con los maniáticos sedientos de sangre. La
reputación de Toaff sería aniquilada: Sue Blackwell "consultaría a sus amigos judíos" y
lo llamaría un nazi; Searchlight, revista financiada por la ADL, descubriría, invadiría e
inventaría su vida privada; y muchos judíos insignificantes lo denigrarían en la web, en
sus blogs y en su buque insignia, la Wikipedia. ¿Quién lo defendería? Probablemente ni
un solo judío, y no muchos cristianos.

Al principio del ataque, trató de enfrentarse: "No voy a renunciar a mi devoción por
la verdad y la libertad académica, incluso si el mundo entero me crucifica". Toaff dijo
anteriormente esa semana a Haaretz que mantenía las afirmaciones de su libro según
las cuales hay una base real para algunas de las acusaciones medievales contra los
judíos por sacrificios sangrientos.

Pero Toaff no estaba hecho de material resistente. Como Winston Smith, el personaje
principal de la novela "1984" de George Orwell, fue quebrantado en un calabozo mental
de la Inquisición judía. Publicó una carta de completa disculpa, detuvo la distribución de
su libro, prometió someterlo a la censura judía y "también prometió entregar todos los
fondos provenientes de la venta de su libro a la Liga Anti-Difamación" del bueno de Abe
Foxman.

Sus últimas palabras fueron tan conmovedoras como las de Galileo abjurando de su
herejía: "Nunca permitiré que un odiador de judíos me utilice o utilice mi investigación
como un instrumento para avivar las llamas, una vez más, del odio que condujo al
asesinato de millones de judíos. Ofrezco mis más sinceras disculpas a todos los que se
hayan sentido ofendidos por los artículos y las distorsiones que se me atribuyeron a mí
y a mi libro".

Así, Ariel Toaff se rindió ante la presión comunitaria. No tiene mucha importancia lo
que él diga ahora. No sabemos qué torturas mentales le preparó la policía política judía
de la Liga Anti-Difamatoria, ni cómo fue obligado a retractarse. Lo que nos ha dado es
suficiente. Pero, ¿qué es lo que nos ha dado?. En un sentido, su aporte es comparable
al de Benny Morris y otros nuevos historiadores israelíes: repitieron datos que
conocíamos de fuentes palestinas, desde Abu Lughud hasta Edward Said. Pero las
fuentes palestinas no eran confiables; en nuestro universo judeocéntrico sólo se
consideran fidedignas las fuentes judías. De modo que Morris y los demás han ayudado
a millones de personas a liberarse de la obligada narrativa sionista. Esto no sería
necesario si fuéramos capaces de creer a un goy frente a un judío, a un árabe acerca de
la expulsión de 1948, a un italiano acerca de san Simón, y tal vez incluso a un alemán
acerca de las deportaciones de la guerra. Ahora Ariel Toaff ha liberado a muchas mentes
cautivas al repetir lo que sabíamos por múltiples fuentes italianas, inglesas, alemanas o
rusas. Si el "libelo de sangre" resultara ser no una difamación sino un caso criminal
regular, ¿quizá otras afirmaciones judías caerán también?. ¿Quizá los rusos no fueron
culpables de pogroms?. ¿Quizá Ajmadineyad no es ningún nuevo Hitler inclinado a la
destrucción?. ¿Quizá los musulmanes no son malvados odiadores de judíos?.

Ariel Toaff nos abrió también una ventana para ver ciertos procesos dentro de la
judería, a fin de comprender cómo se mantiene esta increíble disciplina del Enjambre,
cómo los disidentes son castigados, cómo se consigue la uniformidad mental. La judería
es en verdad excepcional, desde este punto de vista: un científico cristiano (o musulmán)
que encontrase una mancha en la larga historia de la Iglesia no la ocultará; él
probablemente no será aterrorizado para lograr su obediencia; él no será exiliado si
abraza el punto de vista más vilipendiado; incluso si termina excomulgado, el científico
o el escritor encontrará suficiente respaldo, como Salman Rushdie, Voltaire y Tolstoi lo
descubrieron. Ni la Iglesia ni la Ummá [comunidad musulmana] ordenan este tipo de
disciplina ciega, y ningún Papa ni Imán tiene el poder que tiene el señor Abe Foxman
sobre sus correligionarios. Y a Foxman no le importa la verdad sino solamente lo que –
según su punto de vista- es bueno para los judíos. Ninguna cantidad de testimonios, ni
siquiera una transmisión en directo de un sacrificio humano cometido por judíos podría
obligarlo a aceptar la desagradable verdad: ya encontraría un argumento para negar la
evidencia. Vimos eso en el caso del bombardeo de Qana, cuando aviones israelíes
destruyeron un edificio y mataron a unos cincuenta niños, ciertamente más de los que
asesinaron los brujos judíos de Umbría. Por ello no cabe esperar que el libro de Toaf
convenza a los judíos. Nada los convence.

No hay por qué envidiar esta unidad de corazones y mentes judíos: la otra cara de
esta unidad es que ningún judío es libre. Un individuo es obligado por sus padres a
convertirse en judío; él no tiene libertad mental en ninguna etapa; él tiene que seguir
las órdenes. Lector judío, si entendieras que eres un esclavo, no en vano has leído hasta
aquí. Mientras no seas capaz de contestar la pregunta retórica "¿acaso no eres un judío?"
con un simple "No", seguirás siendo un preso en libertad bajo palabra, un cautivo con la
soga al cuello. Tarde o temprano ellos tirarán de la cuerda. Tarde o temprano tendrás
que mentir, buscar palabras evasivas, para negar lo que sabes que es justo y verdadero.
La libertad está a tu puerta; extiende el brazo y tómala. Como el Reino de los Cielos, la
libertad es tuya si la pides. La libertad una persona la elige con el corazón, no con el
prepucio. Ariel Toaff pudo haberla tenido; ¡qué lástima que su valor le falló!.

Su destino me recuerda el de Uriel (¡casi el mismo nombre!) Acosta. Un insigne


precursor de Spinoza (nacido en 1585 en Oporto, Portugal, y muerto en Abril de 1640
en Ámsterdam), Acosta atacó el judaísmo rabínico y fue excomulgado. "Un alma
sensible, Acosta encontró imposible soportar el aislamiento de la excomunión, y se
retractó ―anota la Enciclopedia Británica―. Excomulgado nuevamente después de ser
acusado de disuadir a los cristianos de convertirse al judaísmo, hizo una retractación
pública después de soportar años de ostracismo. Esta humillación destrozó su
autoestima, y terminó por suicidarse". El error de Acosta fue llegar lejos, pero no lo
suficiente.-

http://editorial-streicher.blogspot.mx/2013/03/israel-shamir-sobre-las-pascuas.html

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