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Amistades transfronterizas e inclinaciones

estratégicas: intuiciones en torno al devenir


molecular de la subversión en Chile.
BY MUNHTI · PUBLISHED OCTUBRE 27, 2018 · UPDATED OCTUBRE 27, 2018
I. De la dystopía o la política-catástrofe.

Consideremos que en algún momento todo sucede como si se requiriera de otra


imagen, de otra forma de aproximación a la realidad política que acecha por todos
lados el territorio que habitamos y llaman Chile. Como si el desierto instalado en la
dictadura y organizado en su continuidad nominalmente democrática, no se dejara
aprehender con las periodizaciones conocidas. Como si la devastación que acusan los
cuerpos bajo el implacable imperativo neoliberal, “trabaja o muere”, requiriera de una
evocación o una provocación. Como si la insistencia de las mismas corporalidades
organizadas, de pronto, en movimientos olvidados como posibles durante largo
tiempo, en 2004, 2006, 2011 y tantas otras veces en luchas parciales y
fundamentales, solicitara una imagen más radical, una suerte de ruptura que
dialogara, a la vez, con la organización económico-política global del que este
pequeño Estado es expresión.

Una cosa parecía clara: no se trataba en ningún caso de un modelo defectuoso el que
reinaba y reina en ese pequeño país. Y otra: tampoco es pura excepcionalidad, como
si el Consenso de Washington no se hubiera exportado o las medidas
macroeconómicas no se propusieran para aleccionar a otros países, que osaban
desobedecer la tiranía de las ventajas comparativas o cualquiera de sus eufemismos.

¿Qué es, entonces, este desierto, esta devastación? Digámoslo así: una
institucionalidad que ha oficializado el vacío y, por tanto, la carrera salvaje por salvarse.
La privatización de todo, incluyendo el agua y, por ende, el saqueo de la naturaleza
humana y no humana, no constituye únicamente un modelo organizativo, sino que
busca articular una antropologia, instituir un universo simbólico, ensamblar un mundo
o, más bien, administrar su ruina.

Es que, por un lado, la constatación requiere solo escuchar. Y, por otro, poner en
relación. Tanto Pinochet, como Jaime Guzmán, temible ideólogo de la constitución
chilena, fueron absolutamente claros en sus intenciones. Ya en 1974, Pinochet,
señalaba que el “principio rector de la relación entre el Gobierno y la ciudadanía (…)
es el que no da ni regala nada, sino que ayuda al que demuestra esfuerzo personal”[1]
Institucionalización del vacío: las vidas valen únicamente en abstracto, en su
desnudez, y es ahí donde son providas, es decir, en relación a una institucionalidad
sádica que ofrece solo la posibilidad del enfrentamiento egoísta, al que
llaman esfuerzo como parte de la justificación simbólica de la organización de la
catástrofe. Y aquel ideólogo, no se cansó de decir hasta su ajusticiamiento popular,
que habían hecho las cosas tan bien que, con la constitución aprobada en 1980 en
condiciones de terror oficializado, aun cuando gobernara un grupo que quisiera
cambiar las cosas, éste no podría hacerlo mucho. Y, para su dicha, los que siguieron
gobernando ni quisieron cambiar demasiado, habiendo construido o afirmado sus
propios privilegios en razón del modelo y no a pesar de él. A eso le llamaron la medida de
lo posible.
Y, luego, poner en relación: que no se trate de una excepcionalidad significa que es
expresión singular de un conflicto global. Tal conflicto es, literalmente, el
reposicionamiento, a través de distintos métodos e intensidades, de patrones de
acumulación que se habían desviado hacia mitad del siglo XX. La privatización
generalizada, va de la mano con la liberalización de los mercados que no significa otra
cosa que la entrada irrestricta al mercado de valores, a las finanzas. Visto desde este
punto de vista, la propia financiarización aparece como expresión de los límites del
modo de acumulación industrial, tanto por el enfrentamiento político, como por
agotamiento de la economía estrictamente material, que se comenzará a mostrar,
desde los 70s, como devastación planetaria. En ese sentido, la llamada liberalización
de los mercados financieros vuelve rentable la catástrofe, lo que se constata al permitir
convertir prácticamente todo en un mercado, en la medida que se
amplía democráticamente la abstracción de la forma “acciones”.
El presidente transicional, que cabría considerar antes un síntoma que una persona,
instala así un consenso emotivo financiero que bloquea o pretende bloquear la
posibilidad de afectarse, tanto de la historia irresuelta que la transición pretende
olvidar, como del saqueo que significa la incorporación a los mercados financieros
globales. Y si la seguridad interior de la Concertación (alianza de la transición), se
parece tanto a la de la dictadura, se debe a que el despliegue, el ejercicio de su poder,
se hace, como siempre, sobre un montón de puntos de resistencia que, a pesar del
intento constante de integrar hacia la perpetuación de los administradores de la ruina
de todos los territorios, persisten y organizan, más o menos explícitamente, una red
clandestina de contagios que, afectivamente inclinados, harán emerger aquí y allá
insólitas alianzas. Dystopía y no apocalipsis, entonces, tanto porque a lo que nos
parecíamos enfrentar no era el fin del mundo, sino la gestión de su ruina, como
porque lo que se avistaba no era únicamente la desenfrenada búsqueda de
salvar el mundo, sino la experimentación, el ensayo de la potencia creativa de mundos
en plural.

