El doctor Toaff es hijo del Gran Rabino de Roma, y ejerce como docente en la
universidad judía de Bar Ilan, no lejos de Tel-Aviv. Se dio a conocer con sus profundos
estudios sobre la judería medieval. Los tres volúmenes de su obra "Amor, Trabajo y
Muerte. La Vida Judía en la Umbría Medieval" (Love, Work and Death. Jewish Life in
Medieval Umbria) son una enciclopedia en este campo ciertamente limitado. Mientras
iba ahondando en el tema, descubrió que las comunidades ashkenazis medievales de la
Italia del Norte practicaban una forma particularmente horrible de sacrificios humanos.
Sus hechiceros y adeptos raptaban y crucificaban a pequeños niños cristianos, les
sacaban la sangre y la usaban para rituales mágicos, invocando al Espíritu de la
Venganza contra los odiados goyim.
Sin embargo, en el siglo XV los judíos eran influyentes, pero no todopoderosos. Ellos
no podían tratar al mundo como lo hicieron en 2002, después de la masacre que
efectuaron en Yenín, ordenando que todo el mundo saliera inmediatamente. Ellos no
contaban con el derecho estadounidense de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Ellos no podían bombardear a Roma, y la palabra "anti-semitismo" sólo fue inventada
400 años más tarde. A ellos se les dio un trato justo, lo cual es mucho peor que un trato
preferencial: el papa Sixto IV reunió una comisión de seis cardenales, encabezada por
el mejor especialista en derecho de aquel tiempo, para celebrar un nuevo juicio; y esta
corte suprema encontró culpables a los asesinos. Se puede leer más sobre el caso, en la
versión católica (www.stsimonoftrent.com) y en la versión judía
(http://www.jewishencyclopedia.com/articles/13752-simon-simedl-simoncino-of-
trent). Los documentos del juicio se han conservado y están todavía disponibles en el
Vaticano.
Ahora volvamos al profesor Ariel Toaff. Mientras iba revisando los documentos del
proceso judicial, hizo un descubrimiento asombroso: las confesiones de los asesinos
contenían elementos totalmente desconocidos por los clérigos italianos o por la policía;
es decir, que no se trataba de confesiones dictadas por el celo de los investigadores bajo
la tortura. Los asesinos pertenecían a la pequeña y apartada comunidad ashkenazi, y
practicaban sus propios ritos, bastante diferentes de los que practicaban los judíos
italianos nativos; estos ritos fueron reproducidos fidedignamente en sus confesiones,
aunque no eran de conocimiento de la brigada investigadora de crímenes de entonces.
"Estas fórmulas litúrgicas en hebreo, de un fuerte tono anti-cristiano, no pueden ser
proyecciones de los jueces, porque no conocían estas oraciones, que ni siquiera
pertenecían a los ritos italianos sino a la tradición ashkenazi", escribe Toaff. Una
confesión tiene valor sólo si contiene algunos detalles verdaderos y comprobables del
crimen, que la policía no conozca. Esta norma capital de la investigación criminal fue
observada en los juicios de Trento.
Más encima, el crimen de Simón de Trento no fue una excepción: Toaff descubrió
muchos casos más de tales sacrificios sangrientos relacionados con la mutilación de
niños, cuya sangre derramada se utilizaba en la confección del matzo (pan sin levadura),
repitiéndose a lo largo de quinientos años de historia europea
La sangre, esta mágica bebida, se utilizaba como una medicina popular en aquel
tiempo, como en todas las épocas: Herodes trataba de mantenerse joven bañándose en
sangre de bebés; los alquimistas usaban la sangre para convertir el plomo en oro. Los
brujos judíos estaban muy metidos en la magia, y la usaban tanto como los demás.
Había un próspero mercado de exquisiteces tales como sangre, polvo hecho a base de
sangre, y matzos amasados con sangre. Los mercaderes judíos lo vendían con las
debidas cartas de autorización rabínica. La sangre más preciada era la del goy katan, es
decir del niño no-judío, pero era mucho más corriente la sangre procedente de
circuncisiones. Tales sacrificios sangrientos eran "acciones y reacciones instintivas,
viscerales, virulentas, en las que inocentes e ignorantes niños eran víctimas del amor a
Dios y a la venganza", escribe Toaff en el prólogo de su libro. "La sangre de ellos bañaba
los altares de un dios que, según se creía, necesitaba que lo orientaran, y al cual a veces
se le impulsaba con impaciencia para que ejerciera su protección o su castigo".
