LA CULTURA OBRERA
EN LA SOCIEDAD
DE MASAS
richard hoggart
v v y i siglo veintiuno
editores
grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina
CERRO DEL AGUA 2 4 8 , ROMERO DE TERREROS GUATEMALA 4 8 2 4 , C 1425B U P
0 4 3 1 0 MÉXICO, D.F. BUENOS AIRES, ARGENTINA ¡
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H oggart, R ichard
La c u ltu ra o b rera en la sociedad de masas.- I a ed.- B uenos Aires:
Siglo V eintiuno Editores, 2 0 13 .
368 p.; 16 x 23 c m * (Antropológicas / / dirigida p o r A lejandro
Grim son)
1 . Sociología. I. Barba, Ju lieta, trad. II. Jaw erbaum , Silvia, trad. III.
T ítulo
CDD 301
© 19 5 7 , R ichard H oggart
Presentación 9
Simón Hoggart
Introducción 13
Lynsey Hanley
Agradecim ientos 31
Prefacio 33
PARTE I
UN ORDEN “MÁS ANTIGUO”
3. “Ellos” y “nosotros” 95
“Ellos”: respeto p o r uno mismo 95
“Nosotros”: lo m ejor y lo peor 102
“Tomarse la vida como viene”: “vivir y dejar vivir” 112
6 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
PARTE 11
DAR LUGAR A LO NUEVO
Conclusión 323
Resistencia 323
Bibliografía 353
gente que jam ás lo h a leído, y q ue cree que es poco más que una glori
ficación de la vida de la clase trabajadora y u n intento p o r denigrar las
virtudes de la “clase m ed ia”. De hecho, nuestros padres tenían de esas
virtudes a m ontones: eran m uy trabajadores, leales a la familia y más
prudentes que ahorrativos. Algunas personas lo asocian con los exám e
nes para ingresar a la universidad, y esos libros, no im porta sin son de
Shakespeare o de Dickens, rara vez se olvidan del estigma.
Pero siendo hijos de R ichard H oggart, mis herm anos y yo hem os perdi
do la cuenta de la cantidad de personas -jubilados, gente de clase m edia,
innum erables estudiantes, trabajadores de los m edios y hasta legisladores
y m inistros- que se nos han acercado para decirnos que el libro no sólo
reflejaba su h istoria sino que h ab ía echado luz sobre sus propias vidas.
Introducción
Lynsey Hanley, 2009*
fem eninas en el contexto de “la vida p len a”, H oggart dignificó ese m u n
do no expuesto sin ser condescendiente. Los m odos en que la clase tra
bajadora creaba form as de vivir la vida eran “infantiles” y “aparatosos” en
su inm ediatez, p ero p o r esa razón estaban lejos de la “corrupción” y las
“pretensiones”. Ju n to a colegas como Raymond Williams y Edward (E. P.)
Thom pson, H oggart contribuyó a establecer u n foro académico para el
estudio de la literatura y la sociedad atravesando los límites entre clases,
un espacio en el que se form aron las bases de la disciplina que luego se
denom inó “estudios culturales”.
Además de m ostrarse sensible, en su trabajo H oggart m uestra su eno
jo, su honestidad y su preocupación, que no llega a ser tem or, p o r el'
p oder de destrucción del cam bio social veitiginoso. La época en la que
se escribió este libro era un m om ento de transición entre la austeridad
obligada del racionam iento de la posguerra y la jovialidad exultante de
la abundancia de fines de la década de 1950. H oggart veía el crecim iento
del p o d e r adquisitivo de las masas desde u na doble perspectiva: com o
algo que liberaría a los desposeídos y que, no obstante, al mismo tiem
po y' de,m anera no tan visible en el corto plazo, podría quitarles lo que
poseían. Vio dónde podían surgir nuevas divisiones de clase, basadas en
nociones de gusto y- receptividad a cierto tipo de estrategias osadas y sim
plificadas d e jo s estudiosos del m ercado, y no tanto en el m ero p o d er
económ ico; se dio cuenta de que, lejos de qu ed ar desterrado, el esnobis-
m p pod ía institucionalizarse p o r obra de productos culturales populares
talfes com o revistas, diarios sensacionalistas, la radio y la televisión, que
no tenían entre sus propósitos expandir las nuevas m entes alfabetizadas
sino m an ten er los gustos existentes. La voz corporativa de los nuevos
(productores “sin clase” era más disonante debido a que el lugar de po
der que ocupaban ellos com o guardianes culturales los convertía, p o r
♦definición, en u n a nueva clase dom inante no aristocrática de posguerra.
Aun así, él creía en la sensatez y la resistencia de la clase trabajadora, y
en su capacidad de tom ar lo que quisieran de lo nuevo que se les ofre
cía, y rechazar lo que no les gustaba. En los años sesenta, el académ ico
canadiense Marshall M cLuhan apuntaba que el p o d er de los medios de
com unicación radica en su form a y no en el contenido; la obra de H oggart
añade que esto asigna u na mayor responsabilidad a los productores cultu
rales en el ejercicio íntegro y honesto de ese poder.
En u n principio, el libro iba a llevar p o r título “Los abusos de la cul
tura”, y aunque H oggart se decidió p o r el título definitivo porque era
“m enos insolente”, en el contenido queda claro que el autor considera
que “abuso” es el térm ino adecuado para lo que describe. H oggart se re
l6 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
serva los ataques más decididos para lo que él denom ina el “publicista de
m asas”, u na especie de “fábrica de h acer chorizos” publicitaria y editorial
cuyo propósito es producir la sensación de que “toda la banda está aquí”,
com o u n instru cto r de ojos saltones de las colonias de vacaciones Butlins,
y al m ismo tiem po ofrecer “tentaciones [...] [que] apuntan a la gratifi
cación del yo y a lo que p u e d e denom inarse un ‘individualismo grupal
h ed o n ista’”. C uanto más num eroso es el público que crea u n publicista
de masas para sus superficialidades sin personalidad, m ayor es su ganan
cia. H oggart vislum bró el surgim iento de u n a industrialización cultural
en la q ue la clase trabajadora - q u e ya h ab ía sido despojada de gran parte
de su h eren cia cultural ju n to con la m a te ria l- está
Para H oggart, los publicistas de masas de los años cincuenta -figuras que
p re te n d e n llegar al corazón del hom bre-m asa de O rtega y G asset- son
más insistentes, más eficaces y [...] sus canales están más centra
lizados y son más integrales que antes; [...] se está creando u na
cultura de masas; [...] los resabios de lo que fue al m enos en
p arte u n a cultu ra u rb a n a “de la g en te” están desapareciendo.
plazarlo por otra cosa. H oggart era consciente de que la cultura de los
barrios de casas adosadas com o el que había conocido de chico estaba
p o r desaparecer, y q ue en esos barrios se levantarían edificios totalm ente
distintos, con nuevas com odidades al alcance de la m ano. El a u to r capta
esa cultura en las actitudes, el habla (no sólo el acento, sino el efecto en
la voz de cierto estilo de vida) y la vestim enta, a través de su com pulsión
a observar las consecuencias de los factores sociales externos en la vida
de los individuos.
Para ser tan preciso en las observaciones, es necesario alejarse del su
je to de estudio, p e ro n o tanto com o p ara ser incapaz de ponerse en su
lugar. H oggart salió del barrio hum ilde de las afueras de Leeds donde
se crió, gracias a u n a beca para seguir los estudios secundarios en Coc-
kburn, u n colegio de la ciudad. R ecuerda cóm o se sentía en el lúgubre
tranvía de H unslet a Leeds, vestido con su uniform e de colegio elegante,
cuando la respetabilidad en H unslet n o llegaba a abarcar a esa clase de
estudiantes. Vio lo que se estaba p erd ien d o en el mismo m om ento en
que se p erd ía y m ostró la form a en que se desarrollaba el proceso y las
razones p o r las cuales se desarrollaba con tanta facilidad. La tan espera
da culm inación de las condiciones opresivas que soportaba la mayoría
de los pobres en G ran B retaña no trajo consigo una sociedad sin clases.
Si bien con esto H oggart puede p arecer más m oralista que interesado
en evitar las injusticias, al escribir el libro notó que tenía la tendencia a
juzgar los gustos culturales de la clase trabajadora según él mismo los
aprobara o no: “C onstantem ente m e descubría oponiéndom e a u na p re
sión in tern a que me llevaba a valorar más lo antiguo que lo nuevo y a
condenar lo nuevo más de lo que mis conocim ientos m e perm itían ju s
tificar”. No obstante, sus tem ores -q u e no se presentan como tales sino
com o advertencias carentes de prejuicios de alguien cuya profesión le
perm itía estar en contacto p erm an en te con estudiantes de clase trabaja
d ora que buscaban “co m p ren d er y criticar” los cambios en su form a de
vida en el m om ento en que estos o c u rría n - estaban bien fundados. U no
p o dría retru car que todas las generaciones tem en que sus herederos
p ierdan los bienes culturales adquiridos con tanto esfuerzo. Lo que hace
que La cultura obrera en la sociedad de masas sea u n docum ento fundam en
tal es el m odo en que anticipa la connivencia en tre un grupo dom inante
que es cóm plice sin q uererlo en lo institucional y u n a cínica industria del
marketing masivo que está dispuesta a idiotizarnos a todos.
La persuasión de tos argum entos de H oggart y la facilidad con que
se advierte su tono sutil y burlón radican en la com binación de títulos
sugestivos y la división del ensayo en dos partes. La prim era, “U n orden
‘más antiguo'”’, es u n a presentación directa de los valores de la clase tra
bajadora tal com o se los experim entaba -y en cierta m edida todavía se
los experim en ta-, y sus capítulos llevan títulos tales como “‘Ellos’ y ‘no
sotros’”, “El m undo ‘re a l’ de la g en te” o “La vida p lena”. “Otras personas
p u e d en vivir u n a vida de ‘ganar y gastar’ o u n a ‘vida literaria’, o u n a
‘vida espiritual’ o u n a ‘vida equilibrada’, si es que existe algo así”, escribe
H oggart, sugiriendo que el equilibrio entre vida y trabajo ya era u n tema
recurren te hace cincuenta años en las conversaciones de las personas
de clase m edia. “Si querem os captu rar algo de la esencia de la vida de
la clase trabajadora en u n a frase, debem os decir que es la ‘vida densa y
concreta’, u n a vida cuyo acento está en lo íntim o, lo sensorial, el detalle y
. lo personal”. Es u n a de las pocas com paraciones directas entre los puntos
focales de la vida de la clase m edia y la de la clase trabajadora; una de
las características más estim ulantes del libro es la m arginalización deli
berada de lo que es im portante para los que tienen dinero, educación
y poder. Lo que le im p o rta a la clase trabajadora, asegura Hoggart, son
las relaciones d entro del grupo y no tanto en tre los que perten ecen al
grupo y los de fuera. Para todos los de fuera -m édicos, asistentes sociales,
policías y quienes en general tienen el p o d e r de dem oler sentim ientos
con u n a m irada de d e sp re c io - se em plea el térm in o polivalente “ellos”.
2 0 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
Mientras escribía lo que luego sería la segunda parte del libro, titulada
“Dar lugar a lo nuevo”, e n la que se ocupa de los cambios en la cultura de
la clase trabajadora a p a rtir de la Segunda G uerra M undial, H oggart se
dio cuenta de q ue debía enm arcar su desconfianza de los “publicistas de
masas” y de su influencia en la vida de la clase trabajadora en el contexto
histórico y social. Más tarde escribió que había em pezado “con la idea
de producir u n a especie de guía o m anual sobre aspectos de la cultura
popular: diarios, revistas, novelas rom ánticas o violentas, canciones po
pulares... pero en m odos que n o h abía im aginado cuando com encé a
escribir”. Así, hizo suya u n a frase de W. H. A uden, el poeta sobre el que
H oggart había escrito su p rim er libro a principios de la década de 1950:
“Para captar la idiosincrasia de u n a sociedad, al igual que para evaluar
el carácter de u n individuo, los docum entos, las estadísticas y las m edi
ciones ‘objetivas’ no p u e d e n com petir con la m irada intuitiva personal”.
que se genera y m antiene den tro del sector m enos precario y con m enos
necesidades de la clase trabajadora. Sin respeto p o r u n o mismo, asegura
Hoggart, uno está expuesto a la denigración y la explotación de quienes
ven u n a o p o rtu n id ad en la vulnerabilidad ajena. T am bién m enciona el
“orgullo h e rid o ”, u n aspecto de la tendencia de la clase trabajadora a
referirse com o “ellos” a cualquiera que no es com o “nosotros”, pero tam
bién del grado razonable de satisfacción - o al m enos de falta de re n c o r-
que a u n integrante de la clase trabajadora “respetable” le provoca su
propia situación. H oggart m enciona, p o r ejem plo, la disposición de los
hom bres a reco rrer varios kilóm etros con u n a carretilla para llevar a su
casa u na vieja m esa o cualquier otro artículo que h u b ieran encontrado
en la otra p u n ta de la ciudad.
El lector no siente que el au to r se p ro p o n g a d ar su p ro p ia versión de
los hechos sino que quiere transm itir con claridad lo que ve. En una rese
ña se lo definía com o “el Jo h n Ruskin de hoy” y, de hecho, él suele citar
la famosa m áxim a de Ruskin: “Lo más grande que u n alm a hum ana p ue
de hacer en este m u ndo es ver algo y decir lo que ha visto de un m odo
claro”. Su ensayo tam bién se íyusta a la descripción de la b u en a prosa
que hace Orwell: “es com o el cristal de u n a v entana”. H oggart aprendió
de los mejores, pero se expresa con voz propia, com o si cantara un him
no. No es m elodram ático com o Orwell, que n o pod ría h ab er descrito la
suciedad incrustada en las arrugas de u n am a de casa de m ediana edad
sin d ar la im presión de que esa visión le provocaba náuseas. No obstante,
H oggart no está m enos seguro de lo que ve ni de su capacidad para ex
presar su im portancia. Su obra es u n ejem plo de lo que el crítico Lionel
Trilling considera “la obligación m oral de ser in telig en te”.
O tra de las virtudes más vitales de H oggart es su honestidad respecto
del lugar central del placer sensual en la vida de la clase trabajadora: el
sexo donde y cuando se puede, el fuego intenso en el hogar, la com ida
sabrosa. No trata de ocultar ni de disim ular sus propias simpatías; en
cambio, escribe con calidez de las necesidades cotidianas:
Así y todo, advierte: “C ada clase tiene sus propias form as de crueldad
y sordidez; las de la clase trab ajad o ra son a veces de u n a vulgaridad
2 2 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
U n a oración, dicha casi al pasar, llama la atención del lector actual. “El
vandalism o y el desorden público, p o r cuya causa los policías em pezaron
a patru llar en pareja e n m uchos barrios de distintas ciudades, práctica
m e n te han desaparecido”, escribía H oggart en 1957. En la actualidad, u n
v iernes o un sábado a la noche los policías n o recorren de a dos el centro
de la s ciudades sino que van de a m uchos, en un vehículo escoltado por
una am bulancia para ate n d e r a los heridos en peleas de borrachos, m ien
tras grupos de “pastores callejeros” se acercan a los que no reaccionan
de ta n to que h an tom ado y les p reguntan si beben porque están felices
o p o rq u e son desgraciados. Agobiados p o r las presiones para las cuales
una educación deficiente no los ha preparado, m uchos hom bres britá
nicos y -ah o ra que tienen la libertad económ ica y social para h a ce rlo -
tam bién m ujeres reaccionan liberándose de su yugo de m anera violenta.
Sale n dispuestos a “d o p arse”, “qu ed ar dados vuelta”, “ponerse d u ro s”, a
lleg ar a situaciones de peligro debido a las drogas o al cruce con otros
com o ellos. U n sábado a la noche en las calles de cualquier ciudad, la;'
g en te no se divierte; está tan decidida a salir a rom per todo que, si un
m arciano viniera a observarnos, pensaría que estamos en guerra.
adoptar ningún tono de voz en particular o que haya evitado los térm i
nos técnicos y sólo haya m encionado las alusiones más obvias. Por el
contrario, m e propuse escribir con la m ayor claridad posible según mis
conocim ientos del tema, y usé térm inos técnicos y alusiones todas las
veces que consideré que eran pertin en tes y enriquecedores. El “lector
inteligente no especializado” es u n a figura elusiva, y la popularización,
u n proceso peligroso; pero me parece que quienes sentimos que escribir
para esa clase de público es una necesidad im periosa debem os seguir tra
tando de llegar a él. O curre que u n o de los rasgos más notables y om ino
sos ele la situación cultural actual es la división entre el lenguaje técnico
de los especialistas y el nivel extrao rd in ariam ente bajo de los órganos de
com unicación de masas.
R. I-I.
Universidad de Hull, 1952-1956
Nota del autor sobre el texto
O R ALID AD*
señalar que “la división es más social que económ ica. Sin em bargo, como
hay cierta correlación en tre la clase social y el nivel de ingresos, decidi
mos p ro p o rcio n ar los siguientes datos generales de los rangos de ingre
sos típicos de u n je fe de familia de cada clase”. Los grupos son:
• Clase alta: 3%
• Clase m edia: 25%
• Clase trabajadora: 72%
Los hom bres de esta era de realism o crítico, llevados p o r
la estupidez de masas y la tiranía de masas, han alzado su
voz contra el ho m b re com ún hasta el p u n to de p e rd e r el
contacto directo con él. [...] Y quizás -e s extraño que sea
yo q u ien deb a hacer esta observación- no han dejado u n a
huella más p ro fu n d a e n su pueblo p o rq u e no lo h a n querido
lo suficiente.
L U D W IG LEW ISO H N
CUESTIONES DE ENFOQUE
UN ESBOZO DE DEFINICION
Cuando tuve que decidir quiénes conform arían “la clase trabajadora” para
los fines de este ensayo, mi problem a, según mi percepción, era el siguien
te: las publicaciones populares de las cuales recopilé la mayor parte del
material no tienen influencia sólo en los grupos de la clase trabajadora
que conozco bien; de hecho, com o tienden a ser publicaciones “sin clase”,
las afectan a todas. Pero para analizar cómo afectan esas publicaciones las
actitudes y para evitar la vaguedad que suele acom pañar a los comentarios
sobre “la gente com ún”, era necesario definir un objeto acotado. Así, tomé
a un grupo bastante hom ogéneo dentro de la clase trabajadora y traté de
evocar la atmósfera o la calidad de sus vidas m ediante la descripción del en
4 6 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
torno y las actitudes. En este contexto puede apreciarse cómo las ideas m u
cho más difundidas de las publicaciones masivas se vinculan con actitudes
com únm ente aceptadas, cómo modifican esas actitudes y cómo encuentran
resistencia. A m enos que esté equivocado, las actitudes que describo en la
prim era parte son com unes a m uchos otros grupos que form an parte
de “la gente com ún” y otorgan mayor relevancia al análisis. En particular,
muchas de las actitudes que presento como pertenecientes a la “clase traba
jad o ra” pueden atribuirse también a lo que suele denominarse “clase media
baja”. No sé cóm o puede evitarse este solapamiento, y espero que el lector
sienta, como yo, que esto no invalida mis principales argumentos.
El contexto y la evidencia respecto de las actitudes se basan en mi ex
periencia personal en u n a zona u rb an a del n o rte de Inglaterra, en una
infancia transcurrida e n las décadas de 1920 y 1930, y en u n contacto
posterior casi continuo, au n q u e diferente.
Los m iem bros de la clase trabajadora, com o ya lo he expresado, quizá
no se sientan p arte de u n grupo “in ferio r”, com o era el caso una o dos
generaciones atrás. No obstante, los grupos que tengo en m ente aún
conservan en gran m edida u n a sensación de pertenencia a un grupo
propio, sin que esto im plique necesariam ente que se sientan inferiores u
orgullosos; p erciben que son “clase trabajadora” por las cosas que admi
ran o que rechazan, en térm inos de “p erten en cia”. La distinción no tiene
u n alcance am plio, p ero es im portante; quizá p u ed an añadirse otras, sin
que ninguna sea definitiva, aunque cada u na de ellas contribuya a que la
definición tenga la exactitud necesaria.
La “clase trabajadora” descripta en este libro vive en distritos como
H unslet (Leeds), Ancoats (M anchester), Brightside y Attercliffe (She-
ffield) y cerca de Hessle y H olderness Road (H ull). Mi contacto más
fluido se establece con quienes residen en las largas hileras de casas api
ñadas y hum eantes de Leeds. T ien en sus zonas reconocibles dentro de
la ciudad. E n casi todas las ciudades, los estilos de construcción de sus
viviendas son muy característicos: e n algunos lugares los fondos de las
casas com parten u n a m edianera; en otros, hay hileras de casas con patios
colindantes en el fondo. N orm alm ente las casas son alquiladas. Cada vez
hay más personas de clase trabajadora que se m udan a viviendas de cons
trucción reciente, pero no m e parece que hasta ahora esto afecte mis
principales puntos de vista sobre sus actitudes.
La mayoría de los trabajadores que residen en esas zonas son asala
riados que cobran p o r sem ana y casi todos tienen u n a única fuente de
ingresos. Algunos trabajan p o r su cuenta; p or ejem plo, tienen u na tienda
cuyos clientes perten ecen , culturalm ente, a su mismo grupo, o prestan
¿QUIÉNES INTEGRAN “ LA CLASE TRABAJADORA” ? 4 7
Entre los miles de otros elem entos de la vida diaria que, com o veremos
más adelante, ayudan a distinguir la vida característica de la clase traba
jad o ra, se en cu en tran el hábito de com prar en cuotas o el hecho de que
desde siem pre casi todos los trabajadores han solicitado certificados al
m édico local para justificar faltas en el trabajo.
Definir a la clase trabajadora grosso m odo no significa que haya que
olvidar las m últiples diferencias, los tonos sutiles y las distinciones de
clase entre sus m iem bros. Los habitantes de u n a zona d eterm inada p er
ciben los diversos grados de prestigio de las distintas calles. Y d entro de
cada calle hay com plejas diferencias de nivel entre las casas: esta vivienda
es m ejor p o rq u e la cocina está separada o al fondo, tiene patio y el alqui
ler cuesta 9 peniques más p o r sem ana. Hay diferencias de grado entre los
habitantes: a esta familia le va bien p o rq u e el m arido es obrero calificado
y en la obra están tom ando gente; la m ujer sabe adm inistrar el dinero y
es b u en a am a de casa, m ientras que la de enfrente, en cam bio, es muy pe
rezosa; estos h a n vivido en H unslet d u ran te generaciones y perten ecen a
la aristocracia del barrio.
H asta cierto p u n to , tam bién hay u n a je ra rq u ía de especialización en
todos los grupos .1 Se sabe que ese h om bre tiene algo de “académ ico” y
en su casa hay tom os de enciclopedias que nos presta cuando necesita
mos consultar algo; otro es b u en o escribiendo y suele ayudar a los demás
a llenar form ularios; aquel otro es particularm ente “habilidoso”, sabe
trabajar la m adera y el m etal, y rep ara cualquier desperfecto; esa m ujer
es u n a excelente costurera y la llam an para ocasiones especiales. Se trata
de servicios com unitarios antes que servicios profesionales, aunque algu
nos de los trabajadores tengan u n em pleo en el que se dedican a la misma
tarea d urante el día. Ese tipo de especialización, sin em bargo, parecía
estar desapareciendo en los grandes distritos obreros de las ciudades ya
cuando yo era niño. U n amigo que conoce bien los distritos obreros más
reducidos de West Riding (Keighley, Bingley y Heckmondwike, p o r ejem
plo) piensa que allí todavía se conserva.
vivió d u ran te algunos añ o s), don d e las relaciones sexuales detrás del púl-
pito de la capilla se h ab ían vuelto costum bre. Sólo había ido, y muy de
vez en cuando, a u n a escuela p rim aria de chicas. C uando yo estaba en
sexto grado, ella leía m uchos de mis libros, y sin anteojos. R ecuerdo es
pecialm ente cóm o reaccionó cuando leyó a D. H. Lawrence, que le gustó
m ucho y n o la escandalizó, pero respecto de las escenas sexuales decía:
“Mucho albo ro to y p u ro blablá”.
Mi abuela p e rten ecía a la p rim era g eneración de la familia que vivía
en la ciudad y, p o r lo tanto, era sólo en p arte u n a persona urbana. La
segunda generación, la ele sus hijos, creció en u n en to rn o u rbano en
la época d e la tercera Ley de Reform a, las distintas leyes de educación,
varias leyes de vivienda, de fábricas y de salud pública, la guerra de los
Bóers y la P rim era G u erra M undial, en la q ue llegaron a luchar los hijos
m enores. Los varones fu ero n a u n a escuela con “in tern ad o ” y posterior
m ente a trab ajar a la acería o, los q ue ten ían inclinaciones p o r las tareas
administrativas, se em p learo n en puestos más refinados, com o el dé ayu
dante en la v erdulería o el de v e n d ed o r de tienda, aunque esta ocupa
ción se co nsideraba casi u n paso a u n a clase superior. Las hijas m ujeres
fueron absorbidas u n a tras otra p o r la población de modistas, u n grupo
siem pre e n expansión debido a su constante recam bio; esas m uchachas
fueron y siguen siendo el pilar del p red o m in io de Leeds com o centro
productivo en la in d u stria de las p ren d as de confección.'
Esa generación - la de mis padres y mis tío s- conservó algunas costum
bres rurales, au n q u e con un toque de nostalgia, de veneración p o r sus pa
dres, que “en definitiva, sabían lo que es b u en o ”; no era algo que estuvie
ra en la sangre sino en el recuerdo, algo que lam entaban que se estuviera
perdiendo, p o r lo que se aferraban a ello de u n m odo casi consciente.
Pero sobre todo, perten ecían al nuevo m u n d o urbano y, en ese sentido,
su actitud hacia los padres era, a m enudo, burlona. Ese m undo tenía m u
cho que ofrecer: ropa más variada y más barata, alimentos más variados y
más baratos, carne congelada a unos pocos peniques el kilo, ananá en lata
que costaba muy poco, alim entos envasados muy baratos, pescado con
papas fritas a la vuelta de la esquina. El m u ndo nuevo ofrecía transpor
te accesible gracias a los nuevos tranvías y m edicam entos envasados p o r
laboratorios ,4 que se vendían en las tiendas del barrio.
Los viejos dichos que se refieren a acontecim ientos tales com o nacim ien
tos, bodas, relaciones sexuales, hijos o m uertes son muy frecuentes. So
bre el sexo:
La mayoría de esas frases son lo que queda de una tradición oral muy ro
busta. El uso de la palabra “falsa”, por ejemplo, indica un sentido m oral que
tiñe los sucesos de la vida cotidiana. No tengo tanta evidencia que pruebe
que esas frases están siendo novedosas. D urante la última guerra, los solda
dos acuñaron unas pocas frases, pero casi ninguna se ha conservado en el
habla corriente. Cada tanto surge alguna de cierto program a de radio muy
popular y se pone en boga durante u n tiempo; por ejemplo, “¿Me oyes,
mami?” o “¡Sí, claro, pibe!”.* Por lo demás, los trabajadores más jóvenes se
* En inglés, las frases son “Canyer 'ear me, Mullieñ" y “Righl, MunkeyF. L a
p rim e ra p e rte n e c e a u n a canción q u e can tab a u n fam oso can tan te inglés de
PAISAJE CON FIGURAS! UN ESCENARIO 5 7
las arreglan con unos pocos epítetos que incorporan al conjunto de viejas
frases que han adoptado com o propias. Las cosas que más les gustan son
“bárbaras” y las que m enos, “horribles”; lo que adm iran es “grandioso” y, un
término más m oderno, “súper” (aunque este último es un epíteto m enos
característico de una clase en particular).
En las personas de m ediana edad, y con más fuerza de lo que creem os
tam bién en los jóvenes, persisten las viejas form as de habla. Y 110 persis
ten como u n condim ento sino com o u n elem ento formal: las frases se
usan com o fichas “clic, clic, clic”. Si sólo prestam os atención al tono, lle
garemos a la conclusión d e que se usan únicam ente p o r decir algo, que
son frases hechas sin contenido y que no se vinculan con la form a en que
se vive; se usan y, en cierto m odo, no tienen conexión con el contexto. Si
prestam os atención sólo al tem a -la aceptación ele la m uerte, las brom as
respecto del m atrim onio y su consentim iento, el aprovecham iento de
lo que se tien e-, tendrem os u n panoram a de cóm o las viejas actitudes,
simples y saludables, se conservan intactas. La verdad está en m edio de
dos extremos: la persistencia de las viejas formas de habla no indica que
las antiguas tradiciones se conserven de u n m odo vital, sino que no están
del todo m uertas. Se vuelve a ellas, se recurre a ellas com o u n cam po de
referencia fijo y bastante fiable en u n m undo que resulta difícil de com
prender. Los aforismos se em plean como u n a suerte de elem ento tran-
quilizador: “En fin, no hay m al que p o r bien no venga” y u n conjunto de
variantes de la frase. No d eb ería sorprendernos (y en el nivel en que esa
form a de habla tiene su efecto no es, de n in g u n a m anera, paradójico)
que esas frases se contradigan en tre sí m uchas veces, que en u n a conver
sación más o m enos extensa se usen para p ro b ar opiniones opuestas. No
se usan como elem entos de u n discurso intelectual.
las décadas d e 1930 y 1940. La segunda, al cóm ico británico Al Read, q u ien la
em p leab a siem pre en su p o p u la r pro g ram a d e radio de las décadas de 1950 y
1960. [N. de T .j
58 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
lo que ocurre con el hum or, se tiende a en g ran d ecer a las figuras y no a
em pequeñecerlas. Se cuentan historias fabulosas sobre cómo m urió tal
estrella de cine (trató de adelgazar p erm aneciendo dentro de la helade
ra y m urió congelada) o acerca de cóm o vive tal princesa. Se dice que Sta-
lin se hacía “p o n e r inyecciones” para vivir hasta los 150 años. El proceso
a veces funciona al revés: se dice que “ellos” p in ch an intencionalm ente
uno de cada diez preservativos y tam bién que “ellos” le echan brom uro
al té de los soldados para debilitar su deseo sexual.
Algunos de los mitos m encionados, sobre todo los relacionados con la
buena y la mala suerte, tam bién form an parte de las creencias de otras
clases sociales. ¿Qué características acom pañan esos mitos en la clase tra
bajadora? Las afirmaciones van precedidas de “Dicen q u e ...”. No se las
analiza, pero en ocasiones la gente se m ofa de ellas porque son “cosas de
vieja”. No obstante, todos se cuidan bien de seguirlas al pie de la letra. Se
dice que “son todas supersticiones” y se las critica en artículos de revistas
populares, pero la tradición oral las recoge y las perpetúa. Los jóvenes las
repiten tal com o lo hacían los mayores. ¿Existe alguna revista leída p or la
clase trabajadora que no traiga el horóscopo? Los cambios ocurren muy
lentam ente y las personas no advierten la incoherencia: creen y no creen
al mismo tiempo. C ontinúan repitiendo las antiguas fórmulas y observan
do sus prohibiciones y permisos: la tradición oral sigue siendo muy fuerte.
“no h a y n a d a c o m o l a p r o p ia c a sa ”
clase” y colaboran en los m om entos difíciles, siem pre están listos para el
chism e y muchas veces para los com entarios m alintencionados. “¿Qué
van a pen sar los vecinos?”: p o r lo general, piensan que dos y dos son cin
co ; “no tien en la intención de h e rir” con sus com entarios, pero a veces
p u ed en ser excesivamente crueles. Si bien son capaces de “escuchar todo
lo que o cu rre” a través de la estrecha pared m edianera, u n o puede cerrar
la p u erta de entradá, “vivir su p ro p ia vida” y no “sacar los trapitos al sol”,
es decir, com partirlo todo con los m iem bros de la familia, incluidos los
hij os casados y sus propias familias, que viven en las inm ediaciones, y con
alg'unos amigos que suelen visitar la casa. U no quiere te n er buenos veci
nos, pero u n buen vecino no tiene p o r qué en trar en la casa del otro, y si
ad o p ta esa costum bre, hay que “p o n erle lím ites”. Las cortinas de encaje a
m edia altura no deján pasar la m ayor parte de la poca luz solar que llega
a la ventana, pero d eterm inan la privacidad. El alféizar de las ventanas y
el um bral de la p u erta desgastados de tanto cepillarlos con polvo limpia
d o r indican que en la casa vive u n a familia “d ecente” que sabe que hay
q u e hacer limpieza general de la casa una vez p o r semana.
E n el interior, la aspidistra ya n o está; la han reem plazado el joven
cam pesino com iendo cerezas y la n iñ a con gesto tím ido tocándose la
falda, o la joven coni som brero que lleva dos perros de raza Borzoi o un
alsaciano. Objetos m odernos adquiridos en un local de una cadena de
tiendas, m al enchapados y con m anchas de barniz, sustituyen a la vie
j a caoba. E ntran en Ja casa jaulas para pájaros y latas m ulticolores para
g u ardar galletas. No se trata solam ente de tener lo mismo que los Jones;
esos objetos están al servicio de los valores domésticos en su m áxim a
expresión. Así, m uchas casas prefabricadas ahora ostentan vidrios de co
lores ensam blados con plom o provistos p o r los dueños. E n las casas más
antiguas, las repisas de las ventanas brindan la oportunidad de añadir
algo ele color en el exterior en m acetas con frondosas plantas de mas
tuerzo o hasta con llamativos geranios.
R ecordando los años que com partí la sala de estar con mi familia, diría
que una b u en a sala debe p ro p o rcio n ar tres cosas: sociabilidad, calidez y
m ucha b u ena comida. La sala es el corazón de la vida familiar, y por ello
las visitas de clase m edia en cu en tran algo viciado el am biente. No es un
centro social sino u n centro familiar; allí no se reciben visitas, tam poco
en la habitación del frente, cuando la hay. No hay nada que se parezca al
concepto de “recibir” que tiene la clase media. La vida social de la esposa,
fuera de la relación con sus familiares más directos, se desarrolla en la
zona do nde se cuelga la ropa, en la tienda de la esquina, ocasionalm ente
en casa de parientes que no viven muy lejos y, quizás alguna que otra vez,
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 6 3
suficiente color. En ese caso, para com prar recortes de -p o r ejem plo- color
rojo, se necesita alrededor de u n a corona po r kilogramo.
