LOS SACRAMENTOS
Señas de identidad de los Cristianos
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PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
3. San Agustín, Enquiridión LVI. BAC. IV, Madrid, 1956, 559. ( Siempre que cite
a san Agustín, lo haré por la edición de la BAC, Madrid, 1946-1995, indicando
los volúmenes según el número romano de la Obra Completa del santo ( 41
volúmenes ), y no según la numeración arábiga de los volúmenes en la
Biblioteca General de la BAC).
INTRODUCCIÓN 23
5. Pierre Teilhard de Chardin, Himno del universo, Taurus, Madrid, 1967, 69-71.
28 LOS SACRAMENTOS
Finalmente, así como mi yo, mi único yo, sujeta, mejor que con
un clavo, las edades por las que atraviesa mi persona, los sacramen-
tos son los minerales y alimentos sabrosos que aglutinan la perso-
nalidad cristiana desde el hoy y para el mañana eterno de Dios.
7. Paul Claudel, Procesional, Emilio del Río, Antología de la poesía católica del
siglo XX, A. Vasallo editor, Madrid, 1964, 104-105.
1
APROXIMACIÓN AL CONCEPTO
DE INICIACIÓN
1. Jn 10, 1.
2. X. Zubiri, El problema teologal del hombre: Cristianismo, Alianza Editorial-
Fundación Zubiri, Madrid, 1997, 351.
3. 2 Cor 1, 22; Ef 1, 13; Rom 4, 11.
4. Gál 2, 19-21.
APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE INICIACIÓN 33
5. Cf. Dionisio Borobio, La iniciación cristiana, Sígueme, Salamanca, 1996, 15, 17-
19, 21-25, 28, 33-39, 41-43.
36 LOS SACRAMENTOS
Con esto quiero decir que hay que contar con la paciencia. El
Bautismo recibido a los cero años o la Eucaristía a los siete o nueve,
un día pueden convertirse en auténticas experiencias precisamente
porque los recibimos, lo mismo que volvemos al niño que fuimos
cuando nos lo cuentan o nos miramos en otro niño.
Un mínimo de pedagogía
De la iniciación religiosa hay que descartar todo cuanto huela a
artificial. De lo que se trata es de enseñar a ser y a vivir en cristiano,
y no de lecciones, aunque esto no quiere decir que no haya que
enseñar. En la familia se enseña, y los padres son los primeros
docentes, pero esas enseñanzas son tan vitales que las asimilamos
sin darnos cuenta y sin reparar en que tienen una férrea estructura,
como corresponde a todo lo vital.
Pensemos, por ejemplo, en el aprendizaje del idioma materno.
Este aprendizaje es muy distinto del escolar, aunque ambos deben
complementarse. San Agustín no olvida nunca el gusto con el que
aprendió el latín, en el ámbito de la familia, en contraposición del
disgusto que le supuso la enseñanza del griego de modo mecánico
y escolar8.
En orden a la iniciación cristiana sería magnífico la elaboración de
un Documento entre poético, narrativo, musical y simbólico, con con-
tenidos muy bien escogidos, y en el que primara lo celebrativo. Esto
se puede realizar, pero mediante un equipo de expertos en simbólica,
pedagogía, didáctica, religión, cristianismo y un largo etcétera.
Así como el cristianismo adaptó y aceptó muchas formas iniciá-
ticas no cristianas, hoy habría que hacer lo mismo con muchos ritos
actuales, fiestas, saunas, deportes9, iluminados, claro está, a la luz de
8. San Agustín, Las confesiones I, XIII, 20; I, XIV, 23; BAC. II, Madrid, 1974, 91.
93. 94.
9. A. Grabner-Haider, Ritos modernos de “substitución”, Selecciones de Teología
120 (1991) 329-332.
APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE INICIACIÓN 39
2. Concilio Vaticano II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Nºs. 59. 66. 63. 36.
37. 38 40. 49. BAC. Madrid, 1965, 178. 167-168. 179-180. 169.
44 LOS SACRAMENTOS
3. (K. Rahner), Louis Dupré, Simbolismo religioso, Herder, Barcelona, 1999, 163.
¿QUÉ REFORMA NECESITAN LOS SACRAMENTOS? 45
actores del drama litúrgico. Sin embargo, la Iglesia, que tanto cuidó
en otros tiempos el género oratorio, no sólo lo ha arrumbado, sino
que, en la actuación de sus agentes de pastoral, casi no se preo-
cupa de que pronuncien bien y, lo que es más grave, de que lean
con sentido.
Una educación para la audacia creadora acaso sea pedir dema-
siado, aunque esto es más necesario que celebraciones rutinarias de
misas y misas. La misa multitudinaria que celebró el Papa Juan
Pablo II en Cuba resultó creativa, aunque sin grandes innovaciones
o ninguna, pero sí con espontaneidad cuidada, y es precisamente la
espontaneidad de Juan Pablo II la que convendría que se extendie-
ra a las celebraciones cotidianas, por más que hay que reconocer
que no todos los ministros han recibido adiestramiento para cele-
brar con la maestría del Papa, pero todo se aprende.
“La imaginación –dice Aubry– es la voz de la audacia. Si en Dios
hay realmente algo divino, será el haberse atrevido a concebirlo
todo por la imaginación”4.
El texto de Aubry es bellísimo por verdadero, pero no es menos
bello y verdadero que el ser humano, a su vez, percibe la obra de
Dios, acusa su impacto y la dice en palabras y emociones propias.
Lo cual equivale a recrear lo creado y decirlo con unas palabras que,
por auténticas, siempre serán originales.
Los poetas japoneses dicen sencilla, pero admirablemente:
“Estoy aquí
por estar, y la nieve
sigue cayendo”. (Issa).
“De no estar tú,
demasiado enorme
sería el bosque”. (Issa)5.
2. Ernest Cassirer, Filosofía de las formas simbólicas III, Fondo de cultura econó-
mica, México, 1998, 124; Cf. J. J. Tamayo-Acosta, Los sacramentos, liturgia del
prójimo, Trotta, Madrid, 1995, 71-73.
NADA TAN BUENO COMO EL CUERPO HUMANO 53
De la desintegración a la integración
La persona humana tiende a su integración precisamente porque
también tiene conciencia de que puede desintegrarse. Por eso, el
creyente sabe que un medio eficaz para liberarse de la fragmenta-
ción consiste en el reconocimiento del dinamismo que gobierna la
Historia y el Hombre, dinamismo que no solamente impide la desa-
gregación, sino que favorece su trabazón más compacta.
Los sacramentos prometen la integración humana a través de la
relación con Dios porque en los sacramentos se experimenta la pre-
sencia constructora del Otro, el cultivo de Dios en nosotros y de
nosotros en Dios. Y es que los sacramentos son la mejor escuela del
cristianismo y donde nos hacemos cristianos.
En este sentido, los sacramentos son una escuela admirable de
corporalidad y de integración.
54 LOS SACRAMENTOS
Por medio del Bautismo nos hacemos Pueblo del Dios que nos
libera de la tribu y del reino de taifas.
Por la Reconciliación y la Unción reparamos los errores cons-
cientes y la frustración que supone la muerte.
El sacramento del Matrimonio y del Amor indica que nada más
unificante que el amor, pues sin amor no se puede llegar a la inte-
gración.
Por medio del Ministerio Ordenado y de la Confirmación se
manifiesta que el servicio y el compromiso unifican e integran.
La Eucaristía, finalmente, expresa que somos lo que recibimos
(hijos de Dios en Jesucristo), y que recibimos lo que somos (la filia-
ción de Dios en Jesucristo), si vivimos de manera que no nos vea-
mos obligados a no recibirla.
Los sacramentos integran a la persona para que ella unifique e
integre el Cosmos y, unificándolo e integrándolo, se apodere de él,
y pueda trabajar, en favor de todos y del Todo que es Dios.
Si Dios no es ajeno a la materia, sino su fundamento, los sacra-
mentos no nos remiten a una realidad distinta, sino a una realidad
que ha asumido la materia en Jesucristo y en los elementos terrenos
de los sacramentos. Por eso, los sacramentos han unido el Mito,
relato sagrado o palabra sagrada, con el Rito o acción, tan desuni-
dos en teología.
La teología protestante ha dado mucha importancia a la Palabra.
La teología católica ha privilegiado el Rito o acción. Ambas visiones
se han conjuntado en la mejor teología de hoy, borrando muchas
diferencias artificiales entre católicos y protestantes3.
3. Cf. Darío Zadro y Arno Schilson, Símbolo y sacramento, S. M., Madrid, 1989,
160. 163-165; Louis-Marie Chauvet, Símbolo y sacramento, Herder, Barcelona,
1991, 118. 148. 156-159; E. Schillebeeckx y B. Willems, Presentación,
Concilium 31 (1968) 5-6; B. Bro, El hombre y los sacramentos, Concilium 31
(1968), 38-53; Cf. Félix Placer Ugarte, Signos de los tiempos, signos sacramen-
tales, Paulinas, Madrid, 1991, 88-91; I. B. Metz, Caro cardo salutis. Para una
comprensión cristiana del cuerpo, Selecciones de Teología 9 (1964) 53-58.
NADA TAN BUENO COMO EL CUERPO HUMANO 55
“Así: te necesito
de carne y hueso.
Importancia de la palabra
Con brevedad, quiero destacar la trascendencia de la palabra en
siete vertientes: Personal, Social, Política, Poética, Bíblica, Teologal
y Conciliar.
Personal
La persona humana es el único animal que habla. Por medio de
la palabra, salimos de nosotros, entramos en los demás, y los demás
se adentran en el santuario de nuestro yo. Pero la palabra, como
material delicado que es, se convierte en arma de doble filo, pues
por la palabra nos hacemos, pero también naufragamos en el
momento en que la despojamos de su correspondencia con el amor
y la verdad5.
En castellano decimos: “Ese es un hombre de palabra” y, tam-
bién, “un hecho vale por mil dichos”. La primera expresión remite a
coherencia: Es una persona que hace lo que dice. La segunda dela-
ta una fisura: No hacemos lo que decimos, o decimos lo que no
hacemos.
