Desde principio de siglo van a surgir dos movimientos que defienden un arte puro y
deshumanizado.
El ensayo será el género característico de esta generación. Entre los ensayistas más
importantes destacan Eugenio D’Ors, quien se encarga de difundir, junto a Ortega, las
novedades intelectuales y estéticas. Son destacables sus escritos sobre arte y cultura, como:
Tres horas en el museo del Prado o Lo barroco; Gregorio Marañón, médico de profesión, trató
en su obra sobre temas literarios, políticos, sociales, morales, artísticos; Manuel Azaña,
presidente de la Segunda República, dejó grandes trabajos como crítico literario (La invención
del Quijote) y de carácter político; pero, sin duda, el intelectual más importantes de todos fue
Ortega y Gasset. Fue la máxima figura de la filosofía española del s.XX y uno de los grandes
intelectuales de esta época. Su obra abarca los temas más variados, pero señalaremos dos: a) el
tema de España. En relación con él, destaca su defensa del europeísmo y su denuncia del
aislamiento de nuestro país (“Una raza que se muere por instinto de conservación”). Lo esencial
de sus ideas se encuentran en España invertebrada, donde habla de la disgregación del país
causada por los separatismos políticos, la falta de espíritu de cooperación entre las clases, la
inexistencia de una “minoría selecta” capaz de dirigir a las masas y el rechazo de las masas a
dejarse dirigir por los individuos más capacitados; y b) Cuestiones sobre el arte y sobre la
novela, en concreto. Dos son los ensayos que tuvieron una repercusión importante en los
ambientes artísticos del momento: La deshumanización del arte, en el que hace un análisis de
las Vanguardias, destacando cómo el arte debe ser una actividad intelectual, no sentimental y de
ahí que se tienda a la deshumanización, relegar las emociones humanas por la pura emoción
estética, que lo convierte en un arte minoritario. En Ideas sobre la novela aplica la teoría
anterior a este género. Según él, la novela ha dejado de interesar por la dificultad para encontrar
temas nuevos y por las crecientes exigencias estéticas de los lectores selectos. El novelista debe
compensar el agotamiento de los temas con el cuidado de la forma; se llegaría así a una novela
deshumanizada en la que se perseguiría un goce estético. Hay que nombrar su publicación
periódica (Revista de Occidente), en donde se publicó todo el arte que se estaba produciendo
fuera de nuestras fronteras.
Respecto a la novela, los escritores más representativos están Gabriel Miró, quien
destaca por su capacidad para captar sensaciones, emociones que le valió la definición de “gran
poeta en prosa”. Entre sus obras hay que nombrar Las cerezas del cementerio o El obispo
leproso; Ramón Pérez de Ayala, por su parte, es el mejor representante de la novela intelectual
propia de los novecentistas. La novela se aproxima al ensayo y se introducen novedades
estructurales como el uso del diálogo teatral, historias intercaladas o el perspectivismo a través
de varios narradores que cuentan la misma historia o la doble columna. Destacan Belarmino y
Apolonio o el Tigre Juan.
En poesía, el autor más relevante será Juan Ramón Jiménez, premio Nobel y ejemplo
del poeta consagrado al logro de la obra perfecta a través de un trabajo constante y riguroso
(“Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de
dos apasionados”). Su obra presenta tres grandes etapas: a) Etapa modernista, en la que destacan
sus poemarios Arias tristes o La soledad sonora y, sobre todo, Platero y yo, escrito en prosa
poética; b) Etapa intelectual. Influido por Ortega y Gasset, la depuración de su escritura
(“poesía desnuda”) se inicia con su obra Diario de un poeta recién casado (1916), escrito con
motivo de su viaje a Nueva York. Compuesto en prosa y verso libre, desarrolla una temática que
explotarán los autores del 27: lo cotidiano, la ciudad moderna y el irracionalismo. La poesía es
un modo de conocimiento que permite llegar a través de las palabras a la esencia de las cosas, a
su realidad más profunda; y c) Etapa metafísica, que se inicia a partir de 1936. Compondrá una
poesía que desemboca en lo metafísico, incluso en cierto misticismo (diálogo con Dios).
Destaca su poemario Dios deseado y deseante.
4.DADAÍSMO. Creado por Tristan Tzara en 1916, es la rebeldía pura, la ruptura de toda
convención hasta llegar casi al absurdo; pretenden liberar la fantasía de cada individuo, no
escriben con pautas lógicas; quieren acabar con todo, incluso con el lenguaje, propugnan un
lenguaje balbuceante, incoherente. Por todo ello, su repercusión en literatura es menor; su
principal éxito será preparar el Surrealismo.
5.SURREALISMO. Surge en Francia de manos de A. Bretón (1924) y tiene sus raíces en el
dadaísmo y los estudios sobre el psicoanálisis de Freud.
El acceso al inconsciente interesa a los surrealistas, intentando llegar a él a través de estados
alejados de la razón. Así usan técnicas como: la escritura automática; los collages; se presta
atención al mundo de los sueños, en los que aflora el subconsciente. El lenguaje literario refleja
también este irracionalismo: asociaciones inesperadas, metáforas insólitas, imágenes oníricas..,
por lo que se impone una nueva forma de lectura no dirigida a la razón, sino a los sentimientos,
estados de ánimo. El lector debe sentir más que comprender.
Influidas por estas vanguardias, en España surgen otras cuyo ámbito será únicamente nacional: