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ASTIGARRAGA, Jesús: “Sociedades económicas y comercio


privilegiado. La Sociedad Bascongada, la Compañía de Caracas y
la vertiente marítima de la Ilustración vasca”, Itsas Memoria.
Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 6, Untzi Museoa-
Museo Naval, Donostia-San Sebastián, 2009, pp. 669-688.
 
Sociedades económicas y comercio privilegiado. La Sociedad
Bascongada, la Compañía de Caracas y la vertiente marítima
de la Ilustración vasca

Jesús Astigarraga
Universidad de Zaragoza

1. INTRODUCCIÓN. LA SOCIEDAD BASCONGADA Y SU VERTIENTE MARÍTIMA

Resulta bien conocido que los ilustrados vascos lideraron durante la segunda mitad del siglo XVIII una
experiencia reformadora e institucional relativamente singular en la España de su tiempo1. Su princi-
pal artífice fue Javier María de Munibe, Conde de Peñaflorida, promotor y primer director de la que,
a la postre, resultó ser la principal manifestación de las Luces en tierra vasca: la Real Sociedad Bas-
congada de los Amigos del País. Su fundación en 1765 se insertó en un período de excepcional relie-
ve en los ámbitos del pensamiento y las reformas de la Ilustración española, a la cual los ilustrados
vascos realizaron, principalmente durante las tres décadas posteriores a su fundación, contribuciones
de indudable valía. Pero si la particular posición política, administrativa y económica que las provin-
cias de Álava y Guipúzcoa y el Señorío de Vizcaya conservaban en el conjunto de la Monarquía tras
la llegada de los Borbones al trono de la misma es fundamental de cara a comprender algunas de las
características más singulares de la Ilustración vasca, así como de la propia Sociedad Bascongada
como Sociedad Económica pionera en la España de Carlos III, ya situados en el interior de esa Ilustra-
ción se tienden a olvidar algunos rasgos sin los cuales no parece sencillo establecer una interpreta-
ción correcta de la misma. De esta manera, no siempre se subraya con la suficiente intensidad su
intenso carácter plural, en términos tanto territoriales como cronológicos, y así, por ejemplo, la
bibliografía ha tendido a oscurecer, o al menos a situar en un lugar secundario, su indudable vertien-
te atlántica o marítima.
Si deseamos aproximarnos a esta olvidada vertiente, la primera consideración debe ser sin duda
de orden económico. En el siglo XVIII el País Vasco costero era un área predominantemente agrícola,
si bien, debido a la pobreza endémica de su tierra, había configurado, a través de un proceso secu-
lar, un sector primario con una agricultura deficitaria y una dedicación significativa al bosque y el
plantío, al tiempo que unos sectores secundario y terciario de notable trascendencia económica.
Éstos extendían sus actividades a la industria, principalmente a la siderometalurgia y la construcción
naval, la pesca y el comercio, lo cual había propiciado la consolidación de diversos núcleos mercanti-
les y navieros, cuyos centros principales se concentraban en torno a Bilbao y San Sebastián, dos
núcleos con las características de urbanos en el siglo XVIII, si bien todavía pequeños y con un peso
relativo todavía reducido en el conjunto de la economía provincial. Aún y todo, la suerte de la eco-
nomía atlántica vasca estaba inseparablemente unida a este sector industrial-comercial, en el seno
del cual circulaban comerciantes, ferrones, marinos, pescadores de altura y navieros, y que ayudaba
a amortiguar las evoluciones cíclicas de un sector agrícola que era por sí solo incapaz de sostener cre-
cimientos sustanciales de la población.
Todo ello tenía además implicaciones notables en el interior del propio sector agrícola: éste debía
mantener un fino equilibrio entre la tierra dedicada al grano para sostener la alimentación humana;
el bosque, que debía suministrar la madera a la industria naviera y el carbón vegetal o combustible a
la ferrería; y el prado, del cual se derivaba el abono necesario para sostener los altos rendimientos de
una tierra orgánicamente pobre. La reflexión de los ilustrados vascos en la década de los años sesen-
ta del siglo XVIII reflejó, de inmediato y de una manera rotunda, la importancia de preservar ese equi-

1. Para un análisis más amplio nos remitimos a ASTIGARRAGA, J.: Los ilustrados vascos. Ideas, instituciones y reformas económicas en Espa-
ña, Crítica, Barcelona, 2003.

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librio con el fin de que los diferentes sectores de la economía vasca pudieran desarrollarse comple-
mentariamente, algo que, sin embargo, era desmentido por la realidad2. La extraordinaria dinámica
agrícola abierta en el siglo precedente a raíz de la generalización del cultivo del maíz había traído
consigo un uso más intensivo del suelo, pero al mismo tiempo estaba propiciando una ampliación
excesiva del área dedicada a la tierra de labor, hasta alcanzar tierras marginales de rendimientos muy
escasos y reducir notablemente el área destinada al bosque y el plantío, limitándose así las posibili-
dades de expansión de las industrias siderúrgica y naval. Esta pérdida de armonía entre los tres sub-
sectores agrarios y sus efectos sobre el resto de sectores productivos constituye un telón de fondo
fundamental en la comprensión de las pautas económicas y culturales de los Amigos del País vascos.
En definitiva, éstos fueron plenamente conscientes del agotamiento del modelo de crecimiento eco-
nómico vigente y de la urgente necesidad de implementar otro distinto; y, ciertamente, si se puede
hablar en estos términos, desde su criterio, el País Vasco debía recuperar su mirada hacia su vertien-
te marítima. El comercio, la industria siderúrgica, notablemente introducida entonces en los merca-
dos peninsular y colonial de la Monarquía, así como en los europeos, o las decaídas pesquerías debí-
an volver a recuperar un protagonismo que permitiera el relevo de una agricultura exhausta tras una
fase muy prolongada de intenso crecimiento.
El reclamo de un cierto protagonismo de esa vertiente marítima se aprecia, en primer término, en
la propia estructura interna de la Sociedad Bascongada. En su fundación, ésta fue de extracción
nobiliaria, ahora bien, en sintonía con la peculiar fisonomía de una nobleza costera vasca cuyos patri-
monios incluían no sólo tierras y montes, sino también molinos y ferrerías, y cuyas actividades eco-
nómicas alcanzaban también al comercio. Ciertamente, la nobleza que ejemplarizan Peñaflorida,
Narros, Olaso y el resto del grupo fundador de la Sociedad Bascongada tenía poco que ver con esa
aristocracia rentista, tan acendradamente criticada por los ilustrados, y tampoco respondía al estere-
otipo del noble castellano con su suerte irremediablemente unida a la tierra, siendo en cambio más
afín a esa nobleza "comerciante" que se estaba consolidando en la España de los siglos XVII y XVIII.
Esta cuestión permite comprender mejor que la Bascongada se abriera de forma inmediata a los
poderosos núcleos comerciales arraigados en Bilbao y San Sebastián. Las Comisiones vizcaínas de la
Bascongada fueron fundadas alrededor de 1770 no sólo por nobles sino también por comerciantes
vinculados al Consulado de comercio de Bilbao; la secular cultura comercial y naviera vasca comen-
zaba a estar bien representada en la Sociedad Bascongada a través de ellos.
En cambio, el amplio programa reformador que la Bascongada comenzó a desplegar en 1765
ofreció un resultado algo dispar en San Sebastián. Es fácil intuir que la participación de esa ciudad en
los planes de la institución, a través de la creación de la correspondiente Comisión de Amigos, se vio
condicionada por la existencia de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, una empresa de
comercio privilegiado fundada en 1728 al amparo del Consulado donostiarra que, cuando la noble-
za ilustrada organizó la Sociedad Bascongada, mantenía su actividad de manera tan vigorosa y había
alcanzado tal trascendencia en la actividad económica de San Sebastián y su comarca, que no es
posible analizar la formación y el comportamiento de la Comisión de Amigos del País de San Sebas-
tián sin tener en cuenta esta circunstancia. A su vez, ésta remite a una cuestión más general, y prác-
ticamente ausente en nuestra bibliografía, cual es el estudio de las consecuencias que provocó en las
compañías privilegiadas de comercio la formación de Sociedades Económicas, con las cuales aquéllas
se vieron, en algunos casos, obligadas a compartir espacios e intereses comunes. En el caso que nos
ocupa, esta cuestión hay que tratarla como una excepcionalidad, dado que la Guipuzcoana de Cara-
cas fue la única empresa de sus características radicada en solar vasco3. Sin embargo, es importante

2. Tal y como advirtió y explicó con detalle FERNÁNDEZ ALBALADEJO, P.: La crisis del Antiguo Régimen en Guipúzcoa (1766-1833), Akal,
Madrid, 1975.
3. No obstante, entre 1736 y 1745 los comerciantes de Bilbao trataron de reeditar una experiencia muy similar a la de la Guipuzcoana de
Caracas. Su propósito era la creación de una Compañía de comercio privilegiado entre Bilbao y Buenos Aires con destino al Río de la Plata,
Tucumán y Paraguay –e, incluso, que accediera desde esos lugares a Chile y el alto Perú–, si bien también se plantearon otros planes alternati-
vos orientados a Honduras y Guatemala. En un primer momento, la creación de tal Compañía se interrumpió debido a la desconfianza que sus-
citó en las instituciones del Señorío, temerosas de que fuera contraria a las condiciones comerciales establecidas en el Fuero vizcaíno, así como
a las desavenencias surgidas entre el Consulado de Bilbao y José de Zavala y Miranda, su agente en Madrid encargado de idear y negociar su
formación. La mediación de la Corte no hizo sino agravar la situación, toda vez que trató de imponer a Castro Urdiales como puerto de carga
y descarga de la misma, con la oposición expresa de la Provincia y el Consulado. Todo se complicó aún más cuando, poco después, José de
Zavala encontró el apoyo de Las Encartaciones para desarrollar sus planes al margen del propio Consulado, lo cual generó nuevos opositores
al proyecto en Buenos Aires y Lima, además de en Cádiz, donde nunca había visto con buenos ojos la formación de una compañía con domi-
nio sobre un área comercial tan extensa como la que se pretendía (MARILUZ URQUIJO, José María: Bilbao y Buenos Aires. Proyectos diecio-
chescos de compañías de comercio, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1981, pp. 71-119; y GUIARD, T.: Historia del Consulado y Casa
de Contratación de Bilbao y del comercio de la Villa, Bilbao, 1913-1914, vol. II, pp. 344-365).

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adelantar ahora, que es esa misma excepcionalidad la que, según nuestro criterio, permite explicar
que los Amigos del País de San Sebastián respondieran a pautas singulares, dando origen a un agu-
do conflicto –según Peñaflorida, el "más apretante" que afrontó la Bascongada4– cuya manifesta-
ción principal quedó significada en la fundación en 1779 en San Sebastián de una Sociedad Econó-
mica disgregada de la Bascongada.
Se ha escrito mucho, y con un rigor creciente, sobre la Guipuzcoana de Caracas5, a pesar de lo
cual aún no poseemos un diagnóstico claro sobre qué tipo de relaciones estableció con la Sociedad
Bascongada, si es que éstas en verdad existieron. La cuestión se ha afrontado durante mucho años
desde una visión que, basándose en el elevado número, en su caso, de accionistas y directivos, o bien
de socios, que ambas compartieron y en la circunstancia de que fueron fruto de una iniciativa relati-
vamente autónoma del poder central, no ha establecido diferencias significativas entre la una y la
otra, sosteniendo que compartieron un espíritu reformador relativamente homogéneo e, incluso,
que la Bascongada puede en buena medida considerarse una mera prolongación en el tiempo de la
labor iniciada por la Compañía de Caracas. De esta línea interpretativa, que quedó ejemplarmente
expuesta hace años, por ejemplo, en una conocida monografía de R. de Basterra6, se ha pasado más
recientemente a otra, que, una vez aplicado con rigor el análisis de clase social, ha concluido que las
relaciones entre la Bascongada y el núcleo comercial donostiarra no sólo no fueron compatibles, sino
que debían de ser lógicamente conflictivas, por cuanto eran la expresión de una disputa más amplia
entre una emergente burguesía comercial y una complaciente oligarquía terrateniente, que respecti-
vamente regían los propósitos de la Guipuzcoana de Caracas y de la Bascongada7. Ha habido, si bien
con una expresión minoritaria, posiciones relativamente conciliadoras entre una y otra líneas inter-
pretativas8, pero lo cierto es que la bibliografía más reciente ha quedado más imbuida de las apre-
ciaciones de esta segunda que de la primera9. ¿Existió compatibilidad entre la Bascongada y la Com-
pañía de Caracas?, ¿fueron ambos proyectos complementarios o alternativos?, ¿la aparición de los
Amigos del País afectó de alguna manera a la proyección de la compañía de comercio guipuzcoana?
Todas estas preguntas son algunas de las cuestiones que deja traslucir la bibliografía actual sobre el
siglo XVIII vasco y que trataremos de responder en las próximas líneas.

2. LA SOCIEDAD BASCONGADA Y LA COMPAÑÍA DE CARACAS, ¿DOS INSTITUCIONES


ALTERNATIVAS O COMPLEMENTARIAS?