Cuando el hombre que pronuncia la palabra está enfermo, la
palabra se devalúa, y nada más urgente que su devolución a su
estado primitivo porque: “Las cuestiones aparentemente adjetivas
pueden ser capitales. Y nada más urgente quizá que luchar por la
Social
Si por la palabra salimos de nosotros mismos, por la palabra nos
construimos en sociedad, pues la persona sólo puede realizar su
vocación en diálogo amoroso con los otros: “La índole social del
hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el cre-
cimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados.
Porque el principio, el sujeto y el fin de las instituciones sociales es
y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza,
tiene absoluta necesidad de la vida social. La vida social no es, pues,
para el hombre sobrecarga accidental. Por ello, a través del trato con
los demás, de la reciprocidad de servicios, del diálogo con los her-
manos, la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades
y le capacita para responder a su vocación”10.
Política
No hay reforma política que no vaya acompañada de una honda
preocupación por la palabra, bien para servir o para dominar. Recor-
demos los empeños de los Reyes Católicos por dotar al Castellano
de la primera gramática de las lenguas modernas, o de los trabajos
de Richelieu, en la fundación de la Academia Francesa, en orden a
implantar la monarquía absoluta. En nuestro tiempo: “Causó asom-
bro... ver cómo el jefe del Estado Soviético hacía de filólogo en un
escrito en el que tomaba posición respecto del problema del porve-
nir de las lenguas humanas, previendo la progresiva unificación de
los idiomas. Es que el establecimiento de un imperio no se opera sin
una importante centralización del lenguaje. Toda reforma importan-
te, toda revolución, exige una renovación del vocabulario. No se ha
transformado a los hombres mientras no se ha modificado su mane-
ra de hablar”12.
Uno de los hombres de Iglesia que mejor entendió este problema
fue san Vicente de Paúl. Sabedor de que la evangelización requiere
la renovación del lenguaje, redactó un pequeño tratado sobre el arte
de hablar. Y lo curioso es que hasta los autores de teatro y los come-
diantes imitaron el sencillo método de Vicente de Paúl13.
Poética
La Poesía capta y dice la Realidad, el brillo de la realidad, el
esplendor e impacto de la realidad, con unas palabras que, por
auténticas, no son otras que las escritas al “dictado” de la realidad,
aunque a ellas se vuelva para pulirlas, una vez y otra, con la insatis-
facción de no haber acertado con las palabras verdaderas, pues no
en vano la poesía “es lengua de la lengua”15.
De ahí que si Dios es realidad, la máxima realidad, y realidad que
impacta, la persona religiosa debe decirse a sí misma y a los demás
esa realidad de Dios, y esto lo hace, y con palabras sublimes, todo
creyente que contacta con la Realidad-Dios, tenga preparación aca-
démica o no, porque el creyente, todo creyente, culto y menos
culto, cuando responde en verdad al impacto de la Realidad-Dios,
lo hace con palabras y expresiones acuñadas en ese momento. Y
son palabras de tal calidad que si la persona religiosa que las ha acu-
ñado las oyera cuando las pronuncia, se admiraría de su capacidad
narrativa y poética.
14. Confucio-Mencio, Los cuatro libros, Alfaguara, Madrid, 1981, 88. 143.
15. Pierre Michon, Rimbaud el hijo, Anagrama, Barcelona, 2001, 28.
EL DIFÍCIL MATERIAL DE LA PALABRA 65
Bíblica
La Sagrada Escritura presenta a Dios como Palabra en diálogo
abierto en el interior de su ser personal. Palabra que llama a la exis-
tencia a la naturaleza cósmica y humana16. Palabra hecha humani-
dad en Jesucristo para que los hombres puedan oírla y transformar-
se en hijos de Dios17.
La importancia de la palabra en la Biblia, como vehículo de
comunicación o de bloqueo, puede rastrearse a través de los mitos
de Babel18 y de Pentecostés19. Babel simboliza la ceremonia de la
confusión introducida por el ser humano en la obra de Dios, tanta
16. Gn 1, 1-31.
17. Jn 1, 1-18.
18. Gn 11, 1-9.
19. Hch 2, 1-13.
66 LOS SACRAMENTOS
Teologal
La Historia de la Iglesia registra lo mucho que el cristianismo ha
respetado la palabra al poner a su servicio los mejores recursos estilís-
ticos y retóricos, a la vez que su decadencia al no expresarla con dig-
nidad. Pensemos en hombres como Agustín y Crisóstomo, Francisco
de Sales y Vicente de Paúl, Romano Guardini, Carlos Rahner, Hans
Urs Von Balthasar y Pablo VI.
El lector interesado por la excelencia de la palabra puede acudir
a dos textos, uno de Oto Miller21, y el otro del poeta José María
Valverde22.
Conciliar
La Iglesia del Concilio Vaticano II se ha percatado de la impor-
tancia de la palabra y ha instaurado el diálogo en el corazón de la
cristiandad: “Lo cual requiere, en primer lugar, que se promueva en
el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, recono-
ciendo todas las legítimas diversidades para abrir, con fecundidad
siempre creciente, el diálogo entre todos los que integran el único
pueblo de Dios, tanto pastores como fieles. Los lazos de unión de
los cristianos son mucho más fuertes que los motivos de división
entre ellos. Haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, cari-
dad en todo”23.
Para ello, exhorta a los sacerdotes a que se equipen para el diá-
logo, sugiriendo los medios seguros de la capacidad de escucha y
apertura a los demás24.
35. Jean Guitton, Diálogos con Pablo VI, Cristiandad, Madrid 1967, 153.
36. Id. o.c., 31.
72 LOS SACRAMENTOS
Palabra y sacramento
Dios dice su Palabra en lenguaje humano. Lo mismo que la per-
sona se dona y dice en sus palabras, Dios ha dicho su Verbo en pala-
bras humanas, divinizando los idiomas. A Dios no le cuesta decirse
ni donarse, pero a los seres humanos nos cuesta darnos a entender,
así como comprender la Palabra de Dios en nuestras palabras, de las
que se ha servido Dios como medio y sacramento de su mensaje.
Alusivo
Quiere decir sugerente, henchido de significación, poético y sim-
bólico más que descriptivo. El lenguaje empleado en los sacramen-
tos señala, ante todo, la donación: He ahí el pan, el pan que soy yo,
Jesucristo. Y si el lenguaje sacramental alude a la donación, quiere
decir que apunta al Dios de toda gratuidad que se dona indebida-
mente o, lo que es lo mismo, sin merecerlo.
Que Dios nos dé el pan, puesto que somos criaturas suyas nece-
sitadas de comida, es lógico y natural, pues, de lo contrario, sería un
74 LOS SACRAMENTOS
mal Padre. Pero que Dios se dé a comer a sus criaturas por medio
del Cristo-Dios hecho pan, ya no es tan natural y lógico, sino gra-
cioso y gratuito, aunque también entiendo, y acaso sea lo más
correcto, que si Dios es Padre-Creador, se done a sus criaturas de
esa manera que llamamos graciosa, pero que acaso sea la más natu-
ral y lógica. Al fin y al cabo, si Dios ha hecho al hombre, forzosa-
mente el hombre tiene hambre de Dios, y nunca el hombre se con-
tentaría con cualquier pan, sino con el que le sacie de verdad, y éste
no puede ser otro que el Pan de Dios, el Dios-Pan38.
Escandaloso
“Comed mi carne” y “bebed mi sangre” fueron expresiones
escandalosas del maestro Jesús, y siguen escandalizando en nuestros
días. Yo diría, salvando todas las distancias, que el maestro judío
escandalizó, entre otras razones, porque empleó un lenguaje desen-
fadado, al estilo de nuestros Cervantes, Quevedo, Unamuno, Cela o
Umbral. A veces, casi nos resistimos a repetir sus palabras, cuando
no las endulzamos con tontorras explicaciones. ¿No habría que
guardar un silencio mayor con las palabras de Dios y de Jesús? Sin
embargo, acaso no resida lo más escandaloso en el lenguaje de la
Liturgia cuanto en el sentido, que se nos escapa, y esto hace que el
lenguaje sea extraño, ya que no atina plenamente a vehicular el
mensaje. Con todo, a pesar de que el lenguaje nos desacredite, es
preferible el desacierto estilístico y comunicativo con tal de que no
sea Jesucristo quien nos desacredite39.
Relacional
El lenguaje de la Sagrada Escritura y de los sacramentos es rela-
cional. Dios se comunica con sus criaturas por medio de un lenguaje
fundamentalmente amoroso. Si esta relación constituye gracia, mal
Simbólico
El lenguaje simbólico no se contrapone a ningún otro lenguaje.
Empleamos el lenguaje simbólico-poético porque se necesita de
otra herramienta epistemológica para navegar por los sacramentos.
El lenguaje simbólico apunta a un proceso de advenimiento siem-
pre en aumento. Y como el sacramento apunta a un advenimiento
anunciado, escatológico y definitivo, que se escapa de nuestro domi-
nio total, de ahí que empleemos el lenguaje simbólico41.
Comunitario-trinitario
Dios-Padre reside en un gran silencio, pero no porque sea mudo,
sino porque es rico, y de una riqueza que no le viene de fuera, sino
de dentro. Dios es la Suma Riqueza, y ese es el alcance del Dios
Silencio o Silencioso.
Pero si Dios es la suma riqueza, aún es más rico si puede decir y
comunicar su riqueza, pero no, como ya he dicho, para enriquecer-
se, cuanto para comunicarse, puesto que más rico se es cuanto
mejor se comunica lo que se posee, pero desinteresadamente.
Pues bien, Dios-Padre se dice tan exactamente que comunica
todo lo que es en su Hijo-Verbo, siendo el Hijo-Verbo tan Dios
como Dios-Padre, con la particularidad, eso sí, de que el Hijo-Verbo
es el Máximo Decidor de Dios-Padre, Diccionario único de Dios-
Padre, Academia única de Dios-Padre y Presidente único de la Real
Academia de La Legua de Dios-Padre.
De ahí que la Biblia manifieste que Dios-Padre ha dicho todo por
su Hijo, siendo Jesucristo el mejor Periodista y Reportero de Dios-
43. Adolf. Exeler, Fe y Palabra. Por una teología del pueblo, Selecciones de Teología
73 (1980) 91-94.
78 LOS SACRAMENTOS
44. San Agustín, Las confesiones VIII, 6, 13. BAC. II, 323.
45. San Agustín, De la doctrina cristiana IV, V, 7. BAC. XV, Madrid, 1969, 221.
46. Cf. M. P. Gallagher, ¿Qué puede decir la literatura a la liturgia?, Concilium 152
(1980) 259-264.
