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EL DIVORCIO: Manuel de Derecho Romano (LUIS Rodolfo Arguello)

Causa especifica de disolución del matrimonio fue el divorcio (diortium), que la falta de
affectio maritalis en uno de los conyugues o en ambos. Como el matrimonio exigía en Roma un
acuerdo continuado, cuando este faltaba en los esposos se disolvía el vínculo y no podían ser
considerados ya como marido y mujer. La disolución de las nupcias por divorcio fue un
sentimiento tan adentrado en los romanos, que desde antiguo regio el principio de que el
matrimonio era una institución esencialmente disoluble (liberum matrimonium esse
antiquitus placuit). Por aplicación de tal principio los conyugues no podían obligarse
contractualmente a no divorciarse, ni dificultar siquiera el divorcio con penas convencionales.

El divorcio se hacía en tiempos clásicos por la simple declaración de cualquiera de los esposos
de querer extinguir el vinculo conyugal (repudium). Esta declaración podía ser oral o escrita
(per littras) y también comunicada por medio de un nuntius.

Una excepción a esta regla fue la establecida por la lex Iuliade adulteriis, que dispuso que el
repudio debía participarse por un liberto en presencia de siete testigos, pero hasta una
declaración no formal era bastante para disolver el matrimonio, si bien insuficiente para aludir
ciertas penas. En la época postclásica se interdujo el uso de redactar un documento escrito
que formalizara el divorcio (libellus repudii); más tarde esta costumbre se torno en una
exigencia legal. Justiniano mantuvo este criterio, pero permitió la declaración ante siete
testigos que había consagrado la ley Iulia. Probablemente se quiso hacer obligatoria una
declaración escrita firmada por siete testigos.

La pureza de las costumbres romanas hiso que por mucho tiempo los divorcios fueran poco
frecuentes y que causaran general reprobación, si no tenían una causa justificada. No le estaba
permitido a la mujer, dado su estado de dependencia a la patria potestad o manus, divorciase
de su marido, obstáculo que fue eliminado al finalizar la época republicana. La expansión de
Roma produjo un relajamiento de las costumbres y ellos fue causa determinante del auge de
los divorcios. En tiempo de los emperadores cristianos se abrió paso una legislación hostil al
divorcio que no llega, empero, a negarse validez. Se comenzó por distinguir entre el divorcio
por mutuo acuerdo y aquel que surgía por decisión unilateral, respetándose el primero y
limitándose el segundo, que era castigado si no mediaban justas causas.

Justiniano, ordenando numerosas disposiciones limitativas del divorcio establecidas por los
emperadores cristianos, distinguió cuatro clases de él: el divorcio por mutuo consentimiento
(communi consensu), el repudio o divorcio unilateral por culpa de otro conyugue, el divorcio
unilateral sine causa y el divortium bona gratia.

El primero el divorcio por mutuo consentimiento era plenamente licito.

El segundo el divorcio unilateral por culpa del otro conyugue era licito si se daban las
siguientes iustae causae: conjura contra el emperador, adulterio o malas costumbres de la
mujer, alejamiento de la casa del marido, insidias al otro conyugue, falsa acusación de
adulterio por parte del marido y comercio frecuente de este con otra mujer, dentro o fuera de
la casa conyugal.
El tercero el divorcio sine causa no era licito y por tanto traía aparejado castigo para el
conyugue que lo provocara, sin que por ellos fuera invalido.

La cuarta figura del divorcio bona gratia que se fundaba en una causa no imputable a ninguno
de los esposos, era licita en caso de impotencia incurable, por existir votos de castidad y si se
hubiera producido cautividad de guerra.

Las penas por el divorcio realizado sin justa causa y las que se aplicaban a la parte culpable en
los divorcios lícitos fueron, según la legislación justinianea, el retiro forzado en un convento y
la pérdida de la dote y de la donación nupcial o de la cuarta parte de los bienes cuando estás
no se hubieran constituido. Tales sanciones trajeron una fuerte reacción contra Justiniano, por
lo cual su sucesor Justino II suavizo las penas que acarreaba el divorcio.

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