Como ha explicado Fernández Albaladejo10, a través de la fundación de la Compañía de Caracas el


comercio donostiarra trató de poner fin a un período de fuertes incertidumbres sobre su futuro como
una de las plazas mercantiles nucleares del Cantábrico español. Durante las décadas del cambio de
siglo San Sebastián conoció una alarmante pérdida de su tradicional cuota de participación en el
comercio de lana castellana y hierro vasco en favor de Bilbao, que logró alzarse con el control casi
monopolístico del tráfico lanero, y de Bayona, que pasó a convertirse, reemplazando al puerto gui-
puzcoano, en el gran beneficiario del comercio navarro y aragonés, así como en el intermediario del
comercio inglés en las provincias vascas. Esta significativa transformación en el equilibrio mercantil de
los puertos del Golfo de Vizcaya situó a los comerciantes donostiarras frente a la urgente necesidad
de proceder a una reorientación profunda de su estrategia comercial. Una vez fundado en 1682 el
Consulado y cerrada en 1705 por la Corte la vía del reconocimiento para San Sebastián del derecho

4. Carta de Peñaflorida a P. J. de Álava (Bergara, 5 de Marzo de 1779). La Ilustración vasca. Cartas de Xavier de Munibe, Conde de Peña-
florida, a Pedro Jacinto de Álava, ed. de J. I. TELLECHEA, Parlamento Vasco, Vitoria, 1987, carta núm. 609.
5. Sin haber pretendido en ningún momento realizar una revisión global de esa bibliografía, las apreciaciones sobre la Compañía conteni-
das en este trabajo están basadas en la información contenida en las dos monografías fundamentales con las que hoy cuenta su historia, cuyos
autores son HUSSEY, R. D.: La Compañía de Caracas (1728-1784), Banco Central de Venezuela, Caracas,1962; y GÁRATE, M.: La Real Compañía
Guipuzcoana de Caracas, San Sebastián, 1990.
6. Aludimos a su obra; Una empresa del siglo XVIII. Los Navíos de la Ilustración. Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y su influencia
en los destinos de América, Imprenta Bolívar, Caracas, 1925.
7. OTAZU, A. de: La burguesía revolucionaria vasca a finales del siglo XVIII, Txertoa, San Sebastián, 1982, pp. 112 y ss.
8. El trabajo más significativo en este sentido es el de DOMÍNGUEZ, C., ETXEBERRIA, M. y GAMECHO, M. A.: “La Sociedad de Amigos del
País de San Sebastián de 1779: ¿Un proyecto enfrentado a la Bascongada?”, en I Seminario de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del
País, San Sebastián, 1986, pp. 241-270.
9. Pueden verse, por ejemplo, FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, J.: La génesis del fuerismo, Siglo XXI, Madrid, 1991, p. 75; MARTÍNEZ DE GORRIARÁN,
C.: Casa, provincia, rey, Alberdania, Irún, 1993, pp. 218-220; y, con matices diferenciados, PORTILLO. J. M.: Monarquía y gobierno provincial. Poder
y Constitución en las provincias vascas (1760-1808), Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid,1991, pp. 157-158.
10. En su trabajo: “Un memorial sobre el comercio de San Sebastián”, Boletín de Estudios Históricos de la ciudad de San Sebastián, 10,
1976.

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al comercio directo con Indias al margen del monopolio de Cádiz, sus esfuerzos se concentraron en
disponer de algún resorte institucional, más o menos protegido por la Administración central, que les
permitiera reorientar sus negocios. La operación se consumó en 1728, cuando la Corte, respetando
fielmente la propuesta que le había formulado el Consulado de San Sebastián –acorde, por otra par-
te, con la experiencia de diversas compañías de comercio europeas11–, les reconoció el permiso para
fundar una compañía privilegiada por acciones para promover el comercio con Venezuela, que en
1742, después de demostrar con indudable suficiencia sus capacidades, comenzó a operar en régi-
men de monopolio exclusivo con esa provincia americana.
En cuanto a sus finalidades, la Compañía de Caracas respondía originariamente a las pautas más
ortodoxas del comercio colonial característico del Antiguo Régimen, debiendo cumplir al mismo
tiempo con determinadas funciones militares, o "cuasi-militares" –proteger la colonia de las poten-
cias extranjeras y preservar su mercado del impetuoso contrabando que practicaban holandeses e
ingleses con el fin de colocar sus productos en él–, con otras estrictamente comerciales. En este
segundo terreno sus responsabilidades consistían en fomentar la producción de cacao –con el tiem-
po se le unirían, aunque siempre con un valor minoritario, el resto de productos coloniales venezola-
nos y de otros mercados próximos, como el tabaco, los cueros, el añil y el algodón–, y transportarlos
después a la Península, así como abastecer la colonia de bienes naturales y manufacturados españo-
les –como textiles, hierro, aguardiente, vino, aceite y otros bienes agrarios–12, siguiendo un esquema
según el cual una parte sustancial de las rentas generadas por la Compañía pasaban a nutrir la
Hacienda Pública. Por tanto, su creación no era en absoluto ajena a unos intereses gubernamentales
que, particularmente bajo los Ministerios de Patiño y de Ensenada, estaban tratando de transformar
urgentemente el imperio colonial español en un elemento útil para los intereses económicos de la
metrópoli. Pero no lo es menos que ofreció una salida viable a la crisis del momento padecida por el
comercio donostiarra, que quedó notablemente representado en el capital inicial suscrito de la Com-
pañía13. La actividad comercial y naviera, así como en la construcción de buques, que desplegó des-
de su fundación esa Compañía fue de tal envergadura, que comenzó a absorber rápidamente los
activos económicos y humanos de Pasajes y San Sebastián, desplazando a los que se ocupaban en el
comercio de comisión local y en la pesca de altura, actividades que pronto se manifestaron incapaces
para igualar las golosas rentabilidades que el comercio de cacao venezolano iba dejando en manos
de los accionistas de la Compañía. San Sebastián unió así su suerte al comercio sustantivado en com-
pañías privilegiadas, y además lo hizo desde una posición que el tiempo reconocerá como una de la
más destacadas –si no la más– de toda la Monarquía, por cuanto sus comerciantes, además de man-
tener en activo la Guipuzcoana durante casi seis décadas y de convertirla en la "primera experiencia
con éxito de una sociedad privilegiada por acciones en el ámbito colonial hispánico"14, también estu-
vieron estrechamente ligados a la formación y a la gestión de la Compañía de La Habana, constitui-
da en 1740 para explotar, siguiendo criterios similares a los de la Guipuzcoana, el tabaco cubano, y
contribuyeron indirectamente al nacimiento en 1785 de la Compañía de Filipinas15.

11. M. Gárate sostiene que el diseño de la Guipuzcoana por parte del Consulado de San Sebastián se realizó teniendo en cuenta el mode-
lo de la Compañía holandesa de Ostende y, acaso también, el de la inglesa de Indias Orientales.
12. Todo ello sin olvidar la notable importancia que cobraría como principal vía para la difusión en tierra venezolana de la cultura y el espí-
ritu ilustrado a través de la introducción en ella de una ingente cantidad de libros, cuestión sobre la que, con motivo, ha llamado la atención
C. PANERA. Vid. sus trabajos “La Compañía de Caracas y el comercio de libros, un compromiso con la modernidad”, Itsas Memoria. Revista de
Estudios Marítimos del País Vasco, vol. 2, Untzi Museoa-Museo Naval, San Sebastián, 1998, pp. 537-548; y “La edad de la Ilustración en España.
Lazos de fortuna, devoción y saber en el País Vasco y América”, Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, vol. 3, Untzi
Museoa-Museo Naval, San Sebastián, 2000, pp. 711-727.
13. La mayor parte de los accionistas con derecho a voto del capital inicial, que solamente representó la mitad del millón y medio de pesos
estipulados inicialmente, eran guipuzcoanos y, mayoritariamente, afincados en San Sebastián. Asimismo, junto a la participación de la nobleza
guipuzcoana, hay que resaltar la de hombres de negocios navarros afincados en Madrid y miembros de las Congregaciones de San Fermín y de
San Ignacio, con un resultado final que podría sintetizarse señalando que fue "realmente excepción el pequeño accionista ajeno a Guipúzcoa,
Navarra o la Corte", estructura que se mantuvo bastante estable a lo largo del tiempo (GÁRATE, M.: La Real Compañía Guipuzcoana, op. cit,
pp. 72 y ss.).
14. GÁRATE, M.: La Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 303.
15. Como resulta conocido, la Compañía de Filipinas absorbió buen parte del accionariado de la Guipuzcoana en 1785, cuando fue fun-
dada. Una mayor atención requiere la exposición sobre las relaciones que mantuvieron la Guipuzcoana y la Compañía de la Habana (vid.
GÁRATE, M.: La Real Compañía de La Habana, San Sebastián, 1996). Ésta fue una sociedad mercantil por acciones fundada en 1740 con un
patrón muy similar al de la Guipuzcoana, a manos del grupo baztanés residente en la Corte, pero con una participación muy significativa de
capital guipuzcoano, hasta el punto de que intercambió accionistas y directivos de la propia Compañía de Caracas. Ello dio origen a un "teji-
do bien entramado y perfectamente relacionado" entre ambas, que habla por sí solo de las estrechas relaciones que a lo largo del siglo XVIII
se fueron estableciendo entre los comerciantes de San Sebastián y de Navarra. Y prueba de ello es también que La Habanera, si bien ideada
básicamente para abastecer de tabaco cubano las fábricas reales de Sevilla, fue encargada en 1741 de surtir de herrajes los arsenales reales de
La Habana, sustituyendo en ello a la propia Guipuzcoana, a la que cuatro años antes se le había adjudicado el seguimiento de ese asiento, que
no funcionó nada bien y fue revocado en 1750.

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Frente a la importante proyección que los intereses gubernamentales tuvieron en la Compañía,
las instituciones forales de Guipúzcoa ocuparon en su seno una posición marginal. Las discrepancias
se habían suscitado en el propio proceso fundacional de la misma, cuando, frente a la voluntad del
Consulado de San Sebastián de configurar una empresa regida por un criterio puramente mercantil,
abogaron por un proyecto al servicio del desarrollo económico provincial y del cual pudiera benefi-
ciarse el conjunto de grupos sociales de la Provincia16. Pero, rechazada su propuesta, pasó a ocupar
una modesta posición como accionista de la Compañía17, que, además, el paso del tiempo no hizo
sino debilitar.
Inicialmente, la supervivencia de la Guipuzcoana, si bien siempre celada por los favores que le
concedía el gobierno, quedaba supeditada a la habilidad para aprovechar las diferencias de precios
de los bienes con los que comercializaba. Este fue el criterio fundamental que condicionó su gestión
entre 1728 y 1749, cuando logró convertirse en una empresa muy rentable gracias a los sustanciales
beneficios obtenidos a base de mantener bajos los precios de compra del cacao en Venezuela y de
conservar jugosos diferenciales de precios. Sin embargo, en 1751, después de tres años de suspen-
sión cautelar destinada a apaciguar una más que estruendosa revuelta civil de los hacendados vene-
zolanos en demanda de unas condiciones de intercambio más ventajosas y a defenderla de las pri-
meras voces críticas que en el entorno de la Corte avalaban la abolición del monopolio que
ostentaba, la Compañía fue objeto de una remodelación completa, que, en buena medida, estable-
ció el marco de su actividad en el futuro. Atrás quedaba, en palabras de P. Fernández Albaladejo, "el
fin de las compañías monopolistas y de unos beneficios comerciales obtenidos fundamentalmente
sobre la base de especular con las grandes diferencias de precios entre colonia y metrópoli"18 para
dar paso a una empresa, que después de trasladar su sede principal a Madrid y de transformar su
estructura interna con el fin de propiciar la continua intromisión del Monarca en su gestión, pasó a
ser, en palabras de M. Gárate, "mitad cortesana, mitad comercial"19. La Compañía comenzó a
ampliar su campo de acción en Indias y el área de comercialización de sus productos en la metrópoli
y Europa, pero hay que subrayar, en favor de la brevedad, que la principal novedad que trajo consi-
go esta profunda remodelación fue la asunción de "responsabilidades que estaban fuera del campo
de sus fines primordiales", si bien, como remarca Hussey, ello se impuso como precio para recobrar
el "favor real” y para ir ampliando "sus privilegios en mayor grado que antes"20. La Guipuzcoana
dejaba así de ser una compañía de comercio en sentido estricto para transformarse en una empresa
"semi-pública", con amplios compromisos en actividades extra-comerciales, aunque sin llegar a
adquirir nunca el carácter de una empresa manufacturera. A través de esta operación, cuyo principal
beneficiado fue el poder real, se pretendía garantizar que la Compañía fuera capaz de abastecer la
colonia con productos nacionales, dado que hasta 1750, al margen del hierro guipuzcoano y de
algunos productos provenientes del agro andaluz, sus envíos –y en este tema los textiles tuvieron un
peso fundamental– eran mayoritariamente de bienes extranjeros, fundamentalmente franceses. Pero
ello tampoco fue realmente así. Los efectos de esta política proteccionista fueron "muy cortos"21,
con el agravante de que en la mayoría de los casos fueron una rémora que afectó directamente al
equilibrio financiero de la Compañía, alejándola "de aquellas empresas en que había probado su
capacidad"22.
Ahora bien, la economía guipuzcoana sacó provecho tan sólo relativo de esta nueva dinámica
empresarial. El área de las operaciones extra-comerciales de la Compañía alcanzó a Navarra, Burgos,
León, Soria y, más ocasionalmente, a Zaragoza y Valencia, donde financió la producción de textiles,
vinos, aguardientes o aceites, pero sin rozar apenas a Guipúzcoa, donde tan sólo adquirió dos com-
promisos concretos: la compra de hierro –y, a tenor de los datos aportados por M. Gárate, en mucho
menor medida de lo que habitualmente se ha pensado– y el mantenimiento del asiento con la Fábri-
ca de armas de Placencia, que comprometía también a la de armas blancas de Tolosa, que se mante-

16. Los planes de la Provincia se concretaban en la fundación de una Compañía que fuera tutelada por las instituciones provinciales y de la
que pudieran beneficiarse consumidores, accionistas y productores a través de una política de precios bajos de los coloniales, reparto rápido y
según una rentabilidad fija de los dividendos y compromisos directos con la industria guipuzcoana (GÁRATE, M.: La Real Compañía Guipuzcoa-
na, op. cit., pp. 19-40).
17. No obstante, no conviene olvidar que las instituciones guipuzcoanas gestionaron la fundación de la Guipuzcoana, de la mano de nobles
tan ilustres como Peñaflorida, Areizaga, Balmediano y Lapaza.
18. FERNÁNDEZ ALBALADEJO, P.: “Un memorial”, op. cit., pp. 37-38.
19. GÁRATE, M.: La Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 314.
20. HUSSEY, R. D.: La Compañía, op. cit., p. 176.
21. GÁRATE, M.: La Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 541.
22. HUSSEY, R. D.: La Compañía, op. cit., p. 182.