Este comentario, que puede parecer algo críptico, se entiende si se lee el libro del
profesor israelí Israel Yuval "Dos Naciones en Tu Vientre" (Two Nations in Thy Womb).
Yuval explica que las libaciones de sangre eran necesarias (a los ojos de los magos
judíos) para atraer la Venganza Divina sobre los goyim. También menciona otro caso
irrebatible (es decir, no desmentido por los judíos) de sacrificio sangriento realizado por
un judío (véase mi artículo http://www.israelshamir.net/English/blood.htm). Toaff
complementa la información dada por Yuval insistiendo en lo usual del uso de la sangre
con fines mágicos entre los judíos en la Edad Media, y tomando en consideración el
elemento anti-cristiano: la crucifixión de las víctimas y las maldiciones contra Cristo y la
Virgen. En esto, su libro es apoyado por otro autor, Elliot Horowitz, con su libro (algo
más tímido) "Ritos Temerarios: Purim y el Legado de la Violencia Judía" (Reckless Rites:
Purim and the Legacy of Jewish Violence, Princeton, 2006). Horowitz nos relata extraños
rituales: flagelación de la Virgen, destrucción de crucifijos, palizas y asesinatos de
cristianos.
Todo esto ha quedado atrás, y ahora podemos mirar hacia el pasado y decir: sí,
algunos brujos y místicos judíos practicaron sacrificios humanos. Ellos asesinaban niños,
mutilaban sus cuerpos y utilizaban su sangre para derramar la Ira Divina sobre sus
vecinos no-judíos. Ellos se burlaban de los ritos cristianos mediante el uso de sangre de
cristianos en lugar de la sangre de Cristo. La Iglesia y el pueblo de toda Europa tenían
razón. Los europeos (y los árabes y los rusos) no eran fanáticos enloquecidos sino que
entendían lo que veían. Castigaban a los culpables pero dejaban en paz a los inocentes.
Nosotros, humanos, podemos contemplar esta espantosa página de la Historia con
orgullo, y verter algunas lágrimas por los pobres niños destrozados por estos monstruos
sedientos de cólera. Los judíos deberían ser más modestos y dejar de llevar sus heridas
históricas como banderas: sus antepasados prosperaron a pesar de estos terribles
hechos de algunos de sus correligionarios, mientras que en el Estado judío los pecados
de algunos pocos palestinos recaen sobre el pueblo palestino entero. También podemos
sacudirnos de encima el lloriqueo de los amigos de Israel cuando quieren que
permanezcamos ciegos ante la masacre de Yenín o de Qana, pues se trata, exactamente,
de esto que los judíos llaman "libelo (acusación) de sangre", que al final no es ninguna
difamación.
Esperemos que el gran acto de osadía del profesor Toaff se convierta en un punto de
inflexión en la vida de la Iglesia. El desbalance causado por la perestroika que fue el
Concilio Vaticano II llegó demasiado lejos. Recordemos que la perestroika rusa terminó
con el derrumbe de la estructura entera. Mientras los anti-papistas [cristianos
adversarios de Juan XXIII] temían un anti-Cristo en la sede de San Pedro, el peligro real
es que surja un Gorbachov [un liquidador definitivo de la cristiandad].
En la ciudad italiana de Orvieto, a orillas del mar Adriático, los judíos pidieron la
anulación de una exposición que tenía un gran valor artístico, y el cese de las procesiones
que conmemoraban el milagro de Trani [http://www.haaretz.com/news/pro-israel-
group-asks-pope-to-remove-anti-semitism-from-religious-art-1.210470].
Allí, unos mil años atrás, una judía se robó una hostia consagrada de una iglesia, y
decidió freírla en aceite, pero sucedió que milagrosamente la hostia se convirtió en carne
y empezó a sangrar en abundancia, de modo que la sangre inundó toda la casa. Hay
constancia de muchos casos de profanación de hostias en toda Europa; fueron bien
descritos por Yuval, Horowitz y Toaff, y ocurrieron en verdad, y sólo la infame
desfachatez judía impulsó a la Roman Association of Friends of Israel a escribir una carta
al Papa exigiendo el fin de un ritual que tiene mil años de observancia. Y lo consiguieron.
La Iglesia se doblegó, los paneles fueron desmantelados, se canceló la procesión y se
formularon profundas disculpas a los judíos, para completa satisfacción de los
embajadores israelíes Gideon Meir (ante Roma) y Oded Ben-Hur (ante el Vaticano), que
dictaron la capitulación.