II. La insurrección que (siempre) llega.


La tregua crediticia que se despliega durante los años 90, en virtud de la
institucionalidad dystópica, comienza a resquebrajarse desde una diversidad de
puntos entrando en los años 2000. De alguna forma porque esa insurrección
anunciada desde otras partes del mundo, siempre estuvo allí. Y, sin embargo, había
que ensayar formas de sensibilización que se confrontaran con el consenso emotivo
financiero que sustenta(ba) la gestión de la catástrofe dentro de la demarcación
institucional de La Política. Los grandes encuentros en la calle que desde inicios del
2000 comienzan a darse, derivan en singulares momentos de experimentación de la
potencia colectiva en las largas tomas estudiantiles de los años 2006 y 2011, siendo
de alguna forma alrededor de esta impugnación que avanza hacia el corazón del
pacto transicional, atacando el lucro, que se inclinan afectivamente alianzas
insospechadas y una nueva sensibilidad afectiva con respecto a la interioridad común
que estaba llegando.
Defender la naturaleza, impugnar el empobrecimiento institucionalizado a través de la
educación o la salud, enfrentarse a la pauperización asegurada de nuestra vejez
mediante el sistema de pensiones, cuestionar la construcción patriarcal de todas las
instituciones y prácticas, parecen por momentos delinear esa interioridad de la
persistencia. Un malestar común en sus diversas expresiones. Un malestar multiforme
como stimmung de la dystopía que es la política-catástrofe. La posibilidad de la
persistencia, o mejor, de la per/durabilidad de ese común, como inclinación afectiva a
estar juntos y perseverar por otras vías que no sean las de la gestión oficial del
malestar, es decir, el devenir estratégico de esa inclinación, está siempre en juego.

Y, en efecto, frente a estos experimentos es que se desarrollan simultáneamente


nuevas formas de des-sensibilización, que son a su vez formas de re-sensibilización
de lo viejo. La ruptura generacional que impugna a la época de la tregua crediticia, se
intentará post-2011 re-encausar a la política institucional que, por otra parte, es la
propia catástrofe. La mejor de las intenciones, expresada en el Frente Amplio,
aparece – en tanto sostiene una imaginación política que no enuncia la dimensión del
enfrentamiento – como un modo de encausamiento de las explosiones violentas.
Violentas por su radicalidad más que por sus métodos, surgidas en medio de alianzas
insólitas que ponen en común los problemas de la educación, el extractivismo, las
pensiones, la violencia patriarcal entre otras y que derivaron en un espíritu
constituyente que, en ese sentido, impugnaba la institucionalidad que administra la
ruina.

Cuestión compartida también en otros territorios que, ante la asimetría entre la


potencia creativa de la que surgen y los cauces por la que se le quiere conducir, abrirá
paso a otra vía de des-sensibilización, esta vez, conservadora. El
discurso multiculti de los primeros, en apariencia tan abierto e inclusivo que dudó en
llamarse anti-neoliberal, no parece capaz de soportar los puntos conflictivos que se
habían abiertos al fragor de los cuerpos arrojados a la calle o conjuntados en las
tomas y territorios
Atacando la constatación corporal inmanente e inminente de la devastación, tanto la
vía de desensibilización progresista como la propiamente conservadora, consolidan
una infraestructura libidinal del saqueo y la rendición que despliega lentamente
dispositivos de cacerías de cuerpos disidentes e instala la vuelta a los valores
tradicionales de las (no tan) nuevas derechas en el espacio de lo deseable.