5
EL SACRAMENTO COMO VEHÍCULO
DEL MISTERIO
16. Rom 6, 4.
17. San Agustín, Carta 98, 9. BAC. VIII, Madrid, 1967, 628-629.
18. San Agustín, De la gracia de Jesucristo y del pecado original II, XL, 45. BAC.
VI, Madrid, 1971, 404; Ott, Ludwig, Manual de teología dogmática, Herder,
Barcelona, 1969, 486-488.
19. Mt 28, 18; Heb 2, 10; 5, 10.
EL SACRAMENTO COMO VEHÍCULO DEL MISTERIO 85
20. San Agustín, Las Confesiones IX, XIII, 36; X, XLII. BAC, 70. 381. 453.
21. San Agustín, Carta 166, 20. BAC. XI/a, 319; Cf. E. Vilanova, Expresión de la fe
en el culto. En la era apostólica, Concilium 82 (1973) 192-203.
22. San Agustín, Contra Fausto L 19, 11. BAC. XXXI, Madrid, 1993, 395.
86 LOS SACRAMENTOS
27. Raphael Schulte, Los sacramentos de la Iglesia como desmembración del sacra-
mento radical, en Mysterium Salutis IV/2, Cristiandad, Madrid, 1975, 76-79. 80-
84. 87-94.
28. R. Arnau, Tratado general de los sacramentos, BAC. Madrid, 1994, 35-47.
29. San Agustín, Sermón 95, 1. BAC. X, Madrid, 1965, 315.
EL SACRAMENTO COMO VEHÍCULO DEL MISTERIO 89
30. San Agustín, Tratados sobre el evangelio de san Juan 80, 3. BAC. XIV. Madrid,
1965, 364-365.
31. Mc 4, 11.
32. 1Cor 2, 1-7.
33. 1Cor 1, 23; 2,7; Col 1, 26-27; 2, 2.
34. Ef 3, 9; 5, 32.
35. 2Tim1, 9-10; Tit 2, 11; Jn 1, 9-14; Apoc 21, 3; Cf. José Cristo Rey García de
Paredes, Teología fundamental de los sacramentos, Paulinas, Madrid, 1991, 37-
48. 49-53.
90 LOS SACRAMENTOS
Sacramentos e Iglesia
Antes que una segunda encarnación de Dios, como se ha dicho,
la Iglesia es el medio oficial escogido por Dios para su presencia en
la Historia. Lo que sucede es que de la Iglesia tenemos un concep-
to excesivamente jurídico y olvidamos que, bajo las estructuras
humanas, late el corazón de Dios con las mismas pulsaciones que
en la humanidad del Salvador.
Cierto que el elemento que falla en la Iglesia es el humano. Pero
esto debe consolarnos, pues, aunque fallemos nosotros, tenemos
uno que, siendo como nosotros, no falla, y comprende muy bien
que fallen sus hermanos
Jesucristo es el sacramento de Dios-Padre, y la Iglesia es el sacra-
mento del Hijo de Dios y Dios mismo, de modo que así como el
Padre se manifestó en su Hijo, Jesucristo sigue presente en el mundo
por medio de la Iglesia.
92 LOS SACRAMENTOS
La realidad es tan densa que precisa del símbolo para ser expre-
sada
La realidad, esa poderosa infraestructura en la que se apoyan, a
la vez que la hacen, lo físico y lo espiritual, lo anímico y carnal, lo
científico y popular, lo técnico y artístico, es tan densa que no
puede ser abarcada en su totalidad porque, además de pertenecer a
ella el sujeto que la percibe, advierte, también, que “la verdad de una
cosa contiene más que la cosa” 5 vista por él. De ahí que el viejo
Salustio haya dicho que “el mundo es un objeto simbólico”6 porque,
siendo lo que se ve, apunta a lo que no se ve, es decir, a más mundo,
a más realidad.
Si yo arrojo a la basura la jícara rota guardada por la abuela,
comprendo el alcance de la jícara cuando oigo a la abuela lamen-
tarse de su desaparición, pues era lo único que pudo salvar del
incendio que arrasó la casa de sus antepasados. Un ejemplo, cierto.
Una jícara rota, cierto. Pero la honda verdad de la jícara únicamen-
te puede reconstruirse cuando la abuela cuenta su historia.
Para Lévi-Straus, Benveniste y Lacan, nada más real que lo sim-
bólico. Al venir al mundo, la persona es introducida y se hace en un
medio pactado social y culturalmente y, por ende, queda atrapada
en la trama del orden simbólico7.
Pero esto no sólo acontece con lo grande, como es el lenguaje y
la cultura, sino con el lenguaje pequeño y doméstico, con la cultura
pequeña y doméstica, con la filosofía casera o ciudadana, con la reli-
gión patriarcal y matriarcal, y con la visión de la montaña contada
por el abuelo.
La realidad, toda la realidad, en la medida en que es descrita,
descubre lo que tiene dentro, manifestando a su vez que, de no
Qué es el símbolo
“El símbolo no es lo uno o lo otro, sino que representa ‘lo uno
en lo otro’ y lo ‘otro en lo uno’”8. Este principio quiere decir que el
símbolo, por serlo, posee algo que me pertenece y, a su vez, que yo
tengo algo que pertenece al símbolo, pues, de lo contrario, difícil-
mente podría decirse del símbolo que es “lo uno en lo otro” y “lo
otro en lo uno”.
La Cruz de Jesucristo, por ejemplo, además de instrumento físi-
co del ajusticiamiento de Jesús y representación de la Historia de la
Salvación, para la cultura occidental es símbolo y signo del dolor de
cada día. La Cruz (lo uno), y máxime para un discípulo de Jesús,
está en lo otro (en el discípulo), y lo otro (el discípulo), está en lo
uno (Cruz de Jesús).
El símbolo representa lo desconocido en lo conocido. Mejor
aún. Aunque no conozcamos totalmente lo desconocido, tampoco
lo desconocemos del todo. De ahí que haya unido Cassirer los
extremos de lo “uno en lo otro” y de lo “otro en lo uno”. Es decir,
que toda realidad, por serlo, tiene un afuera y un adentro, un más
allá y un más acá. Así, por el afuera o cara exterior, algo vislumbra-
mos del adentro.
Partiendo de la hermosa y profunda definición de Cassirer, siga-
mos adentrándonos en el símbolo, por más que sea difícil apresar-
lo, no sólo por su complejidad, sino porque entre los tratadistas
no hay un acuerdo sobre el símbolo, y acaso tenga que ser así9, ya
14. Gn 28, 11-22; Cf. F. Chirpaz, La experiencia de lo sagrado, según Mircea Eliade,
Selecciones de Teología 99 (1986) 217-224; J. M. Castillo, Símbolos de libertad.
Teología de los sacramentos, Sígueme, Salamanca, 1992, 172; C. Valenziano,
Imagen, cultura y liturgia, Concilium 152 (1980) 265-272; K. Rahner (Para una
teología del símbolo), Escritos de teología, IV, Taurus, Madrid, 1964, 286-299;
M. Lurker, o. c. 21.
100 LOS SACRAMENTOS
16. D. Ruiz Bueno (ed.), Padres apostólicos, san Clemente, Carta segunda a los
corintios XII, BAC. Madrid, 1974, 364-365.
17. M. W. Meyer, ed. Las enseñanzas secretas de Jesús (El evangelio de Tomás),
Crítica. Grupo editorial Grijalvo, Barcelona, 1986, 48-49; Cf. E. Pagels, Los
evangelios gnósticos, Crítica. Grupo editorial Grijalvo, Barcelona, 1982, 181.
18. C.G. Jung y AA. VV., o. c. 21; M. Lurker, o.c. 24; S. Guerra, a. c. 117-132.
EL SÍMBOLO COMO VEHÍCULO DEL SACRAMENTO 103
vías del simbolismo son utilísimas para entrar en comunión con cul-
turas que no comulgan con el cerebralismo europeo. De ahí que: “El
día en que la teología dejó de ser simbólica, se abrió para la cultura
cristiana la era de las grandes rupturas. Al dejar de tener contacto con
la cultura que le dio ser –la cultura bíblica–, la teología perdió toda su
potencia radical para vivir en simbiosis con toda cultura humana,
cualquiera que fuese, pero ante todo con la cultura antigua. No es
posible medir a los símbolos con conceptos. La relación que la teo-
logía mantiene con las imágenes y la literatura (Weltanschaung) de
una época, define exactamente la relación que la teología mantiene
con la cultura de esa época. Una teología sin imagen es una teología
sin cultura. Es la imagen la que constituye la unidad cultural”19.
Hoy se ha comprendido que el símbolo y el mito pertenecen a
la sustancia de la vida espiritual; que puede mutilarse la realidad,
pero no extirparse, pues las consecuencias serían catastróficas. Y es
que en todo ser humano subsisten realidades míticas de índole
superior al de la vida consciente. Y no sólo eso, sino que el hombre
más realista vive de imágenes.
Salvo excepciones, los seres humanos llevamos a cuestas ciuda-
des paradisíacas a las que volvemos en momentos de mayor vitalis-
mo. Y es que “la vida del hombre moderno está plagada de mitos
medio olvidados, de hierofanías en desuso, de símbolos gastados.
La desacralización ininterrumpida del hombre moderno ha altera-
do el contenido de su vida espiritual, pero no ha roto las matrices
de su imaginación: un inmenso residuo mitológico perdura en las
zonas mal controladas del hombre”. Un compás de acordeón o los
gritos desgarrados de un negro espiritual son capaces de abrirnos la
puerta no de paraísos perdidos, sino de paraísos existentes. El hom-
bre moderno tiene que actualizar estos paraísos. En consecuencia
con todo esto, “algunas lenguas modernas siguen considerando a
quien carece de imaginación como un ser limitado, mediocre, tris-
19. Pie Duployé, B. Bro en El hombre y los sacramentos, o.c. 152, nota 2.
EL SÍMBOLO COMO VEHÍCULO DEL SACRAMENTO 105
20. M. Eliade, Imágenes y símbolos, Taurus, Madrid, 1955, 12. 13. 18. 19. 20.
21. A. Vergote, a. c. 198-211.
22. W. Crockett, Cristianismo y cultura en la sociedad moderna secularizada,
Selecciones de Teología 117 (1991) 53-56.
