Niega este autor la pretensión de otros filósofos que, intentando solucionar el problema de la
demarcación, afirman que un enunciado constituye conocimiento si cree en él, con suficiente
convicción, un número suficiente de personas.
Numerosos ejemplos históricos y actuales parecen avalar esta crítica, y muestran que incluso los
más sobresalientes científicos son muy escépticos con respecto a sus mejores teorías. De forma
rotunda, Lakatos mantiene su postura, al afirmar que: “Un enunciado puede ser pseudocientífico
aunque sea eminentemente plausible y aunque todo el mundo lo crea, y puede ser científicamente
valioso aunque sea increíble y nadie crea en él”.
Una teoría, por tanto, puede tener un gran valor aunque sean muy pocos los que la entiendan o
crean en ella. El valor cognoscitivo de una teoría no depende de su influencia psicológica sobre las
mentes humanas. Muy al contrario, su valor depende solamente del apoyo objetivo que prestan los
hechos a esa conjetura. De igual modo, descalifica el criterio de demarcación de los “lógicos
inductivos” afirmando, que no se puede derivar válidamente una ley de la naturaleza a partir de un
número finito de hechos, y que los que afirman que las teorías científicas son probadas por los
hechos, ignoran la lógica elemental moderna. Tampoco comparte el criterio de demarcación entre
ciencia y pseudociencia propuesto por Popper.
Para Lakatos este criterio ignora que los científicos no abandonan una teoría simplemente porque
los hechos la contradigan, sino que normalmente inventan alguna hipótesis auxiliar para explicar lo
que denominan una anomalía o simplemente la ignoran y centran su atención en otros problemas.
Cualquier teoría, incluso las más acreditadas, tiene en cualquier etapa de su desarrollo anomalías y
problemas no solucionados, por lo que un criterio simple de refutación no sirve para distinguir las
teorías científicas de las que no lo son. En esto Lakatos discrepa claramente de Popper, para el que
una simple refutación es sinónimo de fracaso empírico. Según Lakatos, “Todas las teorías nacen
refutadas y mueren refutadas”.
Aunque critica a Popper, considera válida buena parte de sus aportaciones y, en cierto modo,
aunque lo critica, trata de mejorar sus conclusiones, se considera continuador de Popper y miembro
del falsacionismo sofisticado. Para Lakatos, es posible solucionar algunos de los problemas que ni
Popper ni Kuhn consiguieron solucionar, para lo cual propugna la metodología de los programas de
investigación científica.
La ciencia es algo más que simplemente ensayos y errores o una serie de conjeturas y refutaciones.
Según este autor, todo hecho que sea explicado por la teoría, la apoya. Una teoría es considerada
mejor que su rival si es apoyada por más hechos que su contraria.
Esta parte de contenido empírico de una teoría que no es compartida por su rival, es lo que
denominamos “contenido excedente”. Para el falsacionista sofisticado, una teoría es aceptable o
científica sólo si tiene un exceso de contenido empírico corroborado con relación a su predecesora o
rival, esto es, sólo si conduce al descubrimiento de hechos nuevos. Esta condición puede
descomponerse en dos apartados: que la nueva teoría tenga exceso de contenido empírico y que
una parte de ese exceso de contenido empírico resulte verificado.
Lo que ha de ser evaluado como ciencia o pseudociencia no es una teoría dada, sino más bien una
sucesión de teorías “Uno de los aspectos cruciales del falsacionismo sofisticado es que sustituye el
concepto de teoría como concepto básico de la lógica de la investigación, por el concepto de serie
de teorías”. Son tales series de teorías, que normalmente están relacionadas por una notable
continuidad que las agrupa, las que constituyen programas de investigación.
Lakatos examina las debilidades del falsacionismo, contrastando la lógica interna con la posible
confirmación empírica que la podría apoyar; dicho examen lo conduce a formular un metacriterio
para evaluar al falsacionismo, de acuerdo a la lógica del criterio popperiano de demarcación. El
metacriterio consiste, entonces, en la autoaplicación cuasi empírica del criterio falsacionista, en
virtud del cual –el racionalismo crítico– distingue la ciencia de la pseudociencia, y éste será cuasi–
empírico porque sus instancias refutadoras serán provistas por la historiografía. Armado del referido
metacriterio exigirá al falsacionismo que defina sus instancias falseadoras; es decir: demanda al
falsacionismo popperiano que enuncie las instancias empíricas falsadoras de su teoría.