III. Inclinaciones afectivas y su devenir estratégico.


Ponemos énfasis en que la reacción atenuante, coexiste a ras con los procesos
grupusculares a través de los cuales se propagan ensayos de persistencia y
resistencia frente a la inminente/inmanente ruina crediticia. Por lo tanto, nos
proponemos asumir la exigencia histórica que supone escindirnos de los modelos con
los que se clausura la analítica de la conflictividad social trascendentalizando, o sea,
organizando por medio de su separación, reacción y resistencia; asumiendo, en
cambio, una (dis)posición de autorreflexión estratégica situada en los límites de sus
propias posibilidades. En ese sentido, nos volcamos a plantear una analítica militante
implicada en las potencias que supone la contingente convergencia entre las más
insólitas expresiones del malestar.

Convergencia de las más singulares inteligencias colectivas, las cuales en sus


respectivas (dis)posiciones, aparecieron como esquirlas durante más de una década,
expresando una serie de ensayos, pragmáticas muy vivas, con los que poner en
común el malestar. Comunalizando, así, la (in)dignidad, esa clausura de la experiencia
cotidiana, con que la posdictadura neoliberal confisca los cuerpos y los territorios a
través de la gestión financiera de su propia ruina.

Sólo entonces, en la experiencia viva de la conflictividad cotidiana, en la experiencia


viva de la ruina que nos habita, hablamos de una inclinación afectiva, trans-sicional,
para expresar las vinculaciones insólitas con que se reivindica en la calle la fractura
trans-generacional con respecto a su propia fábula: la narrativa del consenso
democrático basada en una terapéutica cívica de la reparación financiera a la
violencia neoliberal, impuesta por la dictadura y que sofisticó el gerenciamiento
progresista de la “Concertación”, en sus distintas actualizaciones.

Hablamos de una sacudida, una onda expansiva y vibrátil que surge por el medio del
envoltorio corporal-corporativo con que se normativizó esa afección funcionalista que,
durante décadas circunscribió el pacto social, al simulacro del antagonismo entre
derecha e izquierda. Una remoción afectiva capaz de tornar sensible la fina
programación con que se instaló en el pálpito de la “vida política” la gestión emotiva
de la reconciliación.

El desafío de burlar la Moneda puso en juego una “nueva ofensiva” basada en


explorar de forma estratégica una práctica de confrontación capaz de exponer los
límites sensibles de la clausura emotiva “oficialista” con que opera a nivel inconsciente
la tregua crediticia de la transición. Una ofensiva sensible, analítica y estratégica, de
desprogramación del stimmung dystópico con que se institucionalizó la infraestructura
libidinal de la rendición de una generación, de una época, de una episteme, de, en
otras palabras, “la medida de lo posible”.
Las inclinaciones afectivas devenidas estratégicas remueven y exponen desde el
nudo de las gargantas de diferentes experiencias epocales de la fabulosa transición, la
explícita concertación entre derecha e izquierda en torno a los “valores tradicionales”
que conlleva la normativa de autocapitalización corporal-corporativa de la herida
abierta de golpe hace 45 años. En ese sentido, pone en el centro de la politización su
imposible suturación, y con ella, el desafío que supone aprehender de forma sensible
los distintos impactos, afectos, con que se administra diferencialmente la clausura
crediticia de la vida cotidiana. En cuanto tal, hablamos de politización como tarea de
articulaciones y alianzas, una red clandestina de contagios, que se proponga poner en
común las estrategias y empeños cotidianos con los que persistimos frente a la ruina
de “lo posible”, logrando ensayar prácticas colectivas que erosionen y desprogramen
la terapéutica financiera.
Secundarios con universitarios que logran interrogar la infraestructura organizacional
de la desigualdad en Chile planteándose prácticas educativas por fuera de la
dicotomía público-privada resolviéndo preguntarse por el coste afectivo de la
privatización total. Estudiantes y jubilados que entroncan la exigencia de una
educación no bancarizada con la posibilidad de desatar el sistema de pensiones que
estructura y singulariza el modelo neoliberal chileno con respecto a otros regímenes
en el globo. Mujeres y disidencias que desde la urbe instigan campañas de solidaridad
frente a la persecución y hostigamiento de mujeres mapuche, autoridades ancestrales
y activistas por la defensa de los territorios. En otras palabras, cruces y alianzas que
habilitan corredores trans-fronterizos, mecanismos de corporización y
desidentificación a la vez, a través de los cuales intercambiar coordenadas
posicionales al mismo tiempo que practicar una autorreflexividad respecto de las
estrategias cotidianas y de los artefactualismos de producción casera usados para
“persistir de cara a la realidad tan charcha[1]”.