106 LOS SACRAMENTOS
23. Gn 2 y 3.
24. San Vicente de Paúl, OC. V, 490. (Toda la carta es una joya, así como las que
escriben los misioneros de Madagascar a San Vicente de Paúl, debido a las noti-
cias y sistema de evangelización).
EL SÍMBOLO COMO VEHÍCULO DEL SACRAMENTO 107
El Mito
Por mito se entiende un secreto guardado en los orígenes de un
pueblo, raza o cultura. Mediante su representación, se intenta con-
ducir a los hombres a los confines donde moran los dioses o ante-
pasados, así como la consecución de todas las acciones humanas
significativas, tanto interiores como exteriores, en orden a conseguir
la personalidad, a semejanza de dioses y antepasados.
Literariamente, un mito es un guión que se narra mientras se eje-
cuta la acción ritual. Y no sólo eso, sino que la narración va dicien-
do cómo debe ejecutarse minuciosamente la acción ritual.
En los mitos orientales y nórdicos confluyen cuatro enseñanzas
superpuestas: La histórica, o epopeya antigua, como soporte mate-
rial del símbolo; la psicológica, o lucha entre espíritu y materia a
nivel humano; la conductual, o comportamiento del planeta y, final-
mente, una enseñanza relacionada con la constitución de la materia
y el orden cósmico31.
El mito apunta a la reconciliación definitiva entre “hombre-hom-
bre, hombre-naturaleza, a la armonía total, a esa plenitud llamada
salvación, resultante de la redención en la tradición cristiana”32.
La Magia
Es un fenómeno que se evade de una definición concisa. Por
magia se entiende una práctica ancestral, empapada de saber po-
deroso, y que sirve de engranaje en las sociedades tradicionales.
Normalmente suele subsistir en el seno de toda cultura, por más
refinada y religiosa que sea. Mediante la magia, el ser humano imita
lo que desea profundamente, y es que lo semejante produce lo
semejante. Por ejemplo, los dardos clavados en un animal pintado
pondrán la caza al alcance de su perseguidor.
El Rito
Es una imitación de lo que se desea obtener, acompañado de
palabras adecuadas, invocando a los dioses y explicando la acción
mientras se va realizando el rito con toda exactitud. Participa, como
se ve, del mito y de la magia. La mala comprensión de las ceremo-
nias puede reducir el sacramento a un rito puramente mágico.
Todo rito trata de integrar al ser humano en un orden nuevo,
pero con tal fuerza que comulgue con lo divino; active la parte des-
conocida (nocturna) del hombre en la parte conocida o diurna;
purifique, bien sea por el sacrificio o por la confesión de culpas; anti-
cipe el gozo de la fiesta o prepare para el gozo y, finalmente, cure o
supere el espanto de la muerte con la muerte simbolizada en el
sacrificio ritual.
34. Gn 9, 11-17.
35. Gn 12, 7.
36. Gn 17, 11.
37. Ex 12, 13.
38. Gn 12, 7; 13, 14-18; 26, 25; 28, 18; 35, 13-15; Ex 17, 14-16; Jos 3, 7-17; 4, 1-9.
39. Ex 24, 12.
40. Gn 7, 1-24.
41. Ex 12, 21-28.
42. Mt 12, 38.
43. Jn 2, 1-12.
112 LOS SACRAMENTOS
44. Jn 4.
45. Jn 4, 48-54.
46. Jn 11.
47. A. G. Martimort, Signos de la Nueva Alianza, Sígueme, Salamanca, 1962, 28.
48. Jn 6, 42.
49. Jn 10, 11-12.
50. Jn 10, 9.
51. Jn 7, 38; B. Piault, ¿Qué es un sacramento?, Casal i Val, Andorra, 1964, 26.
EL SÍMBOLO COMO VEHÍCULO DEL SACRAMENTO 113
56. San Agustín, Sermón 213, 2. BAC. XXIV, 151-152; Cf. Sermón 212, 1, 2. BAC.
XXIV, 145-149.
57. San Agustín, Sermón 214, 12. BAC. XXIV, 176.
116 LOS SACRAMENTOS
58. José Javier Ciordia, La misa del hombre, Y, 1. Salamanca, 1965, 30-33.
7
LA HISTORIA DE LA CRUZ DE JESUCRISTO
CORRE POR LOS SACRAMENTOS COMO
LA MEJOR MEDICINA DE DIOS PARA
LA CURACIÓN DE LA HUMANIDAD
alto de su tienda y, cada vez que un hebreo era mordido por las
víboras, dirigía su mirada a la cruz-bastón y sanaba. Salomón here-
dó el segundo huerto de Adán, mandó cortar el árbol y lo regaló
para la viga central del templo del Señor. En tiempos muy recien-
tes, casi al inicio de la era cristiana, José, descendiente del rey David
y padre del judío Jesús de Nazaret, compró un lote de vigas, entre
las cuales se encontraba la que se hizo con el árbol que regalara
Salomón. Cuando se disponía a transformarla en arados, pasó Judas
por el taller, se encaprichó con ella y la revendió a los romanos por
una bonita suma de dinero. Los romanos fabricaron con ella unas
cuantas cruces y, llegado el tiempo, en una de ellas crucificaron a
Jesús de Nazaret, descendiente de Adán, de la familia real de David,
Mesías e Hijo de Dios, según las Escrituras de los cristianos1.
Esta narración no es una fantasía, sino un relato al estilo judío
para transmitir un mensaje. En este caso, el mensaje consiste en que
el árbol de la Cruz es el primero y verdadero, pues quien colgó de
él apaciguó la historia entre Dios y el hombre. Por eso, cada vez que
una criatura es conducida por sus padres y padrinos a la pila bau-
tismal, antes de recibir las aguas saludables, el ministro, así como los
padres, padrinos, familiares y amigos presentes, trazan sobre la fren-
te del bautizando la señal de la Cruz, simbolizando que la Historia
de la Cruz del Redentor revive prodigiosamente y alcanza con su
salud a la criatura. Por eso, el ministro, según derrama sobre la cabe-
za del niño las aguas fecundadas por el Espíritu Santo, traza la Cruz,
por tres veces, indicando que esa criatura ha sido, es y será, una hija
de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo.
Pero mucho antes de que la Cruz pasara a ser el símbolo de “el
mayor de los males y el más difícil de soportar, ser crucificado y sos-
tenido en una cruz”2; siglos antes de que en una pared del Palatino
romano, allá por el siglo III de nuestra era, apareciera un grafito con
1. Cf. Alan Watts, Mito y ritual en el cristianismo, Kairós, Barcelona, 1998, 64-66.
2. Lucio Anneo Séneca, Cartas Morales a Lucilo, CL, vol. II, Iberia, Barcelona,
1965, 172.
LA HISTORIA DE LA CRUZ DE JESUCRISTO 119
un asno crucificado, que lo mismo podía ser una farsa contra los
cristianos que un elogio de los adoradores del dios egipcio Set (en
forma de asno)3, la Cruz es uno de los símbolos religiosos más anti-
guos de la humanidad. A través de la Cruz “puede seguirse una
dirección básica común del pensamiento religioso que va desde la
forma más antigua de la cruz, la de la svástica, hasta la especulación
medieval, que inserta en la intuición de la cruz todo el contenido de
la teología cristiana. Ocurre una resurrección de ciertos motivos ori-
ginarios cósmico-religiosos cuando en la Edad Media se identifica a
los cuatro extremos de la cruz con los cuatro cuadrantes celestes o
zonas del mundo, cuando se asocia al Oriente, Occidente, Norte y
Sur con determinadas fases de la historia cristiana de la salvación”4.
Antes de proseguir en esta línea y de aducir los ricos comentarios
de los Santos Padres al símbolo de la Cruz, quiero destacar lo que
constituye para mí no una ironía, cuanto una auténtica paradoja.
El madero de la Cruz de Jesucristo, como instrumento de supli-
cio, no tiene nada de bello. Ahora bien, el cristianismo ha cepillado
tanto la Cruz que la ha transformado en obra de arte.
Un hombre de nuestra cultura, el poeta León Felipe, explica con
unos versos lo que quiero decir:
“Hazme una cruz sencilla, carpintero”...
“Me gustaría contar la historia de esta piedra: es un verso peque-
ño. Me salió como una oración. Y yo lo he guardado y lo he reza-
do con lágrimas: en los hospitales, en la guerra, en los leprosarios,
en los días de desespero y abandono... Ahora esta piedra la tengo
colgada en la cruz que se yergue en la cabecera de mi cama. Es una
cruz desnuda y sencilla como yo la describo. Un día, Carlos Arruza,
mi sobrino, cuando vio que no tenía cruz que presidiera mi lecho,
me regaló una preciosa y de gran valor, con un Cristo delirante.
5. León Felipe, ¡Oh, este viejo y roto violín, Visor, Madrid, 1993, 161-163.
LA HISTORIA DE LA CRUZ DE JESUCRISTO 121
9. D. Ruiz Bueno (ed.), Padres apologistas griegos, San Justino, Apología I, BAC,
Madrid, 1954, 244-245; Cf. Minucio Félix, El octavio, Apostolado Mariano,
Sevilla, 1990, 74.
10. Gregorio de Nisa, La gran catequesis, Ciudad nueva, Madrid, 1990, 114-116.
11. Ef 3, 14-21.
12. Flp 2, 5-11.
13. San Agustín, Carta 140, 64. BAC, VIII, 1039; Carta 147, 34. BAC. XIª,73-74.
LA HISTORIA DE LA CRUZ DE JESUCRISTO 123
14. San Agustín, De la doctrina cristiana II, 41, 62. BAC. XV, 158.
15. San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos 103, I, 14. BAC, XXI, Madrid, 1966,
735.
16. San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos 141, 9. BAC. XXII, Madrid, 1967,
680-681.
124 LOS SACRAMENTOS
II
III
IV
19. Gn 3, 7-11.
20. Lc 15, 18.
21. X. Zubiri, o. c. 217-218. 228. 321-326. 328.
LA HISTORIA DE LA CRUZ DE JESUCRISTO 131
22. Romano Guardini, Los signos sagrados, Editorial litúrgica española, Barcelona,
1965, 11-14.