¿A alguien le parece extraño que los hijos que se casan tarden unos
años en ab an d o n ar la chim enea de la casa m aterna? M ientras se lo p e r
m iten las necesidades de sus propios hijos, y ese m om ento llega m ucho
después de lo que u n a b u en a m adre creería razonable, los hijos con sus
propios hijos irán de visita a la casa m atern a p o r las noches. Los yernos
van directam ente después del trabajo y cenan allí, d onde lo están es
perando con la m esa servida, y d o n d e tam bién com en los abuelos, que
viven en la casa (au n q u e la m ayoría de los ancianos no aceptan la idea
de “dejar el h o g ar” y sólo lo ab an d o n an cuando no queda más rem edio;
en cam bio, p refieren q u e los m ás jóvenes vayan a su casa con sus hijo s).
El calor, estar “a gusto com o u n a pulga en u n p erro ”, es lo más im por
tante. Setenta años de carbón barato hicieron que la mayor parte de la
gente lo usara en cantidades industriales, en com paración con el consumo
en otros países. U na b u en a am a de casa sabe que debe “m antener u n bu en
fuego” y probablem ente preste más atención a eso que a com prar ropa
interior abrigada. Es que el fuego se com parte y está a la vista de todos.
“U na bu en a m esa” tiene similar im portancia, y la frase se refiere a u n a
mesa llena de com ida y no tanto a u n a mesa con alimentos de u na dieta
equilibrada. Por eso, m uchas familias com pran m enos leche de la que de
berían y la ensalada n o es muy popular. Relacionado con est'e tem a aparece
un conjunto de actitudes, algunas basadas en la sensatez y otras, en mitos.
La “com ida casera” siem pre es la mejor; la com ida de los restaurantes casi
siempre está adulterada. Las pequeñas confiterías saben muy bien que les
irá m ejor en el negocio si p o n en en la vidriera un cartel que diga “Panes y
tortas caseras”, frase que en cierta m edida 110 falta a la verdad, aunque los
hornos eléctricos hayan sustituido a los antiguos aparatos de cocina de la
casa familiar, en cuyo frente funcionaba el negocio. La desconfianza que
generan los restaurantes se ve reforzada por el hecho de que rara vez hay
dinero para com er en u n o de ellos, si bien las cantinas baratas de los luga
res de trabajo provocan la misma resistencia. El m arido se queja de que la
comida de la cantina “es sosa” y la esposa le “prepara una vianda”, es decir,
unos sándwiches con “algo sabroso”, y la com ida principal para la noche.
“Algo sabroso” es u n a frase clave en la alimentación: algo sólido, sustan
cioso y con sabor bien definido. El sabor se increm enta con el uso indiscri
m inado ele salsas y encurtidos, en especial salsa de tom ate y mostaza con
pepinillos en vinagre. R ecuerdo que en sus prósperos prim eros años de
casados, mis parientes siem pre p reparaban algo frito a la tarde: chuletas,
filetes, hígado, papas. P or el contrario, los jubilados, con m enos recursos,
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 6 5
LA MADRE
de A n n Jo n e s)”
de los relatos de infancia. Los hom bres quizá no se ocupan tanto de ella,
pero com pran adornos con la leyenda “Sin m adre no hay h o g ar” y, años
después de que ella “se h a id o ”, siguen hablando de “mi vieja”.
Es adm irable el lugar que ocupa la m adre en la familia. Pienso en u na
m ujer de m ediana edad, p lenam ente consolidada como am a de casa, re
conocida com o tal. E n ese m om ento de su vida, ella es el eje del hogar, ya
que este ocupa la m ayor parte de su m undo. Es ella, y no tanto el padre,
quien m antiene u n id a a la familia; ella le escribe, no sin dificultades, al
hijo que está cum pliendo el servicio m ilitar o a la hija que trabaja en otra
ciudad. M antiene el contacto con los parientes que viven cerca: abuelos,
herm anos, h erm anas y prim os; a veces, va de visita a la casa de alguno de
ellos o a lo de algún vecino y se qu ed a charlando u na hora. Deja el m u n
do ex terior de la política, e incluso de las “noticias”, a su m arido; no sabe
m ucho del trabajo de él; los amigos que tiene son los de su m arido, pues
desde que se casó h a dejado de ver a sus propias amistades.
Si bien esta descripción es muy burda, es necesaria para dar u n a iclea
de la naturaleza cerrada, corta de miras, ele la vida de la m ayoría ele las
m adres de la clase trabajadora. La presión es tan grande que, en las m u
jeres con problem as o que carecen de im aginación, puecle ciar lugar a
un m u n d o vuelto sobre sí mism o en el cual no ingresa nad a que no se
vincule con la familia.
Es u na vida clura, en la que se supone que la m adre está dedicada “a lo
suyo” clesde que se levanta hasta que se acuesta. Sus actividades consisten
en cocinar, rem en d ar, fregar, lavar, cuidar a los hijos, hacer las com pras
y satisfacer los deseos del m arido. Todavía hoy continúa siendo u n a vicia
dura, si bien ayuda te n e r una aspiradora o un lavarropas, y aun así, en
los barrios obreros hay más polvo que lim piar que en los barrios más
prósperos. Las cortinas casi n u n ca conservan “u n buen color”, aunque el
lavado se haga con extracto de blanco; la zona ele la chim enea necesita
una lim pieza más profunda. El hum o y el hollín de las fábricas y las líneas
ele ferrocarril cercanas se m eten en la casa, y la mayoría de las m ujeres
“no soporta la idea de que triunfe la suciedad”.
Parte del tiem po libre se ocupa zurciendo o rem endando, rara vez
cosiendo ro p a nueva para los niños. Pocas m adres, ni siquiera las que
trabajaron antes en u n a fábrica de ropa, conocen tocio el proceso de
confección de u n a p renda. Además, las m áquinas de coser son caras y
las familias de la clase trabajadora no p u e d e n com prarlas, ni siquiera en
cuotas, p orque suelen adquirir bienes que co ntenten a toda la familia.
La ropa de confección no cuesta m ucho dinero y es bonita. La ro p a del
m arido se estropea en el trabajo, así que la tarea de aplicar rem iendos no
PAISAJE CO N FIGURAS: UN ESCENARIO 6 9
acaba n un ca y se com bina con la de com prar nuevas prendas que d u ran
poco, porque lo barato sale caro.
En parte p o rq u e el m arido está en el trabajo p ero tam bién porque se
espera que sea la m ujer la que se ocupe de tales m enesteres, es la m adre
la que pasa el tiem po en lugares públicos, com o la sala del médico, para
esperar que le d en “u n frasco”; en el hospital, p a ra acom pañar al hyo
que tiene u n p roblem a en los ojos; en las dependencias municipales,
para averiguar p o r el pago de la factura de la luz.
Todo se vuelve más difícil porq u e en la m ayoría de los casos, o al m e
nos así h a sido hasta hace unos años, no sobra el dinero, sino que alcanza
para “lo ju s to ”; la sum a para gastos de la casa asciende a u n penique,
aproxim adam ente. Ceñirse a ese ajustado presupuesto requiere u n a
considerable habilidad, que no abunda, pero hay que ingeniárselas para
que la familia no tenga problem as financieros. U n a esposa sabe desde el
m om ento en que se casa que tendrá que “ingeniárselas” para llegar a fin
de mes. Hace unos años, Rowntree observó q ue hay u n período entre la
crianza de los hijos y la jubilación d u ran te el cual todo es más fácil. Pero
antes hay años de “in g en io ” y “escasez”.10 H e no tad o que las esposas más
felices eran aquellas cuyos m aridos p ercibían unos pocos chelines más
que lo que ganaban en prom edio los hom bres de la cuadra pero que en
otros aspectos tenían u n a vida igual a la del resto. Si un hom bre fuera
generoso y le diera a su m ujer uno o dos chelines más, ella no tendría
que cuidarse tanto ni h acer tantas cuentas; la com p ra de u n a lam parita o
de un equipo de boy scout o el arreglo de u n p a r de zapatos no serían m o
tivo de preocupación. E n parte p orque el din ero no abundaba y en parte
porque las amas de casa m uchas veces no se daban cuenta del problem a
en el que se m etían asum iendo deudas, algunas m ujeres ideaban planes
a los que se atenían con patética obstinación. Conozco a u na m ujer que
gasta ocho libras p o r sem ana en el alm acén y hoy, en los buenos tiempos,
puede pagarlos sem analm ente, pero 110 logra quitarse de encim a las cos
tumbres de la década de 1930 y nu n ca salda la deuda; está más contenta
con el sistema de estar siem pre debiendo algo que con abonar todo al
contado. En la casa de m i abuela no vivíamos “de la caridad” pero, al igual
que tantos conocidos, siem pre estábamos “cortos de d in ero ”. En aque
llos años, todos los viernes a la tarde yo hacía cola para pagar el alma
cén; la cuenta sem anal ascendía a unos 15 o 20 chelines, y siem pre nos
quedaba algo pendiente. De adolescente, yo sentía envidia por los que
p odían pagar todo alegrem ente, u n a horrible vergüenza p o r ten er que
rep etir todas las semanas “dice mi abuela que seguirá debiéndole 5 cheli
nes y q ue se los va a pagar la sem ana p róxim a”. Años después, una m ujer
acum uló poco a poco u n a deuda de cerca de u n a libra en la carnicería y
luego, de pronto, se dio cuenta de lo m ucho que debía. No tenía form a
de conseguir u n a libra, así que dejó de co m prar carne, pero su familia
todavía tenía cuenta con ese carnicero, así que le debe haber resultado
difícil sobrevivir al invierno de 1952, cuando la carne escaseaba. El car
nicero, p o r su parte, habría querido que ella fuese a verlo y proponerle
u n arreglo, pero sabía que la m ujer no pasaría p o r el local. Cualquier
com erciante podría prop o rcio n ar ejem plos parecidos. El pleno em pleo
y el Estado de Bienestar han m odificado en gran m edida esta situación,
pero no tanto com o p odría pensarse; las antiguas costum bres persisten.
Por lo general, el ama de casa debe arreglárselas sola en este ajustado
sistema de finanzas semanales. Por eso existe una fuerte com petencia
entre pequeños com erciantes p o r rebajar u n penique o racionar la m er
cadería; esas pequeñas cosas son las que deciden u na com pra. Dos peni
ques p o r m edio kilogram o de carne quizá parezcan poco, pero p u ed en
hacer tam balear los planes de la sem ana, lo mism o que equipar al niño
para la colonia de vacaciones o a la niña para el concierto de la escue
la dom inical o com prar un regalo para u n prim o que se casa. Siempre
están los clubes de com pra o las m ercerías y tiendas de adornos, que,
aunque no acepten cheques de agentes de préstam o, son más económ i
cos que las grandes tiendas del cen tro y p erm iten que los clientes lleven
lo que com pran p o r u n p equeño adelanto. Casi nunca la m ercadería es
tan b u en a com o la que cuesta un chelín más: los objetos son ordinarios y
se rom pen, la capa de crom ado es delgada y desaparece al poco tiempo.
A cudir a clubes de com pra o cambistas de cheques se convierte en un
hábito y los agentes locales de préstam o suelen persuadir a sus clientes
de “m an ten er la cuenta abierta” d e m an era continua, de m odo que en
m uchos casos se va más dinero p o r sem ana que la cantidad de la que se
dispone. El ciclo no se in terru m p e nunca: si la familia necesita gastar
más, norm alm ente la m adre restringe los gastos, econom iza en com ida
o en ropa.
La vida avanza Remana a sem ana y la probabilidad de ah o rrar una
suma para “casos de em ergencia” es muy baja. Algunos p onen u n a lata
en la repisa de la chim enea d o n d e guardan lo que ahorran para las va
caciones, pero no es lo más frecuente. N adie tiene cuenta bancada ni
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO ’J l
cobra cuando está enferm o, salvo el pago del Servicio Nacional de Salud
y quizás el de algún club, pero se trata de m ontos mínimos. Todavía se
ven amas de casa haciendo cola en las oficinas de correo a las nueve me
nos cuarto todos los m artes para cobrar la asignación familiar. Si “echan
a p ap á” la familia p uede pasar penurias. La antigua costum bre de cuidar
m ucho a los que traen el p an a la casa, en especial con la com ida,11 con
tinúa vigente, así como el acento que se pone en la necesidad de que
todos “tiren para el mismo lado”; de lo contrario, el barco corre el riesgo
de hundirse pronto. U na m ujer es muy feliz si puede “arreglárselas” o
“seguir adelante”, si puede contar con un poco de dinero para gastos
extra al final de la semana.
En este aspecto, com o en otros de la vida dom éstica, la m ujer es la
responsable; el m arido está fuera, ganándose la vida. AI llegar a casa, él
quiere com er y estar tranquilo. Supongo que esto explica por qué, según
lo veo yo, se espera que la m ujer sea la que se ocupe de los m étodos anti
conceptivos que em plea la pareja. La mayoría ele las familias no católicas
de clase trabajadora aceptan la práctica de cuidarse para no tener hijos
com o algo norm al, p ero a los m aridos y a las m ujeres les da vergüenza
acudir a los hospitales d o n d e b rindan inform ación sobre m étodos anti
conceptivos, a m enos que los guíe la desesperación. La timidez del mari
do y la idea de que la m ujer es la que tiene la obligación de ocuparse del
tem a llevan a que él espere que sea ella q uien se encargue, porque él “no
tiene tiem po para esas cosas”. La m ujer no sabe nada de anticonceptivos
antes de casarse, y los consejos que le han dado las chicas mayores que
ella o las m ujeres casadas en el trabajo o en el barrio difieren enorm e
m ente en tre sí. Debe aceptar p ro n to alguno de esos consejos para que
no lleguen más hijos que los deseados. Y eso no garantiza que su conoci
m iento no se limite al coitus interruptus, el óvulo vaginal o el preservativo.
Los hom bres tienden a rechazar los preservativos porque “uno siente
m enos placer”; a ellas les da vergüenza pedirlos en la farmacia, lo mismo
que com prar óvulos; adem ás los dos productos son caros, de m odo que
el m étodo más com ún es p robablem ente el coitus interruptus.
No obstante, el em pleo de cualquiera de esos m étodos requiere una
estricta disciplina, u n a com petencia de la que carecen m uchas amas de
casa. Alguna que otra vez se olvidan de usarlos, o “se dejan llevar”, o el
preservativo es de mala calidad y se rom pe, o los m aridos las requieren
“No im porta lo que le digan los m édicos, querida. Disuelva uno de estos
en un vaso de agua caliente dos veces al día y verá cóm o se le disuelve
la piedra. No se le volverá a form ar nunca más. Se le irá cuando vaya al
baño, querida.”
No hay m ucho tiem po p ara ir al consultorio; cuando u n a m ujer se
siente mal, a veces va p ara que le d en u n frasco de m edicina, p ero nor
m alm ente el tiem po de espera o la sensación de estar m olestando al mé
dico (y la falta de convicción de que él pu ed a ser de m u ch a ayuda) hacen
que la mayoría de las veces la m ujer desista de ir. Con frecuencia, prueba
con tónicos que le recom iendan. La m ayoría de los m édicos de los ba
rrios obreros saben que rio hay m ucho que p u ed an hacer. Las m ujeres
de m ediana edad n o se cuidan com o debieran, trabajan m uchas horas,
no saben relajarse, no d u erm en lo suficiente ni siguen u n a dieta ba
lanceada. Esperan te n e r que seguir siem pre adelante, haciéndolo todo
bien, m uchas veces confundidas porq u e las exigencias son complejas y
de alguna m an era hay que cum plir. E n el fondo, el am a de casa sabe -si
bien no lo piensa co n scien tem en te- que, si “le pasa algo” al m arido, ella
deberá arreglárselas sola, trabajar com o em pleada de lim pieza para que
le alcance el d inero de la pensión.
D urante los años en que mi m adre estuvo a cargo de m í y de mis dos
herm anos, no gozaba de la salud suficiente p ara trabajar fu era de la casa,
ya que padecía u n a afección bronquial aguda. Con gran habilidad, hacía
que los veintitantos chelines que o btenía de “los G uardianes” le alcanza
ran para toda la sem ana (parte de ese dinero se lo daban en form a de
cupones que se cam biaban p o r productos en determ inados alm acenes).
Nadie lo diría, pero m i m adre había sido u n a chica alegre, según creo;
pero u n a b u en a parte de su jovialidad se había perdido. N o la conmovía
la actitud de las personas ante su situación; aunque aceptaba de buena
gana un abrigo o u n p a r de zapatos viejos, n o le agradecía a nadie por
la pena ni p o r la adm iración que sentían p o r ella; n o ten ía un a visión
sentimentalista de su condición y n u n ca simuló h acer o tra cosa que so
portarla y seguir adelante. La lucha continua anulaba cualquier probabi
lidad de disfrutar de la vida, y tres hijos pequeños que siem pre querían
más com ida y diversión que lo que mi m adre po d ía p agar no eran una
com pañía gratificante, salvo en contadas ocasiones. Se daba el gusto de
fumar cigarrillos W oodbine a escondidas, p ara que “ellos” no la vieran.
Mi herm ano estaba e n tren ad o para esconder el paqu ete de cigarrillos de
2 peniques en un cajón sin decir nad a cuando regresaba de la tienda y
había llegado de improviso u n a visita a la casa. La p eq u eñ a casa olía a hu
medad y estaba infestada de cucarachas; la letrina exterio r se convertía
7 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
donde debe estar y, a pesar de todos los problem as, está contenta. El m a
rido pu ed e ser el “je fe ” de la familia, p ero ella no es un felpudo; los dos
aprecian el valor y la virtud de la m ujer siem pre que ella sea u n a “buena
m adre”. El am a de casa rezongona sigue siendo u no de los principales
villanos del arte popular.
Pero cabe pregu n tarse en qué m edida se transm ite todo esto a las ado
lescentes que pasean a la noche p o r la calle. Parece que ellas llenan el
espacio que m edia en tre term in ar el colegio y casarse yendo al cine tres
veces p o r sem ana a ver “com edias musicales” y “comedias rom ánticas” o
historias de am or im aginarias y yendo a bailar a Palais, Mecca, Locarno
o los clubes.14 P o r lo general, el trabajo no tiene m ucho que ver con su
personalidad; las chicas no tienen m ucho interés en com prom eterse con
nada; no les interesan las actividades sindicales ni las domésticas. ¿Puede
ser que la m ayoría de ellas sean irresponsables, descuidadas y vacías?
Me ocuparé de esos temas en capítulos posteriores. A hora quiero po
ner el acento en otro aspecto, en la razón p o r la cual las cosas no siem pre
son tan malas com o parecen a p rim era vista. A esas m uchachas, la eta
pa flo rid a les d u ra poco, sólo algunos años d u ra n te los cuales tie n en
pocas responsab ilid ad es y algo de d in e ro p a ra gastar. S o rp ren d e, en
vista de q u e las circunstancias n o son favorables, la alta p ro p o rció n
de jó v en es que realizan actividades al aire libre. Para la m ayoría, lo
que tan co n v en ien te e insistentem ente hay en oferta es suficiente: las
actividades en espacios cerrados. A ellas les aburre su trabajo y hay m u
chos que saben cóm o hacerles gastar el dinero. Son propensas a vivir en
la burb u ja de la fantasía adolescente. T odo lo que quieren hacer parece
urbano y trivial; n o sería fácil captar su atención durante m ucho tiem po
desde fu era de la burbuja.
Así y todo, no es m uy com ún que las chicas se rebelen contra la familia,
aunque la casa p a te rn a no les genere n ad a especial. La casa fam iliar está
“b ien ” (adverbio que indica que u n o acepta algo que no lo entusiasm a).
U no vive allí; norm alm ente no piensa en irse o si puede salir de noche.
Pero me parece que la vida alegre -y lo es en m uchos sentidos- de las
adolescentes no está considerada com o algo “real”, como la vida de ver
dad. Las chicas la disfrutan sin arrepentirse; rara vez afecta la idea de
que, después de todo, el verdadero asunto de la vida es casarse y form ar
una familia. P or cierto, es la vida en u n sentido que no se tuvo en el cole
gio; en esa época se aprende m ucho sobre lo real, sobre lo que significa
vivir, p o r m edio de los chismes y de las charlas en tre com pañeras de
trabajo; uno se divierte. Pero la vida real, dejando de lado la diversión,
es el m atrim onio: para hom bres y m ujeres, esa es la principal línea divi
soria de la vida de u n a persona de la clase trabajadora, y no el hecho de
cambiar de trabajo o m udarse a otra ciudad o ir a la universidad o tener
un oficio. La b oda m arca el fin de la libertad tem poraria p ara u n a m ujer
y el inicio de u n a vida en la que lo norm al será “freg ar”. Para la mayoría,
todo esto es algo natural; el p eríodo de libertad es u n a especie de vuelo
de m ariposa, vertiginoso m ientras dura, p ero breve. “A hora voy a sentar
cabeza”, la frase que d i c e n las c h i c a s C u a n d o h a n e n c o n t r a d o a u n hom
bre para casarse, encierra u n profu n d o significado.
Después de la boda, la m ujer recu rre a sus raíces más antiguas. A ún
le quedan m uchas lecciones difíciles p o r a p re n d e r y varias situaciones
incóm odas antes de sentar cabeza. Las m ujeres más despreocupadas
se resisten a ap ren d er, siguen fu m an d o y yendo al cine, así que no se
ocupan de los hijos com o deberían . M uchas ad o p tan u n ritm o que las
retro trae a u n tiem po a n te rio r a las m elodías bailables y las películas.
Basta con observar la form a en que u n a m u ch ach a que d eb ería ten er
un espantoso sentido del estilo - e n vista de la m ed id a en que su gusto
se ve alim entado p o r lo llamativo y lo trivial- im p o n e, en cada objeto
individualm ente desagradable que adquiere, el sentido de lo que es
im portante p a ra recrear el am biente de u n a sala de estar. Basta con
observar cóm o cuida a u n bebé, y no m e refiero a cuestiones de higiene
ni a asuntos triviales, sino a cóm o lo alza en sus brazos o lo coloca en
una tina de b añ o ju n to al fuego.
N orm alm ente, la joven h a tenido p ráctica antes de term in ar el co
legio, ayudando con la lim pieza de la casa, cuidando a los herm anos
m enores o paseando a su p ro p io bebé o al de la vecina. No es m ucha
práctica, y después de seis o siete años de ju e rg a continua, so rp ren d e
que retom e el hilo com o si nada h u b ie ra pasado en el m edio. Eso se
debe a que ese hilo n u n ca se cortó, sólo qued ó oculto p o r un tiem po.
Las esposas jóvenes que siguen trab ajan d o hasta que nace su p rim er
hijo o incluso después, en caso de c o n ta r con u n a abuela que lo cuide
78 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
EL PA D RE
16 Esto es d istin to incluso en otras partes del n o rte de Inglaterra; p o r ejem plo,
el caso d e m uchas m ujeres casadas que trabajan en la in d u stria textil en
L ancashire.
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 8 l
Aún hoy esta situación es bastante com ún, pero se interpreta como
q u e el m arido es egoísta y delega en la esposa la resolución de los proble-
m as. La idea fu ndam ental es que el hom bre es el amo y señor de la casa.
Algunas frases que expresan esta idea, y no son las que se oyen con m e
nos frecuencia, p o d rían sonar muy injustas p a ra las mujeres. Con todo,
hay muchos hom bres que son considerados y están dispuestos a ayudar,
q u e pasan gran p arte de su tiem po libre con la familia, dedicándose a
arreglar cosas en la casa. Aun así, la idea es que el padre ocupa una po
sición especial. Hay cosas difíciles y de hom bres, como cortar leña, que
sólo él p uede hacer; hay otras que hace sin que se trastoque el orden
es tablecido, com o irse al trabajo sin que nadie le prepare las cosas o lle
varle una taza de té a la m ujer a la cam a ocasionalm ente.
En algunos m aridos jóvenes se observan signos de un cambio llamativo
e n la actitud general. Las mujeres ejercen presión para que ocurra ese
cambio y sus maridos están dispuestos a m odificar las costumbres hereda
das de sus padres. En este asunto, com o en otros, las mejoras en la educa
ción prom ueven u n lento aunque am plio cambio de actitud entre los que
es tán dispuestos a aceptarlo. En particular, ciertas parejas de esposos reci
b en la influencia del ejemplo de los m aridos jóvenes profesionales, de clase
m edia baja, que han aprendido, en especial desde la guerra, a ayudar a sus
mujeres porque ya no pu ed en contratar em pleadas domésticas. Hay hom
bres, de clase ti'abaj adora que lavan la ropa si sus esposas trabajan fuera de
la casa, o se ocupan del bebé si salen tem prano del trabajo y no están muy
cansados. Pero m uchas esposas regresan del trabajo tan cansadas como sus
maridos y “se p o n e n ” a hacer las tareas del hogar sin ayuda de nadie. Y no
muchos maridos de clase trabajadora aceptan em pujar el cochecito del
bebé cuando van p o r la calle, porque aún se cree que es una actividad “de
blandos”, idea con la que la mayoría de las m ujeres está de acuerdo.
Si una m ujer tiene u n deseo consciente, probablem ente no sea el de
u n m arido que haga ese tipo de tareas sino u n o que respete las viejas
costumbres; un “b u en m arido” en el sentido más antiguo, un hom bre
“firm e” y “trabajador”, que no la deje de p ro n to en la pobreza, que con
serve su trabajo si em piezan los despidos, que lleve siem pre el dinero a la
casa y que sea generoso a la hora de com partir el aguinaldo.
En el plano em ocional, el m ejor aporte del hom bre es estar dispues
to a negociar sin p o r ello volverse blando o “afem inado”, a vivir según
el principio de que u n m atrim onio feliz es u n “toma y daca”. U na gran
mayoría de los m aridos de clase trabajadora respeta ese principio: hay
muchos chistes sobre el m atrim onio p ero n inguno en contra de él. No se
sienten hostigados p o r las ambivalencias de las personas con mayor grado
PAISAJE CO N f i g u r a s : u n e s c e n a r i o 83
de conciencia, que están tan horrorizadas por la idea de poder term inar
como burgueses autocom placientes al igual que sus padres, que les lleva
años darse cuenta de que les gusta la vida de casados, y hasta disfrutan con
las necesidades y los deberes cotidianos. Los hom bres y las mujeres de la
clase trabajadora todavía creen que casarse es lo norm al y lo “correcto”,
y que hay que casarse más cerca de los 20 que de los 30 años. Lo que un
hom bre gana a los 21 es, probablem ente, lo mismo que gana a los 50; es
posible que el joven se case con u n a m uchacha de su misma clase y entre
los dos busquen u na “casa que sea de los dos” donde vivir su vida privada.
EL BARRIO
18 Mis baldíos eran H unslet y H olbeck, en Leeds. C reo que hoy los dos han sido
renovados con tierra, arbustos y flores.
8 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
mitorios y transportan los productos fabricados por los obreros hacia Sudáfri-
ca, Nigeria o Australia. Los viaductos se entrelazan con vías férreas y canales;
las plantas de producción de gas encuentran u n hueco entre todas esas in
fraestructuras, y entre todo ello se ubican los pubsy\d& poco elegantes capillas
metodistas. El color verde avanza por donde puede -casi por todas partes- en
parches raquíticos. El pasto, cubierto de hollín, crece entre el em pedrado;
acederas y ortigas, perseverantes e insolentes, em ergen en medio de los obje
tos tirados en los basurales sin inmutarse p or la presencia de “caca de perro”,
paquetes de cigarrillos o ceniza; saúcos, ligustros y adelfillas se adueñan del
espacio cercado detrás de las piscinas municipales. Durante el día y la noche,
los ruidos y los olores de la zona -sirenas de fábricas, frenes que cambian
de vías, el vaho de las plantas de gas- indican que la vida está compuesta de
turnos y horarios que cumplir. Los ñiños no están bien alimentados ni ade
cuadam ente vestidos y se nota que les vendría bien pasar más tiempo al sol.
Para los lugareños, esos son sus pequeños m undos, todos tan hom ogé
neos y bien definidos com o u n poblado. Más abajo, en el camino que lleva
a la ciudad, los autos de los jefes se alejan rugiendo a las cinco de la tarde
hacia sus casas de cam po a 15 kilómetros de distancia en dirección a las co
linas; los hom bres vuelven a casa. Todos conocen muy bien el barrio en el
que viven: se m eten m ecánicam ente en u n callejón p o r aquí o pasan por
un lavadero público p o r allá. C onocen el barrio como un conjunto de zo
nas tribales. Pitt es, sin duda, u n a de nuestras calles, peró Prince Consort
no nos p ertenece porq u e está más allá del límite, en otro distrito. En mi
zona de Leeds yo conocía a la perfección, cuando tenía 10 años -a l igual
que todos los que vivían allí en esa época-, la situación de cada u na de las
calles de alrededor y tam bién dónde u n a zona se transform aba en otra.
Las peleás de bandas eran peleas tribales entre calles o grupos de calles.
Del mismo m odo, todos nos conocíamos; sabíamos todo acerca de los
demás: que tal familia tiene u n hijo que “se tomó el buque” o emigró; que
esa otra gente tiene u n a hija que cometió u n error en la vida o una que se
casó con alguien de otra zona y a la que le va bien; que ese señor mayor que
vive solo y cobra u n a jubilación com pra en la carnicería y fuma u na mezcla
de tabacos de 6 peniques; que aquella señora es una vieja maniática que lim
pia a fondo los antepechos de las ventanas y los escalones de la entrada dos
veces p o r sem ana,19 arrodillada sobre u n trapo viejo y lavá los ladrillos del
19 Hay d iferencias interesantes en este hábito e n tre las distintas ciudades. Las
m ujeres d e la zona sur de Leeds usan polvo de lim pieza am arillo y creo que
las de S heffield usan polvo blanco.
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 8 5
frente hasta la altura de los hombros; que esa otrajoven tuvo un hijo negro
hace u n tiempo, después de la visita anual del ciixo; que al hijo bobo de esa
mujer se le pueden encargar recados; que aquella señora mayor está siem
pre dispuesta a pasar u n rato con un inválido “p o r consideración”; que ese
hom bre es muy bueno en su trabajo y, como le va bien, puede llevar a la fa
milia de vacaciones una semana a Blackpool todos los años y fue el primero
del barrio en com prar u n televisor; que esa familia tiene lugares reservados
en el teatro Empire y el hijo toma más helado que el resto de sus amigos y
recibe regalos más caros en Navidad y para su cumpleaños.
Son costum bres de u n a vida que se d esarrolla én u n a zona pequeña,
en la que todo qued a cerca. Las casas, según he com entado, dan a la
calle; la calle en sí, com parada con la de las afueras de la ciudad o con
las de las nuevas urbanizaciones, es estrecha; las casas de veredas-opues
tas están separadas sólo p o r el em p ed rad o , lo m ism o que los negocios.
Para las cosas que se com pran con m enos frecuencia, u n o p u ede ca
m in ar dos o tres cuadras hasta las tiendas que están en la calle p o r
do n d e pasa el tranvía o ir hasta el cen tro de la ciudad, p ero las com pras
diarias se h ac e n ahí mismo; en casi todas las cuadras hay u n a tienda,
un alm acén de ram os generales o u n a casa de avisos clasificados. La
vidriera de esas casas es u n a colección de papeletas; si a la n o c h e queda
la luz en cendida, los chicos se re ú n e n allí; los p eq ueños anuncios de 6
peniques p o r sem ana en la p a re d dan form a a u n a especie de m ercado
local rep leto de artículos “en m uy b u e n estad o ” o “V endo b a ra to ” o
“Casi nuevo”. “Zapatos clásicos, casi nuevos, 1 0 /-”, “A brigo de iweecl (va
rón, p ara 14 años), 1 2 /6 y diván de 90 cm (£12 dé costo), £4. Dirigirse
después de las 7”.
El alm acenero, cuyo local es el “club” de las amas de casa, com o en
la m ayoría de los distritos, no progresa a m enos que respete las cos
tum bres del barrio. Los com erciantes que recién se instalan cuelgan
en la p ared del fondo un cartel de esos que confeccionan los talleres
gráficos del barrio: “A quí no se fía”, p ero no pasa m ucho tiem po antes
de que deb an em pezar a d ar crédito. M uchas m ujeres recu erd an cuán
dispuestos a ayudar estaban los alm aceneros en tiem pos de la depresión
económ ica; ellos sabían que a sus d ie n ta s n o les alcanzaba el dinero
para saldar la d eu d a sem anal y que quizá te n d ría n que esperar meses
para cobrar, p ero si no les daba crédito las p e rd ía n com o dien tas, en
tonces no les quedaba más rem edio que esperar si no querían bajar la
cortina definitivam ente. A brían incluso el dom ingo p o r la m añana, uno
de los días más concurridos; si n o estaba abierto, los clientes golpeaban
la p u e rta de la casa.
8S LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
eos de la ciudad, pero los gorriones son los pájaros que más abundan en
el barrio, y las palom as a veces tom an el em pedrado por asalto; los rato
nes andan p o r los m ontículos de basura y las vaquitas de San A ntonio se
aparecen en los descuidados jard in es del fondo de las casas; al fondo del
patio p u ed e haber u n cajón de naranjas d onde se crían conejos o una
hilera de jaulas con cotorras.