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nía vigente desde 173523. El "conglomerado de empresas inconexas" que se reunió en torno a la
Guipuzcoana poco tenía que ver con el ordenado instrumento de desarrollo provincial antaño dese-
ado por las instituciones forales guipuzcoanas, más aún cuando, al mismo tiempo que la Corte había
ido ganando posiciones en la Guipuzcoana, las fue perdiendo la Provincia, cuya posición pasó a ser
meramente testimonial después de la profunda reconversión que había conocido en 175124. Con el
paso del tiempo, en el entorno de esas instituciones guipuzcoanas fue ganando peso la evidencia de
que "toda la fortuna que ha labrado [la Compañía] en Caracas está ceñida a una docena de indivi-
duos, retirados a vivir disfrutando la comodidad de la vida", y que los beneficios extraídos del comer-
cio colonial estaban "muy lejos de dar fomento al comercio y coadyuvar a la pública felicidad"25.
Ciertamente, los Caballeritos de Azcoitia no esperaron a la Compañía para dar inicio a sus planes de
reconversión de la economía guipuzcoana, cuando ella había dado muestra sobradas de estar más
interesada en promover sus ilustradas actividades de repoblación, expediciones geográficas y fomen-
to económico en tierras venezolanas, que en solar guipuzcoano.
Es evidente que a la altura de 1765, cuando se fundó la Sociedad Bascongada, la Compañía de
Caracas apenas compartía ningún rasgo fundamental con ella. Situada bajo la órbita del poder real y
de los intereses del comercio donostiarra, su fisonomía estaba muy alejada del movimiento de raíz foral
que se había organizado en torno a la Bascongada. Pero tampoco ayudaba mucho, de cara a contem-
plar una posible aproximación entre ambas, la rigidez organizativa de ésta, que, si bien había abierto
generosamente sus puertas a la participación de los sectores procedentes del comercio, les había cerra-
do cualquier posibilidad a participar en sus cargos directivos –los decisivos socios de Número quedaron
reservados para miembros de la nobleza con responsabilidades en las instituciones forales–. Y, sin
embargo, a pesar de todas estas circunstancias, es claro que ambas instituciones podían obtener bene-
ficios recíprocos de una colaboración conjunta. Para la Guipuzcoana, la consolidación de un sector
industrial autóctono que podía derivarse del proceso abierto por los Amigos del País podría contribuir a
acelerar la pretendida sustitución de bienes extranjeros por nacionales en el abastecimiento de Vene-
zuela. Las ventajas que podía esperar la Bascongada de esa colaboración no eran menores. Si, por un
lado, la Guipuzcoana representaba una de las pocas vías para que las provincias exentas participaran
directamente del comercio colonial cumpliendo con los requisitos contributivos de la Hacienda, es decir,
sin lesionar los Fueros vascos26, por otro, Venezuela se presentaba como un magnífico mercado en apo-
yo de sus planes industrializadores, tanto para la obtención de materias primas y alimentos, al igual que
como lugar de destino para el hierro vasco y, presumiblemente, para el resto de bienes manufacturados
que se contemplaban en dichos planes; un lugar de destino, además, muy seguro, al tratarse de un
mercado monopolizado, poco abastecido y escasamente competitivo. A todo ello había que unir otra
serie de ventajas. Por un lado, la Guipuzcoana era una institución saneada que podía colaborar en la
financiación de los planes de reforma concebidos por los Amigos del País; por otro, no hay que olvidar
la amplia experiencia empresarial en actividades extra-comerciales que venía acumulando desde 1751,
más aún cuando ello había llevado a la Guipuzcoana a asumir compromisos directos en la economía
vasca y, en su momento, a desarrollar planes de modernización tecnológica muy afines a los que pre-
tendían los Amigos del País27. Y si todas estas conjeturas son ciertas, ¿porqué ambas instituciones vivie-
ron de espaldas una a la otra? Para salir de dudas es necesario revisar dos cuestiones concretas, que
ponen en evidencia que la beneficiosa colaboración conjunta de la cual hemos hablado se intentó
desarrollar –en concreto, en torno a la Compañía de cuchillos de Bergara–, aunque sin éxito. A ello hay

23. La intermediación de la Compañía en la Fábrica de Placencia se mantuvo vigente entre 1735 y 1785, y aún con posterioridad, por par-
te de la Compañía de Filipinas. Una segunda actividad estable y relativamente rentable realizada en el ámbito vasco-navarro fue el asiento para
abastecer los arsenales de El Ferrol con madera procedente del Pirineo navarro. De manera más ocasional, y con escasa proyección, también
mantuvo relaciones con una empresa de Tolosa dedicada a la fábrica de balas y cañones, y fundó una Compañía ballenera en San Sebastián,
entre 1749 y 1757.
24. GÁRATE, M.: La Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 296.
25. Las afirmaciones, del año 1756, corresponden al Corregidor de Guipúzcoa Pedro Cano y Mucientes (Registro de la Junta General que
esta Muy Noble, y Muy Leal Provincia de Guipúzcoa ha celebrado en la Muy Noble y Leal ciudad de Deva, Lorenzo J. Riesgo, San Sebastián,
1756, pp. 3-4).
26. Para hacer compatible el comercio colonial sin necesidad de establecer controles aduaneros en Guipúzcoa, se permitió a la Compañía
pagar al Erario los derechos reales que generaba su actividad "por vía de servicio" en la ciudad de Cádiz. A partir de 1778 el sistema que se
ideó fue el de compensar los derechos que pagar con los adelantos que la Compañía había ido realizando en razón a los asientos con la
Compañía de Placencia, los arsenales de El Ferrol y otros servicios que realizaba "por cuenta de S. M." (GÁRATE, M.: La Real Compañía
Guipuzcoana, op. cit., pp. 41 y 357).
27. En este sentido, hay que recordar las intencionadas alusiones de Peñaflorida a las investigaciones del guipuzcoano Fermín de Guillisasti,
a cargo de la Compañía de Caracas, durante los años cuarenta para la mejora de las técnicas de producción de anclas de Guipúzcoa (vid., por
ejemplo, el Plan de una Sociedad Económica, o Academia de Agricultura, Ciencias y Artes útiles, y Comercio (1763), ed. de J. I. TELLECHEA,
Juntas Generales de Guipúzcoa, San Sebastián, 1985).

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que unir una segunda cuestión relacionada con el hecho de que, mediados la década de los años
sesenta, la Guipuzcoana poseía un margen de maniobra muy escaso para ensayar una colaboración
profunda con la Bascongada. Empecemos analizando esta segunda cuestión.

3. LA COMPAÑÍA DE CARACAS ANTE LA LIBERALIZACIÓN COMERCIAL DE 1765

En Octubre de 1765, siete meses después de que la Bascongada celebrara su junta constituyente, el
gobierno de la Monarquía, por medio de un Decreto y Real Instrucción promulgado el día 16 de ese
mes, aprobaba un plan de liberalización parcial del comercio con las colonias, gracias al cual nueve
puertos españoles fueron habilitados para que sus comerciantes ejercieran ese comercio con inde-
pendencia del puerto de Cádiz. El espíritu que alentaba esta reglamentación encontraría una impor-
tante profundización posterior en un nuevo Decreto liberalizador de 2 de Febrero de 1778 y en el
“Reglamento y Aranceles Reales para el comercio libre de España a Indias” de 2 de Octubre de ese
mismo año, así como en otras medidas legislativas de menor relevancia que se promulgaron antes de
1790. Todo ello terminó codificando este régimen comercial, conocido en la época como el comer-
cio libre y reconocido como una de las reformas más características del reinado de Carlos III28.
Esta reforma representaba un significativo paso adelante en las sucesivas transformaciones que
venían conociendo las relaciones comerciales hispano-americanas. Si durante la primera mitad del
siglo XVIII se había propiciado la creación de compañías privilegiadas y la modificación gradual del sis-
tema de flotas y galeones y de los regímenes fiscal y arancelario, todo ello con la idea de favorecer un
marco que agilizara el tráfico comercial, la legislación que se promulgó en 1765 abolía el monopolio
comercial que ostentaba Cádiz desde 1717, concediendo por vez primera a los comerciantes particu-
lares la posibilidad de realizar el comercio directo con Indias desde nueve puertos españoles habilita-
dos para ello. Este programa pretendía, por tanto, una liberalización gradual y parcial de ese comercio
en el marco del monopolio español, siendo merecedor del elogio unánime de los numerosos ilustrados
partidarios de que el tráfico con Indias dejara de "residir en un solo puerto". Y, por estas razones, su
espíritu era en principio incompatible con el régimen del que disfrutaban la Guipuzcoana y el resto de
compañías privilegiadas entonces vigentes, además de la Guipuzcoana, la de La Habana y la de Barce-
lona, arquetipos durante la primera mitad de siglo del afán de recuperar en beneficio de la metrópoli
unas colonias cuyo rendimiento económico era más que discutible, pero que ahora, en el albor de un
régimen que cedía la iniciativa al comerciante privado, resultaban un elemento casi anacrónico. Así
pues, en 1765 se abría una nueva etapa en la historia de la Guipuzcoana, la de los "años dudosos",
según Hussey, que se cerrará en 1778 cuando la nueva legislación liberalizadora comenzó a sustraerle
de manera gradual la mayoría de los privilegios de que disfrutaba.
Como para el resto de compañías de comercio privilegiadas, la legislación liberalizadora de 1765
planteaba a la Guipuzcoana una triple opción: negociar la conservación de su monopolio, aceptar el
nuevo sistema, intentando a adaptarse a él, o bien disolverse. Su posición quedó aclarada en un
amplio volumen que preparó su dirección, en el marco del proceso de elaboración del Decreto men-
cionado, bajo el título de: Real Compañía Guipuzcoana de Caracas: noticias historiales prácticas de
los sucesos y adelantamientos de esta Compañía, desde su fundación año de 1728 hasta el de 1764
por todos los ramos, que comprehende su negociación29. El volumen, siempre desde una voluntad
más cercana al memorial administrativo que al tratado económico, recogía un conglomerado desor-
denado de noticias, certificaciones y escritos referidos a la historia de la institución, entre los que se
hallaba el “Resumen de las utilidades, que ha traído, y trahe al Estado, al comercio general de la
Nación y a la Real Hacienda, la Compañía Guipuzcoana de Caracas”, un ilustrativo discurso firmado
por los directores de la Compañía y entregado al gobierno en 1764, el año su elaboración30. En él se

28. Una panorámica general, desde visiones diferentes, de las bases intelectuales latentes a este programa puede obtenerse en los estudios
de DELGADO, J. M.: "Libre comercio: mito y realidad", en Mercado y desarrollo económico en la España contemporánea, Siglo XXI, Madrid,
1986; y LLOMBART, V.: Campomanes, economista y político de Carlos III, Alianza, Madrid, 1992, pp. 113-153. Tales estudios sintetizan la abun-
dante literatura previa, de la que, con todo, destacaremos la obra de WALKER, G. J.: Política española y comercio colonial (1700-1789), Ariel,
Barcelona-Caracas-México, 1979, para el estudio de las condiciones del comercio con Indias en el siglo XVIII.
29. No ofrecía más datos de edición, salvo su fecha, 1765.
30. El volumen daba comienzo con un breve “Discurso proemial”, al cual seguían el “Manifiesto historial” elaborado en 1749 por J. de
Iturriaga, entonces director de la Compañía, el mencionado “Resumen de las utilidades”, algunas breves informaciones sobre los frutos y las
manufacturas comerciados por ella y, por último, diversas certificaciones referidas a su historia. Los firmantes del “Resumen de las utilidades”,
que ocupa las pp. 101-139, eran J. A. de Zuaznabar, J. B. De Goyzueta, L. B. De Larrarte y V. Rodríguez de Ribas.

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Jesús Astigarraga

exponía la posición de la Compañía ante las medidas liberalizadoras del comercio con América que
aquél se hallaba en trance de aprobar.
Aunque su contenido pueda encuadrarse en la extensa polémica que venía enfrentando a los par-
tidarios de un comercio colonial intervenido y restringido con quienes abogaban por su liberalización
y ampliación31, el “Resumen de las utilidades” publicado por la dirección de la Compañía de Caracas
tenía una finalidad más concreta: se trataba de reunir argumentos “contra el sistema del libre comer-
cio por lo respectivo a la provincia de Venezuela”, advirtiendo al gobierno que si "se diese semejan-
te concesión de registros o libertad de comercio [para Caracas]”, ella se encontraría ante “la dura
necesidad de extinguirse"32. Su eje vertebral era muy claro: la Guipuzcoana era un mero agente de la
Administración, de forma que “sus negocios y sus progresos” estaban directamente ligados a “los
intereses del Estado, de la causa pública y de la Real hacienda”33 y su supervivencia –o, en su caso,
su extinción– trascendía los límites de un mero asunto privado. Y, para probarlo, nada más útil que
repasar, como su dirección había hecho en circunstancias tan críticas como las de ahora, las “utilida-
des” que la Compañía había generado en sus más de treinta y cinco años de existencia.
La relación se iniciaba con el reconocimiento de los servicios prestados en la protección militar de
la colonia, teniendo presente que ello precedía al ejercicio del comercio y permitía que éste pudiera
desarrollarse “con la mayor certidumbre”; y, en esa misma línea, también se hacían notar las venta-
jas del “sólido y vigilante resguardo” de tierra y mar establecido por la Compañía para evitar que, a
través del contrabando, las naciones extranjeras inundaran con sus productos la colonia. En cambio,
nada de ello podía esperarse si se dejaba ésta en la “arbitraria conducta de un comercio libre", pues
“faltaría cuerpo que respondiese a la existencia de aquel resguardo, faltaría unidad de gobierno y fal-
taría estabilidad de fondos"34, a menos que la Monarquía realizara una costosa inversión económica
y ello, siempre, con resultados más que inciertos, entre los que había que barajar la posible "cesión
de aquellos comercios a favor de las naciones extranjeras"35.
Pero, además, estos servicios de carácter casi político eran inseparables de los de orden econó-
mico. Éstos no se ceñían únicamente a los cuantiosos ingresos que había acumulado la Hacienda
real gracias a la creciente actividad comercial de la Guipuzcoana, sino que se extendían a su papel
activador del comercio con Indias y de las economías colonial y metropolitana. La evaluación del trá-
fico realizado ponía de relieve que había logrado vivificar notablemente la población y la agricultu-
ra venezolanas, así como incrementar y diversificar el tráfico de sus coloniales con la península,
principalmente de cacao, tabaco y cueros, con notables ventajas para los consumidores, debido a la
mayor oferta y baratura de estos bienes. Y en la misma línea debía valorarse su contribución al
desarrollo de la economía peninsular. En este caso no se trataba de la defensa de la actividad mono-
polística original, cuanto la de la Compañía “remodelada” surgida después de la grave crisis de
1748-1751, que, como se ha mencionado, había extendido sus compromisos a numerosas activi-
dades extra-comerciales. Como la Compañía trataba de mostrar al gobierno en 1765, el hinterland
de sus operaciones en la península y la diversidad de géneros que sus navíos extraían a Venezuela
eran enormes: vinos, aguardientes, aceites y otros frutos andaluces, navarros y catalanes; indianas,
tejidos y prendas de todo tipo comprados en Castilla y, más ocasionalmente, en Cataluña, Aragón
y Levante; madera, hierro en barras, herrajes y armas obtenidos de la economía costera vasca, don-
de además mantenía activo desde 1735 el asiento con la fábrica de armas de Placencia, que com-
prometía también a la de armas blancas de Tolosa. Los “impostores” contra la Compañía no pare-
cían valorar en su justa medida que, a diferencia de lo que había ocurrido hasta 1750, cuando los
envíos eran mayoritariamente de bienes extranjeros, principalmente textiles franceses, ahora en
cambio eran de géneros nacionales, del mismo modo que tampoco parecían haber pensado seria-
mente la dificultad que en un régimen de comercio libre entrañaría mantener las colonias bajo el
dominio económico español. El problema radicaba en que la manufactura nacional no era compe-
titiva con la extranjera, “precios con precios” y “género con género en calidad y abundancia”; de
ahí que el comercio privilegiado, más que un antojo, constituía la única vía para compensar el atra-
so económico español:

31. La rica diversidad de posiciones quedó sintetizada en la útil obra de BITAR LETAYF, M.: Economistas españoles del siglo XVIII, Cultura
Hispánica, Madrid, 1768.
32. Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 136.
33. Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 16.
34. Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 104.
35. Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 105.