LA HISTORIA DE LA CRUZ DE JESUCRISTO 133
“Si tú no te perdonas
no te perdona Dios;
¡perdóna-te!
Si en paz no vives
contigo mismo,
si no consigues
paz en tu pecho,
¡no te dará Dios paz!...
La paz viene del fondo
del corazón;
es divino tesoro
que en ti Dios puso,
¡es tesoro de amor!
Esa inquietud interna
que te derrite,
es anhelo infinito
que no se extingue,
que no se sacia,
es porque no perdonas,
es porque no amas”...! 23.
“Summa”
“El verdadero es el mejor ideal;
sin él verdad no existe en ser alguno:
Toda la gloria sea dada
Al Santo Tres-en-“Uno”1.
I
LOS SACRAMENTOS Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD
II
LOS SACRAMENTOS Y DIOS-PADRE
“Ahora que la noche es tan pura y que no hay nadie más que
Tú,
dime quién eres.
Dime quién eres y qué agua tan limpia tiembla en toda mi
alma;
dime quién soy también;
dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas hasta mí, que estoy tan necesitado,
y por qué Te separas sin decirme Tu nombre,
ahora que la noche es tan pura y que no hay nadie más que
Tú...
III
JESUCRISTO ES EL GRAN SÍMBOLO Y SACRAMENTO DE DIOS PARA EL
MUNDO EN LA IGLESIA
Felipe le dijo:
—Señor, preséntanos al Padre; con eso nos basta.
Jesús le replicó:
—Con tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿todavía no me
conoces, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre, ¿cómo
dices tú: “preséntanos al Padre”? ¿No crees que yo estoy con el
Padre y el Padre conmigo? Las cosas que yo os digo no las digo
como mías: es el Padre que está conmigo realizando sus obras.
Creedme, yo estoy con el Padre y el Padre está conmigo; al
menos dejaos convencer por las obras mismas. Sí, os lo aseguro:
Quien cree en mí hará obras como las mías y aún mayores; por-
que yo me voy con el Padre, y lo que pidáis alegando mi nombre
lo haré yo para que la gloria del Padre se manifieste por medio
del Hijo; cualquier cosa que me pidáis alegando mi nombre, la
haré”7.
Según la teología católica, el símbolo pleno de Dios para el hom-
bre es el Logos-Hombre, viendo al cual se ve al Padre, como ha
dicho san Juan. Pero el Logos no sólo simboliza, sino que es lo sim-
bolizado. Es decir, que siendo el Logos Dios, además de simboli-
zarlo para nosotros, es Dios en sí mismo.
Que Jesucristo es el símbolo de Dios no se ha de entender, aun-
que resulte repetitivo, como si Jesucristo fuera símbolo o medio a
través del cual, lo mismo que yo me sirvo del ordenador para escri-
bir, se sirviera Dios para comunicarse con la humanidad. Ser sím-
bolo de Dios, como Jesucristo, quiere decir, con toda justicia, y en
primer lugar, que Jesucristo es, en sí mismo, símbolo de Dios sien-
do el Dios-Hombre. Con mayor claridad aún: Jesucristo simboliza
que él mismo es Dios.
7. Jn 14, 1-14.
DIOS UNO Y COMUNIDAD TRINITARIA 143
8. Lc 24, 27-28.
9. 1Cor 15, 3-5.
DIOS UNO Y COMUNIDAD TRINITARIA 145
¿Se puede trasladar todo esto a Jesucristo? Pienso que sí. La doc-
trina católica enseña que Jesucristo es Dios, y que en su persona no
existe zona alguna que no sea divina y humana al mismo tiempo.
Para clarificar más el asunto, la teología católica añade que divi-
nidad y humanidad no se han mezclado de modo que el resultado
sea Jesucristo, sino que la divinidad es toda humana, sin mezcla, y
que la humanidad es toda divina, pero sin mezcla tampoco, aunque
juntas indivisiblemente.
Con mayor claridad, si es posible, en orden a acercarnos a su ver-
dadero alcance. El Hombre-Jesucristo es Dios sin dejar de ser hom-
bre, y el Dios-Jesucristo es hombre sin dejar de ser Dios. Pero
Jesucristo no ha de pensarse nunca como el resultado de la mezcla
de Dios y de hombre, es decir, una tercera realidad, como la hidro-
miel obtenida por la mezcla de agua y de miel.
Del ser humano también podemos decir, y así es, que el alma es
corporal, sin dejar de ser espíritu, y que la corporalidad es alma, sin
dejar de ser corporal.
Como resultado de todo esto hay que decir que Jesucristo es un
Yo único, lo mismo que el ser humano es un Yo. Con este Yo único
piensa y se comunica el ser humano, y con este único Yo se comu-
nica y piensa Jesucristo.
He dicho en el encabezado que Dios se dona a los seres huma-
nos en la corporalidad de Jesucristo. Ahora digo, aunque no hace
falta, que Dios se comunica a los seres humanos por la corporali-
dad-divino-humana de Jesucristo.
Este planteamiento, aunque parezca repetitivo, es necesario por-
que ordinariamente se piensa que Dios se comunica a la humanidad
por la corporalidad de Jesucristo, pero como si la corporalidad de
Jesucristo hubiera sido para el Galileo lo que el vaso para el agua. No.
La corporalidad de Jesucristo, como la nuestra, es tal que el vidrio es
agua y el agua es vidrio. Es decir, que la divinidad no se comunica a
la humanidad por medio de una corporalidad pasiva, sino que la cor-
poralidad de Jesucristo es tan activa y divina como la divinidad.
148 LOS SACRAMENTOS
Revelador del “Padre” quiere decir, ante todo, que el Dios para
nosotros no es el Dios neutro, sino el Dios y Padre de Jesucristo, y
no Padre en tanto que Creador, que también lo es, sino en cuanto
15. Jn 1, 1-18.
16. Col 1, 15-17.
17. Col 1, 19-20.
18. Hb 1, 3.
DIOS UNO Y COMUNIDAD TRINITARIA 151
23. E. Schillebeeckx, Cristo, sacramento del encuentro con Dios, o. c. 93. El texto
continúa. El interesado puede acudir a él.
24. San Agustín, De la naturaleza y de la gracia II, 2. BAC. VI, Madrid, 1971, 722.
156 LOS SACRAMENTOS
28. San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan CXX, 2. BAC. XIV,
Madrid, 1965, 594-595.
29. San Agustín, Tratado sobre la Santísima Trinidad VIII, V, 7. BAC. V, 417-418.
158 LOS SACRAMENTOS
30. Constitución sobre la sagrada Liturgia 61; Cf. José Cristo Rey García Paredes,
o.c., 161-181.
DIOS UNO Y COMUNIDAD TRINITARIA 161
33. 1Cor 11, 22-25; Mt 26, 16-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20.
34. Hch 8, 17; 19, 5-7.
35. Mc 2, 1-12; Lc 15, 11-32.
36. Mc 6, 12-13; Sant 5, 13-20.
37. Hch 6, 5-6; 1Tim 4, 6-16; 2Tim 1, 6-18; 1Pe 2, 5-9; Ap 1, 6; 5, 10; 20,6; Flp 2,
17; Heb 13, 15; Rom 15, 16.
38. Mt 19, 3-12.
164 LOS SACRAMENTOS
IV
EL ESPÍRITU SANTO Y LOS SACRAMENTOS
41. San Agustín, El combate cristiano, XXV, 24 BAC, XXI. Madrid, 1973, 449.
166 LOS SACRAMENTOS
mo aún estaría por nacer. De ahí que sea el Espíritu Santo el que nos
traslada desde lo visible a lo invisible, desde los sacramentos corpo-
rales a los sacramentos espirituales42, y sea a él a quien debemos
pedir que obre en todos y cada uno de los cristianos las promesas
de su Pentecostés, según la plegaria ardiente del poeta:
5. Mt 18, 20.
172 LOS SACRAMENTOS
Consecuencias
1. La Iglesia es sacramento de Dios porque forma (es) un solo
cuerpo con su Señor. 2. La Iglesia debe comportarse con el mundo
y en el mundo como Jesucristo con la sociedad de su tiempo, aun-
que esto no excluya que Cristo y la Iglesia estén sometidos a la
ambigüedad de lo histórico.
17. Cf. A. Nocent, a. c., Selecciones de Teología 22, 143-14; T. García Barberena, a.
c., Concilium 38, 161-169.
18. San Agustín, Carta 187, XI, 34. BAC. XIa, 557-558; Cf. K. Rahner, Iglesia y
sacramentos, Selecciones de Teología 4 (1962) 231-239.
176 LOS SACRAMENTOS
19. Gertrud von le Fort, Santidad de la Iglesia, I, Emilio del Río, o. c. 502-503.
20. Constitución dogmática sobre la Iglesia 1; Cf. J. Groot, La Iglesia como sacra-
mento del mundo, Concilium 31 (1968) 58-74.
178 LOS SACRAMENTOS
1. Mc 14, 58; Jn 2, 19-21; 15, 1-11;Col 2, 9; Hb 3, 6; 9, 11; 1Cor 6, 15; 12, 27; 13,
16; 2Cor 6, 16.
180 LOS SACRAMENTOS
4. Benito Pérez Galdós, Los cien mil hijos de San Luis, (Episodios Nacionales II),
O. C. Aguilar, Madrid, 1986-1990, 652-653.
5. Cf. J. M. Velasco, El malestar religioso de la cultura. o. c., 119-148.
LOS SACRAMENTOS, CELEBRACIONES RELIGIOSAS 183
Para la inmensa mayoría de los cristianos, así como para los fie-
les de otras Religiones, el cristianismo es una Religión. ¿Por qué,
pues, aparece con tanta insistencia en los tratados actuales de teo-
logía que el cristianismo es una fe antes que una religión? ¿Qué sub-
yace en esa insistencia de los teólogos? ¿Será que presentando el
cristianismo como una fe se facilita el diálogo con otras Religiones,
en orden a no rivalizar con Religión alguna?
Pero el cristianismo es una religión que exige fe. Aún más. La
religión cristiana es Jesucristo y se exige fe en Jesucristo. De mane-
ra que Jesucristo es la persona-religión que nos vincula con Dios,
religándonos, al mismo tiempo, con el sacramento de la Iglesia y
con la Iglesia de los sacramentos.