«¿Primavera para la Iglesia?», exclama Savino; «¡Ese cuento es viejo!. Después del
concilio Vaticano II, el Papa dijo: "Esperábamos la primavera y lo que vino fue la
tormenta". Esa primavera ha sido suficiente para nosotros, y después de esa
reconciliación en Orvieto ¡no quiero escuchar nunca más la palabra "primavera", y ver
la ancha sonrisa de satisfacción de los "hermanos mayores" Gideon Meir y Oded Ben-
Hur!».
Así, en Roma, Berlín o Londres, los judíos ganaron un round o dos en su forcejeo con
la Iglesia. Al perseverar obstinadamente y no arrepentirse jamás, nunca pedir perdón y
obrar siempre contra el cristianismo, lograron sustituír en muchas personas sencillas la
imagen de la Via Dolorosa, del Gólgota y la Resurrección, con su burda tergiversación
de la historia humana como una larga línea recta de sufrimiento de inocentes judíos,
acusaciones de sacrificios sangrientos, holocaustos y la redención sionista en la Tierra
Santa. Mientras la gente rechazaba sensatamente la idea de la culpa judía de la muerte
de Cristo, los judíos le metieron en la cabeza a la gente una idea aún más absurda, la
de la culpa de la Iglesia en la muerte de los judíos.
La publicación del libro del profesor Toaff podría convertirse en el punto de inflexión
que surge en el momento justo en la historia occidental, desde la apología de Judas a la
adoración de Cristo. Sí, su informe sobre niños asesinados es apenas una grieta en el
enorme edificio del excepcionalismo judío construído en la mente de los europeos. Pero
los grandes edificios también pueden derrumbarse en un momento, como lo aprendimos
el 11-S.
"Es increíble que alguien, y mucho menos un historiador israelí, conceda legitimidad
a la infundada acusación de crimen ritual que ha sido la fuente de tanto sufrimiento y
ataques contra los judíos a lo largo de la Historia", dijo el director nacional de la Liga
Anti-Difamatoria (ADL), Abraham Foxman. La Liga Anti-Difamación dijo que el libro era
"infundado y le hace el juego a los anti-semitas".
Son palabras de excomunión. Toaff está aguantando una fuerte presión comunitaria;
estuvo a punto de encontrarse, a los sesenta y cinco años, en la calle, probablemente
sin derecho a jubilación alguna, abandonado de sus viejos amigos y alumnos, exiliado y
excomulgado. Probablemente su vida fue amenazada también: los judíos emplean
asesinos profesionales secretos para tratar con tales estorbos. En los días antiguos se
les llamaba rodef; hoy en día se les llama kidon, y siguen siendo tan eficientes como
antaño, y es más difícil dar con ellos que con los maniáticos sedientos de sangre. La
reputación de Toaff sería aniquilada: Sue Blackwell "consultaría a sus amigos judíos" y
lo llamaría un nazi; Searchlight, revista financiada por la ADL, descubriría, invadiría e
inventaría su vida privada; y muchos judíos insignificantes lo denigrarían en la web, en
sus blogs y en su buque insignia, la Wikipedia. ¿Quién lo defendería? Probablemente ni
un solo judío, y no muchos cristianos.
Al principio del ataque, trató de enfrentarse: "No voy a renunciar a mi devoción por
la verdad y la libertad académica, incluso si el mundo entero me crucifica". Toaff dijo
anteriormente esa semana a Haaretz que mantenía las afirmaciones de su libro según
las cuales hay una base real para algunas de las acusaciones medievales contra los
judíos por sacrificios sangrientos.
Pero Toaff no estaba hecho de material resistente. Como Winston Smith, el personaje
principal de la novela "1984" de George Orwell, fue quebrantado en un calabozo mental
de la Inquisición judía. Publicó una carta de completa disculpa, detuvo la distribución de
su libro, prometió someterlo a la censura judía y "también prometió entregar todos los
fondos provenientes de la venta de su libro a la Liga Anti-Difamación" del bueno de Abe
Foxman.
Sus últimas palabras fueron tan conmovedoras como las de Galileo abjurando de su
herejía: "Nunca permitiré que un odiador de judíos me utilice o utilice mi investigación
como un instrumento para avivar las llamas, una vez más, del odio que condujo al
asesinato de millones de judíos. Ofrezco mis más sinceras disculpas a todos los que se
hayan sentido ofendidos por los artículos y las distorsiones que se me atribuyeron a mí
y a mi libro".