Además, están los acontecim ientos especiales, como un funeral o u na
boda en la calle, u n a chim enea que se incendia, el caballo del carbonero
que se tropieza cuando se hielan los adoquines, un intento de suicidio
con el gas de la cocina, u n a pelea fam iliar que se oye casi hasta la esqui
na. Lo que más le gusta al n iño es ju g a r en la calle, con el poste de luz
que hace las veces de árbol de u n p arque im aginario. E ntre los 5 y los 13
años, los chicos ju e g a n con otros de su mismo sexo. Los juegos cam bian
a m edida que avanza el año, según los productos que se consiguen en
cada estación (por ejem plo, conkers) * o a m edida que los chicos intuiti
vam ente van m odificando su ritmo. En una época del año, todos jueg an
a las bolitas, dispuestas siguiendo u n rango de prestigio que varía según
la edad del d u eño y la potencia ganadora de cada una; de pronto las
bolitas desaparecen y a todos les da p o r ju g a r con cerbatanas. En ocasio
nes, se p one de m oda u n a diversión nueva, com o el yo-yo de los años 30,
pero las. m odas d u ran poco. Los juegos norm alm ente no requieren otro
adm inículo que u n palito o u n a pelota; los niños usan el material que
tienen a m ano: los postes de luz, las losas y los frentes de las casas. Los
aros de pelota al cesto y los dardos ya no se usan y los baleros no son muy
populares, p ero el béisbol callejero, la m ancha, la rayuela m arcada en las
baldosas y u n gran nú m ero de ju eg o s que requieren correr alrededor de
los postes de luz o e n tra r y salir corriendo de espacios cerrados, como en
el ju eg o de indios y vaqueros, aún tienen vigencia. A las chicas les gusta
saltar a la soga y, en especial, les encanta ir disfrazadas por la calle con
ropa vieja de su m adre con encaje y puntilla, ju g an d o a que están en u n a
boda. E n el patio del fondo, u n p ar de m uchachos arm a un carro con
unas tablas de m adera y las ruedas de u n a vieja carrerilla y luego va a toda
velocidad p o r la vereda o el asfalto, accionando el freno de m ano cuando
se acerca a la ruta del tranvía.
Las canciones con rim a que acom pañan los juegos siempre están vi
gentes: “A la ro n d a de San Miguel, el que se ríe se va al cuartel”, “Punto y
En el portal de Belén
hay un arca chiquitita
donde se viste el Señor
para salir de visita.
Y también:
Como esa vida constituye u n a totalidad que colma las expectativas a to
das las edades, p ara u n a p ersona de la clase trabajadora m ayor de 25
años es difícil m udarse a un barrio de características distintas, o incluso
a otro barrio del m ism o tipo. Son conocidas las dificultades de los traba
jadores p ara establecerse en las nuevas viviendas municipales. N orm al
m ente, la m ayoría no acepta las actividades grupales organizadas, salvo
las que conoce desde p eq u eñ o y en las que h a participado públicam ente
si las necesidades com unes y la recreación de u n barrio densam ente po
blado así lo requerían. En los parajes de ladrillo y cem ento, al principio
se sienten m uy expuestos y desprotegidos; sufren de agorafobia; sienten
que no p e rten ecen al nuevo sitio, que está “lejos de to d o ”, de su familia
y de los com erciantes que conocen de toda la vida; no cuidan el ja rd ín ,
salvo que se hayan acostum brado a usar el huerto, y no es lo mas usual;
quisieran m o n tar gallineros y se com pran perros y gatos. *
La im agen más conm ovedora de esa idea de hogar y de barrio es la
de los hom bres m ayores que p u eb lan las salas de lectura de las bibliote
cas públicas.,,!4 Son personas solas que ya no trabajan, con hijos adultos
que se h a n ido de la casa familiar, viudos o que tienen a su esposa en
ferma. Los más afortunados siguen viviendo en su antigua casa o en la
de uno de sus hijos; algunos se las arreglan con u na jubilación y viven
en u n a residencia o en u n a habitación de u n apartam ento en u n distrito
pasado de m oda. Los que se q u e d a n en el barrio se sienten perdidos
sobre todo en los días de sem ana, cuando la calle está ocupada sólo
por niños y unas pocas amas de casa, atareadas p ero gentiles. Los m e
nos frecuen tan las estaciones de tren d o n d e se en cu en tran con locos y
vagabundos. O tros acuden todos los días a la biblioteca, d o n d e no hace
frío y hay lugar para sentarse. La im agen recu erd a a esos estuarios ocul
tos a los que llegan los sedim entos fluviales, que p erm an ecen allí com o
un m o ntó n de basura: palos, trozos de papel, hojas m architas, cajas de
fósforos... La biblioteca tiene el aspecto de u n asilo de ancianos de los
antiguos, algunos de los cuales todavía existen; los som bríos periódicos
están abiertos en mesas dispuestas a lo largo de las paredes, bien sujetos
con barras de m ad era y con las páginas de deportes cuidadosam ente
pegadas para desalentar, las apuestas; las revistas están sobre escritorios
de roble oscuro ilum inados p o r lám paras de pantallas color verde, con
un haz de luz tan estrecho que la sala qu ed a en penum bras p o r encim a
de la altura del codo.
La sem ioscuridad ayuda a suavizar la insistencia de las notas en blanco
y negro, todas con leyendas imperativas que anuncian prohibiciones y
que se alternan con los periódicos en las paredes. En u n a sala de lectura
que conozco hay ocho m andam ientos en carteles que varían en tam año,
desde uno de 23 centím etros de largo p o r 10 de altura que reza s i l e n c i o
hasta otro que dice n o s e a d m i t e e l i n g r e s o d e p e r s o n a s c o n m a t e
r ia l DE LECTURA EN ESTA SALA Y LOS LECTORES DEBEN LIM ITA RSE A CON
SULTAR l a s p u b l i c a c i o n e s d i s p o n i b l e s e n e l l a . Los carteles varían en
lecturas; otros -furtivos y tem erosos de que los descubran, o hábiles, au
daces y descarados- im aginan cóm o ganar en las apuestas o farfullan co
sas m ientras com en u n sándwich. Hay quienes sólo ojean las publicacio
nes o m iran fijam ente u n a página d u ran te diez m inutos sin leer; algunos
se sientan y m iran u n p u n to fijo m ientras se hurgan la nariz. Todos están
e n los m árgenes de la vida, viéndose a diario pero sin tener ningún tipo
d e contacto. Reducidos a un m anojo de ropas, unas pocas necesidades
prim arias y u n a falta persistente, h an sido desconectados del único tipo
d e vida de la que alguna vez.participaron, en la que desem peñaron u n
papel que aceptaron de m anera inconsciente; no conocen el arte de las
relaciones sociales.
Suele hab er alguno que llega a este refugio de los desposeídos como
si fuese un club conservador y él, u n viejo concejal. D eteriorado pero de
senvuelto, se dirige hacia su silla p referida saludando y sonriendo com o
si alguien le prestara atención. Niega lo evidente con la mayor frescura y
cree que es feliz. La mayoría im agina u n a vida ideal frente a la chim enea,
com iendo m ucho, con u n a esposa que escuche con atención, con dinero
p ara com prar cigarrillos y cerveza, y una “posición”. No es de sorpren
d e r q ue el em pleado de la biblioteca les inspire deferencia; algunos han
p erd id o el respeto p o r ellos mismos y no se perm iten siquiera sentirse
m olestos p o r él ni tratarlo con arrogancia.
3- “Ellos” y “nosotros”
“e l l o s” : r e s p e t o p o r u n o m is m o
m ultan, los que nos hicieron dividir la familia en la década de 1930 para
evitar la reducción en la asignación fam iliar, los que “controlan nuestra
vida”, los que “no son de fiar”, “hablan con u n a papa en la boca”, “son
inescrupulosos”, “n u n c a te dicen n ad a” (por ejem plo, con referencia a
un familiar q ue está in tern ad o en el hospital), “te m eten entre rejas”, “te
aplastan si p u e d e n ”, “te d an órden es”, “form an grupos cerrados” y “te
tratan com o b asu ra”.
Las autoridades h a n tenido tratos bastante violentos en Inglaterra, en
particular d u ra n te la prim era m itad del siglo XIX. Pero, en general, y en
nuestro siglo especialm ente, el concepto de “ellos” para la clase trabaja
dora no im plica violencia ni m altrato. No es el mismo “ellos” del prole
tariado en ciertas regiones europeas, de la policía secreta, la brutalidad
en plena luz del día y la desaparición de personas. Aun así, existe, no
sin motivo, el sentim iento entre los integrantes de la clase trabajadora
de que están en desventaja, que la ley suele no estar de su lado y que las
sentencias p o r delitos m enores son más duras contra ellos que contra los
demás. Levantar apuestas en la calle es riesgoso, p ero hacer operaciones
por m edio de u n “agente de bolsa” no lo es tanto. Si se em borrachan
para festejar algo, lo hacen en el pub\ entonces es más probable que se
los lleven a ellos y no al que bebe en su pro p ia casa. Su relación con la
policía no es igual que la de la clase m edia. Suele ser u na bu ena relación,
pero sea esta b u e n a o m ala los m iem bros de clase trabajadora sienten
que los policías los están observando; son representantes de la autoridad
que los vigilan y n o servidores públicos cuya tarea consiste en ayudarlos y
protegerlos. C onocen de cerca a la policía y saben del acoso y la corrup
ción que a veces tam bién form an p arte de sus filas. D urante años se ha
oído decir: “Ay, la policía siem pre se ocupa de ella misma. Se cuidan las
espaldas unos a otros cueste lo que cueste y los jueces siem pre les creen ”.
Son frases q ue todavía se oyen.
La actitud hacia “ellos”, igual que hacia la policía, no es tanto de mie
do como de desconfianza m ezclada con escepticismo respecto de lo que
“ellos” hacen p o r u n o y cóm o lo com plican todo - d e m anera innecesa
ria, en ap arien cia- cuando tratan de o rd e n a r la vida de las personas si
hay algo que los afecta. Las personas de la clase trabajadora tienen años
ele experiencia e n esperas en la agencia de em pleo, la sala del m édico y
el hospital. Se desquitan culpando a los especialistas, con o sin razón, si
algo sale mal: “Yo n o h ab ría perdido a mi bebé si el doctor hubiera sabi
do lo que h acía”. Sospechan que no les prestan los servicios públicos con
tanta eficiencia y rapidez com o a los que llam an p o r teléfono o envían
notas.
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 9 7
25 Parte del mate.rial em pleado p ara escribir esta sección lo he tom ado y
m odificado de u n ensayo qu e escribí p ara Trilnme (4 d e o ctubre de 1946).
98 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
Las distinciones “e llo s/n o so tro s” m e p arec en más evidentes en las p er
sonas mayores de 35 años, en quienes rec u e rd an el desem pleo de la
d écada de 1930 y todos los “ellos” de ese tiem po. Los más jóvenes, in
cluso si no tien en actividad sindical, viven una atm ósfera distinta de
la q ue expe rim en taron sus padres; al m enos, u n a atm ósfera con una
tem p eratu ra em ocional diferente. En el fondo, la división sigue vigente
y es tan ab ru p ta com o antes. Los jó venes suelen ser m enos hostiles,
despectivos y tem erosos respecto del m u n d o de los jefes, pero tam poco
son deferentes con ellos. No siem pre esto es así p o rq u e sean mejores
que sus padres en su relación con ese m u n d o ni po rq u e se hayan re
conciliado con el gran m u n d o exterior, algo de lo que sus progenitores
no fuero n capaces; sim plem ente no lo tien en en cuenta o desestim an
su im portancia; h an ingresado p len am en te en su p ropio m undo, que
ah ora está provisto de elem entos más gratificantes y entretenidos que
los que conocieron sus padres. C uando están fren te al m undo de los
dem ás, como ocurre m uchas veces después de casarse, hacen todo lo
posible para seguir pasándolo p o r alto o re c u rre n a actitudes similares
a las de sus mayores. ¿Q ué p ro p o rció n de m adres de la clase trabaja
dora aprovecha todos los servicios que ofrece u n centro de atención
infantil? Conozco algunas que “ni siquiera pasan cerca” de esos centros
ni para beberse el ju g o de n aranja que les sirven p o rq u e desconfían de
todo lo que provenga de las autoridades y p refieren ir directam ente a
la farm acia, au n q u e resulte más caro.
Detrás de todo esto está el problem a del que hoy somos plenam ente
conscientes: se espera que todos tengan una doble m irada, para sus obli
gaciones com o individuo y para los deberes de ciudadano que vive en de
mocracia. La mayoría de nosotros, hasta los más o m enos intelectuales,
considera que la relación en tre los dos m undos no es algo sencillo. Las
personas de la clase trabajadora, tan arraigadas al ám bito de lo domésti
co, lo personal y lo local, y con poca capacidad para el pensam iento más
abstracto, son m enos proclives a p o n e r los dos m undos uno ju n to al otro.
Se sienten incóm odas cuando piensan en eso; no es fácil de representar
ese segundo m u n d o más com plejo, porque es m uy vasto y está muy lejos.
Si intentan com prenderlo, suelen recu rrir a la simplificación: entonces
siguen diciendo, com o sus abuelos, “no sé adonde irem os a p arar”.
Hay u n a salida tradicional más positiva en la relación entre la clase tra
bajadora y la autoridad. Me refiero al arte de la ridiculización, de tocarle
las narices, de bajarle los hum os a la autoridad. El policía a veces es un
problem a; otras, es blanco de canciones satíricas. Mi im presión es que
la reacción es m enos intensa de lo que solía ser. Sin duda, el cambio se
debe en parte a que la clase trabajadora tiene u n a m ejor posición en la
sociedad. T am bién puede ser u n a expresión de cóm o desestima la im
portancia de los otros -alg o que hem os m encionado anteriorm ente-, de
una sensación de “llevarse bien así com o están”; a “ellos” no les pedimos
nada y no tenem os nin g ú n resentim iento. Esa actitud se potencia con la
gran cantidad de diversión a la que hoy se tiene acceso, formas de entre
tenim iento que hacen a los consum idores m enos propensos a la irónica
y vehem ente protesta contenida en la ridiculización.
lo o LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
Más que vigor, lo que se aprecia es una clara dignidad en esa reacción ante
las presiones del m u n d o exterior, que adopta la form a de la insistencia en
“conservar el respeto p o r uno m ism o”. Y en el m om ento en que esa idea
del respeto y la confianza por u n o mismo vienen a la m ente, em piezan a
florecer conceptos vinculados con ella: la “respetabilidad” en prim er lu
gar, que se difunde hacia afuera y hacia arriba, partiendo de formas silen
ciosas, pasando p o r el orgullo de u n obrero calificado, hasta la integridad
de quienes no tienen prácticam ente nada salvo su voluntad de no perm itir
que las circunstancias los hundan. En el centro de todo esto está la deci
sión de aferrarse a aquello que es motivo de orgullo en un m undo que
pone tantos palos en la rueda, aferrarse al m enos al “respeto p o r uno mis
m o”. “Al m enos, tengo respeto p o r m í mism o”; el derecho a p o d er decir
eso, aunque se diga p o r lo bajo, com pensa muchas cosas. Está latente todo
el tiem po en el odio p o r tener que “ir a la parroquia”, en la pena de tener
que arreglárselas con el salario percibido durante la licencia p o r enferm e
dad, en las altas cuotas del seguro para no tener que ser enterrado en la
parroquia, en el ahorro y el culto a la limpieza.'Existe, según .creo, entre
algunos autores que escriben sobre la clase trabajadora, una tendencia a
pensar en todos los que tienen el ahorro y la limpieza entre sus objetivos
como im itadores de la clase media.baja, como traidores a su propia clase,
ansiosos p o r clejar de perten ecer a ella. En el sentido inverso, a los que no
hacen ese esfuerzo se los suele considerar como más honestos y m enos
serviles. Pero la limpieza, el ahorro y el respeto por u n o mismo provie
nen ele la preocupación por no caer o sucum bir ante las circunstancias
del entorno y no p o r el deseo de ascender; y entre los que no tom an en
cuenta este criterio, los espíritus desenfadados, generosos y despreocupa
dos son m uchos m enos que los descuidados y los holgazanes cuyas casas y
costum bres reflejan su falta ele autocontrol. Hasta la presión para que los
hijos progresen y el respeto p o r el valor ele “leer libros” no surge tanto del
cleseo de perten ecer a o tra clase p o r esnobismo. En cambio, tiene que ver
con el deseo de quitarse de encim a muchos de los problem as que padecen
los que m enos tienen, sólo p o r ser pobres: “He visto a aquel al que han
golpeado, a aquel al que h an golpeado: has de p o n er tu corazón en los
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 10 1
libros. He observado al que ha roto las cadenas del trabajo forzado. Obser
va: nada supera a los libros”.
“Qué delgada es la línea que nos separa y qué bajas las probabilidades de
cruzarla”, de m an ten er el barco a flote y ser capaz de “m irar a la gente
a la cara”. Es im portante, entonces, ten er el sentido de independencia
que se fun d a en el respeto p o r u n o mismo, p o rq u e es algo de lo que
nadie nos puede despojar. La gente dice: “Me deslom é trabajando toda
la vida” o ‘Yo no le debo nad a a n ad ie”. Tam poco son dueños de nada,
salvo unos pocos m uebles, p ero nun ca han esperado más. De ahí que se
m antengan todo tipo de rarezas, en especial entre los que ahora superan
los 50 años. Conozco varias familias que eligen m an ten er el viejo sistema
de m edid o r con inserción de m onedas p ara el sum inistro de electrici
dad. Pagan más y m uchas veces se qued an sin luz p orque nadie en la
casa cuenta con u n a m oneda, a pesar de que tienen suficiente dinero
para abonar las facturas trim estrales. Pero no soportan la idea ele tener
una deuda p en d ien te d u ran te más ele u n a sem ana. (Los “préstam os” de
los clubes de ropa y la cuenta del alm acén p erten ecen a otra categoría,
porque no son deudas pendientes con “ellos”.)
T am bién aquí se debe buscar el origen de la tendencia a aferrarse, por
más dificultades que se tengan, a esas “pequeñas cosas” que evocan una
época en la que ellos tenían gustos propios y la libertad para expresarse
a su m anera. Sin duda, esas cosas hoy están m ejor estructuradas, pero
cuando yo era niño, en nuestra zona nos im pactó la torpeza del agente
del Comité de G uardianes que le sugirió a u n a m ujer m ayor que, dado
que vivía de la caridad, tenía que vender u n a fina tetera que no usaba
pero que tenía expuesta en su casa. “Im agínese”, exclam aban todos, y no
era necesario agregar nada. Todos sabían que ese h om bre era culpable
desuna insensible afrenta a la dignidad h u m a n a ... “Ay, no hay razón en
la necesidad [...] No des a la naturaleza m ás ele lo que ella necesita, / la
vida de u n hom bre no vale más que la de u n a bestia”.* 27
Es posible e n te n d e r p o r qué los m iem bros de la clase trabajadora no
se m uestran m uy “abiertos” con los trabajadores sociales, contestan con
evasivas y están más dispuestos a dar respuestas destinadas a eludir que
a dar explicaciones. Detrás de la frase “Me lo guardo para m í” quizá se
esconda el orgullo herido. No es fácil creer que alguien de otra clase que
está de visita pued a imaginarse todos los detalles de las dificultades de la
persona a la que va a ver, pues ella se ocupará de “no enseñar lo que le
pasa”, de protegerse contra la caridad.
Todavía im porta “tener un oficio”, y no sólo p orque hasta hace poco
tiempo u n trabajador calificado casi siem pre ganaba más. El obrero ca
lificado p u ed e decir con más convicción que es “tan bueno como cual
quiera”. No corre el peligro de ser de los prim eros que despiden en el
trabajo; le q uedan resabios del orgullo del oficio. Quizá no piense seria
mente en irse, pero en el fondo sabe que tiene la libertad de recoger sus
herram ientas y m archarse cuando quiera. Los padres que se preocupan
por “darles lo m ejor” a sus hijos todavía tratan de que los acepten com o
aprendices en el taller.
“n o so t r o s” : lo m ejo r y l o p e o r
30 M. A rnold, Culture and Anarchy, L ondres, Smith, E ider & Co., 1869, capítulo 2.
1 0 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SO CIEDA D DE MASAS
clases sociales. Sus “com ediantes” h an conquistado los reductos más ele
gantes; “les deseam os la m ejor de las suertes”.
Por 1111 lado, la bebida se acepta com o parte de la vida norm al, o al me
nos, de la vida norm al del hom bre, como se acepta el cigarrillo. “Todo
hom bre necesita su vaso de cerveza”, que lo ayuda a darle u n sentido a
la vida, porque si u n o no puede darse ciertos gustos, ¿para qué vive? Es
“natu ral” que un hom bre beba cerveza. Las m ujeres de hoy beben más
que lo que bebían las m ujeres de la generación de sus m adres; hasta mi
adolescencia, la m ujer que pedía u n trago de ginebra con vermú era
poco m enos que u n a prostituta. Pero aun así, después del nacim iento de
los hijos, las m ujeres beben menos, sólo los fines de semana. La cantidad
de cerveza que pu ed e b eb er un hom bre sin d ar lugar a la desaprobación
d epen d e de las circunstancias; la escala de perm isos tiene u n a gradación
muy fina. De u n viudo se espera que beba más que el resto, porque sin
esposa, su casa no es u n lugar am able al que quiera volver. U na pareja
sin hijos puede beber, porque con ello no les quita el pan de la boca a
los hijos, y u na casa sin hijos 110 es muy acogedora. U n padre con familia
d ebería beb er “con m oderación”, es decir, tiene que saber cuándo dete
nerse, y debe “proveer el sustento”. En determ inadas ocasiones -festiva
les, celebraciones, partidos im portantes, excursiones- todos están auto
rizados a beber bastante. Es com prensible que ciertas situaciones lleven
a beber. En general, hay u n doble énfasis: en el derecho a beber y en el
darse cuenta de que si la bebida “se ap odera de u n o ” se puede llegar a
la ruina (una ruina casi literal, dada la necesidad de venderlo todo para
com prar b eb id a).
Está claro que fue esta relación con la bebida lo que dio sustento al
m ovim iento anticonsum o de alcohol d u ran te el siglo pasado y la prim era
década, o poco más, del presente siglo. Era fácil n o tar cóm o hasta en las
familias d o nde n u n ca había faltado para com er ni m ucho menos, pronto
no les alcanzaba para lo m ínim o si el “dem onio de la bebida” se instalaba
en la casa. Económ icam ente, u n hogar de clase trabajadora siem pre ha
sido, y aún es, una balsa en el m ar de la sociedad. Así, el Movimiento por
la Tem perancia tuvo m ucha influencia hasta la década de 1930 como
m ínim o, cuando tuve que firm ar dos veces, con diferencia ele un año,
una declaración en la que afirm aba que en mi casa nadie bebía. En esa
época yo tenía entre 10 y 12 años y firm é con el resto de mis com pañeros
de la escuela dom inical. Creíamos que la bebida podía p o n er en riesgo
nuestro lugar en la fiesta de Pentecostés. Yo tenía u n tío alcohólico, el úl
timo de u n linaje que se rem ontaba hasta la década de 1870, y casi todos
tenían u n pariente así. P or esa época ya no cantábam os canciones como
“Por favor, no le d en más de beber a mi p a d re ” o “No salgas esta noche,
papá” o “Padre, querido padre, ven a casa a h o ra” o -m i preferid a- “Mi
1 16 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SO C IEDA D DE MASAS
U n amigo m ío que vivía cerca de casa era hijo único y creo que no tenía
padre; su m adre era m odista pero él estaba siem pre bien vestido y le da
ban más dinero que a los dem ás niños. Iba al cine dos vecés por sem ana y
se com praba papas fritas. De adolescente supe que la m adre era una pros
tituta del centro de la ciudad. Necesitaba más dinero para criar al hijo que
lo que podía ganar com o m odista (creo que el m arido la había dejado).
Además, ella estaba siem pre p reocupada p o r que el hijo no “sufriera” por
“no ten er p ad re” y la form a de asegurarse eso era que el chico tuviera su
perioridad financiera respecto de sus com pañeros, algo que entre los chi
cos es m uy im portante. M ucho de lo que ya hem os dicho sirve para tratar
de en ten d er p o r qué la m u jer toleraba vender su cuerpo; a m í m e interesa
señalar que, salvo los que decían que ella “arruinaba la reputación de la
cuadra”, nadie la condenaba p o r eso. La mayoría de los vecinos la saluda
com o una especie de m onje abocado a los libros. Todos aseguraban que
lo hacían “todo el tiem po”, pero creo que exageraban. Los hom bres ca
sados participaban de las conversaciones sobre sexo y se quejaban de la
libertad p erdida, pero lo tom aban como algo norm al.
¿Cómo se puede resum ir la actitud de esos hom bres hacia sus expe
riencias sexuales irreguláres? Quizá d ebería agregar aquí que hay m u
chos hom bres, desde ya, a quienes no se aplica lo dicho anteriorm ente.
Casi no sienten culpa ni creen que sea pecado nada relacionado con el
sexo; el sexo significa m ucho para ellos, p ero no porque en el fondo-
se sientan perdidos en una gran masa urbana. Eso sería atribuirles las
actitudes de otras clases de personas. No se p erm iten las bravuconadas
inm orales sobre las que tanto se ha dicho respecto del com portam ien
to de algunos grupos durante la década de 1920. Sin em bargo, sienten
vagam ente que el “descubrim iento científico” ha legitim ado las cosas y
que, con los anticonceptivos baratos, todo es más fácil. No son salvajes sin
m oral que se divierten en los bajos fondos de unas islas Marquesas que
Melville n u n c a conoció. T om an su vida sexual con naturalidad, sin ser
versiones urbanizadas de la visión bucólica de las “m anzanas m aduras”
de T. F. Powys, ni versiones contem poráneas de los grandes moralistas
del pasado. En ¿iertos aspectos, la actitud de estos hom bres hacia la pro
m iscuidad viene de lejos, pero para ellos es algo clandestino. En muchos
casos, la actividad prom iscua cesa con el casam iento y no afecta la rela
ción m atrim onial.
Mi im presión, aunque en esto quizás esté com etiendo un erro r por
exceso de rom anticism o, es que las chicas carecen de ese tipo de expe
riencia sexual prom iscua esporádica. Los nom bres de las chicas que es
tán siem pre dispuestas surgen u n a y otra vez; a las fáciles, todo el m undo
las conoce. Por supuesto, ellas tienen m ucho más que perder: corren el
riesgo de que “les llenen la cocina de h u m o ”.
P ara m í, lo so rp re n d e n te es que tantas chicas salgan indem nes, que
conserven la ign o ran cia de todo lo relacio n ad o con el sexo y que sean
im perm eables a la atm ósfera que lo ro d ea, u n a actitud típica de u na
jo v en de la clase m edia de m ediados del siglo XIX. Es maravilloso
cóm o, sin rastros de m ojigatería o resistencia, m uchas de esas chicas
atraviesan el inhóspito paraje de las p ro p u estas sexuales de los m ucha
chos del b arrio y de las charlas sobre sexo en el trabajo, y se cruzan
con el jo v e n con el que se van a casar sin huellas psicológicas ni físicas
de ese trayecto. La luz q ue las guía es la convicción, y no la especula
ción, de q u e se casarán algún día, de que se “g u ardan para el hom bre
de su vida”.
1 2 0 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS
LO PERSO N AL Y LO CONCRETO
religión o la política, pero norm alm ente son u n puñado de frases hechas
que han escuchado y repiten sin pensar y que encierran generalizacio
nes, prejuicios y verdades a medias, elevadas p o r formas epigramáticas a
la condición de máximas. Como he com entado antes, norm alm ente esas
frases se contradicen en tre sí, no pasan p o r un tamiz intelectual. Son
frases hechas de efecto hipnótico que suenan com o verdades reveladas
irrefutables:
Estas son algunas de los cientos de frases similares que se han repetido
sin hacer ningún tipo de reflexión duran te décadas. Los que afirman que
Gran Bretaña es su perior no lo h acen en n o m bre del patriotism o en sen
tido estricto; expresan u n a creencia h ered ad a de superioridad nacional.
A unque se repite constantem ente, en especial durante los últimos años,
que ha habido u n cam bio en la posición que ocupa Inglaterra en el m un
do, la mayor parte de los m iem bros de la clase trabajadora todavía no lo
lia advertido. T am poco p arecen ser conscientes de los enorm es cambios
que h an ocurrido en las relaciones espacio-tem porales en los últimos
veinte años. La reacción a la constante dem anda de que desarrollaran
u na “doble m irada” no ha sido u n a adaptación, sino una defensa contra
esa dem anda. Lo que se pu ed e adaptar, traducir a sus propios términos,
se adapta y se traduce* y lo que no, se pasa p o r alto, y el espacio vacío
se llena con la m áxim a correspondiente. O tras clases sociales tienen sus
propias válvulas de escape, es decir, no es que sólo la clase trabajadora
tenga este problem a o sea la única que lo evada.
La clase trabajadora es asediada p o r u na enorm e cantidad de abstrac
ciones. Se le pide que resp o n d a a “las necesidades del Estado” y a “las
necesidades de la sociedad”, que conozca lo que se requiere para ser “un
buen ciudadano” y que n o olvide “el bien co m ú n ”. En la mayoría de los
casos, las exigencias no q uieren decir nada; son pu ro palabrerío. Para la
clase trabajadora, esos llamados a cum plir con el deber, a hacer sacrificios
EL M U N D O “REA L” DE LA G EN TE 12 g
mente, están allí (com o los vendedores de autos, igualm ente tensos pero
m ás llamativos) p a ra representar u n ethos. El cliente compra, además de
lo s muebles, u n au ra de educación y elegancia.
Si eso fuera todo, este tipo de tiendas no ten d ría éxito entre las per
sonas de la clase trabajadora; serían im pactantes para ellas pero no las
anim arían a com prar. Pero aunque los vendedores son, claro está, muy
elegantes y “sum am ente educados”, y con insistencia se refieren a todas
las amas de casa jóvenes com o “estim ada señ o ra”, en realidad, tam bién
so n -y ahí está la clave de su eficacia- “siem pre muy amables”. En cierto
sentido, casi todos los com erciantes buscan agradar a los clientes, pero
aq u í no se trata solam ente de un gesto de deferencia y amabilidad. Es un
u so consistente y eficaz de u n trato personal y dom éstico, trato que resul
ta aún más efectivo porque no se espera que provenga de unos caballeros
ta n elegantes. Los dueños de las m ueblerías saben que las personas de
la clase trabajadora se deslum bran ante la exuberancia y el esplendor,
y se sienten atraídas y turbadas al m ismo tiem po. Los vendedores usan
expresiones coloquiales pero más refinadas; no dicen “Ah, sí” com o los
vendedores de feria, sino “E ntiendo perfectam ente lo que desea, seño
r a ” o “U na pareja parecida a ustedes consultó por el mismo artículo la
sem ana pasada”, y em plean el tono com prensivo del hijo al que le ha ido
b ien en la vida y se ha cultivado. No es tan deliberado y consciente como
parece sugerir mi descripción, ni algo tan nuevo ni exclusivo de este tipo
d e tiendas. Pero es en ellas -lo s establecim ientos grandes y llamativos
destinados a clientes de la clase trab ajad o ra- donde se especializan en
esta clase de trato.| Sus encargados conocen la atracción y la turbación
q u e siente la clase trabajadora hacia los suburbios residenciales y cómo
acceder a ella p o r meclio de térm inos am ables y cálidos. La clase trabaja
d o ra se aferra a lo personal p orque es lo que com prende; aquí, esa parte
d el m undo exterio r que está en busca de su dinero es una especie de
caballo de Troya.
Esta actitud general se pu ed e ilustrar tam bién con dos instituciones
- e l deporte profesional y la m o n a rq u ía -36 que, aunque proceden del
m u ndo exterior, atraen a la clase trabajadora en gran m edida po rq u e se
traducen fácilm ente al lenguaje de lo concreto y lo personal.
En el trabajo, el d ep o rte y el sexo constituyen los dos temas principales
de conversación. Los diarios populares del dom ingo se leen tanto por las
36 A gradezco ál d o cto r Zweig y al pro feso r Asa Briggs p o r los datos q u e m e han
p ro p o rcio n ad o .
EL M UNDO “RE AL” DE LA GENTE 1 2 7
“r e l i g i ó n p r i m a r i a ”
les vaya bien”. T ienen la idea de que todos somos “el mismo perro con
distinto collar” y que si tuviéramos la oportunidad, haríam os lo mismo
que ellos.
De todos modos, celebran el m atrim onio y se hacen en terrar e n la
iglesia o la capilla y bautizan a sus hijos, a quienes luego envían a la
escuela dominical. ¿Por qué lo hacen? ¿Por seguir al rebaño? ¿Para sen
tirse seguros? Y cuando rezan en u n rincón, ¿lo hacen p o r m iedo o fes
u n resurgim iento de la superstición que siem pre h a estado latente en su
interior? En parte, es de esa m anera, pero los motivos no se agotan ahí.
Ju n to con otras clases sociales, cada u n a a su m odo, la clase trabajadora
se ha visto afectada p o r ideas que parecen haberse despojado de los con
ceptos religiosos. Su experiencia parece sugerir que las profesiones de
fe no funcionan en la vida “real” y que p o r lo general sirven para no ver
la cruda realidad. A un así, al acudir a las instituciones religiosas en los
m om entos trascendentes de la vida o e n épocas de crisis personal, la gen
te no lo hace movida p o r la necesidad de asegurarse la salvación; en el
fondo, son creyentes a su m anera. Esto se aplica, al m enos, a las personas
de m ediana edad, en quienes pienso al hacer esta descripción.
En prim er lugar, creen que la vida tiene u n propósito. La vida tiene
un significado; debe tenerlo. N adie se m olesta en describirlo ni se ocupa
de profundizar en cuestiones tan abstractas com o la naturaleza de ese
propósito o sus implicancias, pero es evidente que es así. “Estamos aquí
por algo” o “Si no hubiera u n propósito, no estaríamos aquí”, dicen. Y el
hecho de que haya u n propósito im plica que debe existir un Dios. Ad
hieren a lo que G. K. C hesterton d enom inaba “las torpes certezas de la
existencia” y R einhold N iebuhr, la “religión p rim aria”. Del mismo modo,
se aferran a lo que George Orwell d enom inaba “esas cosas [como el libre
albedrío y la existencia del individúo] que sabemos que existen aunque
todos los argum entos parezcan p ro b ar lo con trario ”.
T am bién creen en la vida después de la m uerte o “la otra vida”. En este
sentido, tienen lo que R einhold N iebuhr d enom ina “el optim ism o básico
de toda vida hum ana activa y saludable”. En la sección necrológica de los
diarios, la frase “la otra vida” aparece con m ucha frecuencia y el nuevo
estado suele estar asociado con la idea de la liberación del duro trabajo
de “aquí abajo” y el advenim iento de u n a existencia más fácil y más feliz.