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“mientras en España se hallen la agricultura y las fábricas en el abatimiento en que las miraban enton-
ces, no podemos competir nosotros con los extranjeros en aquel comercio… y así es necesario usar de la
fuerza del resguardo, que sólo puede asegurarse en compañías sólidas”36.
El caso contrario era casi como regalar su control a ingleses y holandeses, y así lo ponía de mani-
fiesto la dificultad que la Guipuzcoana estaba encontrando para frenar en Venezuela “por medio de
la industria” el contrabando de bienes de estos auténticos “dueños de las fábricas”37. Y para hacer
valer su opinión, la dirección de la Compañía no tenía ningún empacho en apelar a la autoridad de
algunos ilustres economistas españoles, si bien con más imprecisión que acierto, pues introducía en
un mismo grupo a autores partidarios de las compañías de comercio privilegiadas, como Santa Cruz
de Marcenado y Zavala, con otros que, en general, fueron críticos con ellas, como Uztáriz y Argumo-
sa38, y omitía que las críticas planteadas por algunos de estos economistas estaban siendo retomadas
desde 1760 con ímpetu nuevo en una dirección que apuntaba a una defensa casi unánime del régi-
men liberalizado.
Una vez presentado este balance, “¿habrá quien opine a favor del comercio libre para Cara-
cas?”, se preguntaban los directores de la Compañía. Como se desprende del discurso glosado, su
táctica eminentemente “defensiva”39 pretendía forzar al gobierno a que le respetara su monopolio
comercial. Y bien por su contenido o bien, con mayor probabilidad, debido a que entre los respon-
sables de la elaboración de la legislación liberalizadora existían influyentes ilustrados cercanos a los
intereses económicos vascos y a que predominaba la conciencia de que el negocio de la Compañía
era todavía rentable40, esa táctica dio resultado: Venezuela quedó fuera del área del comercio libre
y la Guipuzcoana conservó sus privilegios, lo cual era doblemente necesario, pues Bilbao y San
Sebastián, debido al particular régimen aduanero vasco, quedaron fuera del conjunto de puertos
habilitados. Esta solución, aunque permitirá a la Compañía seguir ampliándose a ramos ajenos a los
de su actividad principal y beneficiarse de nuevas prerrogativas por parte de una Corona que en
general seguirá siendo servicial, no podía ocultar la gravedad del problema de fondo suscitado por
la nueva política liberalizadora. Y, a este respecto, no hay que olvidar que La Habanera, estrecha-
mente emparentada por accionistas y cargos directivos con ella, corrió una suerte dispar, pues, tras
las medidas de 1765, se transformó en una empresa mercantil similar a la de cualquier particular41;
la Guipuzcoana sabía que la decisión del gobierno era más una prórroga que un auténtico respaldo
a una gestión con abiertas posibilidades de futuro.

4. OTRO EJEMPLO DE UNA EMPRESA ILUSTRADA: LA COMPAÑÍA DE CUCHILLOS DE BERGARA

En noviembre de 1767, después de más de dos años de gestiones ante el Ayuntamiento de Bergara,
Olaso, alcalde de la localidad, anunciaba a la Sociedad Bascongada, de la que era entonces su Secre-
tario, que todo estaba preparado para poner en marcha la "fábrica de cuchillería y otras manufactu-

36. Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 109.


37. Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., p. 132.
38. Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., pp. 106-108. Los argumentos de Marcenado a favor de compañías de “comerciantes ingenio-
sos” y de la creación de una Compañía general para Indias y Filipinas se encuentran en su Comercio suelto, y en compañías general, y parti-
cular, A. Marín, Madrid, 1732, por ejemplo, pp. 82-83 y apéndice; y los de Zavala, quien entendía que esas compañías podían abarcar una
“universalidad de negocios” y garantizaban “crecidas ganancias y progresos ventajosos”, en su Representación al Rey N. Seños D. Phelipe V,
Madrid, 1732, pp. 137 ss., 150. En cambio, Uztáriz, aunque apoyara la creación de una compañía para el comercio con las Indias Orientales,
era muy crítico con la posibilidad de generalizar este sistema, pues ello “sería lo mismo que estancarle [el comercio] en cierto número de indi-
viduos” (Teórica y Práctica de Comercio y de Marina (1724), ed. de G. Franco, Madrid, 1968), actitud muy similar a la de Ulloa (Restablecimiento
de las fábricas, y comercio español, A. Marín, Madrid, 1740, t. II, cap. XIV, XV, XXI). Por último, Argumosa, como buen seguidor del francés J.
F. Melon, entendía que el principio general era el libre comercio, si bien admitía casos excepcionales y la posibilidad de conceder privilegios,
“siempre odiosos si se conceden a favor de algunas personas”, pero útiles cuando fueran “precisos a la cosa”; ello le llevó a aconsejar la for-
mación de diversas compañías de comercio (Erudición política, Madrid, 1743, pp. 95 ss., 190, 300-301, discurso V).
39. HUSSEY, R. D.: La Compañía, op. cit., p. 244.
40. Aludimos a Simón de Aragorri, marqués de Iranda, continuo velador de los planes industriales de la Bascongada, y a T. Ortiz de
Landázuri, Contador General del Consejo de Indias, destacado miembro de la Congregación de San Ignacio y uno de los fundadores de las
Comisiones en la Corte de la Bascongada. Ambos participaron en el núcleo que elaboró en febrero de 1765 un extenso informe sobre el comer-
cio con América, en el que se defendía la conservación del monopolio de la Compañía de Caracas y la habilitación de los puertos de Bilbao y
San Sebastián "para las tres provincias de Rioja, Navarra y la parte de Aragón que confina con ésta", opción que fue mantenida en las discu-
siones que precedieron a la promulgación del “Reglamento y Aranceles Reales” de 1778 por Ortiz de Landázuri, uno de los principales ideólo-
gos del mismo (LLOMBART, V.: Campomanes, op. cit., pp. 129 ss.). En fechas tan avanzadas como 1775, el propio Campomanes reconocerá,
siguiendo informes de la propia dirección de la Compañía, que de ella había “resultado interés considerable al Erario y a la navegación”
(Apéndice a la educación popular, Madrid, 1775, vol. I, pp. 161 ss.).
41. Además lo hizo con éxito, convirtiéndose en la única compañía privilegiada del siglo que logró adaptarse a este nuevo modelo comer-
cial (GÁRATE, M.: La Real Compañía de La Habana, op. cit., p. 188).

677
Jesús Astigarraga

ras de hierro". La noticia no hubo de causar ninguna sorpresa en el seno de la Sociedad. Olaso venía
tratando de configurar esa fábrica desde marzo de 1765. En noviembre de 1766, siendo Administra-
dor del Hospicio de Bergara, había anunciado al Ayuntamiento su deseo de instalar en una casa per-
teneciente a ese Hospicio un "pequeño ingenio de agua con el cual labrar el hierro", a pesar de lo
cual aún hubo de esperar otro año para que el Ayuntamiento pusiera al servicio de la Bascongada un
terreno municipal apropiado. Por tanto, lejos de sorprenderles, la noticia permitió a los Amigos del
País poner en la práctica un conjunto de decisiones tomadas con antelación. Con la creación de la
que pasaría a denominarse la Compañía de cuchillos de Bergara mostraba a las autoridades que las
palabras llenas de ansia reformista que Peñaflorida y Narros les habían dado a conocer a través de
sus discursos comenzaban a transmutarse en realidades concretas, como "ingenios de agua" para
labrar hierro que el propio Narros se encargó de instalar en la casa municipal que daría cobijo a dicha
Compañía42.
Por lo que respecta a su financiación, la Compañía fue totalmente guipuzcoana. A lo largo de
1768, mientras Peñaflorida conseguía de la Diputación provincial algunos fondos para dar inicio a
la producción, los socios más fieles de las Comisiones guipuzcoanas suscribían íntegramente el
capital inicial de la misma. Por el contrario, su proyección empresarial iba más allá de los límites pro-
vinciales. La Bascongada proyectaba manufacturar cuchillos y otros enseres metálicos de uso
doméstico con una dimensión nacional, e incluso internacional, de tal manera que, a la vez que
constituía la Compañía, contrataba a un maestro cuchillero francés, estudiaba la manera de enviar
un aprendiz a Londres y se imbuía de las técnicas productivas británicas y, sobre todo, francesas. Sus
miras se dirigían al abastecimiento del mercado colonial, razón por la cual recurrió urgentemente a
la Compañía de Caracas en la búsqueda de ayuda financiera y comercial. En poco tiempo logró que
ésta le anticipara dinero –en concreto, seis mil reales– para la construcción de la fábrica a cuenta de
la producción futura y, ya erigida aquélla, se convirtió en la principal compradora de sus productos.
De esta manera, la Guipuzcoana daba "el ser a la fábrica" y con "la seguridad de la salida' que
ofrecía su participación, la Bascongada tenía razones fundadas para el optimismo. De hecho, entre
1768 y 1774 la Compañía de cuchillos conoció un crecimiento esperanzador. Entre octubre de 1772
y julio de 1773 trabajaron en ella 44 personas, entre oficiales, aprendices y peones, reclutados,
seguramente, en el Hospicio bergarés, con la particularidad de que "no había entre ellos ni un sólo
extranjero".
Ahora bien, la suerte de la Compañía comenzó a cambiar esos mismos años. Los problemas
principales, sin duda, de orden técnico, se reflejaban en la calidad de los cuchillos fabricados, que,
ni por su calidad ni por su precio, podían competir con los extranjeros. También incidía de una
manera negativa el Arancel vigente, que, a pesar de ser prácticamente prohibicionista para la side-
rurgia nacional, permitía en cambio la importación casi exenta de derechos arancelarios del acero
y la quincallería extranjera. Ello había motivado que ya en 1768 la Bascongada, siguiendo una soli-
citud expresa del director de la Compañía de Caracas, hubiera solicitado a la Administración Cen-
tral algún tipo de "exención de los derechos de quincallería de este país". Su Representación no
obtuvo ninguna respuesta, y las consecuencias se dejaron notar pronto. A mediados de 1773 la
Compañía de Caracas anunciaba a la Bascongada que, a la vista de las dificultades que estaba
encontrando para colocar en Venezuela los cuchillos de la empresa bergaresa, había decidido sus-
pender temporalmente su colaboración con ella "hasta que se verifique la venta de algunas parti-
das... que están detenidas en las factorías de Caracas y Maracaibo"; sin embargo, esa colabora-
ción nunca se volvió a reanudar. La Bascongada trató entonces de buscar vías de comercialización
alternativas a través de sus socios madrileños, pero sin ningún éxito, y ahogada por dificultades
que comenzaban a parecer insalvables, buscó nuevamente el apoyo de la Administración. En 1774
le remitió una nueva Representación para que eximiera de los derechos de aduanas, palmeo y
almirantazgo a la quincallería que fuera enviada a las colonias americanas. Su contenido poseía
una doble apelación. Mientras –explicaba la Bascongada– la existencia de la Compañía de Berga-
ra era una muestra irrefutable de que "a los españoles no son inaccesibles las artes, ni necesarias
las naciones extranjeras", la falta de competitividad de sus productos únicamente podía ser resuel-
ta por medio de la protección gubernamental, pues "habiéndose anticipado tanto las naciones en
este ramo de industria, han adquirido al favor de los privilegios de los soberanos aquel dominio
que sólo da el tiempo y el premio a la constancia en el trabajo". Pero, con el silencio como res-

42. Los datos que exponemos a continuación sobre la historia de esta compañía están extraídos básicamente del Archivo Provincial de Ála-
va, Fondo Prestamero, L. VI-2.