En consecuencia, puede decirse, sin temor alguno, que los sacra-
mentos, y Jesucristo como meollo de los sacramentos, son las cere-
monias religiosas que los cristianos celebran en la Iglesia, religándo-
se con Jesucristo y con el Dios y Padre de Jesucristo.
Fe y culto
¿Qué sentido tiene la participación en la Liturgia? ¿No basta con
tener fe? ¿Por qué hay que manifestarla? Estas preguntas se las hace
todo creyente.
7. Hb 11, 26.
8. Hb 9, 28; 10, 12.
9. Hb 9, 15-24; 13, 20.
10. Hb 5, 8-9; 10, 10; 13, 12.
11. Hb 2, 12; 13, 15; Cf. Albert Vanhoye, Culto antiguo y culto nuevo en la Carta a
los Hebreos, Selecciones de Teología 75 (1980) 252-256.
186 LOS SACRAMENTOS
14. San Agustín, Tratados sobre el evangelio de san Juan 26, 13. BAC. XIII, Madrid,
1968, 586-588.
LOS SACRAMENTOS, CELEBRACIONES RELIGIOSAS 189
16. San Agustín, Exposición de la epístola a los Gálatas 19. BAC. XVIII, Madrid,
1959, 126-127.
192 LOS SACRAMENTOS
que el lector de los Santos Padres sabe muy bien que las cele-
braciones litúrgicas presididas por aquellos hombres eran gozo-
sas y festivas17.
17. San Agustín, Carta 55, 35. BAC. VIII, 344; B. Haering, Sacramentos y comuni-
dad, Selecciones de Teología 13 (1965) 31-34; J. Shea, La segunda ingenuidad.
Enfoque de un problema pastoral, Concilium 81 (1973) 108-116; Louis-Marie
Chauvet, o.c. 325-339; L. M. Chauvet, La liturgia en su espacio simbólico,
Concilium 259 (1995) 411-424; B. McDermot, Los sacramentos como oración,
Concilium 179 (1982) 325-332.
18. Leopoldo Panero, o. c. 443-448.
11
DIGNIDAD DE LOS ELEMENTOS TERRENOS
DE LOS SACRAMENTOS
1. Mc 10, 16.
DIGNIDAD DE LOS ELEMENTOS TERRENOS 195
2. Mc 8, 22-26; 16, 18; Cf. Lc 4, 40; 13, 13; Hch 9, 12; 28, 8.
3. Mc 6, 13.
4. Hch 8, 17; 19, 6.
196 LOS SACRAMENTOS
“Opus operatum”
Vayamos por partes. “Opus” es un sustantivo que procede del
latín “opus, operis”, y que significa obra, acción. “Operatum” es un
participio del verbo “operor”, que significa obrar, hacer, trabajar,
consagrarse a Dios, celebrar un sacrificio. “Operatum” quiere decir
obra consumada. La traducción literal vendría a ser: Hecho lo hecho,
o hecha la obra, o realizada la obra.
6. San Agustín, Las Confesiones XIII, 11, 26. BAC. II, 576.
7. San Agustín, Contra Fausto, L.19. BAC. XXXI, 395.
8. San Agustín, Las Confesiones XIII, XXVII, 42. BAC. II, 592.
9. San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos 146, 8. BAC. XXII, 808-809. 377;
Cf. Carta 54, 1. BAC. VIII, 300; Exposición de la epístola a los Partos VI, 10.
BAC. XVIII, 287-289; Enarraciones sobre los Salmos 127, 13. BAC. XXII, 377;
Concordancia de los evangelistas III, 25, 72. BAC. XXIX, 1992, 611.
200 LOS SACRAMENTOS
por sí mismos, y nunca deben ser opacados por los aparejos con los
que suelen ser presentados. Una rosa no se debe pintar porque sus
colores son hermosos por sí mismos. Por eso, el ceremonial de los
sacramentos debe ser sobrio y elegante en orden a que destaque la
belleza y vitalidad de los sacramentos.
Los elementos terrenos de los sacramentos son de tal categoría
que contribuyen a la santificación del hombre y a la alabanza de
Dios. Así como los sacramentos santifican al ser humano, los ele-
mentos terrenos de los sacramentos alcanzan su cumbre en los
sacramentos, pues, por su medio, el Dios de Jesucristo concede a
los cristianos la gracia de la Redención. Nunca, podemos decir sin
miedo, el agua, el pan y el vino son más densamente agua, pan y
vino que cuando empleados para el encuentro con Jesucristo.
Dios ha querido mundanizar lo divino por medio de los ele-
mentos terrenos, todo lo espiritualizados que se quiera, pero terre-
nos, en orden a que, por medio de la visibilidad, se pueda captar y
recibir aquello que Dios quiere concedernos. Y es que, si Dios quie-
re relacionarse con los seres humanos, tendrá que valerse de medios
asequibles para nosotros. Así, y porque Dios lo ha querido, el cos-
mos está vinculado a la Historia de la Salvación. Adán es barro. El
Verbo de Dios, al hacerse hombre, no sólo abraza al hombre, sino
que, en el hombre, abraza a toda la creación, de modo que la salva-
ción de Dios llega a la humanidad a través de la corporalidad, ya
que el cuerpo, para el cristiano, es el gozne de la salvación. El pan
y el vino, y todos los elementos terrenos de los sacramentos, no
solamente han sido incorporados a la Historia de la Salvación, sino
que, por incorporados, ya están pregustando de la máxima catego-
ría a la que han de llegar las criaturas en la civilización inaugurada
por la Resurrección de Jesucristo. El cuerpo de Jesucristo, y en él los
nuestros, ha llegado a la plena perfección.
¿Por qué los sacramentos son realidades visibles e invisibles,
pasajeras y permanentes, con una exterioridad y una interioridad?
DIGNIDAD DE LOS ELEMENTOS TERRENOS 201
10. San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos 26, II, 2. BAC. XIX, Madrid, 1964,
267-268.
11. San Agustín, La Ciudad de Dios X, XIX. BAC. XVI, Madrid, 1964, 549-550.
12. San Agustín, Sermón 272. BAC, XXIV, 767.
13. San Agustín, Sermón 229 U (fragmento), BAC. XXIV, 383.
14. San Agustín, Contra Fausto XIX, 16. BAC, XXXI, 398-400.
202 LOS SACRAMENTOS
“Sacramentum et res”
Esta expresión puede traducirse por sacramento y pequeña gra-
cia, de la que ya hemos dicho algo. Sacramentum ya sabemos lo que
significa: elemento terreno. La traducción literal de “res” es cosa, o
lo que un sacramento tiene por dentro. Sacramentum et res equiva-
le al contenido más objetivo y concreto del sacramento. Por ejem-
15. San Agustín, Contra Fausto L. XIX, 16. BAC. XXXI, 398-399.
16. San Agustín, Contra Fausto L. XIX, 12. BAC. XXXI, 395-396.
17. San Agustín, Sermón 260 A, 2.3 (=Denis 8). BAC, XXIV, 619-620.
DIGNIDAD DE LOS ELEMENTOS TERRENOS 203
plo, la presencia de Jesucristo está en el pan una vez que ha sido con-
sagrado, aunque no recibido, y lo mismo vale decir del arrepenti-
miento interior, antes de recibir la absolución del confesor. Pues bien.
El sacramento, por ser realizado, siempre está dando algo, y a esta
donación llamaron los escolásticos la gracia del sacramento. Es
decir, que por ser realizado ya está donando una gracia, por más que
esa gracia no equivale a la gracia final o definitiva del sacramento.
Pensemos en la Eucaristía. En el pan consagrado se encuentra ya la
presencia de Jesucristo y, por el mero hecho de estar presente, está
donando algo: el don de su presencia, aunque la Donación total se
realice cuando se comulga o recibe el pan consagrado.
“Res tantum”
Literalmente quiere decir la gracia solamente, la única gracia, la
gran gracia, gracia final del sacramento y aprovechamiento auténti-
co del sacramento. Esto se da, por ejemplo, cuando se comulga el
pan eucarístico creyendo que se recibe el cuerpo y la sangre de
Jesucristo resucitado que alimenta la fe, cura y justifica. Esta gracia
final está significada, pero no dada, ni por el “sacramentum tantum”
ni por el “sacramentum et res”. La “res tantum, o gracia final, ya no
es signo de otra cosa, sino la misma cosa apuntada: La presencia de
Jesucristo en la persona del comulgante.
* * *
Pequeños rompecabezas que han hecho correr ríos de tinta y
que, a pesar de su materialismo, algo dicen. La Iglesia del Concilio
Vaticano II no habla de los sacramentos con ese lenguaje, pero,
por desgracia, acaso sea con lo único que se quedan muchos cris-
tianos. De todos modos, y aunque yo he optado por el lenguaje del
Concilio, puede que otro, utilizando ese lenguaje instrumentalista,
materialista, cosista, o como se le quiera llamar, escriba, valiéndose
de lo que venimos llamando “jerga” o “gramática”, preciosas cate-
quesis para nuestro pueblo18.
Consciente de la aridez de estas páginas, sugiero al lector y al
catequista que las endulce con los hermosos poemas eucarísticos de
Lope de ”19, y con la lectura del “Himno a la Materia”:
3. Lc 23, 13-35.
4. Hch 8, 26-40.
5. Hch 9, 17-19.
6. San Agustín, Sermón 112, 5. BAC. VII, 345.
212 LOS SACRAMENTOS
Los milagros fueron para los judíos que creyeron en Jesús signos
de que el Nazareno era el Salvador de Dios. Para los cristianos de
hoy, los sacramentos son los elementos terrenos a través de los cua-
les Dios salva como en otro tiempo salvó por los milagros de Jesús.
Ahora bien, a nosotros nos salvan los sacramentos maravillosamen-
te, pero sin necesidad de milagros o, lo que es igual, nos salvan por
medio de milagros desclasados u ordinarios.
La problemática pastoral de los sacramentos es muy aguda y no
la vamos a agotar, pero es necesario una mínima sugerencia.
El cristianismo, cuando fue minoritario, y para diferenciarse de
las demás Religiones, no consintió que sus Misterios aludieran ni a
los momentos claves del ciclo vital ni a las cuatro estaciones del año.