Leemos que goza de u n “grato alivio”, u na “b endita liberación”, “una
existencia m ejor” y, tam bién, que se ha ido “antes que nosotros” o “nos
ha preced id o ”. Los familiares que publican avisos fúnebres eligen el con
tenido en tre las frases de unas tarjetas que les ofrecen en las oficinas de
los periódicos y que parecen ser otro ejem plo de una práctica comercial
1 3 2 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
Del mismo m odo, la costum bre de servir u n a b u en a com ida en los fu
nerales, de “enterrarlo bien com ido” no es u n a m era excusa para gastar
en com ida el dinero del seguro. Es la form a en que deben hacerse las co
sas, sin privarse de nada, en u na de las raras ocasiones en las que se reúne
toda la familia. A veces pareciera que, p o r cómo se anim a el am biente a
la h ora del té y p o r el interm inable intercam bio de chismes, los funerales
no son más que reuniones familiares en las que, d u ran te u n a comida,
todos se p o n en al tanto de los últim os acontecim ientos. Es cierto que hay
chimentos, com o los hay en u n a boda, y tam bién es cierto lo de la comida
pantagruélica y lo de la gran cantidad de invitados, pero aunque las ca
racterísticas superficiales de u n funeral son bastante similares a las de una
fiesta de casam iento, esas sim ilitudes son el aspecto m enos im portante.
Guando deciden casarse p o r iglesia o celebrar u n servicio religioso
para u n pariente difunto, las personas de la clase trabajadora responden
a creencias en las que no piensan dem asiado p ero que aun así están
presentes en su vida. Se aferran a esas creencias, que no son otra cosa
que algunas de las doctrinas cristianas esenciales, p ero no las analizan.
Tam poco piensan que tengan gran relevancia para la vida cotidiana, que
es algo com pletam ente distinto, u n asunto difícil que no tiene nada de
ideal. Si uno trata de “vivir com o m an d a la religión”, p ro n to se da cuenta
de que no tiene sentido, que es “u n a misión inú til”. Todos saben muy
bien que ni ellos ni los dem ás se com portan com o debieran, pero con
eso quieren decir que están en falta con otras personas, pues el concep
to de pecado, del pecado original, les resulta com pletam ente ajeno. Si
algún m iem bro de su en to rn o se aferra con fervor al dogm a religioso,
pronto dirán de él que “se agarró u n a m anía religiosa” y lo verán como
un m aniático inofensivo, casi u n loco. A veces, aunque no siem pre, la
persona está loca, pero la gente no hace distinciones. Las personas re
ligiosas que se dedican a plasm ar sus creencias en actos éticos son más
aceptadas. El Ejército de Salvación les resulta atractivo a quienes están
“un poco tocados”; p ero “hacen cosas buen as” con sus planes de ayuda
social y p o r eso se los respeta. La revista de la organización, War Cry, aún
se vende en los pubs.
Cuando piensa en el cristianism o, la clase trabajadora ve u n sistema
ético; lo que im porta es la m oral, no la metafísica.41 La frase “No creo
probable que respondan, sin pensarlo pero no p o r eso sin sentirlo, con
alguna de estas frases:42
“H acer el b ie n ”.
“T e n e r buena conducta”.
“Ayudar al que lo necesita”.
“Ser am able”.
“No hacer a los dem ás lo que no te gusta que te hagan a ti”.
“Estamos en este m u n d o para ayudam os los unos a los otros”.
“Ayudar al vecino”.
“D istinguir en tre lo que está bien y lo que está m al”.
“Vivir u na vida digna”.
43 S egún el H R S 1955, los lectores del periódico son clases A-B: 1 de 55,
apro x im ad am en te,clase C: 1 de 19, ap ro x im ad am en te; clases D-E: 1 de 13,
ap ro x im ad am en te.
44 Son m uy p o p u lares e n tre otras clases tam bién, p e ro la clase trabajadora, en
co m p aració n co n la clase m edia, prefiere el ejem p lar del dom ingo antes que
los d el resto d e la sem ana (véase el H R S).
45 D e R o ugem ont, Passion and Sociely.
ig 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS
46 La m ayoría de las cifras del total de lectores d e esas revistas son cantidades
aproxim adas publicadas en el H liS 1953.
Título Tolal de lectoras estimado Lectoras de clase trabajadora
Red Lelter 750 000 700 000
Silver Slar 650 000 620 000
Luchy Star 600 000 560 000
Red Star Weekly 570 000 530 000
Glamour 570 000 530 000
Secrels Sin datos p a ra grupos A, 350 000
B y C. Pocas lectoras,
O racle ídem 320 000
Family Star ídem 350 000
Weekly, Lucky Star (que ah o ra incluye Peg’s Paper), The Miníele, The Oracle,
Glamour, RedLettery SilverStar. Claram ente, están dirigidas a adolescentes
y jóvenes casadas -d o s de cada tres lectoras de Red Letter tienen m enos de
35 añ o s- pero tam bién incluyen algunos artículos para m ujeres mayores.
Las revistas tienen u n público de en tre 350 000 y 750 000 personas, y la
mayoría, de más de 500 000. Puede haber superposición de lectoras, pero
el núm ero total es eno rm e, y casi todas son de la clase trabajadora.
En cuanto a la diagram ación, la mayoría de las revistas se parecen en
tre sí. T ienen m uchas publicidades pequeñas y de poco valor en la con
tratapa y las últim as páginas de texto, pero no en las prim eras. Después
de la p o rtad a en colores, la prim era página está casi toda dedicada a
algún tem a destacado, o a la principal publicación p o r entregas, o a la
“extensa novela d ram ática” de la sem ana, que com ienza ahí mismo. Los
avisos, que se rep iten en todas las revistas, cu b ren u n a reducida gama de
productos. Los de algunos cosméticos todavía recu rren a un estilo aris
tocrático, em pleando fotografías de damas de la nobleza vestidas como
para ir a u n a fiesta. Las enferm edades a las que aluden los avisos de
marcas de rem edios se repiten tanto que cualquiera que saque conclu
siones apresuradas d irá que la clase trabajadora en G ran B retaña sufre
de constipación y “condición nerviosa” congénitas. Hay m uchos avisos
que ofrecen curas p a ra problem as que son la causa de que en las fiestas
nunca saquen a bailar a las m uchachas que los padecen.' Los “consejos
de los científicos” son m o n ed a corriente, lo m ism o que las “predicciones
de las gitanas”. A veces se anuncian rem edios esotéricos de la India: “La
señora Jo h n so n ap ren d ió hace m uchos años esta fórm ula secreta de u na
niñera india en Bombay. A p artir de entonces, m uchos miles de personas
han tenido motivos ele alegría p o r haber confiado en este sistema”. Para
las m ujeres casadas están las publicidades de ja b ó n de lavar, las píldoras
para el dolor de cabeza y el ja ra b e de higos de C alifornia que tom an los
niños. Pero, en general, las revistas se dirigen a m ujeres casadas jóve
nes que desean parecerse a las solteras y todavía se m aquillan o usan un
determ inado cham pú. Las em presas que ven d en productos p o r catálo
go publican avisos de zapatos con plataform a, ropa interior ele nailon,
supongo que para las jóvenes, y corsés para las mayores. Para todas las
lectoras, pero en especial para las recién casadas, a las que no les sobra
m ucho dinero, se publican avisos que las invitan a form ar parte de los
equipos de vendedoras de los num erosos clubes de crédito, m ayorm ente
de M anchester, p a ra la com pra de ropa u otros productos. Los clubes
ofrecen a sus agentes dos chelines p o r cada libra que venden, un enorm e
catálogo y u n an o tad o r gratis.
EL MUNDO “REAL” DE LA GENTE I 4 1
La m ayor parte de las páginas de texto están ocupadas por relatos con
linos pocos artículos ocasionales intercalados. No se tratan temas políti
cos, sociales ni artísticos. T am poco aparecen notas acerca de esos temas
en los diarios populares que presum en de ocuparse ele la actualidad ni
en las revistas fem eninas que tienen acercam ientos ocasionales a la “cul
tu ra”. A bundan, en cambio, los consejos de belleza, n orm alm ente aus
piciados p o r estrellas de cine, y los que se refieren al m anejo del hogar;
m edia página está dedicada a los consejos prácticos que da u n a “tía” o
una enferm era que ayudan a las lectoras a resolver problem as persona
les y que se suelen tom ar a risa aunque, en realidad, son muy sensatos.
No quiero decir, aunque sea cierto, que esos consejos nunca tengan un
cierto tufillo m oral, pero en el tono general se aprecia la sensatez y la
practicidad, y cuando surge un problem a cuya resolución trasciende la
com petencia del redactor, este aconseja a las lectoras que acudan al m é
dico o a u n especialista. Además, las revistas con tien en u n a sección dedi
cada al horóscopo.
En cada n úm ero hay novelas p o r entregas, el relato largo de la sem ana
y cuentos de u n a página. En los dos prim eros suele haber desenlaces
inesperados, com o que al final el joven era rico o que la m uchacha gana
un concurso de belleza a pesar de que ella siem pre se consideró a sí mis
m a com o u n a chica igual a todas. En especial, estas sorpresas son típicas
de las novelas p o r entregas, que cleben ten er elem entos “dram áticos” y
una acum ulación de acontecim ientos imprevistos que se develan cada
semana. Así aparecen las denom inadas “bajas pasiones” y los asesinatos.
Hay hom bres apuestos y desinhibidos que se llam an, p o r ejem plo, Rafe.
Pero m ucho más interesantes, porq u e son de tem er, son las “zorras fas
cinantes”, las Jezabel, com o las no m b ran e n los anuncios. Son m ujeres
que se establecen en ciudades de provincia y ocultan su “horrible pasa
do” o un “trem endo secreto” que quedó en el lugar d o n d e vivían antes,
a cientos de kilóm etros de distancia; se deshacen ele las jóvenes bonitas
por las cuales el h om bre que les interesa se siente atraído am arrándolas,
m etiéndolas en u n baúl que suben a u n bote y que luego arrojan al agua,
o transform ando u n a pava eléctrica en u n arm a m ortal: “Parecía inofen
siva, pero su presencia resultó u n a m aldición”, “El mismísimo diablo la
disfrazó de angelito in o cen te”.
La crítica más severa a este tipo de literatu ra es h a rto conocida y
no es mi in ten ció n tom arla a la ligera. Se aplica, debem os recordar, a
la literatu ra p o p u lar dirigida a todas las clases sociales. C uando se ha
dicho que m uchos de esos relatos alim entan el m o rb o de los lectores,
¿cabe agregar algo? ¿Se los p u e d e distinguir de la te n d en cia general de
1 4 2 LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
este tipo de literatu ra popular? Denis de R ougem ont observa que estos
relatos,49 en especial cuando han sido escritos para u n público de clase
m edia, p re se n ta n un desenlace dual, pues a pesar de que los malos
n u n ca triu n fan en los hechos, sí hay un triunfo em ocional; cuando el
tem a gira en to rn o del am or adúltero, la traición em ocional es inevita
ble. En estos textos, “las cadenas del am or no se p u e d en ro m p e r e [im
plican] la su p erio rid ad ‘espiritual’ de la am ante respecto de la esposa”.
D e R ougem ont añade: “Por lo tanto, la institución del m atrim onio sale
m al parada, au n q u e eso no .tenga im portancia, ya que la clase m edia
(especialm ente en E uropa) sabe bien que esa institución ya no se cons
truye sobre la m oral o la religión, sino sobre cim ientos económ icos”.
El autor tam b ién destaca la fascinación p o r el tem a del a m o r/m u e rte ,
ele acuerdo con el cual u n a relación adú ltera sólo pued e resolverse
m ed ian te la m uerte.
Existe u n a diferencia entre esa form a de tratar los temas en la litera
tu ra y la m ayoría de los “em ocionantes” relatos de las revistas “más anti
guas”. No parece haber traición em ocional de los supuestos explícitos;
la intensidad aparece porque el villano con sus actitudes seductoras va
e n contra de algunas cosas que siguen siendo im portantes, de lo bueno
d e la vida m atrim onial p o r encim a de las relaciones individuales dom i
nadas p o r la pasión, Aquí no aparece el tem a del a m o r/m u e rte , porque
así se aniquilaría el tem a positivo y real del am or en el m atrim onio. El
malvado, al invitar a u n a relación adúltera, es interesante no tanto por
que disfruta de m an era vicaria de u n a relación que, aunque prohibida,
es deseada, sino porque ataca, para escándalo de los lectores, lo que de
verdad im porta. Es u n a especie de cuco y 110 un héroe disfrazado. No
triunfa em ocionalm ente com o lo hace en la literatura más sofisticada
que describe De Rougem ont; esta es, en realidad, u n a literatura despoja
da de to d a com plejidad.
Los relato s a los q u e m e refiero d ifieren aú n más claram en te de
m uchas d e las versiones posterio res de la h isto ria de sexo y violencia,
la historia que se p ublica p o r en treg as en algunos diarios d el d o m in
go. En ellos, el a u to r in te n ta -m ie n tra s se com ete u n a violación u
o tro acto de v io le n c ia - u n a p rovocación m o d e ra d a y luego envuel
ve el re la to con u n a m o ralin a superficial. La distancia es aú n m ayor
respecto de las novelitas baratas de sexo y violencia. No hay escenas
de sexo y las descripciones no provocan excitación; creo q u e es no
Un nú m ero típico de Secrets trae com o poem a de la sem ana “La salida
de m am á”,51 que habla de la salida sem anal al cine de m am á y papá: “Es
lunes a la noche y en el n ú m ero 3, m am á y papá beben rápido su té.
Papá casi no ha concluido y m am á grita: ‘¡Vamos, Fred! ¿Aún no lo has
bebido?’”.
U n cuento en las últimas páginas del Ora ele,52 “El regreso del h é ro e ”,
com ienza así: “La mayoría de las m ujeres que com praban en el alm acén
ele la calle R o p er’s estaban bastante cansadas de oír hablar clel hijo de la
señora Bolsom, p ero no p o d ían decirle nada p o rque ella era muy am a
ble. Siem pre estaba dispuesta en casos de em ergencia”. U n típico cuento
breve de Lucky Star'’3 em pieza diciendo “Lilian West m iró el reloj de la
pared de la cocina. -¡D ios m ío -p e n s ó -, qué rápido estoy term inando las
tareas de la casa estos días!” L uego pasa a describir su decisión de dejar
solos a sus hijos casados para n o m olestarlos y su alegría al descubrir que
aún la necesitan. “Mary era u n a m uchacha com ún que tenía u n trabajo
com ún en u n a fábrica” es la prim era frase de otro cuento y u na m ues
tra de cóm o se inician casi todos los relatos publicados en este tipo de
revistas.
Las ilustraciones contribuyen a crear la atm ósfera deseada. Algunas
de las revistas más recientes publican fotos espontáneas, en las que los
sujetos no posan. Las más antiguas todavía usan dibujos en blanco y ne
gro e n u n estilo poco elaborado. En particular en las publicaciones más
m odernas se ven ilustraciones en blanco y negro de estilo complejo; sin
em bargo, las tiras cómicas que aparecen en los diarios locales, obra ele
un dibujante local, p arecen dibujos de hace treinta años. Lo mismo ocu
rre con las ilustraciones de los relatos de las viejas revistas (la ilustración
principal de la novela p o r entregas o clel relato largo com pleto pu ed en
ser u n a excepción); no son elegantes y los detalles están desprovistos de
todo rom anticism o. Las chicas suelen ser bonitas (a m enos que la idea
que se quiera transm itir sea que hasta las m uchachas m enos agraciadas
consiguen un b u en m arido) p ero su belleza no es glamorosa; son lindas
en la form a en que u n a chica de la clase trabajadora es linda. Llevan fal
da, blusa y pulóver o el vestido de las ocasiones especiales. La chim enea
de la fábrica se eleva en una esquina del dibujo y la hilera de casas con
51 Secrets, 13 d e ju n io de 1953.
52 Oracle, 27 d e septiem bre de 1952.
53 Lucky Star, “T h e D ream ", 18 de m ayo de 1953.
EL M UNDO “REAL” DE LA GENTE 1 4 5
1111 público más sofisticado ten d rían dificultad para usar y que muchos
otros escritores tam poco usarían p o r tem or a las críticas. A parecen tér
m inos com o “p ecad o ”, “vergüenza”, “culpa” o “m al” con toda la fuerza
ele su significado. El principal p u n to de referencia es la noción de que el
m atrim onio y el hogar, construidos sobre la base del am or, la fidelidad
y la alegría, son el verdadero objetivo en la vida de u n a m ujer. Si una
chica “p e c a ” -y esto refuerza lo que m encioné anteriorm ente acerca del
costado ético ele las creencias religiosas de la clase trabajadora-, no co
m ete u n “pecado contra sí m ism a”, com o piensan m uchos autores, ni ha
fracasado más allá ele lo h um ano y lo social, sino que ha m alogrado sus
op ortunidades de casarse y form ar u n a buena familia. U no de los finales
más com unes de este tipo de novelas p o r entregas es que la m uchacha se
reen cu en tre con el hom bre responsable del hecho pecam inoso y se case
co n él, o que en cu en tre otro que, aunque lo sabe todo acerca del pasado
d e ella, decida casarse y convertirse en padre del niño y los quiera a los
dos. Se obseiva la desconfianza p o r “la o tra ”, lajezabel, la destine tora de
hogares, la m ujer que se p ro p o n e ro m p er u n m atrim onio o un noviazgo
ajeno. A u n hom bre que se fija en otras m ujeres se le da la oportunidad
ele redim irse si se m ete con una m ujer casada, pero recibe un trato más
in d u lg en te que el que se da a u na m ujer de vida disipada.
C ontra este telón dé fondo, al que está indisolublem ente ligado, apare
ce el elem ento excitante, osado y liberador del relato. En mi opinión, ese
elem ento no constituye una tentación para los lectores, que ni piensan en
im itarlo ni sueñan con él de u n m odo lascivo. Entre ese elem ento y la vida
d e los lectores existe la misma relación que entre u n barrilete y el suelo
firme desde el que se lo rem onta. La tram a de la vida cotidiana se entreteje
en el m aterial narrativo ele las novelas y los cuentos de todas las revistas.
Constituye la base de los principales valores e ideas en los que se sustentan:
Básicam ente este es el m undo de Ellen W ood (East Lynne, Danesbury Hou-
se, Mrs. Halliburton ’s Troubles), Florence L. Barclay ( The Rosaiy vendió un
m illón de ejem plares), Marie Corelli {The sorroius ofSatan, u n clásico de
la época de mis tías),57 Silas K. H ocking (Ivy, HerBenny, hisfathet), Annie
S. Swan (A divided house), Ruth Lam b (A wilful toará, Not quite a lady, Only
a girl wife, Thoughtful Joe and hoto he gained his ñame) y de m uchos otros
autores cuyas obras eran publicadas norm alm ente p o r la Sociedad de
Publicaciones Religiosas y entregadas como prem ios en los cursos avan
zados de la escuela dominical. Ese m u n d o hoy en día está siendo despla
zado p o r el de las revistas más m odernas. Quizá en Escocia siga vigente:
Todavía se publica el sem anario simple pero atractivo People’s Friend. Otra
publicación similar salía en Sheffield hasta hace unos años, creo, Weekly
Telegraph. Algunas de las viejas revistas in ten tan sobrevivir copiando el
glamour de las más nuevas, que m uchas veces no son más que u n a forma
am pulosa de las anteriores. Apasionantes novelas p o r entregas se anun
cian en carteles publicitarios con ilustraciones que conservan el estilo
conocido y añaden el nuevo recurso del prim er plano.
Pese a esos esfuerzos, algunas de las revistas nuevas, de gran circula
ción, con tin ú an creciendo. En m uchos aspectos, rep resen tan las mismas
actitudes que las" viejas, aunque se dirigen a u n público dem asiado am
plio como- para identificarse con u n a clase social determ inada. La pre
sentación de estas publicaciones es más cuidada, e incluyen más artículos
especializados en cuestiones domésticas. Hay cierta grosería de las revis
tas viejas cuya desaparición no ha de lam entarse. No me he explayado
sobre esa característica, porque mi intención es m ostrar los aspectos más
agradables de la relación con la vida de la clase trabajadora. La sofistica
ción de las nuevas revistas con frecuencia se extiende a sus actitudes, y
el cam bio n o siem pre es para m ejor. La elegancia puede convertirse en
superficialidad; se pone el acento en el prestigio que da el dinero (se
suelen publicar los salarios o las ganancias entre paréntesis detrás de los
nom bres de las personas), en la fascinación que despiertan personali
dades com o las sonrientes esposas de los m agnates de la industria o las
estrellas de cine o de radio; se m uestra u n a cierta coquetería doméstica y
un estilo esnob y extravagante.
Las revistas ilustradas son muy populares entre las jóvenes que quie
ren estar a la m oda y no p arecer anticuadas. Las viejas revistas quizá se
57 Al igual que The Deemsler, novela de H all Caine publicada unos años antes, en
1887.
148 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS
cionadas con disfrutar los placeres en el m om ento que con prom over la
planificación de objetivos futuros o asociados a algún ideal. “La vida no
e s un lecho de rosas”, adm iten, pero “m añana ya verem os”; en ese sen
tido, la clase trabajadora siem pre ha hecho gala de u n existencialismo
e n el que no se p ierde el sentido del hum or. Incluso de aquellos que
em plean más tiem po que el usual p reocupándose p o r cóm o “saldrán
1as cosas” se pued e decir que su vida está m ucho más enfocada sobre el
presente inm ediato que en otras clases sociales.
Las m ujeres salen con sus carteras a las 4.30 de la tarde para com prar
algo para acom pañar el té. En la alacena no hay m ucho, y lo que hay es
p a ra ocasiones especiales. Pero ten er sólo lo esencial no es un indicador
d e pobreza, ni de indolencia ni de m ala m em oria, sino que form a parte
d e las características básicas de la vida; p or lo general, com pran los pro
ductos de a uno. El sueldo ingresa cada sem ana y se va en u n a semana.
N o hay acciones, bonos, valores, propiedades ni m ercancías. Del que ob
tiene unos pocos cientos ele libras de u na sola vez se dice que es “rico”.
Las libretas de pagos que se guardan detrás de algún adorno se m arcan
todas las semanas y se usan para “liquidar d eudas”, por ejemplo, para
p agar gastos ya realizados en ropa o en el alquiler de la sem ana anterior.
E l ahorro o el pago p o r anticipado se usan p a ra fines específicos, como
e l seguro de vida o de enferm edad, o son adelantos de corto plazo si se
trata de gastos recurrentes como los de Navidad o las vacaciones. Sigue
siendo bastante usual la desconfianza en el ah orro en general, porque
“m añana te puede pisar u n au to ” y entonces, “¿de qué te habrá servido
ser tan am arrete?”; En ese com entario se evidencian las verdaderas ra
zones de la desconfianza y la tendencia a gastar el dinero de inm ediato.
Si las personas no gastaran nada y vivieran cuidando el dinero, podrían
a h o rra r u n a p eq u eñ a suma. Podrían, pero no es seguro; además para
ello se requeriría más disciplina de la que vale la p en a tener y significa
ría consum ir lo ju sto y o b ten er muy poco a cam bio; “así no vale la pena
vivir”.
Esa costum bre sirve p ara explicar dos aspectos relacionados con el gas
to de dinero que las otras clases sociales no co m p ren d en del todo. En
p rim er lugar, la form a en la que la clase trabajadora gasta en “lujo” lo
q ue le queda después de cubrir sus necesidades inmediatas. Esto ocurre
aunque haya en la casa más dinero del que h a habido en años o del que
hab rá den tro de unos meses. En segundo lugar, en tre los hábitos m one
tarios que exasperan o sorp ren d en a los de otras clases se encuentra el
ord en de prioridades que establece la clase trabajadora para los productos
en los que invierte sus ingresos.
LA VIDA PLENA 1 5 1
Pasan los días y las semanas; las estaciones del año cam bian al ritm o de
los grandes festivales y de eventos especiales com o u n a boda, un viaje en
autobús de larga distancia, un funeral o la final de un torneo. Para esas
ocasiones suele h ab er algún tipo de planificación: com pra en cuotas de
regalos y extras en el club de crédito para Navidad, quizá la com pra an
ticipada de la x'Opa para Pentecostés y luego, en algunos casos, el ahorro
para las vacaciones. Pero el rasgo saliente es la falta de planificación; los
problem as y los placeres se enfrentan a m edida que surgen, y los planes
son principalm ente de corto plazo.
E n cuanto a los com prom isos sociales, los días y las sem anas tam poco
se planifican. N adie hace anotaciones en u n a agencia y pocas veces se
envían o reciben m uchas cartas. Si u n in teg ran te de la familia vive en
otra ciudad, escribe, con m u ch o esfuerzo, u n a carta p o r sem ana, los
dom ingos. Los p arientes o los amigos íntim os q ue se han m udado a
otra localidad sólo m an d an u n a postal p ara Navidad, a m enos que haya
alguna celebración especial en la familia. Pero cuando vuelven a vivir
a su lugar de origen, la relación se reto m a com o si n u n ca se hubiese
interru m p id o . Y si p o r casualidad se e n c u e n tra n dos antiguos vecinos
en el centro de la ciudad, te n d rá n chismes p ara contarse como cuando
vivían cerca.
Las pocas personas de confianza que van de visita a u na casa 110 acos
tum bran a arreglar la cita con antelación. U na visita muy frecuente dirá al
152 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
retirarse “Nos vemos el m artes”, pero eso no quiere decir que se com pro
meta a volver ese día, sino que an tes de ese día seguro que no p odrá pasar.
La llegada de parientes o amigos es tan previsible como el m ovimiento de
los planetas.
Todas esas costum bres son elem en to s q u e co ntribuyen a que el con
cepto de la vida q u e tien e la clase tra b a ja d o ra se vea desde ciertas
perspectivas com o u n a especie de h e d o n ism o en el que la vida es, p o r
lo general, acep tab le en ta n to y e n c u an to las grandes p re o cu p acio n es
(las deudas, la b eb id a, las e n fe rm e d ad e s) se m an te n g an alejadas y
siem pre q ue haya m a rg e n p a ra “pasarlo b ie n ”. P ero es u n hed o n ism o
m o d erad o que se n u tre de la id e a m uy arraig ad a de que las grandes
recom pensas n o lleg arán n u n ca. A p rim e ra vista, la frase “¿Para qué
preo cu p arse?” p arece p ro d u c to de la trivialidad, p ero sólo los que
saben que van a te n e r m uchas p re o c u p a c io n es p u e d e n p ro n u n c ia rla
muy fre c u e n te m e n te . Lo m ism o o c u rre co n otras frases del m ism o
tenor: “Hay que m ira r el lado positivo”, “N o dejes de so n re ír”, “U n
poco de diversión n o le h ace m al a n a d ie ”, “La vida sin diversión no
tiene s e n tid o ”, “A provecha cad a día com o si fu era el ú ltim o ”, “N o se
rem os ricos p e ro d isfrutam os de la vida”. P o r el contrario, la tacañ ería
es vista con m alos ojos: “No so p o rto a los avaros” o “Es más agarrado
que m u g re de ta ló n ”.
Así, el ho m b re jovial, ingenioso y gracioso goza de gran aceptación.
Hace chistes en el trabajo y así el tiem po se pasa más rápido: “Te hace
re ír”, “Es m uy cóm ico’’. O vende cosas en el m ercado y todos saben que
es un em bustero, p ero “nos hace re ír m u ch o ”. Es el hom bre de m ediana
edad, fornido, rech o n ch o y de cara re d o n d a que lleva en la m ano un
balón de cerveza e n las tiras cómicas y las postales. Es el verdadero héroe
de la clase trabajadora; el héro e alegre, n o el rom ántico. No es u n m u
chacho buenm ozo, sino un tipo de unos 40 años que ha recibido golpes
en la vida y sabe cóm o esquivarlos. A la clase trabajadora siem pre le han
gustado los cómicos, com o lo indican los grandes protagonistas de los
espectáculos de variedades. Se inclina p o r los hom bres de tez blanca,
típica de los irlandeses, con u n h u m o r disparatado, y p o r las m ujeres de
sinhibidas y vulgares, com o Nellie Wallace.
Algunos de los tipos más rústicos aún sobreviven. Hace poco com pré
en H ull u n periódico titulado Billy’s Weekly Liar (20a edición), que se pu
blica en u n a ciudad de la otra p u n ta del país. Es un resabio del mismo
m undo de las postales cómicas. En esta publicación aparecen unos avisos
clasificados en brom a que dicen:
LA V ID A PLENA 1 5 3
Prefabricada de lujo
U 11 verdadero hogar. Camas con elástico, amplias habitaciones
(sólo hay que vaciarlas u n a vez p o r sem ana). Hermosas sábanas
y m antas...
O este otro:
58 Los datos publicados en el Reporl o f llie Royal Gom m ission 011 Betl.ing,
L otteries an d G am ing (A péndice II, p. 150, tabla 6) indican qu e el
po rcen taje de hom bres de la clase trab ajad o ra qu e hacen apuestas deportivas
es m ayor qu e en otras clases, lo cual no quiere d ecir que, en pro m ed io ,
ap u esten m ás dinero.
1 5 4 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
“la a s p id is t r a m á s g r a n d e d e l m u n d o ”: in c u r s io n e s
EN EL “ BARRO CO ” 59
La buena vida no consiste sim plem ente en “tom arse las cosas como vie
n e n ” o “h acer lo m ejor que se p u e d a ”, sino en tratar de conseguir ese
ingrediente “ex tra” que se necesita para vivir u n a vida con mayúsculas.
La mayoría ele las personas de la clase trabajadora no trata de ascender ni
está disconform e con su vida, sólo quiere te n e r u n poco de dinero extra
para p o d er ciarse algunos gustos. Y esto se sabe desde chico. Como ya he
com entado, a los niños ele la clase trabajadora que ganan algo de dinero
no se les pide que colaboren con los gastos de la casa. Ese dinero se lo
quedan ellos. A los adultos no es com ún que les sobre y, si sobra algo,
es poco y sólo alcanza p a ra com prar pescado con papas fritas un día de
semana, p o r ejem plo. Pero esas pequeñas cosas le dan a la vida un poco
de gracia y alegría; se sale de la ru tin a im puesta, la de fichar la taijeta en
el trabajo, las com idas e n familia, la lim pieza de la casa o las reparacio
nes dom ésticas. C om o la ru tin a laboral no adm ite m uchas variaciones y
casi siem pre viene d ad a desde afuera, la actitud fren te a los actos libres
y privados ad q u iere u n cariz especial.
Todos los hijos iban siem pre en fila detrás de la m adre y se los veía
contentos, com o a ella. La m ujer tenía el carácter de un perro callejero;
lo digo sin ánim o de m enospreciarla. Siem pre luchó por sus hijos que,
au n q u e muchas veces le hacían p erd er los estribos, nun ca la habían de
cepcionado. No tenía la intención de d ar lástima ni de ser com placiente;
110 era muy cuidadosa en ciertos aspectos que afectaban a los hijos y
se resistía a preocuparse o a tomarse la vida dem asiado en serio. A las
personas para las que trabajaba les pedía que “no les dijeran nada a los
G uardianes”, y cuando recibía algo de regalo, las m uestras de gratitud
110 eran la reacción que la caracterizaba. Si alguien le daba un vestido o
algún alim ento, lo aceptaba con u n “gracias” a secas. Sin duda, a m enudo
sentía que se conform aría con ten er sólo algo de lo que les sobraba a sus
em pleadores, pero era obvio que no les envidiaba la form a de vida. Las
jóvenes amas de casa de la clase m edia p ara las que trabajaba con m ucho
entusiasm o aunque con cierta torpeza p ro n to se dieron cuenta de que la
afectación social y los gestos condescendientes estaban fuera de lugar. La
verdad era que la m ujer tenía u n a vida más plena que la de muchas amas
de casa para las que trabajaba. Si tenía u n día libre, no dudaba en ir con
toda su prole a la ciudad balnearia más próxim a, que no le quedaba muy
lejos, p ara pasar u n día en treten id o que siem pre term inaba con pescado
y papas fritas p ara todos.
Quizá mi descripción sea u n a visión rom ántica de la criada que, desde
luego, no represen ta a la m ayoría pero tiene algunas de las cualidades
de los individuos de la clase trabajadora que p reten d o destacar de forma
algo exagerada, com o en u n a caricatura; p o r ejem plo, la capacidad de
no dejar que nada los altere y aceptar o rechazar las cosas como son y a su
m anera, o el entusiasm o que p o n en en sus actividades de ocio y recrea
ción, au n en las circunstancias más desfavorables.
Esta actitud ante la vida requ iere que las actividades vinculadas con el
ocio —las artes decorativas, las canciones, lo que está fuera de la ru tin a -
tengan u n a extravagancia expansiva y m uy elaborada, “rococó”. Asimis
mo, requiere lo que podría denom inarse (sin la intención de establecer
relación alguna con el período histórico) un estilo “barroco”, tal como
ilustran M argaret L am bert y Enicl Marx. Se inclina por la cornucopia,
p or todo lo que sea generoso y expansivo, que sugiera esplendor y ri
queza p o r m edio de la abundancia y el exceso de color. Admira a O rien
te p o rq u e es sinónim o de exotism o y sofisticación. Los perfum es deben
provenir de O rieíite; d u ran te años en las capillas se han organizado ba
zares en lugar de ferias de artesanías (vaya com o ejem plo este cartel que
LA V ID A PLENA 1 5 9
En la vía pública, y sobre todo en las zonas más transitadas de las ciuda
des, el siglo XX ha dejado marcas de su esülo más despojado, en especial
en las oficinas de correos, las cabinas telefónicas, las paradas de autobús.
Pero en las zonas com erciales y de ocio de la clase trabajadora persiste
el antiguo lenguaje -c o n estilo actualizado-; p o r ejemplo, en las grandes
m ueblerías, en los súper cines, y en la d ecoiación de las vidrieras de las
tiendas de ro p a económ ica. Las ciudades tienen un a zona céntrica para
la clase trabajadora y u n a p ara la clase m edia. Geográficam ente están
unidas, se superp o n en , tienen elem entos en com ún, p ero cada u n a con
su atm ósfera particular. El centro pertenece a todos los grupos y cada
uno tom a lo que desea para d ar form a al suyo: calles preferidas, tiendas
populares (Wooley’s -W oolw orth’s - es la elegida p o r la clase trabajado
ra), paradas de tranvía, zonas clel m ercado, lugares de entretenim iento y
confiierías p ara tom ar el té.