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puesta, la suerte de la Compañía estaba echada. Un año después de sufrir el abandono de la Gui-
puzcoana de Caracas, en Bergara sólo quedaban ya cinco oficiales contratados. Las últimas noti-
cias que poseemos sobre su existencia datan de 1776, cuando la Bascongada permanecía a la
espera de los resultados de sus experiencias sobre la conversión del hierro en acero, para volcarlos
sobre esa empresa, cuya actividad parecía ya definitivamente abandonada.
Lejos de tratarse de un mero episodio ocasional, los avatares de la Compañía de cuchillos encie-
rran lecciones de sumo interés para el tema que ahora nos ocupa. Desde nuestro criterio, la Compa-
ñía estaba concebida como el punto de inicio de una estrategia de colaboración conjunta que podía
interesar tanto a la Bascongada como a la Compañía de Caracas, y que podía tener una proyección
futura en la promoción del hierro y sus derivados y, especialmente, de un sector textil solvente, dado
el peso que los tejidos estaban teniendo en los envíos periódicos que la Guipuzcoana realizaba a
Venezuela. En este mismo sentido, tampoco debe olvidarse que la Bascongada no estaba cerrada a
colaborar con las empresas guipuzcoanas que estaban bajo la órbita de la Guipuzcoana de Caracas.
En 1780 Peñaflorida asesoró a J. M. de Lardizábal, Director de la Real Fábrica de Armas de Placencia,
para que ésta fundara una escuela de dibujo destinada a la formación de los artesanos que trabaja-
ban en ella e, incluso, becara a alguno de ellos para instruirse en el extranjero en las técnicas de
"empavonado fino y florear con oro y plata". Además, a través del núcleo de Amigos del País de
Tolosa, trató de extender las técnicas de producción francesas e inglesas que estaban siendo proba-
das en la Compañía de Bergara a la fábrica de armas blancas que existía en la localidad. Sin embar-
go, todo da a entender que el fracaso de la Compañía de cuchillos de Bergara cerró las posibilidades
futuras de esta incipiente colaboración, más aún cuando desde 1765 la Guipuzcoana, presionada
por el proceso de liberalización comercial que entonces se iniciaba, apenas poseía margen de manio-
bra para aventurarse en experiencias arriesgadas. Una vez abandonada la colaboración institucional,
la presencia de San Sebastián en el interior de la Bascongada se vehículo a través del núcleo de Ami-
gos del País de la localidad.

5. EL NÚCLEO DE AMIGOS DEL PAÍS DE SAN SEBASTIÁN

No es correcto afirmar que la Bascongada careció de una presencia activa en San Sebastián cuando
contó en esa ciudad con algo más de tres decenas de socios y el núcleo de Amigos del País allí con-
figurado fue el segundo centro guipuzcoano más numeroso de la institución, después del de Berga-
ra, llegando a celebrar sus propias Juntas Semanarias. Otra cuestión diferente es reconocer que la
configuración y el comportamiento de ese núcleo siguió pautas diferenciadas. Por un lado, se formó
más tarde y creció más rápido que el resto de grupos de la Sociedad. La mayor parte de las incorpo-
raciones de socios donostiarras a ella ocurrió cuando el resto de Comisiones locales ya estaban en
funcionamiento, durante el decenio de 1771 a 177943. En este período se inserta la creación de las
mencionadas Juntas Semanarias, que funcionaron entre 1777 y 1779, fecha en la que desaparecie-
ron y que puso fin a la colaboración directa que recibió la institución ilustrada desde San Sebastián.
Por otro lado, también la composición social de las comisiones donostiarras poseía perfiles propios.
Hay indicios suficientes para suponer que la actividad fundamental de buena parte de esa treintena
de socios era el ejercicio del comercio. Así lo pone en evidencia la presencia en las listas de la Bas-
congada de miembros de familias tan significativas en la actividad mercantil donostiarra como los
Arriola, Zuaznabar, Sagasti, Lopeola o Michelena, así como de un importante núcleo de funcionarios
cuya relación con esa actividad se establecía en razón a su presencia en la ciudad como representan-
tes de los Ministerios de Hacienda y de Marina. En cambio, la relevancia del resto de grupos profe-
sionales vinculados a las Comisiones donostiarras fue menor. Se debe referir la existencia de sendos
colectivos, uno de socios castrenses, algo lógico si pensamos que San Sebastián era la capital militar
de la provincia, y otro de médicos. En ellos merece una mención particular V. de Lardizábal, quien,
antes de incorporarse a la Bascongada en 1775 con el título de socio Profesor, había desarrollado
una importante actividad profesional y publicista, que le valió su nombramiento a comienzos de los
años setenta como médico titular de la Guipuzcoana de Caracas y, con el paso del tiempo, ha avala-
do su reconocimiento como "el primer tratadista español de temas médico-navales"44. Así pues, la

43. Cinco sextas partes de ellos ingresaron en la Sociedad antes de 1779, el resto lo hicieron entre 1786 y 1793.
44. MARTÍ LLORET, J. B.: Vicente de Lardizábal. Médico donostiarra de la Ilustración, Diputación Provincial de Guipúzcoa, San Sebastián,
1970, p. 238.

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Jesús Astigarraga

principal especificidad de las Comisiones donostiarras radicó en la alta representatividad que en ellas
alcanzaron los sectores vinculados al comercio de la ciudad, y ello explica a su vez la estrecha relación
que establecieron con el Consulado de San Sebastián y las Compañías de Caracas y de La Habana,
instituciones que estuvieron ampliamente representadas en la Bascongada45. Por tanto, no es gratui-
ta nuestra insistencia en sugerir que no es posible comprender el comportamiento de esas Comisio-
nes sin tener en cuenta el de estas instituciones comerciales.

6. DE LAS JUNTAS SEMANARIAS DE SAN SEBASTIÁN A LA CAJA DE CORRESPONDENCIA DE


SAN SEBASTIÁN (1777-1779)

Las pautas que siguieron las Comisiones donostiarras en su formación resultan de gran ayuda
para explicar cuál fue su comportamiento en el seno de la Bascongada. Durante la primera doce-
na de años de la misma, aquéllas permanecieron totalmente al margen de sus actividades, de tal
forma que los primeros volúmenes de los Extractos –la publicación anual de la Sociedad– sólo
contienen dos informaciones significativas relativas a San Sebastián, referidas a sendos proyectos
que impulsó su Consulado entre 1771 y 1775 y a los cuales la Sociedad dio, al menos nominal-
mente, su apoyo. El primero aludía a la fundación en ella de una escuela de náutica destinada a
la formación de la marina guipuzcoana46 y el segundo, a la realización de una obra pública de
gran envergadura, en la cual también estuvo implicada la Compañía de Caracas, que ayudara a
recolocar a San Sebastián en las rutas del comercio regional. En esencia, la idea era construir un
nuevo muelle y cerrar parcialmente la entrada del mar a la bahía donostiarra con el fin de posibi-
litar el arribo a ella de navíos de gran porte. Sin embargo, el plan no avanzó más allá de la fase
del diseño de diferentes proyectos alternativos, y ello fue debido a que J. J. de Zuaznabar, enton-
ces Prior del Consulado, detuvo su realización, en la conciencia de que la obra era de muy difícil
realización, elevaría sobremanera el nivel de endeudamiento del Consulado, obligaría a incre-
mentar los gravámenes sobre el tráfico comercial y, además, contra lo que se estaba suponiendo,
no contribuiría a cambiar sustancialmente la correlación de fuerzas entre San Sebastián y los
puertos cantábricos más cercanos47.
La actitud del núcleo donostiarra cambió radicalmente de signo a partir de 1776. A finales de ese
año se dio inicio a la celebración de las Juntas Semanarias de los Amigos del País de San Sebastián,
que contaron, en las doce reuniones que celebraron, con una nutrida participación de socios, poco
usual si la comparamos con la del resto de juntas locales de la Bascongada48. ¿A qué se debió este
significativo cambio de actitud? No creemos que su explicación deba buscarse en el entorno de la
Compañía de Caracas. Precisamente, ese año de 1776 fue uno de los más beneficiosos para ella des-
de que en 1765 el gobierno comenzara a liberalizar el comercio con Indias. Y ello no sólo porque
había logrado trabar una serie de años con un nivel de rentabilidad holgado –fruto de operar con un
mayor volumen de bienes y con márgenes muy beneficiosos en el comercio del cacao venezolano y,
posiblemente, también de imponer un mayor rigor administrativo en su gestión–, sino también debi-

45. Priores del Consulado de San Sebastián, a la vez que Amigos del País, fueron, por ejemplo, Juan José de Zuaznabar e Ignacio María de
Lopeola. También fueron miembros de la Bascongada la gran mayoría de los directores de la Compañía de Caracas, en sus sedes de Madrid y
San Sebastián, como José Agustín de Zuaznabar, Hermenegildo de Zuaznabar, Ignacio de Lopeola, Juan Bautista de Goizueta, Vicente Rodríguez
de Ribas y Juan Francisco de Joaristi; y algo similar podría afirmarse respecto a Bernardo de Goicoa, José de Vertizberea, José de Olazábal, José
de Laguardia y el propio Juan Bautista de Goizueta, altos directivos de la Compañía de La Habana.
46. Extractos de las Juntas Generales celebradas por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, A. de Sancha, Madrid, 1772,
pp. 47, 51.
47. El primer proyecto, realizado al amparo del Consulado en 1773 por Pedro Ignacio Lizardi y del que tuvo conocimiento la Bascongada
(Extractos de las Juntas Generales celebradas por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, T. de Robles, Vitoria,1773, pp. 64-65),
fue sustituido un año después por otro, que pasó a ser considerado el definitivo, realizado a petición de la Administración central por Julián
Sánchez Bort. Sin embargo, pocos meses después de haber sido elaborado, Juan José de Zuaznabar daba a conocer su Discurso político sobre
las obras proyectadas para mejorar el puerto y dársena de la M. N. y M. L. ciudad de San Sebastián, en el que, por las razones que hemos
expuesto en el texto, era contrario a la realización de la obra. Era más partidario, en cambio, de "caminar poco a poco", proponiendo al
Consulado la formación de una comisión para que estudiara las ventajas relativas de San Sebastián respecto a los puertos de Bayona, Bilbao y
Santander, y otras fórmulas alternativas para acceder a "todos los artículos a que se extiende el comercio con Castilla, Cataluña, Valencia,
Aragón y Navarra" (n. 6). La documentación fundamental que generó este episodio, incluido el Discurso mencionado, se encuentra en el
Archivo Municipal de San Sebastián: Secc. E, Neg. 6, Sc. II, L. 1, Exp. 1.
48. José María IBARRONDO (“Juntas semanarias de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País de San Sebastián (1777-1779)”,
Boletín de Estudios Históricos de la Ciudad de San Sebastián, 4, 1970, pp. 255-272) transcribió el conjunto de juntas celebradas por los Amigos
del País de San Sebastián. Se citará de acuerdo con su trascripción. En dichas juntas llegaron a participar quince socios diferentes, es decir buena
parte de los residentes en San Sebastián inscritos en la Bascongada antes de 1779; además, la asistencia superó habitualmente la docena de
miembros.

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do a que en el mes de noviembre la Corona le reconoció la posibilidad de ampliar su actividad comer-
cial a nuevos espacios coloniales, que de forma casi inmediata le fueron concedidos en régimen de
monopolio49. Por tanto, el momento no parecía precisamente el más oportuno para que el núcleo
comercial donostiarra cambiara su estrategia de apoyo a la Compañía en favor de una participación
más activa en la Bascongada. Ahora bien, sí podía tratar de rentabilizar en favor de la ciudad el fer-
vor reformador que la Bascongada mostraba durante los años centrales de la década de los setenta,
es decir, los de mayor intensidad reformadora de la historia de la institución. Y eso fue, precisamen-
te, lo que trataron de hacer las Juntas Semanarias recién constituidas. Así, no es ninguna casualidad
que se acomodaran sin ningún problema a la organización interna de la Sociedad50. Ahora bien, al
mismo tiempo que daban inicio a una franca colaboración con algunos de sus programas en desa-
rrollo51, comenzaron también a exigir de su dirección diversos compromisos concretos, orientados al
fomento de la economía de San Sebastián y su comarca, incluyendo la posibilidad de diversificar sus
actividades económicas, dando origen a una dinámica de tensión creciente que puso en entredicho
la voluntad de la Bascongada de apoyar sus planes.
El primer problema afloró en enero de 1777, cuando las juntas donostiarras demandaron a la
Bascongada la creación en San Sebastián de dos escuelas públicas, una de náutica y otra de dibujo.
Ahora bien, al haberse responsabilizado el Consulado de la ciudad de la primera, sus esfuerzos se
concentraron en lograr la fundación de la segunda, tratando de que la escuela de dibujo que la
Sociedad mantenía en Guipúzcoa, localizada en Bergara, se trasladara a San Sebastián. Sin embar-
go, después de cuatro meses de intensas negociaciones, tan sólo obtuvieron de Peñaflorida buenas
palabras, pero ninguna respuesta clara a su petición52. Por si esto fuera poco, en el verano de ese
mismo año surgió un segundo foco conflictivo. Esta vez los socios donostiarras pretendían conse-
guir que la Compañía de pesca de Bilbao, creada al amparo de la Bascongada y reconocida por par-
te del Ministerio en 1775, reportara algún beneficio a San Sebastián53. Basándose en derechos reco-
nocidos en su Cédula fundadora y a través de una argumentada memoria54, propusieron a la
Bascongada la fundación en San Sebastián de una Compañía por acciones consagrada a la pesca de
la ballena. Con ello pretendían reeditar diversos intentos similares que habían sido programados
décadas atrás en la ciudad55 e, indiscutiblemente, recuperar la antigua tradición de pesca de altura

