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FUKUSHIMA
LA CAPACIDAD DE RESILIENCIA Y LO
INCONCEBIBLE
El primer ministro japonés, Naoto Kan, estaba en su ofici-
na en la Dieta, el Parlamento japonés, cuando los adornos
de cristal del candelabro que pendia sobre su cabeza empe-
zaron a tintinear, a temblar y luego a bambolearse, cada vez
con més violencia, de lado a lado.’ El temblor se prolongé
durante cuatro minutos. El primer ministro se puso a res-
guardo, esperando que la lampara se desplomara. Cuando
volvid a ser seguro estar en pie, se desplazé de inmediato
hasta el centro de emergencias del Gobierno, para porierse
al frente de las operaciones. Los primeros informes fueron
tranquilizadores: los cincuenta y cuatro reactores nucleares
de Japon se habian apagado de forma segura. Una hora mas
tarde, las noticias cambiaron de repente: hubo un «apagén
total de Ia central», una pérdida de suministro, en Fukushi-
ma Daiichi.
En Minamisoma, una ciudad a cuarenta kilémetros de
Fukushima Daiichi, un pescadero, que contemplaba el mar
desde las ventanas de su planta en el muelle de Ia ciudad,
pens6 simplemente que se trataba de una hermosa ola,
como las que solia surfear, hasta que se dio cuenta de que
los barcos de pesca estaban siendo arrojados hacia la orilla.
En la ciudad de Namie, a ocho kilémetros de la planta
nuclear, un joven trabajador municipal condueia con un
altavoz por las dreas de la ciudad mas cercanas al mar, paratz LAS VIRTUDES COTIDIAN,
alertar a la gente sobre la ola, cuando eché un vistazo al
retrovisor y vio las olas rugiendo por el asfalto tras de si
Obedeciendo instrucciones, setenta y cuatro estudian-
tes permanecieron en el patio de una escuela primaria en
Ishinomaki, después del terremoto y antes de que golpea-
ra el tsunami. Los maestros desobedecieron la orden y
escaparon a terrenos més altos con treinta y cuatro de los
alumnos. Las personas que siguieron las érdenes fueron
arrastradas por el agua.
Un tendero de una de las comunidades costeras se ofre~
cid como voluntario esa noche en la estacién de bomberos.
Hasta que se puso demasiado oscuro para distinguir nada
pasé horas sacando cuerpos de los arrozales, de los coches
volteados y de los botes arrojados a los campos, mientras
caia en la cuenta de que aquellos eran los cadaveres de sus
amigos.
En la sala de control de Fukushima Daiichi, el superin-
tendente de la planta, Masao Yoshida, y su equipo pensa-
ron en un primer momento que las instalaciones habian
resistido el terremoto. Después de que golpeara el tsunami
y de que las luces y el vasto panel de instrumentos frente
a ellos se apagaran, entendieron que se enfrentaban a un
apagén total, una situacién para la que sus manuales de
instrucciones nunca los habian preparado.'
Para estas personas —un primer ministro, un pescade~
ro, un comerciante, unos maestros de escuela primaria, un
trabajador municipal y un superintendente de una planta
nuclear—, las 14.46 del 3 de marzo de 2011 marcan el
momento en que accedieron al terreno de lo inimaginable.
Lo inimaginable no es sinénimo de lo impensable. Por
separado, cada uno de los elementos del triple desastre
—un terremoto de gran magnitud que alcanzé un 9.0 en
la escala de Richter, un tsunami de quince metros de altu-
ray un accidente nuclear— era posible. Que los tres ocu-ual mismo ciempo era algo que nadie podia concebir,
> gue convirtié ta experiencia en algo inimaginabie.*
as sociedades cradicionales, como ei Japon d
“siglo x
ne snftis rsinamis devastadores hace mil afios, contaban
con categorias amplias ¢ integrales para el destino, lo,que
les propotcionaba marco
s de significado para la experien-
cia de lo inimaginable. La gente comin experimentaba
con frecuencia momentos situados mis alla de su com-
prension: ademds de las riadas, estaban las hambrunas, las
plagas y las muertes prematuras. Ante tales flagelos, podian
sentir rabia por la dura crueldad de la inescrutable volun-
tad de Dios, pero no creian que estuviera en su poder des-
cifrar el significado de unos acontecimientos tan terribles,
ni mucho menos anticiparlos o prevenirlos. El coraje fren-
te al desastre se encarnaba en una resiliencia nacida de la
resignacién estoica. Los santuarios sintoistas construidos
hace mil aftos en los acantilados que bordean Ia costa de
Fukushima, los mareadores de piedra que indicaban el ni
vel que alcanzaron las aguas en el afio 917 d.C., eran la
advertencia no escuchada de una sociedad antigua a otra
moderna. Los santuarios son asimismo un testimonio de
un tipo de resiliencia, una sumisién a lo inescrutable, que
es dificil de imaginar hoy en d
La experiencia moderna de lo inimaginable pertenece
a.
auna categoria completamente distinta, Nuestras expec-
tativas estin moldeadas por siglos de ciencia, de acumula-
cién de conocimiento sobre fenémenos naturales como
terremotos y maremotos, y por la confianza que hemos
adquirido, a través de la vida moderna, en la capacidad del
Estado para utilizar ese conocimiento para protegernos.
Cuando lo inimaginable nos golpea, nuestra pregunta
no es «Qué ha hecho Dios?», sino «2Por qué nadie nos ha