En la zona p ropia de la clase trabajadora, en las calles de em pedrado
desparejo en las que hasta hace poco no en trab an los coches, el m undo
sigue igual que hace cincuenta años. Es u n m undo desordenado, con
fuso y barroco, pero de u n barroco descolorido. Las vidrieras m uestran
u na m araña indiscrim inada de baratijas; el m ostrador y todo lo que ten
ga una superficie plana están llenos de taijetas de m edicam entos. Las
fachadas exhiben u n a m ultitud de pequeños anuncios de colores. Hay
cientos ele anuncios en distintos estados de conservación, y algunos tie
nen varias docenas de otros anuncios pegados encima.
En las ciudades d o n d e siguen funcionando los tranvías, estos parecen
adecuarse más a los barrios de la clase trabajadora que a los distritos
“residenciales”. Con sus inverosímiles formas al estilo de Em m ett, sus
ruidos extraordinarios, que cuando pasan dos coches ju n to s recuerdan
LA V ID A PLENA 1 6 1
erada vez a u n lugar distinto. Aún hoy, en los micros se suelen escuchar
cramitos com o este:
Me encanta disfrutar
a la orilla del mar.
Wright). En esos libritos figuran las letras, sin la música, de entre veinte y
cíen canciones viejas y nuevas, todas mezcladas. “Abide with m e ” puede
venir antes de u n a canción m oderna cuya letra habla de Inglaterra; des
pués está “Bird in a gilded cage” y a continuación una canción rom ántica
moderna o u n a sobre los niños de C haring Cross Road o de los Estados
Unidos, como “I saw Mummy kissing Santa Claus”. Pienso tam bién en las
cosas que se escuchaban en Workers’ Playtime y Works’ Wonders, aunque no
en los interm inables, aburridos y azucarados programas dirigidos a los tra
bajadores, que no surgen de ellos sino de u n m undo de productos hechos
para ellos. En particular, me refiero a las canciones que se interpretan en
pubsy clubes y, más concretam ente, a la costum bre de cantar en los clubes,
porque acerca del hábito de cantar en grupo en los pubs ya se ha escrito
bastante,64 y es difícil distinguir nuestras reacciones auténticas de las que
pretenden generar los anuncios de cerveza. Al día de hoy no hay estudios
de las costum bres de los hom bres de la clase trabajadora que se reúnen en
clubes que dem uestren la autenticidad de la figura legendaria del hom bre
bueno, honesto y sensato que va a beber u n a cerveza.65.
R egenteados de form a ind ep en d iente, aunque afiliados a la U nión de
Clubes e Institutos de Trabajadores, los clubes surgieron hace casi cien
años con el objetivo de p ro p o rcio n ar diversión y algo de educación a los
hom bres de la clase trabajadora, de ofrecerles u n lugar para conversar,
leer y ap ren d er. El aspecto educativo sigue vigente, pero sólo en lo for
mal. Asimismo, se gestionan algunos planes de consum o y residencias
para personas convalecientes. Para la clase trabajadora cum plen las fun
ciones de clubes y pubs a la vez. A los obreros les gusta ir a los clubes más
de lo que se cree. Hoy e n día existen más de tres mil clubes de este tipo,
que cu en tan con más de dos m illones de asociados, de los cuales unos
doscientos m il son m ujeres. La cuota anual es de 10 chelines y el control
lo ejerce u n a com isión electiva, m ientras que la gestión del día a día está
en m anos de u n em pleado de tiem po com pleto. Los socios están orgullo
sos de que sus clubes no tengan “fines de lucro”.
La canción po p u lar u rbana conoció sus m ejores años entre 1880 y 1910,67
cuando a las grandes estrellas del teatro de variedades las adm iraban tan
to los chicos de los m andados com o los condes, y todos entonaban sus
canciones. M uchas personas que no p erten ecen a la clase trabajadora-
hoy las recu erd an , aunque com o algo pintoresco. Suelen afectar la voz
para que se asemeje a las voces de otra época y sienten que participan en
un interesante divertim ento que es a la vez arcaico, cómico, y nostálgico.
Algunos de esos temas se siguen can tan d o en. los clubes sin el tono
picaresco o afectado. Todos saben que están pasadas de m oda, pero así
surge la reflexión de que “no hay com o las viejas canciones para m elo
días bonitas”, lo cual es verdad. T am bién es cierto, y esto vale para cual
quier época, que u n p u ñado de com posiciones peí-dura y m uchas otras
pasan sin p en a ni gloria. Hay, asimismo, mezcladas con ellas, canciones
del mismo p erío d o provenientes de los Estados U nidos (como “Fll take
you hom e again, K athleen” o “Beautiful d ream er”, de Stephen Foster),
temas de la P rim era G uerra M undial y de los años 20. Las que se cantan
en las noches son, en su mayoría, de los últim os veinte años (adaptadas
al lenguaje vigente) y unas cuantas m elodías más antiguas.
Las canciones más antiguas se p u ed en dividir fácilmente en dos grupos
principales: las p rofundam ente emotivas y las burlonas y divertidas. Las
que parecen te n e r mayor vigencia en la actualidad son las de la prim era
categoría. Son canciones que todavía afectan a la mayoría de quienes las
escuchan; a las m ujeres las conm ueven hasta las lágrimas; baladas senti
m entales (de distintas épocas), tales com o “If you were the only girl in
the w orld”, “Honeysuckle and the b ee”, “Silver threads am ong the golcl”,
“W hen your h a ir has tu rn ed to silver”, “For oíd tim es’ sake”, “Dear oíd
país”, “Little dolly daydream ”, “Bird in a gilded cage”, “Just a song at twi-
light”, “Lily o f L aguna”, “Roses o f Picardy”, “Danny boy”, “No rose in all
the w orld”, “My oíd D utch”, “T h e m in e r’s dream of h om e”, “You m ade
me love you” o “If those lips could only speak”:68
Las canciones picaras y alegres son las que canta la clase trabajadora
cuando se rehúsa a deprim irse sólo p o r p erten ecer a esa clase, cuando
quiere expresar a voz en cuello su confianza en sí misma. A esta cate
goría p erten ecen las graciosas canciones de tem ática donjuanesca como
“Helio, helio, w ho’s your lady-friend?” (“No es la chica con la que te vi en
B r i g h t o n . “Wh o were you with last night?” (“Ay, ay, ay, m e sorprende
tu conduct a. . “Put m e am ong the girls” (“H azme el favor...”) y “H old
your h a n d out, you naughty boy”. Y tam bién viejos temas rústicos y trilla
dos como “Two lovely black eyes”, ‘T m o ne o f the ruins that Cromwell
knocked ab o u t a b it”, “W here did you get th at hat?”, “My oíd m an said
‘Foller the van’”, “Any oíd iro n ”, “My little bottom drawer” y “O h, Oh,
A ntonio”. T am bién hay canciones tontas, que son simples excusas para
la diversión en grupo com o “Ta-ra-ra-boom-de-ay”, ‘Yes, we have no ba
nanas”, “Félix” y “Horsy, keep your tail u p ”. D urante los últimos veinte o
treinta años, a este grupo se h an añadido “I ’ve gotsixpence”, “Roll o ut the
barrel”, “T he L am beth walk”, “Run, rabbit, r u n ” (de la Segunda Guerra
M undial), “Mairzy doats” y la canción de “B unch of coconuts”.
Así, m uchas personas de la clase trabajadora todavía cantan algunas de
las canciones que entonaban sus abuelos. No saben las anteriores, pues los
temas más antiguos pertenecen a los años de apogeo de los grandes cen
tros musicales urbanos. No se sentirían a gusto cantando “My Bonnie lies
over the o cean ” o ‘Jo h n n y ’s so long at the fair” y dejan “Little brown ju g ”
y “T heré is a tavern in die town” p ara los niños exploradores y los estudi
antes. R ecuerdo cóm o se heló el am biente en u n bar, como si dos policías
de civil h u bieran quedado al descubierto, cuando un conocido mío,
después de pagarle u n a copa al tipo que h abía cantado “Broken-hearted
clown”, lo invitó a tocar “C lem entine” para que todos lo acompañáramos.
Con el paso de los años, algunas canciones se han perdido, pero m u
chas siguen form ando parte del repertorio. La distribución de temas an
tiguos y m o dernos varía. En algunos lugares se oye decir que les gusta
IÍA VID A PLENA 1 7 3
70 Ibíd.
1 ^ 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
familia, o aun m uerta, cuidando con afecto a sus seres queridos. De ahí
pasamos a las canciones sobre el hijo que se fue al extranjero o que está
lejos de casa, sobre huérfanos o chicos en situaciones que causan ternura
(“My sister and I”, “I’m sending a letter to Santa Claus”) .
Las canciones que tratan el tem a de la am istad hablan de las relaciones
en tre vecinos, la lealtad, la conservación del vínculo a pesar del transcur
so del tiem po, que im plica que la amistad, com o el am or, vale más que
el dinero o la fama. “C om rades”,71 u n a canción muy popular du ran te la
guerra anglo-bóer, se sigue cantando:
Del mismo ten o r son “F or oíd tim e’s sake”, “D ear oíd país” y (dedicada a
la esposa que adem ás es u n a com pañera) “My oíd D utch”. De la amistad
com o el tesoro más valioso a la necesidad de ser feliz y estar alegre aun
que uno sea p obre hay u n solo paso, com o en la canción relativam ente
nueva “Spread a little happiness as you go by”. Además están todas las
canciones del segundo gran grupo, las de letras picaras y absurdas..
Pero la m ayoría son sentim entales y, en especial, tristes y nostálgicas.
“Es extraño el p o d e r que tiene la m úsica b arata” le dice A m anda a Eliot
en Vidas privadas, de N oel Coward,72 y, de hecho, es así, no sólo para la
clase trabajadora. No obstante, algunas m elodías son encantadoras y si
no se las distorsiona dem asiado cuando se las interpreta, p u e d en ser tan
emotivas com o las arias de u n a ó p era italiana. Como en ella, las cancio
nes contienen una. carga em ocional lim itada y contundente, sin sutilezas;
pero activan los resortes de la emotividad. No sería ju sto descartarlas
porque son, com o afirm a Cecil Sharp,73 “simientes tóxicas, la corrupta
música callejera de corte vulgar”. Son vulgares, eso no se p u ed e negar,
pero no suelen ser auténticas. H ablan de sentim ientos genéricos, pero
escuchado y quizá hasta “Now is the h o u r”, u n a canción secular que se can
ta con u n a gran dosis de sentim iento casi religioso.76A diferencia de otros
tipos de canciones, las religiosas producen un a sensación vaga pero firme
d-e lo elevado, lo sagrado. Con todo, esto es sólo u n agregado a la sensación
general que com parten con todas las otras canciones sentimentales po
pulares, las que hacen brotar lágrimas de los ojos; todas están atravesadas
p o r el mismo tipo de emoción. No es nada difícil com prender por qué las
orquestas de cuerdas de las películas y los enorm es coros angelicales que
cantan en la parte superior de las bóvedas de las iglesias “Fll walk beside
you”, ‘Y ou’ll never walk alone”, “I believe”, “My friend” o “Fm walking be-
h ind” tienen tanta aceptación, ni p o r qué la cám ara de eco, que da la idea
d e algo que está fuera de este m undo y a la vez de la intim idad del canto en
la ducha que nos hace pensar que tenem os buena voz, está tan extendida.
D el mismo m odo, es evidente el motivo p o r el cual la “íntim a arm onía”,
con su propuesta d e unidad y amistad, es tan popular y po r qué los estilos
d e canto m odernos más pegajosos son los sucesores naturales de aquello
a lo que m e he referido como “fabricación de pirulines” emocional. La
tradición de ca¡nto más antigua se está debilitando, sin duda, pero hoy en
día no es sim plem ente el rem anente de u n a forma previa, sino que en
cierta m edida se renueva y toma activamente lo que necesita de las nuevas
canciones.
¿En qué sentido se p uede decir que la clase trabajadora acepta o “cree”
e n ese tipo de canciones? Quizá yo haya descrito aquí u n a entrega de
masiado emotiva, u n a creencia absoluta y directa en lo que transm ite la
letra y u n a com unidad que se siente u n id a p o r las lágrimas que corren
p o r las mejillas de todos.
Una visión sem ejante sería dem asiado simplista. En u n sentido, es ver
d ad que la gente se tom a en serio las canciones, si con eso querem os
decir que n o las ridiculiza ni las ve com o algo pintoresco de otra época.
Todos, disfrutan de las buenas canciones com o “If those lips could only
speak” de la mism a form a en que las disfrutaban nuestros abuelos; quizá
sientan algo de nostalgia porque el tem a habla de u n tiem po en el que
estaban perm itidas las em ociones en todo lo vinculado con el am or y la
76 Las versiones de C |ara B utt d e este tipo d e canciones solían ser muy
p opulares. H ace ya m uchos años que no escucho grabaciones de su voz pero,
según recu erd o , era u n a co n tralto de p articu lar riqueza, y ese carácter denso
y atercio p elad o es lo que agradaba al público de clase trabajadora.
LA VIDA PLENA 179
INTRODUCCIÓN
investigación, según se verá más adelante, tendrá como foco lo que podría
denom inarse “invitaciones a la autocom placencia”. Tam bién se analizará
la tendencia a u na especie de cinismo. Con el cinismo se xelaciona un sen
timiento de pérdida que afecta a u n a pequeña m inoría. Sin embargo, se
trata de una m inoría im portante, p o r lo que dedicaré parte del análisis a
ese sentim iento, en particular en relación con los “desarraigados”.
que, en el presente, esas ideas, usadas indebidam ente, sirvan para tentar
a un a clase trabajadora, em ancipada en lo físico y lo m aterial, a adoptar
un p u n to de vista materialista.
Las tentaciones, en especial tal com o aparecen en las publicaciones de
masas, ap u n tan a la gratificación del yo y a lo que puede denom inarse
u n “individualism o grupal hedonista”. No quiero decir con esto que esa
tendencia sea com pletam ente nueva. Esas fuerzas no tendrían éxito si no
fuésem os todos proclives a p referir el cam ino fácil al difícil, y-los semiar-
gum entos simplistas que justifican la debilidad a los hechos concretos
que sacuden y resultan ofensivos antes que estim ulantes.
Sin em bargo, la sociedad contem p o rán ea h a desarrollado con una
habilidad notable las técnicas de m utua com placencia y. la satisfacción
a partir de lo “com ún y co rrien te”. Con la abolición de los m andatos
tradicionales o, según la creencia popular, su irrelevancia, los com unica
do res, con sus grandes y nuevas m áquinas de persuasión, han ocupado
el terren o cedido y encontrado clientes en todas las clases sociales. Esto
es m uy im p o rtan te. Ju lien B enda hace u n a advertencia en ese sentido:
Bien p o d ría ser, sin em bargo, que la clase trabajadora esté en algún sen
tido más abierta que otros grupos a los peores efectos de los ataques de
los com unicado res. Q uienes hoy en día, después de la b u en a criba del
sistema educativo, realizan el grueso del trabajo que no es intrínseca
m ente interesante y que exige el m ínim o esfuerzo crítico e intelectual
gozan de m ayor libertad política y económ ica que en el pasado. Tienen
más d inero para gastar y hay más gente capaz de asegurar su bienestar
provocando la m ínim a reacción posible. En m uchos aspectos de la vida,
TOLERANCIA Y LIBE R TA D
“t o d o el m undo lo h a c e ” y “t o d a l a b a n d a e st á a q u í”:
quienes com parten la opin ió n de la m ayoría son m ejores que los pocos
individuos que piensan p o r fuera del grupo. Los periódicos populares,
que se identifican con “la g en te”, publican encuestas y cuestionarios so
bre distintos temas con las respuestas de los lectores, y así convierten el
recuento de individuos en u n sustituto de la opinión.
Detrás de todo esto se apela a u n p rincipio radical que siem pre ha sido
central para la clase trabajadora. D etrás de la frase “Yo no soy m ejor que
tú ” se oye el eco de la afirm ación de u n a in d ep en d encia de espíritu que
se sustenta en esa igualdad de base, que no tolera las falsas expresiones
de superioridad y que en cu en tra apoyo en la sospecha de que, pese a
“toda esa cháchara sobre la dem ocracia”, “la gente co m ú n ” no le im porta
a nadie, “no tiene p esó”. Sin em bargo, ‘Yo no soy m ejor que tú ” puede
pasar de transm itir la idea de respeto p o r u n o m ism o a q u erer decir, en
u n registro más brusco, “T ú n o eres m ejor que yo”, el grito de guerra del
ignorante que 110 tolera el m e n o r desafío ni los ejem plos incóm odos. La
frase puede expresar la p etulante negación a aceptar cualquier tipo de
diferencia, tanto intelectual com o de carácter. U na de sus form as se ilus
tra en los nuevos concursos de algunas publicaciones populares, en los
que el proceso para llegar a la respuesta correcta sólo p u ede ser fruto del
azar.80 T oda posibilidad de usar la cabeza o esforzarse queda descartada.
De hecho, en form atos más elaborados, todos los participantes obtienen
u n prem io. Todo el m u ndo gana. Los aranceles que pagan los “com peti
dores” para registrarse en el concurso alcanzan p ara cubrir los costos del
prem io que reciben, y así nadie se siente inferior.
Cualquier cosa está bien si la gente así lo cree. El “hom bre de a p ie”
se siente grande p o rq u e todo se reduce a su m edida. Sus reacciones, los
límites de su m irada, son los límites a secas. Así, cuando un escritor no
llega al público en u n a prim era lectura, la culpa es suya, n u nca del lec
tor. El concepto de literatura como com unicación directa es el que p re
dom ina; no hay nexos interm edios. El escritor no recrea su experiencia
con palabras en las que el lecto r deba buscar u n a interpretación acorde
a la com plejidad de dicha experiencia en lugar de relacionarse de ma
nera directa con el autor. P o r lo tanto, la literatura com pleja (es decir,
la literatura que exige u n esfuerzo, u n a búsqueda) queda anulada; la
b u en a escritura no pu ed e ser po p u lar en la sociedad contem poránea,
y la literatura popular n o p u ed e dar g enuina cuenta de la experiencia.
“Son ustedes, los ciudadanos com unes y corrientes, y no los m iem bros
d e l gabinete de m inistros quienes deciden los destinos del país”. Algo
d e cierto hay en ello, pero la exageración perm anente lo transform a en
u n a m entira. En las historietas, los relatos de las revistas, las colum nas de
chismes, el héroe es el hom bre de a pie: “Sim plem ente Jo e”, com o dice
el título de u na canción. Jo e es el h om bre que no es valiente ni bello
ni talentoso pero que sin em bargo es muy querido, no a pesar de esas
características sino precisam ente p o r ellas. “Te q u iero”, dice la chica en
la última estrofa, y le revela a u n joven totalm ente abrum ado que tenía
consigo la respuesta a la p regunta del millón sin saberlo, “porque eres
com ún y c o rrien te”. En clos revistas fem eninas leídas una detrás de la
o tra encontré tres relatos con una vuelta de tuerca inesperada al estilo de
O . H enry en los que, en el últim o párrafo, se ofrecía la feliz revelación
d e que el protagonista; lejos de ser “inteligente” o “pensante”, al fin y al
cabo era u na perso n a com ún con u n a vida norm al. Los dom ingos, es
pecialm ente, periodistas con seudónim os convenientem ente populares
publican colum nas en las que se m uestran francam ente orgullosos de
hablar en no m b re del sentido com ún del hom bre com ún, que es prefe
rible a las sutilezas de los intelectuales, que “tienen conceptos”. Estamos
inculcando u n sentido no de dignidad de la persona sino de u n a nueva
aristocracia: el régim en m onstruoso de lo más elem ental.
Parte del éxito de las radionovelas entre las mujeres de clase trabajadora
y también de otras clases se debe a la atención consum ada que dedican a
esta actitud, a la rem arcada y constante presentación de lo perfectam ente
com ún y corriente. En las tiras cómicas podem os ver al hom bre com ún
preocupado duran te días p o r la suerte de su hija en el concurso culinario
de la escuela. A quí el criterio de base es el opuesto exacto de la máxima
d e Keats: “decora cada pliegue con o ro ”. Para tener éxito, para no asustar
o confundir o alejar al público, los historietistas deben hacer el ejercicio
diario de estirar lo que no tiene im portancia, lo insignificante.
En las viñetas, el hom bre com ún ya no le baja los hum os al jefe
señalando algo tontb o rascándose u n a oreja y luego haciendo en silencio
el trabajo que tanto esfuerzo les ha costado a hom bres más im portantes;
eso puede ser arte cómico y, p o r tanto, serio. A hora se ríe del jefe por
motivos tontos, o afirm a que él es m ejor sim plem ente porque es u n “tipo
com ún”. Y sus logros son siem pre pequeñeces; pero a la larga siem pre
resulta vencedor, pues los valores del h om bre com ún siem pre triunfan
“en este com plicado munclo en que nos toca vivir”. El igualitarismo
dem ocrático, m en u d a paradoja, requiere la continuidad de la división
entre “ellos” y “nosotros” en algunas de sus peores versiones.
DESTEMPLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓN 195
Cada vez más, los sem anarios invitan a los lectores a enviar sus propios
escritos para publicarlos. Es más barato y, sin duda, el público los disfru
ta. Las historias tienen que ser divertidas o peculiares: “Lo conquistó con
sus pastelitos”; pero siem pre tienen que ser anécdotas que “podrían ha
berle ocurrido a cualquiera”. A lim entan el sentim iento de cam aradería,
la idea de que somos todos hom bres com unes y corrientes pero, aun así,
“sabemos vivir la vida”.
Tal com o se suele señalar, cuando en la prensa popular se describe a
alguien im portante, se evita m arcar las diferencias entre ese personaje y
la “gente co m ú n ”. El im pulso en el que se basa esa actitud es bueno. Los
lectores quieren ver que, para quienes están a cargó de organizarles la
vida, “el factor h u m a n o ” es im portante. La actitud es tal vez más saluda
ble que la de m an ten er a las figuras públicas com o seres distantes de ori
gen divino. Como suele ocurrir, el p roblem a aquí es de grado, de cómo
una actitud que p u ed e ser valiosa cuando está en relación con otras que
la m atizan se transform a en u n a debilidad cuando se la aísla y refuerza.
En los Estados U nidos, de acuerdo con un ex rector de Harvard, las úni
cas diferencias innatas reconocidas son las habilidades deportivas. En
Inglaterra aún no se ha llegado tan lejos, au n q u e ya se da por supuesto
que la capacidad intelectual no vale dem asiado. T oda m uchacha rica es,
en el fondo, u n a pob re m uchachita cuyo único anhelo es form ar una
familia com o cualquiera de nosotros. Todo m agnate, general o político
de nuestro partido no es sino un señor de su casa, con su pipa, su sillón
frente al fuego y su en trad a para el partido de fútbol, donde “se ju n ta
con todos nosotros”. Para decirlo en palabras de Dewey:
81 Dewey, InAividiialism, Oíd and Ñau, L ondres, G. A lien and Unwin Ltd., 1931,
p. 17.
1 0 2 LA CULTURA OBRERA EN LA SO CIEDAD DE MASAS
quienes com parten la opinión de la m ayoría son m ejores que los pocos
individuos que piensan p o r fuera del grupo. Los periódicos populares,
que se identifican con “la g en te”, publican encuestas y cuestionarios so
bre distintos temas con las respuestas de los lectores, y así convierten el
recuento de individuos en un sustituto de la opinión.
Detrás de todo esto se apela a u n principio radical que siem pre ha sido
central p a ra la clase trabajadora. D etrás de la frase “Yo no soy m ejor que
tú ” se oye el eco de la afirm ación de u n a in d ep en d en cia de espíritu que
se sustenta en esa igualdad de base, que n o tolera las falsas expresiones
de superioridad y que en cu en tra apoyo en la sospecha de que, pese a
“toda esa cháchara sobre la dem ocracia”, “la gente co m ún” no le im porta
a nadie, “n o tiene peso”. Sin em bargo, ‘Yo n o soy m ejor que tú ” puede
pasar de transm itir la idea de respeto p o r u n o m ismo a q u erer decir, en
u n registro más brusco, “Tú no eres m ejor que yo”, el grito de guerra del
ignorante que no tolera el m en o r desafío ni los ejem plos incóm odos. La
frase pued e expresar la p etulante negación a aceptar cualquier tipo de
diferencia, tanto intelectual com o de carácter. U na de sus formas se ilus
tra en los nuevos concursos de algunas publicaciones populares, en los
que el proceso para llegar a la respuesta correcta sólo puede ser fruto del
azar.80 T oda posibilidad de usar la cabeza o esforzarse queda descartada.
De hecho, en form atos más elaborados, todos los participantes obtienen
un prem io. T odo el m undo gana. Los aranceles que pagan los “com peti
dores” para registrarse en el concurso alcanzan para cubrir los costos del
prem io que reciben, y así nadie se siente inferior.
Cualquier cosa está bien si la g ente así lo cree. El “hom bre de a p ie”
se siente g rande porq u e todo se red u ce a su m edida. Sus reacciones, los
límites de su m irada, son los límites a secas. Así, cuando u n escritor no
llega al público en u n a p rim era lectura, la culpa es suya, n u nca del lec
tor. El concepto de literatura com o com unicación directa es el que p re
dom ina; no hay nexos interm edios. El escritor no recrea su experiencia
con palabras en las que el lector d eb a buscar u n a interpretación acorde
a la com plejidad de d ith a experiencia en lugar de relacionarse de ma
nera directa con el autor. P or lo tanto, la literatu ra com pleja (es decir,
la literatura que exige u n esfuerzo, u n a búsqueda) queda anulada; la
buena escritura no puede ser p o p u lar en la sociedad contem poránea,
y la literatu ra po p u lar no puede d ar g en u in a cuenta de la experiencia.
“Son ustedes, los ciudadanos com unes y corrientes, y no los m iem bros
d e l gabinete de ministros quienes deciden los destinos del país”. Algo
d e cierto hay en ello, pero la exageración perm anente lo transform a en
u n a m entira. En las historietas, los relatos de las revistas, las colum nas de
chismes, el héroe es el hom bre de a pie: “Sim plem ente Jo e ”, como dice
el título de una canción. Jo e es el hom bre que no es valiente ni bello
n i talentoso pero que sin em bargo es muy querido, n o a pesar de esas
características sino precisam ente p o r ellas. “Te quiero”, dice la chica en
la última estrofa, y le revela a u n joven totalm ente abrum ado que tenía
consigo la respuesta a la p reg u n ta del m illón sin saberlo, “porque eres
com ún y co rrien te”. En dos revistas fem eninas leídas u na detrás de la
otra encontré tres relatos con una vuelta de tuerca inesperada al estilo de
O . H enry en los que, en el últim o párrafo, se ofrecía la feliz revelación
d e que el pi'oiagonista, lejos de ser “inteligente” o “p en san te”, al fin y al
cabo era u na perso n a com ún con u na vida normal. Los dom ingos, es
pecialm ente, periodistas con seudónim os convenientem ente populares
publican colum nas en las que se m uestran francam ente orgullosos de
h ablar en nom bre del sentido com ún del hom bre com ún, que es prefe
rible a las sutilezas de los intelectuales, que “tienen conceptos”. Estamos
inculcando un sentjido no de dignidad de la persona sino de u na nueva
aristocracia: el régim en m onstruoso de lo más elem ental.
Parte del éxito de las radionovelas entre las mujeres de clase trabajadora
y tam bién de otras clases se debe a la atención consum ada que dedican a
esta actitud, a la rem arcada y constante presentación de lo perfectam ente
com ún y corriente. En las tiras cómicas podemos ver al hom bre com ún
preocupado durante días p o r la suerte de su hija en el concurso culinario
de la escuela. Aquí el criterio de base es el opuesto exacto de la máxima
ele Keats: “decora cada pliegue con oro”. Para tener éxito, para no asustar
o confundir o alejar al público, los historietistas deben hacer el ejercicio
diario de estirar lo que no tiene im portancia, lo insignificante.
En las viñetas, el h om bre com ún ya no le baja los hum os al jefe
señalando algo tonto o rascándose u n a oreja y luego haciendo en silencio
el trabajo que tanto esfuerzo les h a costado a hom bres más im portantes;
eso p u e d e ser arte cómico y, p o r tanto, serio. A hora se ríe del jefe por
motivos tontos, o afirm a que él es m ejor sim plem ente porque es u n “tipo
co m ú n ”. Y sus logros son siem pre pequeñeces; p ero a la larga siem pre
resulta vencedor, pues los valores del hom bre com ún siem pre triunfan
“en este com plicado m u n d o en que nos toca vivir”. El igualitarismo
dem ocrático, m en u d a paradoja, requiere la continuidad de la división
entre “ellos” y “nosotros” en algunas de sus peores versiones.
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 195
C ada vez más, los sem anarios invitan a los lectores a enviar sus propios
escritos para publicarlos. Es más barato y, sin duda, el público los disfru
ta. Las historias tienen que ser divertidas o peculiares: “Lo conquistó con
sus pastelitos”; pero siem pre tienen que ser anécdotas que “podrían ha
berle ocurrido a cualquiera”. A lim entan el sentim iento de cam aradería,
la id ea de que somos todos hom bres com unes y corrientes pero, aun así,
“sabemos vivir la vida”.
Tal com o se suele señalar, cuando en la prensa p o p ular se. describe a
alguien im portante, se evita m arcar las diferencias entre ese personaje y
la “gente co m ú n ”. El impulso en el que se basa esa actitud es bueno. Los
lectores quieren ver que, para quienes están a cargo de organizarlés la
vida, “el factor h u m an o ” es im portante. La actitud es tal vez más saluda
ble que la de m an ten er a las figuras públicas com o seres distantes de ori
gen divino. Como suele ocurrir, el p roblem a aquí es de grado, de cómo
u na actitud que puede ser valiosa cuando está en relación con otras que
la m atizan se transform a en u na debilidad cuando se la aísla y refuerza.
En los Estados Unidos, de acuerdo con u n ex rector de Harvard, las úni
cas- diferencias innatas reconocidas son las habilidades deportivas. En
Inglaterra aún no se ha llegado tan lejos, aunque ya se da p o r supuesto
que la capacidad intelectual no vale demasiado. T oda m uchacha rica es,
en el fondo, una pobre m uchachita cuyo único anhelo es form ar una
fam ilia com o cualquiera de nosotros. T odo m agnate, general o político
de nuestro partido no es sino un señor de su casa, con su pipa, su sillón
fren te al fuego y su entrada para el partido de fútbol, donde “se ju n ta
con todos nosotros”. Para decirlo en palabras de Dewey:
81 Dewey, / ndividvalism, Oíd and New, L ondres, G. Alien and Unwin Ltd 1931
p .1 7 .
ig 6 LA CU LTU RA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
o incom petentes; todos los científicos son locos y usan anteojos; hay que
convertirlos en seres mitológicos para que p u ed an form ar parte del m un
do tal com o se lo conoce. De hecho, la rareza o la idiosincrasia es una de
las pocas formas aceptadas de la individualidad o la excepción. El hom
bre que com parte n uestra visión del m undo p ero tiene ciertas manías
reem plaza a aquel que tiene u n carácter verdaderam ente excepcional.
Así, si bien los columnistas de la prensa p opular escriben en nom bre de
los lectores, tam bién les hacen saber que ellos son tipos quisquillosos o,
al m enos, peculiares; p o r eso m uchos de ellos se explayan innecesaria
m ente sobre sus características personales. Para m uchos de los miembros
de la clase trabajadora, y tam bién para otras personas, el típico m iem bro
extrovertido del equipo en un p rogram a radial de preguntas y respues
tas representa tanto al “tipo m acan u d o ” del estilo más antiguo como a
la nueva figura alegórica, el “héro e idiosincrásico”.81’ Esta actitud se ve
reforzada p o r la adm iración excesiva p o r la “lib ertad” en u na sociedad
que es cada vez m enos libre. Retribuim os generosam ente al hom bre que
expresa nuestra sensación de inferioridad y desencanto con violentas
diatribras im presas contra lo que odiamos. C uanto más idiosincrásicas
son sus opiniones (sin que haya cuestionam iento alguno a los valores
en los que se sostienen), más seguros podrem os estar de que el hom bre
(y, en form a vicaria, tam bién nosotros) tiene la libertad de “decir lo que
pensam os”. E videntem ente, aquí “no se trata ele lo que uno haga, sino
de cómo lo haga”; no se trata de lo que uno diga, sino de cómo lo diga.
Qué inadecuada p ara u n a dem ocracia política es la actitud del aves
truz. Subestim a a los enem igos e induce una cierta ceguera frente a algu
nas de las peligrosas realidades de la lucha p o r el poder. En algunos paí
ses, donde se dan otros factores que contribuyen a la em ergencia de la
figura del líder, esa reducción de lo extraordinario ayuda a consolidarla.
El hom bre de p o d er desarrolla sus planes en territorios que el hom bre
común no puede ni im aginar; m ientras tanto, él hom bre com ún mira las
típicas postales en las que el h om bre de p o d er le sonríe a u na anciana
“pro g reso ” m aterial p ero no se detiene allí: inexorablem ente va más allá
de los objetos, haciendo uso de unas analogías bastante dudosas.
H e puntualizado ya que, al igual que el concepto de libertad ilimita
da, la noción de progreso ilim itado sobrevive gracias a los publicistas
populares,88 sin que se haya visto afectada p or los acontecim ientos de los
últimos cincuenta años; en este sentido, los publicistas no tienen nada
de modernos, sino que com parten el clima de la Exposición Universal ele
1851. Ser progresista, “un adelan tad o ”, “m oderno como el m añana”,
sigue siendo u n objetivo deseable en sí mismo. La últim a frase, citada
de u n a publicidad estadounidense, nos recuerda que la aceptación del
“progreso”, como de m uchas otras nociones analizadas aquí, tiene tanto
que ver con el cine estadounidense com o con los publicistas británicos.
Según creo, la característica más notoria de la actitud de la clase traba
ja d o ra respecto de los Estados U nidos no es la sospecha, aunque suele
estar presente, ni el recelo que provoca el tono “autoritario”, sino una
gran disposición a aceptar lo que venga de allí. Esto surge de la creencia
de que, en m ateria de m o dernidad, los estadounidenses tienen “un par
de cosas que enseñarnos”. En la m edida en que la m odernidad se consi
dera im portante, Estados U nidos es el n úm ero uno; y, de hecho, se hace
que la m o d ern id ad parezca im portante.