49. En esa fecha la Compañía obtuvo el derecho de comerciar con las provincias de Cunamá, Nueva Barcelona y Guayana, y con las islas de
Margarita y Trinidad, desde los puertos de Cádiz, Pasajes y San Sebastián. Al mes de emitida la correspondiente Cédula, el Ministro de Indias le
otorgó, de forma secreta, el monopolio para un plazo de cinco años prorrogable, en términos muy beneficiosos, a otros cinco (HUSSEY, R. D.:
La Compañía de Caracas, op. cit., pp. 275-277).
50. Las Juntas determinaron la realización de dos reuniones mensuales y nombraron como presidente y secretario de las mismas a Manuel
Ignacio de Aguirre y a José Manuel de Irízar, los dos únicos participantes que en su condición de socios Supernumerarios de la Bascongada
podían acceder a esos cargos, dado que el resto eran socios Beneméritos. Juan José de Zuaznabar ejerció las funciones de Secretario sustituto.
51. Lardizábal se encargó de completar la colección de flora cantábrica con ejemplares de la comarca (San Sebastián, Junta Semanaria, 15
de Enero de 1777), mientras que algunos médicos locales prosiguieron su apoyo, a título individual, a la importante campaña de inoculación
de la viruela patrocinada por la Sociedad. (No obstante, no todos ellos fueron partidarios del uso de esta técnica. Sí lo fueron, por ejemplo, J.
de Inda y J. A. de Ferrer, autor de una memoria favorable a este método curativo; en cambio, V. de Lardizábal siempre mostró un relativo rece-
lo hacia la misma –MARTÍ LLORET, J. B.: Vicente de Lardizábal, op. cit., pp. 180-189–). Las Juntas llegaron incluso a mostrar su interés por un
tema que tradicionalmente había preocupado a la Bascongada, cual era el de la decadencia del cultivo de frutales en las comarcas marítimas,
elaborando una instrucción sobre el modo de cultivar manzanas y extraer sidra, inspirada en técnicas provenientes de la Normandía francesa
(Extractos de las Juntas Generales celebradas por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, T. de Robles, Vitoria, 1778, pp. 19-33).
52. Primero la dirección de la Sociedad se negó a dar vía libre al traslado solicitado hasta el momento en que "la escuela Patriótica pudie-
se dotar por sí sola" la que existía en Bergara. Ante esta demora forzosa, las Juntas donostiarras optaron por dirigirse al Consulado de San
Sebastián, que asumió la financiación de la escuela de forma temporal, concretamente durante dos años, a la espera de que en ese plazo de
tiempo pudiera verificarse el traslado pactado, lo cual les permitió informar a la Bascongada que a mediados de Abril el mencionado centro
docente abriría provisionalmente sus puertas, conforme a las reglas que ésta "tenía dadas para las escuelas de Bergara, Vitoria y Bilbao". Pero
este acuerdo fue revocado de forma inmediata por las Comisiones vizcaínas y alavesas, que estimaban injusto que Guipúzcoa contara con dos
escuelas de dibujo cuando en sus provincias tan sólo existía una, de tal forma que la Bascongada hubo de echar marcha atrás y hacer notar a
sus juntas donostiarras que en la noticia pública de la apertura no se había hecho ninguna mención a "la generosidad del M. N. Consulado,
quien a sus expensas sostiene esta nueva escuela, [y] que la Sociedad no debe ni puede sonar como fundadora de este establecimiento". El
problema se complicó aún más debido a que el Consulado no había sido capaz en esas fechas de configurar la prometida escuela de náutica
y que, ante los ojos de las juntas donostiarras, eran las comisiones bergaresas las que debían favorecer su creación, al haberse responsabiliza-
do del expediente interpuesto en la Administración con el fin de poder contar con el correspondiente permiso administrativo y con fondos públi-
cos para financiarla (San Sebastián, Juntas Semanarias, 15 y 30 de Enero, 4 de Marzo y 12 de Abril de 1777).
53. Sobre la historia de esta Compañía, puede verse ASTIGARRAGA, J.: “La Compañía de Pesca Marítima en las costas del mar Cantábrico
(1770-1782)”, Boletín de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, 1992, XLVIII, pp. 137-158.
54. En el capítulo XXIX de esa Cédula se reconocía que "siendo el particular interés de la nación la pesca de ballenas, será asimismo libre
de derechos toda las que se haga en ellas por la Compañía". Por otra parte, la memoria mencionada, obra de Lorenzo de Goicoechea y
Francisco Ignacio de Sagasti, fue discutida por las Juntas semanarias a comienzos de Septiembre de 1777 y, una vez aprobada por ellas, fue
remitida a la dirección de la Bascongada, que la publicó en versión resumida en sus Extractos de ese mismo año (pp. 42-56). El Archivo del
Museo Naval, Fondo Vargas y Ponce, series árabes, t. XXIX, contiene en sus depósitos una copia íntegra de la misma.
55. En la breve historia que se refiere en la memoria sobre los hechos pasados se destacan, por un lado, el duro revés que supuso la pér-
dida de las colonias marítimas a manos de Gran Bretaña durante las primeras décadas del siglo, y las experiencias fracasadas en torno a sen-
das compañías balleneras en 1732 y en 1749, esta segunda, cuya disolución tuvo lugar en 1757, al amparo de la Compañía de Caracas.

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Jesús Astigarraga

que había existido en ella y cuya pérdida había supuesto una notoria reducción de marineros, pro-
ducción de pescado y rentas reales, además de un considerable avance en el dominio del ramo por
parte de Gran Bretaña y Francia. Ahora bien, junto a todos estos familiares argumentos económi-
cos, el proyecto planteado poseía también algunas cuestiones relativamente novedosas. Su objeto
no era la explotación de los tradicionales bancos pesqueros de Groenlandia y Finlandia, sino los de
los existentes en los confines de la isla de Santa Catalina, y, además, aunque su dirección corriera a
cargo de la Bascongada, estaba previsto que disfrutara de protección real y de un conjunto muy
amplio de privilegios, incluida la posibilidad de convertir la Compañía en un instrumento para abas-
tecer esa isla de "géneros, frutos y herrajes". Todas estas cuestiones, al igual que otras menos sig-
nificativas, quedaban reflejadas en unos Estatutos concretos, que las Comisiones donostiarras hicie-
ron llegar a la Bascongada junto a la memoria explicativa de la Compañía56, confiadas en que ella
apoyaría su propuesta y presionaría ante la Compañía de pesca de Bilbao para que promoviera "el
establecimiento de una factoría" en San Sebastián57. Sin embargo, nada de ello ocurrió. La Bascon-
gada, primero calló, y después supeditó su respuesta a la decisión que adoptara al respecto la direc-
ción de la empresa bilbaína, que, sin embargo, apenas llegó a desarrollar una actividad productiva
digna de consideración, y que, posiblemente, ni siquiera llegó a plantearse seriamente la propuesta
de sus compañeros donostiarras58.
No disponemos de muchas noticias más sobre cómo fue subiendo de tono la tensión entre Ber-
gara y San Sebastián, pero parece indudable que a comienzos de 1778 la dirección de la Basconga-
da era consciente de que había perdido definitivamente el control sobre sus Juntas Semanarias de
San Sebastián y decidió contratacar. Apoyándose en la autoridad de sus Estatutos internos, les
reclamó un cambio en su presidencia, proponiendo como alternativa a Roque Javier de Moyúa,
marqués de Rocaverde, quien, como cabe suponer, era un socio de plena confianza del grupo ber-
garés59. Obviamente, las Juntas Semanarias de San Sebastián desatendieron esta petición. En cam-
bio, apelando a su vez a los mismos Estatutos, pidieron al grupo bergarés que fuera respetuoso con
los criterios vigentes relativos al reparto territorial de los fondos económicos de la institución. Con
esta demanda afloraba una de las razones primordiales del descontento de los socios donostiarras,
quienes en realidad no ponían en cuestión el criterio general de reparto "por iguales partes entre
las Provincias", sino el que venía siendo empleado para gestionar el correspondiente a Guipúzcoa,
solicitando que "lo que asignase la Junta General a cada Provincia para sus cuatro Comisiones se
distribuya entre sus cajas y sus adheridas, pues sin este auxilio serán pocos o ninguno los progresos
que puedan hacer las últimas". Pero esta petición iba acompañada de una significativa transforma-
ción interna. En enero de 1778 las Juntas Semanarias dejaban de existir para mutarse en Juntas
"que constituyen la Caja de Correspondencia de San Sebastián", conversión que, lejos de tratarse
de un mero cambio terminológico, tenía como finalidad forzar al grupo bergarés a financiar de una
manera más generosa las actividades de los Amigos del País de San Sebastián. Además, conllevaba
un dimensión desconocida, pues la organización de la nueva Caja se realizó siguiendo criterios dis-
tintos a los propios de la Bascongada60, lo cual colocaba al grupo donostiarra al borde de la ruptu-
ra con ésta.
La situación se agravó aún más pocos meses después. La reforma comercial derivada de la pro-
mulgación del Decreto liberalizador de 2 de marzo de 1778 y del posterior “Reglamento y Arancel”
de 12 de octubre de ese mismo año supuso un revés muy considerable para los intereses comercia-

56. Tales estatutos, que la Bascongada prefirió no publicar en sus Extractos, figuran a continuación de la memoria manuscrita mencionada,
y todo apunta a que estuvieron inspirados en los que había regido la Compañía ballenera creada en 1749 por la Guipuzcoana de Caracas.
57. San Sebastián, Junta Semanaria, 6 de Septiembre de 1777, y Junta Preparatoria, 15 de Enero de 1778.
58. No obstante, sobre esta cuestión hay que aclarar que la Compañía ballenera propuesta suponía comprometer un volumen de cauda-
les muy sustancioso –su capital inicial rondaba los cincuenta mil pesos– y que, frente al interés de la Compañía de pesca de Bilbao de fomen-
tar el pescado curado, la propuesta era fomentar el pescado en fresco, cuyo abastecimiento era deficitario, incluso en todo el área costera gui-
puzcoana, según las noticias que se habían recogido "desde el puerto de Zumaya al de Fuenterrabia". Esta reticencia puede estar relacionada
acaso con el hecho de que entre 1769 y 1775 la Guipuzcoana había estado tratando de promocionar con muy poco éxito la pesca y salazón
del pescado por medio de pescadores vizcaínos y saladores franceses en la región de Cunamá.
59. La argucia que adujo la Sociedad era que, según dictaban sus Estatutos (título XXII, número 3), las Juntas semanarias debían estar pre-
sididas por cargos directivos de la Sociedad o, en su ausencia, por el socio de Número más antiguo que residiera en la localidad donde se cele-
braran, y que el candidato propuesto por ella reunía ambas condiciones. De hecho, el marqués de Rocaverde no sólo era socio de Número desde
1765 y antes de 1776 había ocupado los cargos de Vicesecretario, Recaudador interno y Archivero de la Sociedad, sino que había participado
habitualmente en las juntas de las Comisiones de Bergara, llegando incluso a estar inscrito en ellas durante los primeros años de la Sociedad.
60. Por un lado, se estructuraba en dos únicas Comisiones, una de agricultura y economía rústica y otra de industria y comercio, y, por
otro, su presidente y vicesecretario, responsables de dirigir ambas Comisiones y cargos para los que fueron nombrados, respectivamente,
Manuel Ignacio de Aguirre y Juan José de Zuaznabar, fueron elegidos al margen de los criterios de la Sociedad, entre otros motivos porque en
las Juntas aparecían inscritos socios de Número –el marqués de Rocaverde– y otros socios Supernumerarios.

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les de San Sebastián, pues significó el inicio del fin del monopolio que la Compañía de Caracas había
disfrutado en tierras americanas61, abriendo el proceso que en 1785 provocaría su disolución y su
absorción posterior en la recién fundada Compañía de Filipinas62, sin ofrecer como contrapartida el
reconocimiento de San Sebastián como puerto habilitado para el comercio libre. La postura del
núcleo comercial donostiarra ante estas medidas fue clara: al tiempo que exigía la inclusión de San
Sebastián en el programa del comercio libre, hacía caso omiso, al menos temporalmente, de las mis-
mas en lo relativo a la Compañía de Caracas63. Ahora bien, es indiscutible que la nueva actitud de la
Corte le situó de manera perentoria ante la obligación de redefinir su actividad sobre bases total-
mente nuevas, y a la vista de las dificultades que estaba encontrando para lograr una posición cómo-
da en el seno de la Bascongada, su alternativa consistió en avanzar un paso más y tratar de configu-
rar un órgano autónomo de ella, que en muy poco tiempo fue reconocido como una nueva Sociedad
Económica de Amigos del País.

7. LA SOCIEDAD ECONÓMICA DE AMIGOS DEL PAÍS DE SAN SEBASTIÁN (1779)

El origen de la Sociedad Económica de San Sebastián se encuentra en una Representación, fechada


el 29 de Enero de 1779 y remitida al Consejo de Castilla con el aval de seis vecinos de la ciudad. La
iniciativa, acerca de la cual tenemos noticias muy incompletas y que ha suscitado interpretaciones
exiguas, aunque encontradas64, había surgido sin ningún lugar a la duda a la sombra de la Caja de
Correspondencia de San Sebastián65 y tenía una finalidad claramente disgregadora de la Basconga-
da. Su objetivo, que quedaba difusamente explicado en la mencionada Representación, que, acaso
debido a la presión del tiempo, además de brevísima, adolecía de la falta de una mínima argumenta-
ción expositiva, era configurar una Sociedad Económica destinada a promover, de manera casi exclu-
siva, el desarrollo económico de San Sebastián y su comarca a través del fomento de "la agricultura,
el comercio, las artes e industria, en que comprenden el fomento de la pesca, y de cuanto pueda
concurrir a minorar la holgazanería y mendicidad que lastimosamente abunda en esta ciudad por