Pero cuando la cultura fue sinónimo de cristianismo y cristianismo
de cultura, la Iglesia cristianizó el ciclo vital, y no tuvo empacho en
identificar los sacramentos con los momentos claves de la vida.
La crisis de los sacramentos en las viejas cristiandades, y digo los
sacramentos por ser los máximos exponentes de la Iglesia, es pavo-
rosa. Refiriéndonos a España, y según datos del lejano 1990, el 27,
3% de los españoles se sentía practicante y asistía a la misa domini-
cal. El 54, 3% se sentía no muy creyente y no muy practicante. El
número de ateos e indiferentes ascendía al 26, 1%. Por otra parte,
aunque el 87 % se declaraba católico, sólo el 63% se consideraba
religioso, mientras que el 28% se definía como no religioso, y cuan-
to más jóvenes, menos religiosos.
Con relación a la Confesión, el 73% de los españoles no se había
confesado nunca, mientras que el 6% declaraba que lo hacía sema-
nalmente.
Uno de los conflictos entre el cristianismo y la cultura actual pro-
cede de la colisión entre los métodos científicos y técnicos moder-
nos y los conocimientos pre-científicos, así como de las diversas
concepciones de cultura. Por eso, es conveniente que tengamos
muy en cuenta a qué cultura nos referimos cuando relacionamos
cultura, fe y religión.
POR LA FE SE CREE EN LOS SACRAMENTOS 213
1. Xavier Zubiri, El problema teologal del hombre: Cristianismo, o.c., 356. 411.
DE LA GRACIA OBTENIDA EN LOS SACRAMENTOS 217
4. Cf. L. M. Chauvet, Símbolo y sacramento, o.c. 147; K. Rahner, Para una teolo-
gía del símbolo, Escritos de teología, IV, 309; K. Rahner, Devoción personal y
sacramental, Escritos de teología II, Taurus, Madrid, 1963, 115-125; Lucien
Cerfaux, La teología y la gracia según san Pablo, Selecciones de Teología 21
(1967) 7-13; P. Rousselot, La concepción de la gracia en san Juan y en san Pablo,
Selecciones de Teología 21 (1967) 14-19; K. Wennemer, Espíritu y vida en san
Juan, Selecciones de Teología 21 (1967) 20-26; Marc François Lacan,
Conversión y gracia en el Antiguo Testamento, Selecciones de Teología 21
(1967) 27-30; Charles Moeller, Gracia y justificación, Selecciones de Teología 21
(1967) 54-58; Peter Smulders, La estructura de la gracia, Selecciones de
Teología 21 (1967) 89-92.
220 LOS SACRAMENTOS
La fuerza de la Palabra
Por sí misma, la Palabra tiene fuerza salvadora. Como dice la
Escritura, la Palabra posee tal fuerza que quema y tritura la piedra1,
y tan cumplidora que no vuelve a Dios vacía:
2. Is 55, 10-11.
3. Jn 1, 14.
4. Rom 1, 16.
5. Heb 3, 12-13.
6. Jn 15, 1-3.
7. 1P 1, 23.
8. Rom 10, 17.
LA PALABRA Y LOS SACRAMENTOS 225
los se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la efi-
cacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y
vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del
alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Excelentemente se
aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: Pues la palabra de Dios
es viva y eficaz (Heb 4, 12), que puede edificar y dar herencia a
todos los que han sido santificados (Hch 20, 32; 1Tes 2, 13)”9.
Según los Reformadores, la salvación procede de la Palabra, de
su predicación y de la fe con que es acogida. En consecuencia, los
sacramentos no son para ellos la forma suprema de la salvación,
sino la Palabra predicada, escuchada y acogida con fe.
Como reacción a la Reforma protestante, la teología católica
amortiguó la importancia salvadora de la Palabra y la consideró,
desafortunadamente, como portadora de verdades objetivas.
9. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, VI, 21.
BAC. 142.
226 LOS SACRAMENTOS
Generalidades previas
Según la Biblia, el sacrificio se remonta al alba de la humanidad.
Caín, como representante de la sociedad agrícola, ofrece a Dios el
fruto de sus campos, pero se desprende de lo peor. Por el contrario,
su hermano Abel, dedicado al pastoreo, ofrece a Dios las ovejas
más gordas de sus rebaños2. A Abrahán, como una reminiscencia de
sacrificios humanos que la Biblia quiere desterrar, se le pide en sacri-
ficio a su hijo Isaac, pero a Dios le basta con la prontitud de su obe-
diencia, y el sacrificio del muchacho es sustituido por un carnero3.
El profeta Miqueas está desconcertado y se pregunta: ¿Cómo me
4. Miq 6, 6-9.
5. Ex 24, 1-18.
6. N. Lohgink, Antiguo Testamento. El desenmascaramiento de la violencia.
Comentarios exegéticos a un tema de actualidad, Selecciones de Teología 72
(1979) 285-293.
7. Ernst Cassirer, o.c. II, 273.
APROXIMACIÓN AL SACRIFICIO 231
Atenágoras, allá por los años 170-180, purifica de tal modo el con-
cepto de sacrificio que afirma que la religión no se mide por los sacri-
ficios materiales, cuanto por la dedicación o sacrificio de la inteli-
gencia al conocimiento de Dios: “Mas ya que quienes nos acusan de
ateísmo –vulgo que no sabe ni por sueño qué cosa es Dios, tan igno-
rantes y tan ajenos a la contemplación de la razón teológica como
de la física, que miden la religión por ley de sacrificios–, nos repro-
chan no tener los mismos dioses que las ciudades, considerad, os
ruego, oh emperadores, uno y otro punto del siguiente modo, y, ante
todo, el reproche de no sacrificar. El Artífice y Padre de todo este
universo no tiene necesidad ni de sangre ni de grasa, ni del perfume
de flores e inciensos, como quiera que Él es perfume perfecto; nada
le falta y de nada necesita. Para Él, el máximo sacrificio es que conoz-
camos quién extendió y dio forma esférica a los cielos y asentó la tie-
rra a manera de centro, quién congregó las aguas en mares y separó
la luz de las tinieblas, quién adornó con astros el éter e hizo que la
tierra produjera toda semilla; quién creó a los animales y plasmó al
hombre. Teniendo, pues, al Dios artífice que todo lo contiene y todo
lo mira con la ciencia y arte con que todo lo dirige, y levantando a
Él nuestras manos puras, ¡qué necesidad tiene ya de hecatombes?...
¿Qué falta me hacen a mí los holocaustos de que Dios no necesita?
¡Y qué falta me hace presentar ofrendas, cuando hay que ofrecerle
sacrificios incruentos, que es culto racional!?”8.
16. Heb 9, 11-28; Cf. Heb 10, 5-18; Rom 4, 25; Gál 2, 20; 3, 13; 2Cor 5, 14-21;
Ef 5, 2.
17. San Agustín, Tratado sobre la Santísima Trinidad IV, XIV, 19. BAC. V, 300-301.
APROXIMACIÓN AL SACRIFICIO 237
18. San Agustín, Réplica al adversario de la ley y los profetas I, XXXVII, 18. 37.
BAC. XXXVIII, Madrid, 1990, 729.
19. San Agustín, La Ciudad de Dios X, V. BAC. XVI, 521-522; Réplica al adversa-
rio de la ley y los profetas I, XXXVII. 18. 37. BAC, XXXVIII, 729-731.
20. San Agustín, Ochenta y tres cuestiones diversas 61, 2. BAC XL, 172.
21. San Agustín, La Ciudad de Dios X, XX. BAC. XVI, 550-551.
238 LOS SACRAMENTOS
22. Jn 4, 20-24.
23. San Agustín, La Ciudad de Dios X, VI. BAC. XVI, 523-524.
APROXIMACIÓN AL SACRIFICIO 239
24. Concilio Vaticano II, Sobre la sagrada liturgia 47. BAC. 173.
240 LOS SACRAMENTOS
El carácter
Además de lo expuesto en otro apartado, por carácter hay que
entender la capacitación para celebrar y recibir los sacramentos. La
capacitación la recibimos en el Bautismo, pues en la fuente bautis-
mal no sólo se nos introdujo en el Pueblo de Dios, sino que, ade-
más, se nos invistió para que pudiéramos celebrar los Misterios cris-
tianos, tanto los ministros como los simples fieles, pues si los minis-
tros los celebran para los fieles, también ellos los reciben.
En el bautismo, pues, fuimos incorporados a Cristo, y tal incor-
poración nos caracteriza e imprime en el bautizado un modo de ser,
esto es, la manera específica de ser cristiano o, lo que es igual, carac-
terizados o educados para serlo1.
Por carácter se entiende el rasgo más típico y personal de un ser
humano. Es una persona de carácter, solemos decir. Carácter, pues,
desde el punto de vista personal, es, ante todo, la propia persona y,
en consecuencia, la huella más típica que un ser humano imprime
en sus obras y palabras es su propio yo. En suma, que por carácter
se ha de entender el brillo, lustre y esplendor de una persona en sí
y en todo cuanto hace y dice.
Los celebradores
La Iglesia tiene conciencia y experiencia de que Dios, por ser
Padre, siempre está ejerciendo su Paternidad. Dios ama y, amando,
manifiesta su Paternidad. Esto es lo que ha sabido siempre la Iglesia,
y de ello tiene conciencia y experiencia.
El Misterio de Dios se realiza por Jesucristo más la colaboración
del ser humano. Si Dios ha creado a los seres racionales sin haber
contado con ellos, tanto los respeta que, después de haberlos crea-
do, no quiere frustrarse en lo que ha creado y, para ello, dialoga con
la creación y desea que se le responda.
La Historia saludable de la Cruz la transmite Dios a los recepto-
res mediante acciones simbólicas, pero los símbolos y los ritos invi-
tan a los cristianos a que substituyan los símbolos por sus personas,
pues la Gracia no es para los símbolos, sino para las personas. Es
decir, que la presencia de Jesucristo en el pan eucarístico no es para
el pan, sino para alimento de las personas.
4. Sto. Tomás, Suma Teológica, III, 63 (Solución). BAC. V. Madrid, 1994, 535. Cf.
E. Boularand, Carácter sacramental y misterio de Cristo, Selecciones de
Teología 13 (1965) 64-67; E. Ruffini, El carácter como visibilidad concreta del
sacramento en relación con la Iglesia, Concilium 31 (1968) 111-124.