Esta tram a de ideas particular se ve reforzada, en especial en el caso de
la clase trabajadora, p o r la ausencia básica de u n a conciencia del pasado.
La escuela n o h a dejado en los m iem bros de esta clase un panoram a his
tórico ni el concepto de tradición y continuidad.89 Esto es m enos cierto
en las generaciones más jóvenes, pues m ucho se ha hecho en los últimos
veinte años p ara m ejorar ese cam po de la enseñanza. No quiero criticar
los esfuerzos de los docentes, que disponen de poco tiem po, y a muchos
de los niños (con el bagaje qué he descrito y las limitadas aptitudes in
telectuales con las que cuentan) las lecciones suelen “entrarles por un
oído y salirles p o r el o tro ”. E n consecuencia, m uchas personas, si bien
poseen u n a cantidad considerable de inform ación inconexa, carecen
de la n oción de proceso histórico o ideológico. Casi n u nca se rem ontan
a u n pasado más rem oto que el de sus abuelos; más allá de ese territorio,
parece rein ar la oscuridad, y de ella em ergen a veces hechos aislados, sin
orden ni concierto: Guy Fawkes y la C onspiración de la Pólvora, la Revo
lución Francesa, Jam es Wolfe y su victoria e n Q uebec, el rey Alfredo y las
tortas que se q uem aron. Con u n equipam iento intelectual o cultural muy
pobre y poco en tren am ien to en la com paración razonada de opiniones
enfrentadas a la luz de los juicios existentes, las ideas se form an según
los prim eros apotegm as com partidos qúe vienen a la m ente. En función
de la situación del grupo, se decide si esos aforismos contribuyen a llevar
un a vida norm al o, p o r el contrario, constituyen u n obstáculo.
Del mismo m odo, n o pu ed e h ab er u n sentido real del futuro. El fu
turo com o transm isión de generación en generación en u n a familia se
detiene en los nietos, tal vez en los bisnietos; después de ellos, reina u na
vez más la oscuridad, quizá condim entada con im ágenes de rascacielos,
luces de n eó n y naves espaciales. Con u n a m en talidad de este tipo, se es
particularm ente vulnerable a la tentación de vivir en un presente con
tinuo. C uando se cede a la tentación, se corre el riesgo de vivir en una
situación en la que se p ierde la n oción del tiem po; sin em bargo, el tiem
po lo dom ina todo, pues el p resen te está siem pre cam biando, aunque
cambia sin sentido, com o las piezas de u n caleidoscopio que no form an
ninguna figura. Se d a p o r sentado que cada novedad es m ejor que sus
antecesoras p o r el sólo hecho de venir después de ellas; todo cambio es
u n cam bio p ara m ejor si se da en o rd en cronológico. Newman anticipa
esa situación para la que se p redispone a m uchas personas que p o r la no
che m iran el últim o espectáculo visual, el más grande y más actualizado:
• 90 N ew m an, The Iclea o f a Universily, discurso VI, C. F. H arro ld (ed .), Londres,
L ongm ans, G reen & Co., 1947, p. 120. N ew m an se refiere aq u í a la vida de
los m arin ero s p a ra distinguir e n tre “adquisición” y “filosofía”. Llegué a este
texto gracias a u n a lectu ra de la conferencia d e J. L. H am m o n d en m em oria
de H o b h o u se, “T h e Growth o f C om m on E njoym ent”.
DESTEM PLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓ N 2 0 5
respecto de los valores que supone el “progreso”: “Las cosas son más vis
tosas hoy, pero no son tan resistentes como las de antes”, dicen algunos.
O u na objeción más im portante aún: “¡Cuántos inventos nuevos! Pero
¿adonde vamos a ir a parar con ellos?”.
del placer real, incluso del que se ofrece en form a tan masiva, tam bién
decae. “Pasarlo b ie n ” puede convertirse en u n objetivo tan im portante
que anula todas las otras posibilidades; sin em bargo, cuando se lo con
sigue, se transform a en rutina. El argum ento más co n tu n d en te contra
el entreten im ien to de masas de la sociedad co ntem poránea no es la de
gradación del gusto (la degradación p u ed e ser u n proceso vivo y activo)
sino la sobreexcitación y el posterior em botam iento, con la consiguiente
aniquilación; no “corrom pe” sino que “debilita”, para usar los térm inos
de De Tocqueville. Mata el nervio y, sin em bargo, confunde al público
y lo convence de que no está en condiciones de levantar la vista y decir:
“Pero, vamos, ¡eso es cartón p in tad o !”. Todavía no hem os llegado a ese
estado, p ero avanzamos en esa dirección.
Esto es lo que los partidarios del nuevo estilo llam an “periodism o fres
co”, “atrevido”. N orm alm ente, la frescura y el atrevim iento de este tipo
de textos están al nivel del m uchacho que hace burla al policía cuando
este se da vuelta, y a u n a distancia prudencial, p a ra deleite de sus amigos.
Cuando no queda otro rem edio y hay que usar u n a palabra más larga,
el periodista recurre a u n a llam ada y u na explicación “com pinche”: “es
decir, XXXX, com o le decimos nosotros”.
“Breve, inconexo y sabroso”: lo tercero se sigue de los dos prim eros.
En una dieta invariable de entrem eses, n ingún plato puede ser m enos
fuerte o picante que los que lo anteceden. La búsqueda del “sabor” ha
ido más lejos que nunca. Sweeney Todd y María Marten tenían un sensa-
cionalismo con cuerpo, algo en que fundar el sensacionalismo, y po r eso
DESTEMPLAR LOS RESORTES DE LA ACCIÓN 2 1 g
han sido del gusto del público d urante tantos años.9:1 Hoy es necesario
enco n trar decenas de nuevas sensaciones cada día. Entonces, hay que
esforzarse todo el tiem po, hacer magia para hacer pasar por jugoso bife
lo que en verdad no es más que puro hueso, inflar y distorsionar per
m an en tem en te para que lo pequeño se vea enorm e; la fotografía de un
ratón enfocado desde abajo hace que su som bra en la p ared provoque el
h o rro r de los lectores. Este tipo de m aterial está tan lejos de M aña Marten'
com o el m elodram a Victoriano de Macbeth.
una variante del “no im porta lo que u n o haga, sino cómo lo haga”. En un
m undo de libertad sin límites, lo que hacem os no im porta, siempre que lo
hagamos bien. Lo más im portante es no ser aburrido.96 “Hacemos todo lo
que podem os p o r no aburrir con ningún tem a”; pretendem os no ser pe
dantes nunca y siem pre ser entretenidos. Objetivo loable, si no fuese por
las presiones de las publicaciones de masas m encionadas anteriorm ente
y el corrim iento de principios más im portantes. En las circunstancias ac
tuales, ese objetivo es la justificación para provocar u na risa, o dar “sabor”
a una noticia, a cualquier costo. “T odo p o r u n a sonrisa”; no im porta si
hay que distorsionar u n relato, o si hay que ju g a r con las palabras o las
emociones: al m enos n o somos aburridos; nadie puede acusarnos de ser
“pesados”. Y, a la larga, con el éxito se p erd o n a todo.
Basándom e en la frecuencia con que aparecen en los editoriales de la
prensa p opular, he confeccionado u n a lista de epítetos que describen las
virtudes y los defectos en el nuevo canon. Sobre los defectos:
El fundam ento parece ser el código de los alum nos contra los maestros,
la franqueza in m ad u ra de u n jo v en im berbe.
96 Las p ublicidades d e los periódicos “serios” tam bién recu rren a estas
estrategias, a las q u e a m e n u d o agregan cierto esnobism o cultural; nos dicen,
p o r ejem plo, qu e tenem os q u e sentirnos orgullosos de que nos vean leyendo
u n p erió d ico q u e es a la vez serio e inteligente.
7- Invitación al mundo del algodón
de azúcar: el nuevo arte de masas
LOS PRODUCTORES
N adie los estima dem asiado, pero “estim ar” es un verbo valorativo; en
cambio, que a la gente le gusten, com o observa De Tocqueville, es la
p ru eb a de fuego.
Esos escritores son com petentes y no cabe duela de que recu rren a
ciertas tácticas p ara pro d u cir, de m an era consciente, lo que el público
quiere leer. Pero pen sar que m ezclan a conciencia los ingredientes en
las p ro p o rcio n es adecuadas para o b te n e r un p ro ducto exitoso implica,
en tre otras cosas, sobreestim ar a la m ayoría de ellos en el plano intelec
tual. Después de leer unas cuantas novelas baratas, no es fácil sostener
que el m u n d o que m uestran está construido d eliberadam ente desde
el exterior. Escribir así de m an era tan consistente e infalible según lo
q ue espera el lecto r n o p u ed e ser un artificio intelectual y, m enos aún,
la creación de u n a m ente del calibre de las que dan form a a esas obras
que están escritas p o r personas que poseen algunas cualidades diferen
tes de las de sus lectores, pero que tienen los mismos valores que ellos.
Si “cada cu ltu ra vive d e n tro de su p ro p io su eñ o ”,-18 ellos com parten el
sueño com ún de su cultura. P u ed en pub licar m ucho d u ran te varios
años, salteándose las etapas en las que u n escritor serio desarrolla su
e x p erien cia y m odifica su form a de expresión, p o rq u e escriben de m a
n e ra sem iautom ática. Lo m ism o se aplica a gran parte de la prensa po
pular. Las biografías de este tipo de periodistas destacan la im portancia
de u n a “percep ció n intuitiva del perfil de los lectores”,99 una “creencia
en sí m ism o” y u n a “absoluta h o n e stid a d ”.. Pero h ab lar de “h o n estid ad ”
es tan útil com o h ab lar de “cinism o to tal”. C iertam ente, un a u to r pue
de n o ser u n m an ip u lad o r consciente y aun así te n er ojo para saber
Supuestam ente, casi todos los escritores de ficción, cualquiera sea la cla
se social dé su público, co m parten el m u n d o de fantasía de sus lectores.
Se convierten en escritores y no en lectores p o rq u e p u ed en dar cuerpo
100 Véanse los dichos d e algunos novelistas populares en Q. D. Leavis, Ficlion and
Ihe Reading Public.
101 L. D u n n in g , “Film N otes”, The European, n° 1, m arzo de 1953.
IN V ITACIÓ N A L MUNDO DEL A LG O D Ó N DE A ZÚ CA R 2 2 1
103 News oflhe World es el diario con m ayor can tid ad de lectores. A ctualm ente
alcanza los 16 o 17 m illones, casi la m itad de la población. P or grupos, los
lectores son, apro x im ad am en te: A-B, 1 de cada 7,5; C, 1 de cada 3, y D-E,
1 de cada 2 (en los grupos D-E, es leído en sim ilares prop o rcio n es p o r
hom bres y m ujeres en todos los grupos etarios). A efectos com parativos,
los lectores de Einpire News son 1 de cada 9,5 en to d a la población,
aproxim adam ente; en los grupos A-B son 1 de cada 30, en el grupo C, 1 de
cada 14, y en los grupos D-E, 1 de cada 8 ( HR S 1955).
IN VITACIÓ N AL MUNDO DEL ALGO DÓ N DE AZÚ CAR 2 2 g
des es tan alta com o en las revistas del viejo estilo, es decir, casi igual a la
proporción de hom bres. Las nuevas revistas p ara la familia h an llevado a
las viejas a luchar con uñas y dientes p o r la supervivencia, porque son sus
com petidoras y hered eras directas. El hecho de que no siem pre reconoz
camos que esto es así p u ed e deberse a que nos resistimos a adm itir que
las recién llegadas, con su dudoso atuendo, ya han accedido al trono.
Matthew A rnold observó que las publicaciones populares siem pre tie
n e n u n a buena dosis de “instintos generosos” y en ello reflejan el carác
te r de sus lectores. Las publicaciones m odernas com binan su sensaciona-
lismo con un radicalism o fácil; su tono general es socialm ente (aunque
vagam ente) progresista y, p o r supuesto, moralista. A veces contienen
u n a sección religiosa o un p o em a en prosa en clave ética parecido a
los que aparecen en las revistas más antiguas. Pero ese tipo de cosas, en
m i opinión, esconde tendencias inconfesadas más im portantes; hasta los
tan com unes ataques a los “trucos”p u ed en ser tam bién “trucos”.l(W La
m oralidad declarada con cu erd a con las actitudes de la clase trabajadora,
pero si hay qué dejarla de lado p o r u n a risa, entonces es probable que
se lo haga. La única cualidad consolidada es el quijotismo, u n a caracte
rística ele quienes norm alm en te se dice que son, de todos m odos, como
“la m anzana p o d rid a ”. Se aprecia u n paralelism o en el uso de elem entos
m orales p o r p arte de ciertos anunciantes.
En el contenido textual, las revistas más nuevas son tan superficiales
com o las viejas. Están hechas de fragm entos de inform ación en form a
de notas breves sobre personajes históricos, chicos guapos o curiosida
des de distintos rincones del m undo, y todas las notas parecen iguales
a las de las revistas del pasado. Pero u n a m irada más atenta revela que
en la transición hacia nuevos estilos, las publicaciones se ad en tran en
u n m u ndo más estrecho. Las revistas a la vieja usanza iban en busca de
lo curioso y lo so rp ren d en te; las nuevas, en cambio, p onen el acento
sólo en lo so rp ren d en te, en los crím enes, el sexo y lo sobrenatural. Por
cierto, el antiguo interés e n lo sobrenatural continúa vigente igual que
antes aunque cam bie la form a de presentarlo. Si se publica u na noticia
es porq u e se le p u ed e en c o n tra r alguna veta relacionada con el sexo o lo
sorprendente. D ebe h ab er m uchas fotos, en especial de chicas bonitas.
El foco está puesto, entonces, más en lo extraordinario que en lo curioso,
o m ejor dicho, los principios que sostienen ese m undo son tan reducidos
106 U na “línea" in telig en te o un artificio hab itu alm en te em pleado p ara ab rir un
texto.
IN V ITACIÓ N AL MUNDO DEL ALGO DÓ N DE AZÚ CAR 2 g 1
que parece que sólo lo que sorprende -e n especial, en alguno de los tres
aspectos m encionados- despierta curiosidad. Así, hasta los tenias insosla
yables que no son sorprendentes en sí mismos precisan un poco de “con
dim ento”, más de lo que en algunos diarios se consideraría razonable:
Está claro que los diarios populares siempre han estado bajo la presión
de tener que ser ingeniosos e interesantes. Pero en los últimos cincuen
ta años, su m undo se ha vuelto cada vez más competitivo. Y durante los
últimos treinta años, la radio se ha adueñado de la presentación de las
primicias. Los diarios serios inform an lo que ya sabemos, se explayan con
comentarios o proporcionan contexto; los más populares se centran en los
sustitutos que causan sorpresa. La com paración del diseño de una revista
antigua con el de una nueva confirm a esta idea. Las nuevas no tienen más
que inteligencia y dinamismo. Suelen utilizar, como lo hacen los publi
citarios, una tipografía m ucho más variada que la que em plean las más
antiguas; las tiras cómicas y los chistes (casi siem pre muy graciosos cuando
dejan de lado el tan trillado tema de las discusiones entre esposos) poseen
un estilo nuevo más sofisticado. Los titulares, que en lugar de tipografía
normal em plean fuentes impactantes, adquieren gran importancia. Tanto
en su aspecto com o en el tratam iento del m aterial de siempre, las nuevas
publicaciones son más sutiles que las revistas que les dieron origen; son
revistas realm ente m odernas, de mediados del siglo XX.
A un así, pienso que la evolución es sólo técnica; los editores de las nue
vas revistas saben muy b ien cóm o descubrir nuevas formas para disfrutar
de los viejos placeres y parecer osados en la m an era de presentarlos. En
tren de com paraciones, las publicaciones m odernas parecen tragos sofis
ticados y las antiguas, u n a cerveza ligera; la conclusión a la que llegamos
es que las prim eras son m enos saludables que las segundas. En general,
reem plazan las miras más amplias de la curiosidad p o r la sorpresa más li
m itada y el sensacionalism o en el plano sexual. Lo que es peor, el interés
p o r el.sexo está p rincipalm ente “en la cabeza” y en la vista, p o r lo que es
algo rem oto y vicario. A este interés se lo suele ver com o ingenioso e inte
ligente pero, en realidad, es desapasionado y se reduce a un abanico muy
acotado de reacciones; el ingenio que esconde la pobreza emocional no
implica u n a evolución respecto de la vieja revista para toda la familia. Los
2 3 2 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
107 El texto com pleto aparece en The Oxford Booh ofLisht Verse, com pilado p o r W. H.
A uden, OUP, 1938..
IN V ITA C IÓ N A L MUNDO DEL ALG O D Ó N DE AZÚ CAR 2 $ 3
No todas las com posiciones tenían tanto encanto: A rth u r M orrison se
ñala que las “confesiones” de los asesinos en el m inuto antes de la horca
siem pre tenían el mismo tenor.
Pero las palabras de los versos no p o d rían ser más banales que las utili
zadas en lo que p o d ría en ten d erse com o u n vestigio de la misma tradi
ción. Me refiero a la costum bre, que aú n está vigente e n tre los niños y
los adolescentes de la clase trabajadora, de p onerle letra a u n a m elodía
conocida para contar los detalles del últim o asesinato. Los crím enes del
d o cto r Buck R uxton fu e ro n la fu en te de inspiración de estas canciones:
Y tam bién:
A veces, los adultos inventan chistes sobre asuntos tales com o el juicio a
Christie, llevado a cabo en 1953, que generó frases com o “am or de alace
n a ” o “¡Siete m ujeres en la casa y n in g u n a es capaz de p rep arar un té!”,
que sirven com o ejem plo del to n o habitual de las frases.
Los cantantes que com p o n ían sus propios temas o tenían u n com po
sitor que colaboraba con ellos d u ran te años ya no existen. Sin em bar
go, las personas de la clase trabajadora siguen queriendo ser capaces
de identificar sus canciones favoritas con d eterm inados cantantes, y las
firmas de música satisfacen ese deseo: esta es de V era Lynn, esta otra es
de Frankie Laine y tal otra de Gracie Fields.
Los autores de letras contem poráneos conocen las preferencias musi
cales de la clase trabajadora; p robablem ente algunos sean gente com ún
y corriente que envía sus letras desde el in terio r del país. Pero aunque
las canciones aún ilustran en gran m edida la vida de la clase trabajadora,
en mi opinión, no son tan descriptivas com o hace cincuenta años. Las
nuevas canciones nos dicen algo acerca de las actitudes de la clase, pero
esas actitudes 110 gozan del alivio personal que proporciona un a intim i
dad genuina.
Al estudiar los cambios en las canciones, m e encuentro con el proble
ma de que m uchas de las más antiguas me recu erd an mi niñez y adoles
cencia, y m e siento tentado a decir lo p rim ero que m e viene a la m ente,
es decir, que esos temas son m ucho m ejores que la m ayoría de los que se
han escrito en los últim os veinte años. Está claro que vuelco en esas viejas
canciones mis propias em ociones sin orden ni concierto (como lo hacen
losjóvenes de hoy con las canciones con las que se identifican). En cierta
m edida, lo mismo ocurre cuando analizo ciertos aspectos de los textos,
pero m e resulta más difícil ad o p tar u n a perspectiva más objetiva con las
canciones que con los libros y las revistas. Las canciones perm anecen en
una zona más p ro fu n d a bajo la piel de las em ociones que los relatos. O
quizás el p roblem a radica en que n o cuento con el bagaje crítico nece
sario p ara analizar piezas musicales, u n conocim iento que sí tengo para
abordar el estudio de la palabra escrita.
Es necesario hacer esa salvedad, que po n e de manifiesto la naturaleza
elusiva y com pleja de todo análisis de los cambios sufridos p o r la canción
popular. Por ello, m e lim ito a unos pocos rasgos en los que los cambios
son m uy evidentes y en los que es posible reducir lo suficiente el efecto
de reacciones más subjetivas. No m e interesa el seguim iento de los rasgos
formales de la canción p o p u lar u rb an a durante el últim o siglo, el alto
nivel d e estilización, los m odelos em ocionales simples, el uso restringido
del lenguaje y el poco refinam iento de la versificación. Tam poco quiero
decir que todas las canciones de hace cuarenta o cincuenta años fueran
muy buenas en lo que a form a y contenido se refiere ni me olvido de
que siem pre qu ed an en nuestra m em oria las m ejores canciones de un
conjunto mayor de temas intrascendentes.
la voz de u n cantante que canta frente al público. Esto vale tanto para
algunas canciones m odernas com o para “Bii'd in a gilded cage”. Y hay
cantantes populares contem poráneos cuyas actuaciones son tan entrete
nidas y adm irables, en sus más variados estilos, como las de las estrellas
de hace cincuenta años. No obstante, h u b o cambios en la form a de inter
p retar las canciones que parecen estar relacionados particularm ente con
las tendencias centralizadoras de la sociedad m oderna.
La variedad de canciones alegres y optimistas no es nueva ni carece
de valor. Las canciones de este tipo se apoyan en la idea de que 'la vida'
es du ra p ero que no hay que descorazonarse (“¿Estamos tristes? ¡No!”).
Es preciso estar bien, com o todos los demás: “Estamos ju n to s en esto”.
Hoy se siguen com poniendo canciones que tienen este mismo espíritu y
algunas son muy bonitas y pegadizas. Pero con frecuencia, el tono en que
se las canta sugiere que su carácter alegre y el sentido de pertenencia al
grupo que las caracteriza se convierten en u n a satisfacción autocompla-
ciente. El tono ha cam biado a “Lo que im porta es que estés contento” o
“Es tonto pero divertido”. H abía u n personaje llam ado M ona Lott en el
program a Itrna que siem pre repetía con voz de ultratum ba “Es tan alegre
que m e m antiene viva”, pero según el carácter de las canciones, la frase
debería ser “Es tan com ún que m e p o n e co n ten ta”, pronunciada con
voz frívola y alegre. La verdadera insatisfacción, con uno mismo o con
las condiciones externas de la pro p ia vida, parecería no sólo anticuada
sino fuera de lugar, com o si u n o paseara p o r u n parque en un bello día
de verano con Kafka en el bolsillo, cara de sufrim iento y u n a risa hueca
de vez en cuando.
Los textos no son de utilidad cuando lo que se intenta analizar es la
m anera en que se interpretan, pero el cam bio que me interesa se observa
com parando el estilo usual de interp retació n de canciones como esta:
un arbusto”, se solía decir; hoy en día las canciones hablan de los “ni-
ditos” y el tono tiene u n p ro fu n d o trasfondo de autocom pasión oculta.
Además, si no hay valores fu era del presente y lo local, si “la religión
está pasada de m o d a”, entonces para quienes el sentido de la vida es
esencialm ente algo personal, el am or puede expandirse para llenar el
vacío, puede no sólo estar relacionado con la religión (como en las an
tiguas canciones) sino tam bién funcionar com o un sustituto de esta.
El am or puede ser el fin de todas las cosas, y después de la unión en el
am or no hay sino u n a vaga sensación de estar flotando en el aire, de
am aneceres eternos, de cuerdas cuyo sonido evoca u n a actitud positiva
frente al universo, com o en esas películas rom ánticas que term inan, con
el clásico p rim er plano de u n a pareja abrazada, un gran coro cantando
“O al ti tu d o ” o los protagonistas p ro n u n cian d o la frase “Siem pre te ama
ré ”. A m or “p ara siem pre”, que desafía el tiem po, las preocupaciones y la
depresión; am or p o r el am or mismo, com o el de un pareja de canarios
en u n a ja u la de oro. No es casualidad que u n a de las m etáforas más
frecuentes en este tipo de canciones sea la de los “tortolitos”. El am or
es etern o y sobrevive a todos los acontecim ientos de la vida y a los astros
tam bién. De ahí al em pleo de u n lenguaje casi religioso para cantarle al
am or, hay u n solo paso.
Es verdad que en la poesía am orosa ese tipo de recursos no es nada
nuevo: los autores de sonetos de la época isabelina, p o r ejemplo, recu
rrían a estas y otras m etáforas. Pero viajar tan atrás en el tiem po no tiene
m ucho sentido; hay que h acer com paraciones y análisis con elementos
más m odernos y pertinentes.
Ya hem os visto que en las canciones populares entre la clase trabajado
ra es muy fácil pasar, sin solución de continuidad, del am or doméstico
y la amistad al am or divino y el paraíso. Así, el terreno ya estaba prepa
rado para la extrapolación. Pero tenem os que darnos cuenta de que, en
efecto, hay una extrapolación del hogar-familia-amor-amistad a Nuestro
Señor en el Cielo, y que los valores asociados con N uestro Señor en el
Cielo se asemejan a los de la familia, de m odo que no se percibe una
incongruencia en el pasaje de u n ám bito al otro; de allí a la idea de que
el am or ha reem plazado a la religión, y en p articular la idea del amor
en la que sólo cuenta la pareja puede reu n ir todos los atributos del sen
tim iento religioso en sí m ism o y p o r sí mismo: no hay nada fuera de él.
A continuación llegan los coros celestiales cantando a viva voz contra un
fondo vacío que representa el espacio infinito; las m elodías se expanden
hasta algo vagam ente h aendeliano gracias a la profusión de cuerdas que
resuenan, cam panas que repican y la voz del solista que em ite un sonido
2 4O LA CU LTU RA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
LAS CONSECUENCIAS
Considerem os a las chicas pin-up de las revistas más m odernas: a prim era
vista p arecen m uy sugerentes, y en cierta form a lo son. Sin em bargo, tie
n e n algo de artificial;114 les han quitado el com ponente sexual, no tienen
sino una extraña clase de sensualidad. H abitan regiones tan estilizadas,
tan pasteurizadas, que la cualidad física real está ausente, pero tienen una
perfección lejana e irreal en su form a p articular de sensualidad. Todo se
reduce a u n conjunto lim itado de sugerencias visuales. ¿Podríamos im a
ginar que esas criaturas envueltas com o para regalo huelan a almizcle,
q u e estén despeinadas, que tengan im perfecciones en la piel, que no se
hayan depilado, q ue tengan gotas de transpiración sobre el labio supe
rior? U biquém oslas ju n to a u n a bailarina de Degas y lo irreal saltará a la
vista. ¿H arán que aum ente la inm oralidad sexual entre los jóvenes? Me
cuesta pen sar q ue haya u n a relación con la actividad heterosexual. Tal
vez estim ulen la m asturbación, porque de u n a m anera simbólica quizá
prom uevan este tipo de reacción sexual herm ética.
La mism a cualidad artificial aparece con frecuencia en la “gran fran
queza” de la que se enorgullece la prensa popular. En gran parte, se
parece a d ar puñetazos en el aire, un tira y afloja elegante, u n a velada
dem ostración de poder. De vez en cuando hay un ataque genuino, pero
con tra algo seguro y cte poca im portancia. Más com únm ente, los ene
migos son hom bres de paja, falsas Doñas Rosas como “gente convencio
n a l”, o si los ataques se dirigen a personas reales -com o a un arzobispo,
para elogiar p o r contraste al “hom bre co m ú n ” en su falta de hipocresía-,
cuando se los exam ina se com prueba que son sólo fintas. Hay excepcio
nes, pero p o r lo general las “reveladoras” primicias no im pactan a nadie
y los “ataques directo s” no provocan heridas.
La objeción a la simplificación y la “fragm entación” tiene u n funda
m ento similar. N o se trata de lam entarse p o r lo bajo de que pese a que
ah o ra somos u n a sociedad alfabetizada pocos leen, p o r ejem plo, a T. S.
Eliot. La objeción que puede hacerse es más acotada y específica. Des
pués de todo, es m uy probable que haya habido una m ejora en el están
d a r general, en la calidad de la lectura, en los últimos cincuenta años;
m ucho se ha h ech o para tratar de que así fuera. Y ciertos datos indican
que, en efecto, h a n ocurrido mejoras. Sin em bargo, cuando observamos
el increm ento p roporcional que ha tenido la influencia de las publica
ciones simplificadas y fragm entarias d u ran te ese mismo período y su im-
Por otra parte, debo adm itir, puesto que guardo u n a parcia
lidad afectuosa p o r la m em oria del párroco, que no era ven
gativo -y debo reco n o cer que ciertos filántropos lo son-, que
no era intolerante -a u n q u e se com enta que algunos teólogos
que ostentan u n a gran vocación no están com pletam ente li
bres de tam aña im perfección-, que si bien es probable que no
h ub iera aceptado inm olarse p o r n in g u n a causa pública y que
estaba poco dispuesto a d o n a r todos sus bienes para d ar de co
m er a los pobres, tenía esa g enerosidad que a veces les faltaba a
m uchos ilustres virtuosos: era com prensivo a la h ora de juzgar
los defectos ajenos y no solía p ensar m al de nadie. Era uno de
esos hom bres que no abundan, de quienes sólo apreciam os sus
mayores virtudes cuando los vemos más allá de la vida pública,
cuando nos m etem os en sus casas y escucham os la voz con que
les hablan a los más jóvenes y los más viejos frente a la chim e
nea, cuando los vemos ocuparse con gran dedicación de las ne-
“Apríl” a sus hijas. E n gran parte, la risa se debe a que ven que la m ujer
ha llevado los cuentos a la vida real y a que el nom bre es cómico o algo
simple.
Esta actitud general, ju n to con la “tolerancia”, ayuda a e n te n d e r por
qué la clase trabajadora no objeta ni siquiera los aspectos más extrem os
de las publicaciones q u e consum e. La im agen de u n a m adre que peina
canas hojeando u n o de esos sem anarios con elem entos visuales muy lla
mativos pu ed e p arecer extraña, p ero es bastante com ún. Pero, p o r su
puesto, ella sólo m ira las secciones que le interesan: las chicas atractivas
con ropas sugerentes, bueno, las “tolera”, no le m olestan: “Las po n en
para los m uchachos, ya sabes”. Del mismo m odo, las formas más m oder
nas de publicidad no afectan dem asiado a las personas, que se acercan a
ellas de u n m odo oblicuo.
Tales actitudes p u e d e n ser u n esterilizador contra las infecciones, pero
quizá sean peligrosas, en especial en la actualidad. E n el nuevo entorno,
el arte no es sim plem ente u n a vía de escape tem porario o u n a form a de
“diversión”: tam bién es, desde el p unto de vista de la clase trabajadora,
una ju g a d a comercial; en el fondo, es u n a actividad que genera dinero.
A hora más que n u n ca es muy difícil siquiera pensar en que un escritor
trabaje no p o r din ero sino p o r motivos m ucho m enos mercantilistas. “U n
buen libro es el elem ento vital de u n espíritu su perior”, decía Milton. Si
la o b ra de u n b u en escritor co ntem poráneo llegara a la m ayoría de los
adultos, no sólo les resultaría difícil co m prender su enfoque de la vida
sino que adem ás su p o n d rían que el autor, al igual que todos los demás,
aunque de u n m odo extraño y aburrido que no term inan de entender,
“se está ganando la vida” y “sólo escribe para hacer d in e ro ”.
La enorm e cantidad de escritores comerciales talentosos asegura que
la m ayoría de las personas perm anezca en u n nivel de lectura en el cual
pueda reaccionar sólo ante lo tosco e impreciso, lo' esperable, lo prim i
tivo, lo sum am ente pintoresco; y ante todo esto, com o ante casi todo lo
artístico, la m ayoría adopta u n a actitud de alegre cinismo. En general,
m uchos sólo leen las obras más populares. ¿Para qué leer otra cosa si la
escritura-es lo que ellos creen q ue es? ¿Por qué habrían de profundizar
en lo que leen? Todos los m iem bros de la familia leen alguna de las pu-
blica'ciones m odernas (y p robablem ente aclaren: “Sólo leo los chistes”);
el pad re com pra u n a de las viejas revistas p ara la familia; la m adre, u na
revista fem enina de las viejas y u n a de las más nuevas; la hija com pra otra
de las revistas ilustradas y los hijos leen u n diario p o pular todos los días,
una novela policial p o r sem ana y dos o tres diarios del dom ingo, que
com parten con toda la familia. Si nos dejamos llevar p o r la evidencia,
IN V ITAC IÓ N A L MUNDO DEL ALG O D Ó N DE A ZÚ C A R 2 4 9
NO LOGRO EN TEN D ER
¡Otra vez, chicos!
¿Y ahora quién es?
El arzobispo de Pontyholoth (foto de un arzobispo de unos 60
años que usa polainas, al que tom aron p o r sorpresa, de m odo
que parece la versión cómica de un obispo torpe).
El otro día habló en la secle de la Liga de Mujeres Cristianas
(prom edio de eclad: 62) sobre q u é h a c e r e n e l t i e m p o l i b r e .
Bueno, b u e n o ...
¿Te gusta m irar un poco de tele después de u n largo día ele trabajo?
... No deberías, ele acuerdo con el arzobispo soltero.
... “D em asiada gente acepta pasivam ente sus actividades
recreativas, y eso no es co rrecto”, sostiene el arzobispo.
¿Te gusta apostar en las carreras?
...L o siento, amigo, no deberías, de acuerdo con el arzobispo
de 60 años.
... “Sería m ejor que pensáram os más en la libertad que les
otorgam os a esos negocios en la vida de nuestra nación”.
Todos hem os de recordar, todos los días y cada vez más, que, en rigor
de verdad, no existe el tal “hom bre com ún”. Si no lo tenem os en cuenta,
dejarem os que las decisiones personales se diluyan en nuestra obediente
identificación dem ocrática con u n a figura hipotética cuyo principal be
neficio lo disfrutan los que nos quieren engañar. Debemos conocer las
características básicas de la naturaleza de las publicaciones populares ,117
es decir, que son productos de grandes corporaciones, que no se enm ar
can den tro la historia de la prensa p ropiam ente dicha, ni de los asuntos
de interés público, ni de la política, sino del en tretenim iento, que el uso
que hacen de la “op in ió n ” es en gran m edida m anipulación irracional
con fines de en tretenim iento, que cuando uno de esos diarios dice “Pro
porcionam os datos... in creíb les...”, no está haciendo u n a declaración
de intenciones sino utilizando u n a fórm ula com o la del proveedor de
entretenim iento, del estilo de “No tengo ningún as en la m anga”.