61. Aunque las provincias americanas sobre las que operaba la Compañía quedaran al margen "por ahora" de esas medidas, en Marzo de
1778 el Ministro de Marina Gálvez incluyó a las islas de Margarita y Trinidad en el área del comercio libre, ocho meses después obligó a la Gui-
puzcoana a aceptar las obligaciones fiscales y administrativas contempladas en el “Reglamento y Arancel” de 12 de Octubre, en Agosto de
1780 extendió el comercio libre a la provincia de Venezuela, aunque sin llegar a extinguir la Compañía, y en Febrero de 1781 la relegó de sus
obligaciones de realizar la guarda de costas, de tal manera que, después de esta serie de medidas, la Guipuzcoana sólo conservó su derecho a
ventilar sus asuntos privativamente ante la justicia (HUSSEY, R. D.: La Compañía de Caracas, op. cit., pp. 288-297 y GÁRATE, M.: La Real Com-
pañía Guipuzcoana, op. cit., pp. 356-359). En cambio, para La Habanera, ya convertida en empresa particular y habiendo sustituido el comer-
cio de tabaco por el de azúcar y granas, el Reglamento de 1778 fue claramente beneficioso, pues, además de la simplificación de los derechos
que trajo consigo, le ofreció la oportunidad para extender su comercio a otros espacios coloniales (GÁRATE, M.: La Real Compañía de La Haba-
na, op. cit., p. 180).
62. Al margen de diferentes informes negativos que el Ministerio recibió por esas fechas respecto a la incapacidad de la Compañía para
absorber la producción venezolana y para combatir el contrabando extranjero, la auténtica razón de su postura hay que encontrarla en que
consideró que el régimen de monopolio de que gozaba la Compañía era incompatible con un esquema comercial como el del comercio libre,
uniformemente organizado y menos restringido, de tal manera que su desaparición se debió a que, a partir de 1778, en la práctica fue inca-
paz de competir con el comercio privado. Ahora bien, esta supuesta base racional que inspiró la postura de la Administración quedó en entre-
dicho poco después, debido a que la Compañía de Filipinas, que terminó absorbiendo buena parte de los capitales de la Guipuzcoana, gozó
desde su fundación de una monopolio exclusivo para el ejercicio del comercio directo entre España y esa isla. Todo apunta a que los intereses
de Cabarrús, íntimo de Gálvez y cuya casa comercial de Bayona había colaborado asiduamente con la Compañía de Caracas en la exportación
a Venezuela de tejidos franceses, tuvieron mucho que ver con el curso de los acontecimientos.
63. GÁRATE, M.: La Real Compañía Guipuzcoana, op. cit., pp. 356-357.
64. El déficit de información responde a dos motivos: la pérdida de la documentación que generó esa Sociedad, a raíz del incendio que
sufrió a comienzos del siglo XIX el Archivo Municipal de San Sebastián, donde la había depositado José María de Zuaznabar, descendiente de
uno de los fundadores, y la opacidad con la que la Bascongada envolvió este engorroso asunto. Por otra parte, respecto a la breve historio-
grafía de la Sociedad Económica de San Sebastián, su origen se encuentra, después de algunos prolegómenos de escaso interés, en sendos tra-
bajos de BERRUELO, J. M. (“La Sociedad Económica de Amigos del País de San Sebastián”, en Colección de documentos inéditos para la his-
toria de Guipúzcoa, vol. VI, San Sebastián, 1965, pp. 81-85), quien dejó constancia documental que la Sociedad Económica de San Sebastián
había existido, dando a conocer su lista de miembros, y el ya mencionado de J. M. IBARRONDO (“Juntas Semanarias”, op. cit.), quien delimi-
tó el alcance de los acontecimientos a un conflicto de importancia menor, al entender que la nueva Sociedad nació, más "que en pugna con
la Bascongada, con la aquiescencia de ésta, y en busca de los beneficios que pueda aportar el acogimiento a la Real Cédula de 9 de noviem-
bre de 1775". Ya, con posterioridad, Otazu vio en ella una expresión del "descontento creciente de los sectores burgueses" donostiarras con
la Bascongada en el momento crítico en que transcurre el debate sobre la incorporación de Bilbao y San Sebastián al programa liberalizador del
comercio con Indias (La burguesía revolucionaria, op. cit., pp. 117-119), mientras que, por último, C. Domínguez, M. Etxebarria y M. A.
Gamecho sostenían, por el contrario, que tal debate "no fue determinante en la aparición de la sociedad donostiarra" y que no resultaba tan
claro las razones del enfrentamiento a que había dado origen esa sociedad (“La Sociedad de Amigos del País”, op. cit.).
65. La mejor prueba de ello es que cuatro de sus promotores eran Amigos del País: además de Manuel Ignacio de Aguirre y Juan José de
Zuaznabar, quienes habían ejercido como presidente y vicesecretario de la Caja de Correspondencia de San Sebastián, Manuel Antonio de
Arriola e Ignacio Antonio de Lopeola. Los otros dos eran Francisco Javier de Leizaur e Ignacio de Pollo y Sagasti. El expediente a que dio lugar
la fundación de la Sociedad de San Sebastián está depositado en el A. H. N., Consejos, leg. 2946-13, y ha sido trascrito íntegramente en el
apéndice documental que acompaña al trabajo de C. Domínguez, M. Etxebarria y M. A. Gamecho. Se hace uso de esta versión.

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Jesús Astigarraga

populosa, por de comercio, por marítima y limítrofe con Francia"66. La institución, no sólo nacía a
espaldas de la Bascongada y "con gran secreto y reserva" de la misma, sino con la voluntad expresa
de ajustarse al modelo de Sociedades Económicas que venía avalando el Consejo de Castilla una vez
que en 1775 hubiera sido fundada la Sociedad Matritense. En este sentido, resulta muy ilustrativa la
elogiosa alusión al inicio de la Representación a "las utílisimas máximas que se han hallado en los
Discursos sobre el fomento de la Industria Popular, sobre la Educación Popular y Apéndice a la Edu-
cación Popular" y a su deseo de "entregarse a la práctica de algunas de las que sugieren estos lumi-
nosos escritos", y aún más el hecho de que los firmantes de la misma, aunque dejaran constancia de
cómo pensaban organizarse, no tuvieran ningún inconveniente en aceptar provisionalmente los Esta-
tutos de la Sociedad Matritense. Es evidente, por tanto, que la iniciativa donostiarra pretendía alcan-
zar de una manera inmediata la protección del Consejo de Castilla y también que éste podía sacar
provecho de la misma, en concreto, la posibilidad de ampliar el ámbito de influencia del programa de
Campomanes y la Matritense a un área geográfica ajena hasta ese momento al mismo. Y no es nin-
guna casualidad que la respuesta del Consejo, elaborada por el propio Campomanes, fuera, además
de positiva, extremadamente rápida. En realidad, poco había de interés en ella, excepto dos cuestio-
nes: por un lado, la importancia que se atribuía al fomento de la "industria y manufacturas", frente
al resto de actividades propuestas, basada en la suposición de que, al nacer en un lugar "que es un
puerto de mucho comercio, cercano a Francia", la nueva Sociedad atraería con facilidad "manufac-
turas y obreros que introduzcan la industria popular"; y, por otro, el tratamiento que recibía la Bas-
congada, que, como ya había ocurrido en la Representación original, ni siquiera era mencionada en
la contestación aprobatoria del Consejo. En su respuesta, elaborada el 14 de Febrero, éste otorgaba
su permiso para que los promotores iniciaran el alistamiento de socios y la celebración de juntas,
dotando a la futura Sociedad de los Estatutos de la Matritense, "ínterin forman los suyos y se aprue-
ban por el Consejo", y además se comprometía a escribir al Ayuntamiento de San Sebastián y al
Corregidor de Guipúzcoa para que la respaldaran, tal y como haría pocos días después67.
La Sociedad Económica de San Sebastián no tardó en configurarse. El 28 de Febrero celebró su
junta constitutiva, en la que formalizó el catálogo de sus socios –para entones contaba ya con cua-
renta y ocho miembros–, comprobó que disponía de apoyos expresos del Ayuntamiento de San
Sebastián y de la mayoría de las instituciones representativas de la ciudad68, y eligió a sus cargos
directivos. Es obvio, por tanto, que su creación suscitó apoyos más amplios que los que había encon-
trado en San Sebastián la Bascongada, cuyos socios habían pasado a ser una franca minoría en la
nueva institución69, a pesar de lo cual fueron elegidos como Director y Secretario de la misma dos sig-
nificados Amigos del País, concretamente Manuel Ignacio de Aguirre y Juan José de Zuaznabar70. Así
pues, el descontento de los socios donostiarras de la Bascongada se resolvía con la creación de una
Sociedad Económica autónoma que a finales de Febrero anunciaba a Floridablanca su propósito de
respetar "las piadosas intenciones que S. M. ha manifestado por sus Reales Cédulas y libros, que ha
mandado difundir por todo el Reino para promover el adelantamiento de la industria nacional y
minorar la mendicidad y holgazanería"71.
Entretanto, la Bascongada no observaba pasiva los acontecimientos. En un primer diagnóstico de
la situación, valoró la existencia de un problema de fondo, la asignación territorial de los caudales de

66. A estas pretensiones genéricas se unían la habitual alusión a la conveniencia de "aplicar algunos premios a la agricultura, artes e indus-
tria" y la demanda de la fundación de una escuela pública de dibujo, "tan necesaria como justamente recomendada en los Discursos sobre la
industria y educación populares", así como otros proyectos concretos, cuya realización se presentaba con las características propias de la urgen-
cia: en el ámbito de la industria, se refería la necesaria "compra de algunos tornos de hilar, desusados en esta ciudad", con los cuales "dar de
hilar, tejer y coser no sólo a la Casa de Misericordia ..., sino también a otras que hay en esta provincia, y a familias particulares que no tengan
qué trabajar"; y en el de la agricultura, la compra de "una casa de campo, semillas e instrumentos para experimentos de agricultura" (Apéndi-
ce, n. I).
67. Apéndice, nn. II, III y IV.
68. Como defensa ante las presiones de la Bascongada, sus directores argüirán ante la Bascongada que la Sociedad había surgido con el
apoyo de "esta M. N. y M. L. ciudad, de su Cabildo eclesiástico, de su ilustre Casa de la Contratación y Consulado, de la Real Compañía
Guipuzcoana de Caracas y del... Comandante General de esta Provincia" (Apéndice, n. XIII). De hecho, el Ayuntamiento de la ciudad aceptó
sin demora la petición del Consejo de cesión a la Sociedad Económica de su casa consistorial para que pudiera celebrar en ella sus juntas y,
como se muestra en el trabajo citado de C. Domínguez, M. Etxebarria y M. A. Gamecho, en dicha Sociedad figuró inscrita la mayoría de los
alcaldes y numerosos cargos públicos del Ayuntamiento de la ciudad electos durante el periodo previo y posterior a la fundación de la misma.
69. Como se deduce del "Catálogo de los individuos de la Sociedad Económica... fundada ... en la M. N. y M. L. ciudad de San Sebastián
el día 28 de febrero de 1779" (Apéndice, n. VII), en esta Sociedad sólo había once Amigos del País inscritos. Ahora bien, no es menos cierto
que la Bascongada impidió que la nueva Sociedad ampliara su base social mediante la absorción de sus miembros. Así, algunos relevantes
Amigos del País se negaron expresamente a incorporarse a ella (La Ilustración vasca, op. cit., carta núm. 613).
70. Como censor fue nombrado Miguel Manuel Gamón, y como tesorero, Francisco Ignacio de Pollo y Sagasti.
71. Carta sin fechar de la Sociedad Económica de San Sebastián a Floridablanca (Apéndice, n. IX).

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la Sociedad, agravado por dos cuestiones más concretas, "la una, el no haberse apreciado en las Jun-
tas últimas ... el proyecto de la pesca de la ballena para Santa Catalina...; y la otra, lo del comercio
libre"72. Una vez tuvo noticias de la fundación de la Sociedad Económica de San Sebastián, no se
limitó a manifestar su oposición a la misma, sino que intentó –con el apoyo de Floridablanca– que el
Consejo de Castilla rectificara su posición73. Su convicción era que el nuevo organismo tenía cabida
perfectamente en el seno de la Bascongada, y así la solución era tan simple como lograr que éste
uniera "los impulsos de su celo con todos los otros miembros" de ella74. Ahora bien, al mismo tiem-
po que defendía sus posiciones, argumentaba una serie de ventajas comparativas de aquellas insti-
tuciones que, como la propia Bascongada, aspiraban a superar "las odiosas ideas que la preocupa-
ción vulgar fija en los límites municipales y provinciales", y que es interesante repasar someramente.
Tales ventajas se derivaban de los beneficios económicos que conllevaba la ampliación de los
mercados, al favorecer una beneficiosa especialización e integración económicas de orden territo-
rial y sectorial que estaba fuera del alcance de los fondos económicos y las posibilidades humanas
de las instituciones ceñidas a un "territorio particular", cuestiones a las que había que sumar ade-
más los beneficios que ofrecía la Bascongada, como un solo "cuerpo de Nación" de todos los vas-
congados, para canalizar las relaciones entre las instituciones forales y los emigrantes vascongados
y la Administración central. Todas estas aspiraciones habían justificado la formación de la Bascon-
gada como una "Sociedad de sociedades", que integraba tanto a los cuerpos provinciales como a
las cajas municipales, y en la cual, por tanto, tenían cabida las iniciativas de ámbito local, incluida la
de San Sebastián, sin que hubiera ningún motivo para justificar la operación armada en esa ciudad
aduciendo supuestas preferencias territoriales en la asignación de los fondos generales de la insti-
tución75. Esa operación, sin llegar a aportar ninguna ventaja visible, conllevaba en cambio numero-
sos peligros, podía ocasionar "divisiones y parcialidades muy contrarias al instituto de las Socieda-
des Económicas", e, incluso, acabar con los planes de la Bascongada, pues "no sólo se extinguiría
su espíritu de unión sino que la cinta del Irurac bat que enlaza a las tres manos de su divisa se rom-
pería en otros tantos pedazos como Sociedades municipales se fuesen erigiendo dentro de las tres
provincias". Ahora bien, sus censuras no acababan ahí. También comprometían a un Consejo de
Castilla que, en su opinión, había sido excesivamente permisivo con la abstrusa y estéril iniciativa
donostiarra, pues, si, por un lado, no tenía ningún sentido promover instituciones que solaparan
sus actividades con las de la Bascongada, toda vez que ésta abrazaba "todos los objetos de las
Sociedades Económicas, como que el Ilmo. criador de ellas le propone por modelo en su preciosa
obra de la Industria popular", por otro, era más que discutible la utilidad de una política de fomen-
to de Sociedades Económicas de ámbito municipal, toda vez que "vendrá a suceder que estos cuer-
pos se destruyan mutuamente o, al menos, queden reducidos a tanta estrechez que sean unas
meras juntas de policía de los pueblos sin fondos ni otras proporciones necesarias para obrar el bien
que se espera de tales cuerpos".
La reacción de la Bascongada suscitó posiciones encontradas. Como era de suponer, no fue bien
recibida en la Sociedad Económica de San Sebastián76. Ésta la tachó de prepotente, cuestionando pri-
vilegio exclusivo alguno "para producir el mayor bien posible del país, ni por grandes que sean sus
facultades alcanzan a llenar los inmediatos espacios de este objeto", más aún cuando su pretensión
globalizadora se había traducido en un actitud de marginación clara respecto a San Sebastián, que no
había sido beneficiada ni si quiera en "proporción de lo que contribuyen los individuos agregados a la
Caja de correspondencia establecida en ella"77. Frente a la solución de integración, opuso la de con-

72. Carta de Peñaflorida a P. J. de Álava (Bergara, 1 de Marzo de 1779). La Ilustración vasca, op. cit., carta núm. 606.
73. La Bascongada se proponía comprometerse "con la nueva Sociedad, por lo poco airoso que sería a la nuestra el descubrirse y quedar
desatendida; y este modo de concebir... indujo a formar la Representación en términos generales y sin oponernos directamente al nuevo esta-
blecimiento, sugiriendo al mismo tiempo por debajo... las razones que nos ocurrían contra la nueva erección" (Carta de Peñaflorida a P. J. de
Álava, 5 de Marzo de 1779. La Ilustración vasca, op. cit., carta núm. 609).
74. Sobre la respuesta de la Bascongada, deben verse el Apéndice n. X y la Respuesta a la Sociedad proyectada en San Sebastián, fecha-
da el 24 de Marzo de 1779 (Archivo Provincial de Álava, Fondo Prestamero, Caja 20-8).
75. Según la Sociedad, el procedimiento había sido la creación de determinadas cajas de correspondencia de ámbito municipal –concre-
tamente, las de Tolosa, Orozco, Azcoitia y San Sebastián– en donde residiesen dos o más socios agregados a comisiones, autorizadas a cele-
brar juntas y a desarrollar cualquier aspecto de los Estatutos que consideraran oportuno para el ámbito geográfico en el que operaban. Al
mismo tiempo, recordaba que la distribución de fondos se realizaba "por partes iguales entre las Provincias" y que el espíritu de unión interno
se basaba en dotaciones económicas mutuas realizadas por "convenio a urgencias particulares recíprocas", lo cual había beneficiado en deter-
minadas circunstancias al propio San Sebastián.
76. Apéndice, n. XI.
77. Desde su dirección se estimaba que la Bascongada había repartido al público hasta 1778 más de quinientos mil reales, "sin que haya
resultado a la ciudad del empleo de estos caudales otra utilidad inmediata que la de haber aplicado a los labradores de su jurisdicción cinco
vacas...".