IV. La potencia anomal de la amistad transfronteriza y su cacería.


La realidad latinoamericana ha sembrado vidas rotas por todo el territorio. La alianza
del pacífico de la cual Chile ha sido promotor internacional junto con Colombia, México
y Perú pone en evidencia las garantías de la inversión extractiva y las condiciones
infraestructurales de la devastación financiera actual: 30000 desaparecidos y una
guerra interna de nuevo tipo en México; miles de falsos positivos en esta guerra
pactada sobre una subrepticia condena a muerte a dirigentes sociales e indígenas
que, desde el 2016 hasta la actualidad, cifra más de 320 asesinados en Colombia; el
develamiento de una trama corporativa de financiamientos a la elite política que
advierte el paraíso inversionista que se nutre de la sofisticada producción de
ambientes de crisis social en Perú.

Por estos días, tanto en Chile como en Argentina, la infraestructura libidinal del
saqueo y la rendición ha puesto como objetivo la neutralización específicamente de
aquellos corredores transfronterizos que entre los años 2008 y 2018 han permitido
construir zonas de experimentación política y coaliciones de cuidado en los bordes de
la institucionalización política de las anímicas de la revuelta que se han pronunciado
hace más de una década en las calles del país. Actualmente, los nombres de
Macarena Valdés, La Negra, activista medioambiental, y Santiago Maldonado, El
Brujo, artesano anarquista, ambos asesinados en agosto de los años 2016 y 2017
respectivamente, luego de proponerse buscar “habitar las lindes”, habitar los territorios
y cruzar las fronteras con que les delimitan, resuenan muy fuerte en el contexto de las
movilizaciones callejeras que transversalmente conectan en su memoria las potencias
de convulsión que sostienen las mujeres y las disidencias, las comunidades mapuche
y los movimientos por la defensa del agua y los territorios. Hoy, una vez más,
lamentamos un asesinato, esta vez del dirigente Alejandro Castro, sindicalista
pescador de la Comuna de Quintero, en lucha contra la intolerable contaminación
industrial que ha producido muertes, enfermedades en niñas y niños, cáncer en
adultos, abortos no intencionados, entre otras, quien luego del hostigamiento por parte
de las policías fue encontrado “suicidado” en extrañas condiciones, tal como con
Macarena Valdés, respecto de la que tuvieron que reconocer su asesinato, luego de la
claridad de las autopsias realizadas con independencia de las policías del régimen.
Estos asesinatos dan cuenta de la mutación con que, lo que hemos llamado
infraestructura libidinal del saqueo y la rendición incorpora la amenaza y la producción
de miedo como un nuevo componente táctico frente al sadismo instituyente y el
masoquismo meritante. En su conjunto, operan como el dispositivo de
clasificación provida que gestiona el inmovilismo sacrificial con que se plusvaloriza el
conflicto, se condena a muerte a los cuerpos transfronterizos y se disipan las
convergencias entre persistencias en acto, performatividades de la distopía neoliberal
chilena, al mismo tiempo que cultiva las condiciones para la reificación deseante de los
identitarismos nacionalistas que adquieren presencia y legitimación social en el cono
sur.
Nos proponemos pensar que los nombres de Macarena Valdés, Santiago Maldonado
y Alejandro Castro llevan en sus cuerpos la potencia anomal que amenaza, por todas
partes, la normativa del régimen de atenuación libidinal con que se distribuye el
saqueo y la rendición en el país y estimula el identitarismo fundamentalista. La
memoria de lo común habla de trayectorias que se permitieron desafiar la
funcionalización de sus privilegios, inclinando afectivamente la experiencia de la mujer
pobre de la ciudad, con la sensibilidad de la mujer mapuche, así también, la
habilitación de alianzas entre niñxs, jóvenes, mujeres, disidencias y hombres en torno
a la devastación de los territorios y de los cuerpos fundidos con éstos. Construyendo,
así, activamente una práctica de autodefensa concentrada en las posibilidades de
multiplicar las zonas de cuidado y experimentar nuevos espacios-tiempos para las
revueltas, ensayando nuevas estrategias y artefactualidades vinculantes que permitan
sostener la duración, es decir, dar per/durabilidad a las intensidades anímicas que se
juegan a la hora de poner los cuerpos en la calle, en las fronteras de su
funcionalización y aislamiento, donde nadie nunca vuelve a quedar igual, después de
nuestro encuentro.
[1] Augusto Pinochet, Pinochet: Patria y democracia (Santiago de Chile: Andrés Bello,
1985), 32.
[1]Charcha, una palabra coloquial que desginaría, en este caso, una realidad mala,
tanto en el sentido de indeseable como de mala calidad.

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