Y continúa diciendo que si esa b rech a se cerrara podría term inar con
Hemos tom ado el cam ino que conduce al arte de masas; m illones de
personas leen todos los días y todas las semanas el mismo diario y algunas
otras publicaciones. Para com pletar ese camino, el arte debe controlar el
gusto y m antenerlo en el nivel más bajo, algo que está logrando con gran
eficacia. El com ercio competitivo h a cam biado de estrategia y ah ora es el
defensor de aquellas clases “degradadas”, porque hoy en día, a esas clases,
si se sum an todos los peniques que gastan en diarios y revistas, vale la p en a
defenderlas. Y los nuevos defensores de la clase trabajadora deben m ante
nerla un id a y conservarla en el nivel de sus instintos más autocom placien-
tes. Im pedidos de contribuir a la “degradación” de las masas económ ica
m ente, los procesos lógicos del com ercio competitivo, favorecidos desde
afuera p o r el clima general de la época y asistidos desde adentro p o r la
falta de dirección, las dudas y la incertidum bre de la clase trabajadora
respecto de su pro p ia libertad (y sostenidos p o r ciertos autores, algunos
de los cuales eran antiguos integrantes de la clase trabajadora), aseguran
las condiciones para que se produzca el robo cultural a esta clase. Como
esos procesos no descansan jam ás, la sumisión, la presión constante que
no perm ite m irar hacia afuera ni hacia arriba, se transform a en algo posi
tivo, en u na nueva form a de som etim iento mayor, u n som etim iento que
prom ete ser más fuerte que el anterior, porque las cadenas de la subordi
nación cultural son más fáciles de llevar y más difíciles de cortar que las de
la subordinación económ ica. “Nos traiciona la falsedad que surge desde
el interior”, las debilidades propias y la doble m oral de los diarios p opula
res, su capacidad de expresar nuestros principios m orales habituales pero
ele u n a m an era que debilita el código m oral que evocan, su costum bre de
decir lo correcto p o r los motivos equivocados.
Más im portante aún: los argum entos generales se aplican del mismo
m odo, aunque el contexto histórico sea algo diferente, a las publicaciones
dirigidas a los num erosos lectores de clase m edia y clase m edia baja. La
clase trabajadora y la clase m edia suelen com partir lecturas, y la división
de clases se vuelve m enos clara a m edida que aum enta la circulación. Los
diarios popúlales - a diferencia de lo que se conoce norm alm ente como
diarios “serios”- que están escritos específicam ente para la clase m edia
están influenciados p o r las mismas tendencias culturales que las que afec
tan a los diarios populares dirigidos principalm ente a la clase trabajadora.
Los unos son tan triviales y tan trivializantes com o los otros. Personalm en
te, encuentro los destinados a la clase m edia más desagradables que los
de la clase trabajadora. T ienden a poseer u n a petulancia intelectual, un
chauvinismo y u n esnobismo espiritual, y u n brillo de cóctel que hacen
que su atmósfera se vuelva particularm ente sofocante.
Esta dieta regular, cada vez más extendida, casi sin variaciones,
de sensaciones sin com prom iso probablem ente convierta a quienes la
consum en en personas m enos capaces de reaccionar de form a abierta
y responsable ante los acontecim ientos de la vida y cause una sensación
p ro fu n d a de falta de propósito de la existencia fuera del lim itado abani
co de unos pocos apetitos inm ediatos. Las almas que hayan tenido po
cas oportunidades de abrirse a otros m undos quedarán encerradas en
sí mismas, observando con “extraños y oscuros ojos como ventanas” un
m u n d o que, p o r lo general, es una fantasm agoría de espectáculos pa
sajeros y estímulos vicarios. Si hoy en día no es esta la situación en que
se en cu en tran m uchas más personas de clase trabajadora, eso se debe
principalm ente a la capacidad de resistencia del espíritu hum ano, una
resistencia que surge de la sensación, que no suele explicitarse, de que
hay otras cosas que im portan y deben respetarse.
No obstante, puede resultar útil centrarse aquí en algunos de esos as
pectos de la vida en Inglaterra en los cuales el proceso cultural que he
descrito en los últimos dos capítulos tiene u n im pacto más contundente.
D eberíam os ver en ellos la condición que ya podría haberse alcanzado,
de no ser p o r las resistencias a las que he apuntado repetidam ente. Un
ejem plo claro lo constituyen las lecturas de los jóvenes que se encuen
tran cum pliendo con el servicio militar. D urante dos años, no hacen otra
cosa que aburrirse y contar los días que faltan para volver a sus puestos de
trabajo. Son adolescentes que tienen dinero para gastar. Los han apar
tado del im portante efecto estabilizador de la casa, que perciben sin ser
conscientes de su existencia, de la re d de relaciones familiares y quizá
Quizá lo que m ejor describe la tendencia general en este sentido son los
hábitos de lectura d e los chicos de la rocola, es decir, los que pasan la tarde
escuchando música de u n a m áquina de discos instalada en un pequeño bar
con m ínim a ilum inación. Tam bién hay otros grupos de personas que leen
los libros y las revistas que com ento en este capítulo -algunos hom bres y
mujeres casados, quizás, en particular los que perciben.la vida de casados
como algo desgastado, los “viejos verdes”, o algunos escolares-, pero consi
dero más oportuno referirm e a los que, noche ü'as noche, van a esos bares.
y son los típicos lectores de los diarios populares de estilo más m oderno.
Como en los restaurantes que describí en u n capítulo anterior, en los
pequeños bares suburbanos se advierte a prim era vista, en la m oderna de
coración de dudoso gusto, una llamativa ostentación, una descomposición
estética tan absoluta que, en com paración, la decoración de las salas de
estar de las casas hum ildes donde viven los clientes parece expresar u na
Para algunos de estos jóvenes, no hay lugar ni siquiera para la vida sexual
esporádica de m uchos de sus contem poráneos, pues para ello se reque
riría u n mayor control de la p ropia personalidad y más encuentros con
otras personalidades de lo que son capaces de abarcar.
De la escuela no se han llevado casi nada que los acerque a las realidades
d e la vida adulta tal como se la experim enta después de los 15. La mayoría
d e ellos trabaja en puestos para los que no se necesita demasiado talento
personal, que no son interesantes, ni prom ueven el desarrollo de valores
personales, ni les exigen pon er nada de sí. El trabajo se ejecuta día a día y
fuera de eso todo es diversión, pasarlo bien; tienen tiempo libre y algo de
dinero en el bolsillo. Están atrapados entre los engranajes de la tecnocra
cia y la dem ocracia; la sociedad les da u na libertad casi ilimitada para las
sensaciones, pero les pide poco a cambio: trabajo m anual y u na fracción
d e su cerebro durante cuarenta horas p o r semana. El resto está abierto a
los proveedores de entretenim iento y a su eficiente aparato de produc
ción de masas. Los clubes y los institutos para la juventud y los centros
deportivos no los atraen com o a m uchos de su generación; y por medio
d e los procesos inevitables de la evolución del entretenim iento comercial,
los empresarios se aseguran de que su atractivo peculiar se m antenga y se
fortalezca. Es probable que las responsabilidades de la vida de casados va
yan cam biando gradualm ente a estos jóvenes, que, mientras tanto, no tie
nen otras obligaciones ni m ucho sentido de la responsabilidad hacia ellos
mismos ni hacia otras personas. En cierto sentido desafortunado, son los
nuevos trabajadores; si a partir de la lectura de la más reciente literatura
de entretenim iento de la clase trabajadora uno pudiera imaginar quiénes
son sus lectores ideales, serían precisam ente ellos. Es cierto que, como
ya he sugerido, no son típicos, p ero son las figuras que ciertas poderosas
fuerzas contem poráneas tienden a generar: los siervos domesticados y sin
rum bo de u na clase que vive en un en to rn o mecanizado. Si, en apariencia,
com prenden principalm ente a los m enos inteligentes o provienen de fa
milias sujetas a tensiones especiales, eso se debe probablem ente a la fuerza
¿Qué se espera que lean esos hom bres, adem ás de la prensa diaria, el
periódico del dom ingo y las revistas o diarios más sensacionalistas? La
biblioteca pública no los atrae; tam poco las bibliotecas populares cuya
función principal es acum ular m aterial de ficción en estantes con rótulos
tales com o “Policial”, “Suspenso”, “M isterio”, “V aqueros”, “Románticas”
o “A m or”, y del cual las bibliotecas públicas n u n ca tienen ejemplares su
ficientes. Para descubrir qué consum en estos lectores hay que acercarse
a las'tiendas de textos usados que están presentes en todos los distritos
comerciales que visita la clase trabajadora. La vidriera está abarrotada de
libros en rústica en diversos estados de desintegración, pues las tiendas
ofrecen u n sistema de com praventa (que norm alm ente es caro, pues los
libros nuevos cuestan 2 chelines y cuando cam bian de dueño valen 6 pe
niques). El m aterial puede clasificarse en tres grandes grupos: policiales,
ciencia ficción y novelitas eróticas.
U n día, al estudiar la vidriera de u n a de esas tiendas de segunda mano,
observé las siguientes características de esos tres grupos, aunque las revis
tas no estaban repartidas en secciones, sino que se exhibían en el consi
derable desorden habitual.
POLICIALES
El rasgo saliente de este grupo, dado que la m ayoría de las novelas de
este género proviene de los Estados U nidos y se publica desde que co
m enzaron a alzarse voces contra las revistas que parecían glorificar el
delito, es que “el crim en no paga”. Las publicaciones suelen llevar leyen
das tales com o “Apoyamos la causa que persigue la reducción del delito”.
Ind ep en d ien tem en te de las profesiones de los personajes, el interés está
centrado en el pandillero o en los detectives, que, si bien tienen tem pe
ram ento de pandillero, están del lado de la ley. Los títulos son parecidos
a estos:
2 6 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
El form ato se repite: papel com ún, im presión burda, cubierta ilustrada;
lógicam ente hay m uchos “escritores fantasm a” e intercam bio ele material.
aparece co n stan tem en te en las revistas com o las que nos ocu p an y en
u n a en o rm e can tid ad de periódicos.
En su form a más simple, la publicidad de este tipo apela a la inferio
ridad física, in ten ta persuadir al lector p ara que deje de fum ar y así m e
jo re la vista, la m ente, tenga u n pulso más firme: “A um enta tu estatuía”,
“Increm en ta tu masa m uscular”, “¿Por qué seguir siendo un alfeñique?”,
“Vitalidad energizante para ti”, “Ellos participaron en m i curso y su cuer
po ahora es fuerte y musculoso. T ú tam bién puedes ser uno de ellos”,
asegura u n hom bre con unos m úsculos enorm es.
De ahí a los anuncios de calm antes o los que apelan al com plejo de
inferioridad del lector, hay u n solo paso:
¡n o se pu ed e c r eer !
En prim er lugar, contienen chistes, m uchos ele ellos con dibujos, que
po n e n el acento en las indirectas sexuales obvias, limitadas y de un gusto
algo dudoso. N orm alm ente tam bién traen palabras cruzadas, u n a página
dedicada a los deportes, el horóscopo y cuentos brevísimos. P or la dia-
gram ación y las ilustraciones, los cuentos p u ed en parecer eróticos, pero
en el fondo son tan sosos com o los de las revistas fem eninas más mo
dernas. El n arrad o r suele ser u n joven que está casado desde hace poco,
tiem po o que, a ju zg ar po r la am abilidad con la que trata a las chicas, está
a p u n to de sentar cabeza con u na b u en a m uchacha.
En la actualidad, a veces tam bién aparece u n a fotonovela cuyas pro
tagonistas usan ropa escotada. Además, hay m uchos dibujos de distinto
tam año con chistes debajo. La m ayoría de estas publicaciones tiene la
pretensión de mostrarse inteligente y m oderna, aunque en general el
diseño no es más logrado que el de algunas revistas para toda la fami
lia. H acen u n a declaración de m o d ern id ad y sofisticación gracias a la
colaboración de artistas que cultivan un estilo m oderno. Las páginas no
ostentan, entonces, la línea h ogareña más tranquila de los artistas que di
señaban las revistas antiguas sino la de los ingleses que reciben influencia
de los Estados Unidos, en particular, de A lberto Vargas. Tiene que haber
fotos de m odelos pin-up y, a falta de u n a profusión de fotos en color y de
algunos de los elem entos más caros con los que cuentan las revistas de la
com petencia, la mayoría parece q u erer asegurarse de que sus fotos sean
tan osadas com o sea posible y que las m odelos realm ente parezcan salirse
de la página para llegar al lector.
Todas las revistas son eróticam ente indecorosas, muy atrevidas a sa
biendas, algo lanzadas, al m enos en las ilustraciones. Pero evidentem en
te para verlas así, es necesario su p o n er la existencia de ciertos valores
que están siendo transgredidos. Esas publicaciones tienen poco de au
téntico o excitante; después de todo, p erten ecen al mismo m undo que
las antiguas revistas fem eninas. La objeción principal no es al contenido
erótico sino, com o suele o currir con los nuevos tipos de revistas, a la tri
vialidad: apelan a lo excitante con m ucha facilidad y con un a evidencia
m ínim a y poco genuina.
algunas que se publican en el norte, pero hay otras similares en el sur. Las
revistas de mayor éxito circulan, según tengo entendido, desde Manches-
ter hasta H ull y desde M iddlesbrough hasta N ottingham . Al m enos u na al
canzó las cien mil copias p o r núm ero, lo que significa que tenía no menos
de 330 mil lectores. Esa revista en particular la leían principalm ente los
miembros de la clase trabajadora del noreste urbano de Inglaterra.
La com posición de cada nú m ero de u n a revista de este tipo es muy
simple: u n a n o ta breve sobre deportes, algo sobre cine, u n cuento breví
simo (que p re te n d e ser erótico p ero que en realidad es p u ra espum a) y
unos pocos anuncios (de am uletos de la suerte y artículos p o r el estilo).
El resto del espacio está dedicado a los chistes, im presos sin aditam entos
en doble colum na, y a los dibujos, que ilustran los chistes o están allí por
derecho propio, p o rq u e son sugerentes. No hay demasiadas fotos de m o
delos, quizá -s u p o n g o - p o rq u e serían muy caras. En cam bio, las revistas
tienden a usar para sus ilustraciones más im portantes, las que reem pla
zan a las chicas pin-up de las revistas más sofisticadas, dibujos que parecen
haber sido realizados originalm ente a lápiz, con m ucho som breado, y
luego fotografiados. El resultado es muy parecido a las fotografías de
modelos pin-up. Im agino que los dibujos fotografiados tienen otra venta
ja, y es que el artista, que n orm alm ente em plea el lenguaje de Vargas, se
perm ite resaltar las partes del cuerpo de las chicas que piensa que harán
que la ilustración sea todavía más sugerente que u n a fotografía norm al
de una m odelo pin-up. U na de estas revistas tenía la costum bre de dar
realce a los pezones que se m arcaban bajo el vestido. Del mismo m odo,
los pechos p u e d e n m ostrarse más p rom inentes y separados.
En general, las revistas de este tipo pertenecen al munclo de las postales
más subidas de tono; com parten el mismo tono vulgar y la visión estrecha
de las posibles situaciones que p u ed en ser blanco para el hum or: los tra
seros, la “delantera”, la ropa interioi', los ombligos, los pechos (y, recien
tem ente, los corpiños con relleno, la últim a novedad en todas las revistas
humorísticas en las que el sexo ocupa u n lugar protagónico). Quizá sean
un poco más crudas que las postales. Y digo esto sin aludir a cosas tales
como los pezones resaltados y las curvas generosas. El elem ento más crudo
de estas revistas suele ser el dibujo de las caras de las chicas, en especial
eii las ilustraciones de mayor tam año, cuyas características no he visto en
ninguna postal. La expresión de la cara es de u n a vulgaridad muy direc
ta. No creo estar refiriéndom e a lo que u n espíritu m ucho más generoso
reconocería com o “u n gusto áspero pero m undano, con u n toque chau-
ceriano”. Se trata, en cambio, de u n a vulgaridad de una falsa sofisticación
y una rudeza urb an a deliberada que sólo u n a visión rom ántica absurda
EL NUEVO ARTE DE MASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 6 5
podría confundir con o tra cosa. Pienso que estas revistas retienen a los lec
tores gracias a la sugerencia peculiar de sus fotografías de dibujos y a cierta
calidad reconocible en las caras y los elem entos que m uestran. Abro un
núm ero en u n dibujo a doble página de u n a chica en shorts, con u n escoté
pronunciadísim o, andando en bicicleta en grupo, com o lo hacen tantas
chicas de las ciudades del norte durante los fines de semana. La m uchacha
tiene la inconfundible cara de la que, dentro de u n grupo de jóvenes de
clase trabajadora, “sabe de qué se trata”. En este sentido muy restringido,
en el limitado realismo de la expresión, estas revistas pertenecen a la clase
trabajadora m ucho más que las revistas “picantes” de distribución nacional
y, en esta cuestión, que la prensa p opular m oderna.
Las novelas breves de sexo y violencia se com pran en las tiendas de revis
tas y en algunos quioscos de las estaciones d e tre n .124 N orm alm ente, las
am ontonan todas ju n ta s en u n rincón, debajo de las tiras de aspirinas y
los bolígrafos. Están los diarios, los sem anarios, la pila desordenada de
revistas de artesanías y pasatiem pos, los libros de Penguin y Pelican, y
después, las novelas en las que el sexo es el in g red iente principal; entre
todas, estas publicaciones p in tan un p an o ram a de algunos de los aspec
tos principales d e n uestra cultura. La presencia constante de libros que
giran en torno al sexo indica, según creo, que los p a s te ro s de tren que
“no quieren que los vean e n tra r” en u n a tienda de revistas de segunda
m ano ni se p erm iten llevar ese tipo de libros a la casa p u ed en usar estas
125 Véase tam b ién Serenata (1937). Cain m erece u n a atención literaria mayor
q u e estos au tores que h an recibido su influencia.
2 6 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
“Y luego”, sin duda, ella habrá de sucum bir ante los abrazos de un em
presario teatral inescrupuloso. Pero ese es el final de un capítulo, y cuan
do la reencontram os han pasado seis meses, el m arido está p o r llegar a
la casa y descubrir su infidelidad. Si el autor de una novela com o las de
Laforgue decide ir más allá, escribirá, para antes de los puntos suspen
sivos, u n a escena en la que ella se desnuda: “Corrió el riltimo velo de
m odestia que le q u ed ab a”. Las novelas más m odernas no term inan allí,
EL NUEVO ARTE DE M ASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 7 1
Creo que ella sabía qué m e pasaba m ientras frotaba sus rodillas *
com o se restriega un gato contra el pantalón.
—¿Me lo vas a pedir am ablem ente y m e rogarás que te disculpe
p o r la pelea que tuvimos? —p reg u n tó ella, con u na especie de
ronroneo.
Caramba, parece que algunas dam as no conocen las reglas...
— Oyeme bien. En mi m odo de tratar a las m ujeres no hay lugar
para pedir “p e rd ó n ” o “por favor” — le respondí.
Sonrió y se reclinó aún más, con sus pechos todavía erguidos
después de la contienda. Yo sentía que la sangre me em pezaba
a latir en la cabeza.
’—Aquí tienes, nena. Y nada ele p e rd e r tiem po con juegos pre
vios ni palabritas al oído.
Ella se quedó inmóvil; yo me acerqué y le arranqué el vestido.
Después le quité las enaguas, que se abrieron en dos dando un
chasquido. Creyó que con la resistencia pasiva me derrotaría,
así que perm aneció rígida.
A hora era mi turno, y esta vez había en sus ojos u n a mezcla de
tem or y excitación. Seguía sin moverse, lo que no m e facilitaba
las cosas. Dando u n latigazo en el aire m e quité el cinturón y le
até los brazos a la cabecera ele la cama. La besé con fuerza; ella
m e m ordió hasta que m e brotó sangre de los labios.
Para ese entonces, yo ya me sentía u n anim al salvaje. Ella em itía
quejidos de frenética pasión.
— ¡Suéltame; destrózame! — exclamaba.
Y yo la desti'océ, con ella así, atada.
N unca sé cuándo estoy fuera de peligro; así soy yo. T raté de res
catarla, pero , b u e n o ,,n o lo logré [esto debe ser el equivalente
del llanto con ten id o del malvado cuando oye la voz del niño
huérfano en las novelas victorianas]. Sabía que estaba a punto
de h acer otra pro p u esta absurda.
—Está bien —dije— , hay lugar en el a u to ... y dos no gastan
m ucho'm ás que u n o ... Eso sí, sólo p o r unos d ías...
— [-...] Muy bien. No m e agradezcas. Es m i form a de ser, nada
más. •
Este tipo de relato tiene u n efecto real; p e rc u te los nervios de los lec
tores. P ero el efecto es restringido: a m e d id a q ue se aleja de las situa
ciones que lo m otivan, cae en la b analidad. U n a u to r explica cóm o
disfruta de la “vida a través” de las peleas y los en c u e n tro s sexuales
sobre los que escribe, en térm inos que su g ieren q ue está hablando
2 7 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
En una escena del mismo ten o r de Santuario, Popeye lleva a Tem ple al
burdel de la señorita Reba, para esconderla:
Bebía cerveza, resollando den tro del jarro ; la otra m ano, llena
de anillos con diam antes amarillos grandes com o guijarros, se
perdía entre el lujurioso oleaje de su pecho. [...]
Apenas en traro n en la casa, em pezó a hablarle a Tem ple del
asma que padecía, m ientras subía con dificultad la escalera,
apoyando con fuerza los pies enfundados en pantuflas ele fiel
tro, con u n rosario de m adera en u n a m ano y el ja rro de cerveza
en la otra. Acababa de llegar de la iglesia; tenía puesto un ves
tido de seda negra y u n som brero salvajem ente lleno de flores;
la parte inferior del ja rro estaba aún congelada p o r el frío del
líquido en su interior. Se movía con pesadez, arrastrando pri
m ero un grueso muslo y luego el otro, m ientras los dos perros
le obstaculizaban el paso, y hablaba sin parar p o r encim a del
hom bro con voz áspera, vencida, m aternal.
—Popeye sabía que no podía llevarte a ningún otro sitio salvo a
mi casa. H ace años que se lo vengo diciendo, ¿cuánto hace que te
insisto para que te consigas una chica, cariño? Es lo que yo digo:
un m uchacho no puede vivir sin u na chica más d e... —Jadeando,
se puso a insultar a los perros que jugu eteab an bajo sus pies; se
detenía p ara empujarlos y quitarlos del m edio— . ¡Fuera de acá!
Abajo! —exclamó, blandiendo el rosario. Los perros le mostra
ron los dientes y lanzaron u n ladrido agudo, y ella se apoyó en la
pared destilando un suave arom a a cerveza, con la m ano en el pe
cho, la boca abierta y los ojos fijos en un punto, con una mirada
2 7 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
No resulta sencillo obtener cifras reales de ventas, pero hay inform ación
suficiente para d ar u na idea que se ajusta bastante a la realidad. Los edi
tores se llenan la boca con los núm eros; dicen que de cierto libro han
vendido m edio m illón de ejemplares. Com o este tipo de novelas pasa
de m ano en m ano, entre conocidos o a través de las tiendas de usados,
el total de lectores del libro en cuestión probablem ente n o baje de los
dos millones. O tra editorial asegura h ab er vendido más de trescientos
mil ejem plares de tal otro libro. U n solo autor (o varios que firm an con
el mismo nom bre) ha escrito en seis años más de cincuenta títulos, que
entre todos h an vendido cerca de diez millones de ejemplares. De las
novelas de u n determ inado escritor se vendieron más de seis m illones en
tres años. O tro autor vendió cerca de cien mil ejemplares de cada uno de
sus libros y, según se com enta, term ina u n o cada cinco semanas, con lo
cual vende en total u n m illón de ejem plares p o r año. Y existen m uchos
autores y editoriales de este tipo.
278 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
U na novela de rufianes típica tam bién suele term inar con el narrador
que deja atrás el cadáver de su amada:
Si bien en los dos libros el vacío del final tiene que ver con la m uerte,
simboliza tam bién un vacío mayor, más om nipresente. De hecho, las chi
cas son tan im portantes p o rq u é p arecen hab er sido lo único significativo
en u n m u ndo que no propo rcio n a sino desencanto. Las semejanzas en
el tono son sorprendentes en la m ayoría de los casos. D ebería añadir,
quizá, que los efectos de estos dos pasajes finales no son tan similares
com o pareciera en la com paración que realizo aquí. Los determ ina todo
lo que h a ocurrido en el transcurso de cada novela. Las semejanzas son
reveladoras, pero el m undo de Hemingway, evidentem ente, es mucho
más m aduro que el de los autores de novelas de rufianes.
128 Pienso que existen sem ejanzas con cierta litera tu ra francesa contem poránea,
en especial con aquellas novelas cuyo protagonista, un hom bre de clase
m edia desclasado, elige u n a vida de acción violenta y sin propósito.
129 E rn est Hemingway, Adiós a las armas, 1929, capítulo 41.
2 8 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS
Como puede verse, no estoy sugiriendo q-ue estas actitudes sean nue
vas. De hecho, m uchas de las frases utilizadas están vigentes desde hace
siglos. ‘Ya estoy a bordo, Jack, sube la escalera” es u n a frase com ún desde
hace al m enos m edio siglo; y wide boy, en el sentido de un pequeño esta
fador o vividor, tiene u n p rim er uso registrado en 1887 .131
Lo que quiero decir es que el uso de esas frases se ha extendido en los
últim os años, com o u n a arm adura protectora contra u n m undo que 'es
en gran m edida sospechoso, pese a los avances evidentes; un a arm adura
detrás de la cual quienes la usan se caracterizan p o r la confusióñ an tes'
que p o r la autocom placencia. D onde las raíces dom ésticas o personales
son débiles o h an sido arrancadas p o r la fuerza, esas actitudes pueden
llevar fácilm ente a u n clim a de “estafa” moral.
En mi opinión, esas actitudes todavía se em plean en la actualidad para
el contacto con el m u n d o exterior, con aquellos que no form an parte
del “nosotros”. U na vez más, volvemos a la doble m irada. La dificultad
para “conectar” aum enta; en u na época en la que tanto se espera de los
hom bres com o ciudadanos, los m anantiales que d eben n u trir esa esfera
de sü vida están infectados desde su nacim iento. “El hom bre-m asa”, dice
O rtega y Gasset, “carece sim plem ente de m oral”. Sin em bargo, eso es
cierto sólo cuando se aplica al “hom bre-m asa” en cuanto hombre-masa,
en cuanto “h om bre co m ú n ”; no se aplica al ho m bre como individuo,
quien vive u n a vida que tiene algún sentido reconocible para él. Y que
continúa deseando establecer conexiones entre los dos tipos de vida. Así,
el m iem bro de u n equipo de la BBC que aporta e n un debate sobre “las
dificultades del p resen te” (una vez que h a n hablado los especialistas en
política y econom ía) la idea de que lo que se necesita es un “cambio de
actitud” se en cu en tra con un caluroso aplauso espontáneo del público.
H a tocado la fibra sum ergida del anhelo de reglas de conducta “claras y
sencillas”, vinculadas con el espíritu religioso, y aplicables tanto a la vida
pública com o al ám bito privado.
Sin em bargo, com o todos sabemos, es frecuente encontrarse con la
creencia de que en público “todo vale” (a veces reforzada por una espe
cie de deseo de rev ancha); el concepto según el cual los individuos se
perm iten algún engaño en su trato con el m u n d o exterior, mientras que
en el ám bito local son gente honesta; la tradición de “velar por la propia
g e n te ”, que a m e n u d o im plica e n g a ñ a r a los que no p e rte n ec en al
círcu lo ín tim o, a aquellos p a ra los q ue se trabaja, para m ostrar lealtad
132 A. P. Ryan coincide con mi cronología d el cam bio en térm inos generales.
S egún sus datos, la expresión "No se p u e d e cre e r todo lo q u e se publica en
los p erió d ico s” se volvió habitual a partir d e la P rim era G u e rra M undial ( Lord
Norlhclijfa, p. 140).
RESORTES DESTEMPLADOS: N O T A SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TEN SIÓN 2 8 5
sem ejante bom bardeo, se sentiría tan acosado com o u n único botones
en un gran hotel. No se deja en g añ ar dem asiado; tiene algo de concien
cia respecto de lo que le cuesta ju zg ar y actuar en consecuencia, y una
conciencia bastante más aguda de que los mensajes se dirigen a él, de
que p reten d en “hacerle el c u en to ”. H a sospechado de las “palabras bo
nitas” duran te m uchas generaciones. H a visto lo que se esconde detrás
de m uchas de las formas de apelar a él y está siem pre en guardia contra
quienes p reten d en “engatusarlo”.
Hoy en día, el “hom bre co m ú n ” se ve salpicado p o r las incesantes vo
ces que llegan desde fuera, invitado todo el tiem po a sentir esto, aquello
y lo de más allá, a reaccionar frente a esto otro, a h acer esto, a creer en
aquello; y, com o respuesta, retrocede, a m en u d o decide no sentir nin
guna de esas cosas, ni los horro res ni las glorias. Se im perm eabiliza ante
todo eso. Crea u n a pátina de resistencia, u n a piel gruesa y elástica que
lo protege de prestar atención. C uando las voces, en especial las ele la
prensa, realm ente tienen algo im portante que decirle, él responde con
la sonrisa de siem pre y sigue leyendo las historietas. Le han dicho que ve
nía el lobo demasiadas veces. Confía en el servicio de noticias de la BBC,
au nque sospecha de él p o r ser, en últim a instancia, la voz de la burocra
cia, y está convencido de que, sea com o sea, es aburrido. Con respecto a
los periódicos, la reacción es u n cinismo m oderado y tranquilo:
“T o d o es hacer d in ero .”
“T o d o es dineí'o, dinero y más d in ero .”
“T o d o el m undo busca su pro p io beneficio.”
“De lo que se trata es de hacer d in ero .”
“A la larga, cada uno cuida su p ropia quintita.”
“Cada u n o amasa su fo rtu n a.”
“En el fondo, lo único que im p o rta es el d in e ro /la econom ía.”
“Todos están en el tongo.”
RESORTES DESTEMPLADOS! NOTA SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TENSIÓN 2 8 7
Si escuchamos hablar a trabajadores y decir estas frases día tras día, podría
mos llegar a la conclusión de que su cinismo es absoluto. No obstante, el
discurso es en parte formulaico o simbólico; indica que quienes usan esas
expresiones distinguen la paja del trigo, que no se hacen ilusiones respec
to de la verdadera naturaleza del m undo de la industria.
Lo mismo ocurre con las actitudes respecto de la esfera pública u ofi
cial de la vida. O con el alegre cinismo respecto de la iglesia al que me
referí en u n capítulo an terior (“B uen trabajo si uno se lo puede conse
guir”; “Increíble p o r lo que te pagan hoy en d ía”). Algo análogo sucede
con las actitudes hacia la política y los políticos, aunque aquí hay una
veta más mordaz. En general se cree que los políticos:
En esta sección haré foco en la im agen del hom bre ordinario pero hon
rado, acosado y equipado con u n a coraza desconcertante de actitudes y
lugares com unes muy poco estim ulantes. ¿Será posible hacerlo evocando
una persona que, al m enos en este aspecto, representa a m uchos otros,
un hom bre de su tiempo? El conscripto al que m e referí anteriorm ente
no nos servirá aquí de ejem plo, pues su condición suele ser en parte
RESO RTES D ESTEM PL A D O S-. N O TA SOBRE U N E S C E PT IC ISM O SIN T E N SIÓ N 2 Q 1
tem poraria; tam poco serviría u n técnico m en o r sin raíces, form ado en
algún instituto tecnológico para ser útil a la era tecnocrática; algunas de
sus actitudes son producto de una form a particular de no pertenencia a
ningún ord en social tradicional. En cambio, elegiré a un trabajador ca
lificado, plom ero o pintor, o un hom bre que arregla electrodomésticos:
uno de esos tipos que exasperan a las amas de casa de clase m edia por
su falta de interés en el trabajo que han venido a hacer; u n hom bre que
avanza en sus tareas p ero no m uestra entusiasm o p o r ellas, y que proba
blem ente deja todo sucio cuando term ina.
Quizá con esa actitud el hom bre reacciona ante la situación con más
m adurez de la que se advierte a prim era vista. Sabe hacer su trabajo y no
necesita esforzarse dem asiado; no precisa más conocim ientos que los que
ha ido adquiriendo con la práctica. Después de un tiem po, es lógico que
pierda el interés; hace las mismas diez o doce tareas casi todos los días.
Va de casa en casa, siguiendo la lista que le pasó la secretaría del local
para el que trabaja. Esbozaría u n a sonrisa si le hablaran de “servicio a la
com unidad”: “Sí, pero no es gran cosa”, diría. Trabaja para una pequeña
em presa p o r u n salario fijo, con pequeñas variaciones según un sistema
de bonificaciones. La em presa está a cargo de dos hom bres y tiene cuatro
empleados: él, otros dos técnicos y una secretaria que lleva adelante el
local. Sabe que los jefes “sacan tajada”; sabe que él negocio les deja más
que a él, y casi sin riesgos; sabe que tienen m uchas preocupaciones y no
son más felices que él. En lo que a él respecta, no le interesa tener una
vida tan llena de preocupaciones, ni siquiera p o r el d inero extra; tam po
co le gustaría ten er más responsabilidades. Lo único que quiere es tener
algo de dinero para darse los gustos. Podría ganar más, com o algunos
de sus colegas, si se “m atara” trabajando p o r su cuenta y en negro por
la noche y los fines de sem ana. Pero, “¿qué saco de eso?”, se pregunta.
“U na vida así no tiene gracia”. No es ambicioso, pero tam poco tiene ojo
para ver las oportunidades. No responde a los m ensajes dirigidos a quien
quiere progresar en la vida y sospecha de casi tocios los otros mensajes.