En otras palabras: exige al falsacionismo que defina las consecuencias empíricas de su teoría, que
su teoría sería incapaz de resistir, y, coherente con su lógica, se auto–obligaría a abandonar su
criterio de demarcación, si aquellas se presentaran.
Lakatos reflexiona sobre cuáles podrían ser esas instancias que Popper, contraviniendo su
metodología, no precisó. Sin embargo, considera un servicio de valor epistemológico dirimir el
carácter falsable de la teoría de la ciencia de Popper, puesto que tal condición es necesaria para
sostenerse dentro de la racionalidad científica. Lakatos, intentando razonar como lo haría Popper y
respetando sus premisas, infiere que: "...una teoría de la racionalidad, o criterio de demarcación, ha
de ser rechazada si es inconsistente con un "juicio de valor" básico y aceptado por la elite científica.
Realmente esta regla metodológica (metafalsacionismo) parece corresponder con la regla
metodológica (falsacionismo) de Popper, según la cual una teoría científica ha de ser rechazada si
es inconsistente con un enunciado básico ("empírico") unánimemente aceptado por la comunidad
científica. Toda la metodología de Popper reposa sobre la afirmación de que existen enunciados
(relativamente) singulares sobre cuyos valores de verdad los científicos pueden alcanzar un acuerdo
unánime: "sin tal acuerdo se crearía una nueva Babel y el soberbio edificio de la ciencias pronto se
convertiría en ruinas".
Al extender el criterio falsacionista a este segundo nivel metafalsacionista (que ahora se requiere
para poder someter a falsación al falsacionismo) se necesitan acuerdos de la comunidad científica
que van más allá de la legitimación de los enunciados básicos que confrontaran a las teorías en
calidad de potenciales falsadores; es meenester un acuerdo más fundamental sobre la forma de
discernir el progreso de la ciencia que opera sobre esa plataforma de enunciados básicos; propone
que esta ha de ser la instancia (cuasi empírica) de la evaluación básica ejecutada por la comunidad
científica. Luego, el metacriterio que postula Lakatos se enunciará así: "...sí un criterio de
demarcación es inconsistente con las evaluaciones básicas de la elite científica, debe ser
rechazado".
Ahora bien, si la evidencia histórica muestra que la manifiesta insuficiencia de una teoría condujo a
la comunidad científica a declararla falsada y consiguientemente resultó excluida del corpus del
conocimiento científico, entonces –en base a esa instancia básica– debe estimarse que el postulado
falsacionista de Popper ha sido corroborado. Pero, si resulta que las teorías que reunían méritos
para rechazarse continúan vigentes, contando con el beneplácito de la comunidad científica y,
algunas de ellas, con el transcurso del tiempo, han llegado –incluso– a ser valoradas como auténtico
progreso; entonces, de acuerdo a la confrontación con la base cuasi–empírica, todo indicaría que
debería decretarse la falsación del falsacionismo y, paralelamente, su marginación de la racionalidad
científica.
A juicio de Lakatos, en toda investigación científica se encuentran anomalías que bajo el prisma
falsacionista ingenuo serían consideradas instancias refutadoras, pero, la actitud del científico,
normalmente, es pasarlas por alto concentrándose en las posibilidades que le ofrece la heurística
positiva de su investigación, confiando que más adelante, a la luz de nuevos descubrimientos, las
incongruencias se aclararán. Esta manera de actuar, juzgada desde el falsacionismo popperiano
estricto, es una estrategia indebida, pero, sin duda, es la actitud que la mayoría de los científicos
adoptan frente a las dificultades y, además, esta aceptada por la comunidad científica. Así, ha
ocurrido que programas de investigación que han llegado a ser exitosos progresaron a través de un
océano de anomalías y sobrevivieron, en muchas ocasiones, recurriendo a hipótesis ad hoc y ex
post, hasta que –finalmente– lograron encontrarse con la esquiva fertilidad heurística.