244 LOS SACRAMENTOS
Diseño de celebrante
1. El celebrante debe ser, ante todo, transmisor del Señor.
2.El celebrante debe representar al Señor, ya que uno de los
presentes en la celebración debe simbolizar la presidencia del
Resucitado.
3. El celebrante, lo mismo que el receptor, es parte del sacramento.
4. Todo celebrante debe actuar de tal manera que no suplante ni a
Cristo ni a la Comunidad.
5. El presidente señala amorosamente su cometido a cada miem-
bro de la asamblea.
6. Jesucristo está presente en la asamblea por medio del celebran-
te. En consecuencia, así como Cristo presidió la Cena y se pre-
ocupó de lo necesario, el presidente ha de colaborar en la pre-
paración del templo-cuerpo de la asamblea.
7. El celebrante debe recordar a la asamblea las obras realizadas
por Dios en favor de la humanidad y narrar con habilidad el
Memorial del Señor.
8. El celebrante debe poner a la asamblea en sintonía con la Iglesia
Universal y con toda la humanidad.
9. La Iglesia cree en lo que celebra y pide al celebrante que oficie
de modo creyente y creíble, puesto que hace de nexo entre el
rito exterior y la fe de la Iglesia.
SACRAMENTOS, CARÁCTER Y CELEBRACIONES 245
5. San Agustín, Réplica al gramático Cresconio, donatista III, VII. BAC. XXXIV,
Madrid, 1994, 325.
246 LOS SACRAMENTOS
6. Concilio Vaticano II, Sobre el ministerio y vida de los presbíteros 5. BAC. 410-
410; Cf. J. Lecuyer, El celebrante: Notas para profundizar su función,
Selecciones de Teología 6 (1963) 107-110; J. M. Tillard, A propósito de la inten-
ción del ministro y del sujeto de los sacramentos, Concilium 31 (1968) 125-139.
248 LOS SACRAMENTOS
1. Gál 4, 6.
2. Gn 5, 22; 6, 9; 4, 4; 8, 21; 9, 12-16; Ez 14, 14; Rom 1, 21; 1Cor 10, 20.
3. San Agustín, Carta 149, II, 19. BAC. XI a, 130.
4. San Agustín, La Ciudad de Dios VII, XXXII, BAC. XVI, 399-400.
252 LOS SACRAMENTOS
5. San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos 77, 2. BAC. XXI, 33-35.
6. San Agustín, Sermón 272, 1. B (= Mai 158). BAC. XXIV, 772.
7. Cf. P. Grelot, Presencia de Dios y comunión con Dios en el Antiguo
Testamento, Concilium 40 (1968) 521-535.
8. Convergencias doctrinales en el seno del Consejo Ecuménico de las Iglesias, ed.
de la Facultad de Teología de Barcelona (Sección san Paciano), Barcelona, 1983.
Todo el folleto es de sumo interés.
DESDE LOS SACRAMENTOS DE NUESTROS ANTEPASADOS 253
se han borrado esas diferencias, pues tanto para unos como para
otros Palabra y Sacramento no se contraponen, ya que la gracia se
comunica por la Palabra-Sacramento y por el Sacramento-Palabra.
En el sacramento del Bautismo, fuera de algunas pequeñas dife-
rencias, casi hay acuerdo total entre todos los cristianos.
La Cena, como Memorial del Señor Jesús y anticipo de la paru-
sía y escatología finales, también es casi admitida totalmente por los
cristianos.
Respecto del carácter sacrificial de la Cena existe un gran acuer-
do, pues entienden que la Cena es la verdadera representación sim-
bólico-sacramental del único sacrificio de la Cruz.
Casi todos los cristianos creen unánimemente en la presencia de
Cristo en la Eucaristía, pero lo que divide es que los católicos bajan
a detalles muy fuertes, mientras que los protestantes creen en la pre-
sencia, pero sin bajar a concreciones.
Respecto de la comunicación o comunión entre las Iglesias que
tienen la misma fe y praxis, la Iglesia Católica permite a los suyos,
allí donde no haya servicio católico, aunque con una normativa, la
plena intercomunión en los sacramentos de aquellas iglesias que
comparten la misma fe, unos mismos sacramentos y sus obispos son
sucesores de los Apóstoles.
El asunto más espinoso entre católicos, protestantes y ortodoxos
es el del Primado. A este respecto, el Padre Congar es clarividente,
y a él me remito: “¿Y el Papa actual? (le pregunta el entrevistador).
En su discurso inaugural Juan Pablo II afirmó que su política era el
Concilio. Después tal vez ha tenido una posición más autoritaria,
pues lo es todo en la Iglesia. Creo que hay que dejar constancia de
una marcha atrás por el hecho de que el movimiento conciliar ha
sido sustituido por la centralización. Esto puede ser muy grave. Juan
Pablo II habla a menudo de la próxima unión con los ortodoxos.
Pero ésta resulta del todo imposible si el Pontífice romano no
respeta completamente las Iglesias particulares, las instituciones
DESDE LOS SACRAMENTOS DE NUESTROS ANTEPASADOS 255
10. San Agustín, De la verdadera religión XVII, 33. BAC. IV, Madrid, 1956, 107.
11. San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos 143. 2. BAC. XXII, 715-716.
12. San Agustín, Cartas, 54 , I, 1(a Jenaro), BAC. VIII, 300.
13. B. Bro, El hombre y los sacramentos, o. c. 213.
DESDE LOS SACRAMENTOS DE NUESTROS ANTEPASADOS 257
cósmico, los siete colores del arco iris, etcétera. Para los semitas,
el símbolo septenario es santo y signo de perfección14. Muchos
pueblos celebran sus fiestas en el día séptimo o durante siete días,
y la Biblia habla del candelabro de los siete brazos, de los siete
espíritus que reposan en la vara de Jesé, así como de la construc-
ción del templo de Salomón en siete años. Más aún, la Biblia se
abre con el relato de la creación en siete días (Génesis) y se cierra
con la lucha feroz del mal contra el bien simbolizada en los siete
cuernos de la bestia apocalíptica. Como número bíblico, el 7 es el
preludio del 8, del día completo, de la Paz sin término, así como
símbolo del hombre-finito, en contraposición de Dios, que no
puede ser numerado.
¿Habrá que decir del número 7, como de los ángeles que, si no
existen, han sido imaginados tan bellos que merece la pena que
existan?
En torno al simbolismo del siete la teología ha tejido una pre-
ciosa cosmovisión salvadora. Así, girando los sacramentos en torno
a la Eucaristía, son alimentados por ella y a ella vuelven.
El Bautismo posibilita la pertenencia a la comunidad cristiana.
La Confirmación proclama la vida recibida y equipa para el tes-
timonio.
El Ministerio ordenado cohesiona al Pueblo, preside la Eucaristía
y la entrega.
El Matrimonio simboliza la alianza de Cristo con su pueblo,
alianza que se realiza por y en el amor, simbolizando, a su vez, y rea-
lizando, el amor de Cristo por su Iglesia.
La Unción se administra para el retorno a la vida ordinaria,
vigorizada con la Eucaristía, y como preparación para el viaje
escatológico.
La Reconciliación perdona y ayuda para superar las pruebas.
14. Robert Hotz, o.c., 319-322; Cf. Mircea Eliade, El chamanismo y las técnicas
arcaicas del éxtasis, FCE., España, 2001, 222-231.
258 LOS SACRAMENTOS
Pricipios cristológicos
Jesucristo es uno y único. Más sencillamente. Jesucristo es una
persona y no dos. Pero toda persona, incluido Jesucristo, se va
haciendo a través de etapas sucesivas. Esto es obvio en todo proce-
Principios eclesiológicos
La Iglesia, con ser una y única con Cristo y Cristo con ella, tiene
otros tantos rostros propios a lo largo de la Historia, tanto que
sería muy sospechoso que la Iglesia tuviera un rostro único en
todos los tiempos. La Iglesia, además, se desarrolla en la medida
en que sus hijos se incorporan a ella, de modo que no habría Iglesia
sin personas incorporadas a ella. Ahora bien, la Iglesia, por ser la
Madre de todos sus hijos, acompaña a cada uno de ellos según sus
cualidades y necesidades. En la Iglesia están, y son Iglesia, el niño,
el joven, el adulto, el anciano y, junto con la diversidad de edades,
el proceso y grado de madurez o inmadurez de todos y cada uno
de sus componentes.
Principios antropológicos
Todo ser humano es persona radicalmente desde su concepción,
aunque no ejerza plenamente, por más que ya se ejerce recibiendo
el cariño. El ser humano se va haciendo persona en etapas sucesi-
vas, proceso que no termina, según el cristianismo, pues, una vez
apurada la etapa de la muerte, se sigue siendo persona junto a Dios.
Y lo llamativo es que allí se seguirá creciendo sin angustia. En con-
secuencia, Jesucristo-Iglesia, Iglesia-Jesucristo, acompañan a los cris-
tianos desde que nacen, durante la vida terrena, hasta la desembo-
cadura en el más allá17.
4. J. J. Tamayo-Acosta, o. c. 166-167.
266 LOS SACRAMENTOS
5. 1Jn 2, 6-11.
6. Gál 4, 18-20.
7. Flp 3, 21.
LOS SACRAMENTOS FUENTE DE LA VIDA ÉTICA Y MORAL 267
8. 2Tim 2, 8-13.
9. San Agustín, Carta 22, 2. 3. BAC. VIII, 80-81.
268 LOS SACRAMENTOS
* * *
Por mi parte, no me queda sino desear que cada cristiano, per-
sonal y comunitariamente, nos vertebremos a semejanza del Dios
Uno y Trino, Simple y Plural, e imprimamos su sello trinitario en la
Historia, cuidando amorosamente del pobre11.
10. Luis Felipe Vivanco, Prosas propicias, Plaza Janés, Barcelona, 1976, 64-65;
Antología poética, Alianza Editorial, Madrid, 1976, 117-118.
11. Cf. Luis Maldonado, o.c., 130-138.
ÍNDICE GENERAL
PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
1. APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE INICIACIÓN . . . . . . . 31
Rasgos característicos de la iniciación cristiana . . . . . . . . . . . . . . . . 34
¿Es difícil la iniciación cristiana en la cultura de hoy? . . . . . . . . . . . 35
Un mínimo de pedagogía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38