P or supuesto, tam bién hay hom bres irresponsables y vagos que tra
bajan mal a causa de esa indolencia rayana en lo dañino, que se tom an
revancha así y dejando todo hecho u n desastre. Pero nuestro trabajador
no es vago ni tonto p o r naturaleza; si hubiera nacido en u na familia de
clase m edia, habría sido, con su capacidad natural, u n com erciante o un
profesional autónom o cuando m enos correcto. No está am argado y to
davía le produce orgullo h acer “un trabajo aceptable”. El adjetivo indica
que el trabajo no es u n a obra m aestra (eso lo reserva para lo que hace
en su casa o para algún pasatiem po) pero tam poco es una chapucería. Y
2 9 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
Es posible que esta actitud sea más com ún en tre la g eneración de m enos
de treinta que en los más grandes, pues estos últim os recu erd an los años
treinta y la guerra, el sacrificio, la cooperación, la ayuda en tre vecinos.
Las dos décadas siguientes no h a n dado m argen para el redescubrim ien
to de esos valores.
N aturalm ente, cada clase tiene sus propios modismos, dado que toco
aquí una fibra presente en todas las capas de la sociedad y en u na gran
cantidad de complejas formas. U na de las versiones de clase m edia más
elaboradas de “Me las sé todas” es ‘Yo soy realista, q u erido”. Tam bién está
el equivalente de clase m edia del “tipo alegre”, el que es “ajito de .toda
salsa”, el que “se p rende en todas” cuando hay recom pensa, el “buen tipo”
¿que “está ad en tro ”, y así hasta los representantes del “perfil acosador” del
poem a de A uden (“Obsérvalo, cualquier día, en sus poses despreocupa
d a s ”): seguro de sí mismo, con sus pequeños gestos delatores. Todos ellos
com parten los rasgos de u n a cultura, desde el hom bre que hace lo que
pued e vendiendo p u erta a puerta linóleo de mala calidad en barrios de
clase trabajadora hasta la m ultitud de corredores y “prom otores” m enti
rosos y los grandes especuladores.
Está la danza social elaborada y dolorosa de quienes viven, en cualquier
nivel, de vender en público su personalidad. De noche, cuando no están
trabajando, frecuentan bares sobre todo de hom bres, con un aspecto com
puesto p o r u n a mezcla de elem entos del cínico blindado y el niño per
dido. Para ilustrarlo, se me ocurre u n ejem plo de clase m edia baja. Para
vestirse, el hom bre elige u n estilo deportivo, con algunos toques de caba
llero de ciudad, que evoca el atuendo de un gallardo capitán de artillería
sin uniforme o el de un person^ye ele un cuento de Somerset Maugham.
T rata de entablar una conversación refinada con la camarera, le ofrece
u n a ginebra con verm ut o un oporto con lim ón e intenta dejar atrás la
cacería de comisiones de ventas a la que se dedica durante el día. Se lo ve
enérgico y bien afeitado, con un bigote finito que parece dibujado con un
lápiz; sus modales son los de “cómo ganar amigos y tener influencia en
las personas”, al m enos durante el día. Su sonrisa prefabricada no abar
ca la mirada. Cuando está en el bar, habla con frases interrum pidas por
risas sinceras que retum ban en el recinto, con las que rocía a quienes lo
acom pañan para hacerlos participar. Para reforzar sus palabras utiliza una
dosis de palmaditas en sus propios muslos y e n los hom bros de los demás.
Tam bién hay una buena proporción de movimientos de cabeza, guiños,
insinuaciones, jerg a de bar y vocabulario técnico del m undo comercial en
p eq ueña escala al que pertenece. Cuando se le cae la máscara, es posible
en ten d er p o r qué no le gusta el silencio, ni e n su entorno ni en sí mismo;
debajo, los ojos suplican y los labios apretados m uestran infelicidad.
El rebaño que se form a en los bares es lo más cercano al sentido de
p ertenencia a un grupo que experim enta este tipo de gente. Puede servir
para dar ánim o a los vendedores callejeros, los am bulantes y los más prós
peros q ue tienen gom ina en las orejas, un vago olor a perfum e y un aire
d e complicados tratos de com praventa de fabulosos enseres. Ante u na mi
rada superficial, rodeados del esplendor aparente de jóvenes de parran
da, p u ed en parecer los descendientes directos de los dandis eduardianos.
Y lo son, pero los tiempos han cambiado; el suelo que pisan se tambalea.
Los bares proporcionan alivio, porque allí n o hay que adoptar las poses
RESORTES DESTEMPLADOS: NOTA SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TENSIÓN 2 Q 5
Los discursos de los moralistas están muy bien [...] pero [...]
pasar de. la escuela a la m aldita g uerra no era precisam ente lo
que tenía en m ente. La m itad del tiem po, m uerto de miedo;
la o tra m itad, aburridísim o, sin n ad a que hacer más que ir a la
cam a con u n a m uchacha bonita. Luego, otra vez a la vida civil,
in ten tan d o ven d er estas m áquinas y cam inando quince kilóme
tros p o r día p ara que unas m ujeres gordas me cierren la puerta
en la cara .135
EL ALUMNO BECADO
156 Sobre las dificultades del e n to rn o fam iliar, véase M inisterio de E ducación,
Early Leaving, p p . 19 y 36.
RESORTES DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 O I
137 Sobre el aislam iento de los niños becados de clase trab ajadora, id., p. 32,
138 Véase m ás ad elante “R esum en de las tendencias actuales de la cultura de
m asas” y la publicación de Political an d E conom ic P lan n in g , “B ackground of
th e University S tu d en t”, Planning, vol. XX, n° 373, 8 d e noviem bre de 1954,
sobre el au m en to de estudiantes de la clase trab ajad o ra en las universidades.
3 0 2 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
n a una atm ósfera íntim a, acogedora y gentil. Con un oído, el joven escu
c h a a las m ujeres hablar de sus preocupaciones, penurias y esperanzas, y
a veces les cuenta cóm o le va en la escuela o qué dijo el maestro. Quienes
lo rodean suelen ser comprensivos con él au n q u e no lo com prendan; él
sabe que los demás no entienden, pero aun así los hace participar de. sus
cosas: le gustaría p o d e r u n ir los dos m undos.
En la descripción simplifico dem asiado y hago hincapié en la ruptu
ra; en cada caso hab rá distintos matices. Pero al exponer el aislamiento
e n su form a más extrem a, ofrezco un resum en de las situaciones más
com unes. Ese chico se en cu en tra entre dos m undos, el de la escuela y
el de la casa, que tienen pocos puntos en com ún. U na vez que ingresa a
la escuela secundaria, aprende p ro n to a h acer uso de un par de acentos
diferentes, e incluso in terp reta dos personajes y m antiene dos sistemas
d e valores. Pensem os, p o r ejem plo, en el m aterial de lectura: en su casa
hay un m o n tó n de revistas que él tam bién lee pero que jam ás m enciona
e n el colegio y que parecen no p erten ecer al m undo en el que ha ingre
sado desde que cu rsa el bachillerato; en la escuela se leen y se com entan
libros que jam ás m enciona frente a su familia. C uando lleva esos libros a
su casa, n o los p o n e ju n to con los que leen sus familiares, que, p o r otra
p arte, a veces ni siquiera existen o son muy pocos; los que trae del cole
gio parecen herram ientas de otro campo.
Es probable que el joven, en especial hoy en día, logre evitar las peo
res dificultades inm ediatas: el estigm a de la ropa barata, de no p oder
costearse las excursiones organizadas p o r el colegio, de los padres que
van a la representación teatral de la escuela y cuyo aspecto de personas
trabajadoras lo avergüenza. Pero com o estudiante de bachillerato, está
ansioso p o r hacer las cosas bien, p o r ser aceptado, p o r llam ar la aten
ción debido a su inteligencia, com o ocurría en la escuela prim aria. La
inteligencia es la m o n ed a de cam bio que le h a valido para pagarse el
trayecto elegido y, a m edida que pasa el tiem po, es la m oneda que cobra
más im portancia. T iende a sobreestim ar a sus m aestros, pues son los que
atienden las ventanillas del nuevo m u n d o dónele la m oneda corriente es
la inteligencia. En su m undo familiar, el p ad re sigue siendo el padre; en
el otro, el padre casi no tiene cabida, de m odo que tiende a colocar al
m aestro en ese lugar.
Así, au n q u e la familia lo presione muy poco, probablem ente él se exija
más de lo necesario. H asta d o n d e le alcanza la vista, ve la vida como una
sucesión de saltos con vallas en los que estas últimas son las becas que
se obtienen apren d ien d o a acum ular y adm inistrar la nueva m oneda.
T iende a darles a los exám enes m ayor im portancia de la que tienen y a
RESORTES DESTEMPLADOS! N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 0 3
Y más adelante:
las. Sería más feliz si fuera capaz de reconocer sus propias limitaciones,
si aprendiera a no sobrestim ar sus posibilidades, si se resignara no tanto
a ser “to n to ” sino a lo que en realidad es: u n a persona m oderadam en
te talentosa, Pero sus orígenes, su ethos y probablem ente sus cualidades
naturales no le facilitan esa revelación, y entonces no deja de sentirse
hostigado p o r “la discrepancia en tre la altura de sus pretensiones y la
bajeza de sus actos ”.148
Está claro que los cursos para m ejorar capacidades intelectuales y cultu
rales que analizaré en esta sección no están dirigidos sólo a los “becarios.”
que acabo de describir. Presum iblem ente están diseñados para atraer al
mayor nú m ero posible de personas que, p o r distintos motivos y circuns
tancias, piensan que les falta algo y esperan que u n a mayor capacitación
com pense esa deficiencia. Hay m uchos que buscan cultivarse sin esperar
más de lo que la educación puede d ar y q ue asocian su propósito con las
realidades de la vida social y personal, p ero a esas personas me referiré
en el próxim o capítulo.
El abanico de com pensaciones intelectuales es amplio y variado, y no
creo que en esta sección pueda evitar m overm e entre datos de distintos
niveles culturales. Péro en las incertidum bres y aspiraciones que descri
bo, los tipos de personalidades a las que hago referencia parecen fusio
narse. En el grado más elem ental están los anuncios que no se alejan de
masiado de aquellos qúe apelan a u n vago recurso psicológico y que he
ejemplificado en capítulos anteriores. En el otro extrem o, se encuentran
los productos dirigidos a quienes p re te n d en ubicarse a la vanguardia de
la escena cultural. E ntre ambos hay, por ejem plo, anuncios que parecen
no ten er casi n in g u n a relación con el deseo de adquirir cultura pero sí
148 W. T ro tter, InsLvncts of llieHerd in Peace and War, L ondres, T. Fisher Unwin,
1923, p. 67.
RESORTES D ESTEM PLA DO S: NO TA SO B R E LOS DESARRAIGADOS g i l
¿Eres c o r t o p a r a h a b l a r ?
¿Te g u s t a r í a h a b l a r c o m o l o s q u e s a b e n ?
Las m ejores recom pensas de la vida p u ed en ser tuyas aunque
no hayas tenido la suerte de ir a la Universidad.
PALABRAS - PALABRAS - PALABRAS
La Prosperidad y el R econocim iento d e p e n d e n de tu d o m in io
Tam bién hay varias versiones elem entales del tesauro de Roget, que av e
ces se publican en u n form ato sencillo, quizá parecido al de u n libro de
predicciones o u n diagram a sobre “Cómo cuidar el ja rd ín cada sem ana
del a ñ o ”; así, si uno busca un p a r de sinónim os p ara la palabra “herm o
so”, basta con seguir dos o tres pasos y ahí aparece el térm ino deseado.
El Diagrama Universal del Vocabulario:
149 P o r si esas p ro p o rcio n es no c o rre sp o n d ieran a u n a sem ana típica, tam bién
estudié la página de anuncios de la m ism a publicación de la sem ana en
q u e revisé el p re se n te capítulo: tres colum nas y un cuarto, con siete avisos,
o cu padas con publicidades del tipo descrito. Los tres cuartos restantes, con
d o s anuncios qu e se en c u e n tra n en el lím ite.
RESORTES DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 1 5
Hay algo de verdad en ello, pero es dem asiado duro, inflexible; más ade
cuado sería pensar: “Q ué patético”, de no ser p o rq u e al pronunciar la
frase queda en evidencia u n a condescendencia injustificable. Las perso
nas así suelen ser muy intensas, es verdad. Sus ansias p o r acum ular cul
tu ra a veces van acom pañadas de u n aire de severidad y falta de hum or,
p ero nadie es tan severo com o sugieren los publicistas populares cuando
se m ofan del afán de superación personal. Sin em bargo, esa actitud m e
rece respeto; en u n a época en que es tan fácil caer en u n a arrogante falta
de cultura, algunos conservan un am or idealista p o r “las cuestiones del
intelecto”. Detrás de las expresiones m enos felices de esa actitud suele
h ab er cierto idealism o o, m ejor dicho, u n a nostalgia p o r los ideales. Ese
tipo de personas se apoya con tanta fe en la cultura precisam ente poi que
la sobrevalora e incluso porque ve en ella u n sustituto de la creencia
religiosa, que ya no considera u n a opción viable. La religión le genera
desconfianza, lo mismo que el dinero y la “clase”. La cultura es u n signo
de bondad desinteresada, de la inteligencia y la im aginación em pleadas
p ara alcanzar la libertad y el equilibrio. Detrás ele las raras m aneras que
tiene de esforzarse, está el anhelo de la supuesta libertad, del pocler, del
control de sí mismo que tiene el hom bre “realm ente culto”. Q uizá se tra
te de u n a falsa ilusión, pues espera más de la cultura de lo que esta puede
dar, pero es u n a ilusión que bien vale la p en a tener.
La fuerza interior, que A rnold no define, nunca sonó dem asiado convin
cente, p ero la cita contiene u n a verdad im portante que sigue teniendo
vigencia aú n hoy. Algunos “extraños” de este siglo se sum aron en los
años treinta al P artido C om unista o a la U nión por la Paz o al Círculo
de L ectores de Izquierda o al Movimiento C om unitario o al Partido de
Crédito Social. P or lo general, iban en pos de una m eta, algo que es
m ás difícil de e n c o n tra r en los años cincuenta, aunque la voluntad sea
la misma. D esean “h acer algo” pero se sienten frustrados por la diver
sidad y la m agnitud de los problem as que, según perciben, acechan a
su alrededor; p o r la sensación de que, aunqúe la expectativa parece ser
que tengan conocim iento de m uchas cosas y d en opiniones sobre temas
que deben p reo cu p ar a todo b uen ciudadano dem ocrático, no hay nada
que pu ed an h acer p ara solucionar ninguno de los problem as sobre los
que em iten juicios. En ju d e el Oscuro, H ardy clice de Ju d e que “Salvo su
alma, nada lo guía”, pero la luz del alma de los Ju d e actuales es pálida
y titilante, pues las dudas que albergan respecto de su p ropia capacidad
para tom ar decisiones firmes los vuelven inseguros. El mismo efecto tie
ne la m ultitud de voces contradictorias, todas bien inform adas, seguras
y persuasivas, las voces que dicen “Sí, pero todo depende ” o “Esos son
sólo datos estadísticos y no se puede confiar e n las estadísticas” o “Es
nada más que lenguaje eimotivo”. Los intim ida la extrem a dificultad p ara
. decidir cuáles son las acciones m oralm ente correctas. Y lo p eo r de todo
RESISTENCIA
158 En 1861 había m ás de mil institutos en Inglaterra, que acogían a unos 200 000
alum nos.
159 Las cifras de ventas están tom adas de David T h o m p so n , England in llie
Nineleenlh Cenlury, 1815-1914.
160 L a colección lleva vendidos más de tres m illones de ejem plares. E ntiendo
q u e hay u n a d e m a n d a cada vez m ayor de este tipo de libros en las colonias
británicas q u e p ro p u g n a n el autogobierno.
161 En 1952, en G ran B retaña, alre d e d o r de u n o d e cada 45 m iem bros de la
p oblación asistía a algún tipo de curso no o cu p acio n al (no necesariam ente
d e m aterias d e las llam adas “liberales”) (E studio de Derby, pp. 34-37).
162 Cifras tom adas de The Organisalion andFinance o f A dull Educalion (“Inform e
Ashby”), p. 14 (rep ro d u cid as con perm iso d e la editorial).
326 LA C U LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
163 Se m e o cu rre n dos ejem plos recientes para ilustrarlo: a) no hace m ucho se
negó a u n estudiante de la Asociación de E ducación p ara los T rabajadores
la concesión de un peq u eñ o estipendio p ara estu d ia r litera tu ra en un curso
d e verano p o rq u e la com isión educativa del sindicato co rresp o n d ien te
consideró que el tem a no era relevante p ara los intereses sindicales; b) la
p ro p u e sta de u n curso de filosofía p ara estibadores q u e había d espertado
interés e n tre los posibles alum nos de la zona fue rechazada p o r el organism o
co rre sp o n d ien te con sede en L ondres p o rq u e “el tem a no será de ayuda para
los estibadores”.
C O N C L U SIÓ N 3 2 7
da de alim entos más nutritivos son u na am enaza tácita para los propios
com unicadores. El estudiante curioso y concienzudo de clase trabajado
ra es u na presa fácil: las personas que insisten en adquirir conocim iento
contra viento y m area (ya se trate de adversidades materiales o contrarie
dades m enos tangibles) pu ed en parecer aburridas y dem asiado preocu
padas. En m i opinión, nunca está de más destacar la im portancia de este
tipo ele personas para la sociedad, personas dispuestas a dedicarse al es
tudio, m uchas veces luego de toda una jo rn a d a de trabajo y en condicio
nes inapropiadas, inspiradas por la idea (a veces disfrazada de otra cosa)
del p o d er y la virtud del conocim iento.
Es u n a v erdadera pena, entonces, que se ofrezca tan poco del tipo
de m aterial que necesitan esas personas. Lo que quiero decir con esto
es que se necesitan más periódicos que no sean populares en ninguno
de los sentidos de la p o pularidad analizados; que sean, en cam bio, in
teligentes y profundos, y que sin em bargo p artan de u n a base que a los
lectores les resulte familiar. El tem a es com plejo y, si lo traigo a colación
aquí, es p o rq u e g u ard a relación directa con m uchos de los temas tra
tados. La “m in o ría con conciencia social” que va en busca de cultura y
bagaje intelectual hoy acaba leyendo periódicos que tienen los mismos
defectos que los cientos de publicaciones populares, aunque adoptan
otras form as, a veces más sutiles (uso espurio del concepto de “libertad”,
“opiniones” sobre todo en lugar de “fragm entación”, un a especie de ci
nism o que ad o p ta la form a de u n a cierta “com plicidad”); o diarios que
satisfacen los deseos de quienes están ávidos p o r consum ir los productos
culturales de m oda, equivalente cultural del interés p o r la vestim enta al
que responden las revistas de m oda más elegantes; o publicaciones cuyo
tono es dem asiado oblicuo pai'a todos, salvo p ara una pequ eñ a fracción
de lectores. U na cierta cantidad de lecturas “prestigiosas” de periódicos
serios es, p o r u n lado, inevitable y, p o r el otro, no es algo para lam en
tar autom áticam ente: p u ed e ser u n escalón en la escalera que lleve a
una lectura con discernim iento. Si se da en exceso, sin em bargo, como
creo que o curre en la actualidad, es probable que alguna necesidad esté
q u ed an d o sin cubrir, que se esté desperdiciando una oportunidad va
liosa. Me p reg u n to en qué m edida esta carencia es p roducto de la falta
de com prensión de la situación de la m in o ría intelectual dentro de la
gente com ún; hasta qué p u n to m uchos de quienes se dedican a la difu
sión de ideas co m p ren d en la urgencia y la utilidad de las necesidades
de esa m inoría que recu rre a ellos en busca de ayuda. In ten tar resolver
este p roblem a p u e d e llevar a m uchas posturas equivocadas; 110 es fácil
en co n trar u n a plataform a aceptable sin caer en ocasiones en la moji
3 2 8 LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
164 Hay alg u n o s datos alentadores: p o r ejem plo, m uchas de las características de
The Lislener, o el h ech o de que varios de los sem anarios y diarios dom inicales
d e calidad aceptable ten g an u n o o dos redactores cuyo en fo q u e es de un a
ad m irab le p e rtin en cia p ara las necesidades q u e he descrito, o algunos
p ro g ram as de radio y televisión sobre tem as sociales o políticos.
CONCLUSIÓN 3 2 9
necientes a unos mil clubes, que habitualm ente tienen su secle en el pub
de la zona. Los m iem bros pagan u n a cuota anual de alrededor de 1 libra,
más 1 chelín p o r cada palom a que llevan a concurso. Son los dueños de
las palomas m ensajeras que los guardias ferroviarios liberan al final de
los andenes los sábados; con la gorra puesta, u n ojo apuntando al cielo
y u n cronóm etro en la m ano, esperan que sus aves vuelvan dulcem ente
al anochecer.
Gran parte de lo dicho aquí puede tom arse com o indicio no de respues
tas positivas sino de m era resistencia. Sin em bargo, tam bién hay una
sorpren d en te cantidad y variedad de actividades com unitarias entre los
jóvenes, organizadas p o r grupos que van más allá de la banda de la esqui
na: clubes y asociaciones de jóvenes, asociaciones cristianas de m ucha
chos o de chicas, centros com unitarios, centros deportivos y sociedades
de adeptos a u n d eterm inado pasatiem po, clubes de fútbol, rugby o cric
ket (algunos de ellos barriales, sin apoyo oficial) y divisiones locales de
estos y otros deportes. M uchas de esas actividades están financiadas por
“ellos”, pero no sobrevivirían si no despertaran u n entusiasm o intenso
y genuino en la clase trabajadora. A ellas podem os sum ar otras que no
cuentan con apoyo oficial, com o las excursiones en autobús, ejem plo no
table de adaptación espontánea a la vida en la ciudad. O podem os pen
sar en la form a en que la clase trabajadora de la ciudad utiliza los baños
públicos. Basta con ir después de las cuatro de la tarde durante el año
escolar o u n sábado. H uelen a p roductos quím icos, son trem endam ente
angulosos y resbaladizos, y en los bordes se observa u n a cierta suciedad.
Pero fen ellos resuena el bullicio de los niños de la clase trabajadora, que
se em pujan y se zam bullen, y están azules ele frío p o rque casi todos ellos
se quedan dem asiado tiempo.
Tam bién está la gran p o pularidad de la que todavía gozan las excur
siones al cam po, en especial d u ran te los festivales de primavera. En la
década de 1930, la actividad favorita era el excursionism o, que, si bien en
mi opinión era más característico de la clase meclia baja, tam bién atraía
a los trabajadores, que exploraban los valles, las colinas y las llanuras,
p o r suerte n o tan alejados de los centros urbanos en los que habitaban.
Si las cam inatas no son del tocio típicas de la clase trabajadora, sí lo son
(algunos detalles están tom ados de E dgar Ainsw orth, “T h e W inged Fancy”,
Pidiere Pos!, 21 de noviem bre de 1953).
3 3 4 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
las form as positivas en las que ha reaccionado ante cada nuevo reto, se
advierte u n a vez más que no se trata de m era resistencia sino de una for
taleza positiva. Lo adm irable no es todo lo que queda, sino tocio lo que
nace con cada nueva generación.
Especialm ente d u ran te las últimas décadas, ha aum entado de form a no
table el consum o de m uchos productos destinados al entretenim iento ;11’9
dicho aum ento es absoluto y no sólo proporcional al crecim iento de la
población. En parte era inevitable, dados él aum ento de la capacidad
técnica para proveer en tretenim iento en gran escala y la mayor disponi
bilidad de dinero en una gran parte de la población. El aum ento en sí
169 En el país, en 1952, la asistencia prom edio al cine para la población en .su
c o n ju n to era de 27 veces, un prom edio m ayor que el de los Estados Unidos.
El gasto en cine en el m ism o añ o fue de a lred ed o r de 3 chelines p o r sem ana
p o r cada fam ilia del país. En la actualidad hay u nos 4600 cines en Gran
B retaña. El g rupo que va al cine con más frecuencia es el com puesto por
m iem bros de la clase trabajadora de en tre 16 y 24 años (véase Estudio de
Derby, pp. 121-123).
3 3 6 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
no tiene p o r qué ser condenable; había espacio para que ocurriera. Sin
em bargo, en cierta m edida, sus proporciones parecen estar determ ina
das no p o r la satisfacción de necesidades que no estaban cubiertas sino
p o r los más influyentes ejercicios de persuasión de quienes ofrecen el
entretenim iento.
Así, en el últim o siglo, la cantidad total de publicaciones de todo tipo
en G ran B retaña h a pasado de unas m il a unas cinco m il .170 Desde luego,
era ele esperar que h u b iera u n aum ento significativo en u n siglo en el
que u n a nación con m uchos habitantes atravesó procesos de alfabetiza
ción e industrialización. Sin em bargo, la m ayor parte de ese crecim iento
se debe al aum ento relativam ente reciente de la cantidad de periódicos y
revistas. Para acotar el cam bio a u n a de las últim as décadas: la tirada total
de los diarios nacionales y provinciales se increm entó en un 50% entre
1937 y 1947.171 En el mism o p eríodo, la tirada de los diarios del dom ingo
casi se duplicó. En 1938, las revistas y los periódicos alcanzaban u n a tira
da de alred ed o r de 26 millones de ejem plares; en 1952 debía de habei;
más de 40 m illones .172 E ntre 1947 y 1952, los periódicos m atutinos de
circulación nacional elevaron su tirada en m edio millón de ejem plares y
los dom inicales, en dos m illones y m ed io .173 Hoy en día se im prim en dos
ejem plares de periódicos p o r cada h ogar en el país .174 De acuerdo con el
Estudio ele H uí ton de 1953, parece ser que dos de cada tres adultos bri
tánicos leen más de un periódico los dom ingos y más de uno cada cuatro
182 Los datos del Estudio de Derby p erm iten sostener esta visión; en el estudio
se h ab la más de u n a vez de “u n a im p o rtan te m in o ría de buenos lectores de
libros”. Creo que si suprim iéram os aquellos lectores que sólo leen m aterial
pasatista, nos quedaríam os con “u n a m in o ría” a secas.
183 F. W illiams, Press, Parliamenl and People, p. 175.
184 La centralización en periódicos de circulación nacional, en contraposición
con las publicaciones regionales, se advierte con más claridad en las
ediciones m atutinas y dom inicales. En los diarios vespertinos, las ediciones
3 4 0 LA CU LT U R A O BRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS
con u n a tirada tan grande com o la de los periódicos más famosos, no hay
dem asiado m argen para u n gran crecim iento. Sum ados, los porcentajes
de crecim iento anual recientes de los dos m ejores ejem plos de un mismo
tipo de publicación “de calidad”, que expresados en térm inos porcentua
les parecían considerables, equivalían sólo a u n tercio del increm ento en
las ventas de u n a única publicación p o p u lar del m ism o rubro registrado
para el m ismo período. El caso es representativo: el avance de la prensa
“seria” es im portante, pero no com pensa la concentración cada vez ma
yor que se observa en la prensa popular.
En realidad, quienes tienen dificultad p ara conservar su lugar no son
las publicaciones “de calidad” sino los periódicos y revistas populares que
inten tan preservar u n estilo más sobrio en la inform ación, los com enta
rios y el diseño. El Consejo G eneral de la Prensa m enciona este aspecto,
p ero atribuye el peso de la responsabilidad al “p úblico”; en este sentido,
com o en todos los demás, el Consejo parece estar más dispuesto a se
ñ alar la responsabilidad de los lectores p o r los cam bios cuantitativos y
cualitativos que experim enta la prensa q ue a analizar la responsabilidad
de esta últim a en ellos:
186 G eneral C ouncil o f the Press, The Press and ihePeople, p p . 12-13. El inform e
ag reg a q u e los periódicos serios todavía re p re se n ta n sólo un 3% de las ventas
totales en dom ingo.
342 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
Tal com o afirm é an terio rm en te, sería erró n eo considerar la lucha cul
tural que tiene lugar en la actualidad com o u n enfrentam iento directo
entre lo que rep resen tan The Times, p o r p o n e r u n ejem plo, y los diarios
ilustrados. P reten d er que la m ayoría lea The Times es p re te n d e r que el ser
hum ano tenga o tra constitución, y sería caer en u n a form a de esnobismo
intelectual. La capacidad de leer u n sem anario decente no es condición
sine qua n o n de la b u e n a vida. Parece poco probable p ara cualquier épo
ca, y ciertam ente im pensable p ara los años que conocem os y llegaremos
a conocer quienes estamos aquí hoy, que la mayoría de las personas de
cualquier clase tenga fuertes inclinaciones intelectuales. Hay otras for
mas de te n e r u n a vida auténtica. La principal objeción a las formas de
entreten im ien to p o p u lar más banales no es que evitan que los lectores
puedan apreciar la alta cultura sino que les dificultan a quienes están
interesados en la actividad intelectual la tarea de alcanzar u n a sabiduría
propia.
Por consiguiente, el h echo de que los cambios de la sociedad inglesa de
los últimos cincuenta años han aum entado las oportunidades de acceder
191 “La com p etencia cada vez m ás feroz d e la radio y la televisión está afectando
las características de la p re n sa ” (G eneral C ouncil o f th e Press, ob. cit., p. 9).
P ensando en la p o p u larid ad del cine, la radio, la televisión y las historietas, a
veces m e siento inclinado a arriesgar la co n jetu ra d e que, c u an d o term ine el
siglo XX, el im pacto de la p alab ra escrita en la m ayor p a rte de la población
h ab rá sido un in terlu d io fugaz e insignificante, que p ara en to n ces la cu ltu ra
en gran m edida oral y local que p red o m in ab a en la se g u n d a m itad del siglo
XIX h ab rá sido reem plazada p o r u n a nueva cu ltu ra oral, a u n q u e tam bién
visual y pública a g ran escala.
346 L jA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
(en particular, en los program as com erciales), y a veces hasta son más
n o to ria s aquí. Está el recurso a las viejas formas de la decencia, en p ro
gram as con títulos com o Para un corazón que siente, están los nuevos aspec
tos, el acento puesto en el interés p o r lo m aterial y lo novedoso: “Para un
corazón que siente: en este p rogram a puedes ganar m ucho d in ero ”. Está la
p o te n te com binación m o d ern a de ambas cosas, en program as en los que
los problem as íntim os y personales se ex ponen ante miles de televidentes
o radioescuchas y la persona que los protagoniza “gana” dinero por su
p a rtid pación. Está el espíritu de ban d a p o p u lar de algunos program as
que pasan música grabada, en los que jóvenes locutores acom pañan los
temas con palabrería seudoam istosa y en cuya estructura se presupone
que lo que le gusta a la m ayoría es lo m ejor, y lo demás son aberraciones
de los “cerebritos”. Los defensores de este tipo de program as recurren
siem p re a los mismos argum entos: que son “de buen gusto”, “para la
gente co m ú n ”, que reflejan “las penas y las alegrías de la vida cotidiana”,
y tam b ién que son “novedosos”, “fascinantes”, “sorprendentes”, “fabulo
sos”, q u e “transm iten entusiasm o” y que entreg an “generosos prem ios”.
La mayor parte del entretenim iento de masas es, en definitiva, lo que D.
H. Lawrence denom inaba la “antivida”. Son productos que ostentan un a
brillantez viciada, repletos de ideas inadecuadas y evasivas morales. Recor
demos algunos ejemplos: invitan a una visión del m undo en la que el pro
greso se concibe com o procuración de posesiones materiales; la igualdad,
como nivelación m oral, y la libertad, como terreno apto para el placer sin
fin y sin responsabilidades. Son producciones que pertenecen a un m undo
vicario, de espectadores: no ofrecen nada que pueda llegar al cerebro o
al corazón. Contribuyen a la evaporación de las formas más positivas, más
plenas y más cooperativas de la diversión, en las que se gana m ucho dando
m ucho. Son insoportablem ente pretenciosas y le hacen el juego al deseo
de quienes quieren tenerlas todas consigo, hacer lo que quieren sin acep
tar las consecuencias. U na cantidad de esos productos llega a la inmensa
m ayoría de la población a diai'io, con u n efecto generalizado y uniform e.
192 Ibíd., p. 5.
3 4 8 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
U na generalización tan rim bom bante, que funciona en parte com o justi
ficación del proceso analizado en este libro, sin d uda m erece el califica
tivo de “apología desm esurada”.
Freem an, G., The Houses Behind, G. Alien and Unwin, 1947.
G eneral Council o f the Press, The Press and the People, prim er
inform e anual, 1954.
Leavis, Q,. D., Fiction and the Reading Public, Chatto and Win-
dus, 1932.
Dawson, C., Progress and Religión, Sheed and W ard, 1929. [Ed.
cast.: Progreso y religión, traducción de C. Robine, Buenos
Aires, H uem ul, 1964.]
Lewis, W., Time and Western Man, C hatto and W indus, 1928.
Pieper, J., Leisure: The Basis of Culture, Faber, 1952. [Ed. cast.:
El ocio y la vida intelectual, traducción de A. Pérez Masegosa,
B IB LIO G R A FÍA 3 5 9
cara de qué maneras la literatura puede ser comprendida fuera de los círculos
académicos.
— En uno de sus ensayos usted define el arte como una forma de exigente compromi
so, que— creo— presupone lo social. También usted ha afirmado que la literatura
“ilumina a la sociedad”. Ambas proposiciones son, en mi opinión, correlativas. La
pregunta seria sobre cuáles son las modalidades en las que la literatura se compro
mete e ilumina lo social.
si se la lee con cuidado, prestando oído a sus tonos, a todos sus detalles
(no sólo a los más evidentes), a todos los presupuestos sobre el valor de
la familia, a todas las expectativas, y a la desdicha al enfrentar la m uerte,
se captan experiencias sociales y culturales profundas. Y en este sentido,
nin g u n a novela p u e d e dejar de ser im po rtan te desde la perspectiva de su
ubicación frente a lo social.
— Su obra, o parte de ella, está constituida por e?tsayos que desafían los mismos
límites del género y de su tipo de exposición. En la edición francesa de T he Uses
o f Literacy, fean-Claude Passeron cree necesario decir que el libro es muy difícil
de clasificar en la literatura antropológica o en la de sociología cultural. Afimia
que la primera parte puede describirse como “estudio de costumbres”, y la segunda,
como “un ejercicio de método”. Pienso que tiene razón al suponer su actividad, en
esa obra, como etnológica. Quiero conocer su punto de vista sobre este tema.