Así, Ariel Toaff se rindió ante la presión comunitaria. No tiene mucha importancia lo
que él diga ahora. No sabemos qué torturas mentales le preparó la policía política judía
de la Liga Anti-Difamatoria, ni cómo fue obligado a retractarse. Lo que nos ha dado es
suficiente. Pero, ¿qué es lo que nos ha dado?. En un sentido, su aporte es comparable
al de Benny Morris y otros nuevos historiadores israelíes: repitieron datos que
conocíamos de fuentes palestinas, desde Abu Lughud hasta Edward Said. Pero las
fuentes palestinas no eran confiables; en nuestro universo judeocéntrico sólo se
consideran fidedignas las fuentes judías. De modo que Morris y los demás han ayudado
a millones de personas a liberarse de la obligada narrativa sionista. Esto no sería
necesario si fuéramos capaces de creer a un goy frente a un judío, a un árabe acerca de
la expulsión de 1948, a un italiano acerca de san Simón, y tal vez incluso a un alemán
acerca de las deportaciones de la guerra. Ahora Ariel Toaff ha liberado a muchas mentes
cautivas al repetir lo que sabíamos por múltiples fuentes italianas, inglesas, alemanas o
rusas. Si el "libelo de sangre" resultara ser no una difamación sino un caso criminal
regular, ¿quizá otras afirmaciones judías caerán también?. ¿Quizá los rusos no fueron
culpables de pogroms?. ¿Quizá Ajmadineyad no es ningún nuevo Hitler inclinado a la
destrucción?. ¿Quizá los musulmanes no son malvados odiadores de judíos?.
Ariel Toaff nos abrió también una ventana para ver ciertos procesos dentro de la
judería, a fin de comprender cómo se mantiene esta increíble disciplina del Enjambre,
cómo los disidentes son castigados, cómo se consigue la uniformidad mental. La judería
es en verdad excepcional, desde este punto de vista: un científico cristiano (o musulmán)
que encontrase una mancha en la larga historia de la Iglesia no la ocultará; él
probablemente no será aterrorizado para lograr su obediencia; él no será exiliado si
abraza el punto de vista más vilipendiado; incluso si termina excomulgado, el científico
o el escritor encontrará suficiente respaldo, como Salman Rushdie, Voltaire y Tolstoi lo
descubrieron. Ni la Iglesia ni la Ummá [comunidad musulmana] ordenan este tipo de
disciplina ciega, y ningún Papa ni Imán tiene el poder que tiene el señor Abe Foxman
sobre sus correligionarios. Y a Foxman no le importa la verdad sino solamente lo que –
según su punto de vista- es bueno para los judíos. Ninguna cantidad de testimonios, ni
siquiera una transmisión en directo de un sacrificio humano cometido por judíos podría
obligarlo a aceptar la desagradable verdad: ya encontraría un argumento para negar la
evidencia. Vimos eso en el caso del bombardeo de Qana, cuando aviones israelíes
destruyeron un edificio y mataron a unos cincuenta niños, ciertamente más de los que
asesinaron los brujos judíos de Umbría. Por ello no cabe esperar que el libro de Toaf
convenza a los judíos. Nada los convence.
No hay por qué envidiar esta unidad de corazones y mentes judíos: la otra cara de
esta unidad es que ningún judío es libre. Un individuo es obligado por sus padres a
convertirse en judío; él no tiene libertad mental en ninguna etapa; él tiene que seguir
las órdenes. Lector judío, si entendieras que eres un esclavo, no en vano has leído hasta
aquí. Mientras no seas capaz de contestar la pregunta retórica "¿acaso no eres un judío?"
con un simple "No", seguirás siendo un preso en libertad bajo palabra, un cautivo con la
soga al cuello. Tarde o temprano ellos tirarán de la cuerda. Tarde o temprano tendrás
que mentir, buscar palabras evasivas, para negar lo que sabes que es justo y verdadero.
La libertad está a tu puerta; extiende el brazo y tómala. Como el Reino de los Cielos, la
libertad es tuya si la pides. La libertad una persona la elige con el corazón, no con el
prepucio. Ariel Toaff pudo haberla tenido; ¡qué lástima que su valor le falló!.
http://editorial-streicher.blogspot.mx/2013/03/israel-shamir-sobre-las-pascuas.html