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servar la "mejor armonía" con la Bascongada, pero en una actitud de desafío que le llevó a considerar
que ésta le debía respeto, dado que, además de contar con un importante aval de las instituciones
donostiarras más significativas, ya había sido "sellado con la respetable autoridad del Real y Supremo
Consejo de Castilla", y ante la eventualidad de que éste pudiera reconsiderar su decisión, amenaza-
ban con la posibilidad de enviarle otra Representación "más difusa" para "demostrar... la necesidad y
utilidad de este nuevo establecimiento con otras razones poderosísimas, que omite por ahora".
Ahora bien, un importante giro en la situación tuvo lugar cuando Floridablanca, al tener noticias
de la reacción de la Bascongada, asumió la defensa de sus posiciones ante el Consejo de Castilla,
recriminándole por haber permitido a la nueva Sociedad Económica crearse como tal, cuando en rea-
lidad sólo contaba con autorización para celebrar juntas y alistar socios, y haber alentado una inicia-
tiva surgida en el ámbito territorial de la Bascongada, entidad que consideraba "bien establecida y
acreditada", y solicitándole aclaraciones inmediatas sobre su decisión78.
Sin embargo, la conciliación fue inmediata y, aunque desconozcamos los detalles de la misma,
todo apunta a que se realizó en el seno de la Sociedad, sin que mediara el Consejo, y que respondió
a la voluntad de la Bascongada de limar todas las cuestiones objeto de litigio antes de que la Socie-
dad Económica de San Sebastián pudiera dar inicio a sus actividades. En realidad, dos de los proble-
mas pendientes eran, en la práctica, supuestos. El suscitado por la creación de la Compañía de pesca
de Bilbao no tenía razón de ser cuando, ésta nunca llegó a alcanzar una actividad productiva signifi-
cativa, mientras que el relacionado con la problemática participación de San Sebastián en el progra-
ma gubernamental del comercio libre estaba encontrando en las mismas fechas en que fue fundada
la nueva Sociedad Económica una respuesta por parte de la Bascongada afín a la posición mayorita-
ria adoptada al respecto por el Consulado de esa ciudad y su núcleo de Amigos del País79. Por tanto,
la única cuestión que quedaba pendiente era la relativa a una interpretación más favorable a los inte-
reses de San Sebastián de la asignación territorial de los fondos económicos de la Bascongada. Y, en
esta ocasión Peñaflorida supo maniobrar con notable maestría para resolverla. Así, en octubre de
1779 se dirigió a los Amigos del País donostiarras solicitándoles una aclaración sobre "los objetos que
le pareciesen más dignos de fomento en el distrito de esta ciudad y los medios oportunos para ello",
al tiempo que les informaba de la voluntad de la dirección de la Sociedad de aplicar a la Caja de San
Sebastián "la parte posible" de sus fondos guipuzcoanos80. Y una vez conocido que su necesidad
más "urgente" era la creación de una escuela de dibujo en la ciudad, puso en marcha todos los
mecanismos de la Sociedad para posibilitar su inmediata fundación81. Como contrapartida de este
acuerdo, las Juntas Semanarias de San Sebastián, cuya celebración se reanudó tras el verano de 1779,
pasaron definitivamente al control de personas de la confianza de la dirección de la Sociedad, en con-
creto del marqués de Rocaverde, quien, obviamente, había permanecido totalmente al margen de los
movimientos de sus compañeros de Comisiones. De esta manera, el litigio se resolvió en el seno de la
propia Bascongada, tal y como hacía suponer la naturaleza del conflicto que lo había suscitado.
A la luz que arrojan los hechos descritos, resulta sumamente llamativa la actitud que a lo largo de
él mantuvo el Consejo de Castilla. A pesar de su vigoroso apoyo inicial a la Sociedad Económica de
San Sebastián, después de conocer la reacción de la Bascongada, prefirió mantener un respetuoso
silencio, algo que cabe relacionar con la postura de Floridablanca contraria a la decisión original del
órgano castellano82. El Secretario de Estado pudo personificar, dentro del gobierno ilustrado, al políti-
co que tenía una mayor conciencia de lo delicado de la situación, es decir, de cómo podía llegar a afec-
tar negativamente la decisión de apoyar la creación de la Sociedad de San Sebastián a una solución
favorable a los intereses del Consejo de Castilla en la polémica sobre la participación de los puertos
vascos en el comercio libre, que se superpuso al conflicto suscitado por los Amigos del País de San
Sebastián. Sin embargo, no se sabe qué oscuros intereses llevaron al Consejo a seguir apoyándola e,
incluso, a insistir sobre las ventajas que reportaría su fundación, suponiendo que era factible su convi-
vencia armoniosa con la Bascongada, casi dos años después de que hubiera sido abandonada y hubie-
ra pasado a engrosar la lista de los proyectos ilustrados no consumados de una manera efectiva83.

78. Apéndice, n. XII.


79. Sobre esta cuestión, nos remitimos al detenido análisis contenido en ASTIGARRAGA, J.: Los ilustrados vascos, op. cit., pp. 180 y ss.
80. San Sebastián, Junta Mensual, 19 de Octubre de 1779.
81. Extractos de las Juntas Generales celebradas por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, T. de Robles, Vitoria, 1780,
p. 106.
82. En noviembre de 1780, Peñaflorida reconocería que los oficios "practicados por la Secretaría de Estado sobre lo de San Sebastián"
habían sido francamente positivos para la Sociedad (La Ilustración vasca, op. cit., carta núm. 787).
83. Véase, sobre esta cuestión, la Carta del Consejo que cierra la polémica fundación de la Sociedad (Madrid, 2 de Mayo de 1781).

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La resolución de la crisis creada por los Amigos donostiarras no vino acompañada de una inte-
gración más activa de San Sebastián en la institución84. A pesar de ello, ésta trató de que los intere-
ses comerciales de la ciudad se vieran lo menos dañados posible por las transformaciones que cono-
ció el capitalismo financiero borbónico durante la década de los años ochenta. En 1784, cuando
maduraba el proyecto de Cabarrús para transformar la ya inerte Compañía de Caracas en la Compa-
ñía de Filipinas85, la Bascongada consintió que en sus Juntas públicas se presentara una disertación
de Foronda, buen amigo de Cabarrús, en defensa de la nueva Compañía86. La significación del acto
era notable, pues la fundación de ésta estaba supeditada a que los accionistas de la Guipuzcoana,
abundantemente representados en las Juntas, hicieran uso de su derecho preferente para suscribir
acciones de la Compañía de Filipinas; pero aún lo fue más si tenemos en cuenta que el versátil Foron-
da no tenía ningún empacho en plantear su defensa desde principios estrictamente mercantilistas y
exactamente contrarios a los utilizados dos años antes por Narros ante la Bascongada en defensa del
Banco de San Carlos. Éste, también buen amigo de Cabarrús, había sostenido que su fundación,
además de prestar enormes servicios a la economía española, al sacar a la circulación capitales que
“sepulta la avaricia en oscuros cofres”, rebajar los tipos de interés y, con todo ello, mejorar las con-
diciones de financiación del comercio y la industria, serviría también para cribar el poder omnímodo
de los beneficiarios de privilegios exclusivos y que se amparaban en ellos para imponer su ley al mer-
cado87. Pero, una vez más, el sentido pragmático de la Bascongada hacía que el realismo de los inte-
reses económicos concretos se antepusiera al ideal abstracto de los principios de los “amantes de la
libertad de comercio”: la conversión de la Compañía de Caracas en la de Filipinas todavía dejó un
pequeño margen de maniobra para San Sebastián, pues la nueva institución, además de absorber a
muchos directivos y accionistas de aquélla88, mantuvo en activo el asiento con la fábrica de armas de
Placencia y prosiguió usando los puertos de San Sebastián y Pasajes, antes de verse obligada a reali-
zar su comercio únicamente a través de puertos habilitados89.

8. UNA APRECIACIÓN FINAL

La formación de la Sociedad económica de San Sebastián y todos los acontecimientos que la rodea-
ron ponen de relieve que el programa reformista de la Bascongada no fue plenamente integrador,
sino que halló desencuentros, transformados rápidamente en fisuras, bajo la forma de movimientos
disgregadores del Irurac bat. Ahora bien, la historiografía reciente ha dado un peso desmedido a este
episodio y además, si bien suponiendo correctamente que representaba una expresión más de la
secular disputa mantenida por la nobleza guipuzcoana y los comerciantes donostiarras, no lo ha
valorado en su dimensión precisa, al entender que se trataba de un antagonismo entre una nobleza
territorial aferrada aún a sus intereses agrarios y una burguesía comercial interesada en relanzar la
actividad industrial, en particular la manufactura de textiles. En realidad, el curso de los aconteci-
mientos acaecidos entre 1765-1780 venía a probar claramente lo contrario: que la nobleza ilustrada
organizada en torno a la Bascongada estaba mostrando un empeño mayor y más sostenido a favor
del desarrollo de la manufactura vasca que los comerciantes vinculados a la Compañía de Caracas y

84. Desde 1782 no existe ninguna colaboración relevante desde San Sebastián a la Bascongada. No hay que olvidar aquí su fracaso en el
intento de incluir a los puertos vascos en el comercio libre, lo cual con toda probabilidad animó a J. J. Zuaznabar, M. I. de Aguirre, I. A. de Lope-
ola y otros socios donostiarras a darse de baja en la institución a lo largo de los años ochenta.
85. Acerca de la historia de esta última compañía comercial, puede verse de DÍAZ-TRECHUELO, Lourdes: La Real Compañía de Filipinas,
Sevilla, 1965.
86. Véase su Miscelánea o Colección de varios Discursos, B. Cano, Madrid,1787, pp. 42-61.
87. Narros se empleaba a fondo contra estas “asociaciones adineradas y llenas de privilegios” en su discurso, cuyo resumen vio la luz de
forma anónima en los Extractos de las Juntas Generales celebradas por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (G. M. de Robles,
Vitoria, 1782, pp. 93-106): “las tales son la polilla de la industria española, depositarias de la mayor parte del numerario, abrazan casi exclusi-
vamente todos los ramos de comercio. Son únicos compradores y vendedores, y obligan al resto de España a que viva forzosamente en una
miserable inacción. Por medio de insidiosas anticipaciones se apoderan del producto de la mayor parte de las fábricas. El hierro, el acero, el lien-
zo y paño les pertenecen para cuando les da la última mano el fabricante”. (Según J. M. Barrenechea, Narros aludía tácitamente a los Cinco
Gremios Mayores de Madrid: “Estudio preliminar” a Moral y economía en el siglo XVIII, Gobierno Vasco, Vitoria, 1995, p. LXX). La defensa del
Banco de San Carlos por parte de la Bascongada no se limitó a la esfera teórica, pues, siguiendo los pasos de la Diputación de Guipúzcoa, impu-
so en él una parte considerable de los fondos destinados a la financiación del Seminario de Bergara. Pocos años después, Foronda volverá a
salir en defensa del Banco, duramente criticado por Mirabeau y Mercier de la Rivière, en su Miscelánea, op. cit., pp. 124-140, 149-193.
88. Entre los accionistas de la Compañía de Filipinas figuraron Foronda y Narros, quienes llegaron a participar esporádicamente en sus jun-
tas internas. Otros Amigos, como el Marqués de Iranda –promotor personal de la nueva Compañía–, I. A. de Lopeola, Martín A. de Huici, etc.,
se comprometieron en su dirección.
89. Para un análisis más global, puede verse de DÍAZ-TRECHUELO, Lourdes: “La Real Compañía de Filipinas en Guipúzcoa”, Itsas Memoria.
Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, vol. IV, Untzi Museoa-Museo Naval, San Sebastián, 2003, pp. 369-380. 77.

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el Consulado de San Sebastián, adormilados primero a la sombra del privilegio comercial que disfru-
taba aquélla y después, cuando a partir de 1765 éste comenzó a ser cuestionado, con claras dificul-
tades para maniobrar, cambiar de estrategia y volcar sus capitales decididamente en la industria. Sólo
en esas difíciles circunstancias esos comerciantes volvieron su mirada hacia la Bascongada y hacia
todo lo que representaba como culminación de un proceso que venía madurando desde finales de
los años cuarenta y al cual ellos habían sido ajenos –y ello en clara divergencia con respecto al núcleo
comercial bilbaíno afín a la Sociedad, y ahí están las actividades de las Comisiones vizcaínas y la figu-
ra del economista de orientación liberal N. de Arriquíbar (el principal ideólogo de las mismas) para
atestiguarlo–. En este sentido, la Sociedad Económica de San Sebastián era más un instrumento de
presión para alterar la correlación de fuerzas en el interior de la Bascongada en una dirección que
favoreciera a los intereses de la ciudad, que un organismo con una sincera proyección de futuro para
promover su desarrollo económico; de ahí la torpeza del Consejo de Castilla al tratar de aprovechar
esta confusa circunstancia para debilitar a la Bascongada.

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